alisevv
Cantidad de envíos : 6728 Fecha de nacimiento : 15/01/1930 Edad : 94 Galeones Snarry : 241687 Fecha de inscripción : 08/01/2009
| Tema: El amor que salvó un reino. Capítulo 8. Organizando la resistencia Mar Jul 08, 2014 5:23 pm | |
| Montañas Nubladas Moribia
Severus y Draco habían cabalgado por horas. Al amanecer llegaron a la base de las montañas, pero en lugar de ascender, Severus desvió su cabalgadura hacia el Este; luego de continuar su camino una decena de millas más, divisaron una pequeña casa rural.
Pese a ser bastante modesta, la vivienda lucía encantadoramente prolija. Como todas las casas rurales de la zona, estaba construida con troncos traídos de los bosques que cubrían las laderas de las Montañas del Norte, ubicados mucho más abajo que las zonas donde habitaban los Moribs.
El frente de la casita estaba adornado por lo que en primavera se convertía en un primoroso jardín cuyas flores duraban hasta finales del otoño, por lo que en ese momento, terminando el mes de Julio, estaba cubierto de la más variada gama de tulipanes, hortensias, azaleas, campanillas y otras flores silvestres, en casi todos los colores que el ser humano pudiera imaginar. En la parte de atrás de la edificación se podía divisar un bosquecillo de cerezos y un primoroso estanque, que en cuanto despuntara Septiembre, se cubriría con un hermoso manto rosa de nenúfares en flor. Y un poco más allá se encontraba un granero pequeño, un gallinero y un recinto bastante amplio que hacía las veces de pesebre y caballeriza.
Cuando los recién llegados se detuvieron ante la morada, un hombretón de aspecto rudo abrió la puerta principal.
Alastor Moody era un hombre alto y grueso de unos sesenta años, de cabello castaño claro. Llevaba un parche en el lado izquierdo del rostro, cubriendo el vacío dejado por un ojo perdido cuando aún era muy joven. Era un cazador experto que siempre contó con la plena confianza del Rey Albus, por lo que había sido guía y maestro de Severus en tales lides. Además, dominaba completamente el arte de la cetrería, conocimiento que también había legado a su ‘pupilo’.
—Alteza, Santo Dios— exclamó, acercándose a toda prisa al caballo de Severus y recibiendo el cuerpo inerte de Albus Dumbledore—. ¿Qué sucedió?
—Atacaron el palacio— contestó el Príncipe cuando hubo descendido de su montura—. La gente de Malfoy, apoyado por unos mercenarios enviados por el Sultán de Mejkin.
—Desgraciado traidor— miró a Draco como pidiendo disculpas—. Lo lamento, pero…
—No lo haga— lo interrumpió el joven rubio—, yo opino igual que usted.
—¿Ellos lo mataron?— indagó Alastor, mirando con tristeza el cuerpo del hombre que, más que su Rey, siempre había considerado su amigo.
—No, murió de muerte natural— replicó Severus, no queriendo dar mayor información sobre el envenenamiento del Rey—. Pero es más que seguro que Lucius se apodere del castillo, no podía dejar a mi padre allí.
—¡Claro que no!— gruñó el hombretón con fiereza.
Antes que pudiera agregar algo más, una mujer joven apareció en el umbral de la casa.
—¿Padre, qué ocurrió?— se interrumpió, asombrada, la vista fija en los recién llegados, antes de inclinarse en una respetuosa reverencia—. Su Alteza, Lord Draco— saludó, y entonces notó el cuerpo en brazos de su padre—. ¡Su Majestad!! ¿Pero que ocurrió?
—Hablaremos luego con más calma— replicó Severus, recuperando el cuerpo del Rey—. Ahora necesito un favor, ¿podrían prestarme algo con que cavar?
La siguiente media hora, Severus, Draco y Alastor la pasaron escavando la tumba provisional de Albus Dumbledore, y mientras trabajaban, cada uno, a su modo, iban desgranando en su corazón todos los bellos recuerdos que los unieran al anciano; cada uno daba su adiós definitivo al viejo Rey.
Severus había elegido para enterrarlo el pie de uno de los cerezos que crecían en el bosquecillo cercano a la casa, recordando que la delicada y hermosa flor blanca de estos árboles era una de las favoritas de su padre.
Al terminar de cavar, se limpió las manos y caminó despacio hasta otro árbol cercano, bajo el cual reposaba el cuerpo de Albus, que pese al tiempo transcurrido, todavía parecía que sólo estaba dormido. El Príncipe se arrodilló a su lado y apartó un mechón de cabello, despejando el pálido rostro; luego, se inclinó y depositó un tibio beso sobre la helada frente.
—Buen viaje, padre— musitó en voz muy suave—. Espero que dondequiera que vayas, encuentres águilas y halcones en tu cielo.
Envolvió el cuerpo con cuidado, usando como mortaja una sencilla manta, que había sido tejida por la propia Nimphadora, la hija de Alastor. La cerró con cuidado y levantó el cuerpo del anciano, para depositarlo en la fosa. Una vez cubierta, Severus enfrentó a todos los presentes.
>>Nadie debe saber que el Rey está enterrado aquí— su declaración más que una petición era una orden—. No quiero que pongan ninguna señal sobre la tumba.
—¿Ni siquiera una cruz?— preguntó Nimphadora, frunciendo el ceño. Ella era ferviente católica, como la mayoría de los habitantes de Moribia, y la idea no le gustaba en absoluto.
—Ni siquiera eso— negó Severus—. No quiero que alguien empiece a preguntarse quién está enterrado allí— al ver que la joven no relajaba el rostro, se acercó y puso una mano sobre su hombro. Él entendía que todo ese asunto de la religión era muy importante para las mujeres—. Por el momento, prefiero proteger el cuerpo del Rey. Te prometo que cuando las cosas vuelvan a ser lo que fueron, le haremos el entierro que el alma de mi padre merece.
No muy convencida, la joven se inclinó suavemente.
—Lo que Su Alteza decida estará bien— luego se levantó y murmuró—. Iré a preparar algo de desayunar.
Un rato después, ya sentados ante la mesa del desayuno, el anfitrión preguntó:
—¿Qué van a hacer ahora?
—Draco y yo nos vamos a refugiar en las cuevas de las montañas— contestó Severus, luego de tomar un sorbo de un humeante café—. Si no logran detener a los invasores— por el tono de su voz Alastor intuyó que detenerlos sería por demás improbable—, Sirius y el resto de la guardia nos encontrarán allí. Es una zona agreste y para ascender hasta las cuevas sólo hay un camino que es muy fácil de mantener vigilado. Es el lugar más seguro para aglutinar fuerzas y rearmarnos.
—¿Piensa retomar el poder?
—Por supuesto— contestó Severus sin un atisbo de vacilación—. No sé cuánto tiempo tardaremos en conseguirlo pero juro que Malfoy se va a arrepentir de lo que pasó esta noche.
—También debes organizar al pueblo— dijo Alastor, tuteándolo por primera vez. Sentía que en ese momento, más que el Príncipe, Severus era el jovencito atolondrado de antes, aquel que requería su consejo, y el hombre más joven se sintió un poco mejor al entender que no tendría que luchar solo—. Hay mucha gente que te apoya.
—¿Y qué se puede hacer?— preguntó Draco.
Severus lo miró en ese instante, notando la fiereza y determinación en la mirada del muchacho. Hasta ahora, al ser un varón fértil, Draco se había visto impedido de hacer muchas cosas bajo la excusa de las conveniencias sociales. Pero ahora era la guerra y, o poco lo conocía, o estaba mas que seguro que nada impediría a su sobrino participar en ella. Tendría que ver cómo lo controlaba para que cuando todo volviese a la normalidad su reputación no resultase afectada.
—Yo me puedo encargar de empezar a movilizar a la gente para que vayan a las montañas— contestó Alastor.
El Príncipe asintió con la cabeza.
—También necesito que organices la recolección de alimentos, ropa, medicinas y especialmente armamento— ordenó—. En las cuevas hay suficiente espacio para vivir pero por el resto son completamente inhóspitas. Pero es importante que organicen todo lo antes posible; seguramente habrá ajetreo en las calles de Anktar cuando se sepa lo que pasó y Lucius Malfoy va a tardar unos días en apaciguar la ciudad, pero luego de eso estoy seguro que va a empezar a cazarnos. Debemos estar preparados para cuando eso ocurra.
—Y pienso que deberíamos irnos ya— sugirió Draco—. No sabemos si enviaron a alguien a buscarnos, y no sería bueno que cayeran sospechas sobre esta casa.
—Tienes razón— contestó Severus, levantándose—. Es hora de partir.
—Esperen un momento— Alastor se levantó y llamó a su hija—. ¿Preparaste lo que te dije?— preguntó en cuanto ésta entró.
—Sí, padre— contestó, sonriendo—. Puse pan, queso, carne seca y unas cobijas. También un par de mecheros y dos quinqués. Ya está todo en los caballos.
—Perfecto— se giró hacia Severus y Draco, sonriente—. Nimpha puso unas cuantas provisiones en sus cabalgaduras, eso les servirá por unas horas. Esta tarde, cargaré una carreta con más provisiones y la subiré hasta las cuevas.
—Muy bien— Severus movió la cabeza en señal de agradecimiento—. Quisiera que consiguieras unos hombres de confianza, armados, y los apostaras en la base de la montaña. Que vigilen quien llega. Si son de los nuestros que les permitan el paso, si no, ya saben lo que hay que hacer.
—¿Y cómo los distinguirán?— preguntó Nimpha, intrigada.
—Por eso no te preocupes— la tranquilizó su padre—. Serán muy fáciles de diferenciar.
—De todas maneras es sólo precaución— agregó Severus—. Como dije, Lucius va a tener demasiado jaleo en Anktar, va a ser muy difícil que veamos a alguno de ellos por aquí, durante unos días al menos.
—¡Al fin aparecen!— exclamó Severus, saliendo al encuentro de Sirius y Bill, quienes acompañados por el doctor Karkaroff, ascendían por el camino que conducía a la cueva que Severus utilizaba como centro de operaciones—. Todo el día llegando gente y ni rastros de ustedes. Pensamos que les había ocurrido algo.
—¡Y nos pasó, o acaso piensas que éste es un nuevo modelo de traje masculino!— exclamó Sirius, que tenía un hombro vendado y el rostro lleno de magulladuras—. Tuvimos que pasar por casa del doctor para que me remendara.
—Tonterías, pierdo de cuenta la de veces en que te he visto mucho peor que ahora— desestimó su amigo con una sonrisa—. Pero menos mal que te hirieron— antes que Sirius pudiera expresar su indignada protesta ante esas palabras, continuó—, así se trajeron al doctor con ustedes— se giró hacia el médico que los observaba, divertido—. Tenemos gran cantidad de heridos. Draco los ha estado atendiendo, con ayuda de algunas mujeres, pero su presencia será más que bien recibida.
—Lo imaginé, Su Alteza, por eso vine.
—Bueno, creo que en este momento ya no soy nada así que puede llamarme Severus.
—Siento contradecirlo, pero para todos los que estamos aquí usted sigue siendo el Príncipe heredero, Alteza— hizo una respetuosa inclinación—. ¿Dónde están los heridos?
—Por allí— señaló el camino de la derecha—. Siga por ese sendero; es una cueva grande y hay mucho ajetreo en las cercanías, no tiene pérdida— Severus observó un momento como el médico se alejaba para luego girarse hacia los otros dos—. Entremos, hay muchas cosas que debemos resolver.
Mansión Potter Londres Un mes más tarde
—¡Padre, al fin llegas!— exclamó Harry, que parado junto a Hermione miraba a su padre con ansiedad. Ambos estaban estudiando cuando escucharon los ruidos del carruaje del Marqués y habían corrido a su encuentro—. ¿Alguna noticia?
James estaba a punto de hacer una broma fácil en relación a que ya sólo era útil como cartero pero se arrepintió al ver la ansiedad y la ilusión en los ojos de sus hijos. Odiaba tener que decepcionarlos una vez más.
—Lo siento, nada todavía— ante la triste expresión de los jóvenes, agregó—: Ya saben como es el correo.
—Pero ya casi pasaron dos meses desde la última carta— se quejó Hermione.
—Aún es poco tiempo, hija.
Harry no dijo nada pero la congoja de su corazón no cesó. Algo le decía que las cosas en Moribia no estaban nada bien.
Montañas Nubladas Moribia
Luego de un mes de ‘exilio’, como burlonamente lo llamaba Sirius, los partidarios del legítimo heredero se habían consolidado como una fuerte tropa guerrillera, que daba muchos dolores de cabeza al tirano que se había apoderado del trono, realizando continuas incursiones con el objetivo de desestabilizar al usurpador.
La mayor parte de los rebeldes se escondían en las Montañas Nubladas, desde donde se planificaban la mayoría de los ataques; este grupo estaba conformado por los soldados del Rey que habían sobrevivido al asalto a Palacio, los soldados que habían estado a cargo de la prisión, que ahora estaba en manos de la gente de Malfoy, y una gran cantidad de habitantes de Anktar, no sólo hombres sino también mujeres y niños.
Luego había un importante contingente en el Este del país, formado especialmente por campesinos, que habían incendiado sus cosechas para impedir que la gente de Malfoy se apoderara de ellas, y se escondían en la zona boscosa de la región. De tanto en tanto, asaltaban las granjas que seguían en pie, ingeniándoselas para reaprovisionarse y de paso enviar comida a la gente de las montañas.
El puerto había sido defendido hasta el final, pero quince días antes, los mercenarios de Malfoy habían realizado una incursión despiadada, matando al Capitán del barco Real y a una gran cantidad de soldados. Los que escaparon, corrieron a refugiarse en las montañas; los mercenarios no habían tomado prisioneros.
En las montañas del Oeste la resistencia persistía hasta la fecha, conformada por los guardias del puesto fronterizo y los mineros y habitantes de la zona.
En la cueva que se utilizaba como comando central en las Montañas Nubladas, Severus conversaba con sus más cercanos colaboradores, sentados alrededor de una rústica mesa.
—La incursión al puerto no resultó del todo, Alteza— decía en ese momento un hombre alto y delgado, de pelo oscuro, que respondía al nombre de Nott, y a quien se había encargado esa operación—. Pudimos quitarles algunas armas pero fue imposible retomar el lugar, estaba demasiado custodiado. Lo lamento.
—No lo hagas— replicó Severus—. Sabíamos que era una operación sin muchas posibilidades, al menos conseguimos las armas. ¿Hubo alguna baja?
—Ninguna— esta vez el hombre esbozó una ligera sonrisa—. Sólo tres heridos.
—Bien— Severus fijó la vista en Alastor—. ¿Cómo está la situación en el valle?
—La gente sigue resistiendo— contestó el viejo cazador—, y enviando provisiones, esta misma tarde llegaron dos carretas repletas.
—Juro que no sé como lo hacen— comentó Draco con admiración.
—Ni yo— convino el Príncipe antes de girarse hacia Bill—. ¿Alguna noticia del Oeste?
—Charlie y su gente siguen vapuleando a esos tontos— el pelirrojo no pudo disimular la sonrisa de satisfacción al pensar en su hermano, quien lideraba la resistencia en esa zona—. Hace dos días atacaron un embarque con esmeraldas y diamantes. Creo que tanto Malfoy como el Sultán de Mejkin deben estar más que furiosos.
Severus asintió satisfecho y fijó la vista en el último asistente a la reunión. Al verse observado, Sirius carraspeó, incómodo. Sabía que lo que iba a decir iba a caer muy mal entre los presentes.
—La situación en Anktar es difícil— comenzó, mirando por fin a Severus—. Han hecho correr el rumor de que, instigados por Severus, matamos al Rey y robamos su cadáver. Y han continuado ejecutando a gente inocente, acusándolos de traición y de proteger a los rebeldes. Por suerte, no han descubierto a ninguno de nuestros espías en palacio.
—Pero mi pa… Lucius y su gente saben que son inocentes, ¿qué ganan con eso?— preguntó Draco, furioso y dolido.
—Es un mensaje para nosotros— el que contestó fue Severus—. Su objetivo es minar nuestra moral y poner al pueblo en nuestra contra.
—Exacto— convino Sirius—. Pero no lo están logrando, la gente no se come el cuento de que los rebeldes matamos al Rey y siguen apoyando a quien consideran su legítimo heredero. Anktar sigue contigo, Severus.
—Sí, y por eso están muriendo mientras yo sigo aquí, protegido— replicó el hombre de ojos negros con frustración.
—Siguen luchando y resistiendo porque saben que usted también lo está haciendo, Alteza— replicó Nott con tono sincero—. Y los Morib, ¿han cambiado de opinión?
—Nada todavía— Severus frunció el ceño, esa era una situación que le frustraba realmente—. Han permitido que nos refugiemos en las cuevas sin hacer alboroto, pero siguen sin querer involucrarse en el conflicto.
_¿Es que son idiotas? ¿Acaso piensan que si Lucius y el Sultán de Mejkin se salen con la suya ellos van a salir bien librados?— exclamó Sirius, furioso.
—Han vivido siempre alejados de la civilización— explicó el Príncipe—. Desconfían por costumbre de cualquiera que no sea de su tribu y piensan que si siguen como hasta ahora nadie los va tocar. En fin, habrá que seguir intentando convencerlos— dijo con desaliento antes de levantarse, dando por concluida la reunión—. Bien, sigan todos pendientes y cualquier cambio, avisen enseguida— dijo a modo de despedida—. Sirius, Draco, quédense, por favor.
Cuando el resto de los asistentes hubo abandonado el recinto, Severus hizo un gesto a los otros dos, invitándolos a sentarse.
—La situación está cada vez más complicada— musitó, casi como si hablara consigo mismo.
—Cierto, pero podemos lograrlo— le animó Sirius—, es cuestión de resistir.
—¿Resistir a costa de la vida de mi gente?— bufó el hombre, tirando un tintero que había sobre la mesa—. ¿Tengo derecho de pedirles que mueran por mí?
—Severus, eres el Príncipe de Moribia, pero no el único habitante del país— el tono de Sirius era duro, no podía permitir que su amigo se derrumbara—. Todos estamos luchando contigo porque eres la única oportunidad de salvar al país, estamos luchando por lo mismo que tú: Moribia. No te rindas porque entonces toda la sangre que ha corrido y toda la gente que ha muerto lo habrían hecho en vano.
Severus lo miró fijamente y luego posó la vista en Draco, que permanecía en silencio, pero era evidente que estaba de acuerdo punto por punto con lo que había dicho el Capitán.
—Tienes razón, ya no hay vuelta atrás— se quedó meditando en silencio largo rato y al fin habló—: Hay algo que me está preocupando desde hace días— planteó, indeciso.
—Harry, ¿cierto?
Severus lo observo, asombrado.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo no he dejado de pensar en Hermione.
—Tenemos que avisarles lo que está pasando, Sirius. No sólo porque deben estar angustiados por no recibir noticias nuestras, sino porque deben estar al tanto de la situación, tal vez puedan lograr que el gobierno inglés nos ayude. Estoy seguro que Lucius ha evitado que trasciendan las noticias de lo que ha pasado, con nuestros deficientes sistemas de comunicaciones no es difícil; por tanto, debemos buscar el modo de informarles.
—No quiero ser pesimista, pero Harry y tú aún no están casados. ¿Crees que su gobierno te ayude?— indagó Sirius, con rostro serio.
—No lo sé, pero debemos intentarlo.
—¿Y cómo vas a contactarlo?— argumentó nuevamente Sirius—. Enviar un mensaje por el puerto es impensable, está completamente tomado, ya escuchaste a Nott.
—¿Y si alguien cruzara a un país vecino y mandara la carta desde allí?— sugirió Draco—. ¿A Turquía, tal vez?
—Es buena idea— convino Sirius.
—Pero es un viaje muy difícil hasta la frontera, no quiero arriesgar a alguien a ese extremo— se negó el Príncipe.
—Pero tío Severus, si hay la más mínima oportunidad de conseguir ayuda de Inglaterra, hay que intentarlo.
—Estoy de acuerdo— afirmó Sirius.
Con un suspiró, al fin Severus cedió a lo que sugerían sus amigos y pedía a gritos su dolido corazón.
—Está bien, busquen a alguien de confianza que pueda servir de correo, yo voy a redactar la carta.
Frontera con Turquía Moribia
—Alto.
La voz resonó haciendo eco en el viento de la noche y a la figura que se deslizaba entre los árboles le sonó como el estallido de un cañón. Sin embargo, no se detuvo, la carta que llevaba era demasiado importante para hacerlo, no podía permitir que cayera en manos enemigas.
Siguió corriendo entre los árboles, a pesar de escuchar más voces de alto. Y corrió aún más rápido cuando empezaron a sonar los disparos. Corrió a todo lo que daban las piernas hasta que ya no pudo seguir, hasta que un disparo más acertado que los demás le dio en el pecho perforándole un pulmón. Corrió hasta que cayó al suelo como un muñeco, muerto.
Momentos después, varios hombres rodeaban el cuerpo inmóvil.
Uno de ellos se acercó y con precaución le revisó el pulso.
—Está muerto— informó a los demás, antes de empezar a revisarle los bolsillos—. No sé por qué corría este infeliz— dijo en voz alta—, no tiene nada que sea de valor. Unas pocas monedas y una carta, nada más.
—¿Una carta?— preguntó el jefe del grupo—. Tráela para ver.
El otro le entregó la misiva al jefe y éste miró el sobre con interés.
Señor Harry Potter Mansión Potter Nº 5 de Hill Street Londres—Inglaterra
Gotitas de música
Ludwuig Van Beethoven, sinfonía Nº 5 (La llamada del destino), 1808.
Wolfgang Amadeus Mozart, Concierto para piano y orquesta Nº 21 (1785)
Gotitas históricas
Casas de madera : Pensando de qué material podrían estar construidas las viviendas humildes ubicadas en la zona rural de Moribia, cerca de las montañas, me decanté por la madera, que es un material común en las construcciones de las zonas frías.
La madera es un buen aislante, su conductibilidad térmica es 12 veces inferior a la del hormigón. Por este motivo, una casa de madera nórdica conserva 12 veces más el calor que una casa de ladrillos o de hormigón. Del mismo modo, la madera aísla del exceso de calor en el verano. Asimismo, la madera actúa, en las habitaciones, como regulador de la humedad, absorbiendo el exceso de humedad y liberándola en el aire en caso de una desecación rápida. Eso quiere decir que la casa de madera respira.
Cetrería : Arte de criar, entrenar y curar halcones y otras aves de rapiña para la caza. En general se puede decir que es una caza de aves y pequeños cuadrúpedos que se practica desde la antigüedad medieval con halcones, azores, cernícalos y otras rapaces capaces de perseguir la presa en el aire hasta derribarla o matarla. Los antiguos vestigios y documentos sobre cetrería muestran que en la mayoría de los casos se trataba de un deporte aristocrático en el que participaban reyes y otros personajes poderosos. | |
|