alisevv
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| Tema: Un regalo inesperado. Capítulo 8 Jue Nov 05, 2009 5:54 pm | |
| —Per… dón.
—Sev, por Dios, ¿qué…?
—¡Dile que le perdonas! —ante el grito, Harry alzó la cabeza y miró a Draco y Remus, parados en el umbral de la puerta de la habitación. La expresión del rostro del joven rubio logró que su corazón se aterrara aún más—. ¡Dile que le perdonas, rápido! —insistió Draco, casi con angustia.
Sin pedir más explicaciones, Harry se giró nuevamente hacia Severus, quien ya estaba perdiendo las fuerzas para luchar contra el collar.
—¡Te perdono! —más que un grito era un gemido agónico, mientras sus manos reemprendían la tarea de jalar el collar, momentáneamente interrumpida para observar a Draco—. ¡Te perdono, te perdono, te perdono! —mientras hablaba, las lágrimas caían incontrolables por sus mejillas, sintiendo que, si el hombre moría, moriría en ese instante con él—. Severus, amor, te perdono; pero no me dejes, por favor.
De repente, el congestionado rostro de Severus Snape mostró una expresión de alivio infinito. Por unos instantes, sus ojos oscuros miraron a Harry con una mezcla de sosiego y agradecimiento, antes que sus párpados se cerraran y su cuerpo cayera hacia delante, apoyando la cabeza en el hombro del joven y quedando desmadejado en sus brazos.
>>¡¡Severus!!
Ante el grito angustioso, Remus se arrodilló presuroso al lado de ellos, y tomando la muñeca del hombre entre sus dedos comprobó su pulso.
—Él está bien, Harry —tranquilizó al muchacho, quien había abrazado a Severus y le acunaba contra su cuerpo en tanto lloraba en silencio—. Todo está bien, sólo está desmayado. Vamos a llevarle a la cama.
Harry movió la cabeza, negando, mientras seguía allí, meciendo el cuerpo del hombre que amaba y llorando, aunque esta vez eran lágrimas de desahogo. Decidiendo que era mejor dejarle unos momentos mientras se tranquilizaba, Remus se levantó, y acercándose a su pareja, le abrazó. Estaba consciente que su rubio sabía la razón de lo que acababa de suceder, pero prefirió esperar para que él también se serenara; aunque su rostro estaba pétreo y no reflejaba lo que estaba sintiendo en ese momento, Remus le conocía lo suficiente como para saber que, durante unos breves y angustiosos segundos, Draco Malfoy había estado absolutamente aterrado.
Luego de un par de minutos en los que los únicos sonidos perceptibles en la habitación fueron las respiraciones agitadas de los presentes, Harry se levantó sosteniendo a Severus entre sus brazos. Sin decir una palabra, ignoró la cama donde el hombre había dormido sus primeros días en la casa y salió por la puerta, rumbo a la habitación que compartían. Entró en el acogedor recinto y acostó a Severus en su cama con muchísimo cuidado, como si el más leve movimiento pudiera lastimarle. Se sentó a su lado y extendió la mano para retirar con delicadeza los mechones de cabello negro que cubrían su cara.
—Hay que ponerle una poción en el cuello; si se inflama demasiado, el collar podría empezar a estrangularle de nuevo —sugirió Remus.
—No lo hará, el collar se adaptará —aseguró Draco en tono libre de inflexiones.
Tanto Remus como Harry le miraron intensamente por unos momentos. Al final, el chico de ojos verdes preguntó:
—¿De qué se trata todo esto, Draco? ¿Por qué Severus estuvo a punto de ser estrangulado por ese maldito collar y cómo es que tú sabías la solución?
El joven movió la cabeza, negando.
—No puedo decirlo.
—¿Cómo que no puedes decirlo? —la voz de Harry sonó irritada, pero enseguida reaccionó al mirar el ceño fruncido de Remus y recordar que estaba hablando con un amigo, y preguntó en un tono más amable—. ¿Qué te lo impide?
El rubio se acercó por el otro lado de la cama y observó con cariño el rostro ahora sereno de su padrino antes de contestar:
—Hay un juramento inquebrantable de por medio. Si hablo, moriré.
Ante sus palabras, el ceño de Remus se frunció aún más, esta vez con profunda preocupación.
—¿Severus hizo el mismo juramento? —indagó Harry, que acariciaba muy suavemente el cuello del Slytherin, que comenzaba a mostrar los síntomas del maltrato sufrido.
—Sí.
—Entonces, ¿cómo podremos saber qué sucedió? —preguntó Remus.
—Mi padrino puede hablar —explicó Draco—. Una vez que sucede… esto, el juramento se anula.
Permanecieron unos momentos en silencio, y al final Harry habló de nuevo:
—Remus, por favor, llama a Hogwarts por la red flu de Minerva y pídele que envíe a madam Pomfrey aquí enseguida. Severus aún no despierta; creo que es por agotamiento, pero hay que revisarle, y la verdad, no quiero llevarle a San Mungo. Draco, ayúdame a cambiarle; no quiero utilizar la magia sobre él mientras esté así pero tampoco deseo que cuando despierte se encuentre con que está usando esta maldita túnica.
Asintiendo, Remus se levantó y salió de la habitación, dejando a Harry y a Draco cambiando a Severus. Minutos más tarde, regresó acompañado de la medibruja de Hogwarts.
—¿Qué le sucedió a Severus? —preguntó la bruja por todo saludo, acercándose a la cama, donde el Slytherin descansaba vestido con un pijama azul oscuro y pasando su varita sobre él, comenzando a auscultarle.
—El collar le empezó a estrangular y luego se desmayó —explicó Harry escuetamente, luego de notar un levísimo movimiento de advertencia por parte de Draco.
La sanadora pasó unos minutos más haciendo verificaciones en silencio y, cuando acabó su diagnóstico, alzó la cabeza y miró atentamente a Harry.
—¿Y no me vas a decir nada más al respecto?
—No sé nada más, Madam.
La mujer respiró profundamente; era evidente que todo estaba relacionado con esa ley absurda de esclavitud por condena, pero no insistió, suponiendo que hacerlo sería inútil. Revisando dentro de su maletín, sacó un vial con un líquido violeta. Tomó un poco de la sustancia con un gotero y, abriendo levemente los labios de Severus, dejó caer todo el contenido del gotero en su boca y tocó su garganta para instarle a tragar. Luego sacó una crema y con mucho cuidado la aplicó sobre la piel del cuello, por debajo del collar de cuero. Al fin, le cubrió con las mantas y se levantó, para enfocar su atención en los tres hombres que la observaban con preocupación.
—Severus va a estar bien —explicó la sanadora, mirando principalmente a Harry—. Aunque su magia está restringida a causa del collar, su núcleo mágico sigue allí y resultó afectado por la tensión a la que se vio sometido, por eso no ha despertado todavía. La poción que le di se va a encargar de curar su núcleo mágico, en unos minutos hará efecto.
Mientras todos esperaban impacientes, Harry se volvió a sentar en la cama, al lado del Slytherin, y empezó a acariciar su frente mientras aguardaba que la poción hiciera efecto. Minutos más tarde, los párpados comenzaron a moverse, hasta que, tras lo que a Harry le parecieron interminables segundos, los ojos negros se mostraron, opacos y todavía aturdidos. El enfermo pareció confundido por unos instantes antes de girar la cabeza y encontrar la cálida mirada verde.
—Harry —el sonido que salió era ronco y áspero, y el dolor de su garganta le impidió continuar hablando.
—No hables todavía —aconsejó Poppy Pomfrey con voz amable. Luego, vertió una cucharada de un polvo blanco en un vaso con agua y se lo entregó a Severus—. Esto aliviará bastante el maltrato de tus cuerdas vocales; en unos minutos podrás hablar.
Se tomó todo el contenido del vaso, haciendo un gesto de repugnancia, y se lo devolvió a la medibruja.
>>Muy bien —la mujer le sonrió satisfecha antes de enfocar su mirada profesional en Harry—. Debo irme. Tienes que darle otro gotero de la poción violeta dentro de cuatro horas y otra dosis de ésta —señaló el vaso en su mano— en la mañana. Asegúrate que descanse esta noche; de ser necesario, adminístrale una dosis de poción para dormir sin sueños— se giró de nuevo hacia su paciente y volvió a sonreír—. Cuídate mucho, Severus.
Luego que la sanadora abandonó la habitación, acompañada por Remus, Harry miró a Severus a los ojos y le lanzó una tímida sonrisa, sintiéndose morir de alegría cuando el otro también le sonrió débilmente. Harry le abrazó y le atrajo hacia sí, instándole a reclinarse contra su pecho, lo que Severus hizo claramente complacido para luego extender su mano hacia el joven rubio y sonreírle.
—Draco…
—No hables demasiado, Padrino —pidió, acercándose para tomar su mano—. ¿Cómo te sientes?
—Mejor —musitó, mientras se acomodaba en el regazo de Harry, quien empezó a acariciarle el cabello con cariño.
Permanecieron callados, mientras la poción dada a Severus hacía su efecto. Minutos después, regresó Remus y, acercando una silla a la cama donde estaban los otros tres, se sentó. Pasaron varios minutos más antes que el mago de ojos dorados hablara por fin.
—Severus, necesitamos saber qué sucedió. Draco nos contó que él no puede decir nada porque está bajo un juramento inquebrantable, pero que en tu caso el juramento ya está anulado.
Severus suspiró e, inconscientemente, se apoyó en la mano que seguía acariciando su cabello como si buscara un refugio, antes de carraspear para aclararse la garganta.
—Primero, necesito que me juren que no van a decir ni hacer nada —su voz todavía salía algo ronca pero ya no dolía al hablar—. Si algo sale de estas paredes y los del Ministerio lo descubren, me regresarán a Azkaban —se giró levemente en el regazo de Harry para mirarle a los ojos y, bajando la voz hasta límites imposibles, confesó por primera vez desde el día que había llegado a Godric’s Hollow—. No me quiero ir de aquí.
El joven acarició suavemente su mejilla y musitó:
—Juro que no diré ni haré nada.
—Yo también lo juro —agregó Remus.
Luego de permanecer en silencio unos momentos, reuniendo sus ideas a fin de explicar la situación lo más claramente posible, comenzó:
—El collar que nos pusieron en Azkaban tiene un cuarto propósito: controlar de manera absoluta al esclavo —habló con tono pausado para no forzar su garganta—. Es un propósito secreto que, según lo que sé, sólo conocen los esclavos y unos pocos oficiales del Ministerio, y es el que realmente nos convierte en unos seres serviles y sin voluntad.
>>Los efectos ya los conocen: si un esclavo ataca de cualquier manera a su amo, el collar entra en acción y le estrangula hasta morir. La única forma de evitarlo después de activado, es que el esclavo se arrodille y suplique perdón, y que el amo se lo conceda. Si eso no sucediera, el esclavo moriría irremediablemente. Mientras discutíamos —Severus miró a Harry con algo de vergüenza—, el collar me apretó levemente por dos veces, pero en mi furia, no me di cuenta. Cuando te aparté y te empujé sin querer, el collar entró en acción.
—¡Malditos desgraciados! —bramó Harry, fuera de sí—. Ni siquiera nos informan de esa posibilidad para poder evitarla.
—De hecho, es parte del mecanismo de terror —explicó Severus—. En el momento que nos colocaron el collar, nos obligaron a hacer un juramento inquebrantable. De esa forma, el esclavo sabe que está absolutamente en manos de su Amo. Y más allá aún, tiene la espada de Democles sobre su cabeza al saber que, aunque el amo estuviera más que dispuesto a perdonarle, quizás no lo hiciera por desconocimiento. Así, la vida del esclavo dependería incluso de la casualidad.
—¡Merlín bendito! —musitó Harry, apretando el abrazo alrededor de Severus. Remus, por su parte, se levantó y se sentó al lado de Draco en la esquina de la cama, abrazándole también, aterrado al pensar en que una pequeña discusión con él pudiera haber provocado algo similar a lo sucedido con Severus.
—Al Ministerio no le interesa que esto se haga público, y creo que no sólo porque dejaría de tener el efecto aterrorizante que posee, sino porque temen que la gente piense que eso ya es excesivo y la presión de las protestas les coloque en una situación frágil.
—Suena lógico —musitó Remus.
—Para evitarlo —continuó Severus con voz pausada—, y dado que el juramento inquebrantable se anula una vez que sucede el hecho, nos advirtieron que si, dado el caso que se produjera un incidente, nuestros amos dijeran algo a alguien, seríamos regresados de inmediato a Azkaban.
—¿Y si al amo no le importa y lo cuenta de todas formas? —preguntó Remus, frunciendo el ceño.
—Es posible pero no probable —contestó Severus—. Hay dos tipos de amos: aquellos como tú y Harry —tomó la mano del joven y la estrechó con fuerza, en un agradecimiento silencioso—, a los que les interesan sus esclavos sinceramente y no se arriesgarían a que les regresaran a Azkaban, y los amos sin entrañas, a quienes esa cuarta propiedad les parecería estupenda y no les apetecería perder a unos buenos esclavos por comentarlo.
—Además, dudo que se produzcan muchos casos. Los esclavos están demasiado aterrados por esta propiedad en particular como para arriesgarse a desatar la fuerza del hechizo —razonó Draco.
—En pocas palabras, el Ministerio juega sobre seguro —comentó Harry, y los demás asintieron mostrando estar de acuerdo—. No podemos seguir así —el tono del joven Gryffindor era contundente—. Mañana voy a citar a todos a una reunión urgente. Tenemos que encontrar la forma de anular ese hechizo del demonio y tenemos que hacerlo ya.
A la noche siguiente, Severus despertó sintiéndose extrañamente frío. Enseguida supo a qué se debía esa sensación; no tenía el duro cuerpo enredado con el suyo, esa calidez a la que tanto había llegado a acostumbrarse. Extendió el brazo y, cuando sintió el espacio vacío a su lado, abrió los ojos, preocupado. Giró hacia su mesita de noche, donde estaba posado un reloj de arena mágico que en su bulbo inferior tenía varias marcas que permitía saber las horas transcurridas desde que se había dado vuelta al reloj. Recordando que le había dado vuelta al acostarse, a las once de la noche, Severus estimó que serían alrededor de las tres de la mañana.
Se enderezó en la cama y se restregó los ojos, respirando profundamente para espabilarse. Luego, saltó de la cama, se puso su bata y sus pantuflas, y salió en busca de Harry. Mientras bajaba las escaleras, escuchó un ligero chasquido y Dobby apareció repentinamente frente a él.
—Qué bueno que despertó, profesor Snape —la voz del elfo doméstico sonaba alarmada.
—¿Qué sucede, Dobby?
El pequeño ser empezó a frotarse las manos y cambiar su peso de un pie a otro, como si no se decidiera a hablar. Severus alzó una ceja y resopló, mirándole con impaciencia.
—Verá, Profesor —balbuceó el elfo, que aún no terminaba de dominar lo que él pensaba era un saludable temor hacia el Slytherin—. Es el amo Harry Potter.
—¿Qué pasa con Harry? —preguntó, la molestia dando paso a la preocupación.
—Bien, profesor Snape, no estoy seguro de que… Verá, es que…
—¡Habla de una buena vez! —espetó con impaciencia.
—Es que el amo Harry Potter salió hace rato y no iba bien abrigado. Y hace mucho frío afuera.
—¿Hacia dónde fue? —indagó el hombre con premura.
—A la cascada, profesor Snape.
Severus frunció el ceño, preocupado; a finales de noviembre el frío nocturno podía ser muy peligroso. Aun cuando Harry se hubiera echado un hechizo para calentarse, no siempre era suficiente.
Se puso una chaqueta gruesa encima de la bata, tomó otra para Harry, y salió a buscarle. Mientras se apresuraba rumbo a la cascada, reflexionó en el comportamiento que había mantenido el joven durante todo el día. Se había mostrado serio y taciturno, y no sólo en la reunión que habían tenido en la mañana por el asunto de los collares, sino durante todo el día; apenas había comido y no había sonreído ni una sola vez, ni siquiera cuando se había acurrucado en sus brazos al acostarse.
Llegó casi sin aliento y le encontró sentado bajo el árbol donde cenaran la primera noche que habían hecho el amor. Le daba la espalda y tenía la vista fija en las aguas de la cascada. Se acercó con paso lento y posó la gruesa chaqueta sobre sus ateridos hombros para luego sentarse a su lado en silencio. El joven se estremeció pero no volteó a mirarle.
Severus permaneció allí, sentado al lado de Harry y mirando también la cascada, por lo que pareció una eternidad. Finalmente, se giró hacia él y preguntó quedamente:
—¿Qué sucede, Harry?
El joven movió la cabeza, negando, pero no le miró.
>>Harry, mírame, por favor —el otro volvió a negar en silencio—. Por favor.
Como si de un encantador de serpientes se tratara, Harry no fue capaz de resistir el ruego en esa hermosa voz y se giró hacia él. Severus sintió como si una fuerza enorme presionara su corazón al ver los hermosos ojos verdes cuajados de lágrimas. Con mucho cuidado, le quitó los lentes y secó con el dedo las gotas saladas que corrían por sus mejillas.
>>¿Qué sucede? —el joven bajó la cabeza y negó de nuevo. Poniendo un dedo bajo su barbilla, Severus le instó a subir la cabeza y clavó sus ojos negros en la tristes esmeraldas—. Cuéntame.
—Yo… —balbuceó el Gryffindor al fin sin saber cómo seguir. Respiró profundo para tomar valor y volvió a empezar—. Yo estuve a punto de matarte —declaró, su voz destilando congoja en su estado más puro.
—¿Matarme? ¿De qué estás hablando? —preguntó sin entender.
—Ayer, cuando… cuando el collar casi te ahoga. No supe… —se interrumpió mientras tomaba otra bocanada de aire, en un inútil intento por calmarse—. Yo no entendí. Si no hubiera sido por Draco, te hubieras muerto ante mis ojos sin remedio y yo no hubiera podido resistirlo. ¡¿Es que acaso no entiendes que si te perdiera, ya no querría seguir viviendo sin ti, con un demonio?! —gritó tan fuerte que el eco de su voz resonó a lo lejos—. ¡Y casi te perdí porque fui tan estúpido que no entendí! —terminó mientras las lágrimas volvían a correr por su rostro.
—Harry, tú no podías saberlo —razonó el hombre, que se sentía absolutamente abrumado por todo el amor que expresaba el joven frente a él.
—Sí, sí podía —se levantó con brusquedad, tirando al piso la chaqueta que estaba sobre sus hombros—. ¡Maldición, tú me lo estabas gritando y yo no entendí!
Severus se levantó a su vez y se acercó hasta él, aferrándole los brazos para obtener su atención.
—Harry, escúchame —al ver que el otro luchaba por soltarse le aferró con más fuerza y le zarandeó—. ¡Escúchame! —exclamó con voz más alta—. Si hay algún culpable, ése soy yo. Mírame, Harry —el muchacho alzó la vista con lentitud—. El collar me dio dos avisos previos, y yo no hice caso porque estaba demasiado celoso para prestar atención.
—Yo no estoy con Ginny, Severus —musitó Harry, recordando el porqué había comenzado todo ese horror—. La eché de casa.
—Lo sé, Harry —le tomó entre sus brazos y le apretó contra su cuerpo. El joven se dejó cobijar, disfrutando del aroma y la calidez del cuerpo amado—. Lo sé. Pero tengo que admitir que cuando te vi besarla, vi todo rojo —le alejó apenas la distancia suficiente para poder mirarle a los ojos—. Por eso debes creerme cuando te digo que no fue tu culpa en absoluto. Además, si lo piensas bien, así es mejor; ahora que lo sabes, no tengo la angustia constante de que se desate el hechizo y no pueda detenerlo. Ahora sabes cómo.
Harry reflexionó unos instantes, ponderando la sensatez de sus palabras y asintió. Pero aún había algo más que debía aclarar.
—Yo no la besé —musitó con el corazón en los ojos—. Fue ella. Te lo juro, Severus.
—Lo sé —volvió a decir el mayor.
—Además —ahora ya calmado, una luz de picardía comenzó a brillar en sus ojos verdes—, tú besas mucho mejor que ella.
—¿De veras? —preguntó Severus con un tono sugerente, mientras sonreía y le abrazaba estrechamente—. ¿Estás seguro?
—Hmm, bueno, ya que lo preguntas… —musitó, mientras alzaba la cabeza y le ofrecía los sonrosados labios—. Quizás necesite una pequeña prueba, sólo para asegurarme.
—¿Así que una prueba? —Harry asintió y Severus llevó su mano izquierda hasta rodear su nuca—. ¿Y con una prueba pequeña basta? —musitó casi sobre sus labios.
—Bueno, mientras más grande, mejor, digo yo.
Riendo suavemente, el hombre cerró la mínima distancia que les separaba y se apoderó de su boca con una mezcla de ternura y pasión, mientras la mano en su nuca acariciaba la piel con suavidad y el otro brazo cercaba su cintura apretándole contra él. Cuando se separaron para respirar, la boca de Harry vagó hasta el fuerte cuello, lamiendo la marca morada que había dejado el collar y obteniendo tenues jadeos de Severus como recompensa.
—¿No crees que sería mejor que siguiéramos esto en otra parte? —musitó Severus, volviendo a tomar su boca y devorándola con ansiedad para soltarla mucho después y mirarle a los ojos—. Aquí hace mucho frío.
Harry le observó, con una sonrisa radiante que se veía aún más bella con el rastro de lágrimas que aún había en sus mejillas
—¿En nuestra habitación? —preguntó con ansiedad.
Severus le miró por largo rato y al final sonrió también en aceptación.
—En nuestra habitación.
—¿Creen que Hermione habrá descubierto algo importante? —preguntó Harry, mientras servía licores para todos los presentes.
Era una fría tarde del mes de diciembre, tres días antes de Nochebuena. A través de las ventanas de la salita de estar, se veía caer la nieve con persistencia, cubriendo con su hermoso manto blanco las calles y tejados de Godric’s Hollow.
—Debe serlo. Se veía muy entusiasmada cuando habló por la chimenea —contestó Remus, tomando la copa de coñac que Harry le entregaba en ese momento. El joven dio otra a Draco, y regresó al barcito para tomar las dos restantes e ir a sentarse al sofá, al lado de Severus.
—¿Y por qué no vino de una vez? —preguntó Draco, paladeando su licor con deleite—. Oye, cararrajada, este coñac es realmente bueno, ¿sabías?
Harry le sonrió con calidez ante el antiguo apelativo y se acurrucó contra el cálido cuerpo de Severus, quien de forma automática le atrajo más hacia sí.
—Me dijo que tenía que esperar a que Ron regresara —explicó Remus, quien también había posado un brazo sobre los hombros de su rubio—. Con el embarazo no puede viajar sola por la red flu. Pero deben estar al llegar, Ron sale del trabajo a las cinco —como si su voz hubiera dicho las palabras mágicas, en ese momento las llamas de la chimenea cambiaron de color, convirtiéndose en el fuego frío que evidenciaba que la red flu acababa de ser conectada. Segundos después, Ron y Hermione salían por la chimenea.
—¡Hermione, estás preciosa! —saludó Harry, que se había parado a recibir a sus amigos—. El embarazo te sienta estupendamente.
—Mentiroso —sonrió la joven, que con cinco meses de embarazo a cuestas se sentía como un globo—. Y adulador. Sé que tanta efusividad es porque quieres que diga pronto lo que descubrí.
—Me pillaste —Harry sonrió mientras acompañaba a su mejor amiga hasta un cómodo sofá y la ayudaba a sentarse. Luego volteó hacia el muchacho pelirrojo a su lado—. Hola, Ron.
—Vaya, hasta que te acordaste —se quejó el recién llegado en tono jocoso.
—Es que tú no tienes información —comentó Remus, entre ansioso y divertido. Severus y Draco sólo saludaron con la cabeza, extremadamente ansiosos también.
—Exacto —contestó Harry, sin molestarse en negarlo antes de mirar de nuevo a Hermione—. Entonces, ¿qué averiguaste? ¿Encontraste el contra-hechizo?
Todos la miraron expectantes, incluso Ron, a quien no había dicho nada tampoco pues habían salido en cuanto el pelirrojo regresó a su casa.
—Lamentablemente, no —contestó la chica—, pero encontré un dato que pienso nos puede llevar a él —al ver que todos la seguían observando, sin intención alguna de interrumpir, continuó—: Estuve revisando nuevamente los libros de la Sección Prohibida de la Biblioteca de Hogwarts, lanzándoles contra hechizos de ocultación. Tuve suerte; en un ejemplar del siglo dieciocho, apareció toda una hoja oculta, donde se hace referencia a un libro llamado Hechizos de Sumisión: Cómo Conseguir el Esclavo Perfecto. Al parecer, contiene una recopilación de todos los hechizos de esclavitud creados desde los primeros albores de la magia, tanto blanca como negra; la mayoría de ellos, prohibidos.
—Pareciera el libro indicado para encontrar el hechizo del collar —reflexionó Remus—. ¿Dice dónde se puede encontrar ese libro?
—Según el autor, la mayoría de la copias fueron quemadas por orden del Ministerio de Magia en el siglo dieciocho y sólo quedaron dos ejemplares. Uno de ellos lo ubica, aunque aclara que no está totalmente seguro, en el seno de la familia Macnair.
—Suena lógico —comentó Harry—. Es posible que así llegara a manos de Scrimgeour, al decomisar sus pertenencias luego de la batalla final.
—Pero si lo tenía él y es un libro tan peligroso, ¿por qué no lo usó? —preguntó Ron—. Eso le hubiera dado gran poder.
—No creo que siquiera supiera que lo tenía —comentó Severus con desprecio—. De hecho, dudo que Walden Macnair haya vuelto a leer algo más profundo que El Profeta después de terminar Hogwarts.
—¿Dice quién poseía el otro ejemplar? —indagó Remus.
—Según explica, pertenecía a una bruja, Dilys Derwent. Era una sanadora amante del conocimiento que fungía como Directora de Hogwarts para la época en que el Ministerio dio la orden de eliminar los tomos. El autor era amigo de ella y supo de primera mano que lo había escondido en algún recóndito lugar de Hogwarts, para evitar que fuera encontrado por el Ministerio.
—¿En Hogwarts? —preguntó Severus, intrigado—. Nunca oí mencionar algo así, ni siquiera a Dumbledore.
—Ni yo —convino Remus.
—Quizás él tampoco lo sabía —sugirió Draco.
—Pero ya revisamos todos los libros de la Sección Prohibida y allí no está —comentó Ron.
—Es un lugar demasiado evidente, Ron —reflexionó Hermione—. Si la Directora no quería que ese libro en particular fuera encontrado, debió esconderlo en un lugar tan oculto que nadie tuviera acceso a él.
—Un lugar que ni siquiera supieran que existía —agregó Harry, sabiendo por dónde iban los pensamientos de su amiga.
Harry y Hermione se miraron entre sí, sonrieron y dijeron al unísono:
—La Sala de los Menesteres.
Ante la asombrada mirada de los demás, Harry se levantó presuroso y se dirigió a la chimenea.
—¿Adónde vas? —preguntó Severus, frunciendo el ceño.
—A Hogwarts —le miró y sonrió de oreja a oreja—. No te preocupes, enseguida regreso.
Media hora más tarde, las llamas de la chimenea cambiaron nuevamente y Harry salió con la poca elegancia que le caracterizaba, tropezándose y cayendo de culo sobre la alfombra. Antes que ninguno de los presentes pudiera hacer comentario alguno, levantó la mano, mostrando un grueso libro de tapas azul oscuro y letras plateadas.
—¡Lo tengo!
Última edición por alisevv el Mar Ago 17, 2010 10:57 pm, editado 2 veces | |
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