La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Aqua Fresca. Capítulo 13

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nienna0410
Explota calderos
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Aqua Fresca. Capítulo 13 Empty
MensajeTema: Aqua Fresca. Capítulo 13   Aqua Fresca. Capítulo 13 I_icon_minitimeLun Dic 28, 2020 8:13 pm

Harry entró a trompicones en la sala común de Gryffindor, con las mejillas enrojecidas por el frío. Se quitó los guantes mientras se dirigía a la chimenea, manteniendo la cabeza gacha mientras hacía todo lo posible para evitar captar la atención de los demás en la habitación.



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Hermione lo miró con tristeza; no había tenido mucha oportunidad de hablar con su amigo desde que él y Ron habían discutido. Ninguno de los dos le había contado el porqué de la pelea, y ambos le habían insinuado, a su manera, que se ocupara de sus propios asuntos. Y Ginny tenía la boca cerrada como una ostra.


—Ron —llamó al pelirrojo mientras le daba un codazo para que levantara la vista de la partida de ajedrez que estaba jugando con Seamus.


—¿Qué? —respondió el chico, elevando la vista. Ron echó un vistazo a la figura alicaída de Harry y volvió a mirar el tablero.


>>¿Y? —añadió malhumorado.


—Deberíamos ir a hablar con él.


—No, deberías ir tú a hablar con él. Yo no tengo nada que decirle —replicó mientras movía su alfil. Seamus emitió un quejido.


—Genial —resopló Hermione. Acto seguido, se abrió paso a través de la habitación llena de gente. Era casi Navidad y el aire estaba cargado de emoción mientras los estudiantes se preparaban para irse a casa a pasar las vacaciones; un grupo de alumnos de primer año susurraban con entusiasmo en un rincón, intercambiando regalos y caramelos; Ginny y Dean pasaron de largo, cruzando el hueco del retrato mientras solo tenían ojos el uno para el otro.


>>Hola, Harry —saludó Hermione, sentándose en el suelo cerca de los pies de su amigo, asegurándose de no quedar demasiado cerca de las chispas que saltaban de la madera ardiendo.


—Hola —respondió el moreno en voz baja, mirando las llamas.


Hermione frunció el ceño. Estaba acostumbrada a que Harry se comportara de forma distante; ya lo había visto encerrarse en sí mismo varias veces a lo largo de su prolongada y tumultuosa amistad, volviéndose más callado y reflexivo, pero ya había estado actuando así durante semanas y no parecía salir de esa etapa. Y desafortunadamente, esta vez no podía confiar en que Ron lo ayudara.


—¿Listo para Navidad? —preguntó la chica con una amplia y falsa sonrisa—. Yo tengo ganas, aunque se me hace difícil pensar en dejarte aquí. Ojalá pudieras venir con nosotros.


Los ojos de Harry se dirigieron rápidamente hacia donde estaba sentado Ron.


—No he sido invitado. Aunque no puedo ir, de todas formas.


Hermione puso su mano sobre la de él y, notando lo fría que estaba, la frotó lentamente.


—Ojalá Dumbledore te lo permitiera. Y sabes que la Sra. Weasley te invitaría en un santiamén.


—No querría que nadie se sintiera incómodo —respondió Harry con una sonrisa irónica—. Ya tengo dos Weasley evitándome, no quiero enfadar a ninguno de los restantes.


Ella le apretó los dedos.


—Me gustaría que me dijeras lo que te pasa.


Harry finalmente la miró, y Hermione se sorprendió de lo pálido que estaba, de la poca vida que había en sus ojos. Se veía claramente las ojeras debajo de ellos, y los párpados rojos y secos. La castaña se fijó en su ropa, que, aunque holgada como siempre, estaba colocada de forma descuidada. Tenía una pinta terrible.


—No hay nada que decir —dijo, apretando la mano de su amiga al mismo tiempo—. No te preocupes Hermione. Todo acabará bien. No puede estar enfadado conmigo para siempre. Voy a arreglarlo.


La castaña miró a Ron, quien estaba haciendo todo lo posible por ignorarlos.


—Es tu mejor amigo.


Harry le dirigió una sonrisa cansada.


—Tengo dos mejores amigos. Y ahora, me voy a la cama. Diviértete en la Madriguera —Se inclinó y la besó en la mejilla—. Nos veremos cuando vuelvas.


Harry subió las escaleras hacia el dormitorio de los chicos, ignorando el llamado de Neville a gritos. Ron observó la espalda de su amigo mientras éste se marchaba, y luego miró a Hermione, quien se mordió el labio y se dio la vuelta.


La chica permaneció mirando el fuego que calentaba la estancia hasta que se le llenaron los ojos de lágrimas. El pelirrojo se sentó detrás de ella y tiró de su cuerpo hacia atrás, hasta que quedó reposando sobre su pecho.


—¿Por qué no lo perdonas, Ron? —preguntó Hermione en un susurro.


El chico se quedó en silencio por unos instantes.


—Lo haré, pero él no necesita mi perdón ahora mismo. Tiene otras cosas en la cabeza. Pero cuando me necesite, allí estaré.


Hermione se acomodó en su abrazo mientras su novio besaba su sien. Ignoraron las alegres conversaciones que estaban teniendo lugar detrás de ellos, cada uno consumido por sus propios pensamientos.



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Dumbledore miraba fijamente el pergamino que estaba en su mano, con preocupación en su rostro. Unos fuertes golpes en la puerta interrumpieron sus cavilaciones. Guardó el pergamino en un cajón y exclamó:


—Adelante.


La puerta se abrió y Snape entró, con paso más lento de lo que era habitual en el hombre. Asintió con la cabeza hacia Dumbledore en forma de saludo.


—Director.


El anciano frunció el ceño.


—¿Severus? ¿Qué pasa? ¿Algo va mal? —preguntó mientras su mano se encaminaba hacia la tetera que siempre estaba presente en su mesa.


Snape negó con la cabeza.


—No. Sin té, Albus. Sin té, sin alcohol, y sin caramelos. Lo único que quiero de ti esta noche es que me escuches.


Dumbledore cruzó las manos sobre su regazo y observó al hombre sentado frente a él. Snape tenía aspecto cansado, pero eso era de esperar. El hombre había estado abarcando demasiado durante años. Su cabello seguía siendo grasiento, su túnica permanecía impecable, pero la chispa, el brillo que normalmente iluminaba sus ojos oscuros, estaba ausente.


—¿Se trata de la maldición? —inquirió Dumbledore.


Snape siseó y apretó los puños.


—No. Ahora, por favor…


—Me temo que no tengo tiempo en este momento.


Esa respuesta provocó una repentina reacción en el profesor. El hombre dirigió su mirada hacia el director, con su ceño comenzando a fruncirse.


—Albus…


—Han capturado a Lupin.


Pasaron unos instantes hasta que Snape digirió la información; tras eso, sus hombros se desplomaron.


—¿Cuándo?


Dumbledore abrió el cajón, sacó el pergamino y se lo pasó a Snape, quien le echó un vistazo por encima.


—He recibido noticias de su contacto. Por lo visto, no apareció en su cita programada hace tres días, y no es propio de Remus faltar a una reunión. He estado consultando, pero...


—¿Dónde? —La voz de Snape sonaba tan frágil como el cristal.


—En Rumanía. Le pedí que tuviera un primer contacto con algunos sectores interesados. Dicen que están muy angustiados porque nunca llegó, y yo les creo. Solo hay dos opciones: o está muerto o ha sido capturado por Mortífagos. O quizá para este entonces, ambas opciones sean correctas.


—Faltan dos semanas para la próxima luna llena —reflexionó Snape, mirándose las manos—. Puede que todavía se encuentre lo suficientemente fuerte para escapar. ¿Qué piensas hacer?


Dumbledore suspiró y se rascó la cabeza.


—No puedo hacer nada. Si tuviéramos mejores pistas... pero es inútil. A estas alturas podría estar en cualquier parte y no tengo personal de sobra para buscarlo. Me temo que, a menos que se las arregle para escapar por su cuenta, está perdido para nosotros. ¿Severus?


Snape alzó la mirada y esperó que el director continuara.


>>Habrá que informar a Harry.


Snape asintió lentamente.


—Sí, hay que contárselo a Potter —Se aclaró la garganta—. ¿Eres consciente de que esto lo va a hundir?


Dumbledore sonrió con tristeza.


—¿Qué más puedo hacer?


Snape miró fijamente el pergamino, dejando sus dientes a la vista mientras se mordía la piel del lado del pulgar. Dumbledore se inclinó sobre la mesa y agarró la tetera para servir dos tazas humeantes.


El profesor se puso de pie.


—Voy a buscarlo.


—¿A Remus? —preguntó el anciano atónito.


Los labios de Snape se fruncieron.


—A Potter. Deberías decírselo ahora, antes de que suceda alguna otra cosa.


Dumbledore removió su té, y el tintineo de su cuchara resonó con fuerza en el silencio del despacho.


—Muy bien, Severus. Si tienes la amabilidad de traerlo, le informaré de inmediato. Ah, Severus…


Snape se volvió a medias, mostrando el perfil afilado de su rostro.


>>¿De qué querías hablar?


El profesor sonrió con sarcasmo.


—De nada que importe ahora. Enviaré al chico a tu despacho —Salió de la habitación rápidamente, con su capa revoloteando tras él.


Dumbledore tomó un sorbo de té; su frente se frunció mientras trataba de encontrar la mejor forma de decirle a Harry Potter que, con toda probabilidad, había perdido a otra persona que amaba.



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Harry se hallaba tendido boca arriba en la cama, escuchando los sonidos de sus compañeros de habitación preparando el equipaje para marcharse. Como de costumbre, era el único chico de Gryffindor de su curso que se quedaría en Hogwarts durante las vacaciones de Navidad. Pensó en todo lo que se había divertido en el pasado cuando Ron había permanecido junto a él en el castillo durante ese periodo; las excursiones nocturnas a las cocinas, los torneos de Snap Explosivo hasta el amanecer, la emoción de tener a alguien con quien compartir la mañana de Navidad… Pero todo eso había quedado en el pasado; no solo su mejor amigo no se iba a quedar con él, sino que llevaba semanas sin hablar con Harry, desde su discusión en el pasillo. Tras pasar una semana sintiéndose completamente avergonzado, el moreno había hecho las paces con Ginny, logrando que Dean cesara de enviarle miradas desaprobadoras en el proceso. Pero Ron todavía seguía sin mirarlo a los ojos.


Harry se colocó de lado, dejó sus gafas sobre la mesita de noche y cerró los ojos. Sin quererlo, su mente voló de nuevo a esa noche. La noche en la que había bajado a las mazmorras y se había arrojado a los pies de Snape. La noche en la que había conocido el abandono total. La noche en que había sido echado a un lado como a un juguete sin ningún valor. Apretó los dientes y se prometió que no volvería a pensar en ello. Pensar en eso solo lograba que su pecho se contrajera y su garganta se hinchara. Agradeció a Dios de nuevo por no haber tenido que ver demasiado al hombre desde entonces, y porque en las vacaciones no había clases de pociones, aunque no sabía cómo se las iba a arreglar para comer sentado en la misma mesa que Snape. De todas formas, el hombre no había estado comiendo mucho últimamente. Harry lo había estado vigilando y pensaba que parecía más pálido que de costumbre. Se preguntó como estaría lidiando el profesor con no poder alimentarse de su sangre.


Un gruñido grave interrumpió sus pensamientos.


—¿Dónde está?


Harry oyó tartamudear a Neville.


—Está... allí.


Las cortinas que rodeaban su cama se apartaron bruscamente, y pudo ver a Snape en toda su gloria, parado frente a su cama.


—Levántese. El director desea verle.


Harry se puso de pie torpemente mientras se colocaba las gafas. Sus compañeros de cuarto parecían estar incómodos, nadie había visto antes al Jefe de la Casa Slytherin en territorio Gryffindor. El profesor salió a zancadas de la habitación.


—Feliz Navidad, Harry —exclamó Neville con valentía.


Harry detuvo su andar un instante y se volvió.  Recorrió con su mirada a sus compañeros, quienes aún estaban helados, hasta posarse en Ron, que lo único que hizo fue devolverle la mirada.


—Feliz Navidad —respondió, y acto seguido abandonó la habitación tras los pasos de Snape.



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El camino al despacho del director fue breve, ya que Snape parecía conocer todos los atajos existentes en el castillo. No hubo conversación ninguna; ambos estaban perdidos en sus propios pensamientos mientras caminaban. Cuando estuvieron próximos a la gárgola que custodiaba el despacho, Snape se detuvo frente a una puerta.


—Potter.


Harry se congeló y se volvió lentamente. Snape abrió la puerta, que daba a un aula en desuso.


>>Harry —dijo, haciendo un gesto al chico para que entrara en la habitación—. Un momento, por favor.


El joven entró en el aula respirando entrecortadamente, seguido por Snape, quien cerró la puerta detrás de ellos. Una fila de ventanas colocadas en una de las paredes dejaba entrar la luz de las estrellas, quedando la habitación plagada de las sombras proyectadas por escritorios y sillas.


Ambos hombres se encontraban a un metro de separación en la oscuridad de la sala. Harry cruzó los brazos sobre el pecho para evitar que temblaran y dirigió su mirada al suelo.


>>Harry —comenzó Snape, con tono bajo e inseguro. El joven alzó sus ojos y lo miró fijamente.


>>Quería contarte... es decir, quería decirte...


Cuando la voz de Snape se fue apagando, Harry sintió que se le oprimía el pecho.


—¿El qué, señor?


El mayor hizo un gesto de dolor ante el tono del chico.


—No hay necesidad de que emplees…


—No —replicó Harry con voz áspera y seca—. No puedes decirme qué hacer, ya no.


Snape frunció el ceño.


—Si permanecieras en silencio por un instante y me dejaras hablar, tendrías una oportunidad de...


—¿Por qué debería escuchar lo que quieres decir ahora? No me has dirigido ni una sola palabra en semanas —espetó Harry—. Dime lo que quieras y déjame marcharme. Dumbledore quiere verme.


Snape dio un paso atrás; una mirada de derrota cruzó por su rostro antes de que su habitual máscara de frialdad se instalara de nuevo.


—Bien. Simplemente quería decirte que... lo siento.


—¿Qué lo sientes? ¿Me estás tomando el pelo? ¿Qué lo sientes? ¿Qué es lo que sientes, ignorarme? ¿Hacer lo que hiciste y luego echarme...? —Oh no, no pensaba seguir hablando; no cuando podía sentir su garganta apretándose; no cuando su voz amenazaba con romperse en cualquier segundo.


—Harry —susurró el mayor. El rostro de Snape se veía pálido a la luz de la luna, y sus ojos brillaban de manera sobrenatural—. Lo siento. Siento haberte dejado entrar a mis habitaciones. Siento haber aceptado tu ayuda con la investigación. Siento haber bebido de tu sangre.


—¿Y que hay de mi? ¿Te... te arrepientes de todo lo que has hecho conmigo? —preguntó el chico de forma entrecortada.


Una mano delgada y blanca se acercó a su rostro y acarició suavemente su mejilla.


—No. De eso no me arrepiento.


Los ojos de Harry se cerraron y ladeó la cabeza, frotando su cara contra la mano fría que rozaba su piel. Los largos dedos se introdujeron en su cabello y, casi en contra de su voluntad, el joven presionó sus labios con fervor sobre la palma de su profesor.


—Tengo que irme.


Cuando Harry abrió los ojos, la puerta ya estaba cerrada y se encontraba solo en la habitación. Snape se había ido.


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—Adelante —dijo Dumbledore con cansancio. Harry entró en la habitación y se sentó nervioso.


—¿Quería verme, director?


—Me temo que sí. Harry, tengo algunas noticias para ti. No son buenas noticias, lo lamento.


—¿Qué pasa?


—Se trata del profesor Lupin. Me temo que Remus se encuentra desaparecido.


Harry se enderezó en su asiento.


—¿Qué quiere decir con “desaparecido”? ¿Dónde se supone que debería estar?


—Me temo que no puedo decirte eso. Basta con que sepas que no está donde tendría que estar y no hemos podido determinar su ubicación. Hay muchas posibilidades de que él...


—¡No!


—Sí, mi querido muchacho. Hay muchas posibilidades de que haya sido capturado por Voldemort, o...


—No puede ser —replicó Harry apresuradamente—. No puede estar muerto. Es lo más cercano a…


—¿Lo más cercano a qué?


—Lo más cercano a un familiar que tengo —dijo Harry con voz ronca—. No puede estarlo. No él también.


Dumbledore rebuscó en los bolsillos de su túnica y le entregó a Harry un pañuelo. Dejó que el chico llorara en silencio.


Cuando el llanto del joven cesó, preguntó:


—¿Qué vamos a hacer?


Dumbledore lo miró con tristeza.


—Me temo que no hay nada que podamos hacer. No hay forma de averiguar dónde está y...


—¡Pero eso no está bien! —gritó Harry, poniéndose de pie de un salto e inclinándose sobre el escritorio—. ¿Cómo puede decir eso? Al menos hay una posibilidad de salvarlo, no como sucedió con Sirius. ¡Tenemos que salvarlo!


—Harry, sé que estás molesto, y créeme, yo también lo estoy. Remus Lupin ha sido un compañero y amigo mío durante muchos años. Si hubiera algo que se pudiera hacer, lo haría sin dudarlo. Pero no tenemos ninguna pista de su paradero —enfatizó—. No tenemos ninguna dirección, ninguna idea aproximada de dónde puede encontrarse. El mundo es demasiado grande para recorrerlo sin rumbo fijo. Y es demasiado peligroso. Simplemente debemos esperar que suceda lo mejor.


—Director, por favor —suplicó Harry—. Tiene que haber algo que pueda hacerse. Cualquier cosa, por favor, haré lo que me pida, pero tenemos que intentar algo.


—Mi muchacho…


—¿Qué hay de Snape? ¿Le ha preguntado a él?


—Harry, sería una insensatez para el profesor Snape…


—Lo sé —respondió el joven con desdén—. No quiero que lo maten, solo quiero saber si tiene alguna idea, si tiene algún contacto con el que pueda hablar de forma segura. No podemos afirmar con certeza que no hay nada que podamos hacer hasta que lo intentemos todo. Por favor.


—Tienes mucha fe en el profesor Snape.


Harry resopló.


—Al menos Snape me dirá si ya no tiene sentido tener alguna esperanza. Puede que haya hecho muchas cosas, pero jamás me mentiría, no sobre esto. ¿Podemos, señor? No quiero darme por vencido todavía.


Dumbledore miró el rostro del joven, brillando con determinación. La apatía que había sido evidente en el muchacho había desaparecido instantáneamente por su necesidad de encontrar una solución aceptable. El anciano no tenía puesta ninguna esperanza en hallar al licántropo, pero no quería romper el corazón del chico.


—Muy bien —suspiró—. ¿Me das un minuto?


Dumbledore se arrodilló frente a la chimenea, moviéndose lentamente mientras sus rodillas crujían.


>>Desearía que estas cosas estuvieran más arriba —bromeó mientras arrojaba polvos Flu al fuego y decía de forma clara—: Habitación del profesor Snape.


Pasaron unos instantes y llamó al profesor.


>>¿Severus?


Cuando se hizo evidente que no iba a recibir ninguna respuesta, se puso de pie con la ayuda de Harry.


>>¿Fawkes?


El fénix sacudió la cabeza y se enderezó en su percha.


>>Encuentra y trae al profesor Snape aquí, ¿de acuerdo? —El pájaro desapareció en un destello de luz.


>>Bien —dijo Dumbledore, sentándose—. ¿Quieres tomar un poco de té mientras esperamos?


El tiempo avanzaba, y a medida que pasaba cada minuto, Harry se mostraba más desanimado más y el anciano se preocupaba más.


De repente, Fawkes apareció sobre el escritorio, trinando ruidosamente. El director frunció el ceño y ladeó la cabeza.


>>¿De verdad?


El pájaro emitió una larga respuesta y el director suspiró.


>>Gracias, Fawkes. No, eso es todo —Dejó su taza con precisión sobre su plato y dijo—: Me temo que Fawkes no ha podido localizar al profesor Snape. Vuelve a tus habitaciones, Harry, y me pondré en contacto contigo lo antes posible.


—De ninguna manera —replicó Harry, poniéndose de pie de un salto—. Si va a buscarlo, iré con usted.


—No es necesario…


—Iré con usted —repitió con determinación.


Dumbledore reflexionó por unos instantes, antes de asentir con brusquedad.


—De acuerdo. Llegaremos por Flu a sus habitaciones. Sígueme, Harry.


En cuestión de segundos entraron en los aposentos de Snape. Cuando Harry salió de la chimenea, las llamas se apagaron, dejando la habitación sumida en una completa oscuridad.


—Lumos totalis —dijo Dumbledore en voz baja, y las velas que había en la habitación se iluminaron. El joven miró a su alrededor. La sala permanecía exactamente igual que la última vez que la había visitado. El escritorio de Snape aún estaba cubierto de gruesos libros y pergaminos. El sofá que Harry había llegado a considerar como el suyo todavía estaba frente a la mesa de café, ahora sin plumas dobladas y ni trozos de pergamino.


—¿Severus? —llamó Dumbledore, entrando en la habitación del hombre. El joven se sintió atraído por el escritorio del profesor, cuya silla se encontraba echada a un lado como si el hombre se hubiera puesto de pie de forma apresurada. Entre todo el desorden había un sobre blanco dirigido a Dumbledore con la letra precisa de Snape.


—¿Señor? Aquí hay una carta para usted.


El anciano caminó hacia el escritorio y cogió el sobre. Lo abrió con cuidado y leyó su contenido. Tras eso, cerró los ojos y dejó caer el brazo.


—¿Qué pasa? ¿Qué dice?


Sin abrir los ojos, Dumbledore extendió la carta hacia el joven. Harry lo agarró con manos temblorosas.


Albus,


Sin duda estarás perturbado por mi desaparición. Sí, sé que es una estupidez, pero no he podido evitarlo. Independientemente de lo que haya hecho en el pasado, Lupin no merece morir así. Voy a hacer todo lo posible para encontrarlo y traerlo de vuelta o, en su defecto, averiguar dónde se encuentra su cuerpo. A pesar de todo, él no es indispensable y yo ya no soy útil para nuestra Causa.


Me mantendré tan a salvo como pueda y pondré todo mi empeño en regresar. Si no lo consigo, quiero que sepas que has sido un amigo muy leal y, aunque no siempre te lo he demostrado, te tengo en la más alta estima. Aunque nunca podré agradecerte por completo toda la confianza demostraste tener en mí en el pasado, intentaré compensarlo en pequeña medida.


Aunque sé que cuidarás de Potter lo mejor que puedas, ten en cuenta que ha sido tratado con dureza en el pasado, y no solo por mí. Harry es fuerte y apasionado. Sería una abominación para él no tener a nadie con quien compartir eso. Sé lo importante que es Lupin para él, así como él lo es para Lupin. Cuida de él.


Tu amigo,


Severus Snape


Harry sentía una rabia tan intensa y cegadora que el pergamino se quemó en su mano, reduciéndose instantáneamente a cenizas.


—Estúpido bastardo —susurró.
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Aqua Fresca. Capítulo 13
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