alisevv
Cantidad de envíos : 6728 Fecha de nacimiento : 15/01/1930 Edad : 94 Galeones Snarry : 241687 Fecha de inscripción : 08/01/2009
| Tema: Retazos de Vida. Capítulo 9 Jue Feb 25, 2010 9:52 pm | |
| —Realmente, abuelo —comento Frank mientras entraban de regreso al estudio después del almuerzo, riendo de la última anécdota de Harry que Severus acababa de contar—, tú sí que eras terrible. Peor que Mark y yo.
—Peor que ustedes, difícil —contradijo Severus con tono irónico—. Pero sí, ya saben porqué ustedes salieron así, no heredaron ni un gramo de mi sensatez.
—Pero sí toda tu nariz —rió Harry, recibiendo como respuesta un trío de miradas enfurecidas.
—En todo caso —intervino Draco, levantando una ceja—, no entiendo cómo ustedes dos llegaron a enamorarse. Son tan diferentes.
—¿No has escuchado eso de que los polos opuestos se atraen? —preguntó Mark, guiñando un ojo a su primo.
—Además —puntualizó Harry, entre molesto y burlón—, tampoco es que su abuelo sea San Severus y yo el Mago de los Líos. Él también tiene cola que pisarle.
A esas alturas, ya todos se habían ubicado cómodamente en los mismos sitios que la mañana.
—¿Y quién me la pisaría? ¿Usted, señor Potter?
—No sería la primera vez, profesor Snape —replicó con inocencia, antes de fijar la mirada en los gemelos—. ¿Y ustedes no se cansan de estar tirados en la alfombra?
—Para nada —replicó Frank, con una gran sonrisa—. De hecho, estamos muy cómodos aquí.
—Ignórales, abuelo —aconsejó Draco—. Ese es su estado natural, tirados en el piso. ¿Por qué mejor no sigues leyendo el diario?
—Oh, sí abuelito, por favor —pidió Lisa.
Harry tomó el diario y buscó la página donde habían quedado. A diferencia de las otras hojas del cuaderno, ésta y las siguientes estaban arrugadas, con la tinta corrida y manchones aquí y allá, mudo testigo de las lágrimas que una vez habían recibido.
El anciano lo miró fijamente por un rato y al final levantó la vista.
—¿Están seguros que quieren que lea?
Todos asintieron con el rostro grave y Severus le cobijo en su cálido abrazo. Harry suspiró, fijó la vista en el libro y empezó:
Estos días han sido muy especiales. Al principio tenía cierto temor de que a Sev y a mí nos costara adaptarnos a vivir juntos, al fin y al cabo somos tan diferentes. Sin embargo, ha sido asombrosamente simple. Me he dado cuenta de que tenemos más cosas en común de las que yo creía, entre éstas, que no tememos al silencio, de hecho, lo disfrutamos.
A veces, nos sentamos en el sofá de la chimenea, uno en brazos del otro, y simplemente disfrutamos de la paz que sentimos observando el alegre baile de las llamas en el hogar. Otras, él se pone a revisar sus libros de Pociones mientras yo hago los trabajos de vacaciones que tengo retrasados, cálidamente cobijados por el rítmico sonido de nuestras respiraciones, y siento que ya no estoy solo, que nunca más lo estaré, que no importa que no hablemos, no necesitamos palabras, porque el amor está allí y nunca más se irá.
Desde que regresamos hemos adquirido una rutina, velamos toda la noche al lado de Draco y dormimos en la mañana mientras algunos de los amigos le cuida. Al mediodía, nos reunimos todos a almorzar y por la tarde acompaño a Draco al Cuarto de los Menesteres; le encanta ir a su terracita, tomar sol y hablar de Esperanza, soñar con su niña y con una vida que no podrá compartir.
Por cierto, déjame contarte una conversación que tuvimos ayer. Nos encontrábamos en la terracita, hablando de mi mini luna de miel, mientras yo le agradecía habernos enviado a ese paraíso y le reclamaba por las infelices chinchillas….
—Vaya jugada que nos hiciste —reclamó Harry a su amigo, mientras tiraba piedrecitas a la distancia. Se detuvo y le miró a los ojos—. ¿Cómo se te ocurrió aliarte con ese par de dementes para ponernos chinchillas en la cama? ¿Tienes idea de cuánto pican esos animalejos?
—No, pero me lo imagino —repuso el rubio, riendo—. Además, no te quejes, lo hice por ti.
—¿Por mí? —inquirió Harry, mirándole como si le hubiera salido una cabeza extra—. ¿Y se puede saber cómo iba a beneficiarme un ataque de chinchillas?
—Bueno —explicó Draco, con una sonrisa radiante—, sabía que eras virgen e iba a ser algo difícil para ti, así que quise ayudarte a romper el hielo.
—¿Chinchillas mágicas para romper el hielo? —Harry no lo podía creer—. ¿Y esa brillante idea la pensaste tú solo o te ayudaron los dementes?
La sonrisa de Draco se amplió.
>>Ya veo —gruñó Harry, pero al ver la expresión de Draco, no pudo evitar echarse a reír. Parecía el gato que acababa de tragarse un canario.—. Pues para tu conocimiento, te diré que, cuando llegamos a la parte de las chinchillas, ya habíamos empezado a romper el hielo —confesó el moreno, ruborizándose y dudando antes de continuar—: Sabes… me dijo que me ama.
—¿De veras? —Harry asintió, avergonzado, y Draco continuó—: Si no fuera un ex-Malfoy te abrazaría.
—Pues en este momento eres sólo Draco —le miró a los ojos con profundo cariño—, y me encantaría recibir un abrazo tuyo.
Ambos jóvenes se abrazaron estrechamente, transmitiendo en ese gesto todo el amor de sus corazones.
—Jamás repitas que esto ocurrió —amenazó Draco cuando se separaron, regresando a su actitud Malfoy.
—No lo haré —prometió Harry, enjugando con disimulo una lágrima furtiva—. Gracias.
Su amigo le miró con asombro.
—¿Por qué?
—Por haber hecho que Severus y yo estemos juntos.
—Con el tiempo lo hubieran estado, incluso sin mi ayuda —Draco desestimó su intervención—. Yo sólo les di un empujoncito.
Se quedaron en silencio mucho rato, la mirada perdida en la inmensidad del lago y los pensamientos en el infinito.
>>Cuídales mucho —la súplica salió de los labios del joven rubio como un susurro—. Son muy frágiles y será fácil herirles.
Harry le miró con extrañeza. ¿Son? ¿Quiénes? Porque Esperanza evidentemente sería frágil, era un bebé que ni siquiera había nacido. Pero… ¿Severus? Severus era cualquier cosa menos frágil.
>>Te equivocas —musitó Draco, adivinando sus pensamientos—. Severus también es muy frágil, demasiado. Ha vivido solo mucho tiempo, desconfiando de todos, poniendo una barrera de fortaleza emocional para defenderse del mundo, sin permitirse amar. Pero ahora lo hace y se ha vuelto emocionalmente frágil, está desprotegido y está en tus manos. Nunca le dañes.
—Te lo prometo —Harry sabía que nunca sería capaz de dañar a Severus.
—Y sé feliz, hermano. Te lo mereces.
Hermano… sí, Draco tenía razón, eran hermanos… más que hermanos, porque no había sido algo impuesto por voluntad de la naturaleza, ellos se habían elegido uno al otro libremente.
Draco giró la cabeza de nuevo hacia el lago.
>>Cuando consideren que es apropiado, por favor, háblenle a Esperanza de Blaise y de mí —una profunda melancolía impregnaba su voz—. Díganle que la amé, profunda y desesperadamente, desde el día que supe que venía en camino. Y díganle también que Blaise la hubiera adorado.
—Lo prometo.
—Cuida mucho a mi bebita, Harry. Por favor.
—Lo prometo.
Severus y yo la vamos a amar con la vida. Es una promesa, hermano.
Nadie en la habitación habló, así que Harry pasó la página y continuó:
Merlín, tengo tantas cosas en mi cabeza y mi corazón que si no me organizo sólo voy a ser capaz de escribir una sarta de incoherencias, así que voy a explicarte paso a paso todo lo acontecido en estos días que no he escrito. Tenme paciencia si en algún momento no me puedo explicar o mis emociones me superan, es que en estos momentos no sé si sea capaz de controlarme. Espero que sí.
Hace cuatro días estábamos Severus y yo tratando de dormir un poco. Draco había pasado muy mala noche, gritando en sueños, quejándose y gimiendo, y llamando a Esperanza con la voz impregnada de dolor. Tenía algo de fiebre y sudaba a mares. William ya nos había advertido que eso pasaría en los días previos al parto, pero saberlo no evitaba que se nos partiera el corazón, y lo peor era que lo único que podíamos hacer era ponerle paños de agua fresca en la frente y decirle palabras de consuelo, que esperábamos que traspasaran su angustiosa inconsciencia.
Un toque brusco en la puerta hizo que nos despertáramos sobresaltados. Entonces, escuchamos la voz de Remus que nos llegaba a través de la madera. Nos levantamos de inmediato. Sev musitó un hechizo que nos cambió de ropa al instante, y nos precipitamos hacia la puerta, sabiendo que si Remus nos llamaba, algo grave estaba sucediendo. Él mismo, a punta de varita, nos había obligado a ir a acostarnos un par de horas antes. Severus abrió la puerta y desde ese momento comenzamos una carrera desenfrenada: Esperanza venía en camino.
—Remus, ¿qué sucede? —preguntó Severus al pálido licántropo que esperaba tras la puerta de entrada.
—Es Draco —explicó el mago, mirando a Harry y a Severus—. Está dando a luz.
—¡Merlín! —gimió Harry con angustia, el momento que tanto habían temido por fin había llegado.
—¿Avisaron a su medimago? —preguntó Severus.
—Sí, Hermione y Ron se quedaron con Draco, Bill fue a llamar a William y a Madame Pomfrey por la chimenea, y yo vine para acá a avisarles, pero ustedes estaban profundos, me costó mucho despertarles. Draco está muy nervioso y les está llamando.
Sin pensarlo ni un segundo, Harry salió de la habitación como una exhalación, rumbo al cuarto de Draco, seguido de cerca por Severus y Remus.
Se detuvo un instante en el umbral de la puerta, respirando profundamente para tranquilizarse. Draco necesitaba su serenidad y fortaleza más que nunca, no era el momento para mostrarse aterrado. Miró los ojos de Severus —quien apretó su hombro para infundirle valor— tragó en seco y empujó la puerta.
La situación que encontró le estrujó el corazón. Draco jadeaba sudoroso y con el rostro contorsionado por el dolor, mientras William corroboraba sus signos vitales y Madame Pomfrey preparaba todo el instrumental para la cesárea, ya que en las condiciones que estaba el joven era imposible que diera a luz por sus propios medios.
En cuanto los vio aparecer por el umbral, Draco estiró sus manos hacia ellos, musitando con dolor:
—Harry, Severus, pensaba que no vendrían.
—¿Cómo lo pensaste siquiera? —musitó Harry, corriendo hacia la cabecera de la cama y tomando la mano que Draco le tendía. Severus sólo le lanzó una tenue sonrisa y se dispuso a ayudar a Madame Pomfrey.
—Harry, ya viene mi niña —el joven rubio aferró la mano de su amigo con más fuerza y su voz salió ronca por el dolor y la preocupación—. ¿Y si no puedo resistir y no logra nacer? ¿Cómo voy a presentarme ante Blaise y a decirle que no logré salvar a nuestra niña?
—Shhh —susurró Harry, sentándose a su lado y abrazando al otro chico, mientras el medimago seguía haciendo los chequeos necesarios—. No pienses eso —musitó sobre su cabello—. Todo va a salir bien y muy pronto vas a tener a tu Esperanza entre los brazos, ya verás.
Draco se estremeció y un gemido de dolor escapó de sus labios cuando una nueva contracción arremetió despiadadamente.
—Respira como te dijo William —aconsejó Harry, sosteniéndole mientras pasaba el dolor.
—Mi niña, Harry —suplicó, como había hecho días atrás—. Recuerda que prometieron cuidar y proteger a Esperanza —un nuevo dolor le hizo contraerse contra el cuerpo de Harry.
—Sabes que así será —aseguró Harry, tratando de tranquilizarlo—. La amaremos y la protegeremos con nuestras vidas.
—No podemos esperar más —informó William, quien en ese momento terminaba de revisar a Draco. Miró a su paciente y explicó—: Estás completamente dilatado. Tu hija está exigiendo salir, por eso los dolores son tan continuos. Debemos operar ya.
Cómo confirmando sus palabras, una nueva ola de dolor estremeció a Draco. Cuando la superó, sólo asintió en aceptación.
>>Como ya te expliqué, debemos hacerte cesárea, por lo que voy a tener que dormirte. Cuando despiertes, tu niña va a estar a tu lado.
—Por favor, William —rogó Draco—. Recuerda que debo sobrevivir hasta la ceremonia de cambio de huella mágica, es indispensable.
El mago asintió, impresionado ante ese joven que apenas entraba en la madurez y enfrentaba a la muerte con valentía, pidiendo tan sólo el tiempo necesario para dejar protegida a su hija. No por primera vez en todos esos meses, reflexionó en cuán triste era que se malograra una vida tan valiosa.
—Bueno, ahora necesito que esperen afuera —pidió el medimago, cuando vio a Severus y la medibruja de Hofwarts, que le hacían un gesto indicándole que todo estaba preparado—. Sólo pueden quedarse madame Pomfrey y el profesor Snape, que me van a ayudar en la operación.
—No, por favor, no quiero que Harry se vaya —pidió Draco, haciendo una mueca ante una nueva contracción. Cuando el dolor cedió, miró a Harry a los ojos y apretó su mano—. Quédate, por favor, no me abandones.
Harry miró al medimago, y cuando éste asintió en aceptación, susurró:
—No te preocupes, hermano. Aquí estaré.
—Severus —Draco miró al hombre adusto que estaba parado al lado de la mesita del instrumental, mientras madame Pomfrey hacía salir al resto de los presentes—. Severus, a ti te los encargo. Cuida a Esperanza… y cuida a Harry, recuerda que es un Gryffindor loco que suele meterse en muchos problemas.
—Vamos, Draco —dijo el medimago, alzando su varita—. Es hora de dormir.
—Los amo —es todo lo que alcanzó a decir el joven rubio antes de caer en un sueño relajado.
Harry dejó de leer una vez más, sintiendo que un nudo de angustia atenazaba su garganta al recordar esos hechos, aún después de tantos años. Observó a sus nietos, cuyos rostros reflejaban una gran tristeza, pensando por milésima vez en ese día si debería continuar leyendo.
Al fin decidió que sí. Si habían llegado hasta allí, deberían continuar hasta el final. La memoria de Draco lo merecía.
De lo que siguió después que Draco se durmió, apenas conservo fragmentos dispersos, mi angustia y mi miedo me impedían pensar con claridad. ¿Y si moría antes de que Esperanza pudiera ver la luz de la vida? ¿Si todo su terrible sacrificio terminaba siendo en vano?
Recuerdo la agitación febril con la que todos trabajaban. Severus, quien sólo Dios sabe de dónde sacaba el valor para mantenerse sereno, estaba encargado de controlar sus signos vitales y administrarle las pociones necesarias para mantenerlo estable, mientras William y madame Pomfrey trabajaban contra reloj. Yo me limitaba a permanecer al lado de Draco, acariciando su frente y rezando porque todo saliera bien. Ya no oraba por el milagro de que mi amigo sobreviviera, sino por la vida de su niña, de ese ser pequeñito a quien yo, aún sin conocerla, ya había aprendido a amar como si realmente fuera mi hija. Tanto era el amor que Draco había inculcado en mí durante esos maravillosos meses.
Fue una pelea fiera, por momentos pensé que no lo lograrían, pero al fin un grito estridente me sobresaltó, sacándome de mis cavilaciones. Nuestra niña acababa de nacer.
William la sostuvo por un momento y se la entregó a Severus para que la atendiera. Yo observé alelado mientras mi esposo la recibía con amor y procedía a limpiar su cuerpecito y a revisar sus signos. Era una imagen tan maravillosa. Luego me incliné sobre mi amigo inconsciente y musité en su oído:
—Ya nació, Draco. Tú pequeña ya nació.
Sentí como se removía ante mis palabras, pero no despertó. Levanté mis ojos interrogantes y los fijé en William, quien me tranquilizó.
—Aún va a tardar unos minutos antes de que lo pueda despertar —me explicó, mientras Severus se acercaba con un pequeño pedacito de cielo en brazos y me la tendía, mudo por la emoción.
No puedo explicarte lo que sentí cuando la tomé en brazos y la estreché contra mi corazón, mientras las lágrimas inundaban mis ojos sin poder ni querer evitarlo. La alejé ligeramente de mí y aparte la tela que cubría su rostro. Era preciosa. Sé que dicen que todos los niños son feos al nacer, que son sus padres los que les ven bellos, pero puedo jurarte que Esperanza era la niña más bella que había visto en mi vida…. Es la niña más bella que he visto en mi vida.
Mientras la abrazaba, Severus se agachó junto a mí y yo no pude hacer otra cosa que esconder la cara en su cuello y dar rienda suelta al caudal de lágrimas que amenazaban con ahogarme. Después de unos instantes, un ligero carraspeo nos regresó a la realidad.
—Lo siento, pero tenemos el tiempo en contra —explicó William con el rostro compungido—. La magia de Draco está a punto de extinguirse, y cuando eso ocurra…
El medimago no terminó la frase, no hacía falta. Yo sentí que la losa fría que pesaba en mi corazón y que se había levantado ligeramente al tener a Esperanza entre mis brazos, volvía a su lugar con inaudita rapidez, esta vez mucho más pesada y dolorosa.
>>La ceremonia de transferencia de huella mágica debe empezar enseguida —William retomó la explicación—. Necesitan conseguir al oficiante, en cuanto esté aquí despertaré a Draco.
—Le mandamos avisar cuando comenzó la labor de parto —informó Severus, sombrío—. Lo más seguro es que esté afuera, en la salita.
—Entonces, llámelo de inmediato.
Severus salió de la habitación e instantes después regresó con el mismo anciano de rostro bondadoso que había oficiado nuestra ceremonia de boda. Tras él entraron Remus y Bill, quienes iban a ser los testigos del rito. El resto de los amigos esperaron en la salita.
William se acercó a la cama de Draco y levantó su varita, despertándole. De repente, Draco salió de su sopor y empezó a mirar angustiado a su alrededor, hasta que fijó la vista en mí, que estaba sentado en una silla a su lado con Esperanza en brazos.
—Harry, ¿mi Esperanza? —preguntó, angustiado. Cuando su rostro enfocó el pequeño bulto que yo cobijaba, emitió la sonrisa más hermosa que le había visto nunca y preguntó con voz temblorosa—. ¿Es ella? ¿Es mi niña?
—Sí —contesté, sonriéndole también. Severus se inclinó para ayudarle a incorporarse ligeramente y yo posé con mucho cuidado mi preciada carga en sus brazos.
Por un segundo, se quedó mirándola, aturdido, y enseguida empezó a revisar sus manitas, sus piecitos, la hermosa carita y la suave cabeza apenas cubierta con una pelusilla oscura.
—¿Ella está…?
—Está perfectamente, muy sanita y completa —le tranquilizó Severus, intuyendo lo que Draco trataba de preguntar.
—Es tan bella —murmuró, mirándola embelesado—. Y se parece a Blaise, aunque es blanquita como yo —levantó su sonriente rostro hacia nosotros—. Hasta tiene el pelito oscuro, como él. Lástima que no pueda verle los ojos —se lamentó—, los tiene cerrados.
—Lo siento, pero el tiempo apremia —advirtió William, quien estaba vigilando sus signos vitales—. La ceremonia debe comenzar ya.
El anciano oficiante se acercó y puso su mano sobre la cabecita de la bebé, mientras recitaba un largo hechizo en celta antiguo. Después preguntó a Draco si renunciaba a su niña y a favor de quién. Con esfuerzo y dolor en la mirada, mi amigo musitó las palabras que tantas veces había practicado por temor a equivocarse. Yo sabía que se estaba rompiendo por dentro por tener que renunciar a su niña, lo único verdadero que había tenido en la vida aparte de Blaise, pero también sabía que estaba tranquilo, ella iba a estar protegida y ser feliz, con eso le bastaba.
Cuando Draco terminó, el oficiante siguió recitando en celta y luego se giró hacia nosotros para que declaráramos nuestra aceptación de Esperanza como hija propia. Una vez que terminamos, el anciano sacó una poción, le agregó una gota de mi sangre y otra gota de sangre de Severus, la agitó, y mojando un algodón en el líquido, lo puso en los labios de la bebe.
Entonces nos indicó a Severus y a mí que tocáramos a Esperanza y comenzó otro cántico, en celta, mientras un resplandor blanquecino emergía de nuestros cuerpos, se unía en el aire, y luego rodeaba a Esperanza, siendo absorbido por su pequeño cuerpecito. El Rito había concluido.
Luego se prepararon los documentos legales, con las firmas de Draco, de nosotros y de los testigos. Ya era oficial, Esperanza era nuestra y nada ni nadie podría hacerle daño en adelante.
Después de eso, Draco apretó a su bebé en sus brazos y con un último esfuerzo nos la entregó.
—Ahora es suya —nos dijo, con el rostro lleno de lágrimas—. Sé que la van a amar como si fuera hija de su carne y su sangre— fijó sus grises ojos en nosotros mientras murmuraba—. Estoy tan cansado.
Severus tomó a la pequeña mientras yo volvía a tomar a Draco en mis brazos, como horas antes, y le recostaba contra mi regazo.
—Duerme, hermano —musité, las lágrimas empezando a deslizarse nuevamente por mi rostro—. Yo velaré tu sueño.
Draco apoyó la cabeza en mi pecho y cerró los ojos. William se acercó y pasó la varita sobre él. Una luz azul oscura emergió de la misma.
—Acaba de entrar en coma —declaró.
Harry dejó de leer y levantó la vista anegada hacia su auditorio. Lisa lloraba desconsolada en brazos de Draco, de cuyos ojos se deslizaban dos incontrolables lágrimas furtivas. En la alfombra, los gemelos mostraban una expresión inescrutable, la misma que reflejaba el rostro de su abuelo Severus. Quien no les conociera, no podría saber qué estaban sintiendo en ese momento. Pero Harry les conocía y muy bien, y sabía que estaban haciendo esfuerzos inauditos por no manifestar su tristeza.
En ese momento sí que se arrepintió de haber cedido a sus ruegos de leer esa parte de la historia. Estaban todos tan tristes… Pero, quizás, si escuchaban el ‘sueño’…
El ‘sueño’ que le había ayudado a soportar y superar la pérdida de Draco. El mismo sueño que no había querido contar a nadie, ni siquiera a Severus, por temor a que le hicieran reflexionar y aceptar que no era real. Porque él quería creer que era real.
Tomando una decisión, levantó nuevamente el diario, y con voz cortada por la emoción, comenzó a leer.
William nos dijo que no podía decir a ciencia cierta cuánto tiempo estaría Draco en coma antes de morir, así que Severus y yo dejamos a Esperanza en los brazos seguros de Remus y les pedimos a todos que nos dejaran solos con Draco. Queríamos estar con él hasta el final.
Nos sentamos a cada lado de su cama y tomamos sus manos, esperando que nos pudiera sentir y supiera que nos tenía ahí, con él.
No sé cuándo ni cómo me dormí. Es cierto, yo había pasado una gran cantidad de tensión, pero no estaba tan cansado como para dejarme dormir tan completamente. A menos qué…
Mira, lo que te voy a contar no se lo he dicho a nadie, ni siquiera a Sev, y dudo que algún día lo haga. Pero a ti quiero decírtelo. Sé que me entenderás y me creerás. Escucha y verás.
Harry, que se había quedado dormido con la cara apoyada sobre la cama de Draco, se despertó sobresaltado ante un luminoso resplandor dorado que emergía de un rincón de la habitación. Asombrado, se alejó de Draco y trató de enfocar la vista, tratando de distinguir algo en medio de la hermosa brillantez.
Buscó a Severus para ver si él podía explicarle de qué se trataba pero no le vio. Trató de alargar la mano para tocar a Draco pero no le alcanzaba, parecía como si todo ocurriera en algún lugar que él no podía alcanzar, aunque estuvieran en la misma habitación.
De repente, del resplandor dorado surgió una voz que conocía muy bien.
—Draco —la voz estaba impregnada de dulzura—. Draco, amor, despierta. Ya es hora.
El joven acostado abrió los ojos con lentitud y giró la cabeza hacia el resplandor.
—¿Blaise? ¿Eres tú?
—Claro que soy yo —del brillo dorado emergió una figura vestida de blanco—. ¿Quién más podría ser?
—¿Qué haces aquí? —preguntó, extrañado, mientras se medio incorporaba en la cama.
—Bueno, digamos que incordié al ángel a quien le correspondía venir a buscarte hasta que aceptó ayudarme a convencer al Gran Jefe para venir en su lugar.
—¿Gran Jefe?
—A Dios —explicó Blaise, riendo—. Allá arriba todos le decimos así.
—Entonces, ¿estoy muerto?
—Sí, amor —Blaise se acercó hasta la cama y le tendió una mano—. ¿Vienes?
Draco estiró su diestra y aferró la mano que le brindaban.
—Puedo tocarte.
—Claro que puedes tocarme. Y besarme. Y otras cosas —rió antes de inclinarse y besarle suavemente—. Pero de eso hablaremos más tarde —musitó con picardía—. Apenas falta una hora para que empiece el partido de Quidditch y aún tenemos que registrar tu entrada en el cielo antes de ir al campo. Espero que te dejen jugar hoy.
—¿Jugar hoy? ¿Partido de Quidditch? ¿En el…?
—Cielo —musitó Blaise con una sonrisa.
—Vale. ¿En el cielo juegan Quidditch? —abrazados, ambos caminaban lentamente hacia el resplandor.
—Por supuesto que jugamos Quidditch, es un deporte muy popular. Claro, no tanto como el fútbol. Ese deporte muggle, ya sabes —explicó—. Menos mal que ahora te tenemos a ti, nuestro buscador es terrible y Potter siempre le gana la snitch.
—¿Potter? ¿Estás con Potter?
—Bueno, vive allá, así que le veo de vez en cuando —hizo un gesto burlón—. Es un tanto arrogante, pero no es mala persona. La que es un encanto es Lily, te va a fascinar.
—Blaise —Draco se detuvo y le miró—. ¿Y Esperanza?
—Ya no te preocupes por ella, amor —se inclinó y le besó suavemente—. Hiciste todo lo posible, entregaste tu vida por salvarla. Además, Harry y Severus la van a cuidar bien, ya verás.
—Vale —siguieron caminando, y antes de entrar en el resplandor, Blaise se detuvo.
—Eso sí, tengo una pequeña mala noticia que darte.
—¿Qué sucede? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Verás, resulta que en el cielo se saben cosas del futuro… claro, son mejores adivinadores que Trelawney —ambos rieron brevemente—. Y resulta que ayer me dieron una noticia —se detuvo un segundo para crear más suspenso—. Esperanza se va a casar con un hijo de Ron.
—¿Que qué? —exclamó Draco, impactado—. No, eso sí que no. Me niego —gimió cada vez más contrariado—. Yo mejor me quedo a vigilarla. Nos vemos cuando esté casada con un mago decente y sin un solo pelo rojo en la cabeza.
Blaise se rió suavemente.
—Ya está escrito, no hay nada que puedas hacer para impedirlo. Además, va a ser muy feliz —se inclinó y besó la gruñona boca—. Y no querrás dejarme solo por otro par de décadas, ¿verdad?
—¿Pero tenía que ser un hijo de la comadreja?
Blaise volvió a reír.
—Anda, vamos. No hay nada que puedas hacer.
—Tal vez yo no pero… ¡Severus, no lo permitas! —gritó.
—Severus, no hagas caso a este loco —y la risa ronca de Blaise fue lo último que se escuchó, mientras ambos entraban en la nube y el resplandor dorado desaparecía.
Cuando desperté del sueño, ya Draco había muerto.
Pero lo cierto es que yo no creo que haya sido un sueño. Desperté confortado e inundado de calidez, del amor que desprendían Draco y Blaise. Estoy seguro que Blaise vino a buscarle y fueron lo suficientemente generosos como para permitirme verles, y estoy feliz porque, allá donde estén, sé que ambos van a estar bien.
Y lo lamento por papá, pero creo que a partir de ahora no va a ver una snitch.
—¡Por Dios! —exclamó Severus, palideciendo.
—¿Qué pasa, amor? —preguntó Harry, mirándole, preocupado. No pensaba que el sueño le iba a afectar tanto.
—Que yo tuve el mismo sueño.
—¿El mismo sueño? —los ojos de Harry se abrieron como platos.
—Exactamente igual, palabra por palabra.
—Por Dios —Harry estaba impactado.
—Eso quiere decir que tenías razón, abuelo —comentó Frank, que al igual que sus primos, se sentía mucho más confortado luego de la última lectura—. El abuelo Blaise vino a buscar al abuelo Draco.
—¿Cómo es posible? —los ancianos seguían aturdidos por la impresión.
—Como tú siempre dices, abuelo —dijo Draco, mirando a Harry con una sonrisa—. Los caminos del amor son insondables e impredecibles, y mi abuelo dejó un legado de amor tan inmenso que era capaz de muchas cosas.
Todos asintieron pensativos, hasta que una ‘ingenua’ pregunta de Mark despertó la carcajada general.
—Abuelo Severus, ¿es por ese sueño que le hiciste la vida de cuadritos al tío Richard hasta que se casó con tía Esperanza?
—Sí —contestó el anciano sonriendo con malicia—. Pero eso ya es otra historia.
Última edición por alisevv el Dom Feb 07, 2016 4:00 pm, editado 3 veces | |
|