Luna Llena del Prado La primera vez que papá nos contó sobre su historia fue cuando tenía siete años, en ese entonces yo insistía en saberla. A Luna nunca le había importado demasiado, después de todo papá solo había pasado con ella un par de meses.
Nunca nadie la había escuchado antes y a papá le dolía tanto que podías verlo en su cara. Recuerdo que sentía el corazón enternecido por aquel relato de amor y me sentí muy intrigada por el misterioso hilo rojo que papá había visto. Esa noche en específico no pude dormir y me dediqué a pensar en qué podría ser. Y cuando fue hora de levantarse, corrí a la biblioteca sin siquiera desayunar. Madame Pince, la anciana encargada, siempre se levantaba temprano por costumbre. Y aunque en las mañana no tenía especialmente buen humor, me arriesgué.
Como lo esperaba, no se alegró de verme pero sí se sorprendió. Luna era la que pasaba mayor tiempo en la biblioteca, comiendo y comiendo el conocimiento de los libros desde que había aprendido a leer a muy temprana edad. Cuando le expresé lo que buscaba, me miró con una mirada perspicaz y negó con la cabeza. No he escuchado nada parecido.
Regresé a las habitaciones de papá muy desanimada y por días, no paré de pensar en ello. Dibujaba a mis padres unidos por aquel hilo rojo y me preguntaba a cada minuto, si mi papá podía verlo, ¿por qué no había seguido a mi padre hasta donde sea que se encontrara? Me decidí a expresarle mis dudas y el respondió que, en cuanto había comprendido que los unía, simplemente no había vuelto a verlo.
Para una niña de siete años, no saber algo es una frustración, puedo asegurárselos.
Un fin de semana especialmente aburrido y caluroso en la casa de los abuelos Weasley, estaba tirada en el suelo del jardín con una hoja de papel, había una línea roja dibujada en ella, era lo único. La tía Hermione pasó cerca de allí y me vio, yo tenía los ojos puestos en el cielo y sus esponjosas nubes, pensando y soñando en el hilo rojo que me uniría a alguna persona.
—¿Qué es eso que tienes allí, cariño? —Me preguntó cariñosa.
—Un hilo rojo.
—¿Hilo rojo, dices?
Asentí. —¿Tú sabes que significa estar unidos por un hilo rojo?
La tía Hermione se quedó pensativa un momento y luego reaccionó, como si se le prendiera la bombilla.
—¡Claro! —Eso me emocionó tanto que me levanté al tiro y la miré ansiosa—. Ven, ven.
Seguí su paso apresurado hasta la salita, donde Scorpius jugaba con Luna al ajedrez mágico, ellos nos miraron sin mucho interés y siguieron su juego. La tía Hermione buscó en su bolso un bloc de hojas, había una especialmente garabateada.
—Lo había olvidado, hacía mucho tiempo que lo investigué pero jamás se lo dije a tu padre. Es una antigua leyenda muggle.
Me dejó mirar y el título rezaba «El hilo rojo del destino»
La tía Hermione dijo que, según una leyenda oriental, las personas destinadas a conocerse tienen un hilo rojo atado en sus dedos. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que se tarde en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta el infinito pero nunca se romperá.
Decía que ese hilo estará contigo desde tu nacimiento y te acompañará, tensado en mayor o menor medida, más o menos enredado, a lo largo de toda la vida. En el libro del que lo sacó, había una referencia a que el Abuelo de la Luna cada noche sale a conocer a los recién nacidos y atarles un hilo rojo a su dedo, un hilo que decidirá su futuro, un hilo que guiará estas almas para que nunca se pierdan. Un hilo rojo directo al corazón, que conecta a los amores eternos, a los profundos, esos que simbolizan el antes y por los que no hay después…
«Almas gemelas que se llaman, corazones entrelazados con una o varias eternidades por vivir».
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