Araleh Snape
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| Tema: La familia que siempre quise. Capítulo 7. Sáb Jun 29, 2013 12:49 pm | |
| CAPÍTULO 7
ENAMORADIZO
Unos minutos más tarde, Harry saboreaba feliz su helado de limón. No podía haber tarde más perfecta que pasarla con Severus Snape… aunque su profesor se había rehusado a tomar nada y miraba insistentemente hacia la calle.
— ¿Quiere un poco? —le ofreció Harry acercándole la cuchara con algo de su helado.
Pero el profesor se negó sin siquiera volverse a mirarlo. Harry se sintió triste por eso, aunque prefirió no darle importancia y volvió a tomar de su postre, esperando encontrar pronto un modo de que su profesor se sintiera cómodo con él.
— Nunca… —empezó Severus con un particular tono de voz que atrajo la atención de Harry—… nunca tuve oportunidad de traer a Adam a escoger su varita… ni de invitarle un helado después. Y creo que jamás lo haré tampoco con Sally.
El amargo sabor del limón se atoró en la garganta de Harry, todo su apetito se esfumó al instante dejando la cuchara en el tazón medio lleno, ahora entendía porqué su profesor no dejaba de mirar aquellas familias que recorrían el callejón plenas de alegría, disfrutando de aquel domingo.
— Es injusto... —continuó Severus sin percatarse del cambio de ánimo de su alumno... — ¡Completamente injusto!
— Lo siento. —murmuró débilmente.
— No, no, está bien… no es su culpa. —respondió Severus dejando de ver por el cristal—. No ha sido mi intención echarle a perder su helado, siga comiendo.
— Ya no tengo hambre… ¿podemos volver?
— Espero que no sea por lo que dije. Me cuesta creer que a usted le importe tan siquiera un poco mi vida.
— Profesor… quiero regresar ya. —le suplicó con la mirada baja.
Snape sacó unas monedas de su túnica y las dejó sobre la mesa para enseguida salir, Harry fue tras de él, sin apenas creer que hacía tan sólo unos minutos se sentía tan feliz y ahora tan desgraciado. Se dirigieron a uno de los callejones menos transitados y ahí, con un poco de brusquedad, Snape sujetó a Harry entre sus brazos y desapareció con rumbo a Hogwarts.
Al llegar a los límites del colegio, Harry se apresuró a soltarse, necesitaba alejarse un poco o se asfixiaría, pero antes de que pudiera dar un paso, Severus lo sujetó del brazo jalándolo hacia donde no pudieran ser vistos por ningún lado del castillo.
— De verdad lo lamento, profesor. —se disculpó Harry temiendo un enfrentamiento con él—. No era mi intención hacerlo sentir mal pidiéndole un helado… no se me ocurrió que todo aquello era difícil para usted.
— Potter, deje de hablar y escúcheme. —le pidió con extraña suavidad—. No sé ni porqué dije eso, tal vez sólo externé mis sentimientos, y no debí confesarle como me sentía... pero no fue con ninguna intención oculta… ¿o supone usted que me hace mucha gracia que conozca mis debilidades más que el mismo Dumbledore?
— No, pero es que…
— Si pudiera ahora mismo le quitaba ese recuerdo de su memoria, desafortunadamente parece haberse vuelto inmune a ese hechizo, con lo cual lamento muchísimo más mi torpeza… pero como le dije en la cueva, no cometo el mismo error dos veces. Más le vale volverse experto en oclumancia, Potter, o me meterá en graves problemas.
— Estoy mejorando mucho… el profesor Dumbledore me lo ha dicho.
— Desafortunadamente a veces el director es demasiado consecuente con usted, Potter. Sus palabras no me tranquilizan y solamente espero el día en que pueda comprobarlo por mí mismo, así que más le vale estar siempre alerta.
Harry asintió, pero aún le dolía saber de la desilusión de su profesor al no poder tener con su familia una relación normal. Tenía tantos deseos de abrazarlo y decirle que podía contar con él para lo que fuera… pero simplemente se quedó callado observando como su profesor respiraba hondo intentando recuperar la pose altiva que le caracterizaba. Harry aún sostenía en sus manos el estuche de su varita, y al recordarla, la sacó cuidadosamente. Al verlo, Severus hizo lo mismo con la suya.
— No puedo creerlo todavía. —exhaló Snape en un suspiro—. ¡De tantas varitas del mundo!
— Yo tampoco… es extraño ¿no le parece? Aunque por lo menos ya no están brotando chispas de colores.
Snape asintió, pero cuando intentó regresar la varita a su bolsillo, accidentalmente la acercó demasiado a la de su alumno. Harry sintió que una fuerza invisible le arrebataba la varita cayendo al suelo y la de Snape hizo lo mismo. Ambas varitas se unieron como atraídas por un imán y empezaron a girar como graciosos bastones de porristas.
— ¿Y ahora qué sucede? —preguntó Harry a su profesor acercándose a ver el extraño comportamiento de las varitas.
— No tengo idea, Potter… quizá debamos regresar con Ollivander.
— ¿Sabe de qué me da impresión? —preguntó sonriendo divertido.
— Supongo que me lo dirá aunque no se lo pregunte.
— Pues sí… creo que nuestras varitas están intentando copular. —dijo estallando en franca carcajada.
— No sea absurdo, Potter, son dos varitas… dos varitas no se unen para copular. —respondió muy serio, como si estuviera dando una lección en su salón de clase.
La risa de Harry se acentuó, no podía creer que su profesor hubiera dicho eso, con tan doble sentido, pero con la más franca inocencia que nunca creyó que tuviera. Snape lo miró como si se hubiese vuelto loco, así que tomó su varita y se marchó sumamente ofendido. Sin embargo, aún no llegaba al castillo cuando comprendió el motivo de la risa de Harry y sus mejillas se tiñeron de un encendido escarlata. “¡Niño grosero! ¿Cómo ha osado reírse de mis palabras?... ¡Y en mi cara! ¡Tenía que ser un Potter!”.
En ese momento Harry pasó corriendo por su lado, y sin dejar de hacerlo, sólo que ahora en reversa, se volvió hacia Snape para sonreírle.
— Gracias por la varita, y por el helado... no lo olvidaré nunca.
Harry volvió a correr normalmente, luciendo particularmente alegre otra vez. Snape solamente movió la cabeza... "¿Quién puede entender a Harry Potter?”... deprimido, alegre, otra vez deprimido, y enseguida nuevamente sonriendo como si ya hubiera ganado la guerra con el señor Oscuro... definitivamente jamás entendería a Harry Potter.
Esa noche, Harry aprovechaba la intimidad que le daba su cama con doseles para mirar extasiado a su nueva varita, le urgía hacer algún hechizo con ella, pero no se le ocurría nada, quería que el primero fuera especial, así que debía hacerlo esa misma noche pues al día siguiente tendría que hacer los hechizos que les enseñaban en clase, y esa no era la forma en que planeaba estrenar su amada varita.
Aprovechó que sus compañeros de habitación ya se habían dormido para salir del cuarto. Al mirar a Ron recordó que éste y Hermione lo habían observado con desconfianza cuando les aseguró que estuvo con Dumbledore toda la tarde. Le dolía mentirles a sus amigos, pero en esta ocasión la seguridad de Snape y su familia estaban de por medio.
Harry llegó hasta la sala común y se sentó junto a la ventana, en sus manos llevaba su capa invisible y su escoba.
“No puedo creer que vaya a hacer esto” Se dijo con nerviosismo. “Sé que es arriesgado y podría ser la mayor estupidez de mi vida, que prometí no portarme así, pero… tendré cuidado, lo prometo, no habrá consecuencias”
Harry sabía que solamente estaba justificándose, pero era demasiada la tentación, así que con cuidado abrió la ventana, se colocó su capa invisible y montó a su escoba. Respiró hondo antes de salir volando y atravesar los terrenos de Hogwarts. Se fue lento, cuidando que el viento no moviera demasiado la capa y dejara ver ni tan siquiera una fibra de su escoba, en esta ocasión tenía que ser extremadamente cuidadoso y lo hizo.
Atravesó Hogsmeade y llegó hasta el otro extremo respirando aliviado cuando dejó de percibir las escasas luces de la ciudad. Al fin llegó a la falda de la montaña y la atravesó sin ningún problema, fue directamente hacia la ventana de Adam. Como la casa solamente era de un piso, pudo bajar de la escoba, quitarse la capa e iba a levantar la ventana cuando se le ocurrió que Snape no podía dejar desprotegida a la familia, así que tocó suavemente en espera de que el chico que dormía sobre su cama pudiera escucharlo.
Adam estaba soñando muy bonito, sonreía, tenía amigos en Hogwarts, Harry lo había llevado y se la estaba pasando sensacional, un chico muy atractivo había querido invitarlo a salir, pero justo en ese momento Harry le llamaba, y esa voz se iba haciendo cada vez más sólida y real hasta que de pronto comprendió que no estaba soñando ya, abrió los ojos y volteó hacia la ventana. Su suave mirada oscura se iluminó al descubrir a su amigo y corrió a abrirle para enseguida rodearlo del cuello por sus brazos atrayéndolo hacia el interior de la casa. Aquel movimiento sorprendió a Harry, le gustaba la animosidad de Adam pero en ocasiones le parecía demasiado efusivo. Terminaron sobre el suelo, Adam estrechando fuertemente a su amigo.
— ¡Viniste, Harry, que alegría! —exclamó dándole un fuerte beso en la mejilla que sonrojó al muchacho.
— También te extrañé, Adam. —dijo divertido de sus muestras de cariño.
— ¿Vas a llevarme a Hogwarts ahora? —preguntó entusiasmado.
— No, no puedo llevarte sin el permiso de tus padres.
— Harry, soy mayor de edad, deja de tratarme como un niño. —le pidió con suave paciencia.
— Entonces deja de comportarte como tal, no te llevaré a Hogwarts mientras no sea seguro. —respondió sonriéndole cariñoso—. Solamente vine a verte, me he escapado un ratito del colegio porque te extrañaba y porque quería mostrarte mi nueva varita.
— Se parece a la de mi padre. —aseguró sentándose junto a Harry en el suelo mientras veía la varita que su amigo le enseñaba—. Bueno, no sé mucho de varitas, lo que sé del mundo mágico es por lo que me ha enseñado la señora Figg.
— Sí se parece a la de tu padre, eres buen observador. —comentó gentilmente—. Y pensé que no hay mejor manera de estrenarla que contigo, así que dime… ¿qué hechizo te gustaría que te hiciera?
— ¡Reduce un poco mi nariz! —respondió a la brevedad, con un intenso brillo en su mirada ilusionada. — No, eso no. —le pidió Harry—. A mí me gusta como está y además, seguramente tu padre me matará si cambio algo de ti.
— ¿Ni tan siquiera un poquito?
— Otra cosa ¿Sí?... ¿quieres que transforme algo de aquí? Puedo agrandar tu baño, o incluso cambiar el color del tapiz, o…
— Eso es aburrido, Harry. ¡Ah, ya sé… regálame uno de tus pensamientos!
— ¿Un pensamiento?
— Sí, como si lo fueras a poner en un pensadero pero lo colocas en mi cabeza… ¿se puede hacer eso?
— Creo que sí, por lo menos puedo intentarlo, pero… ¿cuál pensamiento quieres?
— Una clase de papá.
— ¿Seguro?... no creo que sea muy agradable, tu padre es estricto.
— No importa, lo que me interesa es saber qué se siente ser su alumno… verlo enseñando pociones. ¡Quiero eso, Harry, por favor!
— Dame tiempo para encontrar una clase que no sea particularmente peligrosa.
Adam rió, estaba acostumbrado a un padre estricto, nada podía ser peor. Harry se esforzó por recordar alguna clase donde no le gritara tanto, y al fin recordó aquella después de que Lockhart lo dejara sin huesos en el brazo, aquella vez Snape había estado extrañamente contento, y además, siendo tan lejana, seguramente no habría ni remotamente un sentimiento de atracción por su profesor que Adam pudiera descubrir. Así que, llevó la varita hacia su sien y sacó un pequeño hilo de plata, con sumo cuidado tocó la sien de Adam quien había cerrado los ojos confiando plenamente en su amigo, y pronto sus labios se curvaron en una sonrisa, podía ver a su padre en aquella especie de mazmorra, hablándole a sus alumnos con absoluta seriedad mientras que todos ellos permanecían callados, atentos a su clase, al parecer con un férreo respeto que no los dejaba casi ni respirar. Adam se recargó en el pecho de Harry para disfrutar más cómodamente su recuerdo, y éste le abrazó besándole tiernamente la coronilla, feliz de haber dado un buen primer uso a su adorada varita.
Cuando Adam despertó no recordaba siquiera haberse quedado dormido, buscó a Harry pero él ya no estaba, y para su sorpresa, había dormido en su cama, seguramente Harry lo había llevado ahí. Luego descubrió un sobre blanco sobre su almohada con una nota con la letra de su amigo. “Buenos días, dormilón, me siento feliz de haber podido darte un regalo, pero he decidido que ya no quiero esperar más para darte el que te prometí en tu cumpleaños, así que este mismo fin de semana me propongo que conozcas Hogwarts… te quiero mucho”.
Adam sujetó la carta con delicadeza, y suspiró cerrando los ojos, mientras pensaba “No de Harry, Adam, no te permitas enamorarte de él… sufrirías mucho, tú sabes a lo que me refiero… ¿lo evitarás, verdad, lo mirarás sólo como un amigo?” Adam mismo se respondió afirmativamente, y volviendo a sonreír, guardó su preciada carta dentro de uno de sus cajones.
Durante todo el lunes y parte del martes, Harry pasaba mucho tiempo sentado frente a un pergamino en blanco, sosteniendo su pluma sin atreverse a empezar aquella carta. Finalmente, recordando la ilusión de Adam, se armó de valor y escribió mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas al poner las primeras palabras.
“Estimada Señora Snape:
Espero se encuentre bien de salud. Reciba mis más sinceros saludos y envíele un beso a su adorable hija Sally. El motivo de mi carta es para solicitarle permiso para invitar a Adam la tarde del sábado a conocer el castillo. Espero lo considere y acepte, aunque debo solicitarle su discreción para con el Profesor Snape, no quisiera obtener una negativa antes de siquiera intentarlo. Infinitas gracias por su apoyo, y espero pueda ayudarnos en esto. Dumbledore está enterado, así que no habría ningún problema con la seguridad. Afectuosamente… Harry Potter”.
Harry envió a Hedwig con su carta, y aprovechando que estaba solo en la lechucería, pateó rabioso la pared, odiándose por tener tantos celos por alguien tan dulce como Darina, y por dolerle de tal manera pensar en ella como la esposa del hombre que amaba. Esperó la respuesta lo que restó del día, pero Hedwig no regresó sino hasta la noche del miércoles.
“Me ha dado mucho gusto recibir tu carta, Harry… por favor, llámame Darina, no estoy acostumbrada a tanta formalidad por parte de un jovencito como tú. De antemano te agradezco que quieras ser amigo de mi hijo, pero siento mucho tener que declinar tu invitación, me siento incapaz de ocultarle algo así a mi esposo… y no es que desconfié de ti o de tu director, pero la seguridad de mi familia está ante todo. Nuevamente acepta mis disculpas, y espero no te ofendas por lo que te diré, pero agradecería mucho dejaras de enviar a tu lechuza con cartas, ella puede ser muy inteligente y esquivar a los espías, pero no se puede estar seguro de la buena suerte… por favor, espero que entiendas y me comprendas, una madre tiene que pensar siempre primero en sus hijos.”
Al terminar de leer, Harry rompió la carta en miles de pedazos, lleno de ira contra esa tonta mujer que quería separarle de Adam… ¿¡Es que acaso no le bastaba con tener a Severus para ella sola?!... Su furia fue tanta que se olvidó que tenía a Ron y Hermione muy cerca, quienes se aproximaron a averiguar lo sucedido.
— Harry… ¿estás bien? —preguntó Hermione.
— Sí… —respondió en un suspiro mientras arrojaba los pedazos de la carta al fuego de la chimenea.
— ¿Quién te escribió que te hizo enojar tanto?
— Nadie que importe. —aseguró mirando los trozos de pergamino convirtiéndose en ceniza—. Una tonta que no vale la pena hablar de ella.
— No me digas que querías salir con una chica. —comentó Ron divertido—. Creí que habías dicho que eras gay.
— Lo dije y lo sostengo… las mujeres son absurdas. ¡Tú no, Hermi! —se apresuró a asegurar al ver la expresión indignada de la chica—. Pero no puedes negarme que son controladoras y manipuladoras a más no poder.
Ni Hermione ni Ron respondieron, era obvio que Harry no buscaba respuesta, sólo desahogarse de lo que hubiera leído en esa carta. “No le voy a hacer caso, por supuesto que no. —pensó Harry—. Si Dumbledore está de acuerdo quiere decir que no estoy haciendo nada malo, así que lo planearé cuidadosamente”. Y con esa decisión, Harry se fue a dormir, aún era temprano pero prefería no pensar más en… esa mujer. Además, tenía que practicar, vaciar su cerebro y prepararlo para que estuviera listo para su próxima lección con el director.
A la mañana siguiente, y con la mente más despejada, Harry comprendió de su ex abrupto, supo que debía entender a Darina, pero aún cuando ya no estaba enojado con ella, no había cambiado de opinión, y la razón se la daba el hecho de que Dumbledore le había dado permiso para llevar a Adam al colegio.
Al llegar el viernes por la noche, los nervios lo tenían muy angustiado, pero no se acobardaría. Ya había enviado a Hedwig con las instrucciones para Adam, y ahora se aseguró de recomendarle que no la viera ni Darina. La clase de oclumancia terminó con éxito, Dumbledore se mostraba muy orgulloso de su alumno, era obvio que Harry había encontrado un perfecto aliciente para prepararse en serio, así que pensó que lo mejor no era quitárselo, sino ayudarlo a adaptarse y superarlo.
— El profesor Snape se molestará si los descubre… ¿no tienes preocupación por eso? —le preguntó obligándose también a ser imparcial—. Sé que las cosas han mejorado entre ustedes… esto puede arruinarlo de nuevo.
— No lo sabrá, por eso usted va a ayudarme.
— Espero no haberme metido en un gran lío junto contigo, pero está bien… ahora mismo iré a su despacho, supongo que ya es la hora.
Harry miró su reloj, eran las once en punto, a esa hora Darina ya estaría dormida junto con su hija, así que asintió y el profesor Dumbledore se dirigió hacia las mazmorras, su papel era que Severus no acudiera a su ronda nocturna aquella noche.
Cuando el profesor salió, Harry se dirigió a la chimenea, usó un poco de polvos flú para comunicarse a la sala de la casa de Adam, afortunadamente el chico le respondió de inmediato y al asegurarse que estaban solos, pudo atravesar la chimenea con una agilidad que sorprendió al mismo Harry.
— ¿Este es el despacho de Dumbledore? —preguntó mirando a su alrededor con admiración—. ¡Es… genial!
— Sí, realmente lo es. Ahora vamos, te llevaré a mi sala común, como es viernes supongo que muchos deben estar despiertos aún.
Adam asintió y siguió a Harry. Estaba muy entusiasmado por conocer a los alumnos de Hogwarts, pero también muy nervioso, por lo que en el camino se detuvo momentáneamente en una ventana para mirarse a través del reflejo que le daba el vidrio con el fondo de la oscura noche. Harry sonrió, realmente jamás se hubiera imaginado a Snape preocupándose por su apariencia, pero ciertamente había confirmado que Adam y Snape sólo eran parecidos en su exterior. Pacientemente lo esperó a que estuviera satisfecho con su apariencia, pero de pronto, una voz conocida a sus espaldas lo hizo sobresaltarse.
— ¿Vagando por los pasillos a deshoras, Potter?... Me parece que eso amerita un reporte.
Harry frunció el ceño volviéndose para encontrarse cara a cara con Draco Malfoy, quien siguiendo sus instrucciones como prefecto realizaba su ronda nocturna.
— Piérdete, Malfoy, esto no es de tu incumbencia… si tienes un problema puedes hablar con Dumbledore, te aseguro que no te servirá de nada
— Por supuesto… el niño de oro tiene sus privilegios muy seguros. —comentó burlón para enseguida fijarse en el joven situado a la espalda de Harry—. ¿Y ese quién es?
Harry sonrió satisfecho, si Draco Malfoy no había relacionado el parecido con el profesor Snape, entonces todo estaría bien. Esa era una de las preocupaciones de Harry, pero tenía esperanzas que el hecho de que nadie conociera a Severus Snape durante su adolescencia y además la forma muggle de vestir de Adam, lograran distraerlos de las facciones tan similares entre padre e hijo. Ahora podía respirar tranquilo.
— Te lo dije, Malfoy… no es de tu incumbencia. —respondió sujetando a Adam de la mano para continuar su recorrido hasta la torre.
Draco se quedó mirando fijamente a Adam cuando éste pasó a su lado, y al notarlo, el chico se sonrojó notablemente, no sabía quien era aquel muchacho que al parecer no se llevaba bien con Harry, pero definitivamente era endemoniadamente hermoso. Al volver a quedarse a solas, Adam detuvo a su amigo.
— ¿Quién era él?
— Un idiota… no recordé que hoy le tocaba ronda nocturna, bien, no importa, sigamos caminando, Adam, ya no falta mucho.
— El idiota… ¿es gay?
— No lo sé ni me importa. —respondió sin darle importancia a la pregunta de su amigo, pero ni bien hubo dado unos pasos, se volvió a detener bruscamente—. Espera un momento, Adam… con ese no, ¡ni se te ocurra!
— ¿Porqué no?
— ¡Porque es un prejuicioso y maleducado, odia a la gente que no considera sangre pura y es un candidato seguro para mortifagolandia!
— Bien, creo que ya entendí… sigamos.
Harry bufó complacido y retomó su camino, sin embargo, Adam no pudo evitar voltear hacia donde había quedado el rubio tan bello, sintiendo unos deseos enormes de volver sobre sus pasos y presentarse adecuadamente. En pocos minutos Harry y Adam llegaron a la sala común de Gryffindor, entraron y Harry buscó de inmediato a sus amigos. Vio que Ron, Hermione y algunos otros de sus compañeros de cuarto estaban en un rincón de la sala jugando snap explosivo, juego que todos abandonaron cuando lo vieron entrar de un desconocido que enseguida llamó poderosamente su atención.
— Hola, chicos. —saludó Harry sentándose en un cojín junto a Ron, sin soltar de la mano a Adam para hacerlo ocupar un lugar a su lado—. Les presento a un amigo, se llama Adam Edison.
— Hola. –saludó Adam con visible nerviosismo, jamás había estado entre tanto mago.
— Hola… Soy Hermione. —dijo ésta tendiéndole la mano sin poder disimular su curiosidad—. Te pareces a alguien…
— Adam sólo viene por un rato. —se apresuró a decir Harry para distraer a su inteligente amiga—. Tiene que volver a su casa pronto.
— ¿De dónde vienes? —preguntó Ron mirándole fijamente—. También te me haces conocido pero no recuerdo de donde.
— Vivo en Hogsmeade. —respondió Adam ruborizándose tenuemente, ese pelirrojo tampoco estaba nada mal. — Tal vez te hayamos visto por ahí. —comentó Ron encogiéndose de hombros para ya no darle más importancia al asunto—. ¿Tú cómo lo conociste, Harry?
— Igual… paseando por ahí. —respondió Harry con una sonrisa.
— ¡Ya sé a quien se parece! —exclamó Dean Thomas—. ¡Al murciélago!
La mayoría empezó a reír dándole la razón a su amigo, sólo Ron y Hermione permanecieron sin decir palabra, aunque debían aceptar que era cierto. Adam palideció al escuchar que los amigos de Harry empezaron a hablar ofensivamente sobre uno de los profesores, no era tan estúpido para no darse cuenta que hablaban de su padre y eso le dolía. Harry apretó su mano con firmeza mirando a sus otros amigos con furia.
— Dejen de ser tan imbéciles… yo que pensé que podía presentarles a Adam, le dije que mis amigos eran buenas personas, y no hacen más que burlarse.
— Ya, Harry, no exageres… ¿desde cuándo defiendes al grasiento? —cuestionó Seamus sin dejar de reír—. Siempre eras de los primeros en quejarte de él… ¿o es que te da pena con tu noviecita?
— Tranquilos, chicos, por favor. —pidió Hermione mientras Ron, que estaba más cerca de Harry lograba sujetarlo a tiempo antes de lanzarse contra Seamus.
— Será mejor que me vaya. —musitó Adam poniéndose de pie.
— ¡No! —le pidió Harry volviendo a sostenerlo de la mano.
— Miren chicos, es cierto… Harry tiene novia ya. —se burló Dean.
— ¿De verdad son novios? —preguntó Neville inocentemente.
Adam volvió a soltarse de Harry y emprendió el rumbo a la salida, tuvo suerte de que alguien fuera entrando para encontrar la puerta abierta. Harry envió una última mirada de desaprobación a sus amigos antes de salir corriendo tras de Adam mientras a sus espaldas empezaban a canturrear “Harry tiene novia… Harry tiene novia” tal cual niños de tercero de primaria. Harry alcanzó a Adam en uno de los pasillos, afortunadamente su poco conocimiento del castillo le había hecho perder tiempo en unas escaleras.
— Espera, Adam… tenemos que hablar. —le pide acorralándolo suavemente contra una de las paredes, percibiendo entonces que el chico lloraba—. No debe importante lo que ese puñado de ignorantes diga.
— Dijeron que tú también… ¿odias tanto a mi padre?
— ¡Por supuesto que no! —negó categóricamente—. No puedo mentirte, mi relación con él no es nada fácil, eso era algo que ya sabías, pero de un tiempo a la fecha las cosas han mejorado mucho… ya casi no peleamos, nos estamos llevando bien, y yo tengo más claro que nunca que tu padre es un ser maravilloso, Adam, no es como mis amigos piensan… sólo que no lo conocen como nosotros.
— ¿Lo defenderás de tus amigos?
— Me encantaría, pero lamentablemente no puedo… todos empezarían a sospechar si piensan que tu padre y yo no nos odiamos como aparentamos, es algo demasiado complicado. —le dijo cariñosamente mientras secaba sus lágrimas con suavidad—. ¿Me crees, verdad?
— Sí… te creo. —afirmó sonriendo un poco.
— Lamento que no haya funcionado el traerte aquí, bebé, pero ya no llores.
— No soy un bebé. —protestó sin dejar de sonreír.
— Para mí sí… eres mi bebé consentido. “Mi Sev bebé” pensó Harry sonriendo para sí mismo.
Harry besó a su amigo suavemente en la mejilla, y luego en la otra, haciéndole sentir mejor con sus caricias, feliz de escucharlo reír bajito al disfrutar de cada beso recibido.
— Tu amigo Ron no es como los demás… él no se burló de mi padre.
— Adam… tampoco Ron. —le advirtió dulcemente al notar sus intenciones, y apoyó suavemente su frente en la de él para continuar mimándole.
— ¿Y él porque no?
— Porque no es gay… y sospecho gusta de Hermione.
— Es una lástima, me gusta tanto como el rubio.
— Ay, mi niño… me has resultado un caso de cuidado.
— ¿Tienes otros amigos, aparte del rubio y el pelirrojo, que no odien a mi padre?
— Me parece que buscamos en el sitio equivocado… tal vez ese rubio sea el único que no lo odie. Quizá algún otro Slytherin, pero no, esa es una mala idea, nadie de esa casa vale la pena.
— Papá fue ahí… me lo dijo la señora Figg.
— Bueno, sí, pero… ya mejor olvidémonos de lo sucedido. Vamos, te llevo al despacho de Dumbledore.
Adam asintió y ambos se dirigieron a la próxima escalera para continuar descendiendo de la torre. Ninguno de los dos se dio cuenta que dos pares de ojos los habían observado a la distancia, unos azules intensos desde lo alto de una escalera, otros grises plateados desde el fondo del pasillo, ninguno de los dos alcanzó a escuchar la conversación, pero se mantuvieron muy atentos y sorprendidos del comportamiento tan íntimo entre los dos jóvenes morenos, a ambos les pareció que no había duda sobre la relación amorosa que los unía, y ese pensamiento no les resultó del todo agradable.
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