alisevv
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| Tema: The Blesséd Boy. Capítulo 5. Las preocupaciones de Harry Dom Ene 24, 2010 11:45 pm | |
| Harry despertó y sus ojos derivaron de inmediato hacia su botella de mago, posada sobre la mesilla de noche. Sonrió ante el recuerdo de lo que había hecho con su maestro. Sabía que tenía mucho más que aprender de Severus, y no solamente en Pociones.
Antes de encaminarse hacia sus labores diarias, guardó la botella en el interior de su túnica.
La charla del desayuno giró en torno a dos magos y dos brujas que llegarían ese día para quedarse en la casa de huéspedes. Eran visitantes regulares en Eigg, que regresaban cada verano y pasaban parte de su tiempo ayudando en los corrales. Jolyon y Danyel estaban muy animados, anhelando el arribo de sus colaboradores.
Scylla, por el contrario, estaba poco comunicativa. Había dejado de lanzar miradas oscuras a Harry un par de días antes, y el chico esperaba que estuviera aceptando su presencia al fin. Pero esa mañana, estaba definitivamente desconectada. Harry tenía la sospecha de que, de alguna forma, la bruja sabía de la visita nocturna del maestro Snape a su cuarto y estaba resentida. Se encogió de hombros mentalmente; era parte de su instrucción aprender sobre las magias antiguas, y eso incluía el sexo mágico.
Se estremeció ante el pensamiento de que Scylla pudiera estar celosa porque ella practicara el sexo mágico con el maestro antes de su llegada. Se formó un nudo en su garganta y regresó al plato la tostada que tenía en la mano; repentinamente, había perdido el apetito. Su maestro guiaba la comunidad dentro de los ritos de fertilidad mágica; ¿con quién habría estado haciéndolo hasta el momento?
Miranda notó la acción de Harry de inmediato. Era parte de su trabajo asegurarse de que el alimento fuera agradable a la comunidad, y había estado observando para saber si a su miembro más reciente le desagradaba alguna cosa.
—¿Algún problema con tu tostada, Harry? —preguntó.
El joven tragó. Ahora, había ofendido a la cocinera, y no deseaba hacer eso.
—Nada, Miranda. Creo que es sólo que tomé demasiado, se veía tan rico. Sé que hice mal en desperdiciar la comida.
—Sé que puede ser una tentación, pero necesitas estar bien alimentado para tu trabajo de la mañana. Es un cumplido que desees tomar mucho, pero no creo que te hayas servido más que cualquier otra mañana.
Harry no supo qué decir. Levantó su taza y ocultó su consternación bebiendo té.
—Bueno, no le obligues, ésa es una manera segura de conseguir un dolor de estómago y peso de más —Josiah rió entre dientes y dio unas palmaditas ligeras sobre su vientre—. Yo sé de eso.
Harry no pensaba que el hombre fuera exactamente gordo. Recordaba la musculosa espalda del vinatero, de la vez que se había desvestido para aplicarse el castigo. Quizás tuviera un poco de más en la cintura, pero eso era todo. Sonrió ligeramente al hombre.
El maestro Snape había estado observando cuidadosamente a Harry. Podría asegurar que algo estaba preocupando al muchacho, pero era su deber aplicar las reglas y pautas de la comunidad, así que habló en voz alta.
—Leerás nuestros lemas en la cena de esta noche, Harry. Puede ser que te agrade memorizar el que dice: La Tierra nos concede su generosidad. Sus criaturas no la insultarán desperdiciando ese regalo. Prometemos no tomar estos regalos a la ligera.
Harry se ruborizó ante el castigo.
—Sí, Maestro.
Se estaba empezando a sentir enfermo. Para distraerse, recogió su plato y taza, y los llevó al fregadero, para luego dirigirse al baño. Puso la tostada sobrante en la caja ubicada a un lado, dispuesta para las sobras, que luego se daría a los animales, usualmente a los pollos. Esa caja estaba frecuentemente vacía, pues los miembros de la comunidad apreciaban el esfuerzo realizado para producir los alimentos y raramente desperdiciaban algo. Se preguntó si el hecho de ser nuevo sería lo único que le había salvado de castigarse a sí mismo por un acto de desperdicio.
Pudo evitar vomitar, pero no logró contener las lágrimas. ¿Por qué se estaba sintiendo así? Era Scylla quien debería sentirse mal, y era obvio que a ella le había afectado su llegada. Cualquier cosa que hubiera sucedido entre ella y el maestro Snape antes de que él viniera a vivir a Eigg no debería importarle, ¿cierto? Pero mientras más se lo repetía a sí mismo, más visiones tenía de Severus abrazando a la bruja, besándola, corriendo sus largas y talentosas manos por el cuerpo de Scylla. Lo peor es que eso no se detenía allí; en su mente podía ver a Severus lamiendo sus pezones, yaciendo sobre ella… follándola. Presionó la mano contra su boca, sofocando un sollozo, y dominó a su estómago, que quería botar su magro desayuno. Asió unas toallas de papel y se secó las lágrimas, repitiéndose con ferocidad que Severus prefería los hombres y no pasaría mucho tiempo con ella. Pero al igual que Relámpago, Severus era responsable de la fertilidad del lugar, y, probablemente, tendría que tener sexo mágico con Scylla a veces. ¿Por qué no estaría casada la desgraciada bruja?
Severus estaba comenzando a preocuparse. Harry había corrido hacia el baño, y eso había sucedido hacía ya diez minutos. Desayunó lentamente, esperando verle cuando saliera. Algo debía haberle molestado, pero la noche anterior había estado bien. ¿Se debería esta reacción a que Severus había abandonado la habitación la pasada noche?
Scylla se limpió las manos en su servilleta y se levantó.
—Iré a comenzar mi trabajo, ¿no?
El hombre levantó la vista, saliendo de su ensueño con cierto sobresalto.
—Sí, por favor, hazlo. ¿Creo que tienes un lote casi listo?
La bruja inclinó la cabeza. El maestro notó que se veía bastante engreída y no podía culparla. Lo había hecho bien lidiando con un pedido muy grande sin su ayuda.
>>Entonces, puedes entregarlo mañana en el almacén del Callejón Diagon. Tómate el día en Londres, si lo deseas.
Scylla esbozó una sonrisa sincera. Habitualmente, el maestro Snape reservaba los días fuera para su propio uso. Esto era una verdadera felicitación para ella. O quizás, pensó con más amargura mientras se encaminaba a su lugar de trabajo, estaba tan enredado con el nuevo aprendiz, que prefería quedarse allí y mimar al muchacho. Bufó. No duraría, Snape era demasiado egocéntrico. El chico comenzaría a disgustarle muy pronto; todo lo que tenía que hacer era esperar su momento y mostrarle al maestro cuán eficiente podía ser, algo en lo que ya tenía éxito.
Esa mañana, Severus puso a Harry a catalogar el equipo en la sala de enseñanza, como el joven había denominado mentalmente a la sala que el maestro le había mostrado la tarde anterior.
—Quiero que te familiarices con lo que hay disponible, Harry.
El chico se dedicó con ahínco a esa tarea, y para la hora del almuerzo ya la había completado, pues había resultado una actividad más interesante de lo que esperaba. Encontró varios recipientes bastante raros, cuyo uso y nombre desconocía por completo, por lo que tuvo que preguntar a Severus. El trabajo le tuvo ocupado toda la mañana, y cuando se encaminaron a almorzar, pensó que era posible que pudiera comer algo.
El almuerzo habitual en verano era emparedados y ensalada, y también había bollos y fruta disponibles. Recipientes con café y té humeaban en el centro de la gran mesa. Harry se aseguró de tomar un bocadillo de entrada, cuidando de no desperdiciar nada. Una vez que empezaron a comer, se dio cuenta de cuán hambriento estaba, y pronto olvidó la congoja de la mañana.
Miranda le sonrió, complacida al ver que nuevamente estaba comiendo con su entusiasmo habitual. Quizás el joven había extrañado su hogar momentáneamente… Después de todo, era un nuevo comienzo para él.
Harry miró al miembro más viejo de la comunidad, que estaba sentado al otro lado de Scylla, casi frente a él, y recordó que necesitaba pedirle algo.
—George, ¿podría ir a la biblioteca esta noche? Quisiera buscar uno o dos libros para leer en mi cuarto antes de dormir.
—Mi invitado llegará pronto —contestó el anciano—. Pero por supuesto que eres bienvenido a venir. Me estaba preguntando si se te había olvidado que existía la biblioteca.
—¡Oh, no! Claro que no —Harry se apresuró a tranquilizar al bibliotecario—. Es sólo que he estado muy ocupado instalándome.
George sonrió, y las múltiples arrugas de su vieja cara mostraron sus orígenes como líneas de sonrisa.
>>Pero no quiero molestarle si va a tener un invitado —agregó el joven.
—Deadalus Diggle viene con bastante frecuencia, Harry —explicó George—. Está aprendiendo caligrafía e iluminación, Merlín sabrá porqué… —agregó, con un guiño travieso.
—Vamos, George. Daedalus es un alma buena, un mago entusiasmado por la tradición, sólo que un tanto… excéntrico —le regañó Severus.
—¡Está loco de remate! —intervino Danyel, lanzando una risita.
—Ahh, muchacho, no dejes que nadie te escuche diciendo cosas como ésa —exclamó Jolyon—. Lo lamento, maestro Snape, George; hablaré con él antes que llegue el señor Diggle.
Danyel seguía lanzando risitas, mirando a Harry para tratar que él también riera. El joven de ojos verdes estaba deliberadamente concentrado en su emparedado, para nada intrigado sobre el invitado de George.
Se escuchó el conocido sonido de una Aparición y Danyel comenzó a reír más fuerte. Harry y los demás miraron alrededor para observar a un mago bajito, vestido con una túnica de un brillante color azul real, parado en medio de la cocina.
—Hola a todos —saludó con una voz que sonaba como una puerta chirriante. Harry tuvo que morderse los labios para no unirse a las risas de Danyel, que a esas alturas empezaban a tener un tono maniaco.
—¡Ven, muchacho! —dijo Jolyon, levantándose—. Vamos afuera un rato —aferró el brazo de su hijo y empezó a arrastrarle fuera de la cocina.
—Pero mi almuerzo… ¡Quiero mi almuerzo! —gimió Danyel, semejando a un frustrado niño de cinco años. Harry le vio plantarse con firmeza.
Jolyon era un hombre grande y fuerte, con músculos muy desarrollados producto del trabajo en la granja. A empujones, consiguió sacarle al exterior, mientras el visitante se movía a un lado y les miraba, pasmado.
—¡Oh, cielos, cielos! Veo que el pobre Danyel está algo sobreexcitado —comentó, mientras la puerta se cerraba detrás de los otros dos.
—Tiende a excitarse cuando llegan invitados, Daedalus —dijo George—. Ven y almuerza con nosotros.
El señor Diggle no perdió tiempo en sentarse y servirse una gran taza de té y algunos emparedados.
—Extrañé tu comida, Miranda —elogió con alegría y un guiño.
La cocinera se ruborizó y Harry la observó con asombro. Miranda estaba acostumbrada a ser felicitada por su comida. ¿Habría otro romance en puertas, como el de Abigail y su pescador? Probablemente no… el visitante se veía como un viejo abuelito.
Daedalus estaba a punto de darle un mordisco a su bocadillo cuando se detuvo como si le hubieran lanzado un hechizo Petrificus. Sus ojos se clavaron en Harry. Con el emparedado todavía listo en el aire, expresó:
>>¿Y quién es este guapo joven? ¿Un nuevo miembro, maestro Snape?
Severus inclinó la cabeza.
—De hecho, señor Diggle. Es mi aprendiz, Harry.
—Bien, bien. Usted es un astuto perro viejo. Ellos vienen como polillas a la llama, ¿eh? Bueno, no me sorprende, con toda la magia de fertilidad que tiene por aquí —rió entre dientes y regresó a la labor de comer su emparedado, con ojos brillantes.
Harry se preguntó qué querría decir el mago. Ciertamente, excéntrico era una buena palabra para definirle. Chiflado sería otra. ¿Era él una polilla en la llama de Severus?
—Señor Diggle, seguramente bromea —replicó Severus, y ya no sonaba tan despreocupado—. Nuestra comunidad es pequeña y pocos tienen cabida aquí; Harry es un joven muy especial.
—Oh, no lo pongo en duda —se rió a través de su boca llena. Tragó y continuó—: Dudaría que eligiera a alguien que no tuviera las tendencias correctas, maestro Snape.
Ahora, Severus estaba frunciendo el ceño y Harry se sentía incómodo. ¿Qué tendencias?
—Si me disculpa, regresaré a trabajar —dijo Severus, en un represivo tono de voz.
Harry fue a levantarse también, pero el maestro alzó una mano.
>>Termina tu comida, Harry. Tengo mucho trabajo para ti esta tarde, necesitas alimentarte bien pues no comiste mucho en el desayuno.
Por alguna razón, esto provocó más risas en el señor Diggle, que estaba sentado en el otro extremo de la mesa. George se veía avergonzado por el numerito que estaba haciendo su visitante y se apresuró a distraer su atención.
—Tengo el nuevo papel de vitela* del que te hablé. Empecé una nueva página y los resultados son muy especiales.
—¿El vitela que ordenaste a Turquía, George? ¡Oh, bien! —el extraño mago dejó su bocadillo y se frotó las manos—. Las cosas suaves y jóvenes hacen los mejores materiales, ¿eh? —y empezó nuevamente a reír.
—Er… sí, definitivamente, la cabritilla es lo mejor para la caligrafía fina —convino George.
Harry engulló el resto de su almuerzo y bebió su té tan rápido como le fue posible. Se sentía algo preocupado, pues Daedalus Diggle parecía estar lanzando toda clase de indirectas sobre él, aunque no estaba seguro de lo que estaba implicando.
*El papel vitela (del francés antiguo Vélin, por "calfskin"1 ) es un tipo de pergamino, para hacer las páginas de un libro o códice, caracterizado por su delgadez, su durabilidad y su lisura. Estrictamente hablando, el papel vitela debería ser sólo el elaborado de piel de becerro (vitela), pero el término comenzó a ser usado para designar un pergamino de calidad muy alta, independientemente de qué animal venga la piel con la que fue hecho. Hay una imitación moderna del "papel vitela" hecha de algodón, aunque aún se fabrica algo de verdadero papel vitela. El término también puede referir a manuscrito o libro escrito en tal material. Fuente: Wikipedia
Última edición por alisevv el Mar Mayo 03, 2016 3:18 pm, editado 3 veces | |
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