La ausencia de una oportunidad de redención para el Profesor de Pociones
Pero si algo hace que los fans de Harry Potter sientan verdadera debilidad por emparejar a Snape con Harry es lo mal que ha tratado JK a “una joya de personaje” según sus propias palabras. Y es que, a diferencia de lo que ocurre con muchos de los personajes principales, Severus no sólo tiene un vida difícil sino que, además, comete un error, ése que está en el centro de toda la trama - convertirse en mortífago, descubrir la profecía y contársela a Voldemort – y su creadora no le da la más mínima oportunidad de redimirse. Y esa vida que diseña JK para Snape es durísima: es feo, pobre, huraño, tiene una infancia desgraciada, es poderoso pero incomprendido, solitario, inseguro y ama apasionadamente, pero su amor no es correspondido y no conoce lo que es ser amado.
James Potter y Sirius Black no son ningunos angelitos en su época adolescente, son arrogantes, pendencieros y engreídos hasta el punto de comportarse como verdaderos matones de colegio con el propio Severus, pero ambos mueren como héroes luchando a favor del bien; especialmente James, que pierde la vida tratando de dar una oportunidad de sobrevivir a su mujer y a su hijo. Es más, en algún momento, a través de Sirius, hay cierta comprensión, porque al fin y al cabo eran muy jóvenes cuando hacían sus fechorías.
Lucius Malfoy es ambicioso, altanero, egoísta, sin escrúpulos y no duda en ponerse del lado del mal con tal de aumentar su poder; pero JK le da una oportunidad cuando le hace meterse en Hogwarts, al final de la última batalla, y atravesar solo y desarmado las filas enemigas con tal de asegurarse de que su hijo está bien y poder abrazarlo.
Draco Malfoy tiene muchas de las cualidades más despreciadas por la autora, empezando porque es muy cobarde. Es otro engreído, que apenas da un paso por su cuenta, que ataca en pandilla, escoltado permanentemente por Crabbe y Goyle y que, a la mínima, se escuda en la influencia de su padre para salirse con la suya. Sin embargo, la mirada complaciente de JK muestra un lado humano y vulnerable en el muchacho cuando se tiene que enfrentar, solo, a la terrorífica tarea de matar a Dumbledore por orden de Voldemort y bajo la amenaza de que el Señor Tenebroso lo asesine y se lleve de paso por delante a sus padres.
La escena del cuarto de baño de Myrtle la llorona es un punto de inflexión en el que este personaje deja de ser un imbécil integral para suscitar la simpatía y la compasión de los lectores. Y a partir de ese momento, sigue siendo cobarde, pero lo pasa francamente mal y empieza a verse en la historia que la familia Malfoy está arrepintiéndose de su apoyo al lado oscuro. El muchacho tiene su momento de redención cuando se hace el loco en la escena en la que tiene que reconocer a Harry (salvándole así de lo que le espera). Lo mismo que hace su madre, Narcissa, cuando miente a Voldemort y le hace creer que Harry está muerto. La familia Malfoy, por tanto, tiene su oportunidad, su lado humano, su corazoncito. Hasta queda abierta la posibilidad, a mi modo de ver, de que Draco recapacite, se reforme y haga una nueva vida, para deleite de las aficionadas al Drarry.
Bellatrix Lestrange puede ser un personaje de esos que son tan simples, tan malvados, que resultan un tanto planos, pero su enamoramiento histérico y patológico de Voldemort, además de darle una dimensión más humana, también hace que podamos sentir algo de empatía por ella y hasta disculparla: está loca.
Hasta Petter Pretigrew, la rata, tiene un momento de debilidad y se resiste a matar a Harry (cosa que le cuesta la vida).
No voy a ser exhaustiva para no desviarme del tema, pero estos personajes no son los únicos que cuentan con una segunda oportunidad, Albus Dumbledore también tiene una juventud un tanto “fascista” y Remus Lupin resulta ser entrañable, a pesar de no haber hecho nada por evitar las gamberradas de sus amigos y de la “espantada” que protagoniza ante el embarazo de su esposa.
En resumen, que muchos de los personajes que han cometido errores, o que son directamente siniestros, tienen algo positivo a lo que agarrarse.
En cambio, al Principe Mestizo, su creadora no le da tregua. Por si no lo hubiese maltratado ya con su infancia desgraciada, su adolescencia llena de humillaciones y su más absoluto desamor, le hace pagar su decisión de haberse pasado al bando de los mortífagos hasta su último aliento.
No hay ni rastro del argumento de la juventud para comprender las equivocaciones. El precio que paga es el más alto, la muerte de su amada, pero además, JK lo tortura sin piedad a lo largo de toda la saga. Snape actúa en todo momento arrastrando su culpa y tratando de enmendar su terrible error durante las siete novelas. Protege a Harry, a quien aborrece por parecerse físicamente a su padre, pero el detalle de los ojos de Lily es un tormento más: cada vez que ve al chico tiene que acordarse de que ella está muerta y de que él es el responsable.
Por si fuera poco, como se va observando en la historia, y como se confirma después en el capítulo de “El cuento del Príncipe” (al que volveré más adelante), Severus se deja manipular conscientemente por el Director del colegio. Es sobrecogedor cuando, al final de “El cáliz de fuego”, en el momento en que Voldemort recupera su integridad física, Dumbledore le dice “Ya sabes lo que espero de ti. Si estás dispuesto…”. Es el principio de su labor de espionaje, con todos sus peligros y esfuerzos. No es algo que se cuente expresamente, pero palpita en la trama con algunas líneas sueltas. Ya comenté que en este personaje lo que no se cuenta pesa mucho. En conclusión, Severus Snape se juega la vida por Harry Potter. Algo que no hace ningún otro personaje de la saga, al menos, de manera tan directa y entregada.
Y como colofón, “El cuento del Príncipe”, que JK deja para el final de su larga narración y en el que a modo de Agatha Chistie desvela la “sorpresa”, muestra su terrible frustración por no haber conseguido su objetivo, la única manera que tenía a su alcance de reparar el daño causado. Pero si hay un acto de crueldad desgarradora de la autora para con este personaje clave es su muerte. No sólo porque sea mezquina, deslucida y hasta casi incoherente (Severus muere por la mordedura de una serpiente gigante y Harry mata a un basilisco con doce años), sino porque es un sufrimiento atroz desde su punto de vista: muere con la insoportable tarea de decirle al chico que tiene que morir y con la espantosa convicción de que todo su sacrificio, toda su lucha, todo su anhelo de hacer que la muerte de Lily no fuera en vano, no ha servido de nada.
Por cierto, que en la escena de la muerte, hay otro momento Snarry de la pluma de JK, porque a los fans de esta pareja se nos ponen los pelos como escarpias con ése: “Mírame” y – cito textualmente – “los ojos verdes buscaron los negros…”, recreado para nuestro regocijo en la película de una manera mucho más intensa.
Y como muy bien señala mi amiga Silvara Severus – con quien comparto apasionantes charlas nocturnas sobre el Snarry, pero sobre todo sobre Snape, analizando al detalle y hasta la extenuación su personalidad y regodeándonos en su lado más vulnerable y a quien debo muchas de las ideas que plasmo aquí – en ese “mírame” es imposible que el Profesor de Pociones vea a James Potter, a la fuerza tiene que ver a Lily. Pero no sólo eso, ese deseo de mirar al chico a los ojos implica cierta identificación, muestra que, al menos, el odiado profesor siente compasión por el destino de su alumno.
No obstante, desde mi modesto punto de vista, en “El cuento del Príncipe”, Rowling eleva la altura moral de su “joya” hasta el punto de que, en algunos momentos, llega a estar por encima del nivel del propio personaje que representa el bien y la sabiduría: Albus Dumbledore. Algunas frases son escalofriantes: “Y ahora me dice que lo ha criado como quien cría a un cerdo para llevarlo al matadero…” o “¿Y mi alma, Dumbledore? ¿Y la mía?”. Dejan sin respiración.
Parte 3