alisevv
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| Tema: El amor que salvó un reino. Capítulo 23. Severus, apúrate, se acaba el tiempo Miér Mar 09, 2016 6:55 pm | |
| —¡¡¡Maldición!!!— el grito de Severus resonó incontenible, antes que se abalanzara corriendo hacia las destruidas puertas.
Mientras un grupo de hombres disparaban hacia lo alto de las murallas, donde los defensores, aturdidos ante lo acaecido y enceguecidos por el humo, disparaban de forma errática, el resto avanzó hacia las puertas, y retirando la carreta carbonizada, penetraron en los jardines del castillo, donde al punto empezó una nueva lucha encarnizada, ahora cuerpo a cuerpo.
Antes de entrar, Severus se desvió unos metros, hasta el lugar donde Charlie Weasley sostenía el cuerpo sin vida de su hermano mayor.
—Pudo saltar antes de la explosión— musitó el joven pelirrojo en cuanto el Príncipe llegó a su lado, acariciando la mejilla todavía caliente de Bill—. Tuvo suerte, Alastor quedó peor— el joven señaló unos metros más allá, donde Sirius cerraba el único ojo sano del viejo cazador, cuyo cuerpo estaba fuertemente quemado y había perdido una pierna.
—Charlie, yo…— el Príncipe lo miró, acongojado, sin saber qué decir.
El aludido alzó la cabeza y lo miró fijamente; a pesar del dolor, sus ojos estaban llenos de determinación. Giro e hizo una seña a uno de los jóvenes encargados de recoger a los enfermos y a los cadáveres; el muchacho se acercó, presuroso.
—Por favor, cuídalo— suplicó—. Lo dejo en tus manos hasta que pueda enterrarlo con dignidad— en tanto el joven asentía, miró de nuevo a Severus—. Vamos, Su Alteza. Debemos rescatar al Príncipe Consorte y a lord Draco, y darle a ese desgraciado de Malfoy lo que se merece.
Severus asintió y, dando media vuelta, corrió hacia el castillo junto con Charlie Weasley; segundos después, Sirius dejaba con el mismo muchacho el cuerpo de Alastor y los seguía.
—¿Quién está ahí?— preguntó Harry débilmente, escudriñando en la oscuridad de la celda—. ¿Godric?
—¿Así que tú eres el famoso inglés?— la desagradable voz resonó en las paredes de piedra—. Pero si eres un adefesio, no entiendo como alguien pudo fijarse en ti— la mujer hizo un gesto de desprecio—. Aunque no me extraña, ese Severus heredó el mal gusto de su padre.
Harry la observó, realmente preocupado. Al parecer, esa mujer era la tal Minerva, la que se suponía era muy peligrosa. Instintivamente, su brazo fue a proteger su vientre.
>>Miren que tierno, protegiendo a su bebé— la burla inmunda estremeció a Harry—. No te preocupes tanto, yo voy a resolver todos tus problemas— se acercó al joven, el frasco de la poción que se había convertido en su última obsesión fuertemente aferrado en su mano derecha—. Sólo tienes que tomar un pequeño sorbo de esto.
Haciendo un enorme esfuerzo, Harry se enderezó y se puso a la defensiva.
—No se me acerque.
—¿Pero cómo te lo doy si no me acerco?— la voz seguía con su profundo tinte de maldad—. Vamos, se buen chico y bebé— ordenó, estirando el brazo hacia Harry.
—No pienso beber nada que me des— replicó el otro, jadeando, su vientre dolía mucho y tenía fuertes ansias—. Déjame en paz y vete.
La mujer se acercó amenazante y Harry empezó a manotear para defenderse. Sin embargo, el joven de ojos verdes estaba demasiado débil y pronto la mujer lo había tomado por los cabellos y jalado hacia atrás, al tiempo que llevaba el pequeño recipiente a su boca. Al ver que su presa cerraba con fuerza los labios, en un desesperado intento por evitar tomar, la desquiciada mujer dio un fuerte empujón y la cabeza del chico golpeó con fuerza contra la pared de roca.
Jadeó dolorido y la mujer volvió a acercar el recipiente a su boca, pero al pensar en su pequeño, Harry la volvió a cerrar con determinación.
—Vas a abrir la boca aunque tenga que matarte a golpes— gritó la mujer, mientras volvía a empujar su cabeza contra la roca sin consideración.
Esta vez, el golpe fue demasiado, e impotente, Harry sintió que todo su mundo se volvía negro y se hundía en la inconsciencia.
La lucha en los jardines del Castillo de Piedra era encarnizada, y Severus sabía que eventualmente podrían llegar a la entrada para acceder al interior del edificio. Sin embargo, notaba con desesperación que su avance estaba resultando arduo, y lo que era más grave, sumamente lento.
Mientras con la espada embestía aquí y allá, y esquivaba los disparos provenientes del interior del palacio, se acercó a Sirius, quien semioculto detrás de unos setos, disparaba contra los defensores del interior del castillo. El Capitán ni siquiera desvió la mirada de su objetivo cuando sintió a su amigo deslizarse a su lado.
—Sirius, esto se está prolongando y temo que Lucius, al verse acorralado, pueda lastimar a Harry y Draco como venganza.
Ahora sí que Sirius Black lo miró y asintió. Conocía esa mirada en Severus, sabía que había decidido algo.
—¿Qué vas a hacer?
—Supongo que los deben tener en los calabozos; debo llegar allí lo antes posible, pero atravesar el vestíbulo principal va a ser demasiado lento. Hay un pasadizo aquí cerca, por el lado izquierdo de palacio, en las caballerizas— Sirius asintió—. Llega a varias habitaciones del palacio, y una de ellas queda muy cerca de las mazmorras. Voy a intentar llegar hasta allí.
—Es muy arriesgado que vayas solo.
—Pediré a Neville y Remus que me acompañen— dijo, observando a los mencionados, que también disparaban desde otro seto cercano—. Y llevaremos unos cuantos hombres por si hay problemas en el camino. Ustedes encárguense de ingresar al castillo por la puerta principal.
—Entendido. ¡Suerte!— deseó el Capitán, y momentos después, Severus partía veloz.
—Parece que al fin te desmayaste— la voz de Minerva McGonagall sonó triunfante—. Mejor, así podré darte el abortivo sin problema— acostó al joven y le abrió la boca, llevando el recipiente a los labios.
—Detente, malvada— sorprendida, giró la cabeza para encontrarse con Godric Gryffindor, quien de inmediato se abalanzó hacia ella. La mujer trató de defenderse, y en el forcejeo, la botellita voló de su mano, para ir a estrellarse contra el piso y derramar el líquido en el suelo de roca.
—¡Nooooo, maldito!!!— desquiciada, intentó atacar a Godric, pero pronto se dio cuenta que, aunque anciano, el hombre era más fuerte que ella. Mientras éste la detenía, Rowena Ravenclaw, quien acababa de llegar, jadeando, se precipitó hacia el catre donde Harry permanecía desmayado. Observó que tenía un feo corte en la cabeza, y lo que era peor, había una preocupante mancha de sangre en su pantalón, a la altura de su ingle.
En medio del forcejeo, Minerva también notó la mancha y sonrió. Obteniendo nuevas fuerzas de su locura, empujó a Godric, riendo demencialmente, y escapó a toda velocidad de la celda. El anciano iba a correr tras ella, cuando lo detuvo la alterada voz de su amiga.
—Godric, Su Alteza está perdiendo a su bebé.
—¡Capitán Black, atrás de usted!— Sirius apenas tuvo tiempo de obedecer la advertencia y volverse en redondo para contener el ataque de un hombre de color, quien se abalanzaba hacia él con un sable en la mano. Luego de hundirle su espada en el vientre, se acercó a ayudar a Cedric, quien en ese momento era atacado por dos individuos.
Luego de un largo forcejeo, se deshicieron de sus respectivos contendientes y se ocultaron tras una columna, mientras se daban un leve respiro para recuperar el aliento, al tiempo que observaban los enfrentamientos que se estaban dando en el vestíbulo principal.
—Gracias— dijo Sirius, jadeando agotado.
—Lo mismo digo— luego de unos segundos, Cedric alzó la vista y miró el panorama—. Parece que vamos ganando.
—Puede— el otro frunció el ceño, preocupado—. Pero están cayendo muchos de los nuestros. A este punto no sé cuanto va a dur…— se interrumpió al oír un estruendo terrible—. ¿Qué infiernos es eso? Parece una estampida de elefantes.
El joven inglés miró hacia el origen del extraño sonido y al momento esbozó una amplia sonrisa.
—Creo que llegaron refuerzos de última hora.
Asombrados, ambos hombres observaron como un nutrido grupo de moribs entraban gritando lo que claramente eran palabras de guerra, y blandiendo espadas y hachas contra todo enemigo que encontraban a su paso.
—Estos montañeses realmente saben cómo hacerse notar— comentó Sirius, satisfecho—. ¿Nos unimos a la fiesta?
Draco no sabía cuanto tiempo llevaban andando por ese túnel estrecho y húmedo. Delante de él caminaban Crouch, quien llevaba un quinqué en la mano que alumbraba muy débilmente el camino, y Blaise, que al igual que él mismo, había mantenido un hermético silencio. Cerraba la marcha Lucius, que para satisfacción de Draco, lo estaba pasando muy mal, especialmente a causa de las múltiples alimañas que habitaban el lugar, a las que el hombre tenía un profundo asco.
—Vamos, caminen más rápido— gritó Lucius, al tiempo que empujaba fuertemente a Draco, quien tuvo que luchar para mantener el equilibrio y no caer.
—¡¿Mierda, no ves cómo está el piso!?— gritó Crouch desde su posición—. Además, apenas se ve.
—Pues a menos que quieras que nos atrapen, conviértete en topo y apresúrate.
Cinco minutos más tarde, Barty Crouch se encontró con una espesa cortina de ramas y hojas, que cubría la salida. Empezó a empujar con fuerza pero sin éxito, el paso del tiempo había fortalecido la muralla natural y no cedía.
>>¿Qué pasa que no avanzas?— gritó Lucius.
—¡Maldición, cállate de una vez!— gruñó el hombre, mientras hacía un nuevo intento—. La salida está obstruida, ¿por qué no vienes hasta aquí y ayudas en vez de parlotear como loro?
—Debo cuidar a los rehenes— argumentó el aludido, ni loco pensaba dañar sus finas manos en esas labores.
—Y una mierda— replicó el otro, antes de dirigirse a los más jóvenes—. Ustedes dos, ayúdenme a empujar.
Pese a que llevaban las manos atadas tras la espalda, a Draco y Blaise no les quedó más remedio que empezar a empujar con los hombros, y luego de un buen rato, la obstrucción empezó a ceder. Un nuevo empujón y las ramas crujieron. Sólo hicieron falta un par de arremetidas más y los cuatro hombres pudieron salir al aire libre.
Una vez fuera, Crouch se acercó a Lucius y le increpó, furioso.
>>Ya no eres el benemérito Rey de Moribia, así que más vale que cambies ese aire de damisela que no puede hacer nada porque no lo voy a aceptar.
—¿Eso es una amenaza?— el tono del hombre rubio era tan frío como el de su interlocutor.
—Tómalo como quieras.
Mientras ambos hombres discutían, Blaise miró a Draco con intención. El joven rubio entendió el mensaje al instante: esos dos eran tan engreídos, estaban tan seguros de su supuesta importancia, que peleaban entre si y se distraían con gran facilidad. Tendrían que estar atentos y, quién sabe, quizás hasta lograran escapar. Sólo tendrían que permanecer callados y tranquilos, y hacerles creer que eran inofensivos, mientras esperaban el momento oportuno para actuar.
En cuanto salieron del pasadizo secreto, Severus había guiado a los demás a través de unos pasillos, en dirección a la sección de calabozos. Aunque habían encontrado alguna resistencia a lo largo del recorrido, los hombres que les acompañaban lograron detenerlos con bastante facilidad y el Príncipe respiró aliviado cuando vio la entrada que conducía hacia las mazmorras. Haciendo una indicación a Neville y Remus para que lo siguieran, se precipitó hacia las escaleras que bajaban. Tras ellos, siguieron varios de los hombres que le habían acompañado.
Casi sin resuello, llegaron a la sección correspondiente a la prisión, y se separaron para empezar a buscar con precipitación, revisando cada una de las celdas.
—¡Harry!— el grito angustioso de Severus alertó a los demás, quienes corrieron a la celda de donde provenía para encontrar al hombre arrodillado al lado de su inconsciente esposo, mirándolo con el rostro desencajado. A su lado, también arrodillada, se hallaba Rowena, y de pie, un poco más lejos, el anciano Godric.
>>¿Qué pasó? ¿Qué le hizo a mi esposo?— aunque el semblante de Severus no reflejaba emoción y su voz era átona, sus ojos refulgían con un odio visceral.
—Rowena no le hizo nada, Su Alteza, sólo estaba tratando de ayudarlo— se escuchó una aguda voz y Severus apartó la mirada de la mujer, para escudriñar el punto desde donde había salido el sonido, encontrándose con Neville, que apuntaba con su arma a un tembloroso anciano.
—¿Godric?— musitó un tanto más calmado, reconociéndolo—. Tranquilos, es de los nuestros.
—Pero no estaba en el bosque— argumentó Neville, frunciendo el ceño y sin apartar el arma.
—Además, cómo llegó hasta aquí antes que nosotros— agregó Remus.
—Estaba en palacio, era uno de nuestros espías— explicó Severus, antes de repetir su pedido—. Confía en mí, Neville, puedes bajar el arma— el joven teniente asintió en silencio y, luego de obedecer, él y Remus se acercaron a donde estaba Harry.
—¡Dios, está sangrando!— susurró Neville, arrodillándose también en el suelo de piedra.
Severus acarició el rostro pálido de Harry, antes de mirar a Rowena, en una muda pregunta.
—Su Alteza está mal— contestó la mujer, contrita—. El bebé…
Dejó en suspenso lo que iba a decir, incapaz de poner en palabras lo que sentía. Conteniendo el agudo dolor que oprimió su pecho, impidiéndole incluso respirar, Severus levantó la mirada y la fijó en uno de los hombres que había bajado tras ellos.
—Corre a buscar al doctor Karkaroff— ordenó—. ¿Sabes dónde está el hospital de campaña?
El joven asintió y se disponía a partir, pero una ronca voz le contuvo.
—El doctor está en el salón de música, ve rápido— informó Sirius, que acababa de llegar. Mientras el joven volaba fuera de la habitación, el Capitán explicó—. Los moribs lograron controlar Anktar y varios de los doctores de la ciudad fueron al hospital, por lo que Karkaroff y otro médico vinieron al castillo a ver en qué podían ayudar. ¿Qué pasó aquí?
Severus, que sostenía a Harry sobre su regazo mientras Rowena empujaba un paño sobre la herida de su cabeza, miró fijamente a Godric.
—¿Puedes explicar qué pasó?
—Cuando la pelea en el castillo empezó, busqué a Rowena para intentar bajar a los calabozos, a ver cómo estaban Su Alteza y lord Draco, y ayudar en lo que pudiéramos. Al llegar, Minerva McGonagall acababa de golpear a Su Alteza contra la pared y trataba de hacerle beber algo— señaló el frasco roto en el piso de la celda—. Forcejeé con ella y el recipiente se le cayó. Entonces gritó como loca pero al ver…— se detuvo un minuto, buscando las palabras—…. pero cuando vio que Su Alteza sangraba, rió con fuerza y salió corriendo.
La mirada de Severus se volvió a oscurecer de dolor, preocupación y una inmensa furia.
—¿Y qué pasó con Draco?— intervino Remus, quien además de la preocupación por su sobrino, temía por la suerte del hombre que amaba—. Usted dijo que venía a verlos a ambos, eso quiere decir que también estaba aquí, pero las demás celdas están vacías.
—Los tres estaban en esta celda— todos los presentes maldijeron por lo bajo al pensar en las condiciones que habían tenido que soportar los más jóvenes—, pero cuando llegamos sólo encontramos a Su Alteza.
—¿Los tres?— repitió Sirius, intrigado—. ¿Quién más estaba aquí?
—Un joven de piel oscura— explicó Godric—. Llevaba muchos días aquí, y según se decía, lo trajo el hombre que era contacto entre el usurpador y el Sultán de Mejkin, Barty Crouch.
—Demonios, debimos haber matado a ese desgraciado— gruño Sirius.
—¿Del Sultán de Mejkin?— preguntó Neville, realmente interesado—. ¿Sabe como se llama ese joven?
—Lord Draco lo llamó Blaise.
—Blaise— musitó Neville casi para si mismo—. ¿Será…?
Su reflexión se vio interrumpida por Remus, quien hablaba con urgencia.
—¿Pero si estaban aquí por qué ya no están?
—No sé, milord— replicó el anciano—. Quizás están con el usurpador.
—Lucius— Severus recordó repentinamente a su hermanastro y su rostro reflejo la lucha interna que se debatía en su alma. Por una parte quería ir y destrozar con sus propias manos a ese ser por cuya causa había muerto su padre y un buen número de sus amigos, Bill, Alastor y tantos más, y por quien quizás perdiera todo lo que amaba en el mundo, Harry, su bebé, Draco. Pero por otra, deseaba seguir allí, sentado en las frías piedras de esa mugrienta celda, acunando a su amor entre sus brazos, como si con ello pudiera protegerlo de cualquier daño. Por un buen rato, furia y dolor batallaron sin control, pero al fin ganó el dolor. En ese momento no era el príncipe Severus Dumbledore, en ese instante sólo era un pobre hombre desgarrado de dolor, así que mientras acomodaba a su esposo aún más cerca de su regazo, levantó la vista y miró a su mejor amigo.
—Sirius, no puedo dejar a Harry así, no por ahora al menos. Esa alimaña debe estar escondido en algún rincón oscuro, búscalo y oblígalo a que confiese a donde se llevó a Draco y al otro muchacho.
—Enseguida— replicó, disponiéndose a partir.
—Te acompaño— dijo Remus de inmediato, mirando a Severus y Neville—. Quisiera quedarme pero…
—No te preocupes— lo tranquilizó este último—. Ve con Sirius, nosotros cuidaremos a Harry.
Antes que abandonara definitivamente la celda, se escuchó nuevamente la dura voz de Severus, fría como hielo.
—Busquen también a Minerva McGonagall, pero no la maten a menos que sea imprescindible. Esa mujer y yo tenemos algunas cuentas que saldar.
Minutos después que Sirius y Remus abandonaran las mazmorras, Igor Karkaroff llegó casi corriendo, llevando en su mano un pequeño maletín con su instrumental. A su lado, Oliver Wood cargaba un bulto mucho más grande, lleno de vendas, frascos con medicinas, y muchas otras cosas que el médico pudiera necesitar para realizar curas rápidas en el terreno.
Rowena se levantó para darle espacio y el hombre se agachó al lado de Harry. De inmediato, se dio cuenta de la gravedad de la situación. Sacó un frasquito de las provisiones que llevaba Oliver y dejó deslizar un poco de líquido entre sus labios, antes de mirar a Severus.
—No quisiera tener que moverlo, pero éste no es el sitio ideal para revisar a Su Alteza— dijo con tono profesional—. El aire está cargado, hay mucha humedad y el lugar está infestado de alimañas.
—Lo llevaré a mis habitaciones— aceptó Severus—. Son claras y ventiladas, y deben estar limpias… Bueno, a menos que el desgraciado de Lucius las haya estado usando.
—No, Su Alteza— intervino Godric—. Él ha estado usando las habitaciones del Rey— Severus frunció el ceño—. Ni sus habitaciones ni las de lord Draco han sido tocadas, y yo personalmente me he estado encargando de mantenerlas limpias.
—Pero eso es peligroso— intervino Neville, mientras Severus miraba al anciano, agradecido—. Todavía están luchando allí arriba, podrían atacarnos.
—No creo— comentó el doctor Karkaroff—. Cuando vine para acá, los partidarios de Su Alteza tenían la situación prácticamente dominada.
—De todas maneras, podemos tomar el pasadizo por el que entramos, una de sus salidas da a mi recámara— comentó Severus, mientras con mucha delicadeza tomaba a Harry en brazos y se incorporaba. El joven hervía en fiebre—. Doctor, está ardiendo— musitó, infinitamente preocupado.
—La sustancia que le di va a ayudar a bajar la fiebre— lo tranquilizó el sanador—. Ahora es importante apresurarnos, quiero revisarlo a la brevedad.
—Me voy a adelantar con los hombres para verificar que no tengamos un encuentro desagradable. Denme un par de minutos y suban— pidió Neville, y salió de la celda, llamando a los hombres para que le acompañaran.
Caminando como si Harry fuera un frágil objeto a punto de quebrarse, poco después Severus salió de la celda y empezó a subir por las incómodas escaleras. Marchaba en tensión, orando por llegar al pasadizo sin ningún contratiempo. Bastantes problemas tenían con las cosas como estaban.
Como si el cielo hubiera respondido a sus plegarias, lograron hacer el camino sin ningún encuentro desagradable, y lo que a Severus pareció un interminable tiempo después, depositaba el desmadejado cuerpo de Harry sobre la mullida cama de su dormitorio de soltero.
—¿Por qué no despierta?— musitó, acariciando el pálido rostro de su esposo.
—Su Alteza, permítame examinarlo, por favor— se escuchó la voz del médico real en tono profesional, al ver que Severus seguía sentado en la cama al lado de Harry, acariciando su rostro—. Les agradeceré esperen afuera. Rowena, voy a necesitar su ayuda.
—No, yo quiero quedarme— declaró Severus, contundente.
—Será sólo un momento, Alteza.
Al ver que Severus seguía poco predispuesto a dejar a Harry, Neville se acercó y puso una mano en su hombro.
—Vamos, Severus, dejemos que el doctor haga su trabajo— el Príncipe se levantó con renuencia, y sin dejar de mirar a su pareja, con los ojos turbios de preocupación, se dejó arrastrar por su cuñado fuera de las habitaciones.
—Ahí hay una granja— comentó Lucius, mirando un pequeño punto aún lejano—. Seguramente tienen caballos, no podremos avanzar demasiado si seguimos a pie.
—No creo que estén muy predispuestos a entregarnos sus animales, si es que los tienen— replicó Crouch.
Lucius alzó en arma y frunció el ceño.
—No pienso pedirles permiso.
Severus caminaba de un lado a otro del pasillo que daba a sus habitaciones, esperando, con el corazón en la mano, que el Doctor Karkaroff terminara de examinar a Harry. Muy cerca, una aterrada Hermione, que acababa de llegar al palacio, se acurrucaba en los brazos de su hermano mayor, mientras ambos pares de ojos permanecían fijos en la puerta de los aposentos.
Cuando ya Severus estaba a punto de tirar la puerta abajo a fuerza de golpes, ésta se abrió con suavidad y apareció el rostro cansado de Rowena Ravenclaw.
—El doctor los llama.
En cuanto entró, el Príncipe se precipitó hacia el lecho donde descansaba su pareja. Del otro lado del lecho, una preocupadísima Hermione imitó sus acciones casi con exactitud.
Severus sintió que su corazón se encogía. A Harry le habían puesto una de sus camisas de dormir, demasiado grande para él, y se veía tan pequeño e indefenso, con la cabeza vendada y los ojos cerrados. Tocó su frente y suspiró, aliviado; estaba mucho más fresca.
—La fiebre bajó— Severus miró al médico sin saber si eso era una buena noticia—. ¿Está mejor? ¿Por qué no despierta?
—La fiebre bajó por el medicamento que le administré— informó Karkaroff con tono pausado y profesional, que él sabía resultaba bastante tranquilizador para la familia de sus pacientes—. También le di una poción muy antigua, algo que me enseñó el doctor Shacklebolt— explicó, recordando al eficiente médico que era un experto en medicina ancestral egipcia—. Por los momentos, cesó el sangrado— vio como el rostro de Severus se relajaba con alivio, y lamentó tener que borrar ese alivió del endurecido rostro—. Sin embargo, la situación de Su Alteza sigue siendo muy delicada. El color de la marca está muy débil— como supuso, el ceño del Príncipe se volvió a fruncir y Hermione dejó escapar un gemido, ambos sabían lo que eso significaba.
Al fin, Severus encontró suficiente valor para preguntar.
—¿Mi esposo va a perder al bebé?
—Haré todo lo posible para evitar que eso pase— aseguró el médico—. Mandaré un mensajero a buscar a Kingsley Shacklebolt para que me ayude; por suerte, en estos momentos se encuentra en Zoriam, en pocos días lo tendremos aquí.
>>Mientras tanto, tomaremos algunas previsiones. Su Alteza debe permanecer en reposo absoluto y tomar una serie de medicamentos a las horas exactas. Debe haber alguien junto a él que se encargue de cuidarlo permanentemente y administrarle todo de acuerdo a mis indicaciones.
—Yo puedo hacerlo— aseguró Hermione.
—Si me permite, Milady, me gustaría apoyarla— sugirió Rowena tímidamente—. Para usted sola resultaría agotador.
Mientras Hermione aceptaba con una sonrisa, Severus habló de nuevo.
—Bien, Hermi y Rowena lo cuidaran de día y yo de noche.
—Severus, no es necesario— musitó Hermione—. Tú tienes muchas cosas, Rowena y yo…
—Harry es mi esposo, yo lo cuidaré de noche— el tono del hombre no admitía discusión.
—¿Y por qué mi hermano no despierta?— preguntó Neville, que había permanecido en silencio hasta ese momento.
—Está muy débil, y su organismo está concentrando casi toda su energía en salvar al bebé. Pero no se preocupe, sólo duerme, y seguramente dormirá varias horas.
En ese momento, unos discretos toques en la puerta alertaron a todos en la habitación, quienes inconscientemente se pusieron en guardia. Ante un leve asentimiento de Severus, Neville fue a abrir.
—Sirius— exclamó Hermione al ver a su novio en el umbral, acompañado de Remus Lupin. Se levantó de un salto y corrió a abrazarlo.
—Hola, preciosa— musitó el Capitán con ternura, besando su cabello castaño
—¿Cómo sigue Harry?— preguntó Remus, acercándose a la enorme cama.
—No muy bien— replicó Severus con semblante pétreo—. Necesita reposo absoluto y cuidado constante.
—¿Y el bebé?
—Hay que esperar.
Abrazando a Hermione, Sirius también se acercó a la cama donde descansaba Harry.
—¿Crees que puedas darnos unos minutos?— preguntó a Severus—. Es importante.
El hombre asintió y luego miró a su cuñada.
—Vamos a la salita— besó la mano de Harry y se levantó con lentitud para no perturbarlo—. Hermione, por favor, cuídalo hasta mi regreso.
Mientras la joven ocupaba el sitio que Severus dejaba vacío, éste dio un último vistazo a su pareja y se encaminó hacia la puerta del cuarto, seguido por Sirius, Remus y Neville.
—Entonces, ¿encontraron a Malfoy?— preguntó Severus, tan pronto todos estuvieron cómodamente instalados en la salita perteneciente a las habitaciones.
—No está en el castillo— contestó Sirius.
—¿Cómo que no está?— inquirió Neville—. Es imposible que haya escapado, el castillo estaba rodeado; a menos que no estuviera aquí.
—Sí estaba— aclaró Sirius—. Atrapamos a Argus Malfoy, su tío, y confirmó que antes que nosotros llegáramos se encontraba aquí. Lo que no entiendo es cómo escapó, todos los pasadizos secretos dan a las caballerizas y teníamos esa zona vigilada.
—Mi grupo estaba muy cerca, les aseguró que si escapó no fue por allí— confirmó Neville.
—¿Por dónde entonces?— la voz de Remus se oía ronca de preocupación.
—Mi padre me comentó una vez que existía otro pasadizo secreto que conducía a un lugar muy lejos del castillo.
—¿Y dónde está la entrada?— preguntó Sirius.
—Ni idea, ni siquiera mi padre lo sabía, fue algo que escuchó siendo niño. Lo único que recordaba es que el pasadizo terminaba en un lugar hacia el Este.
—Demonios, este castillo es un inmenso pasadizo— comentó Neville, frustrado ante la situación.
—Todos los viejos castillos lo son, en épocas antiguas, era un mecanismo de protección— explicó Sirius.
—¿Qué podemos hacer entonces?— insistió Remus, haciendo que se centraran de nuevo en lo que más le preocupaba—. Lucius Malfoy es un demente, Draco puede estar en peligro, especialmente si también está con el tal Crouch.
—Tienes razón, debemos proceder de inmediato— Severus miró a Sirius—. ¿Cómo está la situación en Anktar y los alrededores?
—Hay mucho nerviosismo y algunos exaltados aquí y allá, pero está prácticamente controlada.
—Bien, entonces supongo que podrán salir sin demasiado riesgo. Ahora, si el pasadizo va hacia el Este, Lucius sólo tiene dos posibilidades: La frontera con Turquía y Mejkin.
—Algo me dice que fue a buscar la protección del desgraciado Sultán— comentó Remus.
—Opino lo mismo— concordó Severus—, pero es mejor no confiarse— miró a Sirius—. Envía dos grupos de hombres, uno al Sureste y otro al Este, que sigan la ruta hacia la frontera con Turquía, y un tercer grupo hacia la frontera con Mejkin. Que lleven guías expertos, y que Seamus vaya con el grupo de Mejkin, es una zona más complicada.
—Yo quiero acompañar a ese grupo— pidió Remus.
—¿Estás seguro?
—El hombre que amo está allá afuera, en peligro; por supuesto que estoy seguro.
Severus lo miró un rato y asintió.
—Si yo pudiera también iría, te lo aseguro.
—Es imposible que tú o Sirius abandonen Anktar en este momento por mucho que lo deseen— argumentó Neville—. La situación va a ser muy complicada durante las próximas horas. Yo voy a acompañar el grupo de tío Remus.
—Neville, no es necesario— declaró Sirius—. Te aseguro que nuestros hombres son expertos y tú quizás prefieras quedarte aquí con Harry y Hermione.
—Sé que mis hermanos están en buenas manos, así que prefiero ser útil.
—Bien, entonces que se preparen los hombres, que salgan lo antes posible— ordenó Severus, antes de mirar a Sirius fijamente—. ¿Y McGonagall?
—La encontramos en una habitación en el último nivel de la torre norte, esa donde dicen que hay fantasmas, supongo que se escondió allí pensando que nadie la iría a buscar hasta ese lugar. Severus, esa mujer perdió la cabeza.
—Todavía no, pero yo me encargaré de que lo haga— declaró Severus con furia—. ¿Dónde la dejaste?
—La encerré en la misma habitación.
—¿Por qué no en los calabozos?— preguntó Neville—. Ustedes hablan de todos los pasadizos del castillo, ¿y si esa mujer los conoce y escapa?
—Es la zona más alta del castillo, los pasadizos no llegan hasta allí, no te preocupes— aclaró Severus.
—Pensé bajarla a las mazmorras, pero están repletas de la gente de Malfoy— agregó Sirius—. Además, dejé un par de guardias armados vigilándola.
—Bien, acompáñame a verla— pidió el Príncipe, al tiempo que se levantaba—. De paso, giramos órdenes para que se preparen los grupos de rescate. Cada minuto que pasa esos desgraciados se alejan más de nosotros.
Minerva McGonagall estaba sentada en una silla ubicada en un rincón de la habitación, observando con mirada torva a los dos hombres que la vigilaban estrechamente. Sabía que estaba perdida pero no le importaba. Aunque la enjuiciaran y condenaran a muerte, moriría feliz sabiendo que Severus Dumbledore iba a ser infeliz por el resto de sus vidas.
Cuando la puerta se abrió y vio en el dintel al blanco de todo su odio, quiso abalanzarse contra él y arañarlo, destrozarlo, pero sabía que no podría lograr su deseo, de intentarlo sólo saldría herida.
Asqueada, se levantó y lo enfrentó con una sonrisa diabólica.
—¿Todavía sonríes, desgraciada mujer?— habló Severus, asqueado.
—Sonrío porque soy feliz— la mujer se acercó unos pasos y Sirius sacó su arma. Severus le hizo un gesto indicándole que dejara que McGonagall se acercara y éste asintió, pero no enfundó la pistola y se mantuvo atento a cualquier movimiento que indicara un posible ataque—. Me deshice de tu apestoso engendro, y con un poco de suerte, también el inglesito morirá, igual que tu madre.
Severus cerró los puños con fiereza, intentando contenerse para no pegar a aquel demonio la paliza que merecía.
—Te equivocas, mujer— dijo con un tono tan sereno y frío que todos los presentes se estremecieron—. Mi esposo y mi hijo están bien, tú eres la única que estás hundida.
—¡¡Mientes!!!— era un grito demencial, animal—. Tratas de hacerme sufrir pero no lo vas a lograr— ahora estalló en una carcajada—. Yo vi la sangre, tu hijo esta muerto.
—Te equivocas, Minerva.
Severus iba a contestarle cuando observó, extrañado, como ella se giraba y miraba espantada hacia la pared contraria, donde se encontraba una serie de estrechas saeteras, dispuestas para una posible defensa del castillo .
—Albus —la mujer observó una especie de neblina blanca, que poco a poco tomó cierta consistencia, adquiriendo la apariencia del difunto Rey—. ¿Qué haces aquí? Estás muerto. Yo te vi, no respirabas.
—Parece que ésa ahora si enloqueció del todo— siseo Sirius cerca de Severus. Éste no dijo nada, sólo siguió observando.
—Sí, estoy muerto, pero vine a cobrar mis cuentas. Has hecho demasiado daño a los míos, Minerva.
—Te lo merecías— el grito resonó en la habitación de piedra—. Cumplí mi venganza. Te maté a ti y a tu nieto, y ahora tu hijo será un pobre infeliz el resto de su vida.
—¿La detenemos?— preguntó Sirius.
—No, espera— fue la orden tajante de Severus.
—Severus te dijo la verdad, Minerva, mi nieto todavía vive, y será un niño sano y feliz, al igual que mi hijo— la mujer empezó a mover la cabeza, negando desesperada—. En cuanto a mí, te debo agradecer que me envenenaras, así logré venir antes junto a mi Eileen.
De pronto, una nueva nube empezó a materializarse ante los ojos de la desquiciada mujer.
—Eileen.
—Hola, Minerva. Cuanto tiempo.
—No, yo no te quiero aquí. ¿Por qué volviste?
—No seas injusta, prima. Sólo vine a agradecerte por haberme devuelto a Albus.
—No, no, no, Albus y tú no.
—Por supuesto que sí— el fantasma de Eileen se acercó al de Albus y le abrazó—. Estamos muy felices, ¿verdad amor?
—Muy felices — ratificó Albus.
— Y todo gracias a ti, primita
—Noooooooo— con un alarido espeluznante, la mujer se lanzó contra los espectros abrazados, que sólo ella podía ver—. Sepárense.
Asombrados, los presentes observaron como Minerva McGonagall corría sin freno hacia la pared. En su precipitación, tropezó con el ruedo de su largo vestido, perdió el equilibrio y chocó contra la pared, su cabeza impactando contra el cortante borde de piedra de una de las saeteras.
Cuando cayó hacia atrás, una gran brecha se abría en su frente y sus ojos se encontraban vacíos de furia, vacíos de vida.
El odio y la envidia habían pasado a la perversa mujer su cuenta final.
Gotitas musicales
Edvar grieg, 4 Danzas Noruegas, opus 35, Nº 2 (1881)
Jhon Wiilliams, tema de La lista de Schindler (1993)
Leonard Berstein, Suite de West Side Story (1957)
Gotitas Históricas
Saeteras: Hueco abierto en los muros, normalmente con abocimaniento interior y sin derrame, usado para disparar con arco o ballesta.
Las hay mas anchas o más estrechas y de diversas formas, pero aquí les dejo una como la que tengo en mente. La bruja se golpeó en el canto inferior, que para demás inri, era filoso, poecita ella jiji
Severus D. Snape….. Príncipe Heredero de Moribia Harry Potter……….. Lord inglés, prometido del príncipe Lucius Malfoy…….. Hermanastro de Severus, usurpador del trono Sirius Black…….. …Capitán de la Guardia de Palacio Remus Lupin……… Tío de Harry y Hermione, heredero del Conde de Lupin Draco Malfoy……… Noble fértil, hijo de Lucius y sobrino/pupilo de Severus. Hermione Potter…….Hermana de Harry y prometida de Sirius Black Neville Potter…….. Hermano mayor de Harry, capitán del ejército de Su Majestad Cedric Diggory…….. Teniente de la Armada inglesa y amigo de infancia de los Potter Seamus Finnigan….Mensajero perteneciente a la guardia moribiana. Minerva McGonagall… La bruja de la historia Blaise Zabini………. Heredero legítimo del Sultanato de Mejkin Charlie Weasley…. Hermano de Bill, jefe de los rebeldes en la zona Oeste Godric Gryffindor… Empleado del palacio real y espía a favor de Severus Rowena Ravenclaw… Empleada del palacio real y espía a favor de Severus Barty Crouch……….Enlace entre el Sultán de Mejkin y Lucius Malfoy Igor Karkaroff……...Médico de palacio. Oliver Wood……….. Soldado que sabe algo de sanación Kingsley Shacklebolt… Medico y científico, conocedor de medicina antigua | |
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