La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 El amor que salvó un reino. Capítulo 9. Bienvenido al infierno, Harry

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alisevv

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MensajeTema: El amor que salvó un reino. Capítulo 9. Bienvenido al infierno, Harry   El amor que salvó un reino. Capítulo 9. Bienvenido al infierno, Harry I_icon_minitimeMar Jul 08, 2014 6:50 pm

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Castillo de Piedra
Anktar—Moribia



El Castillo de Piedra, antes orgullo y joya de los Moribianos, se había convertido en una pobre imitación de lo que era. La mayoría del personal que atendía a la casa real, había sido encarcelado o había huido hacia las montañas, siguiendo a su Príncipe. Sólo habían quedado en palacio los más ancianos, demasiado viejos para soportar las inclemencias que significaba la vida en las montañas.

Lucius había intentado mantener el rancio esplendor, trayendo personal de la mansión Malfoy o contratando gente del pueblo, pero el personal entrenado era muy escaso y el resto no estaba acostumbrado a trabajar en un lugar tan suntuoso. Al fin, agobiado por muchos otros problemas, el hombre rubio había desistido de lidiar con los inconvenientes de orden doméstico.

Así, ahora el castillo lucía triste y descuidado. Las lámparas de cristal y los pisos de mármol, otrora brillantes, ahora lucían opacos, y el polvo se acumulaba inclemente sobre cuadros, estatuas y adornos.

Los únicos lugares de palacio que aún conservaban intacta su magnificencia eran los aposentos reales, que ahora eran ocupados por Lucius, y el despacho real, donde el usurpador pasaba la mayor parte del tiempo, y donde recibía algunas visitas muy selectas.

Esa tarde, uno de esos visitantes se sentaba frente al escritorio real, con el ceño extremadamente fruncido.

—Déjeme decirle, Malfoy, que el Sultán está extremadamente descontento con lo que pasó— decía el hombre justo en ese momento—. El último cargamento de piedras preciosas tampoco llegó.

—¿Y qué quiere que haga?— espetó Malfoy, molesto—. La caravana fue atacada y todos los hombres asesinados.

—¿Quiere decir que un puñado de miserables pueden con las tropas del Rey de Moribia?— preguntó el hombre con burla.

—No me jodas, Crounch. Sabes perfectamente que ese puñado de miserables, como tú los llamas, son gente entrenada en combate, la antigua tropa del Rey— esta vez fue Lucius el que lo miró con ironía—. Si mal no recuerdo, varias veces vapulearon a los hombres del Sultán.

—Ése no es nuestro problema sino el tuyo. El Sultán sólo quiere que cumplas tu parte del trato. Hasta ahora no ha visto nada a cambio de lo que mandó, ni siquiera el seguro que aceptaste darle.

—¡Maldita sea! Tengo una guerra civil entre manos justo ahora, ¿acaso es tan difícil de entender?— gritó Lucius, golpeando la mesa con el puño—. En cuanto logre controlar el país, enviaré al Sultán todas las piedras que quiera— miró al otro hombre con profundo desdén—. En cuanto al seguro, ¿debo recordarte quién lo dejó escapar?

Ante esas palabras, la mirada de Barty Crouch se oscureció y su mano fue a su pierna, frotándola suavemente. Los dolores que ahora sufría eran horribles, y a consecuencia de los disparos recibidos, le había quedado una fuerte cojera que los doctores pronosticaban sería para siempre. Ahora el conflicto se había convertido en algo personal para él, y no se detendría hasta obtener su venganza.

Sin contestar a la evidente burla, se levantó de su silla y se apoyó en el sencillo bastón que estaba a su lado.

—El Sultán está perdiendo la paciencia— dijo como despedida—. Será mejor que te apresures a controlar a los rebeldes o pronto tendrás un problema más serio con el que lidiar— se inclinó burlonamente antes de agregar—: Que tenga buen día, Majestad.

Una vez que el otro hubo abandonado el estudio, Lucius tomó un adorno del escritorio y, furioso, lo estrelló contra los leños de la chimenea. Luego se giró hacia la figura que había permanecido sentado en un rincón, sin intervenir en modo alguno en la conversación que acababa de finalizar.

—Cómo me digas te lo dije…— el hombre estaba tan furioso que ni siquiera pudo terminar su amenaza.

—No te lo diré— Argus Malfoy se levantó y se acercó a su sobrino—. ¿Qué piensas hacer ahora?

Derrotado, el hombre rubio se desplomó en un sillón, la dura mirada plateada fija en el hombre mayor.

—No lo sé— confesó al final—. Con Snape y su gente puedo lidiar, pero si el Sultán decide atacar, estaremos perdidos.

En ese momento, se escucho un suave toque en la puerta.

>>Ahora no estoy de humor para estupideces— declaró Lucius—. Sal y dile que se vaya, quienquiera que sea.

Argus Malfoy, poco dispuesto a discutir con su sobrino en ese estado, se apresuró a cumplir la orden. Poco después, entraba con un hombre malencarado de aspecto desaliñado.

>>¿Qué significa esto?— ladró Lucius—. Te dije que no quería hablar con nadie y tú haces pasar a este sujeto a mi estudio. ¿Acaso te volviste loco?

—Es mejor que lo escuches— aconsejó su tío.

El otro fijó su despectiva mirada, primero en Argus y luego en el recién llegado.

—¿Qué buscas en palacio?

—Su Majestad— el hombre se inclinó torpemente ante Lucius—. Hace un par de días estaba merodeando por la frontera Este.

—¿Merodeando?— Lucius sonrió con desdén—. Robando, querrás decir— al ver que el hombre se removía incómodo, preguntó—: ¿Qué pasó entonces?

—Encontramos un hombre muerto— el truhán ignoró la mueca burlona del rubio— y traía una carta. Pensamos que a Su Majestad podría interesarle.

—¿Y por qué habría de interesarme?

—La envía Severus Snape— le informó su tío.

—¿Qué?— casi grito Lucius—. Dame esa carta— al ver que el hombre se mostraba reticente, agregó—: Será mejor que me la entregues, a menos que quieras enfrentarte al verdugo al amanecer.

Temblando, el hombre sacó la carta y se la entregó. Lucius la observó y luego miró al sujeto.

—¿Qué pasó con el cadáver del hombre que portaba este correo?

—Lo enterramos convenientemente, Majestad.

—Bien— sacó un cofre de su escritorio y lo abrió con una llave de su chaleco. Del cofre extrajo unas cuantas monedas que tiró hacia el hombre. Las monedas de plata rodaron sobre la superficie de madera pulida y el individuo se apresuró a recogerlas—. Eso pagará tus servicios— Lucius lo miró, amenazante—. Y será mejor que mantengas silencio sobre esto, a menos que quieras acompañar a quien llevaba esta carta. Y ahora, largo de aquí.

Mientras el otro salía, con infinitas reverencias y encantado con el pago recibido, Lucius se sentó, rasgó el sobre y desplegó la carta. Cuando terminó de leerla, la entregó a su tío, pensativo.

Argus Malfoy tomó la hoja y empezó a leer.


Querido Harry

Sé que debes estar muy extrañado por la tardanza en recibir noticias, y lamento que éstas sean tan malas, pero la situación en Moribia se ha complicado terriblemente.

Mi padre murió y mi hermanastro, recuerdas que te hablé de él, se apoderó del trono. Yo tuve que huir a las montañas, y aquí estoy, reorganizando el apoyo con que cuento y tratando de resistir.

Quisiera pedirte, por favor, que hables con tu padre y le preguntes si puede gestionar la posibilidad de conseguir algún tipo de apoyo de Inglaterra, aunque aún no estemos casados tú y yo. Como es Marqués y tiene la confianza de la Reina quizás pueda hacer algo. No tengo demasiadas esperanzas al respecto, sé que es muy difícil lograrlo, pero en este momento ese apoyo nos sería de mucha utilidad.

En cuanto a nosotros, amor, te prometí que luego de estos ocho meses de espera estaríamos juntos para siempre, pero es completamente imposible que vengas a Moribia por el momento, tu vida correría demasiado peligro y yo no pienso arriesgarte por nada del mundo.

Ten paciencia. Te prometo que en cuanto pueda recuperar el trono te mandaré a buscar para casarnos. Mientras tanto, te ruego no te preocupes, yo voy a estar bien.

Te amo con todo el corazón.

Severus

p.d: Dile a Hermione que no se preocupe, Sirius también está bien.



—Que cursi tu hermanito— se burló Argus, pero al mirar a su sobrino, notó que estaba ensimismado y que una cruel sonrisa curvaba sus labios—. Una carta de amor. Creo que perdiste el dinero que pagaste por ella.

—Te equivocas— los plateados ojos se fijaron en él—. En realidad, vale hasta la última moneda que pague.

—¿Qué quieres decir?

—¿Crees que el Sultán de Mejkin se atrevería a atacarme si contara con el apoyo de la muy poderosa Inglaterra?

—No, por supuesto que no, pero obtener ese apoyo es imposible.

—Te equivocas. La Reina inglesa no se negaría a ayudar a uno de sus súbditos en peligro.

—No te entiendo.

—La idea de Severus de conseguir consorte inglés era excelente. Si yo estuviera casado con el hijo de un Marqués, la Corona inglesa se vería obligada a apoyarnos, ¿cierto?

—Sí, pero ¿con quién….?

—Con Harry Potter— lo interrumpió Lucius. Al ver que el otro no entendía de qué iba todo eso, ordenó—. Quiero que busques al mejor falsificador que consigas. Mi hermanito va a mandarle una carta muy distinta a su prometido.

—No entiendo— Argus lo miraba sin comprender.

—Mandaré al buque real a buscar a Harry Potter, con una carta falsa firmada por Severus Dumbledore, y cuando esté aquí, haré que se case conmigo.

—¿De qué hablas? Ese muchacho parece estar enamorado de Snape.

—Corrección, Severus parece estar enamorado de ese muchacho. Estoy seguro que una vez aquí le dará igual un Rey que otro.

—¿Y si te equivocas y el tal Potter se niega?

—Entonces lo obligaré— al ver que su tío lo miraba pidiendo más explicación, aclaró—: Lo forzaré— esbozó una sonrisa sarcástica—. La Corte Inglesa es muy estricta y no perdona ciertas cosas. Una vez deshonrado, al muchachito ese sólo tendrá dos opciones: casarse conmigo o enfrentarse a la ignominia. ¿Cuál crees que será su decisión?



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Montañas Nubladas
Moribia



El momento del día que Severus más amaba, desde que se había visto obligado a refugiarse en las montañas, eran esos minutos en la noche, cuando ya todos se habían retirado a descansar, y él podía dedicarse a disfrutar del aire nocturno y hacer lo que le era imposible en la acelerada agitación en medio de la cual transcurrían sus días: añorar a su prometido.

En una rutina ya repetida, se sentó en una roca cercana a la cueva que tenía destinada para dormitorio y sacó un saquito de lona marrón. Sonrió al mirarlo. Con las provisiones que enviaban siempre que podían, la gente del Este se las arreglaba para incluir generosas cantidades de hojas de tabaco, suficientes para poder repartir entre todos los fumadores que habitaban las cuevas. Junto a éstas, siempre llegaba un paquete mucho más pequeño, formado por unos finos puros elaborados con las mejores hojas del tabaco moribiano, el humilde obsequio que aquellas sencillas personas ofrecían a su Príncipe.

Sacó uno de los puros y lo encendió, deleitándose con el aroma desprendido por las hojas al quemarse, y a su menté llegó la imagen de los hermosos ojos verdes y la maravillosa sonrisa de Harry. Estaba tan perdido en su recuerdo, que no notó la cercana presencia hasta que Bill se detuvo a un lado de lo que él consideraba ‘su roca’.

—¿Puedo sentarme?— preguntó el joven pelirrojo cuando Severus fijó la vista en él. El Príncipe hizo un gesto con la mano, en muda invitación, y luego le alargó el saquito de cigarros—. Se agradece pero traje el mío— le enseñó su propio tabaco, torpemente liado, y sonrió—. No es tan fino como el tuyo pero me conformo.

Severus sonrió ante la burla. Estaba consciente que todos sus súbditos y amigos aceptaban con felicidad que quien ellos consideraba su Rey pudiera al menos disfrutar de ese privilegio.

Ambos hombres fumaron en silencio por un buen rato, la mirada perdida en la profundidad de la noche. Al fin, fue Bill quien habló.

—Está todo tan sereno— musitó en voz queda—. Nadie diría que estamos en medio de una guerra.

—No, nadie lo diría— Severus dio una profunda calada a su cigarro.

—¿Has pensado lo que harás si salimos de ésta?

—Cuando salgamos de ésta— rectificó Severus en tono duro, no aceptaba que nadie pensara en otra posibilidad que la victoria. Luego, miró a su compañero—. Supongo que lo primero que habrá que hacer será reconstruir el país, el maldito Malfoy lo está destrozando a pedazos.

—No me refería a eso.

El Príncipe alzó una ceja, interrogante.

—¿Entonces?

Bill guardó silencio. Él y Severus habían tenido un romance intenso, pero ya había pasado mucho tiempo de aquello. No sabía como recibiría una pregunta tan personal. Notando que el otro lo seguía mirando fijamente, esperando una respuesta, se armó de valor.

—Bueno, cuando acabes con Lucius y recuperes el trono, tu situación como monarca va a quedar muy estable, ya no necesitarás casarte con un inglés por obligación— aprovechando que Severus había quedado demasiado sorprendido como para contestarle, se apresuró a agregar—. Podrías conseguir una mujer de la nobleza moribiana que te diera los herederos que necesitas, y yo podría estar a tu lado— dudo una fracción de segundo antes de terminar—. Como tu amante.

—Bill, yo…

—Sé que lo nuestro acabó hace tiempo— el pelirrojo lo interrumpió, temeroso de lo que diría si hablaba—. Yo te amo, Severus, y como tu amante, podría hacerte feliz, te lo juro.

El Príncipe miró con tristeza los nobles ojos que lo miraban con amor. Sentía verdadero afecto por Bill, y le dolía profundamente herirlo, pero no podía engañarlo.

—Bill, no debes hacerte ilusiones conmigo— contestó, incómodo—. Eres un buen hombre y mereces algo más que una relación de amantes.

—Yo me conformaría.

—Pero yo no— replicó rotundo, mientras se levantaba y lanzaba la colilla de su puro a la distancia. Respiró profundo y se giró hacia el pelirrojo—. No quiero hacerte daño pero una relación entre nosotros es imposible.

—¿Por qué?— el joven hizo un último intento—. Antes funcionó, ahora también podría hacerlo.

—No, ya no.

—¿Por qué?

—Hay dos razones por las cuales deseo recuperar mi trono— contestó Severus, sacando un nuevo cigarro y encendiéndolo—. La primera es por mi pueblo, deseo más que nada su paz y bienestar— dio una larga calada tranquilizadora—. La segunda es por mi mismo. Porque deseo casarme con mi prometido lo antes posible.

Los azules ojos de Bill se cubrieron con una sombra de tristeza pero sonrió débilmente.

—¿Lo amas?— Severus se limitó a asentir como respuesta—. Entiendo— el pelirrojo respiró profundamente—. Discúlpame por esto, no volverá a pasar— musitó, antes de agregar—: Recuerda que soy tu amigo y podrás seguir contando conmigo para lo que sea.

—Gracias— musitó Severus, mientras el hombre se iba alejando lentamente. Luego agregó, tan suavemente que sólo pudo ser escuchado por el aire nocturno—. Ojala algún día puedas ser tan feliz como yo, amigo mío.



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Mansión Potter
Londres



—Milord, con permiso— dijo el mayordomo de la mansión Potter, entrando en la salita donde estaba reunida toda la familia—. Un señor solicita ver a Lord Harry, dice que es importante.

—¿Un señor?— el Marqués frunció el ceño—. ¿Qué señor?

—Dice que se llama Vincent Crabee, y es enviado del Príncipe de Moribia.

—¿De Severus?— Harry saltó de inmediato y se acercó al mayordomo—. Dile que pase, por favor.

El hombre miró al amo de la mansión y, ante un asentimiento de éste, salió a cumplir la petición del más joven. Al momento, regresó acompañado de un hombre alto y fornido.

—Buenos días, Milord— saludó el recién llegado, dirigiéndose a James, antes de hacer una inclinación cortés hacia el resto de los presentes.

—Según mi mayordomo, usted dice ser un enviado de Moribia, ¿no?

—Sí, Señoría— contestó el hombre, con fingido servilismo—. Traigo una carta para el joven Lord Harry Potter.

Harry estaba a punto de saltar sobre el hombre y arrebatarle la carta pero esperó estoicamente a que su padre hablara.

—¿Me la permite?— pidió el Marqués, extendiendo la mano. Luego de recibirla, la revisó y se la entregó a Harry, mientras el hombre hablaba de nuevo.

—Tengo instrucciones de esperar su respuesta antes de regresar a mi país. Como supongo que ustedes querrán discutir con calma lo que dice la carta, ¿podía venir en la tarde?

—Sí, se lo agradecería— replicó James mientras acompañaba al visitante a la puerta de la salita—. Estoy seguro que para entonces ya tendremos una respuesta para usted.

En cuanto el hombre salió de la habitación, todos los ojos se centraron en Harry, que rompió el lacre angustiado y abrió la carta, empezando a leer. Al ver como su rostro se desencajaba por momento, James frunció el ceño y Lily preguntó, preocupada:

—¿Qué ocurre, hijo?

El joven alzó el rostro hacia su familia, los ojos repletos de preocupación.

—Escuchen— musitó, y empezó a leer en voz alta.


Querido Harry

Perdona la tardanza en escribirte pero cuando llegué a Moribia encontré a mi padre muy enfermo.

Aunque la situación política en Moribia está bien y mi hermanastro parece haberse tranquilizado, mi padre sigue muy preocupado. Ha estado insistiendo en que va a morir pronto y que su última voluntad es conocerte y poder vernos casados.

Lo peor de todo es que tiene razón, amor. A mi padre le queda muy poco tiempo de vida, y dudo que pueda esperar mucho más.

Por eso, te ruego que adelantes el viaje todo lo que puedas. Quiero darle esa pequeña alegría antes de despedirme de él definitivamente. Te ruego que no te niegues a mi súplica.

Te amo con todo el corazón

Severus

p.d: Dile a Hermione que Sirius le manda todo su amor.



—¡Dios, pobre Rey y pobre Severus!— se lamentó Hermione cuando Harry terminó de leer.

—El asunto es que no veo el modo de cumplir la petición de Severus— Lord James Potter frunció el ceño—. No puedo salir de Inglaterra en estos momentos, es completamente imposible.

—¿Cuándo crees que puedas viajar?— preguntó Remus.

—No antes de dos meses, en estos momentos la situación en el Parlamento esta realmente complicada.

—Pero implicará mas de tres meses hasta que lleguemos a Moribia, padre— argumentó Harry—. Para entonces el Rey puede estar muerto.

—No sé qué más puedo hacer— replicó el Marqués.

—Y yo iría, hijo, pero sabes que no puedo dejar viajar a tu padre solo— se excusó Lily—. Los viajes en barco son bastante fuertes para su corazón y si no estoy para controlar sus medicinas puede hacer una tontería.

—Deja a mi condenado corazón en paz, mujer— exclamó Lord James, quien en cuanto se tocaba su problema cardiaco, gruñía como fiera enjaulada.

—Yo podía adelantarme con Harry y Hermione— sugirió Remus, que hasta el momento había permanecido al margen—. Como su tío, puedo perfectamente actuar como su guardián y así evitar los chismes de la Corte. Una vez que lleguemos a Moribia, Harry puede conocer al Rey y tranquilizarlo respecto al matrimonio y esperaremos a que ustedes puedan viajar para efectuar lo boda.

—No sé, no me termina de gustar— refunfuñó James.

—Por favor, padre, Severus me necesita— suplicó Harry.

Lord James miró a su esposa.

—¿Tú que dices?

—Que si tú hubieras estado alguna vez en un conflicto como el de Severus, yo hubiera actuado como Harry— su esposa le sonrió tiernamente.

—Está bien, vayan— observó a su hijo con mirada de águila—. Pero ni se te ocurra casarte antes que nosotros lleguemos.



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Montañas Nubladas
Moribia



Severus y Sirius estaban hablando en la cueva que usaban de cuartel general, analizando las acciones que deberían tomarse los siguientes días, cuando entró un agitado Bill, quitándose su gruesa capa de viaje.

—¿Qué tal el viaje?— preguntó Sirius por todo saludo—. ¿Alguna noticia de nuestros contactos?

En silencio, el recién llegado miró primero a Sirius y luego a Severus, como dudando si contestar o no.

—¿Qué ocurre, Bill?— las alarmas del Príncipe saltaron de inmediato, preocupado por la seguridad de su gente—. ¿Algún nuevo problema en palacio? ¿Descubrieron a alguno de nuestros contactos?

—No, no se trata de eso.

—¿Entonces?— inquirió Sirius con voz apremiante—. Y siéntate, me estás poniendo nervioso.

El hombre se sentó y lanzó una nueva mirada indecisa hacia Severus antes de empezar a hablar.

—Al parecer, en palacio hace unos días que existe una agitación febril— empezó con tono pausado—. Se ha contratado mucho personal y, según se comenta, el propio Malfoy amenazó con enviar al verdugo a todo el mundo a menos que tengan el palacio impecable a la mayor brevedad.

—Yo pensé que nuestro estimado usurpador había desistido de lidiar con su personal doméstico— se burló Sirius—. Además, sigue teniendo problemas mucho más graves que poner a brillar el Castillo de Piedra.

—Lo mismo pensaron nuestros contactos, hasta que se extendió el rumor de que iba a llegar alguien muy importante de Inglaterra a hacer negocios con el nuevo Rey— Severus se envaró ante la mención pero dejó que su subordinado siguiera explicándose—. Así que, reforzaron la vigilancia con intención de averiguar de quien se trataba.

—¿Lo descubrieron?— la voz de Severus estaba ronca por la tensión, ¿quién demonios podría venir desde Inglaterra a hablar con Lucius? Bill asintió y dio una nueva mirada a Severus antes de contestar.

—Lord Harry Potter.

—Eso es imposible, tiene que haber una equivocación— casi gritó el hombre de ojos negros, encarándose con el pelirrojo—. Quizás Lucius recibió una carta de Harry dirigida a mí, la leyó e inventó toda esa historia.

—¿Para qué iba a inventar algo como eso?— razonó Sirius.

—¿Qué se yo? Tal vez pensó que si hacía correr el rumor de que Harry venía yo me pondría nervioso y cometería un error.

—Nadie sabe en el castillo quién es el visitante inglés— argumentó Bill.

—¿Entonces cómo saben que es Lord Potter?— preguntó Severus, cada vez más molesto y preocupado.

Por toda respuesta, Bill sacó un trozo de papel quemado en los bordes.

—Es la copia de un telegrama. Uno de nuestros espías la rescató de entre las llamas de la chimenea.

Severus tomó el papel y leyó en voz alta:


Misión cumplida. Los Potter aceptaron enseguida. Arribaremos a Moribia a finales de Octubre. V. Crabbe


—Pero no entiendo— Severus miraba la nota sin parpadear—. ¿Qué significa esto?— miró el rostro descompuesto de Bill Weasley y presionó—. Tú sabes algo más, ¿verdad?— no necesitaba respuesta, la cara del otro lo decía todo—. Suéltalo de una vez.

—Antes de rescatar la nota del fuego, nuestro contacto pudo escuchar el final de una conversación— Bill se removió en su asiento, claramente incómodo—. Lucius le decía a Argus Malfoy que ya todo estaba en marcha. Que Lord Potter llegaría a finales de Octubre así que la boda se podía organizar para mediados de Noviembre. Al final, rió y comentó que ya podría respirar tranquilo, que con la ayuda de Inglaterra el Sultán de Mejkin no se atrevería a atacarlo y podría finalmente aplastarte como a una cucaracha.

Mientras escuchaba la narración, Severus sintió como una mano de piedra atenazaba su corazón, dejándolo convertido en añicos.

—Eso es imposible— quien ahora habló fue Sirius—. Harry quiere a Severus, jamás aceptaría casarse con Lucius.

—Pues parece que sí aceptó— el gélido tono de Severus hubiera congelado el infierno.

—No es posible que creas esa barbaridad— insistió su amigo—. No creo que Harry esté en camino, y si lo está, estoy seguro que viene engañado.

—Y supongo que también se va a casar engañado, ¿no?— el tono de Severus, que pretendía ser irónico, semejó más bien un gemido agónico.

—Severus, no sabemos exactamente lo que hay detrás de todo esto— trató de hacerlo razonar su amigo—. No hagas juicios apresurados de los que puedas arrepentirte después.

El Príncipe lo miró fríamente, pero en lugar de contestarle se giró hacia Bill.

—¿Dices que Potter llega a finales de mes?— el aludido asintió en silencio y Severus se giró hacia Sirius—. Ya estamos a quince. Quiero que envíes uno de nuestros mejores jinetes al puerto. Que vaya disfrazado para pasar desapercibido. Deberá permanecer vigilante, en cuanto vea el buque real aproximándose al puerto, deberá venir a visarnos de inmediato.

—¿Qué piensas hacer?— preguntó Sirius, preocupado. No le gustaba nada la actitud de su amigo.

—Lord Harry Potter va a tener el recibimiento que se merece— fue todo lo que contestó Severus, antes de salir de la cueva como alma que lleva el diablo.



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El carruaje en que viajaban Harry y Hermione llevaba muchas horas avanzando penosamente a través de los agrestes caminos que comunicaban el puerto con la ciudad de Anktar. Miraba el paisaje por una de las pequeñas ventanas del vehículo, mientras una serie de sentimientos encontrados bullían en su interior.

Estaba contento, por supuesto; al fin, después de tantos meses de separación, iba a reunirse con el hombre que amaba. Sin embargo, siempre que había soñado este momento, había una serie de anhelos y expectativas que no habían sido cumplidos en la cruda realidad.

El viaje en barco había sido largo y triste. Lo habían colocado en el camarote principal; era el más lujoso y fastuoso del buque, eso era indudable, pero no era el rinconcito que Severus le había prometido, donde él siempre viajaba y desde donde se podía ver el amanecer. Y había descubierto, con dolor, que en el barco no había libro alguno de aventuras; Sev también se había olvidado de eso.

A pesar de todo, había desembarcado entusiasmado, anhelando mirar los negros ojos que tanto amaba, y había recibido una nueva desilusión; Severus no lo estaba esperando. Sólo estaba ese secretario molesto que los había acompañado desde Londres y del que ya estaba más que harto.

Sacó la última carta del Príncipe, intentando darse ánimos con sus bellas palabras y pensando que si el Rey estaba enfermo, era lógico que su prometido estuviera angustiado y olvidara esos pequeños detalles. Debía comportarse como un adulto y apoyar a Severus, se dijo, mientras enjugaba una lágrima rebelde que se deslizaba por su mejilla.

De repente, una cantidad de ruidos exteriores lo sacó de sus reflexiones y regresó a la realidad, para observar a Hermione, que lo miraba con los ojos abiertos por el terror. El carruaje se había detenido bruscamente y pudo darse cabal cuenta que los ruidos de afuera eran disparos. Ya estaba preparado para salir a ver qué pasaba cuando la puerta del vehículo se abrió violentamente.

—Fuera— ordenó un hombre que se cubría el rostro con un pañuelo.

Al salir, a ambos jóvenes les cayó el alma a los pies. Un par de hombres de la escolta que los había acompañado estaban tirados en el piso, no sabían si muertos o sólo heridos, y el resto estaban siendo apuntados por más hombres enmascarados. Pero lo que más les preocupó fue ver a Remus en el piso, evidentemente herido.

—Remus— gritó Harry, y corrió hacia su tío, quien ya estaba siendo atendido por un enmascarado de pelo rubio—. Déjelo en paz, ¿qué le hace?— gritó, apartando al otro de un manotazo e inclinándose sobre el hombre inconsciente.

—Está tratando de ayudarlo, así que te recomiendo que lo dejes en paz— escuchó una voz a sus espaldas.

—¿Severus?— el rostro de Harry se iluminó de alivio y felicidad y corrió a abrazar al hombre, pero éste se desprendió bruscamente del joven, ignorándolo, y dejándolo con los brazos caídos y los ojos llenos de lágrimas.

Mientras eso pasaba, a pocos pasos, Remus recuperaba la conciencia, fijando su aturdida mirada en unos ojos plateados que lo miraban con atención.

—¿Es usted un forajido?— preguntó, inseguro.

Draco se echó a reír y quitó la máscara de su rostro.

—No, no lo soy.

—Tío Remus, te sientes bien— preguntó Hermione, arrodillada a su lado, sin entender nada de lo que estaba pasando.

—Hermione, ¿qué pasó? ¿Dónde está Harry?

La chica levantó la mirada hacia su hermano, quien todavía miraba aturdido a ¿Severus?

—¿Severus?— musitó la chica con voz ahogada, pero el hombre la ignoró y miró a Draco.

—¿Cómo está?— preguntó.

—Sufrió un fuerte golpe en la cabeza al caer del caballo, tendré que tomarle algunos puntos— miró con atención al herido—. Le duele en algún otro sitio— cuando Remus se tocó un costado, el hombre rubio agregó—: Puede que también tenga alguna costilla fracturada.

En ese momento, un hombre alto y de cabello negro llegó a todo galope. Se lanzó del caballo y corrió hacia Hermione.

—Hermi— gritó, al tiempo que abrazaba a la chica contra su corazón, y bajando la cabeza, le daba un beso largo y profundo—. Amor, pensé que no iba a llegar nunca— murmuró, volviendo a abrazarla—. Tanto tiempo esperando este momento y llegas justo el día en que yo no estoy en el campamento.

—Pero yo, no entiendo, Sirius— musitó Hermione.

Severus soltó un bufido, desdeñando la actitud de la pareja, y Harry lo miró, sin lograr entender qué ocurría con su prometido, por qué había asaltado a su propia guardia y por qué lo había tratado con tanta crueldad. De repente, la furia fue ganando a la tristeza, y dirigiéndose a Severus, le recriminó con voz dura.

—¿Me puedes decir qué está pasando aquí y por qué me has tratado así?

En vez de contestar, Severus miró a Sirius.

—Yo me voy a adelantar con Potter. Ustedes esperen a que Draco cure al herido y síganme. Nos vemos en el campamento— se acercó a Harry, lo tomó en brazos y, sin ningún miramiento, prácticamente lo arrojó encima de su garañón. Luego se subió de un salto y miró a otro enmascarado—. Bill, elige a dos hombres y sígannos. Estén muy pendientes por la ruta— y sin otra palabra, espoleó al caballo y salió a todo galope.

—Eyy, no, adonde vas— exclamó Remus, intentando incorporarse, pero la brusquedad del movimiento hizo que se mareara fuertemente.

—Oiga, quieto, no se muevas— musitó Draco quien, arrodillado a su lado, presionaba un trapo contra la herida de la cabeza—. Está aturdido por el golpe y todavía sigue sangrando.

—Pero se lo llevó— argumentó el hombre herido—. Y yo soy su guardián. Es completamente impropio, debo alcanzarlo.

—Lo lamento pero usted no va a ninguna parte hasta que no le haya cerrado esa herida— Remus lo miró destilando furia por la mirada, pero el rubio ni se inmutó—. No va a ganar nada mirándome así, así que no pierda su tiempo— replicó, sonriendo levemente.

—¿Usted es médico?— refunfuñó el caído.

—No, pero tengo bastante experiencia en heridas, y justo ahora soy la mejor opción con la que cuenta, así que no creo que sea momento de ponerse muy exigente— replicó Draco, burlón, antes de girarse a mirar a Hermione—. ¿Podría sostener este paño contra la herida mientras preparo todo para coserlo?

Mientras la joven obedecía y Draco preparaba el instrumental que siempre llevaba consigo en caso de emergencia, Remus traslado su furia e impotencia hacia Sirius.

—Y tú, ¿por qué permitiste que se llevara a Harry? ¿Qué pretende Severus?

—No va a hacerle nada— lo tranquilizó el aludido, aunque internamente rezaba porque su amigo no hiciera una barbaridad—. No te preocupes.

—Yo decidiré si me preocupo o no— bufó molesto—. Ahora, quiero que me expliques qué está pasando aquí. Y usted— gruñó a Draco—, apúrese, tengo que ir tras Harry.

Draco empujó levemente a Remus para que quedara de lado, dejando la herida cómoda para trabajar.

—Por favor, sosténgale la cabeza con firmeza, voy a inyectarle algo para dormirle la zona— le pidió a Hermione. Mientras empezaba a coser, preguntó burlón—. ¿Siempre tiene un carácter tan encantador?

Un nuevo gruñido de Remus

—En realidad, habitualmente tiene buen carácter, pero ahora está preocupado por Harry— lo disculpó la chica, antes de mirar a Sirius—. Y yo también. ¿Quieres explicarnos qué pasó?

En lugar de responder, su prometido le contestó con otra pregunta.

—Primero, ¿me podrías decir qué hacen ustedes aquí?

—¿Cómo que qué hacemos aquí?— casi grito Remus.

—Ey, quieto— pidió Draco para evitar que se moviera y Hermione afianzó su agarre.

—Sirius, vinimos porque Severus envió una carta.

—Claro, pero Severus le pedía a Harry todo lo contrario, que se tranquilizara y no hiciera el viaje.

Se escuchó un nuevo bufido de Remus y Hermione miró a su novio, extrañada.

—Sirius, la carta decía que el Rey iba a morir y deseaba conocer a mi hermano antes que eso ocurriera. Por eso apresuramos el viaje y nuestros padres no pudieron acompañarnos.

—Y dejaron a Harry bajo mi cuidado. ¡Maldición!— se escuchó la queja de Remus.

—Eso es imposible— negó Sirius.

—Si no me crees ve al carruaje y busca en el equipaje. Hay un pequeño baúl de madera, ahí están todas las cartas que Severus envió a Harry, son su pequeño tesoro.

El hombre obedeció. Al abrir el baúl, encontró un manojo de cartas atadas con una cinta azul, que a simple vista evidenciaban que habían sido leídas muchas veces. Junto a estas, se encontraba una misiva mucho menos maltratada. Sirius la tomó y leyó el remitente: Severus Dumbledore Snape.

Metió el resto de las cartas por un costado del baúl y regresó junto a los demás con el sobre en la mano. A esas alturas, Draco ya estaba cubriendo la herida cerrada con un vendaje. El capitán tendió el sobre a la chica, pero ésta lo rechazó con un ligero movimiento de su mano.

—Léela.

A medida que leía, el rostro de Sirius se iba desencajando.

—¡Maldición!— gruñó en voz baja antes de levantar la mirada—. Les puedo asegurar que esto no lo escribió Severus.

—Pues es su letra— argumentó Remus, mientras intentaba incorporarse.

—Hágalo lentamente para que no se vuelva a marear— le aconsejó Draco.

—Debe ser una falsificación— replicó Sirius, observando detenidamente la carta.

—Sirius— al oír la suave voz de su prometida, el hombre alzó la mirada—. ¿Nos puedes explicar qué está pasando?

El capitán tomó una mano de la joven y la llevó a sus labios antes de contestar.

—Hace casi cuatro meses, hubo un ataque al Palacio de Piedra, en Anktar. Lucius atacó con sus partidarios y mercenarios enviados por el Sultán de Mejkin, un país vecino. Eran demasiados y no pudimos contenerlos, por lo que tuvimos que huir a las montañas— Hermione lanzó un grito de sorpresa—. Ese día, también murió el Rey Albus.

—¿Lo mataron?— inquirió Remus.

—No ese día— al ver que lo miraban, interrogantes, aclaró—. Lo habían estado envenenando con arsénico por varios meses, murió a consecuencia del daño producido por el veneno.

—¡Dios, pobre Severus!— Hermione estaba consternada.

—Huimos a las montañas y Severus rearmó un pequeño ejército de rebeldes. Desde entonces estamos luchando.

—¿Pero entonces, esa carta que recibió Harry?— Remus clavó su inquisitiva mirada en Sirius.

—No tengo idea. Tal vez el usurpador pensó atraer aquí a Harry y convencerlo que se casara con él para lograr el apoyo inglés.

—¿Pero cómo sabía él de Harry?— preguntó Hermione—. ¿Se hizo público el compromiso o algo así?

—No, cuando llegamos Severus encontró al Rey muy enfermo y prefirió esperar antes de hacer cualquier anuncio.

—Además, en la carta decía que Sirius mandaba su amor a Hermione— argumento Remus—. ¿Cómo podía ese hombre saber eso?

Todos se miraron confundidos por un momento, hasta que Draco comentó:

—Por la carta verdadera.

Todos los miraron con interés, esperando que continuara.

—Sirius, ¿Tío Severus te comento si mencionó tu nombre cuando escribió a Londres?

El rostro del hombre moreno se iluminó con entendimiento.

—Claro, eso tiene que ser— exclamó—. Severus me preguntó si quería escribirle un mensaje a Hermi y yo le dije que le mandara mi amor— se giró hacia su prometida—. Lo siento, linda, no soy bueno escribiendo.

—Yo doy fe de ello— comentó Draco, y todos sonrieron, relajando un tanto la atmósfera—. Entonces, quiere decir que la carta que envió mi Tío fue interceptada.

—¿Severus es su tío?— cuestionó Remus—. Pensé que sólo tenía un hermanastro.

Draco se ruborizó, apenado.

—Mi nombre es Draco Malfoy— contuvo el aliento un segundo—. Soy hijo de Lucius Malfoy.

Al ver la sorpresa en el rostro de los otros, Sirius se apresuró a aclarar.

—Pero Draco siempre vivió en palacio y fue prácticamente criado por Severus y el Rey. Y hace mucho tiempo que dejó de tener contacto con su padre.

—Por favor, no tienen que darnos explicaciones— musitó Hermione.

—Por supuesto que no— agregó Remus y extendió la mano, sonriendo—. Encantado de conocerte, Draco, yo soy Remus— luego de la ‘presentación’ su rostro recobró su seriedad—. Y volviendo al asunto de la carta, ¿el correo no les contó qué pasó?

—No regresó— replicó el capitán—. La situación en los caminos está muy complicada. Salió bajo un alto riesgo, cuando no volvió, supusimos que habría sido atacado o no había logrado regresar y se había quedado en Turquía.

—Entonces, por lo que parece esa carta llegó a manos del usurpador, quien escribió a Harry fingiendo ser Severus, ¿no?— concluyó Remus.

—Así parece— confirmó el capitán.

—Lo que no entiendo es por qué Severus se llevó a mi sobrino de esa manera tan impropia— tanto Sirius como Draco se removieron, incómodos, y el hombre de cabello castaño frunció el ceño—. ¿Sirius, podrías explicarme?

—Bueno, verás— el aludido carraspeó—, nos llegó la noticia que Harry venía a Moribia para casarse con Lucius Malfoy. Severus al principio no lo creyó, pero nuestros espías captaron un trozo de conversación donde Lucius lo confirmaba— al ver que sus interlocutores lo miraban fijamente, esperando ampliara la explicación, continuó—: Severus se sintió traicionado, el dolor y los celos lo cegaron y piensa que Harry lo traicionó, que venía a casarse con Lucius por su voluntad.

—¿Pero cómo puede pensar eso de mi hermano? ¿Acaso no lo conoce?— exclamó Hermione.

—Ahora más que nunca tenemos que ir a alcanzarlos— gruñó Remus—. Por favor, ayúdenme a levantarme.

—Todavía no— se negó Draco—. Aún tengo que revisar tus otras heridas. Además, no estás en condiciones de viajar a caballo, habrá que utilizar el carruaje.

—Si quieres, yo puedo ir adelantándome para ver cómo está Harry, Sirius me puede llevar— sugirió Hermione.

—Ni hablar, no pude evitar que Severus se llevara a Harry, pero tú no vas a ninguna parte sin mí— se negó su tío.

—No se preocupen— Sirius intentó tranquilizarnos—. Con todo, Severus ama profundamente a su prometido. Harry va a estar bien, ya verán



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Montañas Nubladas
Moribia



Las siguientes horas resultaron para Harry la experiencia más dolorosa que había pasado en su corta vida. Cabalgando contra el viento por los peligrosos caminos, sin entender por qué el hombre que lo abrazaba, evitando que se cayera, lo había tratado con tanto odio, sintiendo como su vida se estaba desmoronando a pedazos.

Al final, Severus se detuvo y jaló a Harry del caballo con brusquedad. Al ver llegar los otros jinetes, esperó a que Bill desmontara.

—Pon vigilancia extra en el camino de acceso a las montañas— ordenó, antes de levantar nuevamente a Harry y lanzarlo sobre su hombro como si fuera un fardo.

El chico se resistió inútilmente, mientras el hombre caminaba hacia una de las cuevas mas apartadas. Entró en la pequeña gruta y bajo al joven.

Éste quedó unos segundos impactado, mirando a su alrededor. Estaba en una cueva húmeda, apenas alumbrada por un pequeño quinqué. Su único mobiliario, una manta en un rincón.

Harry se revolvió furioso y se enfrentó a Severus.

—¿Se puede saber por qué me tratas así?— increpó, iracundo.

—¿Acaso el futuro Rey de Moribia se siente insultado?— preguntó el hombre, burlón—. Supongo que pensaste que Lucius iba a ser mucho más amable contigo, ¿no?— el Príncipe se fue acercando poco a poco—. Que esta noche ibas a dormir entre sábanas de seda, ¿cierto?

—No entiendo— el joven estaba cada vez más confundido—. ¿Lucius? ¿Qué tiene que ver tu hermanastro en esto?

—No finjas más, Potter— el uso despectivo de su apellido fue para Harry como una puñalada en el corazón—. Supongo que sacaste tus cuentas y decidiste que daba igual un Rey que otro, ¿no?— sin dejarlo hablar, Severus continuo, cegado por los celos y el dolor—. En circunstancias normales no me importaría que te fueras con él, créeme. Al fin y al cabo, las razones por las que empecé mi compromiso contigo ya no existen.

—¿De qué estás hablando?— Harry luchaba contra las lágrimas que pugnaban por salir.

—¿Acaso creíste que yo realmente te amaba?— el fantasma de los celos seguía quemando y obligándolo a hablar—. ¿A un muchachito imberbe como tú? Yo necesito un verdadero hombre, y ahora que todo acabó, no necesito seguir fingiendo.

—No te creo. No sé por qué me estás diciendo todo esto, ¿por qué tratas de hacerme daño, Severus?

Al ver la desvalida figura del hombre que amaba, que a esas alturas lloraba sin tapujos, el corazón de Severus se derritió. Y cuando estaba a punto de sucumbir, de decirle que todo era mentira, Bill entró en la cueva. Y entonces recordó sus palabras días antes: Lucius le decía a Argus Malfoy que ya todo estaba en marcha. Que Lord Potter llegaría a finales de Octubre así que la boda se podía organizar para mediados de Noviembre.

Y los celos volvieron a tomar el mando.

No, no podía ser débil. Harry Potter se había burlado de él, pisoteando sus sentimientos, y ahora él le devolvería la moneda.

—Disculpen si interrumpo— dijo Bill, mirando la escena con interés—. Alteza, ya mandé poner lo que ordenó. ¿Necesita algo más?

—No, eso es todo— de repente, su demonio interno vengativo susurró algo en su oído. Acatando su orden, se acercó al pelirrojo, lo cerró contra su cuerpo y tomó sus labios en un beso sensual—. Ya te puedes ir a descansar— musitó cuando terminó—. Espérame en la cueva, yo iré en un segundo.

El pelirrojo miro a Severus y luego a Harry, no había que ser muy inteligente para entender lo que estaba pasando ahí. Frunció el ceño, pero decidió no decir nada y abandonar la cueva. En cuanto salió, Severus se giró hacia Harry.

—Lo lamento, Lord Potter, pero no puedo permitir que vaya a su encuentro con el traidor de Malfoy, que está usurpando un lugar que no le corresponde. Hasta que pueda deshacerme de usted, deberá seguir disfrutando de mi hospitalidad. Y le aconsejo que no intente escapar, estos caminos son muy gélidos e intrincados, moriría antes de llegar a Anktar.

Una vez solo, Harry cayó de rodillas, con el corazón destrozado. Todas sus ilusiones acababan de morir definitivamente y todavía ni siquiera entendía por qué.



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Gotitas musicales


Aquí las gotitas de hoy

De Nicolai Rimsky-Korsakov, Opera El Zar Saltan, El vuelo del moscardón, (1900)
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De Johann Strauss padre, Marcha Radetzky, op.228
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