Araleh Snape
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| Tema: La familia que siempre quise. Capítulo 8. Sáb Jun 29, 2013 12:53 pm | |
| CAPÍTULO 8
PORQUE LA VIDA NO SIEMPRE ES COLOR DE ROSA
Al entrar Dumbledore a su despacho para la siguiente sesión de Oclumancia de Harry, se sorprendió de encontrarse ahí a Snape, sentado cruzado de piernas, esperando pacientemente a que alguno de los dos se apareciera.
— ¿Ya piensas levantarme el castigo, Albus?... creo que es hora de que me permitas presenciar una de esas famosas clases que consiguió lo que yo no pude.
— Lo lamento, Severus. —se disculpó caminando hacia su escritorio—. Aún no es tiempo, yo mismo te diré cuando Harry esté bien preparado.
— ¿No será que Potter está peor que nunca y quieres encubrirlo?
— Severus…
— Discúlpame, Albus, sabes que no me gusta ser grosero contigo, pero en esta ocasión vas a tener que complacerme. Necesito comprobar que Potter está avanzado en Oclumancia para poder dormir tranquilo.
— De acuerdo. —aceptó resignado luego de unos pocos segundos—. Pero te quiero callado y en calidad sólo de observador, tú mismo te darás cuenta que todo está bien con Harry.
Severus bufó incrédulo, pero se abstuvo de comentar nada cuando en ese momento alguien tocó a la puerta. Dumbledore hizo pasar a Harry, y cuando el muchacho descubrió la presencia del profesor Snape, miró al director suplicante, esperando que no hubiera permitido su presencia en la sesión.
— Harry, el profesor Snape ha solicitado supervisarnos. —dijo intentando ser divertido para relajar el ambiente tan tenso que estaba empezando a formarse—. Así que espero que te esfuerces para que nos dé una buena calificación… tal vez si tenemos suerte nos ponga una estrellita en la frente.
— Profesor Dumbledore… —empezó Harry mirando de reojo a Snape—… no creo que sea conveniente todavía.
— No tienes nada por qué temer, Harry, lo único que tienes que hacer es concentrarte.
Harry asintió, pero no podía, en el primer intento de Dumbledore, éste pudo ver el miedo de Harry por ser descubierto en sus sentimientos, vio todo lo sucedido durante la visita de Adam el viernes anterior, vio su disgusto con sus amigos, observó cada detalle del paseo al callejón Diagon y hubiera podido ver hasta los sueños eróticos que últimamente agobiaban las noches de Harry, pero salió de la mente del muchacho sintiendo que aquello no estaba funcionando.
— ¿Qué sucede, Harry? En la última sesión no me dejaste a entrar a ver nada.
— Es que no puedo concentrarme con el profesor Snape observándonos. —respondió con timidez—. Me pone nervioso… lo siento.
— ¿Y qué pasaría si yo estuviera presente durante la batalla con el Señor Oscuro? —cuestionó Severus rompiendo la regla de silencio—. ¿Cree que deba pedirle permiso para ir al baño y así dejarlos solos?
— Severus… te pedí estuvieras en silencio.
— Lo intenté, Albus, pero no puedo. —se disculpó el Profesor—. Me preocupa ver que todo es inútil… Si Potter quiere suicidarse al ir a pelear con el Señor Oscuro, muy bien, pero en esta ocasión mi familia va de por medio, así que lo necesito preparado a la voz de ya.
— Intentémoslo una vez más, Harry. —propuso Dumbledore retomando la clase.
Harry miró a su profesor de pociones, sabía que él tenía razón, que no servía de nada poder resistirse a que se introdujeran en su mente si estaba luchando con alguien que lo hacía sentirse cómodo. Tenía que controlar los nervios y el miedo, si lo lograba frente a Snape entonces podía tener esperanzas de salir victorioso contra Voldemort.
Y mientras ellos tres continuaban sumergidos en la práctica, un chico de cabello negro se deslizaba entre los jardines, tenía que darse prisa, solamente contaba cuando mucho con una hora más. Su madre había tenido que salir con la niña para que la revisara el pediatra, y pudo convencerla de dejarlo quedarse en casa prometiéndole mil veces que no intentaría nada arriesgado, y ahora estaba ahí, después de haber cruzado todo Hogsmeade en solitario.
Pocos minutos más tarde, Adam retrocedía una vez más, ¡esas condenadas escaleras no querían llevarlo a la torre con Harry, como empezaba a odiarlas! Algunos personajes de los cuadros lo miraban con curiosidad, pero al verlo tan confundido y frágil no supusieron ningún peligro en él, por lo que continuaron con lo que estaban haciendo antes de que el jovencito los distrajera.
Cuando se dio cuenta que nuevamente estaba en el lobby, se cruzó de brazos furioso, el tiempo se le acababa y de seguir así, iba a tener que irse sin ver a su amigo, ¡y él que quería mostrarle el agitador que la señora Figg le había regalado!... estaba ansioso de decirle que recién alguien lo había fabricado para que los squibs pudieran revolver sus pociones obteniendo un resultado que competía grandiosamente con el toque mágico de un hechicero, tal vez los resultados no eran los mismos y se obtenían con mayor dificultad, pero la ventaja era enorme y disminuía un poco el esfuerzo extra que debían hacer para obtener las tonalidades, matices y consistencias de cualquier poción.
— ¿Buscas algo… o a alguien? —preguntó una sedosa voz a sus espaldas.
— ¿Tú eres…? —preguntó volviéndose a mirar sonriente al rubio que tanto le había gustado en su primera visita al castillo.
— Draco… ¿Y tú?
— Adam.
— Supongo que buscas a Potter.
— Así es… ¿podrías ayudarme a encontrar el camino? Creo que me he perdido.
— Por supuesto… sígueme.
Adam fue tras del rubio sin recordar las advertencias de Harry. Draco aprovechó que le dio la espalda al chico para sonreír con malicia, antes de aparecerse frente a él había estado observándolo, realmente no estaba nada mal, tal vez esa nariz no le gustaba mucho, pero si a Potter lo traía loquito, pues algo muy interesante debía esconder esa odiosa ropa muggle, y se moría por descubrirlo.
Adam miró confundido a su alrededor cuando se vio dentro de un aula vacía, ni siquiera tenía idea de en qué parte del castillo se encontraba. Se volvió hacia el rubio quien había quedado apoyado en la puerta con una sonrisa maliciosa que se acentuaba más ante la lujuria de sus ojos grises.
— Esto no es la Torre de Gryffindor. —dijo Adam inocentemente.
— Me parece que te divertirás más aquí que con Potter.
— ¿Porqué?... ¿Qué hay aquí?
Draco sintió que toda su sangre se le aglomeraba dentro de sus pantalones, no podía creer la existencia de alguien tan ingenuo… probablemente estaba a punto de ver cumplida una gran fantasía, destrozar cual frágil cristal la candidez de un iluso. Lentamente se fue acercando, no sin antes asegurarse de echar un hechizo a la puerta para que nadie pudiera entrar ni salir sin su consentimiento, y todo lo que ocurriera dentro de esa habitación fuera solamente de ellos dos.
Mientras Adam miraba a Draco acercarse sin saber siquiera lo que le esperaba, en ese momento Severus desviaba la mirada del patético intento de Potter para bloquear al director. Tal vez era la frustración de ver que el chico era un inepto, pero tuvo que darse unos segundos para acercarse a tomar un poco de agua, de pronto un sabor amargo le había invadido toda la garganta.
Adam pudo sentir unas suaves cosquillas en su interior al momento en que Draco se le acercó lo suficiente para poder ver las líneas de su iris plateado, podía percibir su aliento sobre sus labios casi unidos a los suyos. Se estremeció de pies a cabeza cuando Draco por fin consumó el beso que tanto anhelaba… “No Puede estar mal… Harry dijo que Draco no odiaba a mi padre, así que debe ser un buen chico… y es tan hermoso”. Los pensamientos de Adam le incitaron a continuar aceptando aquel beso que poco a poco fue haciéndose más intenso, nadie lo había besado así antes, en realidad sólo había tenido un beso en su vida, el que él mismo le diera a Harry, y definitivamente ahora se daba cuenta de lo diferentes que podían ser los besos.
Sus manos temblaban cuando rodeó a Draco por el cuello, el sólo hecho de sentir la calidez de él cercando su cintura le enloquecía, cegaba su mente a cualquier otro pensamiento, lo único que quería era continuar y conocer más de esas nuevas sensaciones.
— ¿Te gusta? —preguntó Draco llevando sus labios hacia la mandíbula de Adam, mordisqueándosela suavemente para enseguida dedicar tiempo a la suave piel del cuello del muchacho.
— Sí… me gusta mucho. —respondió Adam gimiendo placenteramente—. Tú me gustas, Draco, desde que te ví la primera vez.
Draco ocultó una sonrisa, satisfecho de sentir como Adam hundía sus dedos entre la cabellera platinada, acariciándole con suavidad. Supo que tenía todo el camino libre, y aunque no lo tuviera, era hora de empezar la función.
La actitud de Draco cambió al instante, tornándose más apasionada y ansiosa lo que desconcertó momentáneamente al otro chico quien empezó a temer no poder seguir el paso del rubio. Las manos del Slytherin demostraron su experiencia sacando de un solo movimiento el jersey azul que Adam llevaba aquella noche y no se detuvo hasta dejarlo desnudo de la cintura hacia arriba. Adam no sabía cómo reaccionar, le gustaban las caricias de Draco, le gustaba él, pero estaba cada vez más asustado, era demasiado rápido.
Quiso decir algo, calmar un poco al muchacho, no para que se detuviera, pero sí para que fuera más lento, para que le diera un poco de tiempo de reaccionar, pero justo en ese momento Draco hundió su mano en su entrepierna lo que lo obligó instintivamente a arquearse de placer… ¿qué era eso qué sentía?... maravilloso, sencillamente no quería detenerse, así que intentó olvidarse de sus miedos y venciendo su timidez comenzó a quitar la corbata verde del rubio para después ir desabotonando su camisa. Draco terminó por desesperarse ante tanta lentitud, y quitándole las manos, él mismo se ocupó de deshacerse de su ropa para conseguir que en cuestión de segundos, ambos chicos estuvieran totalmente desnudos, besándose y acariciándose piel con piel.
Draco fue acercando a Adam hacia un viejo escritorio que estaba cerca de ellos, podía sentir la dureza de Adam sobre su estómago y eso le desquiciaba. Adam quiso sentarse sobre el mueble cuando lo sintió unirse a su espalda, pero Draco se lo impidió, y de un rápido movimiento lo hizo girarse para quedar boca abajo sobre el escritorio. La manera brusca de tratarlo provocó que Adam se golpeara las rodillas contra el escritorio y su cabeza casi tronó ante la impulsividad de la fuerza de Draco.
— Espera, Draco… yo no…
— ¡Para de hablar, me exasperas!... ¿O es que Potter te trata tan delicado? —se burló restregando vigorosamente su pene sobre el trasero del asustado muchacho—. No creo que te haga gozar más de lo que te haré yo.
— No sé de qué hablas. Yo nunca he hecho esto con Harry. —le dijo entendiendo el pensamiento de Draco. — ¿No?... debí suponer que el cara rajada era todo un caballero con su princesita, pero apuesto a que por lo menos te la ha probado… ¿quieres que lo haga yo también?
Adam luchaba por entender el razonamiento de Draco, pero no tuvo que esforzarse mucho, el chico lo volvió a girar y subiéndolo ágilmente contra la mesa, se agachó de tal manera que de un solo movimiento engulló todo el miembro de Adam, quien aunque se asustó en un principio, el placer que le daba la lengua húmeda de Draco volvió a encenderlo, retorciéndose sobre la mesa, necesitando en ese momento de más, algo que intuía que era pero que no tenía idea de cómo pedirlo. Nunca como en ese momento lamentó haber crecido lejos de su padre o de cualquier amigo que le hubiese aconsejado como actuar en un momento así… su solitaria existencia podía estarlo poniendo en riesgo de quedar como un estúpido, odió su ignorancia en sexualidad, y más si era una relación gay, en la escuela jamás le enseñarían eso.
Draco disfrutaba enormemente de los movimientos compulsivos que le brindaba el placer a Adam, y comprendió que el chico estaba a punto de tener un fuerte orgasmo, algo que no quería que sucediera todavía, primero debía satisfacerse él mismo, así que volvió a olvidarse de morder y chupar aquel dulce que, tenía que reconocerlo, había resultado exquisito. Adam se sintió una muñeca de trapo cuando Draco volvió a rodarlo, jalándolo hacia abajo para que las piernas quedaran apoyadas en el piso, creyó saber lo que vendría a continuación y su corazón casi le dolió del fuerte brincó que pegó.
— Espera, creo que tienes que saber que yo nunca…
Pero Adam no pudo ni siquiera terminar la frase, Draco se había introducido violentamente en él, sin siquiera prepararlo, causando el dolor más intenso que Adam tuviera jamás, gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas mientras un grito ahogado se dibujaba en sus labios temblorosos.
— ¿Te gusta, cachorrito? —preguntó jadeante mientras embestía con todas sus fuerzas contra el indefenso muchacho—. Porque a mí sí… eres delicioso ¿sabes?... estoy feliz de ser quien te haya estrenado, punto a mi favor sobre el engreído de tu amigo.
— Draco… —suplicó entrecortadamente, el dolor era cada vez peor, podía sentir que un líquido caliente salía dentro de él—… me duele… ya no, por favor.
— ¡No seas marica, debes aguantar! —le gritó apretándolo más contra la dura superficie del escritorio—. ¡Casi pareces una niña!
— ¡Me duele! —se quejó sin importarle sus palabras, era imposible dejar de llorar, además del dolor, se sentía humillado y era realmente triste que algo tan lindo terminara de ese modo—. ¡Déjame ya, te lo suplico, no soporto más!
— ¡Pues defiéndete!... ¡además de todo eres un cobarde!
— ¡Ya, por lo que más quieras, déjame ir!... ¡No quiero que sigas, no quiero!
— Lo siento, querido, pero nada se termina hasta que yo lo ordene.
Adam supo que Draco decía la verdad, pero no podía quedarse sin protestar, lamentablemente el otro muchacho lo tenía muy bien sometido, no podía moverse, podía sentir la mano férrea de Draco sobre su nuca, aplastándole la cabeza, pero lo que más sentía era ese desgarre que le ardía hasta el alma. No supo cuanto tiempo más duró aquel tormento, le parecieron siglos hasta que por fin sintió al rubio explotar dentro de él provocando que su líquido seminal aumentara el dolor al pegarse a sus heridas.
Draco salió del cuerpo de Adam sin tener ninguna consideración, simplemente había podido darle uso a un buen cuerpo y estaba satisfecho. Adam se dejó caer al suelo, alcanzando lentamente su ropa extendida a su alrededor, intentando cubrir su desnudez sin dejar de llorar, aunque su llanto era menos desesperado y más doloroso.
— Draco… me duele mucho. —le dijo aún con la esperanza de que el rubio no lo dejara solo ahí, como parecía estar dispuesto a hacer—. Por favor, ayúdame.
— ¿Y qué pretendes, que te limpie? —preguntó sarcástico—. Será mejor que te vistas y te largues de una buena vez por todas.
— Llévame con Harry, por favor. —volvió a suplicar—. Él puede ayudarme… tengo miedo. —agregó al ver que había sangre resbalando entre sus muslos.
— ¿Porqué no lo haces tú mismo? —preguntó de repente muy serio, algo en la actitud del muchacho era por demás extraña y un presentimiento lo agobió—. ¿Dónde está tu varita?
— Yo no tengo varita. —respondió sollozante—. No soy mago.
Aquella noticia sobrecogió a Draco, aquella debía ser una forma de venganza, una mentira asquerosa. Había escuchado que el amigo de Potter provenía de Hogsmeade, ese era el único pueblo mágico en toda Inglaterra, todo aquel que vivía ahí era mago o…
— ¡Por mil demonios, eres un infeliz squib! —le gritó con un rictus de nauseas.
— Sí… soy un squib. —aceptó intentando ponerse su ropa, ahora veía que Draco no tenía la menor intención de ayudarlo—. Tengo que irme.
— ¡Un segundo! —exclamó mirándolo desconfiado—. Si eres un Squib, si no tienes magia… ¿cómo llegaste a Hogwarts?
— Yo sólo quería ver a Harry. —respondió en un lamento—. Sólo eso.
Draco salió del aula, ya no tenía dudas, el chico era un vulgar squib y ahora le provocaba náuseas saber que lo había tocado. Pero ni bien hubo recorrido más que unos cuantos pasos, cuando decidió regresar, con el odio encendido con más fiereza que nunca.
— ¡Me engañaste! —le reclamó ante el asombro del muchachito que iba terminando de levantarse y vestirse como pudo—. ¡Me ocultaste tu asqueroso origen para que te follara! ¡Es nauseabundo, no puedo creer que haya tenido tu sucia verga en mi boca! ¡Aghh!
Draco casi se arrancaba la lengua por la forma en que se la talló bruscamente con la manga de su túnica, y ante la afrenta de sentirse engañado, no dudó en sacar su varita y empuñarla contra Adam, quien retrocedió espantado.
— ¡Flipendo!
Al retroceder, Adam tropezó con un pupitre y cayó al suelo, había cerrado los ojos creyendo que moriría, pero pudo sentir el dolor del golpe en toda su expresión, y como supuso que los muertos no podían sentir, se animó a echar un vistazo. Lo que vio lo dejó sin habla, Draco estaba sobre el suelo en otro extremo del salón y hacia él se acercaba peligrosamente Ron, el amigo de Harry, comprendió que el hechizo no lo había pronunciado su agresor si no alguien más y el afectado fue el rubio.
— ¡Eres una vil alimaña; Malfoy, pero esto te costará la expulsión, puedes estar seguro de eso! —gruñó Ron con un color tan rojo en su rostro como en su cabello—. ¡Puedes ir rezándole al demonio para que te reciba, porque luego que te expulsen, te juro que te mataré!
Pero Ron no contó con que Draco conseguiría recuperarse tan pronto, y el chico rubio, de un poderoso expelliarmus, repelió a Ron varios metros atrás, atravesando la puerta y cayendo estrepitosamente al otro extremo del corredor.
— ¡Nadie te ha llamado, comadreja! —gritó Draco ocultando su dolor por el golpe mientras se acercaba a su contrario—. ¡Esto no es nada que te importe, así que mejor lárgate antes de que termines siendo una mancha en el suelo!
— ¡Escuché lo que hiciste y te juro que no te saldrás con la tuya!
Ron se puso de pie trabajosamente, justo a tiempo de evitar un maleficio proveniente de la varita de Draco. La rabia del pelirrojo era tanta que necesitaba actuar con sus propias manos, sacar de alguna manera esa ira que probablemente sólo terminaría cuando su Némesis abandonara ese mundo para siempre. Sorprendido de que Ron lo atacara lanzándosele encima, Draco no tuvo tiempo de reaccionar, además, él no estaba acostumbrado a esa clase de peleas, ¿es que acaso ese Weasley se había olvidado de que era mago?
Ambos chicos rodaron por el suelo sin dejar de golpearse, aunque la franca ventaja era la del pelirrojo, sin embargo el otro no se dejaba y luchaba con todas sus fuerzas. Adam no sabía qué hacer, no se atrevía ni a asomarse, estaba totalmente paralizado, a pesar de que los otros dos no dejaban de golpearse, tampoco soltaban sus varitas y con frecuencia salían rayos de luz que lo obligaban a quedarse en su lugar.
Dumbledore interrumpió de pronto la sesión, le fue imposible no notar que el profesor de pociones se veía algo raro, estaba sudando y ya no podía quedarse quieto en su lugar, sin embargo, pese a todo, no los había interrumpido.
— ¿Te sientes mal, Severus? —preguntó dirigiéndose hacia el hombre y consiguiendo sin querer que Harry se preocupara—. Luces más pálido que de costumbre.
— Me pone de nervios que este chico no reaccione. —se justificó mirando a Harry con reprobación, éste sólo atinó a bajar la mirada avergonzado de su fracaso—. Será mejor que me vaya, aquí no he hecho más que perder mi tiempo.
Severus salió dejando a Harry con una fuerte congoja en su corazón, le dolía no haberle podido demostrar que estaba mejorando en oclumancia. Dumbledore notó el decaimiento en el ánimo de su alumno por lo que le dio un firme apretón en el hombro manifestándole su apoyo, Harry simplemente sonrió con tristeza.
No sabía qué le estaba causando esa terrible sensación en el pecho, pero Severus caminaba rápidamente hacia pisos inferiores, en busca del refugio de su habitación. Sin embargo, al dar vuelta en uno de los pasillos, exhaló desesperado ¿es que nunca se acababan los problemas para él? Lleno de fastidio, se acercó al par de jóvenes que se revolcaban sin descanso, sujetó a Ron por el cuello de su túnica obligándolo a ponerse de pie, furioso de tener que entretenerse en esas estupideces cuando tenía cosas más importantes en qué pensar.
— ¡Quieto, señor Weasley! —le ordenó jaloneándolo fuertemente—. Apenas puedo creer que se haya atrevido a tener esta clase de comportamientos. Hablaré con el director y le aseguro que mañana despertará en esa choza que tiene por casa.
— ¡Yo no hice nada! —se defendió Ron con furia—. ¡Este malnacido tuvo la culpa! —agregó intentando llegar de nuevo a Draco aunque fuera con patadas, pero éste sólo sonreía con fingida inocencia—. ¡Lo voy a matar!
— Yo no hice nada, profesor. —aseguró Draco—. Puedo jurarle que Weasley fue quien me atacó primero.
— ¡Porqué tú atacaste a Adam, maldito!
Severus pudo sentir como un nudo se formaba alrededor de su estómago, ese era el nombre de su hijo, pero también el de unos cuantos alumnos de Hogwarts. No obstante, algo le decía que tenía que averiguar lo sucedido.
— ¿Qué fue lo que pasó, Weasley? —preguntó ante el asombro de Draco.
— ¡Escuché que este maldito infeliz insultaba a Adam, le recriminaba por no haberle dicho que era un squib antes de abusar de él! —gritó Ron— ¡Mírelo, está adentro, a simple vista puede verse que Malfoy se comportó como el ruin canalla que es! ¡Y estaba a punto de echarle un maleficio cuando llegué!
Desde su lugar, Adam podía escuchar cada palabra de Ron, y al ver que incitaba al profesor de pociones a asomarse al aula, sintió que todo se derrumbaba a sus pies, quiso esconderse pero sabía que era demasiado tarde. Severus soltó a Ron para ir a confirmar sus palabras, esperando de todo corazón que mintiera y así poder sentir doblemente el placer de expulsarlo de inmediato. El mundo se le hundió al ver a su hijo de pie, con la mirada aterrada, su ropa desajustada y esa mancha de sangre ensuciando sus pantalones. Furioso, giró sobre sí mismo, apuntando con su varita hacia el rubio Slytherin, quien al ver eso, dio un paso atrás completamente desconcertado.
— ¡No sabes con quien te has metido, Draco Malfoy! —dijo en un tono bajo, casi sin despegar los dientes, pero con un odio tan feroz que crispaba los músculos de su cara—. ¡Puedes ir rezando a quien tú quieras, porque ahora mismo te vas a morir, desgraciado!
Adam notó la seguridad de su padre, y tuvo mucho miedo por él, atacar a un alumno le perjudicaría terriblemente, pero además, su padre parecía dispuesto a asesinar, así que no pudo detenerse a pensar y corrió a detenerle el brazo con el que amenazaba a Draco.
— ¡No, Padre, por favor… no lo hagas!
Los tres testigos que había se quedaron mudos, Severus palideció aún más, mirando a su hijo alarmado por su indiscreción. Éste, al darse cuenta de su error, también palideció, su parecido era tanto en esos momentos, que cualquier duda de haber escuchado mal se disipó de las mentes de Ron y Draco. Enseguida, el joven rubio pudo dejar atrás su estupor, aquella noticia era de gran valía, sobre todo para él, con una información así podía ganarse los favores de su Señor.
— Así que nos has mentido a todos, Severus. —dijo Draco con una enorme sonrisa de autosuficiencia—. Parece que los papeles se han invertido, ahora serás tú quien pague, maldito traidor.
Severus volvió a levantar su varita hacia Draco, no iba a permitir que se saliera con la suya, pero para entonces Draco había ido ganando terreno, y a pesar de que le lanzó un hechizo aturdidor, el rubio consiguió protegerse de éste. Ahora sólo le quedaba salir de ese aburrido castillo, ya tenía algo que lo favoreciera ante los ojos de su Padre y el Lord. Pero su exceso de confianza lo traicionó, al ir caminando de espaldas no se dio cuenta que alguien había alcanzado a escuchar lo sucedido, y no pudo hacer nada cuando sintió una varita apuntándole a su sien derecha.
— ¡Obliviate!... ¡Desmaius!
Harry ni siquiera metió las manos para detener la caída de Draco, nunca había sentido un odio tan fuerte en su corazón, podía entender a la perfección la intención de Severus Snape de acabar con él, aunque sabía que eso no podía ser… por lo menos por el momento.
— ¡¿Qué demonios haces aquí?! —cuestionó Severus girándose a sujetar a su hijo por los hombros ahora que veía que el peligro había pasado—. ¡Sabes que no puedes venir!
— Yo… yo quería ver a Harry. —respondió asustado.
— Profesor… —interrumpió Harry, molesto de que el hombre fuera tan rudo con su hijo después de lo que había sucedido—… Adam no…
— Encárgate de estos dos, Potter. —dijo sin dejarle terminar, señalando a Draco y Ron, quien seguía completamente estupefacto—. Y luego avisa al director, necesito que vaya a mis habitaciones.
Harry asintió consciente de que en ese momento no podía perder tiempo deteniéndose a discutir con su profesor. Pasó junto a Draco haciéndolo a un lado de una patada y acercándose a su amigo.
— Lo defendiste… gracias. —dijo sonriéndole con afecto.
— Tú lo sabías, ¿verdad? —preguntó Ron—. ¡Por Merlín, es que es increíble que tu amigo sea hijo de Snape, es…
— Ron…
— ¿Qué?
— Lo siento mucho, amigo.
A Harry le dolió en el alma enviar un hechizo desmemorizante a su mejor amigo, pero no tenía otra salida. Aprovechó que Ron se había quedado temporalmente como ido de este mundo, para volverse otra vez hacia Draco.
— Ahora me toca encargarme de ti, Draquito… lo que hiciste la vas a pagar caro, aunque no tengas idea de lo que estará sucediendo.
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