La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Retazos de vida. Epílogo

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alisevv

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MensajeTema: Retazos de vida. Epílogo   Retazos de vida. Epílogo I_icon_minitimeMiér Ene 19, 2011 8:21 pm

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—¡Desgraciado! —gritó Frank desaforado, luciendo como si en cualquier momento fuera a saltar al campo de juego y maldecir al bateador de la Universidad de Belgrado.

—¡Frank! —le amonestó Severus, frunciendo el ceño.

—¿Es que acaso no viste? —preguntó el gemelo, exaltado—. Ese imbécil casi tumba a Sophia de la escoba.

Sophia Longbottom era una joven alta y esbelta, de pelo color miel y ojos pardos. Cuando había llegado al orfanato, quince años atrás, era una niña tímida y algo torpe, con una actitud tan parecida a la de Neville cuando llegó a Hogwarts, que éste y Ginny quedaron inmediatamente enamorados de la pequeña.

Neville y Ginny habían tenido dos hijos, Arthur y Brian, pero aunque habían anhelado una niña, no había podido ser, y aquel angelito desvalido parecía la respuesta a sus plegarias. Después de contar con la bendición de sus hijos, que a la sazón ya estaban graduados y vivían aparte, habían empezado todos los trámites para la adopción de la niña.

Por supuesto, lo habían logrado sin dificultad. Un domingo al atardecer llevaron a Sophia para presentarla a toda su familia. La niña y Eli simpatizaron de inmediato y en poco tiempo se convirtieron, más que en primas, en grandes amigas. Una amistad que había perdurado durante su infancia y su adolescencia en Hogwarts. Incluso siguió al salir, cuando ambas decidieron ir a la misma universidad y estudiar para profesoras, con la esperanza de lograr algún día un puesto entre el personal docente de Hogwarts.

Por supuesto, también eran grandes compinches y siempre estaban tapándose las diabluras una a la otra. Algo que molestaba marcadamente a sus respectivos padres.

—Sí, ya lo vi —replicó Severus—. Cómo también vi el codazo que Sophia le dio al pasar junto a él.

—¿Pero tú de parte de quién estás? —preguntó Mark, mosqueado. Los adultos no pudieron evitar echarse a reír mientras Severus aumentaba la arruga de su ceño.

—De parte de la verdad, jovencito —replicó con seriedad—. Como siempre.

—Déjenlo, es inútil —les aconsejó Ron—. Jamás podrá entender ‘el sutil arte’ de jugar Quidditch.

La posible respuesta de Severus se vio cortada por un ‘Oh’ de expectación que surgió de todas las gradas. Fijaron la vista en el campo una vez más y vieron como Eli y el buscador de Belgrado se elevaban a toda velocidad, persiguiendo la esquiva pelotita alada. Un par de minutos y dos giros suicidas más, y un rugido de victoria brotó de todos los partidarios de la Universidad Mágica de Oxford. Elizabeth Snape Potter acababa de atrapar la snitch.

Mientras su familia saltaba de alegría en las gradas, Eli y Sophia celebraban con el resto del equipo y su entrenador, un joven mago al que Eli abrazaba con demasiado entusiasmo según opinión de Severus. Luego de un rato, voltearon a las gradas, sonrieron, y volaron hacia su gente.

—Papá, papi —saludó Eli mientras besaba a sus padres—. ¡Qué lindo que pudieron venir!

—Estupendo juego —felicitó Harry, que luego de soltar a su hija, estaba abrazando a Sophia—. Lo hicieron muy bien.

—Como unas profesionales —aseveró Ron.

—Estuvieron estupendas, tías —exclamaron los entusiasmados gemelos, casi al unísono.

—Maravillosas —ratificó Remus.

Cuando los ánimos se hubieron calmado, Severus llamó a su hija, que en esos momentos estaba discutiendo una jugada con Draco y Bill.

—¿Si, papá? —Eli le observó preocupada, al notar el ceño fruncido del patriarca Snape.

—¿Se puede saber quién es ese sujeto y qué se trae contigo? —indagó, señalando con la mirada al ‘sujeto’ que había saludado con tanto entusiasmo a su hija y que en ese momento estaba parado en la entrada de los vestuarios, observándoles.

—Severus —le regañó Harry.

—¿Qué pasa? —replicó el otro sin inmutarse—. ¿Acaso no puedo averiguar a quien abraza mi hija tan efusivamente?

—Ay, papá, no seas celoso, es el entrenador.

—¿Y se supone que porque sea el entrenador no debo preocuparme?

—Sev, estás apenando a Eli —musitó Harry a su lado.

—No te preocupes, papi, que ya conozco a papá —dijo la joven con cariño—. Y tú, tranquilízate, prometo que te lo presentaré en la fiesta de Navidad —Eli besó a Severus y girándose hacia Harry le besó también—. Ahora debemos irnos, nos están esperando para celebrar.

—Pero… —gruñó Severus, mientras miraba asombrado como Eli empezaba a alejarse—. Pero…

—Le llevaré en Navidad para que le den el visto bueno —gritó, antes de alejarse rumbo a los vestuarios—. Voy a una fiesta, no me esperen despiertos

—Demonios, me dejó con la palabra en la boca —volvió a gruñir Severus.

—Amigo, yo más bien creo que te dejó sin palabras —se burló Remus, y ante la hilaridad general, empezaron a abandonar las gradas.



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A mediados del otoño, el bosque donde se enclavaba la casa de reposo de Cornuales en que habitaba Charlotte Zabini era un lugar pletórico de colorido. Con tonos ocres, amarillos, marrones, las hojas de los árboles comenzaban su despedida rumbo al invierno, cubriendo el suelo de una gruesa capa de hojarasca que al pisar se quebraba con un crujido francamente relajante. La fresca brisa de la tarde era templada por los tibios rayos del sol, y la fragancia de las flores silvestres inundaba el ambiente.

Disfrutando esa atmósfera increíble, cuatro elegantes figuras subían por el serpenteante camino de piedra que conducía hacia la hermosa casa blanca, con sus ventanales y el techo de madera. Mientras atravesaban la cancela de entrada, la única mujer del grupo comenzó a protestar.

—En serio, aún no puedo creer que se adelantaran y le contaran a Draco.

—Ya deja de retar a los abuelos, mamá —la tranquilizó el muchacho—. Estaba escrito en el diario y consideraron adecuado contármelo.

—Pero yo quería decírtelo —se volvió a quejar.

Detrás de ellos, Harry y Severus caminaban tomados de la mano, sonriendo con complicidad. Conocían a su hija, ya se cansaría de protestar.

—Buenas tardes —les saludó una sonriente joven sentada en la recepción, mirando apreciativamente a Draco.

—Buenas —contestó Draco, algo incómodo, mientras el resto sonreían divertidos.

—¿Cómo está, Doris? —preguntó Harry, cortésmente—. ¿Cómo se encuentra la señora Zabini hoy?

—Muy bien, doctor Snape —contestó la chica, apartando sus ojos de Draco y fijándolos en Harry, para gran alivio del muchacho—. En estos momentos está en el jardincito trasero, esperándoles.

Con una sonrisa, se despidieron de la muchacha y se encaminaron hacia la parte de atrás de la casa, saliendo a través de unas dobles puertas de cristal.

Siguieron un camino similar al que les había llevado hasta allí y pronto distinguieron a la anciana, cómodamente sentada bajo la sombra de un gran roble, su sitio favorito.

—Hola, abuela —saludó Esperanza al llegar a su lado, inclinándose y besando la arrugada mejilla. La mujer de pelo blanco elevó el rostro hacia ella, sonriendo cálidamente.

—Esperanza —musitó, elevando una mano y acariciando su rostro, antes de fijar sus ojos en sus acompañantes—. Severus, Harry —la sonrisa se congeló en su rostro mientras miraba asustada al más joven del grupo—. ¿Draco?

Los adultos la miraron, asombrados. Con el paso de los años y las continuas visitas, la anciana dama había aprendido a admitirles en su presente, incluso había aceptado que Esperanza era su nieta, pero ni una sola vez en todo ese tiempo había dado muestras de recordar el pasado. Y ahora, claramente estaba asociando al joven rubio con quien en vida fuera la pareja de su hijo.

—Charlotte —habló Severus, reaccionando y sentándose a su lado, al tiempo que hacía señas al joven para que se acercara—. Sí, se llama Draco, y es tu bisnieto —el joven se agachó frente a ella con el rostro serio, mirándola emocionado.

—¿Mi bisnieto? —la anciana extendió su arrugada mano y acarició suavemente la mejilla de Draco.

—Sí, el hijo de Esperanza, nieto de Draco y Blaise.

—Mi bisnieto —repitió la mujer, abrazando al joven mientras sus cansados ojos se llenaban de lágrimas—. Mi bisnieto.



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—Es increíble que, después de tantos años, haya podido recordar a Draco —comentó Harry, mientras desandaban el camino hacia la casa, después de haberse despedido de Charlotte.

—Sí, casi parece un milagro —musitó Esperanza.

Cuando casi llegaban a la puerta encristalada, vieron que por ella salía una elegante mujer. Su porte altivo contrastaba notoriamente con la tristeza que parecía anidar en su mirada. Cuando llegó a la altura de ellos, se les quedó mirando fijamente.

—¿Profesor Snape? ¿Harry?

Sorprendidos, ambos observaron atentamente a la dama que parecía conocerlos. Al fin, Severus musitó, extrañado.

—¿Patricia? —la bruja sonrió, asintiendo—. ¡Merlín, pensamos que no íbamos a volverte a ver!

—Lo lamento tanto —lucía realmente avergonzada—. Sé que mi madre era mi responsabilidad y yo huí como desquiciada, dejándola abandonada en San Mungo. No sé qué me pasó, pero todo lo de… mi padre, me superó. Lo único que podía pensar era en correr y esconderme donde nadie pudiera encontrarme —repitió una excusa que ya había expresado en algunas de sus antiguas cartas a ellos.

—No te preocupes, te entendemos, siempre lo hicimos —musitó Harry, tomando su mano, mientras sacaba un pañuelo y secaba las lágrimas que empezaban a deslizarse por el rostro de la mujer—. Tuviste que soportar demasiado: la muerte de Blaise, la locura de de Charlotte —mientras hablaba la conducía a un banco cercano, sentándose con ella—, y todo lo de tu padre.

—Tenías sólo dieciséis años —agregó Severus—, es lógico que reaccionaras así.

—Pero estuvo mal —Patricia Zabini seguía llorando suavemente—. Abandoné a mi madre y sólo supe de ella por lo que ustedes me contaban en las cartas, y al final hasta eso lo suspendí. Si no hubiera sido por ustedes, ¿qué habría sido de ella? Estuvo mal.

—Estoy seguro que si no hubiéramos estado aquí, tú te hubieras encargado de Charlotte —musitó Severus.

—Pero no era su obligación sino la mía, y…

—Bueno, pero ya todo pasó —la cortó Harry, sonriendo—. Y es una inmensa alegría volverte a ver.

—Para mí también —les miró con agradecimiento y luego fijó la vista en Draco y Esperanza, quienes esperaban parados a una prudente distancia—. ¿Draco?

Harry amplió su sonrisa.

—Patricia, déjame presentarte —dijo, mientras les hacia una seña para que se acercaran—. Esperanza es tu sobrina, la hija de Draco y Blaise, y Draco —señaló al joven que les miraba con el rostro serio —vendría siendo tu sobrino-nieto.

La mujer se levantó con cierta dificultad y se quedó mirándoles fijamente, antes de abrazarles a un tiempo.

—Oh, por Merlín, que alegría —después de unos momentos, se separó y les observó con ojos brillantes—. No te veía desde que eras una bebé recién nacida —musitó, acariciando el rostro de Esperanza—, te has convertido en una hermosa mujer; y tú —agregó sin transición, mirando a Draco —eres tan parecido a tu abuelo, como dos gotas de agua. ¡Dios! —exclamó, empezando a llorar nuevamente—. Perdónenme por haberme mantenido tan alejada de ustedes.

—No hay nada que perdonar, nosotros te comprendemos —la consoló Esperanza, abrazándola de nuevo con una gran sonrisa—. Bienvenida a casa, tía Patricia.

—¿Ya viste a Charlotte? —preguntó Severus, cuando las mujeres se hubieron serenado.

—La vi ayer —contestó la mujer sentándose nuevamente, sus temblorosas piernas apenas la sostenían—. No me reconoció —el tono de su voz destilaba tristeza—. No que yo estuviera pensando que lo haría, pero verla así me trajo recuerdos demasiado tristes.

—A su modo, ella es feliz —le aseguró Severus.

—Lo sé.

—¿Y cuanto tiempo te vas a quedar en Inglaterra? —preguntó Harry.

—Hoy mismo regreso a los Estados Unidos, tengo que grabar el programa —contestó, mucho más calmada—. Pero voy a seguir viniendo a ver a mamá con frecuencia.

—Y al resto de la familia, espero —pidió el anciano de ojos verdes.

—También —la mujer les sonrió a todos dulcemente—. Ahora que he recuperado la familia que me queda no pienso perderla.

—Podrías venir a la fiesta de Navidad en la mansión de Escocia —propuso Draco.

—Cierto, y traer contigo a tu familia de América, nos encantaría conocerles —agregó Esperanza—. Y que tú conocieras a los de aquí, que somos muchos.

—Y muy pintorescos —terminó Severus, burlón.

Cuando las risas provocadas por su comentario cesaron, Severus volvió a hablar.

>>Pero la idea de que nos acompañen por Navidad me parece excelente. Y no sólo en la fiesta, nos encantaría tenerlos de huéspedes unos días —al ver que la bruja sonreía y asentía en señal de aceptación, agregó burlón—: Claro, si grabar ‘Kasandra predice su futuro’ no te lo impide.

—No, prometo que allí estaremos —de repente, su sonrisa fue suplida por un fruncimiento de ceño, como si acabara de recordar algo—. ¿Saben a quién vi hace unos meses? —al ver que todos la miraban intrigados, esperando que continuara, agregó—: a Lucius Malfoy.

—¿Está vivo? —preguntó Esperanza, asombrada.

—Sí.

—Pensábamos que había muerto hace años —comentó Harry, bastante extrañado también—. ¿Dónde le viste?

—Llegó a una casa de ayuda a desamparados con la que colaboro hace años —explicó la mujer—. Es un indigente.

—¿Lucius Malfoy un indigente? —repitió Harry, atónito—. No lo puedo creer.

—Hay personas que llevan la semilla de su propia destrucción —declaró Severus, impasible.

Después de un rato, Draco, cuya contrariedad sólo se manifestaba en el ceño ligeramente fruncido, preguntó por fin:

—¿Todavía sigue viviendo en la casa de ayuda? —al ver que Patricia asentía, se giró hacia su madre y abuelos—. Quisiera ayudarle.

Harry y Severus le miraron en silencio, pensando que esa era una decisión que debían tomar Esperanza y Draco exclusivamente.

—¿Ayudarle? —Esperanza se le quedó observando, extrañada.

—Sí —Draco miró a su madre, decidido—. Mira, mamá, sé que Lucius Malfoy no fue un hombre bueno, que le hizo mucho daño al abuelo. Pero por lo que tú y los abuelos me contaron de Draco Malfoy, sé que si viviera ayudaría a su padre en este predicamento. Como él no puede, yo quiero hacerlo en su lugar.

Sus abuelos le miraron con el orgullo brillando en sus pupilas.

—Sí lo hubiera ayudado, tenlo por seguro —habló Severus por fin—. Tus sentimientos te honran, hijo. Y sé que desde donde esté, Draco te lo va a agradecer con todo el corazón.



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La noche del homenaje a Nathan y Evan, el Maggio Musicale Florentino resplandecía, tal parecía que hubiera sido remozado expresamente para la ocasión.

Toda la familia en pleno, vestida con sus mejores galas muggles, estaba repartida en los palcos del teatro. En el palco principal se encontraban Severus y Harry, acompañados por Remus, Bill, Ron, Pietro y su esposa y la nana Giussepinna, mirando embobados hacia el escenario.

El espectáculo había sido grandioso y muy emocionante. Luego de que el anfitrión hablara de la amplia trayectoria musical de los homenajeados, para asombro de ambos, cada una de las orquestas invitadas había tocado para el público presente. En la segunda parte del acto, los Directores de las orquestas invitadas habían dirigido a la orquesta de Nathan en algunas piezas cortas. Por último, una selección de músicos de las diferentes orquestas, con Evan al piano y Nathan con la batuta, estaban interpretando el concierto para piano y orquesta Nº 2 de Rachmaninov.

Harry, entrelazando sus finos dedos con los de su pareja, se inclinó hacia Severus y musitó muy suavemente:

—Lo hicimos bien, ¿cierto? —al tiempo que lo decía, observaba como Nathan, batuta en alto, guiaba a los músicos en unas notas particularmente vibrantes, lamentando el hechizo de glamur que su hijo se había lanzado; le encantaba ver a Nathan dirigir con su panzota.

—Muy bien —contestó Severus—. Aunque debo admitir que hubo momentos en que tuve mis serios temores de que se convirtiera en un delincuente juvenil.

—Exagerado —rió Harry, sus ojos ahora fijos en Evan—. Y también hay que reconocer que Evan ayudó mucho a controlarle.

—Se ayudaron mutuamente —Severus empezó a acariciar la muñeca de su esposo—. Evan apaciguó el espíritu aventurero de Nathan y nuestro hijo le ayudó a adquirir seguridad en sí mismo.

—Van a estar bien, ¿verdad? —preguntó Harry, su alma paternal todavía preocupada por su pequeño.

—Muy bien —Severus se inclinó y beso suavemente su sien—. Nuestros hijos ya crecieron, amor, ya son capaces de volar solos.

—Tal vez —el más joven se giró y sonrió a su esposo—. Pero nunca dejarán de ser nuestros niños, ¿cierto?

—Cierto —respondió el otro, antes de besarlo suavemente. Momentos después, ambas miradas estaban nuevamente fijas en el escenario, inundadas de amor.


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Como todos los años, el veinticuatro de Diciembre los terrenos que rodeaban la mansión Snape-Potter en Escocia amanecieron espectaculares. Los chupones de hielo colgaban de las ramas de los árboles refulgiendo como si de innumerables diamantes se tratara. El lago estaba completamente helado y su pulida superficie parecía un espejo, y una gruesa capa de nieve cubría todo el terreno.

La residencia estaba hermosamente decorada, con ramas de abetos en los pasamanos y las chimeneas, ramas de muérdago colgando de los techos, tapetes, alfombras y adornos con motivos navideños desperdigados aquí y allá, y un enorme árbol que ocupaba una buena parte del salón central.

El exterior no se quedaba atrás. Habían puesto cientos de luces de adorno a lo largo de los aleros de la casa y en las ventanas y, no conformes con el enorme muñeco de nieve que adornaba la entrada, usando alambre y cartón como base, también habían hecho de nieve un trineo con sus ciervos.

Muy temprano esa mañana, la tropa en pleno había desayunado chocolate o café caliente, acompañado de unas deliciosas pastas en cuya elaboración habían participado todas las mujeres de la familia, hasta las más jóvenes, hábilmente dirigidas por Molly Weasley, a quien a pesar de sus años aún sobraba energía para regalar.

Luego del desayuno habían corrido al exterior a enfrentarse en una guerra de nieve, actividad habitual cuando se encontraba toda la familia en las fechas navideñas. Cuando terminó, con un razonable empate, los más jóvenes se fueron al lago a patinar, y los mayores acudieron a la casa y empezaron a preparar todo para la reunión de esa noche.

A las ocho, todos estaban perfectamente vestidos, disfrutando de la fiesta y esperando a los que faltaban.



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—Al fin llegan —exclamó Remus, mirando a Vincent y Andrea que entraban es ese momento—. Pensábamos que este año tampoco iban a poder venir.

—Y ni les cuento la pataleta que hubiera montado Severus si no vienen —agregó Bill—. Perdí la cuenta de las veces que nos preguntó si estábamos seguros que hoy iban a asistir; ni vean la cara que puso cuando vio que enviaban los regalos por adelantado —luego se giró hacia Andrea, quién terminaba de saludar Remus—. Y tú, preciosa, ¿cómo estás?

—Bien, papá Bill —sonrió la chica. Luego de los saludos, Vincent empezó una disculpa

—Siento la tardanza, de verdad. No pude escaparme de la reunión hasta hace una hora.

—Y claro, supongo que salvar al mundo mágico es más importante que pasar Navidad con tu gente, ¿no? —se escuchó la voz áspera de Severus.

—No, y por eso estoy aquí, gruñón —sonrió y le dio un enorme abrazo a su padrino—. Imagina que nos habían invitado a pasar la noche en Paris.

Severus frunció aún más el ceño y Vincent se echó a reír.

>>¿Y tú cómo estás, jovencita? —preguntó el anfitrión, dando un beso a Andrea—. ¿Todavía no desistes de la idea de casarte con este demente?

La chica se echó a reír antes de contestar.

>>Todavía no, tío Severus —contestó feliz, mientras se abrazaba a Vincent.

—Ya está todo listo para el veintinueve, así que empieza a desempolvar tu túnica de gran gala —agregó Vincent.

—Habían pensado casarse el fin de año —comentó Remus—, pero después lo pensaron mejor.

—Sí —declaró el hombre más joven—. Ni una vez casado podría ver esa fecha como mi aniversario de boda. Siempre será el aniversario de ustedes dos.

—Bueno, al menos espero que no te retrases el día de tu boda —señaló Severus, burlón.

—No lo olvidará —aseguró Andrea—. Pienso lanzarle un hechizo para asegurarme de eso.

Mientras los mayores estallaban en carcajadas, se escuchó la preocupada voz de Vincent preguntar:

—¿Un hechizo? ¿Qué clase de hechizo?



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—Tía Patricia, que bueno que pudiste venir —saludó Esperanza, dando un abrazo a la hermana de su padre.

—No me lo hubiera perdido por nada —dijo la aludida, con una amplia sonrisa, antes de señalar a uno de sus acompañantes—. Te presento a mi esposo, Lucas, y a su hermano Joseph.

—Espero que no le parezca imprudente mi visita —se excusó Joseph mientras la saludaba—. No deseaba molestar, pero Patricia me convenció de que les acompañara.

—No es molestia en absoluto —le tranquilizó Esperanza, antes de fijar su atención nuevamente en Patricia—. ¿Y tus hijos?

—Les fue imposible venir —les disculpó la bruja.

—Inconvenientes de su trabajo —explicó Lucas, sonriendo—. A los dos les tocó guardia está noche— al ver que Esperanza le miraba, intrigada, aclaró—: Arnold es medimago y Kenny es oficial de bomberos en el mundo muggle.

En ese momento, Esperanza vio como Richard y Pansy pasaban cerca de ellos, conversando de algo que parecía ser muy divertido, y les llamó.

—Quiero presentarles a una gran amiga, Pansy Parkinson —la tía Pansy para todos— y a mi esposo, Richard —señaló a los recién llegados—. Patricia Zabini, su esposo y su cuñado.

—¿Patricia Zabini? —repitió Pansy, impactada—. ¿La hermana de Blaise?

—Sí.

—Era uno de mis mejores amigos —musitó Pansy, antes de poner una mirada preocupada—. Yo fui quien les dije a Harry y Severus que tu padre tenía a Esperanza.

—No te sientas mal por eso —habló Patricia, entendiendo lo que sentía Pansy—. Las cosas pasaron como tenían que pasar, como mi hermano hubiera querido que pasaran, yo te agradezco en su nombre —tomó un momento de respiro antes de continuar—: Blaise me habló de ti muchas veces, te quería mucho, y yo espero que podamos ser amigas —pidió Patricia con una sonrisa.

—Si de mi cuenta, ya lo somos —Pansy sonrió.

—¿Y también aceptaría ser mi amiga? —preguntó Joseph, sonriéndole.

—Por supuesto —contestó, con una discreta sonrisa y un ligero rubor.

—¿Entonces, qué le parece si para empezar esta amistad me muestra esta hermosa casa? —propuso, ofreciéndole el brazo con galantería.

Pansy dudó unos segundos, pero al final sonrió.

—Me encantaría —aceptó, sosteniéndose en el brazo que le ofrecían—. Nos acompañan.

—Mejor vayan ustedes dos, yo quiero hablar unas cosas antes con Patricia, luego les alcanzamos —se excusó Esperanza.

Con una nueva sonrisa, la pareja dio media vuelta y se alejó.

—¿Acaba de pasar lo que yo creo que acaba de pasar? —preguntó Richard, atónito.

—Creo que sí, querido —contestó Esperanza, riendo—. Creo que sí.



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—No puedo creer que hayas traído esta música — se quejaba Frank, revisando los CD mágicos que había traído Sophia.

—¿Qué tienen de malo las brujas de Macbeth? —protestó la chica mirando a sus sobrinos.

—Que ya están anticuadas, tía —explicó Mark, como si hablara con una niña pequeña—. Ahora están de moda Los Brujos Disléxicos del Pantano.

—Pues no entiendo cómo puede ser bueno un grupo que se denominan a sí mismos de esa manera y cantan cosas como ‘detente para sacarte el hígado’

—¿Por qué discuten? —preguntó Draco, que en ese momento se acercaba acompañado de Nicole.

—Mira lo que trajo tía Sophia —explicó Frank—. No debimos confiar en una tía para conseguir la música, aunque tenga veinte años.

—Pues yo no lo veo mal —comentó Nicole, revisando los discos.

—¿Tú también? —se lamentó Mark, antes de mirar a un lado—. Ahí llega tío Sergio, espero que al menos él si nos haya traído bromas efectivas.

Un atractivo hombre pelirrojo, de unos cuarenta años, se acercaba sonriente.

—Tío Sergio, ¿lo conseguiste? —preguntó Mark en cuanto llegó hasta ellos.

—¿Cuándo les he fallado? —preguntó el hombre, lanzándoles un abultado paquete, que los gemelos revisaron al instante.

—Genial, tío —exclamó con una amplia sonrisa.

—¿Qué es? —pregunto Nicole, curiosa.

—Sólo una o dos bromitas, ya lo verás —contestó Frank con una sonrisa malvada.

—La verdad, Sergio, no sé cómo auspicias las bromas de este par de locos —le retó Sophia.

—Los genes, primita —contestó el hombre con una traviesa sonrisa que recordaba a la de los gemelos Weasley en sus mejores épocas y mirando a sus sobrinos con orgullo—. Que alguien en esta familia debe seguir las viejas tradiciones, digo yo.



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—¿Así que ese sujeto se atrevió a aparecerse? —gruñó Severus, mientras observaba con mirada de águila como el mismo joven alto y atractivo del juego de Quidditch saludaba a su hija con un beso.

—Severus, no seas exagerado —rió Harry, mientras preparaban una ponchera de su cóctel estrella en una esquina del bar. Al ver que se estaban acercando a ellos, agregó antes de sonreír como bienvenida a los jóvenes—. Va a presentárnoslo, así que compórtate.

—Papi, papá —saludó Eli en cuanto llegaron a su lado—, quiero que conozcan a mi entrenador de Quidditch, Edward Norton.

Edward Norton era un joven de unos veinticuatro o veinticinco años, alto y delgado, de cabello rubio y ojos pardos, y una sonrisa realmente contagiosa.

—Encantado de conocerles, señores Snape —saludó, tendiendo su mano franca—. Eli me ha hablado mucho de ustedes.

—Es un placer conocerte —Harry le estrechó la mano con una sonrisa.

Severus le miró de arriba abajo por unos momentos antes de extender el brazo y estrechar su mano.

—Buenas noches, señor Norton —saludó con cortesía, pero siguió con su gesto adusto—. ¿Y qué otra cosa hace además de ser entrenador de Quidditch? —le preguntó sin miramientos, apelando a su antigua arrogancia irónica.

—Papá —se quejó Eli, mientras Harry apenas podía contener la risa, era divertido ver en acción al viejo Sev de vez en cuando. Claro, siempre y cuando él no fuera el objetivo de sus dardos.

—No te preocupes, Eli, tus padres tienen todo el derecho de saber quiénes son las amistades de su hija —la tranquilizó Edward.

—Qué bueno que lo entienda —replicó Severus, en el mismo tono de antes.

—Soy estudiante del último año de Economía y Comercio Internacional —explicó el joven—. El trabajo de entrenador de Quidditch lo acepté para poder costear mis estudios.

Aunque Severus no lo confesaría ni muerto, le gustaba la actitud de ese joven. Era firme y seguro, y trabajaba para poder costear sus estudios, respetaba a la gente así.

—¿Y ya tiene pensado qué hacer cuando se gradúe? —Severus continuó el interrogatorio, ignorando el ceño fruncido de su hija. El muchacho se limitó a sonreír, algo inseguro.

—De hecho, he estado en conversaciones con la gente de Gringotts —explicó con una tranquilidad que distaba mucho de sentir—. Al parecer, sus negocios están cada vez mejor y quieren expandirse, aceptando nuevos campos de inversión. Van a necesitar mucha gente nueva en los próximos años y creo que tengo posibilidad de conseguir algo bueno con ellos, al menos para empezar.

—¿Y cuándo cre…? —Severus se interrumpió cuando Harry le tomó por el brazo y susurró algo a su oído; luego continuó, mirando nuevamente a Edward—. Mi esposo me dice que si en algo precio mi vida —lanzó una breve mirada a Eli, a quien estaba a punto de salirle humo por los oídos de lo furiosa que estaba— es mejor que no siga con este interrogatorio —de repente, su expresión cambió y una amplia sonrisa suavizó sus duros rasgos—. Así que te invito a unirte a la fiesta y divertirte. Bienvenido a nuestra casa.

El joven suspiró aliviado y sonrió. Antes de alejarse con Elizabeth, le detuvo nuevamente la voz de Severus.

—Eso sí —aunque su tono era de advertencia, seguía sonriendo—, mucho cuidado como tratas a Eli o te la verás conmigo.

—Se lo prometo, señor —y con una discreta sonrisa de Edward y una cara de ‘esta vez te pasaste’ de Eli, ambos jóvenes se despidieron y caminaron hacia la pista de baile.



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—Wow, ¡¿así que ese es el nuevo estadium?! —exclamó Evan encantado, mientras observaba la imagen tridimensional del nuevo campo de los Chudley Cannons que Adam acababa de desplegar.

—¿Verdad que está precioso? —preguntó Ron, orgulloso.

—Increíble —dijo Nathan con sinceridad, mientras frotaba su estómago de casi nueve meses de embarazo—. Pero debe costar una fortuna hacer esa remodelación.

—Sí, ya papá Severus se encargó de hacérnoslo notar —comentó Adam, riendo.

—Les creo —se rió Nathan, que sabía cuánto le encantaba a su padre molestar, especialmente a su viejo amigo pelirrojo.

—Amor, veo que te estás frotando mucho el estómago —musitó Evan, mirando a Nathan—. ¿Acaso te sientes mal?

—No, no te preocupes —desestimó Nathan con un gesto de la mano—, es sólo que tu hijo ha estado extremadamente activo hoy. Mejor voy a sentarme un rato con la abuela Giussepinna a ver si se tranquiliza.

—Te acompaño —se ofreció Evan de inmediato, mientras le abrazaba—. ¿Nos disculpan?

—Por supuesto —contestó Ron con una sonrisa.

—¿Estás seguro que te sientes bien? —preguntó Adam, mirándole inquieto.

—Sí, no te preocupes, en cuanto descanse un rato se me pasa.

Mientras Nathan y Evan se alejaban lentamente, una hermosa mujer de cabello castaño y modales de reina se acercó con un pequeño en los brazos. En cuanto vio a Ron, el pequeño le lanzó los bracitos, sonriendo.

—Vaya, cuando está tío Ron, Peter me ignora olímpicamente —se quejó Adam lastimeramente.

—No seas exagerado —se rió el hombre pelirrojo—. Lo que pasa es que hace días que Peter y yo no nos vemos y nos extrañábamos, ¿verdad, mi pequeño? —mientras hablaba, hacía cosquillas al niño, que se retorcía de la risa—. ¿Cómo estás, Renee? —preguntó, dándole un beso.

—Muy bien, tío Ron —contestó la mujer, sonriendo—. Y es cierto que tienes días que no ves a tu sobrino, que últimamente te vendes muy caro.

—Aceptó mis culpas, pero prometo que la próxima semana voy a ir a visitarles y a jugar toda la tarde con este pequeño diablillo.

—Por cierto —Renee miró a su marido, intrigada—. ¿Sabes dónde están tus padres? Quería preguntarle a papá Harry sobre un sarpullido que tiene Peter pero no le encuentro por ninguna parte.

—Pues no, hace rato que no les veo —comentó Adam.

—Ni yo —agregó Ron.



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—Sev, deben estar preguntándose dónde demonios nos hemos metido —comentó Harry, su cuerpo desnudo retorciéndose bajo las sabias caricias de su pareja.

—Que pregunten —musitó Severus sobre su boca, mientras una mano jugueteaba con uno de sus pezones—, así tendrán en que entretenerse por un rato.

—Imaginas que manden una comisión a buscarnos —Harry acariciaba sensualmente la nuca del hombre, mientras sus lenguas luchaban por la dominación total.

—Sería muy divertido —ya la mano acariciaba suavemente el ombligo, mientras Severus mordisqueaba el cuello de Harry—. ¿Imaginas la cara que pondrían los gemelos? Las escenas escabrosas vistas de primera mano —las risas de ambos murieron en sus bocas ardientes—. Pero dado que debemos conservar nuestra respetabilidad —la mano de Severus había llegado a la dureza de su esposo y la acariciaba suavemente, mientras la boca iniciaba también un camino descendente—, lancé un hechizo en la puerta. No van a poder abrirla… ni oírnos, así que puedes jadear tan alto como quieras.

Como respondiendo a la propuesta, Harry empezó a jadear sonoramente, mientras acariciaba, besaba y mordía cualquier resquicio de piel que se encontraba a su paso. Cuando Severus convocó el lubricante y comenzó a prepararle, musitó con una súplica agónica:
—No te demores mucho por allí, hoy no creo poder aguantar demasiado.

Severus rió roncamente.

—Bueno, dado que tenemos la casa llena de visitas, por esta vez te voy a complacer —sacó los tres dedos que estaban distendiendo la abertura de su pareja y se colocó entre sus piernas—. Pero la próxima vez, vamos a tomar mi poción y lo vamos a hacer lento y prolongado.

—Y repetido —agregó Harry.

Con otra risa ronca, Severus empujó, deslizándose con facilidad en el interior de su esposo.

—Y repetido —convino, mientras empezaba a embestir.

A medida que las embestidas aumentaban en velocidad y fuerza, los jadeos de ambos hombres se hacían cada vez más fuertes hasta que al final, con un gritó agónico, Severus terminó en el cálido interior de su pareja y Harry se derramó entre los dos.

Cuando al fin lograron recuperar la respiración, exhaustos, Harry hizo un mohín y preguntó:

—¿Y de dónde sacamos ánimos ahora para bajar a la fiesta?



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—Mami, ¿por qué no podemos abrir los regalos todavía? —se quejaba Megan, sentada frente al árbol de navidad, los ojos brillantes de anticipación al ver tantos paquetes de hermoso colorido.

—Sabes que a los abuelos les gusta repartirlos en la mañana de Navidad —decía Esperanza con una sonrisa—. Ya sólo falta una noche.

—Pero los abuelos siempre me dejan abrir un regalo el día anterior —le recordó la niña—. ¿Me dejas?

—¿Por qué no le preguntas a ellos? —sugirió su madre.

—No sé dónde están —se quejó la pequeña, desconsolada.

—¿Y por qué no les buscas? Quizás tío Remus o tío Bill sepan dónde están.

Cuando la niña partió corriendo, Esperanza se quedó un buen rato reflexionando. Ahora que lo pensaba, hacía rato que no les veía.

—¿Por qué tan seria, mi amor? —preguntó Richard, llegando a su lado y dándole un ligero beso en los labios.

—Son mis padres, hace mucho rato que no les veo. ¿Tienes idea de dónde están? ¿Se habrán sentido mal?

—Lo mismo me preguntó Adam hace un momento —Richard rió entre dientes—. Y te diré lo mismo que a él, creo que en este momento están probando pociones —al ver que su esposa no entendía, agregó—: Me refiero a cierta poción que acaba de terminar de desarrollar tu padre.

Esperanza se le quedó mirando un momento mientras internalizaba lo que Richard estaba queriendo insinuar. Cuando al fin lo hizo, enrojeció fuertemente.

—¿De qué hablas, bobo? —le retó, medio divertida, medio cohibida—. No es posible que se hayan ido a… a eso, con toda la familia aquí abajo.

Richard soltó una sonora carcajada.

—Vaya que Adam y tú son mojigatos —se rió.

Cuando Esperanza estaba a punto de replicarle, Severus y Harry regresaron al salón, con el cabello mojado y una gran sonrisa satisfecha.

>>¿Qué te dije? —rió Richard al oído de su mujer.

—No lo puedo creer —balbuceó Esperanza, pero antes que pudiera agregar algo más, Evan gritó a Richard desde el otro extremo del salón.

—Richard, ven pronto.

Notando el tono apremiante en la voz de su cuñado, Richard corrió hacia el lugar, seguido de cerca por Esperanza. Harry y Severus, quienes también lo habían notado, corrieron a su vez hacia allí.

Cuando Richard llegó al lugar, encontró a Nathan, quien se sostenía el estómago con el rostro crispado del dolor, mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Evan.

—¿Qué pasó? —preguntó Richard, al tiempo que Severus y Harry también llegaban apresuradamente.

—Creo que ya viene el bebé —contestó Evan—. Nathan llevaba mucho rato molesto, sobándose continuamente la barriga. Hace un momento, estábamos aquí hablando tranquilamente cuando pegó un grito y se dobló del dolor.

—Son contracciones —afirmó Nathan, que se estaba recuperando del agudo dolor.

—¿Estás seguro? —inquirió Richard.

—¿Qué pregunta es esa? —reclamó Severus, nervioso—. No ves que está torcido del dolor. Claro que es una contracción.

—Antes de salir corriendo hacia San Mungo, prefiero comprobar si está dilatando —Richard permaneció imperturbable ante el bufido que soltó Severus. Sólo miró a Evan y pidió—: Ayúdame a llevarlo a su habitación.



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En la pequeña sala de espera del área de maternidad del Hospital San Mungo ya no cabía ni un alfiler. La familia en pleno, niños incluidos, habían acompañado a Nathan y Evan al hospital, a esperar el nacimiento de su bebé. Ya habían pasado varias horas desde que llegaran y los más pequeños se habían quedado dormidos en brazos de sus padres.

Todos estaban sentados o echados donde podían, excepto Severus y Lisa, que con expresiones idénticas y el ceño fruncido, paseaban de un extremo a otro de la habitación. Al fin, Evan apareció por la puerta con un pequeño bulto en sus brazos y una inmensa sonrisa en su rostro. El último heredero de la familia acababa de nacer.



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Una vez más, los árboles centenarios del cementerio de Hogsmeade veían desfilar bajo sus ramas la larga comitiva que formaba la familia Snape-Potter-Weasley-Lupin y demases, y escuchaban sus alegres risas y suaves palabras.

—Realmente, tenemos que dejar de hacer esto —rió un Draco de veinticinco años, quien con un pequeño bulto en sus brazos, encabezaba la comitiva acompañado por una Nicole más madura y más hermosa, seguidos de cerca por los patriarcas de la familia Snape.

—Realmente, parecemos una feria —rió Nicole—, pero es hermoso tener una familia tan unida.

Draco salió del camino y se dirigió a las tumbas de sus abuelos. Se arrodilló frente a las pulidas lápidas y sonrió.

—Abuelo Draco, abuelo Blaise, aquí les traigo a su primer bisnieto para que le conozcan —musitó suavemente—. Nació hace un mes y se llama Daniel Alexander. Acabamos de bautizarle, y por eso quise traerlo a visitarles y hacerles una promesa. Voy a hablarle de ustedes, de la misma forma que mamá y los abuelos me hablaron a mí, y van a aprender a quererles tanto como les quiero yo —miró con cariño los nombres grabados en las lápidas antes de agregar—: Y perdonen por la comparsa —agregó, sonriendo y señalando a los que le acompañaban—. Estaban en la fiesta y no tuve corazón para dejarles en casa.

Mientras todos reían, Draco se levantó, y Severus y Harry se acercaron a las tumbas.

—Aquí estamos de nuevo, para que sepan que no les olvidamos —musitó Harry, limpiando las lápidas de un inexistente sucio—. Hermano —musitó, mirando el nombre de Draco—, aquí hay otro pequeño milagro que vive gracias a tu sacrificio —se quedó largo rato pensativo—. Todavía te extraño tanto. Pero no creas, ya falta menos para volvernos a ver. Y cuando eso ocurra, cuídate; no vas a volver a ver una snitch.

Con una sonrisa y un último pensamiento para el amigo ido, Harry y Severus se levantaron y emprendieron el regreso, dejando, como siempre, un pedacito de su corazón enterrado en ese lugar.





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Última edición por alisevv el Vie Feb 05, 2016 7:28 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Retazos de vida. Epílogo   Retazos de vida. Epílogo I_icon_minitimeJue Jun 12, 2014 4:39 pm

que hermosa historia sensei...>.< ahora a leer las otras... ^^
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MensajeTema: Re: Retazos de vida. Epílogo   Retazos de vida. Epílogo I_icon_minitimeVie Jun 13, 2014 7:44 pm

muy linda tu historia, el final estuvo genial, tal ves no es un diario pero aun así son los momentos mas importantes para Harry y su familia, me encanto
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MensajeTema: Re: Retazos de vida. Epílogo   Retazos de vida. Epílogo I_icon_minitime

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