Capítulo 21.Convencer a Fudge requiere de un montón de mentiras que los dos sanadores recién llegados (que ni siquiera conocen el estado actual de Potter, pues no han tenido tiempo de revisarlo) apoyan completamente, por no mencionar la cantidad de amenazas veladas que le dedica Black.
El patético hombrecillo pretendía mandar a Potter de vuelta a San Mungo de por vida, con la excusa de que su poder fuera de control sería una amenaza demasiado grande, poniendo de ejemplo el maldito incidente contra el que han estado luchando dos años con todos los burócratas idiotas del país.
—Nada garantiza que no haya una regresión —insiste Fudge, en el despacho de la directora—. El Ministerio no puede arriesgarse.
—Potter se encuentra perfectamente —rebate Severus, dedicándole una mirada funesta—. Lo que generaba su desorden mental ha desaparecido, yo mismo fui testigo de como lo destruyó.
—¿Y no hay secuelas? —cuestiona, haciendo que Black apriete los puños a ambos costados y Severus rece porque no suelte alguna imprudencia.
—Ninguna —asegura, mintiendo con soltura—. Ni siquiera tiene alucinaciones.
—Pero... ¡No pueden poner en peligro de esa manera nuestro mundo! Suficiente tuvimos con la guerra. El señor Potter es inestable. Quién sabe que otros trastornos puede desarrollar teniendo en cuenta la vida que ha llevado —dice, empeñado en sus argumentos —. Lo mejor para él sería San Mungo. Y si, pasado un tiempo, se mantiene estable, entonces consideraríamos...
—Fudge, no siga por ahí —advierte Black, levantándose y dedicándole una mirada feroz.
—Señor Black, usted no tiene derecho a...
—En realidad, sí lo tiene —interviene Lauder, sonriendo conciliador—. Como tutor legal del señor Potter y en ausencia de un familiar más cercano, le corresponde al señor Black decidir si internar o no al joven a su cargo.
—El Ministerio tomó su tutela hace ya tiempo.
—Si, por medio del Wizengamot —confirma Miller, dándole un sorbo a su taza de té—. Pero esa sentencia ya no es valida, de acuerdo con el apartado III, párrafo segundo: la tutela será transferida nuevamente a quienes correspondiera si los sanadores a cargo de su supervisión determinan que la evolución del señor Harry James Potter se torna favorable, dejando de ser una potencial amenaza para la comunicada mágica inglesa.
—Para eso necesitarían...
Lauder le tiende un pergamino al hombre, que lo lee afanosamente.
—Este documento determina que los cinco sanadores a cargo del señor Potter estamos de acuerdo en que ya no representa un peligro para la sociedad.
—Deberían considerar...
—Señor ministro —llama McGonagall, que ha permanecido en silencio desde el comienzo—. Por lo que he podido comprender, Potter se encuentra perfectamente y usted tiene un destacamento de aurores en el colegio sin ninguna razón. Me gustaría que lo retirase, están entorpeciendo las clases.
—Minerva, no puede estar planteándose alojar aquí al señor Potter.
La anciana mujer lo mira, muy seria.
—Hogwarts ha sido y será siempre el hogar del señor Potter —afirma—. No tengo ninguna intención de pedirle que se marche.
Finalmente, Fudge parece claudicar. Les dedica una mirada irritada a todos y se levanta, haciéndole un gesto a los dos secretarios que lo han acompañado silenciosamente y marchándose con ellos tras su estela, furioso.
Lauder le dedica una sonrisa a Severus, que lo mira intrigado.
—Bueno, profesor Snape, ¿exactamente cuantas mentiras hemos estado diciendo? —pregunta.