Happy birthday teacher Epílogo, Nada sabe tan dulce como su boca...

— ¡Harry…Harry! ¿Estás ahí?—los gritos de Ron resonaron en toda la casa, se acababa de aparecer con Hermione por la chimenea en el salón de su mejor amigo. Harry y Severus se incorporaron de golpe y se miraron apenas un instante sin acabar de creérselo pero eso duró apenas un segundo, al instante siguiente, Harry saltaba de la cama para ocultarse en el baño y Severus se volvía a acostar bufando: Definitivamente, Weasley es imbécil y se cubría el rostro con la sábana rodando los ojos alucinado.

Harry pensaba que aquella situación era como una mala película muggle. Se cubrió la cadera con una toalla de baño que apenas cubría lo indispensable, pero mejor eso que nada, se mesó el cabello incrédulo y se dispuso a recibir a sus entrometidos mejores amigos de esa guisa.

— ¡Ron!, no me parece adecuado irrumpir de esta forma…—jadeaba Hermione, casi suplicante, tras su esposo, subiendo las escaleras tan rápido como podía dado su estado. Harry tuvo la certeza entonces de que a veces su amigo se comportaba como un auténtico capullo. Se sentía culpable por no haber enviado un mensaje con su lechuza a los Weasley, como fue su primera intención, y avisarles que no iría a cenar, pero Severus había dedicado toda su atención a adorar cada milímetro de su piel y… Harry olvidó cualquier otra cosa que no fuera disfrutar el momento.

—Seguro que no le ha pasado nada y Harry tiene una buenísima explicación…—decía en ese momento la chica, pero fue inútil, no pudo evitar la irrupción del pelirrojo como una tromba en la habitación.

—Buenos días, Weasley—Severus, aún acostado, se descubría la cara y le saludaba con una ceja alzada, cínica sonrisa en los labios y mirada asesina en los ojos y Harry…Harry estaba en medio de la habitación mirándole con los ojos muy abiertos y apenas cubierto por una minúscula toalla.

—Lo siento, creí que…—farfulló el pelirrojo muy avergonzado al ser consciente de la situación.

— ¡Vámonos, Ron por dios!—pidió Hermione tirando de él, mientras se disculpaba con una sonrisa, pero Harry que la conocía bien sabía que en el fondo lo estaba disfrutando.

—Dile a Molly que me perdone y que iremos a comer…

— ¿Iremos…?—preguntó Severus alzando de nuevo una ceja mientras la puerta de la estancia se cerraba tras los amigos de Harry. El joven recorrió rápidamente la estancia que le separaba de él, se deshizo de la toalla y muerto de risa se metió bajo las sábanas.

— ¡Ha sido totalmente surrealista!—dijo, ahogando la risa en el pecho de su pareja que tembló levemente, regocijándose también con la situación.

—Le está bien por metomentodo.

—No seas cruel, Severus.

— ¿Disculpa? Harry, tu amigo es imbécil, menos mal que tiene a Granger, nunca entenderé que vio en él, ni en un millón de años.

—Bueno Ron es Ron, no es perfecto pero yo tampoco lo soy…

—Estoy de acuerdo, por algo sois tan amigos…

— ¿Qué insinúas?—gritó Harry indignado porque se metía con él, pero no pudo seguir despotricando pues Severus le acalló con un voraz beso.

— ¿Y eso…que significa?—preguntó, en cuanto recuperó el aliento. Severus le dio un rápido beso y se levantó de la cama.

— Tengo algo para ti, pensaba dártelo anoche, antes…bueno antes de que todo se jodiese de la peor manera.

—No me lo recuerdes…

— ¿Nada?

— ¡Esa parte! Lo demás no lo olvidaré mientras viva.


Se miraron unos momentos con la mirada del uno fija en los ojos del otro, sin decir nada, sólo sonriendo, recordando. Fue sólo un instante, pero estuvo lleno de magia. Después, Harry se deleitó contemplándolo desnudo, en todo su esplendor, mientras Severus buscaba algo en uno de los bolsillos de su túnica.

—Cierra los ojos—le pidió—y no los abras hasta que yo te lo diga.

Harry obedeció nervioso y expectante. Entonces, sintió la cama hundirse bajo el peso de Severus y cómo, a continuación, le cogía la mano y deslizaba un anillo en su dedo índice. Sin poder aguantar un segundo más, abrió los ojos de golpe y contempló incrédulo el hermoso anillo de oro blanco con un azabache y una esmeralda bellamente engarzados que adornaba su dedo. Se emocionó tanto que no pudo evitar que las lágrimas llenaran sus ojos.

—Es demasiado…yo…—no le salían las palabras.

— ¡Calla y cásate conmigo!

— ¡Oh joder…esto es…! ¡Claro que me caso contigo!—chilló el joven arrojándose a sus brazos. Cayeron en la cama entre lágrimas y risas y se besaron hasta quedar sin aliento. La pasión que sentía uno por el otro ahogó cualquier palabra para dejar espacio a las caricias y los besos más candentes y durante un largo rato solo hubo eso, muchos besos y caricias y la habitación se llenó con el sonido de entrecortados jadeos y excitados suspiros.


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Habían asistido a la comida de Navidad en La Madriguera, sin duda la celebración más incómoda a la que Severus, que odiaba estos eventos, había asistido en su vida. Durante la comida fue muy consciente de las miradas de alguno de los pelirrojos, especialmente de Ginebra Weasley, que si hubiese podido aniquilarle con la mirada lo habría hecho sin dudar. No había mayor desprecio que no hacer aprecio así que la ignoró olímpicamente. Por Harry aguantaba lo que hiciera falta y estaba pletórico, feliz, en familia… y sólo por eso, por verle sonreír de esa manera, Severus iría a todas las reuniones Weasley que hiciera falta.


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Se acercaba el cumpleaños de Severus y Harry tenía muy claro lo que pensaba regalarle. Lo celebraron en la intimidad, los dos solos de la mejor manera que sabían: haciendo el amor febrilmente. El sexo era grandioso entre ellos y nunca se saciaban el uno del otro. ¡Era simplemente genial!

Después del segundo asalto, y tras conseguir que su respiración se normalizase lo suficiente, Harry abandonó un momento la confortable cama para volver enseguida con una caja forrada de terciopelo plateado en sus manos y se la entregó. La mirada de Severus recorrió cada centímetro de su cuerpo haciéndole sonrojar.

— ¡Feliz cumpleaños amor!—dijo Harry, depositando un suave beso en sus labios, se dejo caer a su lado y esperó expectante. Los ojos negros le traspasaron y, al instante siguiente, se llenaron de emoción al ver el regalo. No dijo nada, no podía. Dejó con cuidado el delicado obsequio sobre la mesita de noche y lo buscó, y devoró su boca y se enajenó una vez más.


Dos preciosas figuritas de un ciervo y una cierva, brillantes como un patronus parecían observarles con sus cabezas unidas.


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Se casaron tres meses después, en primavera, en una ceremonia sencilla la que, solo asistieron los más cercanos, los Weasley, los profesores de Hogwarts y los empleados de sus negocios. Nadie más. Habían unido sus vidas y también sus tiendas en un solo y acogedor espacio. Pure Magic, lo llamaron así porque su relación era también pura magia, o el Emporio Snape Potter, el hijo de ambos, como le gustaba satirizar a Severus, acababa de nacer. Habían creado su lugar especial, fiel reflejo de sus gustos y necesidades, habían unido sus vidas y sus pasiones en un lugar único y especial, sólo de los dos.


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Severus aún no se dormía pensando que en sus vidas nunca faltarían dulces momentos que compartir ante una taza de delicioso té o leyendo un buen libro, degustando la mejor tarta de manzana o el más delicioso chocolate del mundo. Sabían que habría problemas, los dos tenían mucho carácter, pero conocían el mejor método del mundo para superar cualquier problema, como si le hubiese oído Harry gimió a su lado:

—¡Huuuuuuuummmm… chocolate!

¿Realmente Harry acababa de decir eso en sueños?

Lo había dicho, aquel impenitente goloso, pero no sería él quien se quejase. Con razón nada en el mundo sabía tan dulce como su boca.