Capítulo 2
Me despierto sobresaltado. He vuelto a soñar con él. No sé que me pasa, pero desde mi reencuentro con Snape la semana pasada no he podido dejar de pensar en él. No ha cambiado nada en estos años, todo sigue siendo igual, desde su melena hasta su penetrante mirada con esos precioso ojos negros. ¿He dicho preciosos? Lo ves, no sé que me pasa.
De repente, noto un peso en mi cama. Giro la cabeza y Max aprovecha para lamerme toda la cara.
-Max, por favor, no hagas más eso.
Lo hace todas las mañanas y, aunque es algo desagradable, me hace sentir acompañado, que alguien me necesita a su lado. A pesar de que comparto piso con Ginny, parece como si viviera solo, ya que desde que empezó a salir con Dean, desaparece todas las noches y no la veo hasta por la mañana, que vuelve para abrir la tienda.
Tras unos largos minutos en la cama, por fin me levanto y me dirijo a la cocina para prepararme el desayuno, unas tostadas y un zumo. Cuando estoy terminando de comer aparece mi amiga pelirroja por la puerta.
-Buenos días, menudas ojeras tienes, ¿sigues pensando en él?
-Todo el tiempo, pero no sé por qué, quizá es porque siento remordimientos por no haberle agradecido lo que hizo por mí.
-O quizá es porque te estas enamorando de él.
Me quedo con la boca abierta, nunca se me habría ocurrido plantearme esa tontería. Yo, enamorado de mi profesor de pociones, aquel que me hizo la vida imposible durante toda mi vida estudiantil, menuda estupidez. Aunque pensándolo bien me salvó la vida en varias ocasiones , y al final tenía un poco de razón en lo que decía de mi padre, y... Harry, deja de pensar en eso, esta claro que no estás, ni nunca estarás, enamorado de Severus Snape. Mi amiga se ha tenido que dar cuenta del sonrojo que he adquirido con estos pensamientos, porque está riéndose a carcajadas.
-Vamos, que era una broma hombre. ¿Qué tal si bajamos y abrimos?
-Buena idea.-Aún sigo pensando en lo mismo.
Bajamos y colocamos el cartel de abierto. A los pocos minutos empiezan a entrar los primeros clientes del día. Voy al almacén a por unas cajas y cuando vuelvo, veo junto a una estantería a un hombre rubio, de pelo largo hurgando entre los libros. Al principio no llama mucho mi atención , hasta que de pronto veo en su dedo algo que me resulta familiar. ¡Es el anillo que me enseñó Snape!
De pronto el hombre se gira y me mira directamente. Cuando sus ojos grises miran a los míos me doy cuenta de que es Lucius Malfoy, que se libró de Azkaban y desapareció del mapa. Nadie lo había visto en todos estos años y me parece extraño que de repente aparezca en mi tienda.
-Buenos días, Potter. He estado registrando esta estantería y no hay nada que me interese, así que ya me marcho.
No dice nada más. Se da media vuelta y desaparece tan rápido como Snape el otro día. Ginny, que también lo ha visto, me mira fijamente, ambos con la misma pregunta en la cabeza: ¿Qué diablos está tramando Malfoy?