Snape sabía que estaba soñando porque era completamente imposible que él se hubiera puesto voluntariamente en esta posición de nuevo.
El Sauce Boxeador se encontraba inmóvil en la agradable noche y, a través de sus ramas y hojas irregulares, se veía la luna llena, baja en el cielo. El sueño se parecía tanto a uno de sus recuerdos más temidos que se estremeció, esperando desesperadamente que la escena no llegara a su inevitable conclusión.
Pero parecía ser distinta. En su juventud, no había estado de rodillas. El hecho de que le dolieran las piernas le confirmó que era su yo adulto, y se preguntó cuánto tiempo había estado arrodillado para causarle una leve punzada de dolor en los músculos de los muslos. También se preguntó por qué estaba arrodillado en primer lugar.
Y entonces lo vio.
Potter, elegante y silencioso, caminaba hacia él en la oscuridad levemente iluminada por la luz de la luna; Potter, andando a grandes zancadas hacia él, con paso tranquilo y una sonrisa relajada; Harry, tal como recordaba haberlo visto las noches anteriores, vestido formalmente, hermoso, tan seguro de sí mismo como lo había estado antes de la debacle, antes de que Snape lo echara con odio hacia sí mismo y desesperación.
El chico se detuvo frente a él, y Snape bajó la mirada al suelo.
—¿Por qué te peleas conmigo? —preguntó Harry sin malicia.
—No lo sé —susurró Snape en respuesta.
Y esa debía haber sido la respuesta correcta, porque la mano de Harry tocó su rostro suavemente, lo que logró que mirara hacia arriba. El chico sonrió; su sonrisa lo hacía parecer menor de sus dieciocho años; el peso de la responsabilidad que siempre parecía nublar su expresión desaparecía en un bendito momento de felicidad. Snape cerró los ojos mientras Harry colocaba un mechón de su grasiento cabello detrás de la oreja y lo besaba suavemente en los labios.
Y Snape estuvo perdido. Era un sueño, no era real, pero ojalá pudiera ser así. Esta era la única oportunidad que tenía, y parecía tan real...
Snape desabrochó el cinturón de Harry con cuidado, y después soltó el botón y bajó lentamente la cremallera de sus pantalones. Con movimientos minuciosos, bajó los jeans y los bóxers del chico hasta que quedaron por encima de sus rodillas. Con dedos temblorosos, Snape acarició la erección de Harry, sintiendo la piel cálida moviéndose hacia arriba y hacia abajo por el duro miembro. Suavemente colocó una mano bajo los aterciopelados testículos de Harry, acariciándolos. Quería mirar al joven a la cara, pero tenía miedo de encontrar rechazo en su rostro.
—He deseado esto durante tanto tiempo… —admitió en voz alta y, con un temple que rozaba el masoquismo, introdujo solo el glande en su boca y lo succionó lentamente. Se detuvo por unos instantes, queriendo memorizar el sabor y la forma. Cuando no pudo soportarlo más, metió más de la longitud en su boca, lamiendo y chupando la polla que se había negado a sí mismo, que incluso se había negado desear, durante tanto tiempo.
Harry murmuró con aprobación y apoyó las manos en la cabeza de Snape, empujándola más cerca, pero permitiendo que el hombre estableciera la velocidad de su encuentro. Snape gimió conforme, mientras jugueteaba con la punta, saboreando el líquido que había comenzado a gotear, cubriéndose los dientes porque no quería morder, no en ese momento, no ahí.
—Severus —susurró Harry, y solo por oír ese sonido emitido por el chico, valía la pena todo.
—Snape —escuchó una voz desde atrás. Se giró rápidamente.
No estaban solos.
Tres figuras caminaban hacia ellos. Harry pareció darse cuenta de que estaban allí, pero no hizo ningún movimiento para taparse.
>>Snape —volvió a sisear uno de los intrusos, y el profesor retrocedió cuando vio a James Potter inclinándose sobre él. Se recordó a sí mismo que era un sueño; sabía que lo que estaba viendo no era real, sabía que incluso si James Potter siguiera vivo, no sería un adolescente, pero no pudo evitar temblar ante el odio absoluto que destilaban los ojos del merodeador.
>> ¿Qué le estás haciendo a mi hijo, Snivellus? —preguntó la pesadilla de su juventud con enfado.
—Creo que se lo está intentando follar, Cornamenta. ¿No es así, Snivellus? —inquirió Black, de pie, mostrando toda su altura y fortaleza, y con misma pose de donjuán que había exhibido durante su época escolar.
—¿Te gustan los niños pequeños, Severus? —susurró Lupin desde el otro lado. Snape se dio la vuelta, todavía encogido a los pies de Harry. El joven le sonrió, mientras se acariciaba con indiferencia su erección a solo centímetros del pálido rostro de Snape.
—A mí no… —comenzó a decir Snape, confundido por la situación en la que se encontraba, y confundido por el hecho de que su voz sonara tan débil e insegura.
—A mí me gustan los niños pequeños —se burló Lupin, transformándose posteriormente justo frente a él.
—No —exclamó Snape con voz ronca—. ¡Harry! —Miró hacia arriba y jadeó. El chico ya no era el mismo. Era joven, más joven de lo que había sido en el primer sueño de Snape, tan joven como lo había sido el primer día que puso un pie en Hogwarts. Su pene minúsculo colgaba flácido sobre sus pequeños testículos.
—¿Profesor? —preguntó el niño desconcertado.
—No es real, no es real —repitió Snape como un mantra, deseando desesperadamente despertar. Jadeó de nuevo, tratando de ignorar la reacción poco grata de su propio cuerpo al ver la entrepierna sin vello; tratando de reducir la erección palpitante entre sus muslos.
—He de decir que estoy muy decepcionado contigo, Severus —indicó Dumbledore muy serio, colocando su mano sobre el hombro cubierto pelo de Lupin. El anciano acariciaba al hombre lobo distraídamente mientras miraba a Snape por encima de sus gafas de media luna.
—No es real —gimió Snape, haciéndose una bola, intentando proteger tanto de su cuerpo como pudo. Yacía dentro de un círculo formado por sus enemigos más odiados, su único benefactor y su inapropiado objeto de deseo.
—¿Por qué me ha hecho eso, señor? —preguntó Harry con voz inquebrantable—. ¿Por qué quiere tocarme de esa forma?
—No quiero —gruñó Snape, rechinando los dientes. Incluso con su tono más agudo, la voz del chico resultaba atractiva a los oídos del hombre.
—Pero lo haces.
Y esta última voz fue tan inesperada que el profesor tuvo que levantar su mirada. Y se vio a sí mismo, de pie entre sus acusadores. Ese Snape estaba rígido por el autocontrol, con el disgusto surcando su rostro cetrino. Con sus ojos despiadados y los brazos cruzados con fuerza sobre su pecho, era la encarnación de Severus Snape, Jefe de la Casa Slytherin, un mago dudosamente respetable pero con altos valores morales. Ex mortífago. Vampiro en proceso.
>> Deseas al chico —se acusó a sí mismo en su sueño, y Snape tragó, tratando de lubricar su garganta lo suficiente para poder hablar y negar la acusación, pero sabía que, incluso si lo hacía, nadie le creería.
—No lo hago —replicó de todas formas.
Dumbledore lo miró con decepción.
—Pensaba que se te daba mejor mentir.
—Nunca creí que podría odiarte más —dijo Sirius con sarcasmo.
—No tocarás a mi hijo —exigió James.
—Debería terminar el trabajo —gruñó Remus.
—Merlín, Harry… ¡no puedes permitir que te haga esto! —exclamó Ronald Weasley con disgusto, abriéndose paso hacia el círculo.
—Pero creía que yo te gustaba —susurró Harry, con los labios temblando.
—¡Eso no es cierto! —gritó Snape mientras se incorporaba en su cama. Las mantas estaban enrolladas alrededor de su cuerpo y olían a sudor febril agrio. Mientras intentaba ralentizar su respiración, se dio cuenta de que su abdomen estaba pegajoso, y se cubrió la cara con desesperación.
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Caminaba por los pasillos desiertos de Hogwarts, sin prestar especial atención al lugar al que se dirigía. Era esa hora de la madrugada en la que el estado de alerta de la gente estaba en su punto más bajo; en la que el cansancio y el sueño profundo había vencido a todo el mundo. Incluso la señora Norris estaba ausente.
Snape se frotó los ojos secos, deseando dormir sin soñar y sin pociones de por medio, ansiando olvidar, pero tan acostumbrado a la situación que sabía que nada calmaría su mente acelerada excepto deambular sin ningún tipo de propósito. Habían pasado cuatro días desde la última vez que estuvo a solas con Harry; cuatro noches en las que había tenido miedo de dormir por temor a volver a soñar.
Snape había hecho todo lo posible por ignorar al chico en Pociones, negándose a mirar a cualquier punto cercano a él tras haber visto la camisa perfectamente abotonada que ocultaba su cuello. Potter, después de pasar la primera clase tratando de llamar su atención, pronto desistió y comenzó a hacer lo mismo. Snape estaba asombrado de que nadie hubiera notado la hostilidad existente entre ellos, pero sospechaba que la gente no había percibido ningún cambio en su relación, solo veían lo que siempre habían observado entre el profesor y el alumno desde el momento en que se conocieron: odio total y absoluto. Snape no sabía si debía estar contento por eso o no.
Caminaba sin detenerse. El único sonido que resonaba en los pasillos vacíos era el que hacían sus zapatos al andar.
Incluso los fantasmas lo dejaban solo.
Entró en el Gran Comedor y se sentó en una de las largas mesas de estudiantes. El techo mostraba un cielo muy similar al de su sueño, aunque era más consciente de las miles de estrellas que parpadeaban en su campo de visión. Sintió cómo su cuerpo se relajaba y sus hombros se aflojaban. Su respiración se hizo más lenta y sus sentidos se agudizaron.
—Potter —dijo en voz baja.
Pasaron unos segundos en los que no ocurrió nada, hasta que, con un ligero ademán, Harry apareció de debajo de su Capa de Invisibilidad. Snape lo ignoró.
El joven se sentó frente al profesor de pociones y se quitó las gafas, limpiando los cristales desanimadamente con la parte superior de su pijama. Se las volvió a poner y apoyó su barbilla en la mano.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Te he olido.
—No sabía que estabas aquí. No te estaba siguiendo.
—Lo sé —admitió Snape.
Harry tamborileó nerviosamente con los dedos sobre la mesa. Snape lo miró y el golpeteo se detuvo.
—Lo siento.
—¿Por qué?
—Por hacer lo que hice. Fue... inapropiado, supongo. No debería haberme aprovechado de ti cuando estabas débil.
Snape negó con la cabeza, como para desmentir lo que acababa de escuchar.
—Tu garganta. ¿Está…?
—Está bien —respondió Harry—. La curé. Bueno, casi. Estaba un poco roja, pero yo solo...
Por unos instantes se instauró el silencio.
—No debería haberte pegado —dijo Snape con resignación.
—No pasa nada —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. Me han dado golpes más fuertes antes.
—Eso no justifica lo que hice —objetó Snape.
—No —admitió Harry—, no lo justifica. Aunque me dolió más cuando me echaste —Los ojos de Harry estaban brillantes, y penetraban a Snape. El hombre se sentía como si hubiera sido atrapado por la mirada de un basilisco.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó suavemente.
Harry comenzó a encogerse de hombros de nuevo, pero se detuvo a la mitad del movimiento.
—Quiero que hablemos. Necesito hablar con alguien sobre esto y no hay nadie más con quien pueda hacerlo.
—Tienes amigos…
—Ron, Hermione —comenzó Harry de forma irónica—, no vais a adivinar lo que hice hace unas noches. Yo… —Hizo una pausa, mordiéndose el labio.
—Albus —respondió Snape secamente—, te alegrará saber que Potter y yo hemos alcanzado un nuevo nivel de entendimiento. Sí, veo por donde vas.
Harry sonrió levemente.
—No hay nadie más.
—Pero debería haberlo.
Harry resopló molesto.
—Por supuesto que debería haberlo, pero no lo hay.
Snape lo miró con severidad.
—Ya te he dicho que no seré objeto de tu naturaleza inquisitiva.
—Basta —siseó Harry—. Si fuera solo curiosidad, tendrías todo el derecho de estar enfadado, pero no es así.
—¿Qué es entonces? —se burló Snape—. No me digas que has confundido las hormonas alborotadas y la presencia de un cuerpo cálido con algo más. ¿Con amor, tal vez?
—No soy tan estúpido —replicó Harry—. Sé que es poco probable que sea eso lo que sientas. No soy tan egocéntrico como te empeñas en creer. Ni siquiera sé por qué lo hice; mucho menos voy a saber por qué lo hiciste tú.
Snape ignoró el desafío y se frotó los ojos de nuevo.
—Por jugar a ser el abogado del diablo; si pudieras hablar con alguien, ¿qué le dirías?
Harry lo miró con recelo.
—Le diría que estaba confundido. Le diría que no sé por qué lo hice, ni qué es lo que significa.
—Seguro que no eres tan ingenuo —respondió Snape secamente.
Harry rio malhumorado.
—Oh, sé lo que hice, pero no entiendo completamente el por qué. O tal vez sí que lo hago, y simplemente no quiero admitirlo. Y no entiendo por qué ha tenido que ser contigo.
—Cuerpo cálido y hormonas alborotadas —enumeró Snape con frialdad—. Y un falso sentimiento de intimidad creado por la sed de sangre.
—¿Eso es todo lo que ha significado para ti?
—¿Quién ha dicho que ha significado algo para mí? —respondió Snape con malicia.
Harry se encogió de hombros.
—Solo creía…
—Pues no.
Harry jaló de su flequillo con mal humor.
—¿Y tú qué dirías si pudieras hablar con alguien?
—No hay nadie con quien pueda discutir esto, aparte del director, y aún no lo he decidido.
—No —espetó Harry—. No es de su incumbencia.
—Eres un estudiante de esta escuela…
—Te lo juro Snape, si... —Apretó la mandíbula.
—¿Me estás amenazando? —preguntó Snape, entrecerrando los ojos.
—No seas idiota —respondió Harry—. No hay nada que pueda hacerte sin tu permiso.
—Podrías contárselo a la gente.
Por unos instantes, Harry lo miró desconcertado.
—Contarle a la gente… ¿lo tuyo? No puedo creer que pienses que sería capaz de hacerlo —replicó.
—Y yo todavía no puedo creer que no lo hayas hecho, Potter. La tentación de revelarlo es muy atractiva.
Harry suspiró y volvió a apoyar pesadamente la cabeza entre sus manos.
—Sólo habla. Imagina que no soy yo. Imagina que soy un amigo con el que puedes conversar sobre esto. ¿Qué le dirías?
—¿De verdad crees que voy a revelar mis secretos tan fácilmente, chico? —se burló Snape.
—¡Habla! —gritó Harry.
Snape maldijo y lanzó un encantamiento silenciador.
Harry seguía enfadado.
>> Dime lo que piensas. Dime qué es lo que te mantiene despierto esta noche. Dime lo que quieras, desahógate, joder. ¡Puedes lanzarme un obliviate después, si quieres! No puedo creer que estés tan asustado.
—No estoy asustado —siseó Snape.
—Entonces háblame —lo desafió Harry.
Snape se puso de pie abruptamente, comenzando a pasear de un lado a otro con nerviosismo. ¿Debía hablar? Podría resultar beneficioso tener esa conversación. Si pudiera explicarse claramente, Potter quizá se daría cuenta de la gravedad de la situación existente entre ambos. La idea de abrirse y quedar expuesto al ridículo no le complacía, pero tal vez algo de la tensión que sentía en su pecho se aliviaría, y la confusión en su mente se aclararía. Incluso quizá podría dormir por la noche.
—Le diría que no sé qué me ha pasado —comenzó en voz baja, deteniendo su caminata. Miró la chimenea apagada—. Le diría que tengo la esperanza de que lo que hice… lo que permití que sucediera, fue solo por la maldición. Me aterra pensar que no sea ese el caso —admitió.
Snape se volvió y miró a Harry bajo luz de las estrellas. Las sombras del Gran Comedor cortaban el rostro de Harry en líneas, haciéndolo parecer atemporal.
>>Admito que no sé a dónde va esto, pero siento que, donde quiera que vaya, se está precipitando hacia un final trágico y que mi tiempo se está acabando.
—El mío también —dijo Harry suavemente—. Ves, no ha sido tan malo, ¿verdad?
Snape sonrió sombríamente.
—No. Fue peor.
El silencio entre ellos se cernía densamente bajo el hechizo Silenciador.
—¿Puedo preguntarte algo? Realmente no crees que me parezco tanto a mi padre, ¿verdad?
Tras una breve vacilación, Snape negó con la cabeza.
>>Entonces, ¿por qué me tratas así? No aquí, sino en el aula.
—¿Te conformarías con que te dijera que pensaba que lo necesitabas?
—No.
Snape resopló.
—Ya lo sabía —Ordenó sus pensamientos—. Quería tratarte como una persona normal. Quería que entendieras que la vida es sufrimiento. Que, al contrario de todo lo que hayas hecho o lo que te hayan enseñado en Hogwarts, siempre habrá personas que te tratarán injustamente, simplemente por ser quién eres.
—No tratas a nadie más así —objetó Harry hoscamente.
Snape inclinó la cabeza.
—Nadie más es tú. Un hecho por el que estaré eternamente agradecido.
Harry rio entre dientes.
—¿A dónde nos lleva esto?
Snape se puso rígido.
—Esto no nos lleva a ninguna parte, señor Potter. Independientemente de su opinión sobre el asunto, todavía tengo que tomar una decisión sobre cómo vamos a proceder a partir de ahora. Basta con decir que ya no le enseñaré Oclumancia.
—Pero eso es... —balbuceó Harry—, ¡eso es una mierda!
—A pesar de su peculiar uso del idioma, no le corresponde a usted decidir. No es aconsejable que tengamos contacto fuera del aula. No le pondré, ni a mí mismo, en esa situación de nuevo.
—¿A qué situación te refieres, Snape? —se burló Harry, mientras se levantaba y se dirigía hacia el hombre—. ¿La situación en la que me succionabas el cuello o la situación en la que me corrí en tu regazo?
—Cállate —siseó Snape.
—No voy a callarme —replicó Harry, enfurecido—. Solo porque seas un cobarde…
—¡Cómo te atreves!
—Oh, me atrevo. Puede que no tenga tanta experiencia en estos asuntos como tú, pero incluso yo sé que algo pasó entre nosotros y, si quieres ignorarlo, está bien. Pero no intentes convencerme de que no pasó nada. De que yo no signifiqué nada para ti.
—Lo que eras y eres —murmuró Snape en tono peligroso—, es un tonto egocéntrico que…
Harry le agarró la cara y lo besó. Cuando se le pasó el impacto inicial, Snape lo apartó bruscamente.
—No soy egocéntrico, y puedo parecerte un tonto, pero al menos tengo los cojones para admitir que pasó algo. ¿Qué te pasa, Snape? ¿Tienes miedo de lo que pensará el consejo escolar si se entera? ¿Tienes miedo de lo que diría Dumbledore?
—No tienes idea de la situación en la que te estás metiendo —dijo Snape entre dientes.
—¡Mírame! —exigió Harry—. ¡Quítate las “gafas de odiar a Potter” por un minuto y mírame! ¿Crees que no sé qué está pasando dentro de tu cabeza? ¿Crees que no entiendo las ramificaciones de tu cerebro? Lo he pillado, ¿de acuerdo? Soy joven, lo admito. Joder, llámame chico si eso te lo pone más fácil. Rebaja mi inteligencia, y mis motivaciones, y mi mera presencia, pero no te atrevas a negar lo que soy. Quizás estás jodidamente ciego para verlo, pero no soy lo que piensas. No soy lo que recuerdas que era. ¿Quieres pruebas? Aquí tienes.
Harry agarró a Severus de los brazos y tiró de él hasta que quedaron pecho contra pecho.
—Mírame. Mírame directamente a los ojos. No podías hacer eso cuando tenía once años, ¿verdad? Y escúchame. Mi voz cambió completamente hace más de tres años, pero tú ni siquiera lo has notado, ¿cierto? —reclamó, sacudiendo a Snape con brusquedad—. ¿Quieres más pruebas? ¿Quieres verme afeitándome? ¿Quieres ver más de cerca el vello de mi pecho? ¿El vello alrededor de mi polla? Ahora soy un hombre, Snape, y no quieres verlo porque entonces tendrías que lidiar con ello. Es más fácil verme como un niño, ¿no es así, profesor?
—Que te jodan —siseó Snape.
—No —siseó Harry en respuesta—. Que te jodan a ti por ser tan ciego a propósito. Que te jodan por ser tan cobarde. Eres veinte años mayor que yo, y no creas que no he pensado en eso. Se supone que tú eres el maduro aquí, el que tiene todas las respuestas.
Bajó la voz.
>>No puedes lidiar con lo que ves y no puedes lidiar con lo que quieres. Y ni siquiera intentes negarlo. Ni siquiera finjas que no sabes lo que está sucediendo. Y no es por la sangre. No volveré a darte ni una asquerosa gota, y te dejaré revolcarte de dolor, si crees que el motivo es ese —Harry lo miró con el disgusto escrito por todo su rostro—. Eres un cobarde.
—¿Soy un cobarde? —rugió Snape—. ¿El pobre Potter está confundido? ¿El pobre y pequeño Gryffindor no está satisfecho con la forma en la que le han salido las cosas? ¿Vas a llorar porque no has conseguido lo que querías?
—Nunca he conseguido nada de lo que quería.
—¡Y no puedes tenerme! No puedes tener esto. No solo porque tú lo quieras. Yo también tengo que quererlo —gruñó Snape—. ¿Acaso no tengo voz y voto en esto? Después de todo, es de mi vida de la que estamos hablando. Yo soy el que sufrirá, ¿no lo entiendes? Tantas palabras, tantas patéticas palabras sin sentido y todavía no eres capaz de comprenderlo. Seré yo el que sea crucificado, muchacho. Tú serás la víctima; Yo seré tu violador, el que robará tu juventud. Seré el profanador de nuestro Salvador. Seré yo quien tenga que pagar. Deja de lloriquear por un momento, ¿puedes verlo ya?
—Pero no entiendo por qué sucedió —gritó Harry—. Nunca había hecho algo así antes. Nunca antes había sentido algo así. ¿Por qué no me lo puedes explicar?
—Porque yo tampoco lo entiendo. No sé cómo ha empezado esto, o por qué hicimos lo que hicimos, pero... no... continuará.
Harry se acercó para besarlo de nuevo. Snape lo agarró por las muñecas y apretó lo suficientemente fuerte como para causarle moretones.
>>No va a continuar —repitió.
—¿Por qué no te rindes? Quiero que te rindas —suplicó el joven.
—No lo haré, Harry —dijo Snape, con la voz quebrada pero aún contundente—. No lo haré.
Los labios de Harry se fruncieron mientras luchaba por mantener la compostura; la voz le temblaba de ira y frustración.
—Genial. Si no me quieres, no puedo obligarte. Si... —Su voz se quebró y liberó las muñecas del agarre de Snape—, si no me quieres, te dejaré en paz.
Harry cogió su capa, cubrió con ella su cuerpo y pateó la mesa lo suficientemente fuerte como para moverla mientras se iba.
Snape se sentó en silencio y muy quieto hasta que un grupo de elfos domésticos llegó para encender los fuegos de la mañana. Haciendo caso omiso de las miradas de curiosidad que le lanzaban, se retiró a sus fríos aposentos.