La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 El amor que salvó un reino. Capítulo 21. Dispuestos para la batalla

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alisevv

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MensajeTema: El amor que salvó un reino. Capítulo 21. Dispuestos para la batalla   El amor que salvó un reino. Capítulo 21. Dispuestos para la batalla I_icon_minitimeMiér Mar 09, 2016 2:05 pm

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Montañas Nubladas
Cuartel General



Severus se encontraba sentado en una mesa, en la cueva que fungía como cuartel general. La noche anterior, luego de llegar a las viviendas de la tropa, había estado un buen rato hablando con su gente de cosas intrascendentes, con el ánimo de relajarse y relajarlos, pero cuando se había acostado apenas había conseguido dormir un par de horas en las cuales ni siquiera había logrado descansar, pues sus sueños terminaron poblados de pesadillas, donde corría y corría pero nunca lograba alcanzar a Harry.

Desistiendo de dormir, había salido de las barracas y caminado bajo el frío de la noche hasta el solitario cuartel. Luego de estar un buen rato en la oscuridad, torturándose al pensar cómo estarían Harry y su bebé, y también Draco, tomó una decisión: Iba a escribir, si eso no le ayudaba a relajarse, nada lo haría.

Encendió un pequeño candil, que apenas lanzaba un círculo de luz sobre el centro de la rústica mesa, sacó papel, un tintero y una pluma. Mojó la pluma en tinta y por largo rato estuvo así, ¿sobre qué escribir? Al fin, una luz iluminó su corazón y sonrió levemente. ¿Qué otra cosa podía escribir sino una carta a Harry? Colocó la punta de la pluma sobre la hoja y empezó:



Mi querido amor

Apareciste en mi vida, mi “pequeño jardinero”,
Y desde ese mismo instante, eres todo cuanto anhelo.

Mi amanecer es contigo; contigo, mi mejor sueño,
tu sonrisa es la esperanza que calma mi sufrimiento.

Vivo por ti… y mi pequeño, ese pequeño proyecto,
que cobijas en tu seno, nuestro bebé tan amado
fruto de nuestro deseo

Juntos superamos todo, separados sólo peno
te hecho tanto de menos…
mi dulce amor de ojos verdes,
no sabes cuanto te amo…
desde la tierra hasta el cielo

No te alejes de mi pecho,
cobíjate en él, mi cielo,
protegeré nuestra unión,
contra el mismísimo averno.
Velando siempre tu sueño,
tu sonrisa me da vida,
tus esmeraldas me llenan,
de ternuras… de recuerdos,
mi pequeño amor perfecto.

Tu Severus



El hombre miró la hoja largo rato, mientras una lágrima incontenible se deslizaba por su mejilla, cayendo en una esquina y ocasionando un pequeño borrón en su firma. Se apresuró a soplar para secar el pergamino. Cuando la tinta estuvo seca, la dobló con cuidado y la puso en un bolsillo de su camisa, junto a su corazón. Allí permanecería hasta que pudiera ver de nuevo a su amado esposo, para entregársela como ya le había entregado su corazón.



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En pleno invierno, a las horas del amanecer, en las Montañas Nubladas todavía era noche cerrada. A lo largo del empinado camino que conducía a un lugar agreste y desolado, una pequeña colina lo suficientemente alejada de la zona de viviendas como para que nadie tuviera que volver a pasar por allí y recordar lo que iba a acontecer en el sitio, una gran cantidad de ciudadanos se habían apostado, con candiles y teas encendidas que refulgían en la fría oscuridad.

Con tono lúgubre, el sonido de un cuerno rasgo el aire gélido y todos los presentes fijaron la vista en un punto del camino, aguardando expectantes. Poco después, una comitiva de seis soldados de la antigua guardia de palacio, se aproximaban, llevando a rastras a Peter Pettigrew, que lloraba y gritaba suplicando clemencia. A su lado, el vicario Nicolás Flamel, con un libro de oraciones en la mano que iluminaba la antorcha que llevaba uno de los guardias, caminaba serenamente, mientras musitaba una plegaria y decía al reo palabras que intentaban ser reconfortantes pero que para nada lograban serenar el alma cobarde y descreída del traidor.

A su paso, ninguno de los asistentes dijo nada. Sin insultos, ni gritos, ni maldiciones hacia el condenado. Simplemente presenciaban todo en un silencio serio y respetuoso. Al fin y al cabo un hombre estaba caminando hacia su triste final.

En el punto de destino, un árbol viejo y sabio sostenía en una de sus fuertes ramas una gruesa cuerda lista para ser usada. A medida que se acercaban, los gritos y gemidos del hombrecillo crecían en volumen, y ante su resistencia a caminar, los soldados se vieron precisados a llevarlo prácticamente a rastras.

—Hijo, ten valor y arrepiéntete de tus pecados— decía el anciano vicario al tiempo que llegaban al viejo árbol—. Dios es magnánimo, si te arrepientes de corazón, él te perdonará y morirás en su gracia.

—No, no me pueden matar— el traidor se retorcía, intentando soltarse y escapar. Al fin logró echarse a los pies de Flamel—. Por favor, usted es un vicario, a usted le escucharían. Pídales que me perdonen.

—La sentencia fue pronunciada y la ejecución dictada— quien contestó no fue el anciano, sino la voz potente del capitán Sirius Black, autoridad designada para constatar la ejecución—. Tienes unos minutos todavía, es mejor que hagas caso al vicario y los uses para limpiar tu alma.

—No, no, no— Pettigrew volvió a retorcerse entre las manos de los guardias, que lo habían alzado del piso con brusquedad—. No quiero morir.

Sirius alzó una mano y un hombre alto acercó un caballo a paso lento, mientras Víktor Krum se acercaba al condenado con una venda en la mano.

—¿Quiere que le vende los ojos?— preguntó en tono neutro.

—Viktor, no, por nuestra amistad, por favor— pero el otro permaneció con el brazo estirado y el rostro impasible. Al fin, y dado que Peter seguía gritando y llorando, el soldado miró a Sirius, quien hizo una seña afirmativa, y procedió a vendarle los ojos.

Mientras los gritos de angustia del condenado resonaban en el aire helado, lo montaron en el caballo que esperaba a un lado y lo ubicaron bajo la rama del árbol, justo debajo de la soga. Colocaron el lazo alrededor del cuello de Pettigrew y cerraron el nudo corredizo, afirmándolo, mientras dos hombres sujetaban al traidor para mantenerlo inmóvil.

Por último, y ante una nueva señal de Sirius, el verdugo principal levantó una fusta y dio un fuerte golpe en las ancas del caballo, que escapó a galope, dejando a Peter Pettigrew bajo ese viejo árbol, retorciéndose entre espasmos agónicos, su voz callada definitivamente. Se cumplía el final que aguarda a todos los traidores: morir en medio de la ignominia y el desprecio de los que una vez lo consideraron su amigo.



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Palacio de Piedra
Anktar



Harry había pasado la noche tiritando en brazos de Draco, quien lo observaba desesperado, sin saber qué hacer para bajarle la fiebre. El joven rubio temía que, de seguir así, el muchacho de ojos verdes pudiera perder el bebé o algo peor. Sentado en el suelo, muy cerca del catre donde estaban los otros dos, Blaise miraba la escena con semblante serio y preocupado.

Un ruido en la puerta los sobresaltó, y momentos después, Godric entraba nuevamente, cargando una humeante bandeja con comida, y acompañado de otra anciana, delgada y elegante, que los miraba con bondad.

—Godric, que bueno que llegaste— Draco lo miró, aliviado—. Harry sigue con fiebre, ¿trajiste algo que pueda ayudarle?— en ese momento reparó en su acompañante y frunció el ceño—. ¿Quién es ella?

—No se preocupe, lord Draco, es Rowena Ravenclaw, y como yo, permaneció en palacio para ayudar a Su Alteza el príncipe Severus. La traje porque sabe de hierbas medicinales y sanación.

La dulce mujer se acercó a los chicos.

—Por favor, lord Draco, acueste a Su Alteza en el catre.

Draco se paró y ayudó a su amigo a acostarse en el duro mueble, antes de apartarse para dar paso a la mujer, aunque no se alejó demasiado. Ella revisó a Harry un buen rato antes de levantar sus preocupados ojos hacia el rubio.

>>¿Su Alteza está embarazado, verdad?

—¿Cómo lo supo?— Draco frunció el ceño—. ¿Ya se corrió la voz por palacio?

La mujer lo miró extrañada, sin saber a qué se refería, pero respondió:

—Fui partera toda mi vida, lord Draco, y en mi juventud atendí un par de casos de fertilidad masculina. Uno de ellos tuvo un embarazo problemático y los síntomas de Su Alteza son muy similares.

—Pero puede ayudarlo, ¿verdad?

—Severus, Severus, ¿dónde estás?— se escuchó la voz rasgada de Harry, estaba delirando—. Severus.

—Dios, está hirviendo de fiebre— comentó Draco, alarmado.

—Su organismo está luchando para proteger a su embarazo, de ahí la fiebre. Hay una hierba que puede ayudar a bajarla— abrió una bolsa que llevaba y empezó a buscar—. Como Godric me dijo los síntomas, traje varias plantas, por si acaso— explicó, al tiempo que sacaba la que buscaba, un cuenco y una piedra, y procedía a machacarla. Luego la mezcló con agua, mientras seguía machacando, y al final coló todo a través de un lienzo blanco, obteniendo un líquido verde oscuro—. Que beba un pequeño trago cada dos horas, y déle también mucha agua— instruyó, señalando un gran recipiente que había traído Godric—. Yo regresaré esta noche con más poción.

Draco se quedó mirando el líquido, aún sin estar convencido de la prudencia de dar eso a Harry.

>>Confíe en mí, lord Draco.

—Yo conozco esa hierba, Draco— comentó Blaise, quien había permanecido observando todo a corta distancia—. Mi madre también la usaba cuando me daba fiebre siendo niño. Es buena.

Draco los miró un buen rato, reflexionando. Harry tenía mucha fiebre, demasiada, y dadas las circunstancias, no le quedaba más remedio que confiar. Asintiendo, levantó la cabeza de su amigo, que seguía delirando en voz baja, e hizo que tomara un pequeño trago.

—Ya debemos irnos— dijo Godric con voz perentoria—. Regresaremos en la noche, y recuerden, no tomen nada que les traiga Minerva McGonagall.

Y sin otra palabra, ambos dejaron la celda, dejando a Harry acurrucado en el regazo de Draco, mientras de tanto en tanto llamaba a Severus con tono lastimero.



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Montañas Nubladas


—No y no, Hermione— decía Sirius Black con el ceño fruncido—. Las mujeres y los niños se deben quedar aquí, protegidas. No puedo permitir que vengas con nosotros.

—No seas necio— replicó la joven con el ceño fruncido—. Todos los hombres van a luchar, y el doctor Karkaroff va a necesitar ayuda para atender a los heridos, y las mujeres enfermeras y yo estamos entrenadas para eso.

—Que vayan ellas pero tú te quedas.

—Óyeme bien, Sirius Black— la joven le apuntaba con el dedo en un gesto decidido—. Voy a ir a ayudar, y si sabes lo que te conviene, no te atreverás a impedirlo. No voy a quedarme aquí como un ratón asustado mientras todos los que amo están en peligro. Si no me apoyas en esto, al menos quítate de mi camino.

—Pero Hermi— el tono del Capitán se suavizó y puso cara de carnero degollado—. Si te pasa algo no lo resistiría. Yo…

La joven contuvo lo que su prometido iba a decir, empinándose y dándole un suave beso en los labios.

—Sirius, no soy de cristal, y si es por apoyar a los que quiero puedo ser realmente ruda— sonrió con ternura—. Voy a ser la esposa de un capitán de la guardia, y pienso apoyarte en las buenas y las malas cada día de mi vida, contra lo que sea y contra quien sea. ¿Me expresé con claridad?

—Definitivamente— Sirius sonrió y, tomándola en brazos, le dio un beso aún más apasionado—. Pero vas a tener mucho cuidado y no vas a hacer ninguna tontería, ¿entendido?

—Sí, mi Capitán.



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La mañana había pasado para Severus con desesperante lentitud, consciente que debía dar tiempo a que llegaran los hombres del Este y el Oeste, para agruparse en el bosque. Si todo iba bien y sin demasiados contratiempos, esa misma noche estarían todos reunidos y podrían atacar al amanecer.

Ya habían partido algunos mensajeros cuyo objetivo era llegar a Anktar y avisar a los partidarios del heredero legítimo que estuvieran preparados ante el perentorio avance de las tropas y dispuestos para el apoyo.

En horas de mediodía llegó Zulub Hagrid en persona, comandando un importante grupo de moribs armados hasta los dientes. Luego de ello, un nuevo grupo de hombres partió con la instrucción de despejar una ruta desde las Montañas Nubladas hasta el bosque cercano a Anktar.

Alrededor de una hora después, partía el convoy, que incluía varias carretas llevando pólvora, armas, comida, ropa de abrigo y material médico, rumbo al Bosque Perenne, llamado así por los enormes y viejos abetos y cipreses que lo conformaban. La batalla final estaba en marcha.



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Puerto de Plymouth
Inglaterra



—Demonios, era verdad— gruñó Salazar Slytherin, capitán del HMS Prince, mientras observaba las dos elegantes parejas avanzar por el estrecho muelle. Le habían informado que entre sus pasajeros iban a viajar dos damas, pero definitivamente había creído que se trataba de una broma de mal gusto. Sin embargo, allí estaba la prueba tangible de que era algo totalmente serio.

—¿Esas son mujeres?— escuchó una voz a sus espaldas. Se giró para encontrar a un joven tripulante, que observaba a las personas que se acercaban al barco con perplejidad.

—No parecen elefantes— replicó su superior en tono cortante.

—No, disculpe, mi Capitán, es que… — se interrumpió como intentando encontrar las palabras. A su alrededor, todos los tripulantes se veían igual de consternados—. ¿No se supone que éste es un barco de guerra?

—Y lo es— el tono del hombre era duro—. Y si alguien hace un comentario gracioso respecto a esto, se las verá conmigo. Quedan advertidos— concluyó, antes de dirigirse a la escalerilla de abordaje, por la cual ya subía Lily Potter con una sonrisa de oreja a oreja; al fin iba a ir al encuentro con el resto de su familia, aunque en el camino produjera un ataque severo de gastritis al Capitán y a toda la tripulación.



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Bosque Perenne
Afueras de Anktar



Severus y el grupo de las Montañas Nubladas llegó al Bosque Perenne al final de la tarde, y notó con satisfacción que ya había llegado un buen contingente de hombres, que los recibieron con vítores y diversas muestras de euforia. Mientras miraba a sus súbditos con satisfacción, escuchó que Remus, quien cabalgaba a su lado, lanzaba una exclamación ahogada.

—¡Soldados de Su Majestad!

—¿A qué te refieres?— preguntó Severus, notando la exaltación de su acompañante.

—Severus, mira aquel grupo de allá, los uniformes. Son ingleses.

El hombre giró de inmediato, y al darse cuenta que Remus tenía razón, acicateó el caballo hacía el nutrido grupo, seguido de cerca por el futuro Conde de Lupin. Al llegar, saltaron de los caballos y se acercaron a quienes parecían ser los jefes y que los recibieron con expresión satisfecha.

—Lord Scrimgeour, Cedric— saludó Remus con entusiasmo al reconocerlos—. ¿Qué hacen aquí?

—Pues si no me equivoco, ustedes nos mandaron llamar— contestó el Capitán con ironía.

—Seamus lo logró— musitó Severus casi para si mismo y el otro hombre lo miró con curiosidad. Notándolo, Remus se apresuró a hacer las presentaciones.

—Severus, ellos son lord Rufus Scrimgeour, Capitán de la Armada de Su Majestad, y lord Cedric Diggori— dijo, señalando a ambos, antes de agregar—. Su Alteza, Severus Dumbledore Snape.

Ambos ingleses, plenamente conscientes de las normas de etiqueta internacional, hicieron una respetuosa inclinación ante Severus.

—Por favor, no— pidió el Príncipe—. Ustedes son amigos que han venido a ayudar, y espero que me consideren igual— sin transición, miró fijamente al capitán Scrimgeour y preguntó—: Supongo que Seamus Finnegan logró avisarles, ¿dónde está? ¿Y cómo supieron que íbamos a reunirnos aquí?

—¿Por qué no nos sentamos?— preguntó Cedric, señalando un sitio cercano donde habían colocado unas cobijas en el piso—. Esta explicación será prolongada

Una vez instalados, el aludido comenzó a explicarle todo lo ocurrido durante esos días y las decisiones tomadas. Pronto se unieron Sirius y una entusiasta Hermione, que suspiró feliz cuando supo que su hermano mayor venía en camino

—Lo extraño es que el señor Finnegan no llegara a las montañas. Él iba a ponerle sobre aviso, creímos que por eso estaban aquí.

—Supongo que cuando llegaron al campamento del Oeste, ya había llegado nuestro mensajero indicando que nos íbamos a reunir aquí y lo consideró innecesario— comentó Severus.

—Es increíble la coincidencia— musitó Remus, asombrado.

—Mi madre diría que Dios movió algunas piezas a nuestro favor— dijo Hermione, sonriendo con dulzura.

—Pues ya era hora de que…— Sirius no completó lo que iba a decir, pues se quedó mirando un punto a lo lejos—. Señores, creo que el resto de los refuerzos está llegando al campamento.



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Palacio de Piedra
Anktar



—¿Draco?— musitó Harry, abriendo los ojos con dificultad. Estaba acostado en el catre de la celda y tenía un paño húmedo sobre la frente. Observó como Blaise entregaba al rubio un paño más fresco, para luego humedecer el otro y ponerlo sobre la fría roca del piso del calabozo para que se enfriase—. ¿Qué pasó?

—Te subió mucho la fiebre y estuviste delirando durante horas— le explicó Draco, mientras apartaba un mechón de su frente y colocaba mejor el paño—. Por suerte vino una amiga de Godric que es sanadora y te dio una poción para bajar la temperatura. ¿Cómo te sientes?

—Regular— contestó con dificultad, antes de preguntar con angustia—. ¿Mi bebé?

—Está bien. Lo más importante es controlar la fiebre y parece que la poción lo está logrando. Espero que Godric vuelva pronto con nueva poción, ésta se está terminando.

Como si lo hubiera convocado, la puerta se abrió y el anciano entró por la misma.

—¿Cómo sigue Su Alteza?

—Mejor, la fiebre cedió un poco y recuperó la conciencia— contestó Draco, antes de mirarlo, interrogante—. ¿Dónde está Rowena?

—Preferí venir sólo, los pasillos están llenos de vigilantes y si veníamos ambos íbamos a llamar mucho la atención. Pero aquí le traje otro frasco de medicina.

—Menos mal, éste estaba a punto de terminarse.

—También traje más cobijas, esta noche hay luna nueva y es más oscura y fría de lo habitual.

—¿Trajiste café caliente?— preguntó Blaise.

El hombre asintió.

—Sí, y leche tibia para Su Alteza, en su estado no debe tomar café. Y el estofado que prepararon hoy está muy sabroso— miró fijamente a Draco—. ¿Su Alteza comió algo?

—Nada, se despertó hace muy poco.

—Traje sopa para él. Intente que coma, es indispensable en su estado— el joven rubio asintió—. También traje más agua, Rowena dice que es probable que la fiebre vuelva a subir en la noche, deben controlársela.

—Así se hará.

Antes de despedirse, el anciano miró al joven, preocupado.

—Según me dijo Rowena, la situación del Príncipe Consorte es muy delicada— musitó con tristeza—. Sigan dándole la medicina y poniéndole los paños húmedos. Si la fiebre sube demasiado podría morir, o perder a su bebé. Regresaré en cuanto pueda.

Mientras Draco lo miraba caminar hacia la puerta, una sensación de angustia inundó su pecho. Si Harry y su bebé morían, su tío moriría con ellos, estaba seguro de eso.



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Buque HMS Prince
Canal de la Mancha



—¿Capitán?

—¿Sí?— replicó el hombre, irritado, sobresaltando al joven marinero que había logrado encontrar valor suficiente para acercarse a él. Al ver el nerviosismo del joven, relajó el ceño—. ¿Qué quieren ahora las señoras?

Un poco más tranquilo, el joven estuvo a punto de echarse a reír. Entendía que su capitán estuviera irritado, luego de la gran cantidad de peticiones hechas por sus pasajeras.

—Lady Potter pide amablemente que tenga la bondad de acompañarlos a tomar el té.

El hombre de mar suspiró con frustración.

—Por favor, dígale a la señora Marquesa que mis labores me impiden acompañarlos. Con gusto lo haré durante la cena— al ver que el joven no se movía, preguntó—: ¿Qué pasa?

—Lady Potter agregó que a menos que el barco se estuviera hundiendo, y estuviéramos a punto de abordar las lanchas salvavidas, no aceptaba un no por respuesta— el joven tuvo que recurrir a todo su entrenamiento militar para no reír ante la cara de frustración de su superior.

—Demonios— masculló el otro, al tiempo que se encaminaba al interior de la nave—. Y yo que me enrolé en la Armada precisamente para escapar de esa cuerda de cacatúas fastidiosas. ¡Rayos!



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Bosque Perenne
Afueras de Anktar



—¡Neville!— Hermione se arrojó en brazos de su hermano mayor, llorando de alivio y felicidad, ahora estaba convencida que todo saldría bien—. ¡Al fin llegas!

—Ya, pequeña, no llores. Ya estoy aquí— mientras acunaba a la joven con uno de sus brazos, alzó la vista y la fijó en los demás—. Tío Remus— musitó sonriendo, abrazándolo con su brazo libre—. Y ustedes deben ser mi cuñado y mi futuro cuñado— obviando el protocolo, extendió la mano, saludando con afecto a los otros dos—. Los chicos me hablaron mucho de ustedes en sus cartas— de repente, la sonrisa se borró y miró a Severus, preocupado—. ¿Se ha sabido algo de Harry?

—Sólo que él y mi sobrino Draco fueron secuestrados por Lucius Malfoy y están en el Castillo de Piedra— contestó Severus.

—Sí, algo me adelantó el señor Weasley antes de venir hacia aquí. ¿Cómo pasó?

—Les tendieron una trampa— replicó el Príncipe, con el rostro pétreo y el ceño fruncido.

Neville respiró profundamente, no era momento de dejarse inundar por el pánico. Luego de un par de minutos, durante los cuales todos mantuvieron un discreto silencio, volvió a hablar.

—¿Y esa es la razón de que decidieran atacar sin esperarnos?

—No podíamos esperar más— confirmó Severus—. Cada minuto es precioso, y no teníamos idea de si Seamus había logrado alcanzar su objetivo o no.

Neville asintió.

—Yo hubiera hecho lo mismo— dijo con tono sereno, y miró a Severus—. ¿Tienen algún plan de ataque?

—Lo tenemos— replicó el Príncipe—. Por eso di orden de reunir las fuerzas.

—Aunque hasta la llegada de ustedes, era un plan más bien suicida— agregó Sirius.

—Entonces sólo queda decidir cómo encajamos nosotros en el plan— comentó Neville.

—De hecho, te estábamos esperando para decidirlo— intervino Rufus Scrimgeour, que hasta el momento había mantenido un discreto silencio.

Neville asintió al capitán inglés y luego fijó la mirada en Severus.

—¿Cuándo planean atacar?

—En la madrugada.

—Entonces nos queda poco tiempo para coordinar el ataque. Estamos a sus órdenes, Su Alteza— y Neville se cuadró ante Severus en actitud de obediencia marcial, y en un gesto de respeto y apoyo, todos los presentes lo imitaron.

El ejército de Severus Dumbledore estaba dispuesto para recuperar el trono que por legítimo derecho le correspondía, y lo que era más importante, recuperar a las personas que más amaba en el mundo.



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Gotitas musicales

Hoy dos preciosas piezas de George Bizet

Los pescadores de perlas. (1863) El amor que salvó un reino. Capítulo 21. Dispuestos para la batalla Zaqui_zpso1riue2f


Juego de niños (1871) El amor que salvó un reino. Capítulo 21. Dispuestos para la batalla Zaqui_zpso1riue2f



El amor que salvó un reino. Capítulo 21. Dispuestos para la batalla Personajes_zpseeqtvuaj

Severus D. Snape….. Príncipe Heredero de Moribia
Harry Potter……….. Lord inglés, prometido del príncipe
Lucius Malfoy…….. Hermanastro de Severus, usurpador del trono
Sirius Black…….. …Capitán de la Guardia de Palacio
Remus Lupin……… Tío de Harry y Hermione, heredero del Conde de Lupin
Draco Malfoy……… Noble fértil, hijo de Lucius y sobrino/pupilo de Severus.
Hermione Potter…….Hermana de Harry y prometida de Sirius Black
Neville Potter…….. Hermano mayor de Harry, capitán del ejército de Su Majestad
Nicolás Flamel…… Vicario
Peter Pettigrew….. ¿Quién va a ser? La rata.
Víctor Krum……….. Soldado de la guardia moribiana
Godric Gryffindor… Empleado del palacio real y espía a favor de Severus
Rowena Ravenclaw… Empleada del palacio real y espía a favor de Severus
Salazar Slyterin… Capitán del HMS Prince, otro acorazado inglés.
Rufus Scrimgeour… Capitán de un acorazado de la Armada Real del Reino Unido.
Cedric Diggory…….. Teniente de la Armada inglesa y amigo de infancia de los Potter


Nota especialísima: La carta que escribe Severus a Harry en la primera escena de este capítulo no es de mi autoría, sino un regalito que me hizo Gabrielle y que fue tan bondadosa que me dejó usarlo. Gracias, cariño, me encantó. TQM.




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