Capítulo 12.—No sé si quiero entrar mañana —murmura Lupin, sentado enfrente de su escritorio, con un vaso de whisky de fuego en la mano.
Esta vez no esta bebiendo solo, porque el profesor de Defensa contra las Artes Oscuras se ha empeñado en hacerle compañía.
Quizás porque él también necesita emborracharse. Severus no puede sino dar gracias a algún Dios de que Black no esté ahí también.
Puede tolerar al licántropo, pero el cucho es algo que está más allá de su capacidad.
—Pues no entres —responde, sirviéndose otra copa y bebiendo medio vaso de un trago.
—¿Entrarás tú, entonces? —quiere saber Lupin, mirándole fijamente con esos ojos casi dorados que tiene revolucionadas a todas las adolescentes del colegio mayores de quince años.
—No lo sé.
Y lo dice en serio. No tiene ni la más remota idea de si será capaz de entrar otra vez a la jaula, no después de lo sucedido con Black. No después de ver lo que le ha pasado a Potter.
—Los sanadores creen que eso también es un avance —dice Lupin, como leyéndole el pensamiento—. Pero... Verlo así... Merlín, no se como Sirius ha podido soportarlo. Ha sido horrible.
Y tiene razón. Ha sido un maldito infierno ver a Potter quebrarse. Porque, al quebrarse en su mente, se quiebra en la realidad.
Black no ha dejado de abrazarle ni un segundo, mientras sus huesos se rompían y la sangre lo empapaba. Se ha mantenido pegado a él, aferrándolo contra su cuerpo, susurrando palabras que Potter claramente ya no podía escuchar, envuelto en el dolor.
—No me ha soltado —les ha dicho Black, al salir—. Su mano agarraba mi camisa con tanta fuerza que me ha clavado las uñas —y les ha enseñado las marcas como prueba.
Y eso... Eso ha sido lo más esperanzador. Porque ese contacto quiere decir que Potter estaba consciente de la presencia del animago, aunque solo fuera un poco.
Así que Severus se bebe lo que le queda de whisky y le sirve otra copa a Lupin, que se la bebe sin protestar.