La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 El amor que salvó un reino. Capítulo 13. Reconciliación

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alisevv

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MensajeTema: El amor que salvó un reino. Capítulo 13. Reconciliación   El amor que salvó un reino. Capítulo 13. Reconciliación I_icon_minitimeMar Jul 15, 2014 6:09 pm

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—Severus… — musitó Harry, preocupado, al ver que el hombre se había desmayado. El Doctor Karkaroff se arrodilló al lado del herido y tomó sus signos vitales—. ¿Qué le pasa, doctor?

El sanador no contestó de inmediato, pendiente de revisar al Príncipe. Al fin, levantó la vista y sonrió a Harry.

—No se preocupe, Lord Harry, Su Alteza va a estar bien— lo tranquilizó—. Sólo necesita descansar, está agotado— el médico miró a Sirius, quien también se hallaba agachado a corta distancia—. Capitán, ¿quién atendió a Su Alteza?

—Oliver.

—¿Podría llamarlo? Necesito preguntarle algunas cosas.

—Enseguida.

Antes de alejarse, Sirius miró fijamente a Harry, quien comprendiendo, se cubrió mejor con la capucha y se alejó unos pasos, aunque permaneció a suficiente distancia como para enterarse de lo que el doctor hacía a Severus. Unos momentos después, Sirius regresaba con un joven alto de cabello castaño.

—Ah, Oliver— saludó el médico con un cortés movimiento de cabeza—. ¿Me podrías describir las heridas de Su Alteza y lo que hiciste para curarlo?

—Cuando bajé al barranco, encontré a Su Alteza bastante golpeado— comenzó a explicar el joven, en la forma objetiva que le había enseñado Karkaroff—. Tenía golpes y rasguños en diversas partes del cuerpo, además de una herida en la pantorrilla, y Su Alteza comentó que le dolía la muñeca. Después de revisar que no hubiera otras heridas, procedí a atender la cortada, pues estaba sangrando demasiado.

—Está, bien, veamos esa primero. ¿Me ayudas?

Oliver asintió, mientras con mucho cuidado, el sanador empezó a retirar la venda que cubría la pierna de Severus, justo por debajo de la rodilla. El hombre se quejó en su inconsciencia, y desde su sitio, Harry sintió que se le encogía el corazón. Sin embargo, pronto Severus volvió a relajarse y caer nuevamente en un sueño pesado.

>>¿Le suministraste algo para el dolor?— preguntó Karkaroff, mirando a Oliver.

Éste asintió con la cabeza.

—Traté de esperar, no quería que fuera a dormirse allá abajo. Hace una hora, más o menos, le di a beber un poco de chacha; sé que no era lo más recomendable, pero el frío estaba arreciando y Su Alteza tiritaba a pesar de las cobijas. Sin embargo, eso apenas hizo efecto sobre el dolor, y hace un rato no me quedó más remedio que administrarle un analgésico.

—Por eso está dormido— comentó el médico, que había terminado de retirar la venda y observaba la herida. Luego de examinarla, la desinfectó y vendó nuevamente—. Creo que apenas quedará marca.

Luego de terminar con la pierna, fijó su atención en la muñeca del herido.

—Le apliqué aceite de menta para bajar la inflamación. Luego le puse unas tablillas, la vendé para inmovilizarla, y elevé el brazo— explicó Oliver.

El médico sacó la muñeca del improvisado cabestrillo y procedió a retirar la venda con mucho cuidado.

—No está demasiado inflamada— comentó, cuando al fin pudo revisarla—. Debe ser un esguince leve— el joven asintió, conviniendo—. Buen trabajo. ¿Podrías volverlo a vendar mientras voy a hablar con el Capitán?

El médico se levantó y se dirigió hacia donde Harry y Sirius esperaban impacientes.

>>Yo diría que Su Alteza se encuentra en buen estado general, pero preferiría observarlo unas horas antes de emprender el regreso, el trayecto es muy largo. Además, sería conveniente que enviara a buscar una carreta para hacer el traslado, a caballo le sería demasiado incómodo.

—Pero no podemos quedarnos aquí. No hay condiciones. En cuanto caiga la noche el frío va a ser terrible— argumentó Sirius, frunciendo el ceño, frustrado—. Demonios, con las prisas no se me ocurrió traer la maldita carreta y dudo que esta gente nos preste la suya— comentó, mirando el tosco armatoste que habían traído consigo la gente de las montañas.

—Tal vez podríamos pedir albergue por esta noche a Zulub Hagrid— sugirió Harry—. El campamento morib está a sólo media hora de aquí.

—¿A quién?— preguntó Sirius, confundido.

—Zulub Hagrid, el Jefe de los moribs— explicó el joven—. Es quien ordenó el rescate.

—¿Por qué no les pregunta, Lord Harry?— pidió Karkaroff.

Harry se levantó y se dirigió al hombre con quien había conversado por primera vez, quien había sido designado para guiar el grupo de rescate, y que se encontraba a pocos pasos mirando la escena con rostro inexpresivo.

El Príncipe necesita unas horas para recuperarse, ¿cree que Zulub Hagrid nos permitiría pasar la noche en el campamento?le preguntó en tono casi suplicante.

Zulub Hagrid ordenó que si el hombre estaba herido lo lleváramos al pueblo.


Genial

Harry regresó junto al médico y Sirius, que estaban de nuevo al lado del Príncipe. Suspiró agradecido al ver que Oliver se había alejado nuevamente, se moría por estar junto al hombre que amaba. Al llegar y notar que Severus aún se removía, acarició su mejilla, susurrando en voz baja palabras de cariño. Al instante, el hombre se tranquilizó y su respiración se volvió más sosegada.

—¿Qué te dijo?— le apremió Sirius.

Harry desvió su mirada de Severus a Sirius

— Dice que no hay problema.

—Perfecto, podemos acompañarlo el doctor y yo— hizo un gesto con la mano, señalando al médico y a si mismo—, mientras tú regresas con Bill al campamento. Él puede volver mañana con una carreta.

—¡¿Qué?!— exclamó Harry, frunciendo el ceño—. Ni hablar, yo me quedo.

—Eso es imposible, Harry, ya bastante hiciste con…

Sólo tú y él.

La voz áspera sobresaltó a todos, pues no se habían percatado que el morib se había acercado y observaba los gestos de todos; levantaron la cabeza y fijaron la mirada en el extraño hombre.

—¿Qué?— inquirió Harry, sin entender a que se refería.

—Zulub Hagrid dijo que al pueblo sólo podían ir tú y él.

Harry se giró hacia Sirius con una sonrisa sencillamente radiante.

—Dice que al pueblo sólo podemos subir Severus y yo.

Sirius frunció el ceño, malhumorado.

—Mientes, ¿cierto? Lo haces para que no te regrese al campamento.

—¿Me creerías capaz de hacer eso?

—¿Por quedarte con Severus? Por supuesto que sí.

—No creo que sea mentira— intervino el Doctor Karkaroff—. Por la actitud del morib, eso parecía estar diciendo.

—Pero no puedo dejar a Harry pasar la noche en ese pueblo sin compañía apropiada. Severus y Remus me matarán.

—Creo que eso ya lo dijiste— se rió Harry.

—No tiene gracia— replicó Sirius—. Debe haber algo que se pueda hacer. Explícale a ese hombre que tú no puedes.

—Sirius— Harry se puso repentinamente serio—, es un habitante de las montañas, te puedo asegurar que ni en sueños entendería las reglas sociales de un joven fértil— puso una mano sobre su hombro—. Será sólo por esta noche. Al amanecer, Severus y yo bajaremos y regresaremos a Moribia. Nadie se va a dar cuenta de mi escapada, ya verás.

—Francamente, lo dudo— replicó el capitán—. Demonios, ¿por qué me meteré en estos líos?— respiró profundamente antes de volver a hablar—. Bien, te dejaré ir con Severus y esos hombres— giró la mirada hacia el médico—. ¿Podría permanecer aquí? Le encontraremos un lugar cómodo para dormir, tenemos mantas y en la carreta morib hay gruesas pieles, si Harry les pide algunas no creo que se nieguen. Es por si se presenta algún problema con Su Alteza, preferiría que mañana lo acompañara durante el viaje de regreso al campamento.

—No hay inconveniente— replicó el sanador. Aunque la perspectiva no le hacía especialmente feliz, coincidía con Sirius en la necesidad de acompañar al Príncipe en el viaje de retorno.

—Yo regresaré a las cuevas ahora, voy a tener que dar muchas explicaciones— la frustración era patente en el rostro de Sirius—. Mañana al amanecer, Harry— advirtió con voz seria—. Si no están aquí en cuanto salga el sol, yo mismo iré a buscarlos, ¿entendido?

—Te lo prometo— contestó el joven con una nueva sonrisa.

El capitán se levantó, bufando, y mientras se alejaba a dar las instrucciones a sus hombres, Harry y el doctor volvieron a escuchar el triste lamento

—Severus y Remus me van a matar.



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Antes de partir hacia el pueblo morib, el Doctor Karkaroff había advertido a Harry que el Príncipe dormiría algunas horas, en parte por el cansancio y tensión acumulados y en parte debido al efecto de la droga que le administraran. Luego de eso, habían colocado a Severus en la carreta de los moribs; Harry se montó a su lado e iniciaron la marcha.

Al llegar al poblado, los habían instalado en una cueva que ni de lejos contaba con las comodidades de las grutas del campamento, pero que al menos contaba con varias alfombras de piel de oso cubriendo el suelo, un rústico quinqué para iluminarse, y una atmósfera tibia, lograda gracias a la hoguera encendida cerca de la entrada.

Harry se había sentado en el piso alfombrado y recostado la cabeza del dormido Severus sobre su regazo. Y las siguientes horas se las había pasado acariciando el suave cabello del durmiente, observando preocupado las facciones que tanto amaba. Al fin, agotado, había caído dormido apoyado en la áspera pared de piedra.

Llevaba buen rato dormido cuando un ligero movimiento en su regazo lo despertó, sobresaltado. Bajó la vista hacia Severus y se encontró con un par de orbes negras que lo observaban con ternura.

—Lamento haberte despertado— musitó Severus.

—No, no, yo te estaba cuidando— se disculpo el más joven—. No debería haberme quedado dormido. ¿Despertaste hace mucho?

—Un rato.

—¿Por qué no me llamaste?

—Te veías demasiado hermoso dormido como para privarme del placer de observarte.

Harry enrojeció de tal modo, que incluso a la débil luz de la cueva, Severus lo notó y sonrió.

—¿Cómo te sientes?— preguntó el joven, intentando disimular su turbación—. ¿Te duele algo?

—Absolutamente nada, y me siento en el mismísimo cielo— musitó el hombre, levantando la mano y acariciando la enrojecida mejilla.

—Ya veo que estás bien, estás bromeando— comentó Harry, sonriendo débilmente—. ¿Crees que podrías incorporarte?

—¿Y dejar este lugar tan cómodo?— preguntó, acomodándose mejor en su regazo—. Ni hablar.

Sin decir nada, Harry empujó su espalda para ayudarlo a enderezarse.

—Anda, levanta, perezoso— el hombre se incorporó lentamente, pese a lo que había dicho antes, aún le dolían los diferentes golpes recibidos; al fin, quedó frente al muchacho—. ¿Cómo te sientes? ¿Estás mareado?

—¿Si te digo que sí me dejarás acostarme de nuevo en tu regazo?— preguntó con picardía.

Aunque el joven volvió a sonreír, era una sonrisa leve, insegura, y Severus lo notó de inmediato.

>>¿Qué pasa, Harry?— el aludido negó con la cabeza, y en ese momento, el Príncipe entendió que no todo estaba resuelto, su chico aún estaba muy dolido por todo lo ocurrido. Mirándolo con el alma en los ojos, tomó su temblorosa mano.

>>Lo siento tanto, Harry— musitó su sincera disculpa—. Sé que soy un salvaje, me dejé cegar por los celos y la tristeza.

Harry lo miró por un largo rato.

—Dolió— musitó por fin, acongojado de sólo recordar—. Mucho— al ver que el hombre bajaba los ojos, apenado, continuó—: Me rompiste el corazón y quise morir.

—Lo siento— un nuevo susurro ahogado, sin atreverse a levantar la cabeza.

—Te amo tanto— la voz era suave, relajada—. Tanto que te perdono— ahora sí, los negros ojos se fijaron nuevamente en él, brillantes de emoción—. Pero ten cuidado, Severus— advirtió con sinceridad—. Porque te juro por lo más sagrado que hay en mi vida, que son mi familia y tú mismo, que si te vuelves a equivocar, si me vuelves a dañar como ese día, no habrá otra oportunidad.

—No lo haré— y mientras hablaba, Severus no sólo se lo juró a Harry sino también a si mismo—. Jamás volveré a hacerte daño, mi amor. Lo juro.



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Luego de estar largo rato abrazado a su nuevamente prometido, Severus se separó un poquito y miró a su alrededor, para luego fijar su intrigada mirada en su compañero.

—¿Dónde estamos?

—En el poblado morib.

—¿En el pueblo morib? ¿Qué hacemos aquí?— frunció el ceño, aturdido, mientras forzaba a su mente a recordar—. Me subieron con cuerdas y me dejaron en el piso, y creo que me desmayé— se interrumpió, mientras observaba al joven con mirada de águila—. ¿Pero qué haces aquí, y sin guardián?

Harry tragó grueso. Sabía que le venía un lío con Severus, pero no había pensado que ocurriera tan pronto. Al fin, respiró hondo y empezó a hablar.

—Bien, verás, resulta que…

Severus permaneció en silencio mientras el joven iba relatando todo lo acontecido en las últimas horas. Cuando terminó, la negra mirada estaba impregnada de molestia y preocupación.

—¿Cómo se te ocurrió hacer una insensatez como ésta?— le increpó con tono cortante—. ¿Y cómo el inconsciente de Sirius te lo permitió?

—¿Qué querías que hiciéramos?— Harry contestó en igual tono, lo que menos necesitaba en ese momento era una regañina—. ¿Qué te dejáramos en ese risco hasta que murieras congelado?

—Podrían haber encontrado otra solución.

—No la había— razonó el joven de ojos verdes, tratando de serenarse y apaciguar al otro—. Los moribs eran los únicos con la habilidad suficiente como para sacarte de allí, y yo era el único que podía comunicarme con ellos, ¿por qué te es tan difícil entender?

—¿Y tu reputación?— Severus definitivamente no estaba por la labor de calmarse—. Si llega a saberse que viniste aquí sin una compañía respetable, tu reputación quedará por el suelo, ¿es que no lo pensaron?

—Mi reputación no es más importante que tu vida.

—Para mí, sí— declaró Severus, rotundo—. Prometí a tus padres y a mí mismo protegerte. Te fallé una vez, y lo último que deseo en esta vida es fallarte de nuevo.

—No me has fallado. Nadie sabe que estoy aquí, o casi nadie, y quienes saben no dirán nada— le aseguró, y procedió a contarle todas las previsiones que había tomado para protegerse.

—No sé, Harry— dijo el hombre cuando el otro terminó—. Cualquiera podría descubrirte.

—¿Tanto te molestaría que se dañara mi reputación? ¿Ya no vas a querer casarte conmigo por esto?

—No lo hago por mí sino por ti y…— de repente, Severus se interrumpió y miró a Harry, alelado—. ¿Dijiste casarnos? ¿De veras quieres casarte conmigo?

—Bueno, si es que la propuesta aún sigue en pie— replicó Harry con una sonrisa de picardía.

—¿No lo estarás haciendo para que deje de echarte la bronca?— preguntó el Príncipe, levantando una ceja en un gesto irónico, aunque ya sus labios sonreían con felicidad.

—Bueno, también, que uno tiene que aprovechar los recursos disponibles— bromeó el muchacho, antes de verse atrapado en los cálidos y fuertes brazos.

—Dios, Harry, te extrañé tanto.

Instantes después, Severus había atrapado la boca del chico en un beso ardiente y sensual, que fue correspondido con tanta pasión como era dado. Y mientras sus lenguas jugueteaban y se reconocían, ambos dejaban ir los días de tristeza y soledad, de anhelos y miedos, y volvían a convertirse en la enamorada pareja que se había separado en Londres muchos meses atrás.

Cuando al final se apartaron, jadeantes de excitación y felicidad, Severus se acercó y dio a Harry un suave beso en la frente.

>>Creo que esto es algo que se consideraría realmente impropio— musitó Severus, mientras cobijaba a su prometido en su tibio regazo.

—Definitivamente— aceptó Harry—. Pero como igual nos van a armar un lío cuando regresemos al campamento, al menos hay que justificarlo, ¿no crees?

La risa ronca del Príncipe resonó en la caverna, pero antes que pudiera contestar, escucharon ruidos provenientes de la entrada y se separaron con presteza. Momentos después, el morib que Harry ya conocía se perfiló en el umbral.

Zulub Hagrid los espera a ti y a tu pareja— informó el hombre a Harry.

Severus lo miró, interrogante, y el joven murmuró:

—Creo que los moribs no comprenden completamente el concepto de prometido.

Sonriendo ante la cara de asombro de Severus, se incorporó y lo ayudó a levantarse; el Príncipe hizo un gesto de dolor, pero sonrió a Harry, indicándole que estaba bien. Salieron de la cueva y se dirigieron al lugar donde el Jefe del poblado lo había recibido esa mañana. Al llegar, lo primero que notaron fue el maravilloso olor a carne asada que salía del lugar

Severus se acercó al hombretón e hizo una pequeña inclinación a modo de saludo.

Salud, Zulub Hagrid— habló con voz firme.

Harry se acercó y saludó, imitando a su prometido

Salud, Príncipe Severus, salud Harry, sean bienvenidos a compartir mi mesa— el hombre hizo un gesto invitándolos a sentarse y Harry dio gracias al cielo, se moría de hambre.

Al terminar de comer un delicioso cerdo asado, acompañado de  kvas, el jefe el poblado sirvió unas copas de aguardiente, que los otros tomaron en sus manos pero sin beber, y se reclinó cómodamente.

Luego de hablar con su pareja— empezó Zulub—, tuve una reunión con el Consejo de Ancianos. No vamos a entrar directamente en la lucha, al menos todavía, pero queremos ayudar. ¿Qué podemos hacer por ustedes?

Un buen rato después, Severus y Harry estaban de regreso en la cueva, exultantes de alegría.

—Amor, no sé como lo lograste— exclamó Severus, abrazándolo con su brazo sano—. No sé la de veces que lo intenté sin lograr avance y vienes tú y en una entrevista lo convences.

—La verdad, creo que ya lo tenías en la orilla, yo sólo llegué y lo empujé. Ya ves, encanto que tiene uno— ironizó el más joven.

—Definitivamente— replicó, inclinándose para darle un suave beso en los labios—. Los enamoraste como a mí.

—Espero que no, no me imagino a Zulub Hagrid mandándome flores y cartas con historias— Severus rió, divertido—. Y hablando de flores— Harry sacó el pequeño ramillete, algo maltratado y medio marchito, que había guardado en su bolsillo—. ¿Esto es tuyo?

—Las edelweiss— exclamó, feliz—. Creí que se habían perdido.

—Estaban en la orilla del risco— de pronto, un pensamiento inquietante sacudió al joven y lo miró con remordimiento—. Por favor, dime que no te caíste tratando de conseguir esto.

—Mi caída sólo fue un accidente, Harry— lo abrazó contra sí, intentando que dejara de pensar tonterías, y el joven enterró la cara en su pecho—. En todo caso, de haber sabido que romperme la crisma ayudaría a que me perdonaras, hace días que me hubiera arrojado en el primer barranco disponible.

Harry rió contra su pecho y luego se separó ligeramente, para hundirse en la feliz mirada negra.

—De hecho, ya te había perdonado. Esta mañana te lo iba a decir.

—¿Quieres decir que casi me mato para nada?— preguntó con un fingido gesto de frustración.

—Algo así— mientras ambos reían, Harry tomó la mano del Príncipe—. Anda, vamos a dormir. Tenemos que bajar en cuanto amanezca, a no ser que quieras que tu capitán asalte el poblado.

—Espera— musitó Severus con voz ronca y Harry lo miró, expectante. El otro llevó las manos a su cuello y se quitó los dos dijes que llevaba puestos, para luego unirlos en uno solo—. Prometí que el día que me perdonaras pondría este dije en tu cuello— Harry giró feliz y dejó que Severus cerrara las cadenas y le diera un tierno beso en la nuca antes de voltearse—. Bienvenido a Moribia y de regreso a mi vida, mi amor. Ahora estamos juntos y nada ni nadie nos va a separar. Lo prometo.

Y sello la promesa con un nuevo y ardiente beso, que el enamorado joven respondió con todo el corazón.



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A medida que se iban acercando al campamento, Harry se iba poniendo más y más nervioso. Antes del amanecer, Severus y él se habían despedido de Zulub Hagrid y habían regresado al punto donde había caído Severus, para encontrar un mosqueado Sirius que los esperaba impaciente.

—Tú no me digas nada— había bufado después de comprobar que Severus estaba bien, e intuyendo que éste estaba a punto de reclamarle lo de Harry—. Bastante tuve con la filípica que me largaron Remus y Hermione.

Después que el doctor Karkaroff auscultara al Príncipe y asintiera, sonriendo, éste y Harry se habían instalado en la carreta que trajera Sirius, cómodamente recostados contra un mullido jergón de paja y plumas, y la extraña comitiva emprendió el camino de regreso.

Media hora y un montón de bufidos y malas caras más tarde, el Capitán había recuperado su buen humor y les había contado, con pelos y señales, las reacciones de la familia de Harry.

El joven estaba seguro que Sirius había exagerado mucho, en venganza por el mal rato que le había hecho pasar, pero no pudo evitar que un estremecimiento de temor lo abrumara cuando divisaron finalmente las cuevas. Sonriendo al comprender lo que pasaba por la mente de su prometido, Severus estrechó su mano en un mudo apoyo y el joven esbozó una débil sonrisa.

Era media mañana cuando arribaron al campamento. Como ya estaba previsto, en un recodo oculto de miradas curiosas, Harry cruzó aún más su capa, para evitar que alguien le reconociera, y saltó de la carreta. Sirius también bajo de su cabalgadura, que dejó al cuidado de Bill, y se unió al joven.

Con la guía de Sirius, que conocía la zona como la palma de la mano, tomaron una serie de atajos y pronto estuvieron frente a la galería de los donceles, ocultos tras unos altos matorrales.

—Voy a tener que mandar que corten estos arbustos, cualquiera que llegará por aquí podría burlar la vigilancia— miró hacia la pequeña explanada frente a la cueva y observó—: Sólo está el guardia de turno, a esta hora todos deben estar en su trabajo diario. Si distraigo al guardia, ¿crees que puedas colarte sin que te vea?

—Por supuesto, vaya pregunta— replicó Harry, indignado ante la leve duda—. De hecho, así fue como salí de allí.

—Oh, disculpe, Milord— se burló el hombre, haciendo una reverencia—. Bien, voy antes que llegue alguien. En cuanto veas que el hombre está distraído, procede.

Harry observó como Sirius se acercaba al joven soldado, quien se cuadraba en señal de respeto. Momentos después, ambos se alejaban un poco de la cueva, conversando. El joven caminó oculto tanto tiempo como pudo, y al final, corrió presuroso hacia la galería, tratando de hacer el menor ruido posible para no alertar al guardia. Minutos después, se arrojaba en su cama, respirando aliviado. Lo había logrado. Ahora sólo le quedaba un pequeñísimo problema: enfrentarse a su amada parentela.



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Sark Kahvesi
Estambul—Turquía



Neville Potter miró su reloj, mientras tamborileaba impaciente sobre la mesa de fina madera cubierta con un delicado mantel blanco. Estaba en Sark Kahvesi, un elegante café situado en una de las callejuelas del Gran Bazar.

El populoso mercado no era del especial agrado de Neville, multitud de personas pululando por sus estrechas calles y demasiados vendedores ofreciendo en venta desde las cosas más simples hasta las más insólitas. Idéntico a los viejos mercados de Bombay que tanto detestaba.

No, el muchacho alto, de cabello castaño, cara redonda y complexión fuerte, que mantenía estilizada a costa de un gran esfuerzo, no había ido al Gran Bazar a comprar. No él, al menos.

Cuando había llegado a Turquía, unos meses antes, su vida se había vuelto muy monótona. El Imperio Británico tenía poca, o más bien nula influencia en el país, por lo que, a diferencia de su estancia en la India, Neville y sus hombres habían tenido que mantener una posición de bajo perfil. De hecho, no había entendido el por qué de su traslado a ese país hasta recibir la carta donde su padre le contaba sobre el futuro matrimonio de su hermano y la delicada situación del reino de Moribia.

Sonrió con ternura y asombro, pensando en su hermano menor. Sabía que por su condición fértil estaba destinado a una temprana boda, pero en su mente seguía siendo el chiquillo que siempre lo incordiaba para que jugara con él.

Tomó un sorbo de té, mientras su estómago rugía. Miró nuevamente su reloj: ¿Por qué las mujeres siempre tardaban tanto? De pronto, cierto murmullo en el lugar hizo que levantara la vista hacia la entrada y sonrió complacido, al admirar la razón por la cual su estancia en Estambul había dejado de ser aburrida.

Luna Lovegood era una hermosa mujer de veinte años, cuya belleza y elegante presencia llamaba la atención allí donde iba. A pesar de su baja estatura, era esbelta, de pelo rubio y rasgos típicamente ingleses, heredados de su padre, el hijo segundo de un Conde inglés, que había emigrado a Turquía buscando nuevos horizontes. De su madre, una princesa procedente de una antigua familia otomana, Luna sólo había heredado la dulce sonrisa y el aire distraído que siempre mostraba.

Neville se levantó, caballeroso, para recibir a la linda joven y a su no tan bella ni tan joven dama de compañía.

—Buenos días, Lady Luna, Lady Marge— saludó, besando brevemente la mano de ambas.

—Lord Neville, perdone por el retraso— se disculpó Luna, mientras se sentaba graciosamente en la silla que el hombre había retirado.

—Para nada— denegó Neville, mientras también retiraba la silla de Lady Marge y regresaba a su asiento. Hizo una seña para que se acercara un mesonero antes de mirar a las recién llegadas—. ¿Té y pastelillos estarán bien?

—Para mí perfecto— contestó Luna con una sonrisa.

—Si no es molestia, yo prefiero café— agregó la mujer mayor.

—Por favor, té y café para las damas y otro té para mí— pidió con cortesía—. Y una bandeja de pastelillos de la casa.

—Que tenga baklava, por favor— añadió Luna.

—Ya escuchó a la señorita, con muchas baklavas.

Cuando Neville enfocó nuevamente su atención en Luna, observó que se veía un tanto triste, por lo que preguntó con tacto.

—Lady Luna, se ve algo contrariada— musitó suavemente—. Si pudiera ayudarla en algo, me sentiría muy honrado.

—Le agradezco, Lord Neville, pero no creo que pueda ayudarme.

—Pero quizás si me cuenta se sienta mejor.

La joven dudó un segundo y al fin, suspiró.

—Estoy muy preocupada por mi primo.

—¿Su primo?

—Sí, se llama Blaise, es hijo de la hermana mayor de mi madre— comenzó la joven, mientras daba vueltas pensativa a su té—. Mi tía estaba casada con el Sultán de Mejkin, ¿conoce el país?

—Sólo de nombre.

—Es un lugar muy hermoso, y el Sultán era un hombre muy bondadoso. El país vivía en paz y sin problemas con nadie. Pero hace cinco años mi tío murió y mi tía se volvió a casar. Su nuevo esposo resultó ser una pésima influencia. Mi primo me escribió contando que manejaba a su madre a su antojo. Se rodeó de gente de mala calaña y empezó a agredir a los países vecinos y a perseguir a todo aquel Mejkiniano que disentía de su gobierno. Se convirtió en un tirano, y mi primo no pudo hacer nada para evitarlo.

—Pero si la situación lleva así cinco años, ¿por qué se preocupa tanto ahora?

—Porque hace unos meses murió mi tía y desde entonces no he tenido noticias de Blaise.

—Quizás esté muy ocupado, tal vez tuvo que asumir nuevas obligaciones luego del fallecimiento de su madre— sugirió Neville.

—No, está en peligro. Estoy convencida de que ese hombre le hecho algo.

—¿Piensa que sea capaz de agredirlo? ¿Matarlo?— a Neville la posibilidad no le hubiera extrañado demasiado; a lo largo de la historia, demasiados herederos habían muerto a manos de sus familiares. Y para muestra, ahí estaba el caso del prometido de Harry y sus rencillas con su hermanastro.

—No, matarlo no. No le serviría de nada.

En ese momento llegaron los dulces y ambos callaron, mientras el camarero dejaba el pedido sobre la mesa. En cuanto se fue, Neville inquirió:

—¿A qué se refiere?

—Al morir mi tía, ese sujeto quedó como regente, pero sólo hasta que mi primo cumpla dieciocho años y se case, luego él heredará el trono. Si Blaise muriera, el Sultanato pasaría a manos de alguno de sus parientes paternos, y hay bastantes, créame. La única forma que ese usurpador tiene para no perder sus privilegios es casándose con Blaise.

—¿Puede hacer eso?— indagó Neville—. En Inglaterra, los herederos de títulos nobiliarios sólo pueden casarse con mujeres o nobles fértiles.

—En Mejkin igual— aceptó Luna—. Pero ese no es el problema, Blaise es fértil.

—¿Y puede heredar a pesar de ser fértil?— estaba realmente extrañado, en Inglaterra los jóvenes fértiles tenían muy pocos derechos y la opción de heredar títulos no era uno de ellos.

—Sí, pero debe casarse antes, y una vez casado, su esposo pasará a ser su dueño absoluto.

—Y por tanto, dueño del Sultanato— replicó el joven, comprendiendo el temor de su amiga.

—Exacto.

—Es una situación complicada en verdad.

—Sí— la chica suspiró—. En fin, espero que esté bien, igual yo no puedo hacer gran cosa por ayudar— le sonrió al joven con coquetería—. ¿Preparado para acompañarnos al bazar?

Neville fingió un suspiro apesadumbrado.

—Si no hay mas remedio.

Al escuchar la risa cantarina de su acompañante, el hombre pensó que por esa mujer no sólo iría a visitar el dichoso bazar, se quedaría a vivir en él si fuera necesario.



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Montañas Nubladas
Moribia



—Vamos, Harry, al mal tiempo darle prisa— musitaba el joven en voz baja, parado ante la entrada de la cueva-hospital. Al percatarse que el guardia de la entrada le miraba, extrañado, le dirigió una sonrisa y un saludo cortés. Luego, tragó en seco, respiró hondo, y entró en el recinto.

Luego de su llegada al campamento esa mañana, Harry se había dado un largo y muy agradable baño y había dormido como un tronco hasta media tarde. Se había levantado hambriento, y como era mejor enfrentar los líos con el estómago lleno, se había acercado a las cocinas a ver qué conseguía. Ahora, con el estómago lleno y la felicidad de su reconciliación con Severus inundándole, pensaba que la conversación con su tío no tenía por que ser tan mala. Al fin y al cabo, era su sobrino favorito, ¿no?

Sobrino favorito, puñetas. Al llegar, Harry se había dado cuenta que eso no servía de nada ante la ira de un furioso Remus Lupin. Ira que el implicado descargó sin importarle que Severus estaba acostado en la cama de al lado, o que Draco, Hermione y Sirius estaban cerca, observando en silencio. Luego de un cuarto de hora de una bronca descomunal, durante la cual Harry no dijo ni pío, el heredero de la familia Lupin comenzó a tranquilizarse y el menor de los Potter fue capaz de levantar el rostro y mirar a su tío, avergonzado.

—Lo siento, tío Remus— se disculpó con sinceridad—. Pero Severus estaba el peligro y yo…

—Lo sé, lo se— le interrumpió el hombre de ojos dorados—. No creas que no te comprendo. Lo hago, y admiro tu valentía. Pero viniste a Moribia bajo mi responsabilidad, tus padres confiaron en mí. ¿Con qué cara me voy a presentar ante ellos si esto llega a saberse?

—Eso no va a pasar— aseguró Harry—. Fuimos muy cuidadosos, casi nadie supo de mi escapada. Sólo el Doctor Karkaroff y Bill Weasley, y según Sirius ambos son de absoluta confianza.

—¿Y los soldados?

—Ellos nunca vieron el rostro de Harry— intervino Sirius por primera vez—. Además, los conozco bien y son leales a Severus, morirían por él. Ya hablé con ellos y no van a mencionar nada de lo que ocurrió en éste viaje, ni siquiera al joven de la capa con capucha— terminó, mirando a Harry, sonriente.

—No sé— Remus aún estaba poco convencido—. La situación actual es tan precaria. Si todo esto llegara a oídos de la Reina, con lo rígida que es y lo chismosa que es la Corte, no sólo afectaría a Harry terriblemente; James tiene enemigos políticos, un escándalo de esta magnitud podría destruirlo. Y no creo que su corazón resistiera algo así.

Severus, quien después de corresponder a la tímida sonrisa que le había dado Harry al entrar, había observado todo en silencio, se levantó de la cama, se paró al lado del joven y miró a Remus con seriedad.

—Lamento muchísimo que estén pasando todo esto por mi culpa.

Harry negó con vehemencia y Remus alzó una mano, impidiendo que el joven hablara. Luego, clavó su mirada dorada en el Príncipe.

—No, Severus, todos los que estamos aquí estamos conscientes que la situación actual no es tu culpa; por el contrario, tú has sido el más afectado en todo esto.

—El único culpable de todo es Lucius Malfoy— rubricó Draco, negándose a llamarlo padre.

Severus inclinó ligeramente la cabeza, en señal de agradecimiento ante Remus, antes de retomar su idea.

—Bien, el hecho es que, mientras Remus hablaba…

—¿Hablaba?— lo interrumpió Harry—. Lo único que ha hecho desde que entré ha sido gritar. Y por cierto— continuó, haciendo un pequeño mohín—, tú no me defendiste.

—Te lo merecías— declaró su tío, rotundo.

Severus sólo sonrió a Harry y continuó:

—Antes que mi prometido me reclamara mi falta de solidaridad, decía que estuve pensando algo que quizás pudiera ayudar en esta situación— se giró hacia Harry y clavó sus negros ojos en él—. Yo hubiera querido que nos casáramos en una hermosa ceremonia en el Palacio de Piedra, con una gran boda, pero en este momento no puedo ofrecerte eso— tomó la temblorosa mano del chico entre las propias—. Sólo puedo ofrecerte una ceremonia sencilla ante los habitantes de las cuevas, oficiada por un vicario de pueblo, pero aún así me atrevo a pedírtelo. ¿Te quieres casar conmigo aquí, en las Montañas Nubladas?

Harry temblaba de emoción, ansioso por aceptar, pero una duda hacía vacilar su voluntad.

—Severus, yo no quiero que te cases conmigo por obligación, para resguardar mi reputación.

El hombre alzó una mano y la posó en la mejilla del chico, en una suave caricia, mientras todos los observaban, enmudecidos, cada uno con un grado diferente de emoción.

—Amor, eres lo que más quiero en este mundo; tú y Draco son la única familia que me queda. Si de mí hubiera dependido, me habría casado con mi pequeño jardinero el mismo día que caíste de aquel árbol directo a mis brazos. Sé que ser mi esposo no va a ser fácil, al menos por ahora, pues aún no recupero mi reino. Pero te prometo que un día lo haré, por mi pueblo y por ti.

Harry lo miró, los ojos anegados de emoción y la sonrisa radiante de felicidad.

—Aunque tuviéramos que vivir el resto de la vida en una cueva de estas montañas, contigo a mi lado sería absolutamente feliz. Acepto.

Radiante, el Príncipe se inclinó y tomó la boca de su futuro esposo en un apasionado beso. Y ninguno de los presentes tuvo corazón para decirles que tal acción era algo sumamente impropio.



El amor que salvó un reino. Capítulo 13. Reconciliación Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am



Gotitas musicales


Antonio Vivaldi, Las Cuatro Estaciones, la primavera (1723)
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Frederic Chopin, Polonesa Heroica, opus 53 (1839)
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Gotitas históricas


Kvas: Cerveza dulce hecha de malta de cebada, centeno y mucha azúcar, muy usada en el Cáucaso para acompañar las comidas.

El Gran Bazar:  En tiempos de Bizancio, hubo un pequeño Bazar que se llamaba Ic Bedesten. Después de la conquista, en 1461, el SULTAN MEHMET, el Conquistador, construyó el Gran Bazar sobre Ic bedesten. La forma del bazar no es ni cuadrada ni circular, pero tiene un total de 30.700m2. Tiene 4399 tiendas, por lo que es el mercado más extenso del mundo. Además tiene 2873 talleres , una mezquita grande y otras 10 más pequeñas , un baño turco , 19 fuentes y 5 restaurantes. Por todo ello, el Gran Bazar es, sin duda, único en el mundo. Las joyerías, los anticuarios, los alfombristas, los peleteros, las tiendas textiles y de regalos trabajan hoy en día como hace 300 años. Cada calle tiene cosas diferentes y puede encontrar muy fácilmente lo que busca.
Sark Kahvesi  es un café casi tan antiguo como el Gran Bazar y aún conserva el mismo ambiente de cuando se abrió.



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Severus D. Snape….. Príncipe Heredero de Moribia
Harry Potter……….. Lord inglés, prometido del príncipe
Lucius Malfoy…….. Hermanastro de Severus, usurpador del trono
Sirius Black…….. …Capitán de la Guardia de Palacio
Remus Lupin……… Tío de Harry y Hermione, heredero del Conde de Lupin
Draco Malfoy……… Noble fértil, hijo de Lucius y sobrino/pupilo de Severus.
Hermione Potter…….Hermana de Harry y prometida de Sirius Black
Bill Weasley………..Soldado del Reino de Moribia, eterno enamorado de Severus
Neville Potter…….. Hermano mayor de Harry, capitán del ejército de Su Majestad
Igor Karkaroff……...Médico de palacio.
Luna Lovegood……. Hija de padre inglés y madre turca, residenciada en Turquía.
Blaise Zabini………. Heredero legítimo del Sultanato de Mejkin
Oliver Word……….Soldado del reino, con conocimientos de sanación.
Lady Marge………. Dama de compañía de Luna Lovegood




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El amor que salvó un reino. Capítulo 13. Reconciliación
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