La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 En busca de la libertad. Capítulo 7. A veces, las cosas no son lo que parecen

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alisevv

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MensajeTema: En busca de la libertad. Capítulo 7. A veces, las cosas no son lo que parecen   En busca de la libertad. Capítulo 7. A veces, las cosas no son lo que parecen I_icon_minitimeJue Nov 29, 2012 7:58 pm



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Mientras galopaba a la grupa del caballo de Remus, Harry no pudo evitar que le embargara la tristeza. El haber abandonado a Severus dejándole tan solo una carta de despedida, la certeza de que ya nunca volvería a sentir la calidez y el amor que había sentido entre sus brazos, hicieron que sus ojos se anegaran de lágrimas, que se deslizaron por sus mejillas sin poderlo ni quererlo evitar.

Deseaba aullar de dolor. Pedirle a Remus que le regresara a la vieja cabaña y dijera que había muerto, suplicarle que no matara su corazón como lo estaba haciendo justo en ese momento. Pero ahora entendía todo y no podía hacer lo que su corazón le exigía. Sus padres habían muerto por ayudar a su gente, y él había hecho una promesa que no podía eludir.

Cuando llegaron a la entrada de las catacumbas que daba al bosque, Remus y Harry se apearon y entraron, mientras Alastor se quedaba para esconder los caballos. Caminaron presurosos por los oscuros corredores que en su día llamaron la atención de Ron y llegaron a las habitaciones de Dumbledore. Cuando Remus tocó a la puerta, la voz del anciano les invitó a entrar.

En cuanto ingresaron en la pequeña habitación que hacía las veces de salita, los ojos azules de Albus Dumbledore observaron fijamente a Harry, quien se removió incómodo ante el descarado escrutinio.

—El parecido es innegable —comentó al fin—. Sin embargo, no podemos estar completamente seguros. Dices que te llamas Harry Potter, ¿no?

—No lo digo, me llamo así —replicó, molesto.

—¿De dónde sacaste ese apellido?

—No quisiera ser grosero con un anciano —dijo Harry, cuyo humor después de abandonar la cabaña no estaba para muchas fiestas—, pero, ¿a usted que le importa?

Las facciones del anciano se endurecieron ligeramente ante el abierto enfrentamiento, aunque fue Remus quien habló.

—Harry, ésa no es manera de dirigirse al señor Dumbledore —advirtió.

—Pedí disculpas de antemano, pero no creo que tenga que rendirle cuentas del porqué de mi apellido —argumentó con terquedad.

—Hay una razón para mi pregunta —explicó el anciano, recuperando sus rasgos beatíficos para inspirarle confianza—. Los esclavos descendientes de los antiguos Gryffindor sólo tienen nombre, no apellido. Si quieres demostrar que eres el legítimo descendiente de nuestro Rey, debes explicar de dónde salió tu apellido.

El joven frunció el ceño, negándose a contestar. Había algo en todo aquello que no le acababa de gustar. Remus volvió a intervenir.

—Harry, por favor…

El muchacho le miró fijamente y al fin cedió.

—Está bien, pero lo hago por usted. No olvido que me ayudó a escapar —se giró hacia el anciano, y sin responder a la sonrisa que le dirigía, contestó—: El apellido me lo puso mi madrina. No estoy inscrito como Harry Potter, pero me presentaba así cuando íbamos a visitar a sus amistades en Hogwarts. Y sobre ese asunto de ser descendiente de su Rey, no estoy ni remotamente interesado en demostrarlo. Ahora hasta perdí el apellido, así que sólo soy Harry, el esclavo.

Albus frunció el ceño, miró a Remus y luego a Harry.

—¿Remus no te explicó la situación?

—Sí —fue la escueta respuesta.

—¿Y si no estás interesado en demostrar que eres el heredero del rey Gryffindor, por qué viniste?

—Por una promesa que hice hace muchos años.

—¿A tus padres? —preguntó esta vez Remus, con aguda intuición.

—A mi padre —puntualizó.

—¿Nos querrías decir en qué consistió esa promesa? —insistió Remus, en el mismo tono amable.

—Que si algo le pasaba, ayudaría a liberar a los esclavos cuando fuera mayor. Por eso estoy aquí, para ayudar.

—¿Y por qué asumes una actitud tan rebelde? —preguntó Dumbledore, cruzando las manos sobre su regazo.

—Porque vine a AYUDAR —recalcó las palabras—, y usted me recibió como si fuera un impostor que viniera a reclamar algo que no me pertenece.

Dumbledore suspiró internamente. Si lo que contaban las historias sobre el carácter de Godric Gryffindor era verdad, su tataranieto no sólo había heredado su físico.

—Bien, jovencito, me disculpo —dijo al fin el anciano—. Si lo que deseas es ayudar, realmente sería muy beneficioso que pudiéramos comprobar que eres el legítimo heredero de Gryffindor, pues la gente te seguiría sin dudar.

—Pues no tengo idea de si lo soy o no, así que no veo cómo pueda ayudarle —razonó, en un tono más tranquilo luego de la disculpa de Dumbledore, aunque seguía guardando las distancias.

El hombre frunció el ceño como si reflexionara. Al fin, una idea iluminó su rostro. Daba igual que ese muchacho fuera o no descendiente de Gryffindor, lo importante para sus planes era que el pueblo lo creyera.

—Estoy seguro que eres su descendiente —dijo al fin—. El parecido es demasiado significativo, y la historia de la muerte de tus padres corrobora el hecho —se giró hacia Remus—. Ahora, es mejor que guíes a este joven a una de las habitaciones vacías y que descanse un poco. Después, puedes ir a tu casa a dormir. Nos veremos mañana.

Cuando ambos salían por la puerta, el anciano preguntó:

>>¿Dónde está Alastor?

—Fue a esconder los caballos —contestó Remus—. Comentó que luego regresaría a dormir aquí.

—Bien —dijo con una tibia sonrisa, que no llegaba a sus ojos azules—. Vayan a descansar.

En cuanto ambos se alejaron pasillo abajo, Albus salió de sus aposentos y tocó una campanilla. Poco después, un hombre alto y delgado, acompañado de una vieja gata, se acercaba a su puerta.

—Mandó llamar, señor.

—Sí, Filch. Vete hasta la entrada que da al bosque, y en cuanto veas aparecer a Moody, dile que quiero verle de inmediato.



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—¿Por qué fuiste tan descortés con el señor Dumbledore? —preguntó Remus, mientras caminaban—. Draco dice que eres muy amable con todos, y en la cabaña fuiste muy gentil conmigo, a pesar de las circunstancias —el hombre estaba realmente intrigado por su actitud.

Harry permaneció callado un buen rato. Al fin, trató de explicarse.

—Hay algo en él que no me convence, su mirada no es franca —explicó—. Mi madrina siempre decía que yo era muy perceptivo, que era intrínseco a mi naturaleza, y con frecuencia me pedía opinión cuando conocíamos personas nuevas. Hoy sentí que a Albus Dumbledore no le importa en absoluto quién soy yo, sino la forma en que me puede utilizar.

—Creo que eres injusto, Harry —razonó Remus—. Albus y su gente han rescatado a muchos esclavos a lo largo de estos años, ha hecho mucho bien.

—Quizás. Pero me pregunto cuáles son sus verdaderas intenciones.

—¿Qué quieres decir?

—¿No le extrañó que me recibiera con un montón de preguntas y, de repente, aceptara que yo era ese tal descendientes sin más?

—Eres muy parecido al viejo Rey.

—También lo era cuando llegué.

Harry no dijo más y Remus empezó a analizar sus palabras. Era cierto que Dumbledore había cedido demasiado rápido, pero le conocía hacía muchos años, y nunca le había dado motivos para desconfiar de él. El muchacho estaba aprensivo, eso era todo.



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—¿Me mandaste llamar, Albus?

—Sí, Alastor, pasa.

—Entonces, ¿es el chico que pensabas?

—El parecido es innegable, pero no estoy completamente seguro. Aun así, eso carece de importancia.

—¿Qué quieres decir?

—Que ese muchacho va a ser quien nosotros queramos que sea —contestó, sus ojos azules destilando frialdad—. Correremos la voz de que es el legítimo heredero y mostraremos el retrato de Godric Gryffindor para demostrarlo. Al ver el parecido, todos lo creerán.

—Pero después de la rebelión él se convertirá en Rey, y si no es el legítimo…

—Ése infeliz esclavo sólo será una imagen, cera dúctil en mis manos. Quien realmente gobernará el nuevo reino seré yo, Albus Dumbledore.

Alastor sonrió con una mueca no exenta de cierta crueldad.

—Espero que cuando eso ocurra, no te olvides de quienes te han ayudado a llegar aquí, y no me refiero a ese imbécil de Lupin.

—No te preocupes, tu sitio a mi lado está asegurado —declaró con voz fría, muy diferente a la que había usado para hablar con Harry y con Remus—. Pero ahora necesito que hagas un importante trabajo para mí.

—Tú dirás.

—Hace un par de horas, llegó el espía que enviamos al puerto. Se encontró con que estaban terminando de cargar una nave y los marineros estaban trabajando febrilmente —al ver que el otro le observaba sin entender, explicó—: Voldemort piensa irse de ‘vacaciones’ mañana en la noche, acompañado de toda la familia. Lo han mantenido en secreto para evitar un posible atentado. No pienso esperar a que regresen, ni dejarles vivos en el exterior. Tenemos que invadir el castillo y matarles antes que salgan hacia el puerto.

—¿También a los niños?

—Lamentablemente, son daños colaterales inevitables —dijo Albus, aunque por su expresión no parecía lamentarlo en absoluto—. Hay que matar a toda la familia, para eliminar la raíz del mal. Y no sólo a ellos. Tenemos que librarnos de todos los Slytherin.

Alastor asintió. Él estaba totalmente de acuerdo, al fin iba a llegar el momento de su revancha.

—¿Y qué quieres que haga?

—Sal y corre la voz entre nuestros partidarios en la ciudad de que el verdadero heredero de Gryffindor está vivo, y mañana va a salir a recuperar lo que le pertenece y a liberar a todos los esclavos del yugo de los Slytherin. Alborota a la gente. Yo me encargaré del resto.



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Severus se levantó al alba, impaciente por llegar a la cabaña y ver a Harry. Se había pasando la noche reflexionando. Hablaría con Remus, y entre los dos encontrarían la forma para que Harry y él pudieran huir. Le había prometido que haría lo posible para que las leyes cambiaran, pero sabía con certeza que con ese Rey y ese Parlamento sus posibilidades eran completamente nulas. La única opción era huir. Podían ir a Inglaterra, donde aún tenía buenos amigos; quizás hasta recuperar su antigua cátedra. Eso les permitiría vivir con un aceptable nivel de comodidad. Además, estaba seguro que a Harry le encantaría Cambridge, y podrían viajar a Londres durante las vacaciones escolares.

Al llegar al hogar de Hagrid le extrañó ver todo tan silencioso. Tanto Harry como el guardabosque eran muy madrugadores, y era extraño que por la chimenea no saliera el humo de los leños encendidos para preparar el café. De repente, le invadió un mal presentimiento.

Acicateó a su montura y momentos más tarde saltaba justo frente a la entrada de la vivienda. Subió las escaleras de un saltó y empujó la puerta con brusquedad. Al entrar, supo que sus temores eran fundados. Hagrid estaba sentado en el suelo, vomitando sobre una enorme cubeta, y Harry no se veía por ninguna parte.

Se arrodilló al lado del guardabosque, tocó su frente y le midió las pulsaciones. Estaba muy pálido, sudaba frío, no podía dejar de vomitar y su pulso era demasiado bajo. Cerca del hombre, encontró un pañuelo del cual emanaba el característico olor a éter y una inyectadora. Supuso que primero le habían hecho inhalar éter y luego le habían inyectado un fuerte somnífero, de ello la reacción tan agresiva que presentaba Hagrid en ese momento.

Olvidándose momentáneamente de su preocupación por su joven amante, se concentró en atender al hombretón. Cuando fue a buscar su maletín de medicinas, encontró la carta sobre la mesita de noche; un sencillo papel doblado con su nombre, escrito en la desordenada caligrafía de Harry. Aunque ansiaba leerla de inmediato, se obligó a prestar atención a Hagrid, cuya salud era su prioridad de momento. Se volvió a arrodillar junto a él y le dio a tomar una poción estabilizadora, esperando que todo aquello no tuviera efectos secundarios sobre su corazón u otros órganos. Al ver que luego de unos minutos su pulso empezaba a normalizarse y las arcadas eran menos frecuentes, se sentó sobre la alfombra y desplegó el pliego de papel.

Mi querido Severus

Cuando leas esta carta yo ya estaré lejos. No sabes cuanto me duele el tener que despedirme así de ti, sin poder ver tus hermosos ojos una vez más, pero Remus estuvo aquí, y sus palabras me hicieron recordar una promesa que hice hace muchos años y debo cumplir.

No sé si volveremos a vernos; de hecho, lo más probable es que me odies y no quieras saber nada más de mí. Pero juro ante Dios que, pase lo que pase, siempre te amaré.

Me voy incompleto, pues tú te quedas con mi corazón.

Tu esclavo

Harry



El hombre quedó impactado, con la hoja de papel temblando en su mano. ¿Harry se había ido por su propia voluntad? ¿Remus se lo había llevado? ¿Qué demonios significaba todo aquello?

Un quejido de Hagrid le sacó de sus reflexiones. Plegó la carta y la guardó en el bolsillo de su chaqueta. De momento, tenía que atender a su guardabosque, pero en cuanto estuviera bien, buscaría a Remus y haría que le dijera a dónde se había llevado a Harry, aunque tuviera que sacárselo a golpes.



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Harry entró en la enorme sala de reuniones de las catatumbas. Un hombre llamado Filch le había sacado de la cama muy pocas horas después de que Remus le dejara en la puerta de la habitación. No había sido capaz de dormir, inundado por la tristeza de su separación de Severus.

El recinto se encontraba lleno a rebosar, y al entrar, notó que todos los rostros se giraban hacia él, y el vocerío se atenuaba. Filch le guio hasta una pequeña tarima donde en ese momento se encontraban Albus Dumbledore y el hombre que les había acompañado desde la cabaña, junto a varios personajes más, todos luciendo rostros muy serios.

—¡Y aquí tenemos a nuestro verdadero Rey! —exclamó Dumbledore, y Harry observó, asombrado, como todos los presentes lanzaban vítores y aplaudían—. Hoy el reino de Gryffindor regresará a las manos de su verdadero dueño —siguió arengando el anciano—, y ese usurpador de Voldemort se convertirá en historia.

Los aullidos crecieron y con ellos la alarma de Harry. Aquello parecía una tonelada de dinamita a punto de explotar y Dumbledore estaba encendiendo la mecha.

>>En la ciudad ya saben que nuestro Rey vive, y están esperando para apoyarnos en el asalto al castillo. Los grupos A y B irán con Harry al castillo, nuestro Rey se enfrentará a ese fantoche y ustedes le apoyaran. Los grupos C y D permanezcan aquí.

Todos empezaron a salir y Dumbledore se dirigió a Harry.

>>Tienes que guiar a nuestras tropas para la destrucción de Voldemort.

—¿Acaso se volvió loco? —preguntó el joven—. ¿Cómo se le ocurre organizar este circo en tan pocas horas?

—No tengo tiempo para explicarte, debes partir con tus hombres. Alastor te acompañará.

—¿Y el señor Remus?

—Le encontrarás de camino —mintió Dumbledore—. Ahora, apresúrate.

—Vamos, Su Alteza —dijo Moody con evidente ironía, y Harry le miró de mala manera. Ese tipo le agradaba aún menos que el vejete. Sin embargo, había ido allí para derrocar el régimen imperante y liberar a los esclavos, y eso haría.



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De todos los posibles escenarios que Harry pudiera haberse imaginado, el que en ese momento le rodeaba era el más horrible. Había salido a las calles de Hogwarts junto con una buena parte de los habitantes de las catacumbas, todos armados hasta los dientes. Al llegar al exterior, se sorprendió al ver que las calles estaban atestadas de personas armadas con una variopinta cantidad de artilugios, desde azadas y cuchillos de cocina, hasta pesadas sartenes.

Se encaminaron hacia la pequeña colina donde se hallaba enclavado el castillo del usurpador, y a medida que avanzaban, más y más gente se unía a la comitiva; parecía como si todas aquellas personas se hubieran vuelto locas de repente.

Hubo una encarnizada pelea a las puertas de palacio, entre los asombrados guardias —a quienes la agresión había tomado por sorpresa— y los asaltantes. No pasó mucho tiempo antes que Harry y los demás pudieran llegar a las puertas de la morada, no sin dejar un rastro de cadáveres por ambos bandos.

Harry era bueno con la espada, había practicado por años junto a Draco, así que pudo esquivar con bastante eficacia a sus atacantes, y pronto se vio frente a frente con el mismísimo rey Voldemort.

Moody le azuzó para que luchara contra él, su pueblo debía ver que era su legítimo Rey quien recuperaba el trono; si el chico no lo lograba, ya se encargaría él de liquidar al usurpador. De hecho, pensó el hombre con toda frialdad, si Voldemort mataba a Harry sería mucho mejor para los planes que Dumbledore y él tenían; no se fiaba de que este esclavo fuera tan manipulable como el vejete creía.

Luego de una ardua pelea, Harry logró desarmar a Voldemort, quien cayó al suelo, vencido. Iba a mandar que le apresaran, cuando vio, horrorizado, que Alastor Moody se paraba sobre el hombre caído y, levantando su espada, le atravesaba el corazón.

—¿Qué mierda hizo? —le increpó, furioso, cuando logró salir de su estupor—. Estaba desarmado; ¿por qué le asesinó?

—Esto es la guerra, muchachito, ¿todavía no te has dado cuenta? La orden fue no tomar prisioneros en el palacio –informó, alejándose.

Entonces logró notar lo que en medio de la lucha no había visto. Los cadáveres Slytherin que cubrían el suelo del salón del trono no sólo eran los de los guardias de Voldemort, sino también había pajes, empleadas, incluso pudo divisar un joven que apenas contaría catorce o quince años de edad. Aquello era una masacre.

Cuando estaba a punto de buscar al loco de Alastor Moody para segar su vida con sus propias manos, alguien jaló su brazo, llamando su atención.

—Su Alteza —escuchó que le llamaban.

Se removió furioso, girándose para enfrentar a quién le llamaba.

—No soy ninguna mierda de Alteza y… —se interrumpió de repente, al ver que quien se dirigía a él era un joven pelirrojo que conocía muy bien. A su lado, se encontraba una joven de ojos castaños—. Ron, ¿qué haces aquí?

—Es una larga historia, pero necesitamos su ayuda con urgencia.

—¿Qué sucede?

—Venga con nosotros —pidió Ron, mientras se alejaban del centro de la batalla y se ocultaban tras una columna—. Hermione me acaba de contar que la orden es no dejar a nadie vivo en palacio.

—Sí, ya me di cuenta de eso —espetó, iracundo, mientras los ojos verdes destellaban de furia—. Tenemos que hacer algo para impedirlo.

—Eso ya es imposible —razonó Ron—. Aquí hay demasiado locos desbocados y nosotros somos muy pocos para intentar detenerles. Pero sí podemos tratar de salvar unas vidas inocentes.

—¿A qué te refieres?

—Explícale, Hermione.

—Piensan asesinar a toda la familia real, incluyendo a la esposa y los hijos de Voldemort.

—¿Planearon matar a unos niños inocentes? —Harry no pasaba de un estupor a otro, aunque en vista de lo que le rodeaba, no le extrañaba—. ¿Cómo lo sabes?

—Escuché a mi padrino mencionarlo.

—¿Y quién es tu padrino?

Un fuerte rubor de vergüenza cubrió las mejillas femeninas.

—Alastor Moody.

—¿Tu padrino es Moody? —Harry frunció el ceño—. ¿Cómo podemos saber que esto no es…?

—No termines esa pregunta —le advirtió Ron, furioso—. Hermione es mi novia, y lo que es más importante, es una buena persona y está en contra de los planes de Dumbledore y Moody. ¿Tienes idea de cuánto está arriesgando al contarnos esto?

Ahora fue Harry quien se mostró avergonzado.

—Lo lamento —se disculpó.

—No importa —replicó la joven, sonriendo levemente.

—¿Y qué podemos hacer para evitarlo? —inquirió Harry.

—Tenemos que llegar a los aposentos reales.

—¿Y supongo que ya saben dónde están los aposentos reales? —sonrió Harry. Le gustaba esa parejita, se notaba que eran realmente listos.

—Nosotros no, pero hay alguien que nos puede llevar hasta ellos —comentó Hermione, sorprendiendo incluso a su novio—. Síganme.

Corrieron a través del salón, donde la lucha continuaba, y llegaron a las cocinas. La joven abrió la puerta de una alacena y encontraron a una linda joven que, sentada en el piso, temblaba de pies a cabeza.

>>Les presento a Pansy, ella nos va a llevar con su señora.

La chica de pelo oscuro miró a Harry y Ron y, a pesar de su miedo, negó con la cabeza.

>>No te preocupes —la tranquilizó Hermione—. No queremos hacerle daño a tu ama ni a los niños. Por el contrario, deseamos salvarlos —la expresión de desconfianza persistió y Pansy siguió negándose a hablar.

Harry se agachó junto a la alacena y le sonrió con calidez.

—Te prometo que queremos ayudar —le dijo de corazón—. Si se quedan donde están, tarde o temprano les van a encontrar. Debemos sacarlos de aquí.

La joven le miró un buen rato, y al fin asintió. El joven le dio la mano para ayudarle a salir de la alacena y la chica les guio hacia una escalera interna. Subieron con rapidez y corrieron por pasillos alfombrados hasta llegar a una puerta de madera. Cuando entraron, encontraron a una mujer que hacía esfuerzos por levantar una trampilla que estaba bajo una alfombra que había retirado a un lado. En la cama, dos criaturas de tres y cuatro años estaban abrazados, llorando muy quedito.

La mujer alzó la vista, miró a los recién llegados, aterrada, y corrió a abrazar a sus niños, protegiéndoles con su cuerpo.

—No se preocupe, señora —la tranquilizó Pansy—. Vienen a ayudar.

—¿A dónde va la trampilla? —preguntó Harry, con más urgencia que cortesía.

—Llega hasta las caballerizas —contestó Lady Voldemort, algo más tranquila. Si hubieran querido atacarla, sus hijos y ella ya estarían muertos—. He intentado abrirla, pero está atascada.

—Pansy y Hermione, cierren la puerta y pongan todos los muebles que puedan contra ella —ordenó Harry—. Ron, ayúdame con esto.

Mientras las chicas obedecían, Ron y Harry comenzaron a tratar de abrir la trampilla. Se notaba que hacía demasiado tiempo que no se abría, pues ni con sus fuerzas unidas lograban moverla.

>>Necesitamos algo que nos sirva de palanca —comentó Harry.

Ambos miraron alrededor de la habitación, hasta que el pelirrojo exclamó:

—La barra que sostiene las cortinas parece lo bastante sólida.

Entre ambos desmontaron las cortinas y, utilizando la barra y una gran cantidad de esfuerzo, lograron abrir la trampilla.

—Listo, vámonos todos —ordenó Harry—. Bajaré primero a ver si todo está bien. Ron, pásame esa lámpara, por favor —bajó por unas escalerillas hasta llegar a un pequeño corredor, que terminaba en otro tramo de escaleras. Todo estaba construido en piedra y parecía bastante seguro—. Todo está bien —declaró, sacando la cabeza por la trampilla—. Pansy, baja tú primero para que recibas a los niños, ellos te tienen confianza —se apartó para que la chica pudiera bajar y volvió a trepar por los peldaños—. Pásenme los niños.

Los pequeños se aferraban llorando a su madre, negándose a separarse de ella.

—Vamos, mis niños —musitó la mujer—. Yo voy a bajar en seguida.

No sin esfuerzo, bajaron a los niños, después a su madre y Hermione. Por último, Ron tomó otra lámpara de aceite y se la entregó a Harry, y éste a Hermione. Después, salió a la habitación.

—Vamos a correr la alfombra sobre la trampilla y a sostener la esquina con esa silla —sugirió—. Una vez dentro, empujaremos la silla y, con un poco de suerte, la alfombra caerá ocultando esta salida.

Así lo hicieron. Luego de entrar ambos en el pasadizo, empujaron la pata de la silla y cerraron la pequeña puerta, bajando a toda velocidad.

>>Bien, es hora de apresurarnos —apremió Harry—. Señora, ¿podrá llevar a uno de los niños? Pansy llevará al otro. Creo que si los cargamos nosotros se van a asustar más de lo que ya están.

—No se preocupe, lo haré sin problema.

—Perfecto. Yo tomaré una lámpara e iré por delante, por si hay algún problema en el camino. Ron, toma la otra lámpara y cubre la retaguardia.

Bajaron lo más rápido que pudieron y, al llegar a las caballerizas, descubrieron con alivio que no había asaltantes en la zona, todos estaban concentrados en el interior del palacio.

—¿Todos saben montar? —interrogó Harry.

—Yo no —contestó Pansy.

—Señora, ¿es buena jinete? —la antigua Reina asintió con la cabeza—. Bien, entonces usted cabalgará con su hijo más pequeño y Ron llevará al mayor. Pansy irá a la grupa de mi caballo y Hermione montará sola.

—Si es mucho problema, me puedo quedar musitó Pansy.

—Ni lo pienses —intervino Hermione—. No te dejaremos aquí después de cómo nos has ayudado, ¿verdad? —preguntó, mirando a los jóvenes.

—Claro que no —aseguró Harry—. Hermione, ayuda a asegurar el pequeño al cuerpo de la señora, para evitar que se caiga mientras cabalgamos, vamos a necesitar correr. Ron, ayúdame a preparar los caballos.

—¿Y a dónde vamos a ir? —preguntó Ron, al tiempo que ayudaba a Harry con los caballos.

—Primero, al lugar donde he estado escondido hasta ahora, necesitaremos provisiones. Después, a un lugar secreto.

El pelirrojo no preguntó, más, y minutos más tarde, todo el grupo se alejaba a toda velocidad.



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Última edición por alisevv el Dom Feb 28, 2016 4:41 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: En busca de la libertad. Capítulo 7. A veces, las cosas no son lo que parecen   En busca de la libertad. Capítulo 7. A veces, las cosas no son lo que parecen I_icon_minitimeVie Ene 16, 2015 12:05 pm

maldito viejo come caramelos..T_T tanta amibiidad no hace bien a la gente..u_u..XD ahhh me enoja porque el pobre de resmus confiaba en ese viejo chocho..T_T ojala y no le pase nada malo a sev.. :S
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