La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Aqua Fresca. Capítulo 2

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nienna0410
Explota calderos
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Aqua Fresca. Capítulo 2 Empty
MensajeTema: Aqua Fresca. Capítulo 2   Aqua Fresca. Capítulo 2 I_icon_minitimeJue Nov 12, 2020 4:16 pm

Esta casa se ha convertido en mi prisión y mi refugio.


Deambulo por las habitaciones y espero encontrármelo al final de cada pasillo, con una botella abierta en la mano y una sonrisa maliciosa en el rostro que me recuerda a cómo era en su juventud. Antes de que comenzara su infierno en la tierra, antes de que los años arrugaran y endurecieran sus rasgos, antes de que se volviera gris de dolor.


Dios, cuánto lo odio por dejarme, y Dios, cuánto lo echo de menos.


Nunca lo supo cuando estábamos en la escuela. Eso fue algo que nos hizo reír durante los últimos años. Durante todo ese periodo en Hogwarts, yo había sentido algo por él, algo diferente de lo que él sabía, o incluso de lo que sospechaba. Solía negar con la cabeza y asombrarse de eso; de mi constancia y de no haberse dado cuenta. Por supuesto que nunca podría habérselo dicho mientras todavía estábamos en la escuela, habría arruinado nuestra amistad. La amistad entre todos nosotros. No creo que James sospechara nada. Y Peter ...


No pensaré en él. Ahora no, no puedo darme el lujo en este momento. Pero por una vez en mi vida, puedo imaginarme cómo sería desgarrarle la garganta a alguien y no sentir ni una pizca de arrepentimiento. Y el día que suceda, mi aullido será de libertad.


Harry no sabe lo que existía entre nosotros. No sé cómo sacarlo a colación, y creo que ya ni siquiera importa. ¿Qué debería decirle?


Harry, amaba a tu padrino.


Harry, tu padrino me amaba.


Harry, todavía lo amo.


Se parece mucho a sus padres. Tengo que seguir recordándome a mí mismo que él no es ellos, no es la suma de sus partes, sino alguien nuevo y único. Parece ser un chico generoso, un chico muy amable y atento, pero no somos tan cercanos.


Harry, tu padrino y yo éramos amantes.


Una pequeña parte de mí lo culpó de la muerte de Sirius. Si tan solo... hay tantos si tan solo. Si Harry hubiera recordado los espejos. Si tan solo hubiera sido capaz de bloquear los pensamientos de Voldemort. Si Severus lo hubiera ayudado. Si Dumbledore hubiera protegido mejor a Sirius. Si yo hubiera estado allí. Si Sirius no se hubiera apresurado a acudir al rescate.


Si yo hubiera estado allí.


Si Sirius hubiera escuchado.


Si Severus no lo hubiera incitado.


Si Harry se hubiera detenido a pensar.


Si tan solo yo hubiera estado allí.


Harry, tu padrino me amaba.


Harry, todavía lo amo.



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Harry se despertó esa noche oyendo gritos. Por una vez, no eran suyos.


—Severus, por favor, cálmate. No voy a hacerte daño —decía Remus con exasperación y remordimiento. Luchaba contra el cuerpo agitado de Snape, tratando de contener al hombre sin agravar sus heridas.


—No lo hagas —gritó Snape, muerto de miedo.


Harry se quedó quieto torpemente en la puerta, con el cabello revuelto y las gafas torcidas.


—¿Profesor?


—Harry, ayúdame —pidió Remus, agarrando con fuerza las muñecas de Snape. Harry se movió lentamente hacia la cama, y colocó sus manos con cuidado sobre las rodillas de Snape, empujándolas hacia abajo para que el hombre no pudiera dar más patadas.


—¡Potter! —exclamó Snape, liberando sus manos de las de Remus y agarrando a Harry por la pechera de su pijama—. Tienes que detenerlo. ¡Tienes que hacer que escuche!


—Está bien, señor —dijo Harry, comenzando a asustarse. Su rostro estaba a centímetros del de Snape. Podía ver fácilmente los ojos salvajes recorriendo su cara, sentir su húmedo aliento jadeante en su rostro—. Todo está bien.


—No dejes que me atrape. No lo sabía. ¡No lo sabía!


—¿Profesor? —dijo Harry, mirando a Remus aterrado. Remus negó con la cabeza y suavemente separó las manos de Snape del pecho de Harry.


—No sabe lo que está pasando —respondió Remus con tristeza—. Creo que él piensa…


—¡Black, bastardo! —gritó Snape, con la voz entrecortada por la emoción—. ¡Cabrón, no me merezco esto!


—Profesor, por favor —suplicó Harry—. Todo va bien. Estás bien.


Los labios de Remus se torcieron y luchó por mantener la compostura. Snape miró a Harry como si la única persona capaz de mantenerlo cuerdo.


—¿James? —preguntó, como si fuera la primera vez que lo veía.


—No… sí —dijo Harry, viendo a Remus alejarse por el rabillo del ojo. Lupin se acurrucó contra la pared, con su espalda temblando mientras lloraba en silencio.


—James. Potter.


—Sí, profe..., Severus —Harry trató de sonreír—. Todo está bien ahora, necesitas relajarte. Tienes que acostarte de nuevo.


—Viene por mí. Me va a atrapar.


—Nadie va a atraparte. Todo fue un error. Todo está bien ahora.


—¿Dumbledore sabe lo que está pasando? —preguntó Snape, su voz inocente y llena de dolor. Harry miró la espalda de Remus. Remus no estaba sirviendo de ayuda.


Harry se mordió el labio y trató de mantener la voz tranquila.


—El director lo sabe todo. Te mantendrá a salvo. Él lo prometió.


Empujó el cuerpo sudoroso y tembloroso de Snape hacia abajo hasta que se tumbó. Snape no apartaba los ojos de él. Lupin y Black eran un recuerdo lejano.


—Duerme ahora —dijo Harry, secando una lágrima que descendía por la mejilla de Snape—. Todo está bien, te protegeré. Siri… Black no puede hacerte daño ahora. Lupin no puede hacerte daño ahora. Duérmete.


—Lupin —suspiró Snape mientras cerraba los ojos.


Remus se apartó de la pared, con sus ojos hinchados y rojos. Harry pudo ver cuánto lo había lastimado el recuerdo.


—Gracias, Harry —susurró, apoyando ligeramente una mano sobre su hombro—. Lo cuidaré yo ahora.



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Harry permaneció con nerviosismo en el pasillo en el que se encontraba la habitación de Snape. Remus había entrado hacía unos minutos, y Harry podía escuchar sus voces bajas manteniendo una conversación ligera mientras el hombre lobo entregaba las medicinas a Snape. Escuchó la cálida risa de Remus e, instantes después el hombre estaba parado frente a Harry.


—Entra, Harry, le dije que querías verlo.


—¿Recuerda…?


—No. Y pensé que era mejor no decírselo. Solo estaría aún más molesto.


Harry asintió en silencio, con los ojos muy abiertos mientras Remus bajaba las escaleras. Después de unas cuantas respiraciones profundas, Harry asomó la cabeza por la puerta y golpeó con cautela la pared interior.


—¿Profesor?


Snape estaba sentado en la cama, con la cabeza apoyada en unas almohadas que se encontraban contra la cabecera. Llevaba lo que parecía una camisa de pijama blanca debajo de su albornoz negro abierto, y Harry estaba complacido de ver que aparentemente todas sus heridas habían sido curadas. Harry vio a Snape en su mente como lo había visto la noche de su visión: la cabeza colgando de dolor, el cabello liso mojado por el sudor, y el cuerpo manchado de sangre. Harry parpadeó y miró más de cerca al hombre frente a él. El cabello no tenía sangre y le caía ordenadamente hasta los hombros. Tenía la cabeza alta y los ojos brillaban con su habitual ferocidad.


—Puedes entrar Potter. Ya me alertaron del hecho de que desea hablar conmigo. Hágalo rápido, tengo mejores cosas que hacer.


Harry entró cautelosamente en la habitación, preguntándose si debería sentarse o quedarse cerca de la puerta por si necesitaba escapar rápidamente. Snape gruñó y señaló la silla. Harry se sentó en el asiento y miró sus manos apretadas en su regazo.


—¿Y bien? —la voz fría rompió el hilo de sus pensamientos.


—Yo estaba... ¿cómo se siente, señor? —Harry se avergonzó de escuchar cómo su voz se elevaba a un tono inusualmente alto.


Snape sonrió con ironía y dijo:


—Mejor que nunca. No hay nada como un tranquilo paseo de domingo por la tarde para que la sangre de uno fluya.


Harry se sonrojó y Snape dijo:


—Continúa, idiota.


—Yo... yo… —Harry respiró hondo y decidió soltarlo todo de una vez, o de lo contrario estaría tartamudeando toda la tarde—. Quería darle las gracias, señor. Por protegerme. Vi lo que él le dijo. Vi lo que le hicieron y solo quería decirle que nadie ha hecho nunca algo así por mí, y lamento que haya pasado por eso. Lo siento mucho, señor. Y le estoy muy agradecido. Señor.


La expresión de Snape se volvió pensativa y miró por encima del hombro de Harry.


—Tu madre hizo algo así por ti.


Harry bajó la mirada hasta el suelo. Había tratado de mejorar las cosas, y Snape tuvo que ir y arruinarlo todo de nuevo. Harry no quería pensar en el pasado, en todos los errores que había cometido, en todas las cosas en las que se había equivocado. Su propósito era simple: disculparse con el hombre que le había salvado la vida una vez más, quedarse en paz consigo mismo y volver a pensar en su propia existencia. No más discusiones, no más peleas, no más dolor. Se frotó la cara con las manos duramente.


—¿Cuánto viste? —preguntó Snape bruscamente.


Harry consideró mentir, pero tenía la intención de continuar como había comenzado.


—Sólo hasta que empezaron a golpearlo, señor. Conseguí despertar mientras ocurría eso.


Snape pareció relajarse y dijo con brusquedad:


—Bien. Hay algunas cosas que no son adecuadas para que las vea un niño, incluso si ese niño es el ilustre Harry Potter.


—¡No soy un niño! —replicó Harry enojado—. No puedes haber pasado por todo lo que yo he pasado y mantener intacta la inocencia.


En lugar de aprovechar la oportunidad para insultar más a Harry (como Harry casi esperaba que hiciera), Snape parpadeó y dijo lentamente:


—Puede que tenga razón, Sr. Potter. Y no se sorprenda tanto. En algún momento de su vida, tenía que suceder, tenía que dejar de serlo. Solo puedo decir que estoy más que emocionado de ser testigo de un evento que, sin duda, ocurrirá con la frecuencia de un eclipse solar total.


Harry sonrió. La tensión abandonó su cuerpo al instante. Snape todavía era un bastardo, pero al menos en este estado de ánimo, era un bastardo divertido.


Snape miró la sonrisa de Harry con una mueca de disgusto.


—¿Algo más?


La sonrisa de Harry se desvaneció rápidamente.


—No, señor —dijo, levantándose rápidamente—. Solo quería decir... bueno, ya lo he dicho. Ahora, le dejaré solo.


Harry caminó hacia la puerta abierta velozmente, ansioso por escapar.


—Potter.


Se quedó paralizado y luego se volvió lentamente.


—Podrías haber hecho muchas cosas esa noche, pero elegiste hacer lo que pensabas que era más noble. El director me informó de que mis heridas eran bastante graves y.… bueno, no importa. Quería agradecerle Potter.


—¿Agradecerme? —repitió Harry asombrado.


—Sus acciones me salvaron la vida. Es costumbre agradecer a alguien por eso, ¿no es así? —espetó Snape.


—Sí, señor. Y no hay de qué. Yo... bueno, también me alegré. Después de todo, usted ha hecho lo mismo por mí unas cuantas veces en el pasado.


El labio de Snape se curvó.


—No seas tan blando conmigo, chico. Vamos a asumir que estamos igualados.


Harry asintió y, con una sonrisa tímida, salió de la habitación. Snape se recostó sobre sus almohadas y comenzó a contemplar las grietas en el techo.



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La tarde siguiente Harry se encontraba aburrido de nuevo. Lupin había tenido que abandonar la casa por asuntos de la Orden, Dumbledore estaba demasiado ocupado para visitarlo, Madame Pomfrey no llegaría hasta dentro de unas horas, y de Dobby, aunque divertido, estaba cansado después de una hora estando con él.


Harry llamó suavemente a la puerta cerrada de Snape.


—¿Sí? —Se escuchó una voz desconfiada.


—Soy yo, profesor. Harry Potter —respondió el joven. Tras esto, le entraron ganas de golpearse a sí mismo, molesto por su propia estupidez. Por supuesto que era él, ¿cuántos otros estudiantes había en la casa?


Tras unos segundos de silencio, la voz profunda dijo:


—Adelante.


Harry abrió la puerta y vio a Snape colocando su varita en la mesita de noche. Dudó hasta que Snape suspiró y señaló la silla nuevamente.


Snape cruzó los brazos sobre el pecho y miró expectante a Harry. Harry arqueó las cejas y le devolvió la mirada.


—Merlín, es como intentar arrancarle los dientes a un duendecillo de Cornualles —dijo Snape, frotándose el puente de la nariz con exasperación—. ¿Tiene alguna razón para estar aquí, señor Potter, o está tratando de incordiarme hasta que me muera?


Harry sonrió y se subió las gafas hasta que se apoyaron cómodamente en su rostro.


—Estaba aburrido señor, y pensé que usted también podría estarlo. Somos los únicos en la casa y pensé que tal vez podríamos hacer algo juntos para entretenernos.


Snape lo miró asombrado. Harry tragó saliva, tal vez eso no había sonado de la forma que había pretendido.


—Quiero decir —continuó rápidamente—, que estaba muy aburrido, y dicen que un cambio es tan bueno como unas vacaciones—. Incluso Harry palideció por lo patético que estaba sonando, pero de hecho, estaba diciendo la verdad. Tenía tantas ganas de un cambio de escenario que cualquier cosa que rompiera la monotonía de su situación la veía con interés.


Snape lo miró como si fuera un rastro de pus que goteaba por uno de sus inmaculados chalecos negros.


—¿Le traigo algo de comer? —preguntó Harry débilmente.


—No tengo hambre —fue la rápida respuesta.


—¿Qué tal una partida de ajedrez? Remus dice que me estoy volviendo bastante bueno.


—Qué sabia elección, señor Potter, ya que es obvio que no sé nada de estrategia —dijo Snape hoscamente.


—¿Quiere que le lea, señor? Sólo hasta que se canse, entonces me iré.


—Oh, qué pena. Yo que tenía la esperanza de que me observaras mientras dormía —contestó Snape con ironía.


Harry respiró hondo. Merlín, ¡pero qué hombre tan irritante!


—Me temo que lo único relacionado con Pociones que hay en esta casa es mi libro de texto. Siri… la biblioteca no es muy buena.


Snape dijo con acritud:


—¿Le interesa algo más aparte del Quidditch, señor Potter?


—Por supuesto que sí —respondió Harry confundido.


—Bueno, hágame un cumplido y asuma que mi inteligencia está al menos a la par con la tuya. Tengo también intereses que no están relacionados con mi empleo. Lea cualquier cosa. El mero sonido de su voz destrozando la lengua inglesa debería ser suficiente para dejar en coma a la persona que se encuentre más alerta.


Harry sonrió y sacó una revista de Quidditch muy gastada de su bolsillo trasero. La aplastó con brusquedad sobre su regazo y la sostuvo para que Snape pudiera ver su portada.


—Dios mío —suspiró Snape, y se movió hasta que estuvo cómodamente acostado de lado frente a Harry y cerró los ojos. La expresión de su rostro era similar a la de alguien que pronto se debería enfrentar a la guillotina.


Harry comenzó a leer, con vacilación al principio pero, después de que sus primeros tartamudeos no provocaran que Snape resoplara o le insultara, continuó con más confianza hasta que, después de quince minutos, Harry notó que el pecho de Snape se movía hacia arriba y hacia abajo lentamente, con respiración profunda y relajada.


Harry se levantó en silencio y se detuvo junto al hombre dormido. Las mantas se le habían resbalado, quedando su hombro destapado, y Harry, sin pensarlo, las colocó de nuevo hasta que cubrieron al hombre correctamente.


El rostro de Snape en reposo era más suave. Las profundas líneas de su cara aún eran visibles, pero no tan amenazantes cuando estaban despierto. Harry se mordió el interior de la mejilla. Ya no sabía lo que sentía por su rígido profesor, pero se alegraba de que estuviera vivo.


Harry juntó lentamente las cortinas que cubrían la ventana para que Snape no se despertara con la luz de la tarde que brillaba en su rostro. Caminó hacia la puerta y comenzó a cerrarla pero se detuvo.


—Ya no lo odio, profesor —susurró Harry, más para decirlo en voz alta que para que alguien lo escuchara.


Mientras Harry cerraba suavemente la puerta, escuchó un murmullo:


—Oh, bien.



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Tras unos días, Madame Pomfrey permitió que Snape saliera de su cama, aunque Dumbledore insistió en que permaneciera escondido. Últimamente todo había estado demasiado tranquilo, y Dumbledore temía un resurgimiento en la actividad de los Mortífagos que resultara en el descubrimiento y muerte de los dos magos ocultos. Cuando se hizo patente que Snape era capaz de moverse por sí mismo, Dumbledore le pidió a Lupin que abandonara Grimmauld Place, ya que había otros lugares y otras tareas en las que podía ayudar.


Transcurrió una semana de forma tranquila. Dobby continuaba en la casa y, aunque Harry seguía aburriéndose extremadamente, no volvió a buscar a Snape. Una cosa era alegrarse de que una persona todavía estuviera viva, y otra era buscar constante y activamente su compañía.


Por la tarde se dirigió a la biblioteca, como de costumbre, pero ese día encontró que la habitación estaba ocupada. Snape estaba sentado en una silla de respaldo alto, con una colección de libros mohosos amontonados cerca de sus pies. Tenía un volumen delgado en la mano y lo estaba leyendo con atención. Cerca había un tintero abierto y una pluma que goteaba ligeramente sobre un trozo de pergamino escrito con una meticulosa letra cursiva.


—Lo siento, señor —dijo Harry mientras entraba en la habitación—. No sabía que estaba aquí. Le dejaré solo.


—Eso no será necesario, Potter —respondió Snape sin dejar de mirar el libro—. No le molestaré y, si su única intención es hacer lo mismo, no hay problema en que sigamos ocupando el mismo espacio.


Harry lo miró con recelo, tratando de ver si estaba siendo engañado, pero el Maestro de Pociones lo ignoró. Harry se sentó en la otra silla y cogió el libro que había estado leyendo el día anterior. Si bien Transformaciones no era su asignatura favorita, era lo mejor que podía leer de entre todo lo que había en las estanterías.


Harry estaba atascado en una parte particular del texto y miró hacia arriba con el ceño fruncido. Se dio cuenta de que Snape estaba mirando a la pared con una expresión abstraída en su rostro. Era obvio que estaba profundamente concentrado, y su mano se apretaba tanto alrededor del libro que el lomo había comenzado a doblarse.


—¿Profesor? —lo llamó el joven—. ¿Profesor Snape? —repitió.


La cabeza de Snape se volvió hacia Harry. Con un pequeño movimiento de sus ojos, Harry señaló el libro en la mano de Snape. Snape miró hacia abajo y lentamente aflojó su agarre.


—¿Está bien, señor? —preguntó Harry. No sería bueno que el hombre se enfermara después de una convalecencia tan larga.


—Solo estaba pensando, Potter. Se habrá dado cuenta de que puedo hacerlo sin que mi cara se tense demasiado.


Harry sonrió y pasó la pierna por encima del brazo de su silla.


—No se ofenda, señor, pero normalmente no suele mostrar tantas expresiones. Creo que la aparición de una nueva puede lograr que la gente se sorprenda.


—¿No muestro tantas expresiones? Qué intrigante. Por favor, dígame, Potter, ¿qué dirías sobre la que tengo ahora? —preguntó Snape secamente.


—Esa es la mirada que me dice que en secreto le divierte algo que acaba de suceder, pero no hay forma de que lo demuestre, así que fingirá estar molesto por algo y le gritará a la persona más cercana que se encuentre disponible. Ya que soy el único aquí, siéntase libre de usarme —se rio Harry.


—En efecto. No me di cuenta de que eras tan magnánimo. Dime, ya que eres el experto actual en mis expresiones faciales, ¿qué otras has catalogado?


La frente de Harry se arrugó por la concentración. No estaba seguro de si debía hablar de una manera tan informal con su profesor, pero estaba en vacaciones y no podía perder ningún punto de su casa. Al menos, creía que no.


—Bueno, está tu mirada de 'Oh Merlín, ¿qué he hecho para merecerme esta clase?', la de 'no puedo creer que Dumbledore haya dicho eso', la de 'ya es hora de que alguien más preste atención a los Slytherin' y, mi favorita, porque creo que la he visto dirigido hacia mí casi todos los días que he estado en Hogwarts, la mirada de 'Estoy haciendo todo lo que está en mi poder para no estrangularte, tonto incompetente'.


Snape luchó por ocultar su diversión.


—No me había dado cuenta de que era tan transparente, o de que usted era tan experto en leer expresiones, señor Potter.


—Es un don —dijo Harry con descaro—. Entonces, ¿tienes otras expresiones?


—Una o dos —respondió Snape con cautela, y volvió a leer su libro detenidamente.



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Snape no podía dormir. Las pociones que Poppy le hacía tomar para el dolor a veces le provocaban insomnio, así que decidió buscar en los armarios de la cocina para ver si Black había dejado alguna botella de licor escondida en alguna parte. No es muy probable, conociéndolo, pensó con amargura.


Las luces estaban apagadas, así que lanzó un Lumos para ver hacia dónde se dirigía.


—Hola —dijo Harry.


Snape anuló el hechizo y bajó su varita. Harry tenía algunas velas encendidas en un candelabro ornamentado, y observó cómo éste goteaba cera sobre la mesa de la cocina.


—Al elfo no le agradará tener que limpiar eso —dijo mientras se acercaba cojeando.


—No le importará —Harry se encogió de hombros—. ¿Le apetece un té? Acabo de hacerlo.


Snape asintió con cautela y se sentó. ¡Cómo deseaba recuperar todas sus fuerzas! Estaba acostumbrado a caminar con pasos largos, no a moverse como un anciano.


Harry cogió una taza limpia de la encimera y le sirvió un poco de té, acercándole el tarro de azúcar y la jarra de leche.


—¿Me equivoco al suponer que no hay alcohol en este lugar alejado de la mano de Dios? —preguntó Snape, agregando un terrón de azúcar en la infusión humeante.


Harry sonrió.


—No es que lo haya buscado de todos modos. Puedo preguntarle a Dobby, si quiere.


—Por favor —pidió Snape, extendiendo su mano—, no despiertes a la pequeña bestia. Necesito descanso, no emociones fuertes.


Harry se sentó de nuevo y escucharon el siseo ocasional de alguna gota de agua que caía y se quemaba en la mecha.


—¿No puedes dormir? —preguntó Harry.


Snape negó con la cabeza.


—Malditas pociones —y sonrió con satisfacción ante la risa de Harry—. ¿Y usted? ¿No es un poco temprano para levantarse o un poco tarde para seguir despierto?


Harry se encorvó, rodeando la taza con sus manos.


—Es un día especial.


Snape arqueó una ceja inquisitivamente.


—Será mi cumpleaños en aproximadamente… —entrecerró los ojos mirando el reloj colgado en la cocina—…ocho minutos.


—Ah. Feliz cumpleaños entonces.


—Al menos deberías esperar hasta que pase la medianoche —se rio Harry.


Bebieron en un agradable silencio. Harry se levantó y volvió a llenar sus tazas. Snape comenzó a sentir que sus ojos se cerraban por el cansancio.


—¿Cuántos cumple?  —decidió preguntar, antes de hacer el ridículo por completo quedándose dormido frente al mocoso, roncando sobre su taza.


—Dieciocho.


—Ah.


—¿Qué, ningún tipo de consejo? ¿Ningún discurso sobre la responsabilidad adulta inminente?


—¿Cuándo ha escuchado algo de lo que le he dicho de todos modos?


—Te sorprenderías —dijo Harry con ironía.


El reloj marcó las doce y los lentos gongs anunciaron el nuevo día. Harry sonrió con nostalgia a las velas.


—Feliz cumpleaños, Potter.


Harry lo miró con sorpresa. Había olvidado que el hombre estaba en la habitación con él. Nunca antes había tenido compañía en su cumpleaños. Esperaba que lo dijera con un tono de desprecio, o de mala gana, pero Snape lo había felicitado casi como si lo dijera en serio.


—Gracias, Señor.


—¿Y la tarta? ¿No hay regalos? —bromeó Snape ligeramente.


Harry se sonrojó.


—Llegarán muy pronto. Ron y Hermione siempre me envían algo, y Hagrid también. Dobby me hizo una vez una tarta, así que supongo que sé lo que vamos a desayunar.


—Y cuando sople las velas este año, ¿qué va a pedir? —No era asunto suyo, no tenía derecho a saberlo, pero tenía curiosidad.


—Lo mismo que pido todos los años. Sólo ser feliz —respondió tímidamente, sabiendo que probablemente sonaba infantil, pero era la verdad.


—¿Recuerda que la tradición dice que no puede contarle a nadie su deseo o no se hará realidad?


—Tendrá que ayudarme a hacerlo realidad entonces, señor.


Snape se rio levemente.


—No desperdicie sus deseos en algo que nunca sucederá, Potter. No es mi trabajo hacerle feliz.


—Lo sé señor, y si no le importa que lo diga, es jodidamente bueno en eso.


Snape resopló. Se sentía cansado, por lo que se retiró a su habitación.


Harry se quedó observando cómo las velas se apagaban.



xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx



Al día siguiente, después de almorzar con Dobby en la cocina, Harry regresó a la biblioteca y se alegró de ver que Snape ya estaba allí, en el asiento que había ocupado el último día. Se saludaron con un asentimiento cortés y Harry continuó leyendo su leyendo su libro por donde lo había dejado.


Pasado un tiempo, Snape se levantó y se sentó en el escritorio situado en la esquina, pasando distraídamente el extremo de su pluma de un lado a otro sobre su barbilla mientras leía el pergamino frente a él.


—¿Trabajando duro, señor? —La voz de Harry rompió su concentración.


—Sí, lo estoy. Estoy intentando reescribir algunas de las obras de Shakespeare. No me gusta cómo se desarrolló Macbeth.


—Cuando hayas terminado con esa, ¿puedes probar con Romeo y Julieta? Pienso que el final es un poco inverosímil —bromeó.


Snape claramente no sabía qué era más inusual: que Harry hubiera leído a Shakespeare o que lo hubiera entendido.


—¿Es siempre tan sarcástico, señor, o solo cuando ha estado enfermo? —preguntó Harry, acercándose a la mesa.


Snape no se molestó en responderle. Harry intentó ver discretamente lo que el hombre estaba escribiendo en el pergamino.


Snape suspiró.


—Señor Potter, ya que se muestra tan ansioso por leer algo que claramente no es de su incumbencia, tal vez simplemente tendría la cortesía de preguntarme si puede meter su gran nariz en mis asuntos.


Harry luchó por no mostrar una sonrisa en su rostro.


—Señor, ¿puedo meter mi gran nariz en sus asuntos?


Snape suspiró de nuevo.


—¿Por qué no?, ya que sin duda encontrará una manera en el futuro de invadir mi privacidad nuevamente.


Harry se congeló ante la insinuación.


—Yo... no era mi intención hacer algo así, señor. No quiero volver a hacerlo.


Los ojos de Snape se entrecerraron.


—¿Entonces admites que lo que hiciste en el pasado fue una invasión, una invasión muy grande de mi privacidad?


Harry bajó los ojos con ira y vergüenza.


—Sí, señor. Lo siento.


La voz de Snape era áspera.


—Pedir perdón nunca ha cambiado nada, muchacho, y cuanto antes te des cuenta de eso, antes esas palabras no tendrán ningún poder sobre ti.


Harry se movió para salir de la habitación, pero Snape lo agarró con fuerza por la muñeca.


—Detente. Solo un hombre necio no aprende de sus errores ni intenta actuar en consecuencia. Siéntese. Lea. Piense.


Tras esto, Snape introdujo el pergamino en la mano de Harry y soltó su muñeca.


Harry tomó el pergamino con cuidado, inseguro de lo que iba a encontrar en él. Se acercó a la ventana para que la luz de la tarde lo iluminara. Parecía ser un poema de algún tipo.




A la una, el recipiente lo contiene.
A las dos, el recipiente se afila.
A las tres, es un anhelo.
A las cuatro, es una necesidad.
A las cinco, los sentidos se despiertan.
A las seis, las pasiones estallan.
A las siete y siete y siete,
El recipiente debe verterse o será condenado.
*




Harry lo volvió a leer. No parecía tener mucho sentido; era solo un poema sobre un recipiente de algún tipo. Levantó la cabeza y se encontró con la mirada penetrante de Snape sobre él.


—¿Y bien? —preguntó el profesor con cautela.


—Realmente no lo entiendo, señor. Suena como si estuviera hablando de un cuenco, una taza o algo así. Y no estoy seguro de lo que significan los números. ¿Horas, tal vez?


Snape asintió lentamente.


—No está mal Potter. No está mal.


Harry se sintió confuso; el profesor nunca le había dedicado ningún elogio. De hecho, no podía recordar la última vez que Snape le había dicho algo remotamente agradable a alguien que no fuera de Slytherin.


—¿Sabe lo que significa, profesor? —preguntó, ardiendo de curiosidad ahora.


El rostro de Snape se quedó en blanco, la mirada de desconfianza que Harry estaba acostumbrado a ver hizo su reaparición.


—Es una descripción de una maldición, Potter, una muy oscura. Parece que mi último encuentro con el Señor Oscuro no me dejó completamente ileso.


—Oh, ¿te refieres al...? —Harry se tapó la boca con las manos y abrió los ojos como platos al darse cuenta de su metedura de pata.


El rostro de Snape comenzó a adquirir cierto color cuando apretó la mandíbula.


—¿Qué quieres decir? —siseó.


—Yo ... eh ... nada, señor —tartamudeó Harry. Su propósito anterior de ser siempre completamente honesto con Snape se esfumó cuando el hombre frente a él se transformó en su habitual personaje de Maestro de Pociones Diabólico.


—¡Mentiroso! —gritó Snape mientras caminaba hacia Harry, deteniéndose solo cuando estuvo tan cerca que el joven tuvo que estirar el cuello para mirarlo a los ojos—. Dime a qué te refieres —dijo Snape con furia calmada.


—Lo siento señor, no quise…


—Basta de inútiles disculpas. ¡Habla! —aulló Snape.


—Yo... yo sé lo del vampiro —susurró Harry, con la cara ardiendo de vergüenza mientras cerraba los ojos.


Por unos segundos, Harry pudo escuchar el sonido de la respiración rápida de Snape y luego, con el sonido de un ligero tropiezo, el hombre abandonó la habitación.


Harry se sentó lentamente en una silla, una vez más angustiado porque sus esfuerzos por lograr una especie de paz con Snape eran obviamente inútiles.



xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx



Harry no vio a Snape el resto del día. Después de preguntarle a Dobby, descubrió que el hombre se había retirado a sus habitaciones, vetando la entrada del elfo a su cuarto.


A la mañana siguiente, Harry no se movió de su habitación, y cuando Dobby le trajo la comida, le informó de que todo seguía igual.


El maestro de pociones no fue a la biblioteca esa tarde.


Al día siguiente, como Harry aún no había visto a Snape, fue a su habitación y golpeó bajito la puerta. Al no escuchar respuesta, se aventuró a entrar. La habitación estaba vacía.


Snape se había ido.





*En el original:
By one, the vessel carries.
By two, the vessel keens.
By three, it is a yearning.
By four, it is a need.
By five, the senses waken.
By six, the passions flare.
By seven and seven and seven,
The vessel must spill or be damned.

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