Araleh Snape
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| Tema: La familia que siempre quise. Capítulo 6. Sáb Jun 29, 2013 12:42 pm | |
| CAPÍTULO 6
SOY FELIZ... ¿Y QUE?
Severus miraba a Harry desde su mesa en el desayuno, tenía días convencido de que aquellas ojeras debían ser producto de noches de desvelo planeando desquitarse de todos sus años de enfrentamientos a través de su hijo. No podía olvidar todas las veces que lo miró con odio, cada punto rebajado a su casa, a veces sin estar seguro del motivo, tenía que reconocerlo, de todas y cada una de sus peleas… así que seguramente Harry Potter debía odiarlo más que nunca, pero ésta vez no se iba a quedar callado, sólo que sus intentos no fueron recompensados, le había pedido a Dumbledore estar presente en la sesión de oclumancia, se sentía con todo el derecho de asegurarse que su familia estaba a salvo, pero el Director solamente le sonrió condescendiente y se negó a aceptar su presencia.
Ahora miraba a Harry revolver apático su comida y más odio sentía por él… ¡era un sinvergüenza que fingía ser un angelito cuando escondía sus garras muy bien! Esa noche Harry se presentó puntual a la clase con Dumbledore, pasó satisfactoriamente la prueba, no fue perfecto pues Dumbledore encontró muchos puntos sueltos en la historia que Harry debía presentarle, pero no esperaba que lo consiguiera tan pronto. Lo que sí preocupaba a Dumbledore fue alcanzar a ver fragmentos de la amenaza de Severus y el desesperado desahogo de Harry en el bosque.
— Eso no estuvo bien. —le dijo tomándose un descanso mientras le ofrecía un poco de té y galletas a su alumno, pero que Harry no tomó.
— Lo sé… debo aprender a controlarme. —aceptó tristemente.
— Eso es seguro, Harry, pero lo que más me angustia es que sigues sin captar todo el peligro. Fuiste al bosque tú solo, gritaste a los cuatro vientos tu mayor debilidad, y te expusiste a que todo se descubriera… le estás dando la razón a Severus para no confiar en ti.
— Lo siento, pero es que estaba desesperado… pero le prometo que no volverá a suceder.
— Yo confío en ti, Harry, afortunadamente no hubo testigos por lo que veo, pero deberías alarmarte por tu amigo… es un squib, Harry, no se puede defender como lo haría Ron o Hermione, en manos de un mortífago sería presa fácil.
— Mataré a cualquiera que le haga daño.
— No es la venganza la solución… debemos prevenir que suceda. Y Harry... ¿notaste el viento que sopló tan fuerte?
— Sí. —respondió Harry bajando la mirada.
— ¿Sabes lo que era?
— Creo que sí. —aceptó bajando todavía más la cabeza, casi escondiéndolas en sus hombros—. Perdón.
— No pidas perdón por eso, pero debes controlar tus explosiones, son un riesgo latente.
— Bien… seguiré practicando, y si es necesario me volveré un bloque de hielo, no transparentaré mis sentimientos por nadie… seguiré practicando sin descanso.
— Sobre eso… debes dormir un poco más, te ves francamente demacrado. Pídele a Poppy que te dé una de sus pociones para dormir sin sueños.
Harry asintió y luego de escuchar atentamente las indicaciones de Dumbledore para la siguiente sesión, se dirigió a la enfermería.
— Lo lamento, Señor Potter. —le dijo la enfermera cuando le comunicó el motivo de su visita—. El profesor Snape quedó de surtirme mañana, así que si gusta vuelva entonces… o puede ir a su despacho, si tiene suerte ya terminó de prepararlas.
Harry pensó que podía ser un suicidio ir a pedirle un favor a su profesor, sobre todo si tenía en su poder una perfecta coartada para envenenarlo, pero su deseo de verlo era tan grande que dirigió sus pasos hacia las mazmorras. Tocó a su puerta pero sólo le respondió el silencio, aún así no quiso irse, permaneció un rato más acariciando la madera, como si de esa forma pudiera llegar hasta él.
Cuando por fin se decidió a irse, iba caminando por los corredores con las manos en los bolsillos de su túnica, suspirando ocasionalmente al recordar los días pasados con su profesor, antes de llegar a Hogsmeade, antes de enterarse que su amor era prohibido. Sonrió débilmente al acordarse de la sopa de tomate volcada sobre el oscuro cabello de Snape, y de su amabilidad al cederle las dos rebanadas de pan tostado. De pronto, algo lo hizo detenerse, una sombra estaba inclinada sobre una de las ventanas, su corazón pudo reconocerlo al instante y sin poder contenerse, se le acercó.
— Diez puntos menos para Gryffindor por andar a esta hora por los pasillos. —dijo Snape con cansancio, sin siquiera haber volteado a mirarlo.
— ¿Cómo supo qué era yo? —preguntó Harry sorprendido.
— ¿Quién más repudia tanto las reglas?... lo malo ahora, es que su conducta irresponsable me afecta directamente. —respondió casi resignado a su destino.
— No lo voy a poner en peligro. —aseguró sabiendo que hablaba de Adam.
— Usted nunca ha querido poner en peligro a nadie, ¿verdad, Potter?... pero lo ha hecho. —le dijo con una brillante preocupación en su mirada—. ¿Ha olvidado ya a Cedric Diggory?... ¿Qué resultados hubo de su odisea en el Ministerio hace poco más de un año?... incluso sus seres más queridos han pagado las consecuencias de sus actos.
Harry retrocedió un paso, lo poco sano que quedaba de su corazón se resquebrajó al escuchar las acusaciones de su profesor. El dolor que sintió era casi palpable en su mirada, y por primera vez, Severus comprendió que se había sobrepasado, de un solo movimiento se incorporó sujetando a Harry de un fuerte abrazo impidiéndole salir corriendo como pretendió hacerlo.
— No quise decir eso… lo siento. —se disculpó sinceramente por primera vez en su vida.
— ¡Sí quiso, quiso hacerme daño y lo ha conseguido! —bramó Harry luchando por zafarse mientras volvían a acompañarle sus amigas lágrimas.
— No, Potter, tiene que entenderme, estoy demasiado preocupado… no pensé bien.
— ¡Suélteme ya!
Harry dio un puntapié a su profesor consiguiendo de esa forma que lo soltara y poder huir, pero Severus no estaba dispuesto a dejar que un error arruinara todo, en ese estado Potter era demasiado peligroso… además, realmente se sentía terrible por sus palabras. Toda su vida, Severus Snape había estado rodeado por el odio, ya sea recibiéndolo o dándolo, y creía firmemente que eso fortalecía a cualquier persona, que era un modo duro pero eficiente para conseguir sus objetivos, pero las muertes que tenía en su conciencia lo seguirían hasta su último suspiro en esa vida... ¿cómo había podido reclamar algo así a alguien que era casi un niño?... sobre todo, alguien que jamás había levantado su varita para lastimar a nadie, por lo menos no todavía, aunque su destino ya estaba marcado.
Fue tras él, y gracias a que era más veloz logró darle alcance a la vuelta de un pasillo, volvió a apresarlo entre sus brazos intentando calmar a la pequeña fiera herida. Harry luchó por volver a liberarse pero pronto comprendió que no podía, así que fue suavizando sus músculos y se entregó a la voluntad de su profesor. Snape lo condujo lentamente por los pasillos, llevándolo hasta sus habitaciones privadas.
Si Harry hubiese estado más consciente de lo que sucedía se habría sentido animado, pero en su mente acudían una y otra vez las muertes de tantas personas que murieron por él. En completo silencio, Snape hizo recostar a su alumno sobre su cama y enseguida hizo lo mismo, abrazándole por la espalda, respirándole suavemente cerca del oído, un sonido que Harry encontró particularmente relajante por lo que sus sollozos fueron mitigándose poco a poco. Severus no se separó de él ni un instante, lo dejó sacar todo el llanto que quiso, Harry había estrechado sus manos entre las de él, como aferrándose para no hundirse más, y Snape no las retiró, al contrario, de vez en cuando se atrevía a acariciarle un poco con su pulgar, consiguiendo que la calma fuera regresando hasta que llegó el momento en que Harry se quedó dormido.
Cuando Harry despertó su corazón herido empezó a latir con fuerza, como una pequeña mariposa resistiéndose a morir ante la fuerza de la tempestad, un refugio llegó a él cuando más lo necesitaba. El abrazo de Severus, tan suave, tan protector, tan sincero… su piel unida a la suya… tan suave, tan cálida y excitante… su aliento rozando su oído… tan dulce como relajante y sobre todo, tan deseado.
En ese mismo instante volvió a comprobar que no podría dejar de amarlo nunca, no importaba nada más, su amor sería en secreto pero no por eso menos fuerte que aquellos que se gritan al viento. Se quedó quieto, cerrando los ojos para disfrutar más de aquel momento, porque no sabía si algún día podría volver a repetirse, porque quería grabarlo en su memoria… y eso le recordó, debía encontrarle un lugar en su mente tan suyo que ni Dumbledore pudiera encontrarlo. Pero ya se preocuparía de eso después, ahora quería despejar su mente y sentir, solamente sentir ese calor que era suyo aunque fuera por tan poco tiempo. Le pareció demasiada corta la hora que tardó Severus en despertarse, aunque una eternidad también le hubiera resultado breve si la viviese junto al hombre que amaba.
— ¿Cómo se siente? —preguntó Severus haciéndolo girar para mirarlo a la cara, notando con aprensión que las huellas del llanto se habían secado dejando marcas saladas en las mejillas del muchacho.
— Mejor… gracias. —respondió mirándole a los ojos, sorprendido y feliz de que estuviera hablándole de manera tan suave que su voz sonaba excitantemente diferente. — No me lo agradezca… fue mi culpa. —dijo con un semblante muy serio—. No debí decir lo que dije.
— No… está bien. —aseguró sonriéndole con un poco de timidez, mientras se aventuraba a acercar sus dedos hacia los labios de su profesor para hacerlo guardar silencio—. Lo que dijo no es algo que yo no hubiera sentido nunca, pero todos me decían que no era cierto, que no fue mi culpa… usted ha sido la primera y la única persona que me habla con sinceridad.
— No hablé con sinceridad… hablé con la angustia de un padre. Ni siquiera puedo asegurar que lo dije con toda la intención de lastimarlo… simplemente hablé por hablar y ahora recuerdo porqué no acostumbro hacerlo, y no volverá a suceder.
Harry sonrió pensando que no importaba que volviera a suceder siempre y cuando le compensara con una noche como aquella. Sin importarle un rechazo, se volvió a abrazar de su profesor, sintiéndose feliz. Pero Severus no lo rechazó, aunque aquel gesto le intrigó al no saber qué sucedía, parecía que Potter estaba cambiando… quizá debía darle la oportunidad de confiar en él, aunque ese pensamiento le perturbaba todavía, era su familia la que estaba en peligro, no podía confiarlos a nadie más que a sí mismo… pero quería darle una oportunidad a Potter, lo necesitaba, y después de todo, se lo debía luego de su cruel comentario, así que suspiró hondo, y aprovechando que era sábado y no tenían clase, decidió relajarse y dormir un poco más. Harry acentuó su sonrisa al sentirlo respirar acompasadamente… alguien que realmente lo odiara no podría dormirse tan relajado en su compañía ¿verdad?, y ese pensamiento le inundó de alegría. Él no quiso dormir, prefería mil veces permanecer despierto y soñar, aunque sabía que esos sueños jamás se harían realidad.
Cuando Severus despertó, invitó a Harry a desayunar con él a lo que el chico no dudó ni un instante en aceptar, así que un rato después, ambos comían un poco de panqué con mermelada. El silencio era lo que reinaba, pero no se sentían incómodos, y terminaron su desayuno en paz. El momento de despedirse había llegado, y aunque para Severus era solamente un “hasta luego” y se dedicaría a revisar su trabajo, para Harry era el final de una dulce aventura, en la que había obtenido la invaluable oportunidad que silenciosamente el profesor le estaba dando. Salió de la habitación prometiéndole en silencio que no dejaría que Voldemort descubriera su secreto.
Esa noche, durante su sesión de oclumancia, el joven Gryffindor se sintió profundamente orgulloso de sí mismo, Dumbledore no había logrado ver la maravillosa noche vivida con su profesor, así que era feliz de tener ese recuerdo en exclusividad. El director lo felicitó por su empeño y dedicación, por haberlo detenido a tiempo de ver hasta el rincón más íntimo del cerebro de Harry, y como recompensa hizo traer los pastelillos de chocolate preferidos del muchacho, y para su alegre sorpresa, en esta ocasión, Harry los devoró con particular alegría.
— Estás feliz, por lo que veo. —dijo sonriente Dumbledore.
— Sí, me siento contento de ir avanzando en Oclumancia.
— Y ahora que estás perfeccionando la técnica no me dejas ver el motivo real de tu alegría. —le dijo sorprendiendo a Harry de su astucia—. No me mires así, aún eres demasiado obvio para mí.
— Seguiré practicando. —afirmó con determinación.
— ¿Y tu amigo, sabes algo de él?
— Nos escribimos todos los días. —confesó sonriendo radiante—. Pero me gustaría mucho verlo y… profesor, quisiera pedirle un favor.
— Dime cuál y veremos.
— Le debo su regalo de cumpleaños y le prometí presentarle a mis amigos… ¿podría invitarlo a Hogwarts?... sería sólo por una tarde.
— Eso deberías preguntárselo a sus padres, no a mí.
— Es que… tendría que ser secreto. —le confió con un poco de nerviosismo—. El profesor Snape jamás aceptará, pero no quiero fallarle a Adam.
— Harry, me pones en un aprieto. Severus confía en mí.
— Lo sé, por eso preferí que usted estuviera enterado, así no estaría actuando tan escondidas… además, le prometo que no haremos nada malo, sólo le presentaré a mis amigos y charlaremos un poco.
— De acuerdo… ¡pero si Severus se entera lo negaré todo! —exclamó alzando las manos divertido.
Harry sonrió agradecido del apoyo de Dumbledore, ahora sólo quedaba estudiar bien los detalles, no quería poner en un aprieto a su amigo con su padre, pero sobre todo, tenía que armarse de valor para enviar una carta a Darina, a ella no podía mentirle, sobretodo porque se preocuparía mucho por la ausencia de su hijo. Ese sería el paso más difícil, tener un acercamiento con la dueña del corazón de Severus Snape.
Esa noche, Severus recapitulaba sobre lo acontecido la noche anterior, durante el día lo había olvidado por completo, pero ahora confirmaba que había sido excesivamente duro con Harry, después de todo no podía dejar a un lado el hecho de que era demasiado joven, tenía la edad de su hijo. Y aunque tuviera que olvidarse momentáneamente de su repudio por ser el hijo de James Potter, Severus abandonó su despacho y se dirigió hacia la oficina de Dumbledore, ya lo había pensado demasiado, ahora era tiempo de actuar.
— No pensarás arrojarlo a un pozo… ¿verdad, Severus? —cuestionó Dumbledore sonriendo luego de escuchar a Snape.
— No, Albus… no pienso hacerlo. —respondió pacientemente, esforzándose por no ofenderse—. Podría considerarlo una alternativa, pero en esta ocasión te lo traeré sano y salvo… pero debes suponer que necesita una nueva varita a la brevedad posible, no puede estar sin ella, es demasiado peligroso.
— Lo sé, y había pensado en enviar por Ollivander para eso.
— Ollivander no puede traer toda su tienda aquí… lo mejor será que Potter elija la varita adecuada para él.
— En eso tienes razón… ¿pero porqué te has ofrecido a llevarlo tú?. Tienes que aceptar, Severus, que normalmente esto no sucedería.
— Anoche… dije algo que no debía. —confesó Severus—. Excedí un poco mi rigor… ¡pero es que a veces ese endemoniado niño me saca de quicio!
— No quiero ni imaginarme lo que dijiste, Severus. Jamás has sido de palabras bondadosas, mucho menos para con Harry, ahora debió ser especialmente diferente como para que tú, amigo, sientas que le debes algo… me intriga y me alarma.
— No tiene caso hablar de eso, el hecho es que no me gusta sentirme como me siento ahora, y prefiero regresar las cosas a la normalidad.
— Todavía me parece increíble que Severus Snape se sienta culpable de algo. Pero en fin, si eso es lo que quieres, puedes llevar a Harry mañana mismo.
— Perfecto, porque eso es lo que haré. —aseguró poniéndose de pie—. Al mal paso hay que darle prisa y cuanto más rápido salga de esto más pronto continuaré mi tranquila existencia.
— Recuerda que prometiste traerlo sano y salvo. —le recordó Dumbledore divertido de la expresión fastidiada de Snape—. No quiero que regrese con uno de esos aretes extraños, y mucho menos un tatuaje. —bromeó sonriente.
— A menos que sea uno de éstos, no puedo asegurártelo. —respondió levantando su manga para enseñarle su antebrazo izquierdo.
— Eso no tuvo gracia, Severus. —le reprendió suavemente—. Te aconsejo que no te dediques a inventar chistes.
— Nunca fue mi intención ser gracioso.
Severus sonrió complacido de haber dejado momentáneamente a ese viejillo entrometido sin su habitual sonrisa. Por su parte, Albus solo pensó “Ya no se puede bromear tranquilamente con nadie. Y ahora que lo pienso… si Severus y Harry discutieron anoche… ¿porqué Harry estaba tan feliz hoy por la mañana durante su sesión de oclumancia? Creo que tengo algo que investigar” Decidido a que la próxima sesión Harry no escaparía de sus habilidades, Dumbledore regresó a su aburrido trabajo de escritorio.
A la mañana siguiente, Severus encaminaba sus pasos hacia la torre Gryffindor. En cuanto pronunció la contraseña y entró, localizó a Harry sentado cerca de la chimenea, flanqueado por sus dos inseparables amigos. Los tres estaban concentrados en sus tareas, lo que lo hizo alzar la mirada con resignación, siempre esperando al domingo para cumplir con sus deberes. Ninguno de los tres lo había visto entrar y ni siquiera se dieron cuenta de que sus demás compañeros habían guardado un sepulcral silencio.
— Potter… venga conmigo. —ordenó Severus con su voz ronca.
Harry se sobresaltó al escucharlo, levantó la mirada y le vio ahí, frente a él, para enseguida girarse elegante sobre sí mismo y dirigirse hacia la salida. Harry no se detuvo a pensarlo, se levantó presuroso dejando caer ruidosamente sus libros al suelo, brincó sobre las piernas de Ron tropezándose torpemente con ellas, pero no se detuvo a disculparse, le urgía llegar hacia Severus. Toda la sala observó su extraño comportamiento, esa prisa tan tangible de ir con su odiado profesor era intrigante. Ron y Hermione se miraron entre sí, éste último todavía masajeándose la parte de su pierna que Harry había pisado en su loca carrera, y Hermione aún con el frasco de tinta volcado sobre su falda… realmente algo estaba sucediendo que ellos no sabían.
Harry alcanzó al profesor Snape en el pasillo, y empezó a caminar a su lado en espera de la siguiente instrucción, pero Snape guardó silencio y así continuó hasta llegar a las puertas del castillo donde se detuvo y miró al muchacho.
— Iremos al callejón Diagon, así que espero un comportamiento ejemplar de su parte… nada de querer hacerse el intrépido héroe, no se despegará de mi lado ni un solo segundo, ¿me entendió?
— Sí, profesor. —respondió obediente—. ¿Cómo nos iremos?
— Apareceremos allá. Ollivander tiene cerrado su establecimiento para esperarnos en la trastienda, no debe haber testigos de la compra que haremos.
— No llevo dinero. —aclaró preocupado.
— Eso no importa ahora, no lo va a necesitar. Ahora sígame.
Harry asintió y fue tras de su profesor hasta atravesar los límites de Hogwarts, y aunque no tenía mucha experiencia en apariciones, pensó que debía esforzarse por hacerlo bien, sobre todo porque Severus sería ahora testigo de su escasa habilidad en eso.
— Acérquese. —ordenó Severus casi con dolor—. Tendrá que abrazarme, no puede aparecerse solo si no sabe exactamente donde debe hacerlo.
El corazón de Harry estaba a punto de salírsele del pecho cuando pudo estar tan cerca de Severus Snape, lo rodeó de la cintura con sus manos, no pudo evitarlo y apoyó su cabeza sobre el pecho del hombre. Quería que el mundo se detuviera en ese instante, seguir escuchando ese palpitante corazón tan cerca de su oído, pero no era tanta su suerte, Severus desapareció y apareció en la trastienda de Ollivander en menos de un segundo, y sin ningún reparo lo separó de él sin darse cuenta del gemido de protesta que emitió la garganta de Harry de forma casi automática.
— Sean bienvenidos a mi tienda. —les saludó Ollivander afectuosamente—. Harry Potter… es un honor recibirlo de nuevo, lamento mucho que haya perdido aquella fabulosa varita, pero el destino siempre sabe porqué hace las cosas, tal vez aún no estaba preparado para la definitiva.
Harry sonrió tímidamente mientras el viejo Ollivander se dirigía hacia uno de los estantes y bajaba una pila de cajas de madera que puso enseguida sobre una mesita colocada improvisadamente en el centro de la trastienda.
— A ver, intentemos con estas, son muy parecidas a la primera varita que tuvo, Tienen plumas de fénix, aunque no de la misma ave… veamos.
Harry sujetó la primera varita que el hombre le ofreció. Miró fugazmente a Severus quien descansaba apoyado sobre otro de los estantes, con una expresión tan indiferente como si no estuviera realmente presente. Harry agitó la varita y salieron unas chispas descontroladas que casi incendian el lugar. La segunda sólo emitió pequeñas donas de humo gris… la tercera ni reaccionó.
Ollivander suspiró, sabía que se trataba de un cliente especial y que si la primera vez había sido difícil encontrarle una varita, ahora estaba resultando un verdadero reto. Harry ya había probado casi media tienda, y le dolía la muñeca de tanto movimiento infructuoso. Severus solamente cambiaba de un pie a otro, empezando a hartarse de esa situación, no podía creer que hasta en eso Potter fuera tan… insoportable.
Ocasionalmente miraba a través del cristal de la ventana que tenía a lo lejos, podía vislumbrar a la gente paseando por el callejón, algunos se desanimaban al encontrarse con el letrero de “Cerrado” que Ollivander había colocado. Al momento en que quiso volver a cambiar de pie para apoyarse, algo lo pinchó en la espalda, eso lo sobresaltó, y al querer volverse a mirar vio que se había enganchado con un clavo del estante, quiso zafarse pero todo el mueble se le vino abajo. Harry reaccionó de inmediato y lo ayudó a sostenerlo y regresarlo a su posición anterior sin que el profesor resultara herido. Sin embargo, aquel ajetreo tuvo como consecuencia que varias varitas cayeran el piso, algunas se habían salido de sus empaques dispersándose por todo el suelo.
Una de esas varitas, tan relucientemente negra, empuñadura de plata y con unos extraños símbolos a su alrededor empezó a vibrar fuertemente. Harry retrocedió instintivamente, parecía que en cualquier momento estallaría en mil pedazos. Sin embargo, en cuanto el señor Ollivander la sostuvo, volvió a quedarse quieta como si tuviese mente propia. El hombre la examinó concienzudamente, y al final emitió una tenue sonrisa al mismo tiempo que se la extendía a Harry.
— No me gusta esa. —aseguró el chico rehusándose a sujetarla—. Su apariencia es tenebrosa, no creo que sea para mí.
— No debe fiarse de las apariencias, joven Potter. —le sugirió el comerciante—. Ésta es una varita muy especial, hecha de madera de ébano con centro de cuerno de unicornio.
— No está bien usar a los unicornios… esa varita no puede ser buena.
— Ningún unicornio fue lastimado, y el cuerno proviene de uno en especial que lo cedió voluntariamente… aquí mismo lo dice, en éstos grabados.
— Vamos, Potter, debe probarla por lo menos. —intervino Snape por primera vez.
— De hecho… —se apresuró a decirles Ollivander—… parece que está destinado a tener varitas gemelas de magos sumamente poderosos.
— ¡Ah, no! —protestó Harry—. ¿Y ahora de quién es gemela está varita?
Por toda respuesta, Severus sacó pacientemente su varita del bolsillo de su túnica para mostrarla. Harry sintió un vuelco en su corazón al comprender, y emocionado se apresuró a tomar la varita que Ollivander le ofrecía. Fue entonces que una cascada de luces violeta salieron bailoteando por la punta de la varita, y fueron unirse a la de Severus, que reaccionó del mismo modo, causando molestia en su dueño.
— ¿Siempre harán eso?... no creo que sea muy conveniente. —aseguró disgustado—. Será mejor que Potter elija otra.
— Sólo se están saludando, habían pasado muchos años sin verse. —respondió el hombre con un asombro en su mirada que le fue imposible ocultar—. Creo… que no son varitas gemelas.
— ¿Entonces porqué se comportan así? —reclamó Severus.
— Hay varitas que por su origen guardan el último sentimiento de quien forman parte. Sobre todo si tienen centro con materias de origen mágico como los unicornios. El unicornio de la varita del joven Potter no es el mismo que el de su varita, Profesor Snape, aunque tampoco el suyo fue sacrificado. Todo depende de la relación entre los donantes… y parece que el unicornio del joven Pottter era una hembra y estaba preñada al momento de donar su cuerno.
— ¿Y eso qué quiere decir? —interrogó Snape.
— Que sus varitas no son hermanas, ni primas, ni hijas… son amantes.
Severus no ocultó un gesto de náuseas ante ese comentario, pero se concretó en guardar su varita observando complaciente que ésta seguía obedeciéndolo y no continuaba esparciendo esas ridículas chispas violetas. Por su parte, Harry apenas podía creer que estuvo recio a aceptar esa varita, ahora no se separaría de ella por nada en el mundo y tendrían que matarlo para quitársela. La aprisionó fuerte contra su pecho mientras el profesor se dirigía a pagar por los servicios de Ollivander.
Justo en ese momento, Harry aprovechó para mirar a través de una rejilla hacia el callejón Diagon, era un día radiante, el sol brillaba tanto, y él se sentía tan feliz que no quería regresar al castillo todavía.
— ¿Podemos ir a tomar un helado? —propuso cuando su profesor se le acercó.
— No hay tiempo, nos hemos llevado mucho en escoger su varita, Potter.
— ¡Por favor! —suplicó con un tierno fruncir de sus labios—. Quiero un helado, y hace mucho calor… no nos tardaremos, se lo prometo. Además, debemos festejar que nuestras varitas…
— ¡Ni se le ocurra mencionárselo a nadie! —le advirtió severamente—. Esa fue una de las razones por las que no debía haber testigos de su compra, puede ser peligroso que el Señor Oscuro sepa todo de su varita.
— De acuerdo, no diré nada a nadie… pero vamos a tomar un helado, ¿sí?
Severus bufó exasperado, pero revisó que no hubiese nadie cerca de la entrada de la tienda para poder salir por la puerta principal, eso hizo que Harry diera un pequeño brinquito en su lugar, feliz de que su profesor estuviera complaciéndolo… aquello debía ser un sueño, y no quería despertar, se sentía muy feliz… completamente feliz, y no le importaba nada más.
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