Capítulo 2. Grimmauld Place.
Un instante antes de aparecerse en la casa, Harry imaginó el cuerpo de Snape impactando sobre el duro suelo de la cocina de Grimmauld Place, así que se quedó estupefacto al llegar y ver cómo Kreacher hacía flotar al profesor suavemente en medio del vestíbulo.
Antes de que hubieran dado un paso, los recibió el susurro de Ojoloco ¿Severus Snape?, las trampas aún estaban activas en la casa. En cuanto se le desenrolló la lengua, mientras el espectro de Dumbledore salía amenazante del fondo del pasillo, exclamó con todas sus fuerzas:
-“¡Yo no te maté!”.
Y la figura fantasmal explotó en una nube de polvo. La presencia de un Snape inconsciente no había sido detectada.El elfo, sin dejar de mover una mano mágica que no necesitaba varita, le dirigió una mirada interrogativa:
- “¿Hay alguna habitación limpia y ordenada dónde le podamos dejar, Kreacher?”
-
- “Sí, amo. Puedo dejarlo en la habitación del amo Regulus”.
Subió a toda prisa hasta la habitación y abrió la puerta para que el elfo depositara allí a Snape. Se limpió el sudor de las manos en los pantalones del pijama y cayó en la primera silla que encontró, sin dejar de mirar a su antiguo profesor, ahora tendido cuan largo era en una cama estrecha y desvencijada. Parecía una estatua hierática y descolorida, como una de las enormes piezas del ajedrez mágico a la que tuvieron que enfrentarse en su primer curso. Un rey de ajedrez que hubiera caído abatido tras el jaque mate.
La cabeza le iba a estallar. El elfo, a los pies de la cama, miraba a Harry con los ojos muy abiertos, como esperando:
- “Necesito que me hagas un gran favor, Kreacher”.
- “Kreacher hará todo lo que su amo Harry, que ha derrotado al Señor Tenebroso y ha vengado la muerte del amo Regulus, quiera”.
Harry notó calor en sus mejillas:
- “Quiero que vuelvas a Hogwarts y busques a la señora Pomfrey. Seguramente, estará muy ocupada atendiendo a los heridos en la batalla y enviando gente a San Mungo. Es posible que no te haga mucho caso, pero tienes que decirle que estoy aquí, en Grimmauld Place y que – tomó aliento – Snape está vivo, aquí, conmigo, pero muy grave, que tiene que venir a curarlo y lo antes posible ¿Lo has entendido?”.
- “Claro que lo he entendido”. En la voz del elfo, que se estiró como para parecer más alto, había un deje de desdén.
- ““Kreacher…Nadie debe enterarse de esto, por favor, ¿está cla.. – pero se detuvo ante la mirada ofendida del elfo- Busca también a Minerva McGonagall, la directora.Y consigue que vengan aquí.”
Antes de que de sus labios volviera a salir un impaciente “por favor”, Kreacher se había esfumado con un sonoro “crack”.
Después de lo que le pareció una eternidad y tras varios paseos a la cama para comprobar que Snape respiraba, oyó el sonido inconfundible de una aparición junto con el chirrido ahogado del falso fantasma de Dumbledore. Una voz masculina lo dejó inmóvil cuando salió a la escalera:
-“Yo no te maté”.
Pomfrey, McGonagall y Kingsley Shacklebolt seguían a Kreacher. Harry se acercó al elfo a toda prisa:
- “¿Qué hace él aquí? – preguntó en voz baja
- “McGonagall no quería venir sin él, amo. Es el nuevo Ministro”.
El cansancio y el agotamiento se veían claramente reflejados en los tres magos. Pomfrey estaba despeinada, tenía los ojos brillantes y en su uniforme había manchas de sangre y otras de un color indefinido. A Harry le dio la impresión de que McGonagall estaba más delgada y era mucho más vieja, parecía muy nerviosa:
- “¿Es cierto Potter? ¿Está vivo?”
- “Sí, profesora, pero no sé cuánto tiempo va a aguantar”.
Al oír esto, Pomfrey se adelantó y entró en la habitación de Regulus como una exhalación. Harry vió como la enfermera hacía extraños movimientos con la varita sobre la cabeza de Snape y alrededor de su cuerpo. McGonagall la contemplaba con aire compungido.
Entonces, fue Kingsley quien le leyó el pensamiento:
- “Poppy ¿se pondrá bien?”.
- “Sí, Kingsley, se recuperará – Pomfrey miró de reojo a Harry- Pero tardará un tiempo. Está muy débil. He detectado veneno de serpiente y voy a darle un antídoto. El veneno lo mantiene rígido y le está impidiendo respirar bien. Es muy raro –añadió pensativa- . Tiene un desgarro horrible en el cuello, una herida muy grave, tendría que haber perdido mucha sangre; pero parece como si la hemorragia se hubiera detenido de repente. Aunque está totalmente abierta no sangra y tiene los bordes secos. No he visto nunca nada igual.”
Harry tuvo que sentarse de nuevo. De pronto, todo el cuerpo le pesaba y los párpados se le cerraban. Oyó, desde lejos, la voz de Kingsley.
- “Harry… lo que le dijiste a Voldemort sobre Snape, sobre su acuerdo con Dumbledore para poner fin a su vida…¿estás seguro de eso, chico?
A Harry se le quitó de repente la neblina que tenía en los ojos:
- “¡Tengo pruebas!”- saltó, como una escopeta. Metió la mano en el bolsillo del pijama y apretó los dedos alrededor del frasco en el que estaban las memorias de Snape.
Kingsley se lo quedó mirando, con cara de estar haciendo cálculos. Ante la expresión de Harry, que se había espabilado del todo y notaba en sus venas el inicio de un arrebato de ira, pareció recapacitar:
- “Está bien, Harry. Te creo. Pero si tienes pruebas será importante que sean examinadas”
McGonagall, que no se había apartado de la cama, salió del trance en el que había estado contemplando cómo Madame Pomfrey movía la varita y hacia extraños encantamientos:
- “Hemos preguntado al retrato de Albus, Kingsley. Nos ha costado mucho sonsacarlo, pero, al final, nos ha confirmado a Poppy y a mí que Severus lo mató cumpliendo órdenes suyas. Todo fue un plan” - McGonagall se estremeció y añadió entre sollozos – “Y yo le llamé cobarde, traidor y no sé cuántas cosas más…”
Harry sintió una potente y súbita oleada de simpatía hacia su antigua profesora de transformaciones.
- “¿Cuándo podríamos trasladarlo a San Mungo, Poppy?” preguntó Kingsley.
Antes de que Pomfrey girara la cabeza para responderle, Harry rugió:
- “¡NO!. ¡No puede ir a San Mungo!.
- ¿Pero… por qué no Potter?”- Preguntó McGonagall, con voz temblorosa, mientras se secaba las lágrimas.
- “Porque no es seguro, directora. ¿Se ha parado a pensar cuántas personas pueden querer asesinarlo, vengarse de él? No sabemos cuántos mortífagos hay por ahí. En cuanto se enteren de que estuvo todo el tiempo a las órdenes de Dumbledore …” - un sofoco repentino le impidió seguir.
- “Estará bien protegido, Harry. Yo me encargaré personalmente de eso”- comentó Kingsley.
Harry sintió que el corte que le habían hecho las gafas en la sien al caer ante la maldición de Voldemort en el Bosque Prohibido le palpitaba:
- “Quiero que se quede aquí, Kingsley”- dijo con firmeza.
Tenía ahora la total atención de los otros tres, que lo miraban de hito en hito. Pomfrey, que hasta el momento había estado centrada en el herido, comentó:
- “No creo que esa sea buena idea, muchacho…”- pero se calló cuando McGonagall le dio un sutil codazo.
- “Harry – Kingsley se acercó a él – éste no es un lugar adecuado, hay que ingresarlo en San Mungo…”.
- “No, Kingsley. Es mejor que se quede aquí. Yo me ocuparé de él. Usted encárguese de que esta casa siga bajo el encantamiento Fidelius y de poner todas las barreras mágicas posibles.
- “Pero eso es absurdo, Harry, no tienes por qué hacerlo. El Ministerio se ocupará de todo, no entiendo por qué…”.- Kingsley parecía confundido.
Harry ya no podía más:
- “¡Snape me estuvo ayudando todo el tiempo!, ¿entiende Kingsley?, yo no estaría vivo si no hubiese sido por él. ¡Y no habría podido derrotar a Voldemort sin su ayuda!.
Pero Kingsley no parecía convencido:
- “Entiendo lo que dices Harry, pero no creo que debas hacerte cargo de esto. Ya te has sacrificado bastaste, chico. Ya has hecho demasiado. Y he de decir que admirablemente, pero esto no es tu responsabilidad”.
A Harry le sacaba de quicio que lo trataran como a un crío:
-“Eso lo decidiré yo” – Soltó. Estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de no dar su brazo a torcer, así que apuró un último cartucho – “Usted me dijo en el Gran Comedor que si le hacían Ministro me recompensaría, que me daría lo que yo quisiera, que tendría el Ministerio a mi disposición, ¿recuerda?. Pues bien, puede hacer esto por mí, Kingsley, dejar que Snape se quede en Grimmauld Place. Eso, y hacer lo que haya que hacer para limpiar su nombre. Eso es lo que quiero.”
Entonces, McGonagall susurró:
- “Potter…deje de retorcerse las manos, va a hacerse daño…”
Harry apretó los puños. El corazón le latía con fuerza. Examinó atentamente la expresión de preocupación de Kingsley, que dio unas cuantas vueltas por la habitación, con las manos enlazadas detrás de la espalda. Finalmente, el Ministro relajó sus hombros, como desprendiéndose de un lastre:
- “Está bien. No me dejas otra opción. Si eso es lo que quieres…”- Kingsley se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se volvió cara a cara con Harry – “Y hablando de procesos… Necesitaré tu testimonio para aclarar todo lo que ha ocurrido hoy. Me pondré en contacto contigo en cuanto el Ministerio vuelva a ponerse en marcha” – Luego, mirando hacia la cama donde yacía Snape, añadió - “Tendré también que pedirte esas presuntas pruebas” – Se colocó la capa por encima de los hombros - “Ahh, se me olvidaba… encontramos su varita”- y se la entregó a Harry.
-
Pomfrey se acercó a él y, sin previo aviso, le pasó rápidamente la varita cerca de la cara. Notó que el corte de la sien desaparecía.
- “Gracias” - susurró.
- “No, hijo. Gracias a ti – contestó la enfermera con una amplia sonrisa – Mañana, en cuanto me sea posible, vendré a traerte los remedios necesarios y a enseñarte cómo suministrárselos”.
- Ahora tienes que descansar, tienes muy mala cara, Potter- comentó McGonagall.
Harry vio a los tres desfilar hacia el salón, seguidos por Kreacher, camino de la chimenea. Para su sorpresa, McGonagall saco una bolsita de polvos flu. Un intenso escalofrío recorrió todo su cuerpo:
- “No pueden hacer eso.- se volvió rápidamente hacia Kinsgley – no me parece seguro que esta casa esté conectada a la red”.
Entonces, fue McGonagall la que se escandalizó:
- ¡Potter! Sólo pueden acceder a Grimmauld Place los miembros de la Orden y sus acompañantes.
- Me da igual, directora. Nadie debe saber que Snape está aquí y mucho menos que ha sobrevivido.
A McGonagall pareció que se le salían los ojos de las órbitas. Abrió la boca como para responder, pero la cerró.
- “Creo que tiene razón, Minerva” – medió Kingsley y la furia contenida de Harry contra el nuevo Ministro se desvaneció.
- “Le dije a Arthur que restableciera la conexión, pero con la insistencia impertinente de este elfo – señaló con un dedo acusador a Kreacher – no me ha dado tiempo a explicarle por qué” – dijo McGonagall a la defensiva.
Harry no dejó escapar la oportunidad:
- Entonces, sólo nosotros sabremos que está vivo y que esta aquí.
Se quitó un peso de encima cuando los otros asintieron. Cuando se marcharon por la chimenea, a Harry no le quedaban fuerzas ni para dar un paso. Estaba borracho de sueño. Sólo podía pensar en algún sitio mullido donde dejarse caer.
Capitlulo 1