Al principio, Harry no se dio cuenta de que estaba soñando. Era como cualquier otra lección de Oclumancia de las que había tenido con Snape. Podía sentir como sus recuerdos eran arrancados de su mente, examinados con fría imparcialidad, y luego devueltos a su lugar antes de ser saqueados de nuevo.
Volvió en sí tirado en el suelo, tendido de espaldas con su varita temblando, apuntando en dirección a Snape.
—¿Qué te he dicho? —se burló Snape—. No te estás resistiendo en absoluto. ¡Me estás dejando entrar demasiado!
—Lo estoy intentando —replicó Harry enojado, tratando de hacer que su cuerpo cooperara lo suficiente como para ponerse de pie.
—¡No lo suficiente! —gritó Snape, y se acercó a él, viéndose incluso más alto. Harry pudo ver que sus ojos brillaban con ira, y cómo sus pálidos labios se contraían en una mueca de desprecio. El joven comenzó a temblar: estaba demasiado cerca.
—Potter —dijo Snape, con su voz transformada en un ronco susurro que Harry sintió moverse suavemente por su rostro. Harry se estremeció.
>>Potter —repitió Snape mientras su rostro se transformaba. Harry vio que sus labios se echaban hacia atrás, y sus caninos puntiagudos se alargaban y se hacían más afilados mientras su boca se movía hacia el cuello de Harry.
Harry jadeó cuando el primer colmillo le rompió la piel. El dolor fue repentino y desapareció casi de inmediato. Sintió un delicioso tirón en la garganta, casi como si le bombearan calor por las venas. Se aferró a los brazos de Snape; no sabía si quería alejarlo o acercarlo.
—Harry —murmuró Snape contra su piel y Harry gimió, apretando aún más su cuerpo contra el fuerte abrazo de Snape. Pudo sentir cómo su columna vertebral se doblaba cuando Snape se inclinó sobre él, con la lengua golpeando suavemente contra su cuello. Harry podía sentir su sangre arremolinándose en su cuerpo. Podía sentir intensos sentimientos agitándose y centrándose en una parte de su cuerpo en la que nunca antes había pensado en conjunto con Snape.
—Oh —gimió el chico, y llegó al clímax en oleadas lánguidas.
Abrió los ojos lentamente, tratando de recuperar el aliento, y miró a su alrededor para ver a Ron sonriéndole con satisfacción.
—¿Dulces sueños? —se burló Ron. Harry sintió que se sonrojaba, y deseaba con todas sus fuerzas no haber dicho nada incriminatorio.
—Cierra el pico —respondió Harry, volviéndose boca abajo y haciendo una mueca de disgusto al sentir el líquido pegajoso que se extendía por su piel.
—Vamos colega, no hay nada de qué avergonzarse. Todo el mundo tiene ese tipo de sueños de vez en cuando —Ron se rio entre dientes y le guiñó un ojo.
Harry gimió y hundió la cabeza en la almohada. Qué manera de empezar el día.
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—¿Estás bien? —preguntó Hermione en la mesa del desayuno.
—Sí, claro —respondió Harry rápidamente—. ¿Por qué lo preguntas?
Ron casi se atragantó con su tostada y Harry le envió una mirada asesina.
—Estás demasiado callado esta mañana —dijo, preocupada—. ¿No estás durmiendo bien?
Harry le dio un codazo a Ron antes de que pudiera abrir la boca.
—Estoy bien —le dijo a Hermione y le dio una falsa sonrisa—. Solo estoy un poco cansado. He estado muy ocupado esta semana.
—No es de extrañar, con todas esas clases adicionales que has estado recibiendo —La chica bajó la voz—. ¿Te das cuenta de que ahora estás con él durante cuatro horas seguidas? Todas las noches de los martes, jueves y sábados. ¡Eso es medio día extra con él a la semana!
—Gracias, profesora Vector—se burló Ron.
—Silencio, Ron —replicó la chica, y luego dirigió su atención a Harry de nuevo—. ¿Qué haces allí todo ese tiempo?
—Ya te lo he dicho —respondió Harry, mirando alrededor de la mesa para asegurarse de que nadie estuviera escuchando su conversación—. He estado practicando.
—¿Pero tanto?
—No todo el mundo puede ser tan bueno en todo como tú —replicó Harry enojado—. Y es importante, lo sabes. Por si no te has dado cuenta, ¡alguien está tratando de matarme! Él ya está... —se detuvo. No quería pensar en Cedric o Sirius en este momento.
Ron miró a Hermione enojado y ella tuvo la decencia de sonrojarse.
—Lo siento Harry. Sé que las cosas han sido difíciles para ti.
Ella puso su mano suavemente sobre su brazo.
>>Sabes que haremos todo lo que podamos para ayudarte, ¿no es así? —Ron asintió en aseveración a lo que había dicho la chica, con su color volviendo lentamente a la normalidad.
Harry sonrió con fuerza y miró a sus amigos. Sus dos mejores amigos. Las dos personas en las que sabía que siempre podría confiar. Esperaba.
—¿Todo bien, Harry? —preguntó Ron, sus ojos mostrando su preocupación.
El rostro de Harry se iluminó con una verdadera sonrisa.
—Todo bien.
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Snape se sentó meditando sobre los documentos que Dumbledore había logrado encontrar. El anciano no le había dicho de dónde eran, o cómo habían caído en su poder, pero Snape era lo suficientemente sabio como para saber que el idioma que estaba tratando de descifrar era una de las formas más antiguas de las lenguas romances. Tendría que arreglárselas con un diccionario ordinario de rumano / inglés, y simplemente realizar el trabajo adicional necesario para determinar el significado de las antiguas raíces de las palabras.
—¿Profesor?
—¿Qué? —murmuró, dedicando solo una ínfima parte de su atención a la distracción que era Harry.
—Tengo sed.
—¿Y? —preguntó Snape, levantando la cabeza con frustración. Harry estaba despatarrado en su sofá, con el gran diccionario de latín que rápidamente se había convertido en su sustento descansando sobre su pecho.
Harry puso los ojos en blanco.
—Entonces... ¿puedo usar su chimenea para llamar a las cocinas?
Snape asintió bruscamente y volvió a su trabajo, ignorando la forma ágil en que Harry se levantó y se arrodilló frente al fuego. Echó un vistazo rápido mientras el joven estaba de espaldas. Las llamas verdes proyectaban sobre su cuerpo un resplandor luminiscente que sería poco atractivo en algunos tonos de piel. Snape resopló para sí mismo.
Harry se apartó de la chimenea.
—He pedido una jarra de zumo de calabaza. ¿Quiere algo?
Snape negó con la cabeza, pero luego lo reconsideró y dijo:
—Una taza de té.
Harry sonrió y transmitió su orden, solo murmurando la última parte de sus palabras.
>>Gracias —dijo Snape altivamente mientras Harry regresaba al sofá.
—Es un placer —respondió Harry mientras reorganizaba su equipo. El joven amontonó pergaminos, plumas rotas, papeles garabateados, libros y botellas ordenadamente en el suelo, dejando el escritorio libre para los suministros—. Una cosa buena que voy a sacar de toda esta investigación: ¡mi latín va a ser brillante!
Un minuto después apareció un elfo doméstico, puso la mesa y se marchó sin decir una palabra.
—Aquí tiene —dijo Harry, colocando una taza de té en su platillo a juego. Pero en lugar de entregárselo al hombre, lo dejó sobre la mesa y miró a Snape expectante. Snape suspiró.
>>Necesita tomarse un descanso. Si su mente no está clara, es posible que deje pasar algo importante —dijo Harry en broma. Snape refunfuñó y tomó asiento frente al de Harry.
—Gracias —murmuró y cogió el azúcar.
—Ya he agregado uno —informó Harry, mientras preparaba su propia taza.
Snape gruñó y miró a lo lejos. Había algunas palabras que aparecían continuamente en su investigación, independientemente del idioma. Necesitaba averiguar si todas ellas provenían del mismo idioma de origen o eran simplemente palabras que habían mantenido su forma mientras se movían de un continente a otro. Sus dedos tamborileaban contra el borde de su taza mientras pensaba, y luego miró a Harry, quien lo estaba mirando expectante.
—Bueno, suéltalo —suspiró Snape.
—¿Soy tan obvio? —preguntó Harry. El labio de Snape se curvó y Harry encogió un hombro—. Bueno. Me preguntaba, ahora que no va a regresar con Volde…, quiero decir, con ya-sabes-quién, ¿por qué tiene que seguir fingiendo? Quiero decir, ¿por qué tiene que actuar de forma tan mezquina todo el tiempo?
La voz de Snape era tranquila pero mordaz.
—¿Actuar?
—Como si solo tuviera tiempo para los Slytherin. Como si odiara a todos, especialmente a los Gryffindors. Como si me odiara.
Ya lo había soltado. Harry dejó escapar un suave suspiro y se mordió el labio inferior, preguntándose si había presionado demasiado.
Snape cruzó las piernas y miró fijamente su pie, que subía y bajaba lentamente.
—¿Por qué asume que es solo una actuación? —preguntó en voz baja.
—¡Porque no tiene lógica! Puedo entender que no le agrade alguna persona en particular, pero tener este rencor a toda una casa... bueno, ¡simplemente no tiene sentido!
Snape arqueó una ceja con ironía divertida.
—¿Y asume que todo lo que sucede tiene algún propósito, o un significado, Potter?
Harry lo miró directamente.
—Todo lo que usted hace lo tiene, señor.
—¿Qué cree que pasaría, Potter, si comenzara a tratar a Draco Malfoy de la misma manera que siempre he tratado a Ronald Weasley?
Harry abrió los ojos como platos.
—Todo el mundo pensaría que ha perdido la cabeza, señor, sin intención de ofender.
—No se preocupe —rio entre dientes. Snape tomó un sorbo de su té y puso la taza en la mesa que había entre ellos. Se inclinó hacia adelante y miró a Harry con atención—. Potter, he estado actuando de una forma u otra toda mi vida. Es demasiado pronto o demasiado tarde para cambiar. No puedo confiar en nadie para guardar mis secretos; ni en el señor Malfoy, ni el resto de mis Slytherins, y menos aún en toda la población estudiantil, que sin duda se regocijaría con mi muerte, o al menos con mi desaparición. El Señor Oscuro sabe lo que me ha sucedido, pero no sabe cómo me ha afectado, ni cuál será mi decisión final. Cuanto más tiempo se mantenga en la oscuridad, mayores serán las oportunidades para todos los involucrados. No le facilitaré las cosas. No le daré una excusa para que venga aquí.
—¿De verdad cree que no puede confiar en nadie? —preguntó Harry en voz baja.
Snape tomó su taza, acunando el calor del recipiente entre sus manos.
—Por supuesto, hay excepciones. Hay algunos en los que confío más que en otros.
—¿Eso significa…?
—No lo pregunte, Potter —El tono de Snape le indicó a Harry que la conversación había finalizado.
—¿Puedo hacerle otra pregunta, señor? —preguntó Harry mientras Snape lo miraba con recelo—. ¿Cuál es su galleta favorita?
—¿Disculpe? —cuestionó Snape, perplejo.
—Es una pregunta muy simple —bromeó Harry mientras cogía un malvavisco rosado del plato y se lo metía entero en la boca.
—Tiene los modales más espantosos que he visto nunca —dijo Snape sin ninguna malicia real.
—Y una mierd… quiero decir, eso no es cierto. He visto a Crabbe comer mazorcas de maíz —rio Harry.
Snape trató de esconder su bufido en su taza de té.
—Sí, bueno, tal vez me he apresurado al afirmar esto.
—Entonces, ¿cuál es? —habló Harry de nuevo con la boca llena. Snape negó con la cabeza desconcertado cuando Harry señaló el plato.
En el plato de tamaño normal había un grupo de galletas, tanto muggles como mágicas. Algunas eran simples y duras, otras estaban cubiertas de chocolate, mientras que varias parecían diseñadas exclusivamente para ser consumidas por los niños, ya que estaban muy cubiertas de azúcar y tenían colores brillantes.
—Los elfos domésticos están siendo muy amigables hoy —dijo Snape secamente mientras examinaba las opciones—. Nunca me traen galletas.
—Las pedí yo —respondió Harry, levantando un dedo lleno de grasa y sumergiéndolo en su té.
La mano de Snape se cernió sobre el plato.
—¡Ajá! Sabía que escogería eso —gritó Harry cuando Snape cogió un rectángulo cubierto de chocolate.
—¿De verdad? —preguntó Snape mientras mordía el Tim-Tam. Agradable bizcocho, pensó. Sin embargo, difícil de encontrar, ya que se elabora en Australia Muggle.
—Sip, me da la sensación de que usted ama el chocolate —dijo Harry, agarrando a uno de los Tim-Tam antes de que Snape pudiera comérselos todos.
—Detesto el chocolate blanco —replicó Snape, de forma casual.
—A mí no me importa realmente el tipo de galleta, siempre y cuando tenga alguna —respondió Harry, sonriendo.
Snape tomó el último Tim-Tam que Harry había estado mirando fijamente. El mayor levantó una ceja y dijo:
—Los que dudan...
—Sabía que debería haber pedido más de chocolate —suspiró Harry.
—Hasta donde yo sé, se ha comido usted la mayoría. ¿No debería estar vigilando su línea, señor Potter?
Harry rio.
—¿Qué soy? ¿Un ama de casa? Soy un chico en crecimiento.
Snape sonrió brevemente.
—Sí, lo es.
Sus ojos se encontraron y Snape no tuvo ganas de dejar que su sonrisa se desvaneciera. Harry lo miró con ojos claros como si estuviera esperando algo, luego sonrió y tomó otro sorbo de su té. Snape sintió como la sonrisa desaparecía de su rostro cuando se dio cuenta de que estaba sentado con Potter, bebiendo té y conversando de una forma animada.
—Será mejor volver al trabajo —dijo Snape con voz ronca. Harry asintió.
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—Legeremens —La palabra arremetió contra el cerebro de Harry, pero logró apartarla tras de una breve lucha. Snape había comenzado a acelerar el ritmo de sus lecciones; Ahora, tan pronto como la maldición era lanzada, la apoyaba con otro hechizo para despistar a Harry.
Harry sintió como su cuerpo rebotaba en la pared, apretaba los dientes y trataba de hundirse en su mente.
Los destellos de recuerdos aleatorios que pasaban por su mente se aceleraron y se hicieron más sólidos. Los logró ocultar de nuevo, y la garganta se le tensó mientras enviaba una maldición en respuesta a Snape.
—Legeremens —gritó Snape.
—Hoy... no... Snape —murmuró Harry, y sacó a la fuerza invasora de su mente.
Cuando volvió en sí, respiraba con dificultad y sudaba profusamente. Sacudió la cabeza para quitarse el irritante líquido de los ojos. Snape se veía bastante seco, pero su pálido rostro mostraba una expresión retorcida que Harry identifico como de respeto.
—No está mal, Potter.
—Nada mal, Harry —afirmó Dumbledore desde la esquina de la habitación. Los dos hombres se giraron rápidamente, con las varitas apuntando hacia la nueva voz.
Harry exhaló un suspiro de alivio, mientras Snape entrecerraba los ojos.
—Director
—Solo quería ver los progresos de ambos —dijo Dumbledore alegremente—. Parece que las cosas van bien.
—Creo que sí —asintió Harry, secándose la frente con el dobladillo de su camiseta—. Me las arreglé para contraatacar y resistirme al profesor Snape un par de veces.
—Bien, muy bien —dijo Dumbledore, caminando hacia el centro de la habitación—. ¿Severus?
Snape hizo una mueca.
—El chico está… progresando. Ha mejorado.
Dumbledore sonrió.
—¿Me dejarías probar, Harry?
Harry devolvió la sonrisa.
—Está bien, pero estoy un poco cansado. Puede que me lleve un tiempo expulsarle de mi mente.
Dumbledore sacó su varita de la manga.
—Hazlo lo mejor que puedas, Harry —Apuntó con su varita, y de repente Harry se percató de cómo imponía la figura de Dumbledore, aquello que había convertido al anciano en un mago tan formidable, y aún temido.
>>Legeremens —dijo en voz baja, y la cabeza de Harry cayó hacia atrás con el impacto. Fue como recibir un golpe en la frente con un mazo. Sintió la mente de Dumbledore rozando la suya suavemente, aligerando las curvas. Harry respiró hondo y lo expulsó.
—Excelente, Harry, bien hecho. Y tú también, Severus —felicitó Dumbledore—. Estoy muy satisfecho con sus esfuerzos, con los de ambos.
—No se ofenda, director, pero creo que lo ha puesto muy fácil. Puede ponerlo más difícil, lo sabe. El profesor Snape es mucho más despiadado que usted.
Snape resopló y se volvió, cruzando los brazos bajo su túnica. Dumbledore arqueó las cejas.
—Parece que me han desafiado —bromeó—. Muy bien entonces. ¡Legeremens! —Esta vez la fuerza del hechizo derribó a Harry y sintió que su resistencia se desintegraba. Era como si su mente estuviera hecha de goma, y Dumbledore fuera un palo afilado que pinchaba y creaba agujeros por los cuales colarse.
Harry vio que sus sentimientos más recientes, y sus recuerdos más traumáticos, flotaban al frente de su cerebro. Umbridge se reía a carcajadas mientras Harry profanaba su propia piel con su pluma. Sirius caía a través del velo. La esfera que contenía la profecía caía y se estrellaba contra el suelo. Ron estaba siendo rodeado por un cerebro palpitante. La cabeza del Mortífago envejecía y rejuvenecía sin cesar. Snape estaba siendo atacado por Malfoy. Harry estaba gritando y vomitando. Dumbledore lo miraba y lloraba. Harry se arrojaba a la misericordia de Snape y le ofrecía la garganta.
—¡Suficiente! —jadeó y obligó al director a salir de su mente. Harry retiró las gafas de su cara y se frotó los ojos. Podía sentir un dolor punzante en su cabeza. No había tenido un dolor de cabeza como este desde aquel día en el Callejón Diagon.
—Harry, ¿estás bien? —preguntó Dumbledore, acercándose velozmente y colocando un brazo firme alrededor de su cintura.
—Sí. Sí —susurró Harry, sintiendo un peso en sus pulmones. Evitó los ojos de Dumbledore, pero miró hacia Snape, quien lo estaba observando fijamente. Harry sacudió la cabeza y volvió a ponerse las gafas—. Estoy bien.
—Lo siento, muchacho. No debería haberte presionado tanto —dijo Dumbledore con arrepentimiento. —Quizás deberías ir a ver a Madame Pomfrey
—No —respondió Harry, separándose de Dumbledore y tambaleándose en dirección al sofá, sentándose finalmente con la cabeza entre las rodillas—. Es solo un dolor de cabeza.
Oyó un tintineo de fondo y abrió los ojos para ver dos zapatos negros grandes y brillantes.
—Tome —dijo Snape secamente, entregándole un frasco sin tapón.
Harry tomó el vial y bebió, preparándose para hacer una mueca de disgusto por el mal sabor, pero se sorprendió gratamente al descubrir que no tenía ninguno.
Dumbledore se sentó junto a Harry y lo miró a los ojos.
—¿Estás bien de verdad?
Harry asintió.
Snape escrutó la forma en que se estaban comportando; intuía que había ocurrido algo importante entre esos dos.
—¿Qué está pasando?
Dumbledore le sonrió a Snape, volvió a mirar a Harry, le dio una suave palmada en la rodilla y dijo:
—Nada que te concierna, Severus. Tú, más que nadie, debes saber que algunas cosas merecen permanecer dentro de la mente.
La respiración de Harry había vuelto a la normalidad y el mareo había desaparecido.
—Supongo que no soy tan bueno como creía.
—Al contrario, Harry, resististe muy bien mi ataque. Después de todo, yo he tenido más de cien años para practicar —El anciano sonrió y se puso de pie—. Entonces me despido de ustedes, caballeros. Muy bien hecho, ambos. Y ya sabes, mi puerta siempre está abierta para hablar. Para ambos —añadió, alternando su mirada entre el ligeramente avergonzado Harry y el confundido maestro de pociones.
—Albus…
—Buenas noches, Severus. Buenas noches, Harry. Dormid un poco los dos. Cada uno de ustedes se merece un buen descanso.
Harry miró fijamente el frasco casi vacío que aún sostenía en su mano, y lo removió, haciendo girar las últimas gotas restantes cuando Dumbledore se fue.
—¿Y bien? —La voz baja de Snape hizo eco.
—¿Y bien qué, señor? —respondió Harry, dirigiendo su vista a los ojos del hombre.
Harry sostuvo su mirada; no retrocedería y no hablaría. Ya era bastante malo que lo hubiera soñado, y ahora el Director también lo sabía. No quería que nadie más conociera sus sueños enfermizos.
Snape lo miró fijamente, con su rostro impasible, y sus ojos duros. Se volvió abruptamente y caminó hacia su escritorio.
—Buenas noches, Potter —le dijo al escritorio frente a él.
—Buenas noches, señor —respondió Harry en voz baja, recogiendo sus cosas y recorriendo el camino solitario de regreso a la Torre de Gryffindor.