El Diario. Capítulo IV. El Pensadero.La casa permanecía en calma. Los únicos sonidos que interrumpían su paz eran el tintineo de los pesados cacharros de la cocina y el frotar de Kreacher en sus intentos por hacer de aquellos espacios medio vacíos un lugar más habitable. El elfo había abierto las cortinas enmohecidas y una luz suave, envolvente y esponjosa se diseminaba por el salón, los dormitorios, y hasta en las escaleras, haciendo que las cabezas cortadas de los antiguos elfos domésticos parecieran levitar como sumidas en un sueño dulce y acogedor.
Cuando no estaba absorto en los cuidados de Snape, se sentaba en la cocina a leer El Profeta. Seguía con atención las noticias sobre los procesos judiciales a los mortífagos detenidos. Algunos ya estaban en Azkabán. Aún no se sabía nada de Lucius y Harry se preguntaba cómo utilizaría sus influencias esta vez. Tampoco tenía noticias del destino de Draco Malfoy.
Sin embargo, su pasatiempo favorito era ver a su madre en el Pensadero que le habían conseguido en el Ministerio. No se cansaba de repasar las memorias. Se regodeaba en la sensación de ternura que le producía ver a su madre tan niña, en maravillarse de su belleza adolescente. Se dejaba atrapar por un sentimiento de humillación cuando su padre y los merodeadores atacaban a Snape y su madre aparecía como una flecha a defenderlo. Se hundía en la miseria viéndolo gemir como un animal herido en despacho del director. Temblaba de pies a cabeza cuando su profesor de Pociones bramaba frustrado contra su sentencia de muerte.
Ahora se había acostumbrado a tenerlo cerca, a su rostro dormido, a su respiración. A la rutina de atenderlo varias veces al día, contemplándolo y acariciándolo ya sin ningún pudor. Había soñado que esas manos le tocaban la cara, en un gesto de agradecimiento, lo estremecían pasándole los dedos por los labios. En el delirio de su inconsciencia, había sentido su aliento cálido sobre la piel, se había apretado febrilmente contra su cuerpo duro y musculoso.
No podía explicarse esas sensaciones extrañas y turbadoras que lo mortificaban. Era como si, en su interior, se estuviera tensando una cuerda que hasta entonces nunca hubiera sido pulsada. Pero su única preocupación debía ser la total recuperación del paciente del que, con tanto empeño, se había hecho cargo. Madame Pomfrey le había expresado lo orgullosa que se sentía de él, de cómo había logrado que la última víctima de toda aquella locura, tuviera mejor aspecto, estuviera cada vez más cerca de recuperar los sentidos y hasta hubiera cogido algo de peso gracias a las pociones revitalizantes.
Cuando se apareció en La Madriguera, se encontró inmerso en una pesada atmósfera de tristeza contenida. La cocina, que recordaba frenética de actividad, con los dos gemelos incordiando constantemente a su madre, ante la mirada complaciente y divertida de los demás, estaba más silenciosa que nunca. En todos los rincones se sentía la opresiva ausencia de Fred. La señora Weasley tenía diez años más, parecía un fantasma de ojos amoratados y arrugas marcadas y profundas. Toda la familia estaba pendiente de George. Ron y Hermione, acomodados en el sofá, se hacían continuas carantoñas y arrumacos y notó una sensación de ardor en el estómago.
- ¿Qué te pasa tío, estás como ido?- le espetó Ron.
- Estoy cansado. No consigo dormir bien.
Hermione volvió a la carga con su ceño fruncido de preocupación. Tuvo que desviar la mirada:
- “¿Tienes pesadillas, Harry?”.
- “Sí, a veces”.- se volvió hacia ella y sonrió, tratando de quitar importancia al asunto.
Hermione le cogió las manos, sin decir nada, y Harry sintió como si una brisa cálida hubiera entrado en aquella cocina deshabitada. Su secreto permanecía oculto, como una tenia que tuviera enroscada en la boca del estómago. Ginny, tan pálida y ojerosa como los demás, se sentó a su lado. Su suave presencia le trajo a la mente recuerdos borrosos de sus paseos por el lago, unos recuerdos que pertenecían a otro.
- “Harry, tenemos que hablar” – le susurró.
Entonces, fue un aire frío el que puso todo su cuerpo en tensión. Sin apartar la vista de sus zapatillas, a las que, de repente, encontró fascinantes, respondió:
- “Ahora no, Ginny. Necesito tiempo, tengo que ordenar mis ideas”.-
Oyó cómo la chica resoplaba, casi sollozando. Cuando Harry levantó la cabeza, ella se había puesto de pie y lo fulminó con una expresión adusta en la cara que le recordó de manera inmediata a la señora Weasley. La vio apresurarse a ayudar a su madre con los platos.
Ron también lo miró fijamente, pero para su gran alivio, su rostro no mostraba reproche alguno, sino más bien, curiosidad o sorpresa.
Hermione lo agarró por el brazo, como si quisiera despertarlo:
- “¿Sabes que Neville le manda cartas de amor a Ginny?”
- “¿En serio?”- dijo- Aquella noticia no le produjo ni frío ni calor.
- “Totalmente en serio. – saltó Ron - Se le ha subido a la cabeza lo de matar a la serpiente de Voldemort. Está insoportable.”
- ¿Has visto sus declaraciones en el Profeta?- preguntó Hermione.
- “Sí. Y me parece fantástico que haya ganado confianza en sí mismo” – Y, antes de darse cuenta de cómo podían ser interpretadas sus palabras, añadió– “Me alegro por él”.
De vuelta a la vieja y angulosa guarida de la Orden, subió los escalones de dos en dos hasta llegar a la habitación de Snape. Aunque Kreacher había probado de sobra que se podía confiar en él y dejarlo solo con el paciente, había tareas que quería hacer él personalmente.
Preparó todo lo que necesitaba para cambiar el vendaje y retiró con mucho cuidado el apósito del cuello desgarrado. Limpió la herida con la poción desinfectante y comenzó a extender con delicadeza el ungüento.
De pronto, unos ojos oscuros, duros y fríos como el cristal lo dejaron paralizado. Snape se había despertado y lo miraba fijamente, desde lo más recóndito de aquellos túneles infinitos.
Harry se apartó de la cama como si lo hubiera atravesado una descarga eléctrica. Snape respiraba con agitación. El hombre intentó a duras penas incorporarse en la cama, pero sólo pudo elevarse un poco sobre la almohada. Miró a su alrededor. Sus severas facciones reflejaban una expresión angustiosa de confusión y desconcierto. Se echó la mano a la garganta, donde latía la herida:
- “¿Por qué estoy aquí?”- dijo, con voz ronca y áspera. Y atravesando a Harry con la mirada, añadió jadeante – “Tú…¡Potter! ¡¡Estás vivo!!”
Snape alargó el brazo hacia donde estaba Harry, como pidiendo que se acercara. Harry se había quedado pegado al suelo, con la botellita de ungüento apretada en la mano. Tardó unos segundos en encontrarse la voz. Por un momento, le pareció que estaba de nuevo en la Casa de los Gritos:
- Voldemort está muerto, Snape. ¡Está muerto!.
El hombre se removió en la cama, intentando sentarse. Su pecho subía y bajaba rápidamente. Miraba a Harry con avidez, como si no acabara de creer lo que estaba viendo:
- ¿Qué ha pasado? ¡¿QUÉ HA PASADO?!- gritó fuera de sí.
Aquel aullido hizo que a Harry le volviera a circular la sangre. Soltó de golpe la botellita de ungüento y salió escopetado hacia su habitación. Con el corazón en un puño, sacó el pensadero de su escondite y, de vuelta al lugar de la tormenta, sirviéndose de una de las mesillas, lo puso delante de Snape, como quien coloca una ofrenda. Ante la atónita mirada de su profesor, que luchaba por mantenerse erguido en la cama, se sacó con la varita los hilos pegajosos y plateados que relataban de modo palpitante sus más terribles experiencias. Esta vez, sin embargo, añadió el paseo noctámbulo que le había permitido encontrar a su antiguo enemigo con un hilo de vida.
Snape, que había recuperado la compostura, arrastró un cuerpo que parecía pesar una tonelada hasta el borde de la cama y, sin mediar palabra, hundió su rostro en el remolino de sombras acuáticas.
Harry permaneció inmóvil, incapaz de otra cosa que no fuera escuchar su propia respiración.
Cuando Snape sacó su cabeza de la vieja vasija, le lanzó una mirada llena de odio que lo dejó como petrificado:
- “Así que has sido tú. ¡TÚ! ¡El que no me ha dejado morir en paz! ¡¿Cómo te has atrevido, Potter?! – el hombre sujetaba aún los bordes del pensadero, con tal fuerza que los nudillos estaban blancos – “¡¿Con qué derecho…? “.
Harry sintió que cientos de diminutas agujas punzantes y afiladas se habían clavado en todos y cada uno de los poros de su piel.
- “Yo, yo…-balbuceó, incapaz de encontrar una idea coherente en medio de la vorágine en la que bullía su mente – no creí… no pensé…”
- “¡Tú no piensas! ¡imbécil! ¡subnormal!”. Snape le gritaba con su voz rota y áspera, lleno de rabia, respirando atropelladamente, abrasándolo con los ojos.
Como si saliera de un enorme agujero que se hubiera abierto bajo sus pies, Harry se aferró a lo único que tenía sentido:
- “Pero… ¡¿Cómo iba a dejarlo morir, Snape?! ¿Sabe cuánta gente ha muerto? ¿Cuánta está herida? ¡¿Cómo iba a dejarlo allí, después de todo lo que usted hizo?!.
El hombre se recostó en la cama, resollando. Una sombra maligna le cruzó el rostro:
- “Ahh… claro. La admirada caballerosidad de los Gryffindor, ¿Verdad, Potter?. ¿Crees que estás en deuda conmigo?. No, Potter. Te equivocas. Nada de lo que hice fue por ti. No me debes nada.”- dijo, masticando las palabras con aquella voz rasposa que parecía salir de una tubería oxidada
- ““¡Ya lo sé! – rugió Harry, apretando los puños mientras las uñas se le clavaban en la palma de la mano – Sé que todo lo hizo por ella. ¡Pero es una cuestión de justicia, Snape!”
- “¿Justicia? ¿Acaso crees que es eso lo que me espera?. Cómo puedes ser tan inocente, muchacho.- Ya no tengo nada que hacer aquí”
- ¡”Eso no es cierto!. He hablado con Kingsley. Le han nombrado Ministro. Lo rehabilitarán, reconocerán todo lo que ha hecho, sabrán que seguía las órdenes de Dumbledore”.
Snape se sacudió la cabeza, como si espantara una mosca molesta. Lo contempló con una mirada inescrutable:
- “Entiendo, Potter. He pasado a ser tu nuevo … ¿desafío?”- dijo con maligna ironía, levantando una ceja – “No te conformas con todo lo que has logrado, ahora te has propuesto rehabilitar a un hombre desahuciado y prácticamente muerto. Siempre tan arrogante como tu padre”.
Harry percibió cómo un chorro de agua fría le recorría el cuerpo, helándole los huesos:
- “¡Escúcheme! Mi madre no habría querido que lo dejara morir allí y menos de esa manera, después de todo lo que usted ha hecho por ella. Ella estaría orgullosa de usted. ¡Míreme!. Usted es el que ha conseguido lo que ella quería, que yo sobreviviera – explotó Harry, sintiendo que el corazón se le salía del pecho.
Snape se quedó mudo. Por un momento, pareció pasar por sus facciones una sombra de duda. Pero en lugar de replicar, se dejó caer en la cama, como un fardo, sujetándose el cuello con una mano. Unas gotas de sudor le caían por la frente. Boqueaba como un pez fuera del agua.
- “Quiero…Quiero salir de aquí”- musitó débilmente.
- No puede – escupió Harry- Nadie sabe que ha sobrevivido, profesor. Todos creen que está muerto- dijo con vengativa satisfacción - Acordé con Kingsley mantenerlo en secreto. Aparte de nosotros, sólo lo saben Pomfrey y McGonagall.
Snape no respondió. Había cerrado los ojos y su respiración era profunda. Harry se dio cuenta de que el veneno había hecho resurgir la fiebre. Salió del dormitorio con la vista nublada. Sentía una dolorosa opresión en el pecho que amenazaba con ahogarlo. Tropezó con Kreacher, que sujetaba una bandeja con cara de radiante felicidad. Tuvo que contenerse para no tirarlo por las escaleras de un manotazo:
- “Vete de aquí. No está para comidas”- le soltó con una voz que no parecía la suya.
Cuando entró en la habitación de Sirius, no pudo contener las lágrimas. La emprendió a puñetazos con los estandartes, las fotos, la lámpara, los libros…Dio una fuerte patada al escritorio y el cajón se abrió de golpe, con tal fuerza, que un pequeño libro saltó de su interior y fue a parar a sus pies.
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