Clasificación: NC-17
Género: angustia, drama
Personajes: Harry Potter, Severus Snape, Kreacher (entre otros).
Spoilers: Las Reliquias de la Muerte.
Advertencias: contiene escenas de sexo explícito
Resumen: Tras la batalla final, Harry no puede conciliar el sueño. Las memorias de Snape lo atormentan. Temeroso de las reacciones de sus amigos, oculta sus sentimientos y decide desahogarse escribiendo un diario. Alguien encontrará ese diario y hará un uso inesperado de él, cambiando radicalmente el final de la saga.
Disclaimer: los personajes y su universo y el campo semántico pertenecen a JKR. No obtengo ningún beneficio económico de este ejercicio de escritura. EL DIARIO
CAPÍTULO 1. LA PIEDRA.
(Dormitorio de la Torre de Gryffindor. Momentos después de la batalla final)
Estaba tumbado en la cama, pero el bocadillo que le había traído Kreacher se había convertido en una piedra dura y pesada dentro de su estómago. Aún tenía la respiración agitada. Todo su cuerpo estaba entumecido de los esfuerzos y a pesar del agotamiento y del cansancio y del fenomenal alivio que había sentido tras la batalla final, la primera sensación de calma que lo invadió, y que pareció llevarse con ella toda la tensión, se había esfumado. Ahora sólo podía mirar al techo.
Si cerraba los ojos, veía de nuevo las caras de Fred, Lupin y Tonks, inertes, estáticas, ausentes, y una punzada de dolor lo atravesaba de lado a lado. Se estiró debajo de las sábanas e intentó cambiar de postura, tenía todos los músculos magullados. Se dio cuenta de que las mandíbulas estaban como desencajadas, de lo mucho que había apretado los dientes.
Intentó pensar en algo positivo y una oleada de imágenes, como en una película de la que fuera un mero espectador, le trajo el júbilo de todos los que le había felicitado en el Gran Comedor, el cuerpo de Voldemort tirado en el suelo como un muñeco roto, los aplausos en el despacho del director y, sobre todo, la cara de Dumbledore flotando en su retrato, con las lágrimas de orgullo y alegría cayéndole por debajo de sus gafas de media luna.
Antes de que pudiera hacer nada por evitarlo, se coló en sus pensamientos el encuentro con sus padres en el Bosque Prohibido, junto con Lupin y Sirius. Rememoró la sensación de consuelo que le había producido su presencia en aquel momento extremo, camino de la muerte, cuando se adentraba en el bosque y su mente y su cuerpo parecían estar separados, como si todo lo que estaba pasando en ese momento fuera irreal, un extraño sueño.
Consiguió relajarse un poco colocándose en posición fetal. Todo había pasado muy deprisa. Estaba vivo, todo había acabado; se había liberado de aquél yugo que lo había amenazado durante todos estos años; pero aún tenía en la boca el sabor amargo, pastoso y reseco de aquél pavoroso rato en el que había estado totalmente convencido de que iba a morir. Aquella tensión agonizante lo había aprisionado de tal manera que no había sido consciente de casi nada de lo que había ocurrido o de lo que había hecho. Y después, superada aquella espeluznante prueba, no había tenido tiempo de pararse a pensar en nada que no fuera acabar con aquello de una vez, con la urgencia y la desesperación de quien está luchando entre la vida y la muerte.
Pero, ahora, en la oscuridad de su antigua habitación en la torre de Griffyndor, con todo en silencio, solo, en la cama, oía el zumbido de su mente, que no paraba de retorcerse, de bullir, de dar vueltas, y no era capaz de frenar su loca carrera a ninguna parte. La cabeza le dolía como si tuviera un hacha clavada en ella, notaba una hendidura que lo atravesaba desde la frente hasta la parte posterior de la nuca.
Respiró hondo, tratando de concentrarse en cualquier cosa que lo calmara. La cara sonriente de su madre en el Bosque Prohibido apareció de nuevo. Suspiró. Hubiera dado cualquier cosa por haberla abrazado, por sentir su calor, su cabello rojizo, su piel, su olor, por haber podido contemplar indefinidamente sus hermosos ojos verdes.
Y entonces, como un trueno, resonó en su cabeza una voz ronca y moribunda:
- “Mírame”.
¡Snape!. La piedra alojada en su estómago dio un salto y sintió como si una descarga eléctrica lo sacara brusca y dolorosamente de su letargo: Snape, enamorado de su madre desde niño, jugándose la vida para avisar a Dumbledore del peligro que corría Lily, herido de muerte en el despacho del director tras la desaparición de ella; vagando por aquéllos pasillos, haciendo la ronda nocturna, pendiente de él, de su protección, el único motivo por el que aquel hombre seguía con vida, indignándose rabiosamente ante la necesidad de que Harry muriera. La cierva plateada. Las miradas inquisitivas. La carta de su madre. Snape, negándose a darle a Umbrigde el veritaserum, rompiendo el hechizo asesino con el que Quirrell intentaba tirarle de su escoba, entrando como una furia en la Casa de los Gritos, varita en mano, con el rostro contorsionado de odio, amenazando como un basilisco a Sirius, cuando todos, incluido él mismo, creían que quería matar a Harry….
Se levantó de la cama como sonámbulo e, instintivamente, agarró el frasco en el que las memorias de Snape emitían débiles destellos azulados. Aquél hombre al que tanto había odiado era humano. Tenía corazón. Y todo cuanto había hecho lo había hecho por amor, por amor a una mujer que no le correspondía. Y la había seguido amando, incluso, después de que aquella mujer, su madre, llevara más de 15 años muerta. Siempre, eso era lo que le había dicho a Dumbledore, que la había amado siempre.(*)
La sala común estaba vacía y oscura. En la chimenea, sólo quedaban unos rescoldos ennegrecidos y
sucios. Atravesó sigilosamente el retrato de la Señora Gorda que dormía envuelta en una capa gris. Aquél hombre era el más valiente que había conocido en su vida. Y había muerto de una manera espantosa.
El suelo estaba muy frío, pero siguió bajando por los escalones rugosos y ásperos. En los pasillos, entre los escombros y las cenizas, las armaduras habían vuelto a sus pedestales y mostraban sus lanzas más afiladas que nunca. Al llegar a la planta baja, oyó las voces amortiguadas que venían del Gran Comedor. Aún había luz en su interior que, a través de las puertas que no estaban cerradas del todo, dibujaba sombras siniestras en el vestíbulo. Snape era poderoso, inteligente, astuto y Voldemort ni siquiera tuvo la decencia de matarlo con una maldición.
Atravesó las grandes puertas de roble y sintió la hierba bajo sus pies. El aire era fresco, una delicia, un bálsamo para el ardor que sentía en la frente. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Snape tratando de contener con la mano la sangre que manaba a borbotones de su cuello. La noche se había vuelto tan negra que la oscuridad pareció pegársele a los ojos.
Cuando llegó al Sauce Boxeador, se detuvo en seco. Dudó un momento, no estaba seguro de qué hacía allí, ni siquiera tenía claro como había llegado. Cayó en la cuenta de que estaba descalzo y en pijama. Levantó la vista, el Sauce agitó las ramas, como si le quisiera advertir de algo. Harry se sacó la varita del bolsillo del pijama y le hizo un wingardium leviosa a una ramita. La movió hasta clavarla en el nudo cerca de las raíces y el árbol se quedó tan paralizado como si le hubiera lanzado un petrificus totalus.
Reptó por el túnel hasta llegar a la Casa de los Gritos. Mientras se incorporaba, vislumbró un bulto tendido en el suelo, el cuerpo de su antiguo enemigo. Iluminó la estancia con la varita. Temblando de la cabeza a los pies, se acercó, lentamente, como si tuviera miedo de despertarlo. La cabeza estaba ladeada, vuelta hacia el lado en el que tenía la mordedura mortal y debajo había un pequeño charco de sangre, viscosa y medio seca. Se arrodilló al lado del cadáver. Sin saber por qué, cedió al impulso de tocarlo y le retiró el cabello negro, sucio y grasiento de la cara, no pudo resistirse y acarició, con toda la delicadeza de la que era capaz, la mejilla que estaba a la vista.
Entonces, aquel cuerpo largo y pesado se agitó levemente y a Harry le pareció oír un gemido ahogado, casi imperceptible. Se puso de pie sobresaltado, con el corazón a punto de salírsele del pecho, sintió un escalofrío atroz atravesándole la espina dorsal. Se tiró de nuevo al suelo, como un rayo, y acercó su cara a la del hombre, desesperado por sentirlo respirar. Un aliento muy leve, entrecortado, casi frío, le rozó los labios. Snape respiraba, muy débilmente, pero respiraba.
Una alegría inexplicable hizo que se le saltaran las lágrimas. Tratando de controlar su voz, le susurró al hombre en el oído, llamándolo por su nombre, tratando de que respondiera, pero sólo consiguió un gemido aún más débil, pero que, indudablemente, era de dolor.
No sabía qué hacer. Su mente, que lo había estado torturando sin descanso hasta ese momento, se quedó en blanco. La varita le temblaba en la mano. No tenía ni idea de hechizos curativos. Recordó, en vano, el momento en el que el propio Snape cerraba las heridas del sectumsempra a Draco. Tenía que llamar a la señora Pomfrey y, a juzgar por el estado de Snape, tenía que ser rápido.
Salió en un par de zancadas de la Casa, pero cuando estaba ya agachándose para entrar en el túnel, se quedó helado. La enfermería estaría a rebosar, pero lo que se deslizó como una serpiente fría y acerada por su vientre fue la idea de dejar allí a Snape. Había declarado ante Voldemort y ante todos los que estaban en aquél momento en el Gran Comedor todo lo que había descubierto acerca de la verdadera lealtad de su antiguo profesor de pociones, pero no podía descartar que no se tropezara con alguien dispuesto a eliminar de la faz de la tierra al asesino de Dumbledore, eso si no se encontraban con algún mortífago rezagado en algún rincón de Hogwarts ávido de venganza y sin nada ya que perder. Se estremeció al darse cuenta de la imprudencia con la que había salido del castillo.
Se sentó en el suelo, la impotencia casi no le dejaba respirar. Sintió ardor en el estómago e instintivamente lo cubrió con sus manos. Definitivamente, no había digerido el maldito bocadillo de Kreacher. Y entonces, encontró la solución:
- “¡¡KREACHEEER!!”
Kreacher apareció de sopetón, por arte de magia, a su lado, en un instante:
- “¿Qué quiere el amo Harry que haga Kreacher?
- “Kreacher, tú puedes aparecer y desaparecer dentro de Hogwarts, ¿no?
- “Sí, amo Harry”.
- “Bien. Escucha. ¿Ves a ese hombre de ahí?. Es Severus Snape. Está gravemente herido, inconsciente, casi muerto. Tenemos que ayudarlo. ¿tú podrías llevarnos desde aquí a Grimmauld Place?
- “Kreacher puede llevar al amo Harry y a Snape a casa”.
Harry sintió un alivio tan grande que las rodillas le temblaban.
- “Entonces, vamos a casa, Kreacher, pero con cuidado, por favor, Snape está muy grave."
Y dicho esto, siguió a Kreacher hasta el lugar en el que yacía Snape. El elfo le cogió la mano con fuerza, luego, agarró a Snape por la mano que tenía ensangrentada y todo se volvió un revoltijo de formas y colores a gran velocidad.
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nota: (*). Cuando Dumbledore le pregunta a Snape, tras ver su Patronus, "¿Después de tanto tiempo?", Severus responde "después de tanto tiempo" en la versión en español. Sin embargo, en el original en inglés, la respuesta es "Siempre" (Always).
Capítulo 2