alisevv
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| Tema: The Blesséd Boy. Capítulo 36. Y la tierra se movio Miér Nov 09, 2011 4:51 pm | |
| A medida que el año avanzaba hacia su fin y los días se hacían más cortos, Harry se ponía más grande. Su tamaño comenzaba a afectar su modo de caminar y Severus se aseguraba que no permaneciera de pie mucho rato. Desde octubre, Semiramis comenzó a visitarle dos veces al mes, llena de buenos consejos sobre cómo minimizar los dolores de espalda y prepararse para el parto. Aunque el parto de Harry sería con medios quirúrgicos, todavía tenía que conseguir que su cuerpo estuviera listo con ejercicios tonificantes y un descanso regular con los pies en alto cada tarde.
Basada en su última ecografía del bebé, Semi predijo que el nacimiento estaría previsto para el Día de Navidad. Severus podía ver que Harry pensaba que esto era significativo y se preguntaba si tal vez lo fuera realmente. Todo el embarazo parecía estar rodeado de magia, y el aspecto místico iba más allá que la normal creación de un bebé —tan milagroso como era en sí mismo— y para un Harry criado entre muggles, el Día de Navidad era tan significativo como el solsticio. Severus sabía que todo esto era parte de los festivales de mitad del invierno que se celebraban alrededor del mundo.
Severus dejó de tener sexo con Harry a mediados de noviembre. Nada fue dicho, pero el joven estaba demasiado cansado y voluminoso como para ser capaz de penetrar a Severus, y el maestro no quería dañar a su esposo siendo el dominante. En lugar de eso, pasaban su tiempo en la cama, abrazándose e intercambiando amorosas caricias. A veces el maestro de la Comunidad acariciaba a su pareja hasta el orgasmo, y ocasionalmente dejaba que Harry hiciera lo mismo con él, pero generalmente su único deseo era ofrecerle el consuelo de su presencia. Sabía que, a medida que se acercaba la fecha, Harry estaba cada vez más nervioso sobre el parto, pero el joven nunca lo admitiría a Severus y difícilmente lo reconocería ante sí mismo.
El quince de diciembre, Abigail estaba ayudando a Harry a sentarse a la mesa para desayunar. Miranda colocó la comida frente a él, sirviéndole. El joven trató de protestar una o dos veces —no era un niño ni un incapaz— pero Miranda había estado deseando ayudarle de alguna manera, hacer su partecita, así que él había cedido graciosamente. Ahora, ella hacía un alboroto con eso en cada comida.
La habitual lechuza de correo apareció con El Profeta de la mañana. Severus tomó y abrió el periódico, revisando los titulares. Últimamente, las noticias habían sido optimistas; el mundo mágico parecía carecer de problemas importantes, y era una novedad que esperaba continuara así.
¿NOS ENCONTRAMOS EN UNA NUEVA ERA LIBRE DE AMENAZAS?
El titular le hizo sonreír. El artículo señalaba que había transcurrido un largo periodo de tiempo —siete meses— desde que cualquier actividad mortífaga hubiera sido reportada, en cualquier lugar. El mundo parecía estar libre de la amenaza que había plagado su mundo por años.
Severus mostró el periódico a Harry, quien lo leyó y sonrió.
—¿Cuál crees que sea la causa de que esto haya pasado?
—Sabes lo que pienso al respecto —contestó Severus. Dio una palmada y todos levantaron la vista de su desayuno—. Mis amigos, parece que el mundo mágico ha sido liberado de la maldición de los Mortífagos. La paz ha surgido y las actividades oscuras de las que ellos habían sido responsables llaman la atención simplemente por su ausencia. Sabemos que los malignos hechizos oscuros ya no son posibles en estos días, y sabemos porqué. Debido al embarazo de Harry, a causa del completo cumplimiento de la profecía de El Muchacho Bendito, hemos entrado en una nueva era de paz. El poder que cubre las islas de Gran Bretaña es un poder de Luz, tal como prometió el mismo Merlín. Este poder no puede obligar a las personas a ser amables entre sí, no puede detener el abuso físico o verbal, pero evita el mal uso de las Artes Oscuras. Una vez que el bebé de Harry —El Muchacho Bendito— nazca, espero que todo mejore aún más. Me siento muy privilegiado, muy honrado, de ser su esposo.
Se escucharon murmullos de asentimiento y entonces Abigail empezó a aplaudir y todos los demás la imitaron.
—¡Hurra por Harry! —gritó Danyel sonoramente y aplaudió más que el resto. Para cuando los aplausos terminaron, el rostro de Harry estaba tan rojo como una de las preciadas remolachas de Argus.
—Maestro, sin ti nada de esto hubiera sucedido —declaró Harry—. Tú estableciste esta Comunidad, y todos mis amigos aquí han creado un lugar al que puedo llamar hogar. Sin este lugar en Eigg no sé qué hubiera pasado conmigo, lo que sé es que no hubiera sido tan feliz como soy ahora. Ustedes también son parte de la profecía, todos ustedes, y agradezco que me hayan dado un hogar. Y a quien más agradezco es a ti, maestro Snape, por convertirme en tu esposo y darme este bebé.
Harry había descansado su mano sobre su voluminosa barriga mientras daba el discurso. Para cuando terminó, Richeldis secaba sus ojos con su pañuelo de algodón y Lydia sonreía como un gato de Cheshire.
—Bien dicho, Harry —gritó Jolyon.
Cuando el desayuno terminó, los hombres comenzaron a conversar sobre los Ritos Limítrofes de Solsticio.
—No hay discusión, esta vez no puedes venir, Harry —comentó Josiah con una sonrisa.
—Lo sé. Pero tengo un poco en mi botella —aclaró el joven.
—Si es solo un poco puedes guardarlo hasta los Ritos de Primavera. O yo podría llevarlo por ti —ofreció Severus.
Harry se mostró inseguro.
—No sé…
Severus palmeó su mano.
—Lo analizaré esta noche. No te preocupes por eso, Harry.
—Somos afortunados con el clima —observó Jolyon—. Todavía no hay demasiada nieve. Espero que siga así hasta que hayamos terminado. Luego todos nos podremos cobijar calentitos durante la parte más cruda del invierno y disfrutar la Navidad.
Navidad. La fecha estimada para el nacimiento del bebé. El corazón de Harry comenzó a latir y su bebé le dio un codazo en las costillas. El joven sonrió y palmeó su abdomen. Pronto, pequeño
Y tuvieron suerte. El clima se había mantenido. El viento era cortantemente frío pero el cielo permaneció azul y libre de nubes, y la nieve se mantuvo alejada. En la mañana del día más corto del año, los hombres se levantaron muy temprano y comieron con rapidez. Se colocaron los abrigos gruesos y las botas para andar en el exterior, y Severus recibió los alimentos proporcionados por Miranda. El maestro tenía la botella de Harry y la propia en los bolsillos de su capa, y una vez listo para partir, dio un abrazo a su esposo.
—No demoraremos mucho, Harry. Y cuando regresemos, nos dedicaremos a preparar todo para el nacimiento.
Le dio un prolongado beso, sin importarle que todos los miembros de la Comunidad estuvieran allí parados, listos para observar a los hombres partir para realizar los ritos que asegurarían su protección y la viabilidad en una tierra ubicada tan al norte.
Harry asintió y plasmó una sonrisa en su cara, despidiéndose con la mano al tiempo que los hombres comenzaban a desfilar hacia la salida. Sentía que quería llorar pero no estaba seguro del porqué. Quizás porque estaba extrañando los ritos, quizás porque no vería a Severus en todo el día y se había acostumbrado a depender de su presencia. Quizás porque allá fuera el día era oscuro y tenebroso, el primer día que el cielo había perdido su desafiante color azul.
El pequeño grupo de hombres que participarían en la fiesta de fertilidad de Severus vagaron hacia la Piedra del Norte, el Guardián del Invierno. Con cada paso que le alejaba de su comunidad, el maestro se sentía más incómodo y tenía que repetirse con severidad que debía seguir avanzando. La Comunidad necesitaba su magia y era su responsabilidad suministrarles lo que necesitaban, ahora más que nunca. La enorme piedra se divisó, sólida e inflexible, y Severus se alegró de que los ritos estuvieran en proceso.
>>Guardián del Norte, recordatorio del invierno y la oscuridad, te ofrecemos nuestra reverencia y temor.
Las palabras parecieron caer sobre la roca y, en cierta forma, desaparecer. El aire se sintió flojo y opresivo. Los hombres dieron la espalda a la Piedra del Norte y se encaminaron al Este, empezando el circuito de su viaje.
Harry se estaba sintiendo cansado. Era un estado habitual en él, ahora que afortunadamente estaba en la semana final de su embarazo. Al principio no había tenido consciencia del bebé; su estómago había permanecido plano y nada impresionante, y diciembre casi parecía estar a una vida de distancia. Pero los meses habían pasado y el embarazo se había vuelto innegablemente obvio para todos. El impacto que eso tuvo sobre Harry había crecido hasta que ahora se había convertido en su todo. Sus estudios se habían ralentizado y su producción de pociones había disminuido al mínimo. Eso le había hecho sentir algo culpable, especialmente con la gran cantidad de trabajo que Severus había tenido que enfrentar ante los numerosos pedidos para Navidad. Pero el último gran pedido para Slug y Jiggers había salido apenas el día anterior y ahora iban a concentrarse en la preparación de las celebraciones navideñas para la Comunidad, y en el bebé.
Su espalda dolía y las breves contracciones que había estado teniendo las últimas dos semanas se habían vuelto más insistentes. Se quedó quietó y dejó que pasara el dolor similar a un calambre que estaba sintiendo, respirando con serenidad como Semi le había enseñado. La sanadora le había explicado que el dolor se iría agudizando a medida que se acercara el día del parto.
Decidió ir a acostarse un rato. Le dijo a Miranda que iba a su habitación a tratar de echarse una pequeña siesta.
—Buena idea, cariño. Haz eso y Severus habrá regresado antes que puedas extrañarle —le sonrió maternalmente y palmeó su hombro.
Mientras Harry se encaminaba a su habitación pensaba que eso era imposible; había empezado a extrañar a Severus en cuanto atravesó la puerta de salida. Se puso cómodo, era mucho más agradable poner los pies en alto y acostarse sobre su espalda. Suspiró satisfecho. Pero no pudo dormir porque los inquietantes calambres retornaron, con algo más de fuerza. Frunció el ceño. Estaban regresando con bastante frecuencia. ¿Podría significar que eran genuinas contracciones, y no sólo los dolores que había sentido hasta el momento?
Semiramis le había dado su dirección de red flu y le había instado a llamarla si tenía alguna preocupación, pero Harry no quería molestarla con una falsa alarma. Lidya le había contado que había llamado a su comadrona en tres oportunidades antes de entrar en labor, y para entonces estaba tan convencida de que era otra falsa alarma que había demorado bastante en llamarla de nuevo.
Se sentía confundido. ¿Debería llamar a Semi o no? La pesadez en su bajo vientre, la presión en su muy abusada vejiga, y los cortantes calambres en sus tripas, justo encima del hueso púbico, eran cada vez más insistentes. Sabía que Severus querría que él se asegurara, y fue el pensamiento de su esposo lo que hizo que se levantara y caminara cual pato hacia el recipiente de los polvos flu.
—Semi, ¿estás ahí?
Silencio. Nada excepto el chisporroteo del fuego, que podía ser el propio o el que estaba en el otro extremo de la comunicación.
>>¿Semi?
—Sí. ¿Eres tú, Harry?
—Sí. Est… estoy teniendo algo de dolor, Semi.
—Es un dolor que permanece todo el tiempo o viene y se va.
—Viene y se va.
—¿Con cuánta frecuencia, y cuánto duró el último?
—No fue muy largo, apenas un minuto o algo así. No sé la frecuencia, lo siento. He estado intentando dormir.
—Vale, voy a ir allá y echar un vistazo. Tú regresa a la cama, Harry.
La red flu flameó y Semiramis Diggle salió de la chimenea, con la bolsa que contenía su instrumental de comadrona colgando al hombro. Examinó a Harry con movimientos rápidos y eficientes de varita y manos.
—Estás a solo cuatro días de la fecha prevista para el parto, jovencito. Podría muy bien ser la hora. Por favor, levanta las piernas y separa las rodillas.
Hacía mucho tiempo que Harry había perdido la vergüenza ante Semi. Ella le examinaba con frecuencia y por ende era completamente natural que la vergüenza no fuera una opción.
>>Hay señales de actividad, pero deberé revisar cuando vuelvas a tener dolor. Dime cuando empiece, Harry.
Mientras esperaban, la bruja charló sobre sus compras de Navidad y cuán imposiblemente lleno de gente estaba el callejón Diagon la semana previa a la Navidad
>>Espero que no hayas ido a Londres en estos días, Harry.
—No, Severus no me dejaría. Yo… ¡Auch! —Harry se calló mientras el dolor empezaba de nuevo. Era agudo y no pudo ser ignorado.
Semi colocó una mano fría sobre el distendido vientre de Harry. Sonrió mientras el joven jadeaba en medio del dolor.
—Bien, bien, ya llegó tu hora, Harry. La matriz está lista para expulsar el bebé. Debemos aprovechar este poco tiempo antes que el estrés sea demasiado. ¿Dónde está Severus, por cierto?
—Está en los límites de las protecciones, haciendo los Ritos del Solsticio —contestó, tratando de no entrar en pánico. Quería que Severus estuviera allí, ya.
—¿Tienes forma de contactarle?
—Mi lechuza.
La respiración de Harry se iba acelerando; estaba comenzando a sentir verdadero pánico. Quería a Severus. ¡Ahora! ¡Severus!
Mientras los hombres se acercaban a la Piedra del Este, a Severus le pareció escuchar algo. Se detuvo y sus seguidores casi chocan con él, deteniéndose con amortiguados gruñidos de sorpresa. El Maestro inclinó la cabeza, tratando de percibir cualquier sonido que pudiera haber viajado en el viento. Nada… y aun así, estaba seguro de haber escuchado algo.
—¿Qué sucede, Maestro? —preguntó Danyel, confundido.
—No estoy seguro. ¿Alguien escuchó algo?
—Sólo el viento. A veces genera sonidos extraños —dijo Jolyon.
Siguieron caminando; la Piedra del Este se encontraba a la vista.
—Regresaré un momento al hospital y traeré una enfermera. Tardaré apenas unos minutos. Estarás bien. ¿Quieres que una de tus amigas te acompañe mientras vuelvo?
Harry no era capaz de pensar, no podía hacer otra cosa que anhelar la presencia de Severus, no era capaz de hacer esto sin su esposo. El bebé era de Severus tanto como suyo, y si él no estaba allí no sería capaz de dar a luz… no solo.
Semi apretó la mano de Harry.
>>Llamaré a Miranda —informó, apresurándose a salir de la habitación.
Momentos más tarde, la cocinera llegaba y la comadrona marchaba por la red flu. Miranda sostuvo la mano de Harry.
—Tenemos que hacer que Severus regrese. Le diré a George que envíe tu lechuza, Harry.
El joven asintió, aturdido: escuchaba las palabras pero realmente no las comprendía. ¡SEVERUS! Por favor… te necesito.
Severus acababa de empezar la invocación de la Piedra del Este cuando fue detenido por una voz. Sonaba débil y lejana, corriendo en el viento que azotaba la isla, incesante y sin misericordia, durante todo el invierno. Severus… te necesito.
—¡Harry! —el hombre se giró—. Josiah, necesito que finalices el rito por mí. Conoces las palabras. Cuando regreses a la Piedra del Norte vierte las ofrendas; toma la mía y la de Harry. Puede que la piedra no esté muy feliz, pero es mejor eso que dejar los ritos inconclusos. Yo debo regresar.
Todos los hombres entendieron el porqué Severus tenía que regresar y le desearon buena suerte. Pero Danyel estaba confundido ante el cambio en la rutina.
—¿Dóde va el maestro Snape, Pa?
—De regreso a la Comunidad, Danyel. Le necesitan allí. Concentrate en ayudarnos para completar el rito, muchacho. Tu ayuda es más importante que nunca, ahora que sólo somos tres.
—Vale —sonrió, alegre al saberse tan importante. Los hombres reasumieron su camino de las protecciones mientras Severus se Aparecía en el edificio principal.
Mientras el cielo oscurecía y la nieve amenazaba con caer por primera vez ese invierno, los tres se apresuraron a dirigirse hacia el sur. El día se sentía revuelto y siniestro. La Tierra parecía estar esperando, aguantando la respiración; el propio aire que respiraban se sentía más pesado de lo habitual. Consiguieron terminar los ritos, y emprendían el regreso a la Comunidad en el momento que empezó a nevar. Josiah se estremeció, pero no era por el frío sino por la sensación que le inundaba. Sentía como pinchazos de agujas sobre su piel, pero calientes como la quemadura cuando hay mucho sol.
—¿Sintieron eso? —preguntó Jolyon.
—Sí, y antes que preguntes, no tengo idea de qué fue.
—Pa —la voz de Danyel tembló de temor al tiempo que todos lo notaron. La tierra bajo sus pies, la dura y rocosa tierra de la isla de Eigg, tembló como si un estremecimiento la traspasara—. ¡Pa!
Jolyon atrajó a su chico hacia él y le abrazó con fuerza, tanto para confortarse a sí mismo como al joven en sus brazos. Danyel sollozó de temor y Josiah le consoló.
—Ya terminó, muchacho. Se detuvo.
El temblor, el movimiento bajo sus pies, había pasado. El aire se sentía más ligero, menos opresivo. Jolyon suspiró de alivio.
—Josiah tiene razón, ya todo pasó. Vamos, regresemos a ver si los demás lo notaron.
De regreso en la Comunidad todo era un alboroto. El temblor, si de eso se trataba, había sido ignorado. Ruidos de celebración recibieron a los tres hombres cuando entraron en la cocina. Miranda había abierto un barril de vino especial y todos parecían más que un poco achispados.
—¡Ya nació! —gritó Abigail cuando los hombres entraron—. Ten, papa, toma una copa. Es maravilloso; es tan tierno, ¡la pequeñita cosa más dulce del mundo!
Y lo era. El hijo de Harry y Severus había nacido media hora antes por un parto mágico ejecutado por Semiramis Diggle, asistida por el padre del niño, Severus Snape. Harry había permanecido despierto, pero apenas había sentido algo de calor y un tirón en su bajo vientre. Había escuchado el llanto del bebé mientras salía hacia las manos de la comadrona, y había llorado al ver a Severus limpiar y dar la bienvenida a su hijo.
William John Snape podía ser el poseedor de nombres poco pretenciosos —por insistencia de su padre mayor— pero era un milagro en varias maneras. Mientras su pequeña voz lanzaba el primer eco en la isla, la Tierra había dado la bienvenida a su llegada con un temblor de reconocimiento. El niño había dejado de llorar una vez el trauma de su primera respiración hubo pasado, y ahora estaba acostado en brazos de Harry, observando somnoliento a las gentes que le miraban como si no pudieran creer que en realidad estaba allí. Sus ojos eran de un tono azul pizarra; era el color que todos los bebés británicos mostraban al nacer, pero en su versión más oscura. Su cabeza estaba cubierta de una sorprendentemente espesa pelusilla negra, y Severus tenía razón: el pequeño tenía una nariz. Pero Harry, y todos los que le vieron, pensaron que era el ejemplo más perfecto de un pequeño ser humano que jamás había sido visto.
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