Capítulo 8. El PozoA pesar de la monumental bronca de la noche anterior, Harry no vio a Snape en toda la mañana. El hombre no salió de su habitación ni para desayunar; ni siquiera para encerrarse, como hacía habitualmente, en la biblioteca. Harry se angustió pensando en una recaída, pero no tuvo valor para verlo cara a cara.
Kreacher le informó de que había sido una falsa alarma. Snape volvió esa misma tarde a su querida biblioteca y los días siguientes, también. Sin embargo, empezó a hacer algunos cambios, como tomar el té en el salón o subir y bajar las escaleras de la casa, ya sin el bastón – que apareció en el armario de la cocina, entre los tesoros de Kreacher – como si quisiera fortalecer sus piernas. Cada día, tenía mejor aspecto, salvo por la horripilante cicatriz del cuello, y resultaba más evidente su obcecación en evitar a Harry, que sólo recibía miradas ceñudas y malévolas, como si no le hubiese perdonado su excursión nocturna. Cada vez era más consciente de que Snape se marcharía pronto de allí.
Querido Profesor,
Sé que lo único que lo ha retenido aquí ha sido la imposibilidad física de marcharse y que, en cuanto se encuentre bien, se irá de esta casa y, seguramente, ya no lo veré más. Cuando pienso en eso, me entra una angustia horrible, que no me deja respirar. A veces, me meto en el baño y dejo un grifo abierto. Me aterra que pueda enterarse de que estoy llorando. No puede imaginarse el dolor que siento, peor que cien cruciatus juntos. Eso es un dolor físico, pero esto…esto es como si tuviera un parásito que me estuviera comiendo por dentro… Al final de la semana, se marchó a su cita con Hermione, impaciente por saber qué resultado había tenido su encargo. Habían quedado en Flourish y Botts. Harry adivinó, por la cara resplandeciente de su amiga, que su búsqueda había sido un éxito. Tras los saludos, la maraña de pelo, los abrazos y los besos, que lo animaron enormemente, reventó:
- “¿La has conseguido, Hermione? ¿La tienes?”.
Hermione sonrió radiante de felicidad. Harry se agitó empapado de gratitud y emoción. Con la complicidad del librero, se fueron a un lugar apartado, detrás de unas estanterías. La chica sacó de su bolsito mágico un paquete rectangular de buen tamaño:
- “Me ha costado mucho trabajo encontrarla, Harry. He tenido que emplear a fondo mis privilegios de heroína del mundo mágico ante el Ministerio, pero aquí está: una foto de tu madre de cuando solicitó entrar en el Departamento de Aurores.”
Harry abrió, ansioso, el paquete y ante él apareció una imagen de su madre, con su precioso cabello rojo oscuro y sus hermosos ojos verdes. Era bellísima y su dulce mirada transmitía alegría de vivir. Contemplarla en aquella foto mágica, con su amplia y sincera sonrisa, fue como si le acariciaran el alma.
- “Eres maravillosa, Hermione. No sé qué haría sin ti”.- Hermione se ruborizó ligeramente. Luego, su rostro se ensombreció y reflejó la misma inquietud con la que lo había mirado en otras ocasiones, como examinándolo en un microscopio:
- “Hay algo de lo que quería hablar contigo. Verás… Me tienes preocupada, Harry. Entiendo que quieras estar solo, de verdad; pero… pasas demasiado tiempo encerrado en Grimmauld Place. Los padres de Ron, Ginny, Neville…, todos nos preguntan por ti y no sabemos muy bien qué responder. Quiero decir… que no sé, no te pega pasar tanto tiempo solo. No es normal en ti. Y a Ron y a mí no sólo nos parece raro, es que tú no eres…”- Lo miró a los ojos y Harry percibió una mezcla de reproche y angustia en los suyos – “Nunca has sido…No sé cómo decirlo, ¿egoísta?”.
Aquella palabra lo atravesó como un dardo y se le clavó directamente en el corazón, haciendo que rebosara de amargura. Y antes de que pudiera contenerse, le contó a Hermione cómo había encontrado a Snape en la Casa de los Gritos y su acuerdo con Kingsley para mantenerlo en secreto en Grimmauld Place. La chica escuchó el relato con los cinco sentidos, con sorpresa y admiración, pero también con el ceño fruncido. Cuando acabó de contarle el motivo de que pasara tanto tiempo en la casa de los Black, Hermione insistió en que aquello tenía que haber sido un asunto del Ministerio, al igual que el juicio. Pero cuando Harry defendió con vehemencia el haberse ocupado personalmente de la recuperación de su antiguo profesor, Hermione lo miró de una manera que hizo que se sobresaltara:
- “Harry….¿Hay algo más?, ¿no?.”
Harry, a quien le pareció que el suelo se abría bajo sus pies, sólo acertó a decir:
- “Sí”.
Pero Hermione pareció entenderlo todo con esa escueta respuesta, porque no preguntó ni comentó nada más. Prometió guardar el secreto y, cuando se despidió de él, lo abrazó muy fuerte. Harry se sintió conmovido en lo más íntimo de su ser por aquella muestra, tan simple pero intensa, de respeto y entendimiento.
Cuando volvió a la casa, Kreacher lo estaba esperando. No dijo nada, pero parecía nervioso, se frotaba las manos y movía su cuerpo adelante y atrás. Instintivamente, Harry lo siguió a la cocina. Snape se tomaba apaciblemente su taza de té. Sobre la mesa había un paquete abierto y, junto a él, la medalla dorada que atestiguaba que Severus Snape había sido honrado con la Orden de Merlín, Primera Clase. Harry se quedó paralizado. Al verlo, el hombre lo miró fijamente y Harry sintió escalofríos. Snape se puso en pie, sin apartar su mirada de acero, su rostro parecía una máscara. Recogió la medalla y, con una voz fría que parecía salir del fondo de un lago helado, dijo:
- “Enhorabuena, Potter. Siempre consigues lo que quieres”.
Harry tragó saliva. Era como si algo pesado y viscoso se hubiera alojado en su estómago. Arrastrando los pies, que se resistieron a obedecerlo, se acercó a la mesa. Dejó en ella la foto enmarcada que llevaba en las manos. Tuvo que hacer un esfuerzo para que su voz no temblara:
- “Esto es para usted”
Snape, que estaba rígido como un carámbano, acabó de romper el envoltorio. Cuando Lily le sonrió desde su marco plateado, Harry vio la fugaz sombra de una intensa emoción en el rostro del hombre; pero éste recuperó tan rápidamente el control que no le fue posible descifrarla. Con una mirada glacial que le congeló hasta los huesos, Snape se volvió hacia él:
- “Gracias”- y su voz sonó más profunda y lúgubre que nunca. A Harry le pareció ver un destello de dolor en la oscuridad de sus ojos.
Snape salió inmediatamente, dejándolo como a un náufrago que luchara solo en medio del temporal.
A la mañana siguiente, la casa seguía helada. Le bastó una mirada desoladora de Kreacher para saber que el destino inaplazable se había cumplido. Recorrió la casa de arriba abajo, como un loco, sintiendo que le faltaba el aire a cada paso que daba. Entró despavorido en todas las habitaciones. Registró todos los rincones, dejándose llevar y traer por su cuerpo, con la mente en un punto fijo. Pero fue inútil. Snape se había marchado.
Harry paró su batida en la puerta de la habitación de Regulus, contemplando un espacio vacío, en blanco. Se sentía roto por dentro, como fulminado por un rayo. Sus pasos lo llevaron como un autómata a su cama, donde se desplomó, hundido.
Muerto de frío, se replegó sobre sí mismo entre las sábanas. Se había quedado como acorchado, anestesiado. Cerró los ojos e intentó alcanzar sus fantasías, aquel mundo ideal que había ido tejiendo en sus noches más tristes. Cuando rompía todo vínculo con la realidad y buscaba destellos de colores, falsos pero brillantes, que lo reconfortaran.
Como cuando imaginaba que Snape se acostumbraba a su compañía y aceptaba vivir con él y construía en Grimmauld Place un soberbio laboratorio digno de un Príncipe de las pociones. O como cuando soñaba que, por un azar del destino, el hombre lo deseaba y hacían el amor en esa misma cama y sus ojos negros se dilataban de placer.
Pero ahora, esos espejismos no le dieron calor. Todo era extraño, ajeno, absurdo. Estaba en el fondo de un agujero negro. Engullido por un golpe mortal que hubiera caído sobre él a plomo.
Capítulo 7Capítulo 9