Las cualidades de HarryYa hemos visto que Snape es un tipo difícil: es tremendamente desconfiado, orgulloso, cabezota, “cruel y vengativo” en palabras de su creadora y absolutamente resentido. La propia JK dice de él que es “inseguro” y no puede ser de otro modo si ella le ha otorgado que “sabe amar”, pero le hace sufrir de desamor y soledad toda su vida. Como ya he comentado antes: duro como una piedra, pero vulnerable …
Así que se necesitan muy buenas cualidades para lidiar con semejante “espécimen”. Y para muchos lectores de la saga, Harry es el único que tiene las virtudes necesarias.
Para empezar, el mismísimo Albus Dumbledore insiste ante un obtuso Snape en comparar a Harry con Lily, al comentar que se parece físicamente a su padre, pero “de carácter se parece bastante más a su madre” (esto en la versión traducida de Salamandra, porque en el literal en inglés suena más intenso, porque se dice “mucho más como su madre”). Así que es de esperar que, de no ser por esa cabezonería vengativa, Severus podría encontrar en Harry el aura positiva, valiente, bondadosa y carismática que le llevó a enamorarse de Lily.
Pero hace falta mucha generosidad y, por tanto, mucha capacidad de perdonar, para acercarse a un hombre que no ha dudado en hacerte la vida imposible durante toda tu estancia en el colegio. Y, francamente, si hay alguien capaz de eso es Harry. Son muchos los momentos en que los que se insiste en esa cualidad del chico de oro, expresados de manera indubitable por Dumbledore: “eres la persona menos egoísta que conozco” o “yo era más egoísta que tú, que eres una persona asombrosamente desinteresada….”
Snarry
La justicia poéticaAnalizado el papel de ese héroe trágico y hasta romántico de la saga y vista la crueldad de la autora para con su personaje, hay que retomar el hilo de la redención de Snape como un cabo suelto, como una espina que se le queda clavada a cualquier lector de los libros que haya acabado el capítulo de “El cuento del Príncipe” y se le haya quedado un amargo “qué injusto” en la boca.
Si se tiene algo de sensibilidad, y si no se cae en esos planteamientos cuadriculados que he encontrado sobre todo en los lectores masculinos, del tipo “sólo se pasó al bando de los buenos por Lily” o peor aún, “sólo hizo lo que tenía que hacer”; tras conocer la verdad del ex mortífago, se tiene la sensación de que queda una cuenta pendiente, la misma cuenta que lleva a Harry a ponerle el nombre de su antiguo profesor a uno de sus hijos. Falta un merecido reconocimiento a Severus Snape.
Así que, todo aquél lector (sobre todo, lectora) que quiera quitarse la espina de semejante despropósito por parte de JK, tiene un ataque de ansiedad que le lleva directamente al Snarry, a fingir que el profesor no ha muerto de esa manera tan absurda, a imaginar que, como mínimo, tiene la satisfacción de ver que sus sacrificios no han sido en vano y que sus años de encierro monacal en las Mazmorras han servido para enmendar su error de juventud y, si se le ha cogido cariño al personaje, a desear que tenga, por fin, la oportunidad de ser amado. Y como lo más difícil para Severus – más complicado incluso que “resucitarlo” diría yo – es hacer que este hombre cierre sus heridas y abra su corazón, sólo Harry puede venir al rescate.
Además de que con el capítulo de las memorias, se podría decir que JK lo ha dejado en bandeja, porque para Harry descubrir la tremenda capacidad de amor y sacrificio por parte de su odiado profesor tiene que ser un shock descomunal (como pretendió la autora con los lectores, aunque a muchos no nos pilló en absoluto por sorpresa, sólo esperábamos la confirmación). Por tanto, a Harry le cambia la percepción de Severus, se le cae la venda de los ojos, se le esfuman los prejuicios. Tras la muerte de Snape, en la trama original, es imposible para Harry reconciliarse con su profesor, pero teniendo en cuenta la personalidad del Elegido, es algo que, con toda seguridad, intentaría, y con bastante empeño. Así pues, otro cabo suelto… otro agujero sin tapar.
¿Cómo sería esa reconciliación? Muy difícil, desde luego; pero significaría la redención del héroe trágico, su reconocimiento, su oportunidad, porque como muy bien concluye mi amiga Silvara: para Severus, aceptar a Harry significa dejar atrás su pasado, cerrar sus heridas, abrirse al futuro. Y yo añadiría: perdonarse a sí mismo.
El morbo
Hay que reconocerlo, esta pareja tiene su lado “morboso”. Estoy segura de que otros fans snarrys no se han hecho estas “peras mentales” sobre la trama, la personalidad de Severus y Harry y las injusticias y cabos sueltos de JK, pero lo que no se les ha escapado es la tensión sexual atómica entre profesor y alumno, entre un hombre maduro y otro mucho más joven.
No sé hasta qué punto esta atracción morbosa por este tipo de relaciones está en nuestras pervertidas mentes como consecuencia de nuestra cultura, porque es heredera de las llamadas “parejas disparejas” de la tradición grecolatina. En las machistas sociedades griega y romana, con las mujeres confinadas igual que el ganado en el redil de su propietario, los hombres se veían compelidos a satisfacer sus necesidades físicas y emocionales con humanos de su mismo sexo; pero había unas reglas.
Esa misma concepción patriarcal basada en las relaciones de poder y dominación requería de una distinción radical entre el que penetra y el que es penetrado y el que adoptaba una posición pasiva en la relación sexual tenía, a la fuerza, que tener un estatus social inferior al que asumía el rol activo. De ahí las historias, los poemas, la literatura sobre amos y esclavos, magistralmente plasmada en nuestros tiempos por Margarite Yourcenar en sus “Memorias de Adriano” y la tradición típicamente griega del “Erastés” (el mayor) y el “Erómenos” (el joven), en la que un individuo de mayor edad y estatus introducía al joven en la sociedad, lo ayudaba en el paso a la edad adulta y le ofrecía regalos, a cambio de que le dejara gozar de su belleza y juventud. Las prácticas sexuales entre el erastés y el erómenos no se conocen con exactitud salvo por escasas referencias escritas y por representaciones gráficas en ánforas y otros objetos, pero se cree que no incluían el coito anal – muy despreciado por los griegos – y consistía más en la llamada “cópula intercruzal” en la que el erastés conseguía placer entre los muslos de su compañero.
parte 5