Capítulo 20.Severus llama por chimenea a McGonagall, pidiéndole que contacte con los sanadores Brenda Miller y Thomas Lauder para que acudan a revisar a Potter. Así mismo, le informa de los progresos de su ex-alumno (que la mujer apenas puede creerse) y acepta reunirse con Fudge al día siguiente.
Ocupado resolviendo los problemas uno a uno, Black y Lupin sortean las preguntas de Potter con mayor o menor suerte.
No le han dicho gran cosa. Que ha pasado dos años ingresado en San Mungo por un ataque que sufrió tres meses después de derrotar a Voldemort.
Tampoco es mentira, solo no han especificado que fue un ataque de su propia mente, ni las consecuencias del mismo.
—¿Y por qué no puedo salir de las habitaciones de Severus? —pregunta, cuando él acaba de organizarlo todo y regresa a la habitación.
—Porque te hemos sacado ilegalmente de San Mungo —dice Black, sonriendo.
—¿Qué? ¿Qué quiere decir eso? —y lo mira a él.
—Fudge vuelve a ser ministro de magia —responde, sin andarse con rodeos. Quiere que dejarle claro que no puede salir de allí—. Cuando diste señales de mejora, consideramos que lo mejor era sacarte de allí.
—¿Pero por qué? ¿Fudge quería hacerme algo?
—No que sepamos, Harry —lo tranquiliza Remus—. Pero no nos fiábamos de ese hombre. Ya viste como actúo cuando Voldemort reapareció.
Eso parece surtir efecto y Potter asiente, pensativo. Severus supone que asumir que ha perdido dos años de su vida debe estar costándole. Pero no, Potter está pensando en otra cosa, porque cuando vuelve a mirarlos les hace la peor pregunta de todas.
—¿Donde están Ron y Hermione?
Black abre mucho los ojos, tomado por sorpresa. El chucho siempre es demasiado evidente, pero Lupin tiene dos dedos de frente y le lanza una mirada de advertencia que lo obliga a cambiar de expresión al momento. Como no confía demasiado en ellos (los gryffindor siempre han sido demasiado honestos para su gusto), decide responder él.
—La señorita Granger es ahora profesora de Transformaciones, después de que McGonagall se convirtiera en directora. El señor Weasley trabaja en Rumanía junto a su hermano Charlie —informa, impasible—. Ninguno de los dos estaba autorizado a visitarlo, dadas las condiciones que puso el Ministerio.
—Vaya —dice Potter, asimilando lo que acaba de oír, un poco apenado—. ¿Y vosotros si podíais?
—En realidad, no —Black vuelve a sonreír con socarronería—. Pero Fudge intenta no tener problemas con Snape y conmigo.
—¿Y eso?
Lupin sonríe también. Severus resopla, pensando que a ese paso parecerá que están en medio de una comedia.
—Se han hecho muy populares, con sus dramáticos papeles durante la guerra.
—A callar, Lupin —masculla, molesto. No quiere esa estúpida popularidad de la que goza. Con gusto se la regalaría a cualquiera. Black, en cambio, está encantado.
Parece que a Harry también le ha gustado eso, porque les dedica una pequeña sonrisa.
—Os lo merecéis —lo mira directamente, su sonrisa se ensancha—. De verdad.
Intenta no sentirse afectado, pero es imposible. Potter, con toda su tozudez y el dolor de su locura, con todos esos años protegiéndolo de lo inevitable, con su empeño en quedarse a su lado cuando nadie creía en él, acabó marcando algo muy profundo en él. Así que sonríe un poco también. Solo un poco.