Capítulo 19.Tras unos minutos agitándose, Potter parpadea y abre los ojos.
Los tres permanecen pendientes de él, a unos cuantos pasos de la cama, dejándole un espacio que han aprendido a mantener por inercia en dos largos años de divagaciones y locura.
Potter se queda mirando el techo unos segundos y luego se incorpora, desviando la mirada de un lado a otro. Sus ojos verdes se detienen en ellos y Severus sabe que no es el único que está conteniendo el aliento, porque ni Lupin ni Black están respirando.
Merlín, los está mirando. Los está viendo.
—¿Qué pasa? —pregunta y ahora parece confuso—. ¿Por qué estáis ahí parados?
Morgana bendita, les está hablando. No una palabra, no su nombre, eso son frases, estructuras sintácticas. Potter está hablando con normalidad. Black está temblando, a un lado de Severus. Lupin, al otro, da un par de pasos y se acerca, vacilante.
—¿Sabes quienes somos, Harry? —pregunta, con un hilo de voz.
—¿Cómo no voy a saberlo? —responde Potter, confundido, y el licántropo se deja caer sentado en la cama—. ¿Remus? ¿Qué pasa?
El castaño no puede responder. Severus ve como sus ojos se llenan de lágrimas y se lleva una mano al rostro tratando de cubrirlo inútilmente. Potter se alarma.
—¿Remus, estás bien? —los mira a él y a Black, angustiado—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué estáis los dos juntos, sin discutir?
Black suelta una carcajada amarga ante eso. Está temblando como una hoja. El pocionista sabe que romperá a llorar como un niño en cualquier momento.
Con firmeza, Severus se acerca a la cama.
—¿Quién soy yo, Potter?
El chico hace una mueca de desagrado.
—Eres Severus —contesta y su inquietud aumenta—. Y ahora dime que está pasando. ¿Por qué esta llorando Remus?
Se sienta también en la cama y toma el rostro angustiado de Potter entre las manos.
—No pasa nada, sufriste una conmoción y estábamos preocupados, eso es todo —dice, sabiendo que no puede permitir que la verdad desestabilice su mente.
—¿Una conmoción? —no parece entenderlo.
—Te caíste de la escoba —murmura Black, tras él, con la voz rota, sorprendiéndolo al seguir con la mentira.
—¿Y por eso estáis todos así? —Harry no acaba de creérselo. Lógico, porque, ¿Black en sus habitaciones privadas? Difícil de creer.
—Escucha, te prometo que te lo contaré todo, pero necesito que me respondas antes a unas preguntas por extrañas que te puedan parecer, ¿entendido? —dice, con un tono de voz inflexible.
Harry asiente.
—¿Qué es lo último que recuerdas?
—Te hice una pregunta importante que no respondiste —dice el chico, zafándose de sus manos y mirando a otro lado—. Y me llamaste “mocoso estúpido”.
Severus suspira. No sabe si de alivio, pero quiere creer que sí.
Potter no recuerda nada desde justo antes de ingresar a San Mungo.
—¿Estás viendo algo que sepas que no es real? —pregunta, analizando cuidadosamente su expresión cuando Potter casi se parte el cuello para mirarlo asombrado.
—¿Cómo sabes que...?
—Potter, responde —urge.
Harry lo mira, sus ojos brillan. Los entrecierra, como escondiéndose.
—Sí —admite. Black y Lupin se tensan ante su afirmación. Severus se obliga a no reaccionar, aunque le cuesta.
—¿Qué ves? —se fuerza a preguntar.
—Mariposas —dice Harry, en apenas un susurro, sus manos aferrando las sábanas de la cama—. Últimamente he estado viendo mariposas brillantes de vez en cuando. No os lo conté porque no quería preocuparos.
—¿Solo eso? —el chico asiente—. ¿Ves alguna ahora?
—Hay una azul sobre tu hombro, otra roja en el de Sirius y una dorada en el de Remus —explica—. Siempre están ahí, desde...
—...la batalla final, lo sé —acaba Severus, sintiéndose enormemente aliviado.
Solo las mariposas está bien. De hecho, es más que perfecto. Lupin y Black deben haber notado su alivio, porque la tensión en el ambiente ha disminuido.
—Ahora, ¿me puedes decir que está pasando? —pregunta Potter, mirándolo con decisión.
Y Severus se prepara para una larga historia que solo piensa contar a medias.