La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

  El amor que salvó un reino. Capítulo 22. Y comienza la batalla

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alisevv

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MensajeTema: El amor que salvó un reino. Capítulo 22. Y comienza la batalla    El amor que salvó un reino. Capítulo 22. Y comienza la batalla I_icon_minitimeMiér Mar 09, 2016 5:49 pm

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Castillo de Piedra
Anktar



—Vaya, ¿a qué debo el dudoso placer de tu visita?— preguntó Lucius Malfoy con ironía, mirando con el ceño fruncido al hombre parado frente a él —. Si tu amo te mandó a presionarme, puedes decirle que muy pronto voy a conseguir todos mis propósitos, que tenga un poco más de paciencia.

—Sí, ya me enteré sobre tus nuevos huéspedes— replicó el otro con una sonrisa desdeñosa—. Supongo que piensas que con ellos bajo tu dominio, la balanza de la guerra se está inclinando a tu favor. Pero yo que tú no estaría tan confiado.

El hombre rubio se enderezo, mirándolo como si se tratara de una cucaracha.

—Me importa muy poco tu opinión— la mirada de desdén se mezcló con un destello de curiosidad—. ¿Y cómo lo averiguaste tan rápido?

—Tengo mis modos. Además, debo decirte que tus cortesanos son una bola de chismosos.

Lucius se relajó nuevamente.

—Sí, supongo que a estas horas ya debe haber corrido la voz por todo el reino. Mejor, así sabrán que conmigo no se juega, y los tontos que apoyan a mi estúpido hermanastro correrán a esconderse como conejos.

Antes de contestarle, el hombre se sentó en un cómodo sillón y estiró las piernas.

—Lucius, caramba, cada vez eres peor anfitrión— comentó, cambiando de tema—. ¿No me vas a ofrecer algo de tomar?

—Sólo atiendo a mis invitados y tú no lo eres— replicó el otro con acritud—. Mira, Crounch, estoy cansado, así que di de una buena vez a qué has venido y lárgate.

—Pero que modales— el hombre esbozó una sonrisa irónica—. Y eso que voy a liberarte de una pesada molestia. Vine a llevarme a Blaise.

—Estupendo. No es una gran molestia, en verdad, pero prefiero que si algo le pasa a ese muchacho, sea tu responsabilidad y no la mía.

—Espero que esté en buenas condiciones— el tono de Crounch era de advertencia.

—Está vivo, que es bastante— Lucius se levantó, dando por concluida la entrevista. Pensaba que al fin tenía a Severus y los rebeldes en sus manos y ello le daba una nueva seguridad ante el enviado del Sultán—. Puedes llevártelo cuando quieras. Ahora, si me disculpas.

—Un momento— la voz de Berty Crouch sonó acerada—. Supongo que ahora crees que tienes todo a tu favor, pero recuerda que muchos de los hombres que están a tu servicio, se volverían contra ti con sólo una de mis palabras. No te conviene ponerte contra mí, y mucho menos contra el Sultán de Mejkin.

Lucius lo miró con dureza largo rato, pero al fin cedió. Tenía razón, momentáneamente aún estaba en sus manos, pero cuando se casara con el mocoso inglés y fuera apoyado por la gran Inglaterra, uno de los reinos más poderosos del mundo, él cobraría viejas cuentas.

—¿Qué más quieres?

—Eso está mejor— replicó el otro con satisfacción—. Supe que tu hijo también está aquí, y habías aceptado entregárselo al Sultán.

—Y no pienso desdecirme— replicó el rubio, al fin y al cabo eso le daba absolutamente igual—. Puedes llevártelo también.

—Bien— el enviado del Sultán se levantó del asiento—. Mañana temprano partiré hacia Mejkin con ellos dos. Por esta noche, te agradecería me ofrecieras albergue en tu fastuoso palacio— recalcó las palabras con irónico desdén.

—Duerme donde quieras— Lucius señaló la puerta—, pero, por favor, deja de fastidiar hasta que me deshaga de Severus Dumbledore y tome el completo control del país, ¿si?



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—Severus, ven por favor, Severus.

—Dios, empezó a delirar de nuevo— musitó Draco, mientras acunaba el cuerpo de su amigo tratando que se tranquilizara.

—¿Volvió a subirle la fiebre?

—Sí. Está hirviendo.

—¿Por qué no le das otra dosis de poción?

—Todavía no es tiempo. Rowena dijo que cada dos horas y falta media hora. Mejor dame el paño que estás enfriando.

Blaise tomó el paño húmedo que estaba posado sobre la fría roca que formaba el piso y se lo entregó.

—Por primera vez desde que estoy aquí me alegro que estas mazmorras sean tan frías— comentó, observando como Harry dejaba de murmurar y parecía serenarse.

—Sí, yo también.

—Draco, espero que el Príncipe se apure, si tarda mucho no sé si Harry logrará salir de ésta.

El joven rubio alzo la cabeza y lo miró, pero fue incapaz de emitir palabra. Sólo pudo dejar que su corazón rogara porque la ayuda llegara pronto, ya que Blaise Zabinni tenía toda la razón.



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Bosque Perenne
Afueras de Anktar



En un pequeño descampado del bosque, rodeado de árboles, los principales jefes de la misión de rescate y recuperación del trono se sentaban con los rostros serios y concentrados, mientras observaban como Severus, usando una rama, dibujaba un mapa en la tierra.

—Aquí está Anktar, y al otro extremo, prácticamente en línea recta desde el punto que nos encontramos ahora, está ubicado el Palacio de Piedra— explicaba el Príncipe en ese momento, a favor de los extranjeros, al tiempo que dibujaba varios círculos en la tierra—. Primero, vamos a enviar varias carretas con pólvora y a colocarlas en puntos estratégicos alrededor del palacio— dibujó varios círculos más pequeños.

—¿Tienen suficiente pólvora?— indagó Scrimgeour.

—Sí, la estábamos reservando para este momento. El palacio debe estar cerrado a cal y canto, y es la única forma en que podremos derribar sus defensas— explicó Severus antes de seguir desarrollando su estrategia—. Dos horas después de la partida de la pólvora, saldremos nosotros. Sirius, el Capitán Scrimgeour y Theodore— señaló a los aludidos—, partirán con el objetivo de atacar por el flanco derecho. Llevarán las tropas del Capitán y nuestros hombres procedentes de la región Este.

>>Neville, tú y tu gente avanzarán por el flanco izquierdo. Te acompañarán Remus, Charlie y Alastor, y nuestros hombres de las montañas del Oeste— los designados asintieron en silencio.

—Yo avanzaré por el centro, atravesando Anktar, junto con Zulub Hagrid y Bill, los moribs y nuestra gente de las Montañas Nubladas.

—¿Atravesarán Anktar?— inquirió Scrimgeour, frunciendo el ceño—. ¿No sería mejor que también avanzaran por uno de los flancos? Sería más rápido.

—En principio tiene razón, pero en Anktar se ocultan muchos de los mercenarios de Lucius, y no quisiera que éstos nos atacaran por la espalda más tarde. De esta manera, vamos a tardar más pero será más seguro.

—¿Y cómo haremos con el hospital de campaña?— preguntó el doctor Karkaroff, quien también se hallaba presente.

—Quiero que se adelanten junto con las carretas de pólvora y lo instalen en un lugar apropiado. Pero mucho cuidado— advirtió con tono perentorio—; deberá ser un lugar protegido, y no demasiado cerca de la zona del castillo. No quiero que ninguna de las damas corra peligro. ¿Quedó claro?

—Sí, Su Alteza.

—Bien, ¿alguna pregunta?

Todos negaron con la cabeza.

—En ese caso, Sirius y Bill, encárguense de enviar las carretas con la pólvora y las armas que tenemos almacenadas, que partan a la brevedad. Doctor, por favor, hable con las damas y partan también. El resto, preparen a sus hombres, salimos en dos horas.



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Buque HMS Prince
Canal de la Mancha



El enorme navío de la marina inglesa se balanceaba suavemente en el tranquilo mar, en medio de un cielo plagado de brillantes estrellas. Apoyado en una de las barandillas de estribor, James Potter enfocaba su mirada en un punto inexistente, sus pensamientos y su corazón a muchas millas de ese lugar.

—La noche está deslumbrante— escuchó una ronca voz a su lado.

James asintió brevemente.

—Está todo tan tranquilo, como si no hubiera problemas y la vida fuera como este mar, tranquilo y sereno.

—A veces también hay tormentas, James. Pero por muy fuertes que éstas sean, siempre pasan, y después el mar recupera esta calma.

El Marqués se giró hacia su suegro y lo miró fijamente, la angustia inundando sus ojos.

—Estoy tan preocupado, Patrick. Y si a alguno de los muchachos le pasa algo, ¿qué vamos a hacer?

El Conde de Lupin presionó su hombro con afecto pero no contestó. Simplemente, se recostó en la barandilla del buque y también perdió su mirada en el mar profundo. Él tampoco sabía qué haría si eso llegaba a pasar.



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Ciudad de Anktar
Moribia



Como acertadamente había supuesto, en cuanto Severus y sus hombres entraron en Anktar, de muchas de las cuidadas viviendas de la ciudad comenzaron a salir hombres armados, que los atacaron sin piedad. Pronto, el ruido de los disparos y el olor a pólvora impregnó hasta el último rincón.

Asustados, muchos de los parroquianos cerraron puertas y ventanas a cal y canto, esperando que aquel pandemonium pasara lo antes posible. Sin embargo, otros tantos, que estaban en contra del usurpador pero que hasta entonces no se habían atrevido a luchar abiertamente contra él, se sintieron apoyados y salieron armados con lo primero que encontraron.

Pero a pesar de la útil e inesperada ayuda, la pelea en la ciudad se hacía cada vez más fuerte, evitando el avance de Severus, que ansiaba llegar al Palacio de Piedra lo antes posible.

El Príncipe había bajado de su montura y, cubierto tras una pequeña tapia, se batía a tiros con varios enemigos, cuando un morib corrió pisando los cuerpos caídos y se acercó a él.

Zulub Hagrid dice que siga— gritó para hacerse oír entre el ruido de los disparos—. Nosotros nos quedaremos aquí.

Severus lo miró, vacilante. Era imprescindible que continuara avanzando y ya quedaba poca distancia al palacio, pero no quería dejar a nadie en medio de esa locura.

>>No lo dude— volvió a hablar el morib—. Llévese a sus hombres, protegeremos su retirada y los seguiremos en cuanto terminemos aquí— al ver que Severus seguía reticente, el hombre presionó—. Usted debe llegar al palacio y organizar el asalto. Zulub Hagrid también es un jefe y sabe lo que hace. Váyase ya.

Cuando el Príncipe por fin asintió, el morib se levantó e hizo una seña. Mientras los montañeses distraían a los atacantes, Severus salió y montó en su caballo, haciendo una señal a su vez a Bill, indicando que iba a avanzar. Pronto se abría paso en medio del fuego cruzado, siendo seguido con premura por el pelirrojo y varios de sus hombres.

Luego de un accidentado camino, llegaron cerca de las murallas del Palacio de Piedra, que ya estaba siendo atacado por todos sus flancos y siendo defendido a sangre y fuego desde lo alto de las murallas protectoras.

De inmediato, enfiló su cabalgadura hacia el lugar desde donde Sirius atacaba, protegido por una barricada de árboles. Bill Weasley lo siguió y el resto de los hombres se distribuyeron por el lugar.

—¿Cómo está la situación?— preguntó en cuanto llegó junto a su mejor amigo.

—El grupo de Scrimgeour y Theodore lograron colocar varias cargas de pólvora y deteriorar fuertemente la estructura en el lateral del castillo, pero es roca viva, es prácticamente imposible entrar por allí. Neville tampoco está teniendo éxito con las murallas de la izquierda. Estamos dando buena cuenta de los hombres de Lucius que están fuera del castillo, pero varios de los nuestros también han caído. Además, eso tampoco ha sido de ayuda para traspasar las barreras.

—Debemos volar las puertas— musitó Severus, casi para si mismo.

—Exacto, pero hasta ahora ha sido imposible siquiera acercarnos para colocar cargas de pólvora, varios de los nuestros ya lo han intentado infructuosamente, han resultado un blanco fácil desde allá arriba.

—Tenemos que lograr volar esa puerta, es nuestra única posibilidad— insistió Severus, y Sirius y Bill no tuvieron más remedio que estar de acuerdo.



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Castillo de Piedra
Anktar



—¿Cuál es la situación?— Lucius escrutaba el rostro pálido de su lugarteniente, sin dejar traslucir el oscuro temor que le estaba embargando.

—Tienen rodeado el castillo, pero las murallas todavía permanecen incólumes, Su Majestad.

—¿Pero cómo es posible que hayan llegado hasta nuestras narices y ustedes, bola de ineptos, ni siquiera se dieran cuenta?

—Atacaron por sorpresa— se defendió el hombre.

—¿Y para qué tenemos gente de guardia?

—Los guardias dieron aviso, Su Majestad, y nuestros hombres salieron a pelear, pero son demasiados.

—¿Cómo que demasiados? Los que apoyan a mi hermanastro son apenas un puñado de andrajosos.

—Las tropas de Severus Dumbledore son fuertes. Por lo que se ve, concentró a su gente de todo el país, y además…— se detuvo y miró a Lucius con precaución, nunca se sabía cómo el hombre rubio podía reaccionar ante las malas noticias, y las que estaba a punto de darle eran pésimas. Por precaución, elevó su mano disimuladamente hasta colocarla en su cintura, cerca de su arma—…. está apoyado por tropas inglesas.

—¿Ingleses?— el atractivo semblante del malvado hombre enrojeció de furia—. ¿Cómo que ingleses? No es posible.

—Lo siento, Su Majestad, pero hay tropas inglesas apoyándolo.

Lucius se dejó caer en un sillón, frunciendo el ceño. Momentos después, volvió a fijar su acerada mirada en McNair.

—Vete y detén a ese desgraciado y a toda su tropa de piojosos.

—Pero Su Majestad…

—Ve ahora mismo— el rubio se levantó y se acercó al otro, siseando en voz aterradoramente baja—. Vete y no regreses hasta que traigas la cabeza de Severus Dumbledore en una bandeja, ¿quedó claro?

Cuando su subordinado se fue, Lucius se dejó caer nuevamente en un sillón. Desde que todo eso había empezado, jamás se planteó la posibilidad de que algo así pudiera ocurrir, todos sus planes derrumbándose como un castillo de naipes.

Estuvo largo rato en esa posición, inmóvil, con aterradoras imágenes donde era atrapado y encarcelado en una inmunda mazmorra por el resto de su vida. No podía permitirlo, primero se mataba… o mataba a alguien más. Lo sacó de su ola de auto conmiseración el ruido de la puerta al abrirse bruscamente.

—¿Qué haces aquí tan tranquilo?— la voz de Barty Crouch era aguda, producto del temor que le embargaba—. Deberías estar allá afuera, defendiendo el castillo. Cuando esa gente entre estaremos perdidos.

—No van a entrar— replicó el otro, sin mucho convencimiento.

—¿Eso te han dicho los lameculos que te rodean?— Lucius dio un respingo pero no contestó—. Escúchame, idiota, nue…

Antes que el otro pudiera terminar lo que iba a decir, Lucius metió la mano en la gaveta de su escritorio, sacó un arma y le apuntó directamente a la cara.

—No me vuelvas a llamar idiota o…

—¿O qué?— Crouch estaba demasiado desesperado para temer la fútil acción del hombre frente a él, sabía que el ataque era una amenaza mucho más seria—. ¿No te has dado cuenta que todo está perdido? Tarde o temprano esa gente entrará, te lo aseguro. Debemos escapar.

—¿Y cómo se supone que escaparemos, genio? El castillo está rodeado.

—Sé que hay varios pasadizos aquí, yo mismo seguí a una mujer vestida de negro por uno de ellos el día que tomaste el castillo. Y de ese modo también escapó el legítimo heredero.

—No lo llames así— espetó Lucius con furia.

—Vale, como quieras, pero aquí hay varios pasadizos, podríamos escapar por uno de ellos.

—Que yo sepa, los únicos que dan al exterior van directo a las caballerizas.

—Hay uno que llega mucho más lejos— se escuchó una voz de mujer a sus espaldas, y ambos se giraron para encontrarse con Minerva McGonagall, que los miraba con una sonrisa perversa y un recipiente en la mano.

—¿Más lejos?— Lucius se acercó hasta ella y la miró fijamente—. ¿Hasta dónde?

—Varias millas hacia el Este, lejos de la batalla.

—¿Y cómo llego a ese pasadizo?

En lugar de contestar, la mujer rio perversamente y le mostró el frasco que llevaba en la mano.

—Ya lo hice— comentó, satisfecha.

—¿De qué demonios hablas?— Lucius la zarandeó con fuerza—. ¿Dónde está el pasadizo?

—Es la poción abortiva para destruir al engendro, al nieto de Eileen. Él no debe nacer.

—Ya le darás eso cuando nos digas el lugar del maldito pasadizo.

—No— la mujer movió la cabeza con vehemencia—. Antes.

Lucius resopló. Era claro que esa loca no iba a desistir de su empeño, a menos que la convenciera.

—El inglés está vigilado, y no voy a permitir que llegues hasta él a menos que me muestres la salida.

—Tú me dijiste que podía darle el abortivo— la mujer lo miró con los ojos inyectados de locura—. Debes cumplir.

—Lo haré, cuando tú cumplas lo que yo te pido— mientras hablaba, hizo un rápido movimiento y le arrebató el recipiente.

—Devuélvemelo— chilló la mujer, mientras se abalanzaba sobre Lucius, en un infructuoso intento por recuperar su precioso tesoro. El hombre la contuvo fácilmente con su mano libre.

—Te lo devolveré en cuanto me muestres la salida. Luego que escape puedes hacer lo que te venga en gana con ese muchacho.

La furia en la mirada de la mujer se convirtió en una ira asesina, pero viendo que no podía hacer nada contra la fuerza del hombre, asintió, aceptando.

>>Perfecto— Lucius sonrió con satisfacción, un escape era la respuesta a sus problemas, al menos por ahora—. Vamos entonces.

—Espera— la mano de Crouch lo detuvo por el brazo, y Lucius se giró a mirarlo, interrogante—. ¿A dónde vamos a ir?

Lucius se quedó un rato pensativo, barajando posibilidades. El tal Crouch era una maldita molestia, pero probablemente era su única oportunidad de salir bien librado del actual lío, no veía otro sitio hacia donde huir que Mejkin.

—A Mejkin— declaró finalmente, mirando a su interlocutor—. No hay otra alternativa.

—En ese caso, debemos llevarnos a Blaise, y de ser posible, también a tu hijo.

—¿Qué? Eso es imposible, nos retrasarían demasiado.

Crouch se acercó a Lucius y lo miró fijamente.

—A menos que quieras que el Sultán nos mate en cuanto pongamos un pie en su palacio, es mejor que me hagas caso— su voz era sibilina, con un claro tono de advertencia—. Blaise Zabinni es su única posibilidad de perpetuarse en el trono de Mejkin, y no estoy dispuesto a enfrentar su furia por haberlo dejado atrás.

—Vale, nos llevamos al tal Blaise— aceptó Lucius de mala gana, los argumentos del otro sonaban bastante lógicos.

—También a tu hijo.

—¿Y Draco para qué?— clamó el hombre rubio, exasperado—. No me importa qué pase con él, pero Draco es un hombre de múltiples recursos, puede hacer nuestra fuga muy complicada.

—Escucha, Lucius. Al llevar a Blaise, no estamos haciendo otra cosa que regresarle lo que es suyo. Pero el Sultán ha invertido mucho en esta guerra para terminar con las manos vacías. Es un hombre… digamos que lujurioso, y tu hijo un muchacho muy hermoso. Sólo espero que considere que Draco es una buena compensación por todo lo perdido.

—¡Demonios!— renegó Lucius antes de girarse hacia la mujer—. ¿Dónde está la salida?

—¡Devuélveme mi poción!

—Ya te dije que lo haré en cuanto escapemos.

—Entonces te lo diré.

—¡Maldición, obstinada mujer!— Lucius la miró con fuertes deseos de apretarle el cuello hasta dejarla sin aliento, pero la necesitaba—. Al menos dime donde queda el pasadizo y nos encontraremos allí— al ver que Minerva lo miraba desconfiada, prosiguió—: Tú eres quien sabe la ubicación y cómo abrir la puerta secreta, y a mí me importa un bledo lo que hagas después con el inglés, así que obedece por una maldita vez y dime dónde está.

—Y sugiero que se decida rápido, no creo que nos quede demasiado tiempo.

Luego de un rato, la mujer encajó las mandíbulas y gruñó.

—Está en las cocinas.



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Exterior del Castillo de Piedra
Anktar



—¡Ey, miren eso!— comentó Charlie, señalando un punto en la retaguardia. Alertados por la exclamación, Severus y Sirius giraron, tratando de vislumbrar en medio del humo y el polvo circundante, aquello que tanto había llamado la atención al pelirrojo.

Desde el camino que venía del centro de Anktar, una comitiva se acercaba con paso solemne, ignorando el fuego cruzado que había en el lugar, como si no les importaba nada más que el objetivo que les guiaba en ese momento.

Cuatro jinetes avanzaban, controlando a sus cabalgaduras para que no se encabritaran a causa de las explosiones y los gritos, o del sofocante olor que impregnaba el aire. En medio de ellos, un semental más grande y brioso que los demás, la cabalgadura de Zulub Hagrid, y sobre ella, un montañés sosteniendo el cuerpo inerme de quien ellos consideraban su legítimo gobernante.

Como si a su paso la lucha se detuviera, respetuosa ante el mudo dolor que evidenciaban las acciones, el pequeño grupo logró llegar hasta el lugar desde donde Severus los observaba.

La comitiva se detuvo y dos de los moribs bajaron a Zulub Hagrid y, casi con veneración, lo acostaron cuidadosamente en la tierra. Al instante, Severus se acercó y se arrodilló junto al corpulento hombre.

Zulub Hagrid — musitó mientras pasaba un brazo por debajo de su cuello y levantaba ligeramente su cabeza.

En cuanto observó la palidez cadavérica del montañés y éste fijó en él sus ojos idos, confirmó su primera impresión: el hombre estaba muriendo. Sin embargo, musitó, animoso:

>>Aguante, Hagrid, el doctor Karkaroff le curará.

Ya no hay… cura posible… para mí— el hombretón hablaba con dificultad—. Pero no me… importa— se detuvo presa de un dolor más agudo y jadeó, antes de hablar nuevamente—. No hay n… nada mejor… para un guerrero qu… que morir en… batalla… ¿cierto? — Severus sólo asintió—. Mis moribs... —Zulub Hagrid se interrumpió y rectificó—. Nuestros moribs… van a recuperar Anktar… ya casi lo lograron… y usted… va a ganar. So… sólo quiero pedi… pedirle que cuando gane… cuide de mi gente… también— el hombre tosió, votando un buche de sangre. Severus tomó un pedazo de tela que le entregaron y lo limpió con cuidado—. Permítales que… sigan viviendo como... — una nueva tos y otro jadeo de dolor—… como hasta ahora… Que puedan conservar nu… nuestras costumbres y… vivir en paz— Zulub Hagrid alzó la mano y la puso sobre un brazo de Severus—. ¿Me lo promete?

Severus lo miró con respeto y asintió.

—Se lo juro.

Los ojos del rudo montañés emitieron una última luz de vida y esperanza, antes que los párpados los cubrieran para siempre.



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Castillo de Piedra
Mazmorras



—¿Cómo te sientes?— preguntó Draco, mientras retiraba un húmedo mechón negro de la frente de Harry.

—No muy bien— contestó el otro con voz débil.

—Es porque la fiebre está subiendo nuevamente. Toma un sorbo de agua.

Harry obedeció, antes de enfocar sus tristes ojos verdes en su amigo.

—Estoy mal, ¿verdad?— al ver que Draco iba a hablar, seguramente para decirle que no hablara tonterías, Harry se le adelantó—. No lo niegues, no soy tonto. Lo peor es que mi bebé morirá conmigo— una lágrima se deslizó por su mejilla—. Como pude ser tan irresponsable como para arriesgar la vida de mi niño, Severus no me va a perdonar. Me va a odiar aunque esté muerto.

—No, Harry, como dices eso— Draco lo abrazó contra si y lo acunó en sus brazos—. Tú no tienes la culpa de nada, el único culpable es el desgraciado que nos hizo esto. Y no vas a morir, mi tío ya debe venir en camino. Y pronto vendrá Godric con más poción para bajarte la fiebre— se escuchó un ruido en la puerta y el joven rubio sonrió—. ¿Ves? Ya está aquí, y es posible que la sanadora venga con él.

Pero su sonrisa murió cuando en el umbral de la puerta no apareció el buen anciano, sino la figura esbelta y maligna de Lucius Malfoy. Instintivamente, Draco estrecho a Harry más cerca de si, como intentando protegerle.

Con repugnancia, el joven rubio notó que tras su progenitor entraba Barty Crouch, quien lo observó fijamente con la expresión lasciva ya habitual en él cada vez que lo miraba. Lucius paseó la vista por la lúgubre mazmorra y después también miró a su hijo.

—Que bajo has caído, encerrado en esta inmundicia cuando podías estar a mi lado, rodeado de lujos.

—Prefiero la honesta inmundicia de este calabozo, a la asquerosidad de la vida a tu lado.

—Ya veo, lo malo para ti es que vas a tener que soportarme, pero trataré que sea el menor tiempo posible, te lo prometo— miró a Blaise, que estaba sentado en el suelo, la espalda apoyada contra una de las paredes de la celda—. Y tú también vas a venir con nosotros, así que prepárate.

Mientras el muchacho de piel oscura se levantaba con cautela, Draco enfrentó a su padre.

—¿A dónde vamos?

—No tengo por qué darte explicaciones— lo miró con sus acerados ojos entrecerrados—. Pero prepárate, el camino es largo.

—Pero Harry está muy enfermo, no va a poder.

—Nadie dijo que él fuera a venir.

—No pienso ir a ninguna parte dejando a Harry aquí solo— declaró Draco, rotundo.

—Yo creo que sí— Lucius sacó un revolver y apuntó a su hijo—. Y rápido, no tengo demasiado tiempo— la mano del hombre hizo un ligero movimiento y el arma fue a apuntar directo al corazón de Harry. Cuando el usurpador amartilló el revolver, se escuchó la voz suplicante de Draco.

—Espera, no dispares— con cuidado, se separó de Harry. Éste, demasiado mareado para sostenerse en pie, se deslizó hasta quedar recostado en el duro catre.

—Párate al lado de ése— ordenó Lucius, sin dejar de apuntar al joven de ojos verdes—. Crouch, amárralos.

El aludido sonrió perversamente y procedió a amarrar las manos de ambos a sus espaldas, y cuando tocó el turno de Draco, dejó resbalar su mano hasta la entrepierna del muchacho, en una ruda caricia que al joven le produjo arcadas de asco, al tiempo que se acercaba a su oído y lamía su cuello.

—Este viaje va a ser realmente divertido.

Blaise se removió de impotencia intentando liberar sus manos, y Harry trató de incorporarse en un inútil intento por impedir la agresión a su amigo.

—Déjelo en paz, desgraciado— lamentablemente, su voz salió mucho más débil de lo que hubiera querido.

—Uyy, mira como tiemblo de miedo— se burló Crouch mirando a Harry, al tiempo que volvía a tocar la entrepierna de Draco.

—Creo que será mejor que lo dejes— aconsejó Lucius, ignorando a todos los demás.

El otro se separó y lo miró, confundido.

—Pensé que tu hijo no te interesaba.

—A mí, nada, pero quiero sobrevivir cuando lleguemos con tu jefe, y no creo que le agrade que su regalo no esté ‘intacto’.

—No te preocupes, hay muchas formas de jugar con los regalos sin que el jefe se de cuenta.

—Tal vez, pero por lo pronto tenemos que irnos— miró a los jóvenes—. Van a ir delante de nosotros, y sugiero que no intenten escapar. Si alguno de los dos lo logra, el otro pagará las consecuencias, ¿quedó claro?

—Por favor, déjelos— suplicó Harry, en un último e infructuoso intento—. ¡Draco es su hijo, por Dios!

Los acerados ojos de Lucius lo miraron fijamente.

—Es una lástima, eras realmente deseable, hubiera sido muy gratificante hacerte mío— deslizó la mirada por la temblorosa figura que ni siquiera podía sostenerse sentado—. Pero ahora… No te preocupes por estos dos, creo que tus problemas son infinitamente mayores.

Y mientras un nuevo espasmo agitaba su cuerpo, Harry tuvo que reconocer que Lucius Malfoy tenía razón, él y su bebé se encontraban en un problema realmente enorme.



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Exterior del Castillo de Piedra
Anktar



—Apunten a lo alto de la muralla— gritaba Neville—. Trataremos de poner una nueva carga de pólvora en la base.

—No creo que sirva de nada— contestó Remus—. Ya hemos puesto demasiadas cargas sin éxito, las murallas son muy gruesas, la única posibilidad es derrumbar las puertas.

—Sí, pero la gente de Severus lo ha intentado infructuosamente, el ataque en la zona central es muy fuerte, acercarse a esa zona sería un suicidio.

Alastor Moody, que se encontraba cerca del lugar donde dialogaban ambos hombres, miró alrededor, estudiando la situación. De pronto, su único ojo se detuvo en una de las carretas, que todavía cargaba una gran cantidad de pólvora, y una peregrina idea asomó a su cerebro. Pero necesitaba ayuda para llevarla a cabo. Siguió escudriñando, y cerca de la carreta vio a Bill Weasley: Era perfecto. Sin detenerse a pensar en lo arriesgado de su idea, se lanzó a correr hacia el hombre pelirrojo.

—Alastor, ¿qué ocurre?— preguntó Bill al notar el fuerte jadeo del hombre y su sonrisa expectante.

—Tengo una idea para volar esa puerta.



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—Demonios, ¿de dónde salen tantos imbéciles?— gruñó Severus, mirando impotente el violento ataque.

—Saben que las puertas son su punto débil, por eso están concentrando sus fuerzas en ese lugar— replicó Sirius, observando la multitud de atacantes en lo alto de las murallas.

—Debemos reagruparnos— Severus giró y llamó a Seamus, que disparaba hacia el castillo desde un punto cercano—. Seamus, ve a donde se encuentra el teniente Potter y dile que olvide las murallas laterales, vamos a concentrar el ataque en…

—¿Qué demonios es eso?

El agudo grito de Sirius hizo que los otros dos levantaran la cabeza, sólo para observar, atónitos, como una carreta cargada de pólvora corría a velocidades demenciales hacia las enormes puertas de madera.

—Son Alastor y Bill— gritó Severus—. ¿Qué demonios pretenden? ¿Acaso se volvieron locos?— intentó levantarse y correr hacia la carreta pero Sirius lo contuvo con fuerza por un brazo—. Suéltame, debo detenerlos.

—Están muy lejos, ya no hay nada que puedas hacer.

—¡Maldita sea!— Severus sabía que su amigo tenía razón, sólo podía observar con impotencia—. ¡Bill!! ¡Alastor!!!



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—¡Bill, prende la mecha y salta!— gritó Alastor en medio del estruendo, mientras con mano férrea guiaba los caballos hacia las puertas. Al ver que el otro no obedecía, gritó nuevamente—. ¡¡Bill!!

—Todavía no es tiempo— replicó el pelirrojo—. Estamos muy lejos.

El hombre lo miró un instante antes de regresar su atención al rústico camino.

—¿Sabes lo que estás haciendo?

—Lo mismo que tú.

—Yo no quería que… tú empiezas a vivir.

—No te pongas sentimental ahora— se burló el otro, antes de agregar—: Fue un placer combatir contigo. Y ahora atento, estamos llegando.

—Para mi también lo fue, hijo— el hombre azuzó aún más a los caballos—. Prende la mecha y salta.

Segundos después, una inmensa explosión se escuchó en el lugar, y donde estaban las viejas puertas del Castillo de Piedra, sólo quedó un inmenso boquete de madera carbonizada.



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Castillo de Piedra
Mazmorras



Minerva McGonagall corría por los largos pasillos llenos de gente que gritaba y corría enloquecida. Pronto, llegó a la entrada que conducía hacia los calabozos y bajó frenética por los peldaños de piedra, hasta detenerse en la única celda ocupada del lugar.

Abrió la puerta y observó con deleite el frágil joven que estaba recostado en el camastro; si estaba dormido o desmayado era difícil decirlo, pero se veía claramente indefenso.

Sacó el frasco que un rato antes le devolviera Lucius Malfoy y sonrió con satisfacción. En unos minutos todo estaría cumplido, y esta vez, nadie iba a poder detenerla. Ni siquiera la muerte.



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Gotitas musicales


Il trovatore, Giuseppe Verdi (1853)  El amor que salvó un reino. Capítulo 22. Y comienza la batalla Zaqui_zpso1riue2f

La Bohème, Giacomo Puccini (1896)  El amor que salvó un reino. Capítulo 22. Y comienza la batalla Zaqui_zpso1riue2f



 El amor que salvó un reino. Capítulo 22. Y comienza la batalla Personajes_zpseeqtvuaj


Severus D. Snape….. Príncipe Heredero de Moribia
Harry Potter……….. Lord inglés, prometido del príncipe
Lucius Malfoy…….. Hermanastro de Severus, usurpador del trono
Sirius Black…….. …Capitán de la Guardia de Palacio
Remus Lupin……… Tío de Harry y Hermione, heredero del Conde de Lupin
Draco Malfoy……… Noble fértil, hijo de Lucius y sobrino/pupilo de Severus.
Hermione Potter…….Hermana de Harry y prometida de Sirius Black
Neville Potter…….. Hermano mayor de Harry, capitán del ejército de Su Majestad
Bill Weasley………..Soldado del Reino de Moribia, eterno enamorado de Severus
James Potter………. Padre de Harry, Marqués de Potter
Barty Crouch……….Enlace entre el Sultán de Mejkin y Lucius Malfoy
Blaise Zabini………. Heredero legítimo del Sultanato de Mejkin
Rufus Scrimgeour… Capitán de un acorazado de la Armada Real del Reino Unido.
Theodore Nott…… Otro de los jefes de los rebeldes
Charlie Weasley…. Hermano de Bill, encargado de las operaciones en las montañas del Oeste
Alastor Moody…… Cazador, uno de los jefes rebeldes al mando de Severus
Zulub Hagrid…….. Jefe de los moribs
Patrick Lupin………. Padre de Remus y Lily
Seamus Finnigan….Mensajero perteneciente a la guardia moribiana.
Walden McNair….. Jefe de las fuerzas de asalto de Lucius




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El amor que salvó un reino. Capítulo 22. Y comienza la batalla
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