La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas

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alisevv

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MensajeTema: Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas   Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas I_icon_minitimeSáb Abr 04, 2009 10:31 am

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Inclinado sobre la barandilla de la terracita de su camarote, el Duque de Snape miraba la luna, que esa noche brillaba en todo su esplendor, reflejando su estela plateada sobre la oscura y tranquila superficie del océano, y la miríada de estrellas, que en ese momento parecían resplandecer sólo para él. Acunada en su mano, una pipa encendida esparcía el agradable y acogedor olor a buen tabaco.

Severus se llevó la boquilla a la boca y dio una larga calada, para luego expulsar lentamente el humo. Allí, suavemente cobijado por el leve vaivén del mar, se permitió rememorar los que habían sido los dos mejores meses de toda su vida, con sus días llenos de la calidez y el amor de su pareja, y las noches repletas de la inagotable pasión mutua.

Habían navegado hacia el sur, rumbo a España, y luego de bordear la Península Ibérica, habían pasado el Estrecho de Gibraltar y entrado al Mar de Alborán y de allí al Mar Mediterráneo. Luego de visitar Génova, Florencia y Pisa, y las islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia, habían seguido hacia el Mar Jónico y de allí al Adriático.

Siguieron navegando por las costas de Italia, visitando Pescara, Bolonia, Padua y Venecia. Luego de pasar unos días deliciosos en la ciudad de los canales, se embarcaron nuevamente de regreso a Inglaterra, con la firme promesa por parte de Severus que su próximo viaje sería por las islas griegas.

Entonces, cuatro días antes, Harry había empezado con las náuseas y los malestares matutinos. Al principio, Severus había pensado que se trataba de alguna comida que le había sentado mal, o quizás un malestar producto de tantos días en el mar. Sin embargo, la molestia se le pasaba conforme avanzaba la mañana y el resto del día lo pasaba estupendamente.

“Bueno, excepto cuando percibe ciertos olores”, pensó Severus, sonriendo con anhelo. ¿Sería posible que Harry ya estuviera embarazado?

De repente, le asaltó otro pensamiento: ¿Y si Harry no quisiera tener un bebé todavía?

La idea le hizo fruncir el ceño con preocupación.

—Amor, ¿qué haces aquí afuera tan solito, y con esa cara?— escuchó una voz, al tiempo que unos amorosos brazos se enroscaban alrededor de su cintura.

Automáticamente, Severus volteó la pipa, vació la cazoleta en el mar y la dejó a un lado, girándose hacia Harry con una tierna sonrisa en el rostro.

—Nada, amor, sólo que me apeteció fumar, así que salí para no incomodarte.

—No entiendo— musitó el joven, preocupado, acurrucándose en los brazos de su esposo—. Nunca me había molestado el humo del tabaco cuando fumabas, de hecho, me gustaba. Y ahora, en cuanto lo huelo se me revuelve el estómago.

—¿Hay alguna otra cosa que te provoque ansias?

Harry reflexionó durante un rato.

—Ahora que lo pienso, sí— comentó al final—, y es realmente raro. Siempre me han encantado las fresas, ¿te acuerdas?— el hombre sólo asintió—. Pues ayer, uno de los ayudantes me preguntó si me apetecían y de sólo pensarlo tuve que correr al baño— permaneció un buen rato en silencio y al fin preguntó—. Severus, ¿qué será lo que tengo?

—Ven— el Duque tomó su mano y lo guió hacia una de las tumbonas. Se acostó y abrió los brazos hacia su joven esposo, quien sonrió y se acostó también, acurrucándose a su lado. Severus besó los negros cabellos, más despeinados de lo habitual a causa de la brisa marina, y lo acomodó de forma que pudiera mirar sus bellos ojos verdes—. Amor, ¿qué piensas sobre tener un bebé?

Harry lo miró, extrañado por el cambio de conversación, pero aún así sonrió con dulzura.

—Me encanta la perspectiva de tener una pequeña damita o un pequeño caballerito con tus hermosos ojos negros.

Severus sonrió y acarició su mejilla con suavidad, antes de inclinarse y besarlo con adoración.

—¿No crees que sería demasiado pronto?— insistió el Duque y el rostro de Harry se ensombreció.

—¿Qué ocurre, Severus? ¿Acaso no quieres tener bebés?

—No, no pienses eso— se apresuró a decir el hombre, al darse cuenta que su esposo había malinterpretado su actitud—. Yo voy a ser muy feliz con una docena de chiquillos correteando por casa.

—Pues a menos que pretendas llevar tú mismo unos cuantos, no creo que sean tantos— se horrorizó Harry y Severus se echó a reír.

—Si pudiera te ayudaría con eso, lo juro— declaró con gesto solemne—, pero el fértil eres tú.

—En ese caso, tres o cuatro como máximo— advirtió el joven, medio en broma medio en serio.

—Está perfecto para mí— convino el Duque. Permaneció un buen rato callado, acariciando los cabellos de su esposo con aire ausente, antes de mirarlo nuevamente—. Pero pensaba que quizás preferirías esperar un tiempo antes de embarazarte— indagó con tono dubitativo—. Disfrutar un poco tu juventud.

—Pues… me encanta mi papel de esposo y— se acercó y atrapó los labios que le volvían loco en un beso ardiente— de amante. Pero no me molestaría lo más mínimo quedar embarazado— miró a su pareja, que aún se notaba vacilante—. Severus, ¿qué ocurre? Mira que estás empezando a ponerme nervioso.

—Verás, todas esas ansias y mareos pueden ser una señal— al ver que tenía toda la atención de su pareja, puntualizó—: Es posible que estés embarazado.

—¿Embarazado?— repitió Harry, incrédulo, antes que su rostro se transformara en una expresión tan grande de felicidad que el Duque se sintió impactado—. ¿Un bebé? ¿Vamos a tener un bebé?

—No te entusiasmes demasiado, todavía no es seguro.

—No, Severus, ahora que lo dices es lógico, vamos a tener un bebé— su entusiasmo se enfrió de repente —. ¿Tú sí quieres un bebé ahora, verdad?

Severus sonrió y lo estrechó contra si.

—Por supuesto, mi amor.

—Severus, te adoro… y vamos a tener un bebé— gritó Harry, antes de atrapar nuevamente los labios de su esposo, para no soltarlos en mucho rato.



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—Dios, como extrañaba a tu cocinera, Severus— comentó Sirius, mientras todos se instalaban en la cómoda salita donde se reunían habitualmente—. Ese pastel de riñón estuvo delicioso.

—Vaya, bueno es saberlo— bromeó su amigo—. No extrañabas ni a Tía Poppy, ni a Harry, ni a mí. Sólo a la cocinera.

—¿Qué quieres que te diga?— el Duque de Black se frotó el estómago con satisfacción—. Uno tiene sus prioridades.

—Y deja que pruebes el coñac que conseguí.

—Pero el coñac de Italia no es muy bueno— comentó Draco.

—Y por eso hicimos una parada en Córcega— explicó Harry, sonriendo—. Para comprar coñac francés.

—Espero que no te hayas olvidado de los amigos— comentó Sirius.

—No se preocupen, traje suficiente para todos— lo tranquilizó Severus.

—De hecho, trajo suficiente como para surtir a media Inglaterra— puntualizó Harry.

—Exagerado— replicó el Duque, alborotándole el cabello a su esposo.

—Bueno, ¿y que tal si probamos esa maravilla?

—En un momento, primero hay que brindar— Severus miró sonriente hacia la entrada del estudio, donde una doncella se encontraba sosteniendo una bandeja con varias copas de champaña.

—¿Y por qué vamos a brindar?— preguntó Remus, sonriente—. ¿Por el regreso?

—A mí mas bien me interesa saber por qué hay una copa con…— Sirius olfateó y arrugó la nariz—…¿jugo de manzana?

—El jugo de manzana es para Harry— explicó Severus—. Él no puede tomar licor. Por eso estamos celebrando.

—¿Estamos celebrando que Harry no puede tomar champaña?— preguntó Sirius, confundido.

—Si serás tonto— exclamó Hermione, corriendo a abrazar a Harry—. ¡Vas a tener un bebé, que genial!

—¿Un bebé?— repitió Sirius, mirando a Severus.

—Aja, el doctor revisó a Harry antes que llegaran y nos lo confirmó.

—Pues yo creo que en lugar de una copa de jugo van a tener que ser dos— declaró Draco con orgullo.

—¿Tú también?— preguntó Harry a Hermione, quien seguía a su lado. Cuando la chica afirmó, sonriente, el Duque Consorte de Snape la abrazó de nuevo—. Genial.

En la algarabía que siguió, nadie se fijo en la tristeza que mostraban unos hermosos ojos color miel.



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Narcissa Malfoy se encontraba acostada en el duro camastro de su pequeña y horrenda celda del maldito convento, maldiciendo, como cada día, a todos los que le habían enjaulado en ese lugar.

Los meses transcurridos desde que había llegado habían sido los más terribles de su vida. Se pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en esa cueva oscura y húmeda, pues pese a la insistencia de la madre superiora, se negaba terminantemente a salir y compartir con el resto de la comunidad.

Al principio, guardaba la esperanza de que Draco se apiadara de ella y le permitiera regresar a Londres. Pero conforme pasaban los días, sus esperanzas iban disminuyendo, a la par que crecía su odio hacia Harry Potter y Hermione Lupin. Sólo de pensar en los malditos bastardos sentía náuseas.

Un leve toque en la puerta la sacó momentáneamente de sus pensamientos. No contestó, esperando que quien tocaba pensara que estaba dormida y se fuera. Pero no, su suerte no podía ser tanta, y momentos después la persona repetía el toque con más insistencia. Así que, con desgana, se levantó y fue a abrir, para encontrarse con una novicia.

—La madre superiora le pide que vaya a su despacho— le informó la joven.

—¿Para qué?

—No lo sé, señora. Sólo dijo que fuera.

—Milady— la corrigió Narcissa, furiosa de que ni esa simple monja respetara su título—. Se dice Milady.

La novicia la miró un tanto asustada.

—Sí, señ… Milady— corrigió en último momento.

Molesta, Narcissa siguió a la novicia y pronto ambas estaban con la superiora.

—Gracias, Sor Millicent, puede retirarse— cuando la joven se hubo marchado, la superiora se giró hacia Narcissa—. Siéntese, por favor.

—Prefiero permanecer de pie.

—Y yo insisto en que se siente.

A regañadientes, Narcissa se sentó donde le indicaba la mujer. Esta rodeó el austero escritorio y también se sentó.

—Recibí una carta de su hijo…

—¡¡¿Draco le escribió?!!— exclamó Narcissa, feliz—. ¿Va a venir a buscarme, verdad? Sabía que no podía ser tan cruel como para tenerme aquí encerrada.

—Le agradeceré que no me interrumpa— habló la superiora con acento severo—. Su hijo no va a venir a buscarla. Su carta vino como respuesta a una que yo le envié previamente— alzó una mano para impedir que Narcissa hablara—. En mi carta, le explicaba lo… complicada que se había vuelto su presencia entre nosotras, y le pedía autorización para tomar ciertas decisiones necesarias.

—¿Qué quiere decir?— preguntó la otra, frunciendo el ceño.

—A partir de ahora, usted se va a comportar como cualquier otra de las hermanas de esta orden.

—¡¡¿Cómo?!!

La superiora siguió como si no hubiera escuchado su exclamación.

—No le puedo exigir que participe en las horas generales de oración, ya que no es católica, así que ese tiempo podrá dedicarlo a lo que guste. Sin embargo, sí se le exigirá cumplimiento del resto de las normas. Se despertará al alba y se acostara al atardecer, como todas— Narcissa abrió los ojos, horrorizada—. Mantendrá inmaculadamente limpia su celda y participará en la distribución de tareas en el convento, bien sea en la limpieza, las cocinas o en el campo.

—¡No puede exigirme eso!

—También le suministraremos otras ropas, más apropiadas a este lugar que sus lujosos vestidos— la mujer siguió enumerando ante la incredulidad de Narcissa—. Usted será responsable de su ropa, y deberá mantenerla limpia y en buen estado.

—Mi hijo le ha dado una fortuna a esta miseria a la que ustedes llaman convento, no puede tratarme así.

—Como le dije, todo esto fue consultado con su hijo y él dio su autorización.

—Me niego terminantemente.

La superiora la miró un segundo, antes de buscar entre sus papeles y sacar una carta, escrita en la nítida letra del Vizconde de Malfoy.


Tiene mi completa autorización para cumplir las
disposiciones que considere necesarias sobre la estadía de
mi madre en el convento. Si ella se niega a aceptarlas,
por favor, recuérdele que tengo un documento firmado
de su puño y letra.



—Maldito— espetó Narcisa, furiosa.

—Esta es la casa de Dios, tiene prohibido maldecir aquí.

Narcissa la miró con los ojos lanzando llamas de furia.

—¿Algo más?

—Sí. Cuando se dirija a mí me llamara madre superiora, y también se dirigirá a las hermanas con el debido respeto, y deberá recordar que no forman parte de su servidumbre— se levantó, invitando a Narcissa a imitarla—. Ahora vaya con la hermana encargada de las despensas y pídale sus nuevos trajes.

—Sí, madre superiora— Narcissa casi mordió las palabras antes de encaminarse a la salida.

—Y cuando se haya cambiado, repórtese en las cocinas. Hay un enorme saco de papas por pelar.

—No pienso pelar papas como una vulgar cocinera— la mujer hizo un último intento de lucha.

—Muy bien, no la pienso obligar a hacer nada que no quiera— por un momento, Narcissa sintió que había ganado al menos una pequeña batalla, sensación que mataron las siguientes palabras de su verduga—. Puede irse a su celda después de recoger su ropa nueva. Pero no hace falta que acuda al comedor a la hora de almuerzo. No habrá nada para usted hasta que decida realizar las tareas que tenga asignadas.

Sin otra palabra, la monja regresó a su escritorio, mientras una Narcissa completamente derrotada y terriblemente furiosa, abandonaba la habitación dando un sonoro portazo.



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—Amor, estás hermoso, ven ya a la cama— suplicó Sirius, mirando a su esposo, que se cepillaba el cabello frente al espejo con aire ausente. Casi de manera automática, Remus dejó el cepillo y se encaminó a la cama, para acostarse acurrucado contra su pareja—. Cielo, ¿qué te pasa?— preguntó el Duque de Black, acariciándole sus sedosos cabellos.

Remus no respondió, sólo movió la cabeza contra el pecho de Sirius, denegando.

>>—Amor, has pasado toda la tarde triste, cuéntame qué te pasa— al ver que no contestaba, puso un dedo con suavidad bajo su barbilla, instándolo a alzar la cabeza para mirarse en sus dulces ojos—. ¿No confías en mí?— Remus asintió en silencio—. ¿Entonces? ¿Qué ocurre? ¿Hice algo malo sin darme cuenta? Ya sabes lo burro que soy a veces.

—No, no eres tú— Remus habló al fin—. Soy yo.

—¿Eres tú?— repitió Sirius, alzando una ceja interrogante—. No entiendo.

—¿Y si no puedo tener un bebé?— soltó al fin lo que le acongojaba.

—¿Qué dices, amor? Eres fértil, claro que puedes tener bebés.

—¿Y si no? ¿Si hay algo malo en mí?— insistió Remus—. Ya han pasado dos meses y nada.

—Es muy poquito tiempo, cariño. Y los embarazos masculinos cuestan.

—Pero Harry ya está embarazado— argumentó el hombre de ojos dorados.

—Él es la excepción no la regla— abrazó estrechamente a su pareja y besó su cabello—. No puedo creer que estés tan preocupado porque Harry ya se haya embarazado y tú no.

—Es que siempre he temido que si algo pasara y yo no pudiera…—se detuvo, agobiado por el miedo que le había aquejado por tanto tiempo—. Entonces tú tendrías que dejarme para buscar un heredero, y yo…

Sirius lo apartó con cierta brusquedad y habló con tono serio.

—No quiero volver a escucharte decir semejante estupidez, Remus Black— luego lo volvió a estrechar contra su pecho—. Tú eres mi vida, amor. Vamos a tener un montón de preciosos mocosos, pero aunque no fuera así, jamás, oye bien, jamás te alejaría de mi lado.

Remus lo miró intensamente, con todo su amor reflejado en las pupilas doradas, y el Duque de Black se rindió y atrapó los adorables labios en un beso ardiente. Enseguida, la ansiosa boca de Remus se abrió a las súplicas de la lengua de su esposo, dándole paso y entablando una encarnizada lucha por el poder. Cuando la necesidad de respirar se hizo perentoria, el Duque abandonó el preciado bastión y deslizó sus golosos labios por el blanco cuello de su pareja, al tiempo que sus manos se movían en su afán por eliminar la molesta ropa que les impedía llegar a la preciada piel.

—¿Qué haces, Sirius?— preguntó Remus, empezando a jadear.

—Nada, sólo quiero demostrarte que sí vamos a tener un bebé tan bello como tú, y pienso que para eso tenemos que trabajar en el asunto, ¿no?— a esas alturas había logrado desnudar el pecho de Remus y había atrapado un rosado pezón.

—¿Y piensas empezar ya?— Sirius sonrió internamente al notar que el tono de su pareja volvía a ser tranquilo y feliz.

—Puedes apostar tu hermosísimo culo a que sí.

—Tú siempre tan romántico— rió Remus entre jadeos.

Sirius había llegado al bajo vientre de Remus, donde su masculinidad ya se erguía orgullosa. Luego de darle unas cuantas lamidas, que arrancaron profundos suspiros, siguió bajando, mientras se colocaba entre las piernas abiertas de su esposo. Alzando las piernas de Remus, las colocó sobre sus hombros, mientras su avariciosa lengua acariciaba los suaves testículos y llegaba a la amada entrada, chupando y jugueteando.

—¿Me alcanzas el lubricante?— pidió a un gimiente Remus.

—Entra así— suplicó el otro.

—Ni lo sueñes— negó el Duque—. Podría maltratarte. Anda, estira el brazo derecho, está sobre la mesita de noche— mientras daba las indicaciones, la boca de Sirius continuaba haciendo estragos, así que, jadeando, Remus se apresuró a obedecer.

Pronto, los amorosos dedos de Sirius trabajaban el interior de su esposo, distendiendo, acariciando, y golpeando la próstata, al punto que Remus casi aullaba de excitación.

—Demonios, Sirius, entra ya o…

Lo que haría Remus quedó en el aire cuando, de un empujón firme, Sirius se deslizó por completó en su interior. A partir de ahí todo fue una locura de embestidas y jadeos, súplicas y besos, y frases de amor susurradas con palabras entrecortadas. Hasta que al fin el mundo explotó, y la cálida semilla de Sirius se vertió dentro de su esposo. Quizás esta vez tampoco llegaría el ansiado embarazo, pero eso no importaba. Siempre se podía intentar una, y otra, y otra vez.



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—Severus.

—Hummm.

—Severus, despierta.

—Hummm.

—SEVERUS.

—¿Qué, qué pasa?— preguntó el Duque de Snape, despertándose sobresaltado.

—Amor, tu bebé quiere leche.

—¿A esta hora?

—Aja.

—Vale, voy a buscar un poco a la cocina— contestó el hombre con resignación.

—No, Severus, me apetece recién ordeñada.

—¿Recién ordeñada? No puedo despertar a alguien a las tres de la mañana para que ordeñe.

—¿Tú no sabes ordeñar?— preguntó Harry con ojitos suplicantes.

Severus respiró profundo y tomó su bata. Mientras salía de la habitación, sólo se alcanzó a oír un apagado gruñido.

—Aunque no sea fértil, el próximo niño lo tengo yo.



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—Hombre, deja de pasear o vas a desgastar los zapatos— se burló Sirius, mirando a Severus, quien caminaba de un extremo a otro del pasillo donde estaba ubicada su habitación—. Por qué no vamos al despacho y esperamos tranquilos.

—No, no, vayan ustedes, yo me quedo aquí— dijo mirando a Sirius y Remus—. Demonios, no sé por qué no me dejaron entrar, es mi esposo.

—Porque le están practicando la cesárea— recordó Remus suavemente—, y el doctor no quería a nadie adentro.

—Y viendo tu estado de excitación le doy la razón— declaró un imprudente Sirius.

Severus se giró hacia él con ojos relampagueantes de furia.

—Búrlate, ya te veré yo en mis zapatos— le dijo, molesto.

—Y será muy pronto— declaró Sirius con orgullo—. Rem está embarazado.

—¿En serio?— Severus sonrió, su preocupación momentáneamente olvidada ante la felicidad que sentía por sus amigos. Me alegro, yo…

Pero lo que fuera que iba a decir quedó truncado cuando un estridente chillido lleno el aire.

—Demonios, vaya pulmones que tiene tu hijo, Severus.

—¿Mi hijo?— tartamudeó el Duque de Snape, perdiendo el color por la impresión—. ¿Es… mi hijo?

—Así parece— replicó Remus con dulzura.

En ese momento, la puerta de su habitación se abrió y una sonriente enfermera le invitó a pasar.

Con pasos temblorosos, Severus se encaminó hacia la cama donde, un sonriente y cansado Harry, sostenía entre sus brazos un pequeño bulto sollozante. Cuando al fin llegó, se sentó sobre la cama y miró anhelante a su pequeño hijo. Apartando la cobijita en que estaba envuelto, vio la negra pelusa de la cabecita y extendió su mano para acariciar la pequeña y arrugada frente. Luego contó sus deditos, primero los de las manos, y luego los de los pies. Entonces se inclinó y besó la frente del bebé, antes de ir hacia su esposo y besar sus labios con ternura.

—Gracias por darme un bebé tan hermoso— musitó casi sobre sus labios.

—Es un varoncito— dijo Harry, meciéndolo contra si para calmarlo—. ¿Quieres cargarlo?

—¿Yo?— preguntó Severus, indeciso. Al ver que Harry sonreía, animándolo, tomó el pequeño y cálido bulto en sus brazos, lo arrulló contra su pecho, y levantándose, empezó a pasear tratando de calmarlo.

—Al parecer está muy cabreado— comentó Harry.

—Es que sacó el carácter de Severus— se burló Sirius con cariño.

Harry, percatándose por primera vez de la presencia de sus amigos, los saludó con una sonrisa.

—Hola, chicos.

—Es un bebé precioso, Harry— dijo Remus, sonriendo.

Sirius se paró al lado de Severus y observó al bebé, que con el paseo de su padre había empezado a calmarse. Al final, declaró:

—Y afortunadamente, no heredó la nariz de Severus.

Cuando las risas producidas por el comentario se calmaron, Remus preguntó:

—¿Ya saben qué nombre le van a poner?

—Sí, se va a llamar como el bisabuelo de Severus, Peter.

—Peter Snape Potter, me gusta— sentenció Sirius.

El Duque de Snape observó a su pequeño hijo en sus brazos y musito.

—Peter, hijo mío, bienvenido a casa.



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En una de las oscuras y sucias calles de un barrio bajo de París, dos sujetos pobremente vestidos, sucios y con barba de varios días, cuchicheaban parados en una esquina.

—¿Estás seguro que tu contacto es de fiar?— preguntó uno de ellos—. Me resulta muy extraño que ese usurero vaya a pasar por una calle tan oscura con tanto dinero.

—Completamente, Vernon— aseveró el otro—. Los días quince de cada mes recibe los pagos de todos los prestatarios, y esta es la ruta que utiliza habitualmente para ir a su casa— miró un carruaje que se acercaba—. Mira, ahí está— el hombre sacó una pistola—. Cuando el carruaje se detenga, tú le apuntas al cochero mientras yo me encargo del prestamista.

Cuando vieron que el carruaje estaba muy próximo a ellos, Vernon y su compañero saltaron a la vía apuntando al cochero, quien frenó de repente. Mientras Vernon se encargaba del hombre, que luchaba por tranquilizar a los caballos, vio como su compañero abría la puerta del vehículo y conminaba al propietario a bajar. Lo que pasó después, Vernon no lo supo muy bien, sólo escuchó el forcejeo y el sonido de un disparo. Al oír la detonación, se giró sorprendido, lo que el cochero aprovechó para ir contra él. Luego de una brevísima lucha, Vernon caía al pavimento y el conductor lo apuntaba con su propia arma. Un poco más allá, un gran charco de sangre evidenciaba que el prestamista ya no estaba entre los vivos, mientras su asesino huía por las oscuras callejuelas de París.



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—Remus, Alan está llorando— dijo Sirius, cargando a su sollozante primogénito—. Y huele apestoso.

—Necesita un cambio— explicó el hombre de ojos dorados, quien estaba acostado, aún convaleciendo del parto—. Los pañales limpios están en esa cesta.

—Genial, voy a buscar a su nana para que lo cambie.

—Sirius, su nana no se sentía bien y se fue a acostar.

—¿Entonces?

—Tendrás que cambiarlo tú.

—¿Yo?— preguntó el Duque, espantado—. Oh, no, eso sí que no— miró al pequeño en sus brazos—. No es nada personal, hijito, pero papi va a buscar a tu nana.

—Sirius Black— se escuchó la advertencia de su esposo.

—Remus, por favor, yo no sé cambiar pañales— argumentó el Duque.

—Pues es hora que aprendas— declaró Remus, levantándose con cuidado—. Yo te voy a ir diciendo lo que tienes que hacer.

—Si no hay más remedio— musitó el hombre al fin, dispuesto a emprender la más ardua proeza de toda su vida: cambiar el pañal a su querido y muy apestoso primogénito.



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La melodía de un violín, desgranando las suaves notas de una canción de cuna, despertó a Severus de su sueño. Sonriendo, caminó hasta la puerta que comunicaba sus aposentos con la habitación de su pequeño y dejó que sus ojos se deleitaran con la imagen que allí encontró. Harry, en ropa de dormir, estaba sentado en un sofá, tocando el violín. A sus pies, en una pequeña cuna, su hijo daba cabezaditas, mientras Harry mecía con el pie el balancín de la misma.

Sin decir palabra, el Duque caminó hasta el sillón y se sentó a los pies de su esposo, al lado de la cunita.

Al sentir a su pareja a su lado, Harry sonrió sin dejar de tocar. Allí estaban, sus dos grandes amores y su música. En ese único y especial momento, Harry Potter, Duque Consorte de Snape, comprendió que era completa y absolutamente feliz.



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—El Tribunal Principal de París, en el juicio de la Nación contra Vernon Potter, entra en sesión. Todos de pie.

Un hombre alto y de cabello canoso entró en la sala del tribunal y se sentó en el estrado del juez. Luego de ajustar sus lentes, miró con atención hacia la banca del acusado y habló con voz clara.

—Una vez analizados los cargos en contra de Monsieur Vernon Potter, y habiendo decidido que sus acciones imprudentes contribuyeron al delito durante el cual se dio muerte a Monsieur Bernard Delacour, lo declara culpable de homicidio y lo sentencia a morir en la guillotina. Esta sentencia se cumplirá en treinta días, contados a partir de la fecha. Mientras tanto, el acusado será recluido en La Conciergeríe. Que Dios se apiade de su alma.

—No, no, no— gritó Vernon, aterrado—. No puede hacerme esto. No soy culpable, yo no disparé. Además, soy ciudadano inglés, ustedes no tienen derecho a juzgarme.

—Llévenselo— ordenó el juez.

—Nooo— gritó nuevamente, mientras los alguaciles lo sacaban a rastras—. Yo soy importante. Soy un Conde inglés. ¡No me pueden ejecutar!

Y aunque los gritos de Vernon Potter siguieron retumbando por el lugar, nadie le prestó la más mínima atención.

Lord Vernon, antiguo Conde de Potter, había sido condenado y, muy pronto, también sería ejecutado.



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—Pansy, cariño, no corras así que te puedes caer— advirtió el hombre rubio, mientras observaba orgulloso como su pequeña de cuatro años jugaba en el césped con su niñera.

—Mira, papi, a que son bonitas— dijo la pequeña, de cabello castaño y hermosos ojos plateados como él, mostrándole unas flores—. Nana y yo las recogimos para mami. ¿Crees que le gusten?

—Estoy seguro, princesa— Draco se inclinó y le dio un beso en la sonrosada mejilla, antes de mirar hacia la puerta de la casa—. Y vas a poder dárselas ya, pues mami llegó, y con compañía.

—¡Mami! ¡Padrino!— gritó la pequeña, y corrió hacia ellos.

Draco también se levantó y se dirigió hacia los recién llegados. Mientras miraba las enormes panzas de ambos, se dijo divertido que tendría que hablar con Severus, que era muy extraño que esos dos siempre se embarazaran al mismo tiempo.

—Mira mami, estas flores son para ti— la niña se las entregó a Hermione antes de girarse hacia Harry—. Padrino, ¿qué me trajiste?

—Pansy— la regañó su madre.

—No la pelees, sabe que es mi consentida y que en los bolsillos de su padrino siempre hay algo para ella— dijo, al tiempo que sacaba una pequeña muñeca de trapo de un bolsillo.

—Menos mal que admites que la consientes— refunfuñó Draco, aunque sonriendo—. Igual que haces con Alan y Peter. Amigo, eres un caso perdido.

—Lo admito— dijo Harry, riendo—. ¿Mi marido aún no llega? Quedamos en encontrarnos aquí para luego ir a recoger a Peter a casa de Remus.

—No, pero siéntate un rato y toma algo fresco mientras esperas— ofreció Draco.

—Voy a pedir que traigan té— dijo Hermione, pero su esposo la detuvo por el brazo con delicadeza.

—Tú siéntate y descansa también, yo me encargo— y luego de darle un beso se dirigió a la casa con su andar elegante.

—¿No es un cielo?— suspiró Hermione.

—Si tú lo dices— contestó Harry, riendo, y su amiga le dio con uno de los almohadones en que se recostaba. Luego de un rato en silenció, dijo—: ¿Sabes? Draco va a viajar a Escocia.

Harry frunció el ceño.

—¿Al convento?

La chica asintió.

—Su madre le mandó llamar. Quiere hablarle con urgencia.

—¿Crees que sea algo malo?

—Sinceramente, no sé qué pensar, pero espero que no. Aunque no lo merezca, Draco sigue amando a su madre. No sería justo que ella lo hiciera sufrir de nuevo.

—No lo creo, Hermi— dijo Harry con sinceridad—. Draco ya no está solo, ahora las tiene a ti, y a Pansy, y al nuevo bebé que viene en camino. Espero que Narcissa no lo quiera para nada malo, pero aunque así fuera, lo que ella diga ya no lo puede dañar.

—Ojala tengas razón, Harry. Ojala.



Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am



Draco caminaba por la senda empedrada que conducía a la pequeña ermita perteneciente al convento. Dio vuelta al edificio hasta llegar a los jardines traseros y entonces la vio. Enfundada en un austero vestido negro, sentada en un banco de piedra y dando pequeñas migas de pan a los pajaritos que revoloteaban a su alrededor.

Caminando despacio, para no espantar a las pequeñas criaturas, Draco llegó hasta el banco y se sentó al lado de su madre.

—Hola, madre— saludo, indeciso acerca de lo que debía esperar.

—Gracias por venir, Draco— dijo ella, sin animarse a mirarlo.

—Dijiste que era importante.

La mujer respiró profundamente.

—Es muy importante, al menos para mí— comenzó con tono mesurado, algo realmente extraño viniendo de ella—. Draco, estos cinco años han sido muy difíciles para mí. Al encontrarme sola y abandonada en este sitio lloré, renegué, te maldije a ti y a todos, sufrí como desquiciada— hizo una pausa como tratando de encontrar ánimo para continuar—. Cuando todo eso pasó, se drenó… entonces llegó la comprensión.

>>Este lugar ha sido muy especial para mí, Draco. Aquí logré comprender lo equivocada que estuve todo este tiempo— al fin se atrevió a levantar la cabeza y mirar a su hijo—. Aquí pude entender que, aunque mi mente se negaba a escucharlo, mi corazón te amaba. Hijo, tú eres lo único que realmente he amado en la vida, por eso necesito que me perdones.

Draco estaba conmovido, pero no podía dejarse embaucar tan fácil. No por ella.

—¿Qué pretendes con todo esto, madre? ¿Qué te perdone y permita que regreses a Londres?

—Supongo que merezco tu desconfianza y estaba preparada para ella— dijo la mujer—. Pero no, no deseo abandonar este lugar. Aunque no lo creas, aquí al fin encontré la paz— se levantó, y en un ademán adquirido a lo largo de los años, alisó las inexistentes arrugas de su falda—. Sólo quería tu perdón. Espero que alguna vez puedas creerme y perdonarme— Narcissa dio la vuelta, dirigiéndose hacia la ermita. Había caminado una veintena de pasos cuando escuchó la ronca voz de su hijo.

—Madre— se detuvo, pero sin girarse a mirarlo—, te perdono.

Con un suspiro de alivio y un ‘gracias’ susurrado en voz baja, Narcissa Malfoy continuó su camino. Ni ella ni Draco sabían si iban a volverse a ver algún día, pero esa tarde, junto a esa ermita, ambos corazones descargaron un peso que habían llevado por demasiados años y pudieron respirar en paz.



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—Papi, ¿puedo hacerte una pregunta?

Harry miró a su hijo mayor con una sonrisa. Peter Snape, el futuro heredero de la Casa Ducal, era un niño alto y espigado, con unos ojos verdes idénticos a los propios y un cabello liso y sedoso, el mismo cabello de Severus. A la sazón contaba ocho hermosos años.

—Claro, cariño, ¿pero no estabas jugando en el jardín?

—Me escapé un momento— explicó el jovencito.

—¿Y qué querías preguntarme?— al ver la duda en su hijo, Harry le sonrió—. Quizás si vinieras a sentarte en mi regazo te sería más fácil.

—¿Cómo cuando era un niñito?— Harry casi se derritió al ver la solemnidad con que su pequeño decía eso.

—Exactamente.

—¿No le vas a contar a nadie si lo hago?

—¿Ni a tu papá?

—Bueno, a él sí— contestó Peter, luego de pensárselo un rato—. Pero a nadie más.

—Lo prometo— dijo, tomando un liso mechón del cabello del niño y colocándolo detrás de su orejita—. Entonces, ¿qué querías preguntarme?

—Papi, ¿es cierto que Alan es un niño fértil, como tú y el Tío Remus?

—Si, cielo, es verdad.

—Y cuando los niños fértiles crecen pueden casarse con nobles, ¿no?

—Si, cielo, papá y yo te lo explicamos, ¿recuerdas? Por eso nosotros pudimos casarnos y tenerlos a ustedes.

—Sí, lo sé— el niño se quedó pensativo un largo rato—. Papi, ¿crees que cuando sea grande Alan quiera casarse conmigo?

Harry sonrió con ternura.

—Estoy seguro que, cuando seas grande, la persona que tu corazón elija estará más que contenta de casarse contigo.

—Genial, entonces me casaré con Alan— declaró Peter, poniendo la misma expresión que Severus cuando decidía algo. Luego, se bajó de las rodillas de Harry y lo abrazó—. Gracias, papi.

—De nada, hijito— susurró Harry, dándole un beso en la frente.

Minutos después, Severus lo encontró allí, sentado y mirando la puerta por donde había partido su hijo, con una embobada sonrisa de orgullo en la cara.

—¿Qué haces aquí solo? En el jardín todos preguntan por ti.

Su esposo sólo lo miró enigmáticamente y pregunto:

—Querido, ¿qué te parecería la idea de convertirte en consuegro de los Duques de Black?



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—Papi, me puedes prestar a Tía Poppy— preguntó una preciosa quinceañera, entrando en el despacho donde Severus y Harry estaban revisando su correspondencia.

—Tía Poppy no está para los ajetreos juveniles— le recordó Severus—. Además, tú tienes tu propia dama de compañía.

—Sí, pero es un asco— se quejó la joven.

—Christine— la regañó Harry, mientras Severus fruncía el ceño, molesto.

—Lo siento— se disculpó—, pero hasta ustedes tienen que reconocer que es una verdadera lata.

—¿A dónde quieres ir?— preguntó Severus, ignorando la última declaración de su hija, aunque debía reconocer que no le faltaba razón.

—Voy a pasar por casa de Tía Hermione a recoger a Denisse y luego iremos a tomar un helado.

Severus la escudriñó con su mirada de águila.

—¿Ustedes dos o alguien más?

—La Tía Poppy, por supuesto— contestó la chica, intentando parecer despreocupada—. ¿Quién más podría ir?

—¿Quizás un par de gemelos pelirrojos?— tanteó Harry, serio, aunque internamente se moría de la risa.

Christine enrojeció profundamente.

—Este… bueno, tal vez ellos estén en la heladería, y quieran conversar con nosotras mientras comemos— les sonrió de la forma en que desde niña sabía que podía conseguir todo de sus padres—. En ese caso, sería una grosería despreciarlos, ¿no creen?

—Sí, supongo que sí— Harry no pudo evitar reír ante el desparpajo de Christine.

—Gracias, papi— una vez superado el primer escollo, la chica se giró hacia Severus—. ¿Papá? ¿Todo bien?

—Tienes exactamente dos horas.

—Pero papá, vamos con Tía Poppy— argumentó la joven.

—Hora y media.

—No, no, dos horas está bien— respondió presurosa; sabía que su padre no le iba a dar más tiempo, pero no había perdido nada con probar, ¿cierto?—. Nos vemos luego. Los quiero.

—Y no le den demasiada lata a Tía Poppy— fue la última advertencia que dio Severus antes que la joven desapareciera de la habitación.

—¿Dos horas?— preguntó Harry cuando ya la chica no podía oírlo—. Te estás ablandando, amor.

—Sí, pero no importa— contestó Severus, sonriendo con malicia—. Draco no le va a dar a Denisse más de hora y media, y así no quedo yo como el ogro de la historia.

—Un plan digno de mi Duque— musitó Harry, enlazando el cuello de Severus con sus brazos.

—¿Qué quieres que te diga? Son años de entrenamiento.

Severus bajó la cabeza y la divertida risa de Harry murió en los labios de su amado.



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—¿Querían verme?— preguntó Peter, entrando en el estudio de sus padres, en la Mansión del Ducado.

—Sí. Por favor, cierra la puerta y ven a sentarte— pidió Severus.

—¿Pasa algo malo?— preguntó el hombre más joven, al ver la seriedad en el rostro de sus padres.

—Nada malo— dijo Harry, dulcemente—. Tranquilo.

—Sólo queríamos hablar contigo algunos temas importantes— le explicó Severus—. En pocos días te vas a casar y es necesario.

—Antes que nada— Harry se quitó el anillo que había lucido en su dedo por casi tres décadas y lo tendió a Peter—, esto es tuyo.

—¿Tu anillo?— su hijo lo miró confundido—. No entiendo.

—No es mi anillo— explicó Harry—. Como tu padre me dijo el día que me lo entregó, es el anillo que el Duque o futuro Duque de Snape entrega a su prometido como señal se compromiso. Alan lo llevará hasta que tu hijo mayor y heredero del Ducado se vaya a casar, y entonces hará lo que hoy estoy haciendo yo. Espero que hasta entonces lo luzca con tanto amor y orgullo como lo he lucido yo— terminó, mientras sentía los cálidos dedos de su esposo entrelazándose con los suyos.

—Yo… no sé qué decir.

—No tienes que decir nada, hijo. Sólo prometer que vas a ser feliz— pidió Harry.

—Lo prometo— dijo Peter, abrazando a sus padres.

—Hay otra cosa importante de la que queremos hablar contigo— esta vez quien habló fue Severus—. En unos años te convertirás en el nuevo Duque de Snape.

—Falta mucho tiempo para eso— desestimó el joven.

—Pero eventualmente ocurrirá— sentenció Severus—. No tengo miedo por el Ducado ni por la gente que en el vive, te has preparado a conciencia y estoy seguro que serás un excelente Duque— hizo una pequeña pausa—. Pero tu padre y yo queremos que, a nuestra muerte, sigas manteniendo los lazos familiares con tus hermanos. Christine ya está casada y Robert es médico, así que no nos preocupa su futuro económico, pero en nuestro corazón anhelamos que sigan amándose y apoyándose como lo han hecho hasta ahora.

—Después de ustedes y Alan, mis hermanos son lo más importante que tengo en la vida— dijo Peter—. Pase lo que pase, siempre mantendré los firmes lazos que han atado a nuestra familia hasta ahora. Tienen mi palabra de honor.



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El resplandeciente sol de la mañana iluminaba el extenso prado frente a la Mansión del Duque de Snape, que presentaba un cuadro casi idéntico al de cuarenta años antes. Esta vez, por la alfombra dorada bordeada de flores, caminaban tres parejas. Sus pasos ya no poseían el mismo vigor de la juventud pero sí su antigua elegancia, los rostros mostraban más arrugas pero también más sabiduría, y los cabellos lucían multitud de hebras plateadas. Pero los ojos eran los mismos, y el amor que en ellos se reflejaba, igual o quizás mayor que el de la primera vez. Tal vez no tan apasionado y vehemente como entonces, pero igual de sólido y auténtico.

Caminaron hasta el altar donde los esperaba un sonriente vicario pelirrojo, que también mostraba más canas y más arrugas que entonces pero el mismo corazón.

—Hoy nos hemos reunido— comenzó Ron en cuanto todos se hubieron instalado— para celebrar la confirmación de votos matrimoniales de estas tres parejas. ¿Qué puedo decir sobre ellos? Todos los que los conocen saben que se han amado y respetado durante toda su vida, que cada día transcurrido han confirmado, una y otra vez, los votos que hicieron hace cuarenta años en este mismo lugar, así que supongo que todo esto no es más que una excusa para la fiesta que viene después.

La ocurrencia fue recibida con múltiples risas.

—Así que— continuó el vicario—, en lugar del ‘se tienen que amar y respetar y blablabla’, voy a dejar que ellos sean quienes hablen. Chicos, somos todo oídos.

—Ron, me parece que trabajas muy poco para todo lo que te pago— no pudo evitar bromear Sirius y la hilaridad general se despertó nuevamente.

Entonces, bajo la amorosa mirada de hijos, nietos y amigos, Severus y Harry, Sirius y Remus, y Draco y Hermione, se miraron como siempre, con el corazón en los ojos, y volvieron a jurarse amor y fidelidad.

Mucho tiempo después. Harry y Severus se encontraban en su pequeño claro del bosque, tirando piedras al lago.

—Te gané, Severus, te gané.

—Hay cosas que definitivamente no cambian— gruñó Severus—. Los lentes son cada vez mejores pero tú sigues igual de cegato que siempre. Mi piedra llegó más lejos.

—No creo— dijo Harry, acercándose sonriente a su pareja, abrazándolo por la cintura y hundiendo los labios en su cuello—. A ver, ¿qué piedra llegó más lejos?

—La mía— jadeó suavemente el Duque de Snape.

—No sé, quizás puedas reconsiderarlo— esta vez Harry atrapó el lóbulo de su oreja y lo mordisqueó—. ¿Qué piedra llegó más lejos?

—¿La mía?— esta vez el tono era claramente más débil.

—Hmmm, hagamos otra prueba— Harry había desabrochado los primeros botones de la camisa de gala y estaba besando el comienzo del pecho—. ¿Qué piedra llegó más…?

—¿A quién demonios le importa? Ven aquí— gruñó Severus, y enroscando la cintura de su esposo, lo apretó contra sí y buscó sus labios con pasión y amor.

Un amor que iba a durar por toda la eternidad.



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Gotitas musicales


Aquí les dejo un link donde sale la música de varias canciones de cuna, todas preciosas. La que Harry estaba tocando a Peter estoy segura que la reconocerán, es de Johannes Brahms, la segunda en el listado.

Cinco Canciones, opus 49 — Cradle Song aquí



Gotitas históricas.


Guillotina: Es la máquina utilizada para aplicar la pena capital por decapitación, reconocida por su utilización durante la Revolución Francesa de 1789.
Su nombre proviene del médico francés que la recomendó para su uso en las ejecuciones, Dr. Joseph Ignace Guillotin, médico y diputado en los Estados Generales. De ahí deriva su nombre de guillotina; que no fue su inventor, puesto que máquinas parecidas ya se habían utilizado en Bohemia durante el siglo XIII, y Alemania, Escocia y los Estados Pontificios desde el siglo XV, donde se la conocía con el nombre mannaia. La Asamblea Constituyente adoptó el uso de la guillotina a fin de que la pena de muerte fuera igual para todos, sin distinción de rangos ni clase social.
El primer ajusticiado de esta forma fue un bandido llamado Pelletier, el 27 de mayo de 1792. La última ejecución efectuada con este método, data del año 1977. Fue abolida luego de sucesivas movilizaciones por parte de organizaciones de derechos humanos.


Conciergerie:Antigua prisión de París. Durante la Revolución Francesa, el temible Fouquier—Tinville desarrolla aquí su tarea de fiscal público. En dos años, más de 2 700 personas condenadas a muerte vivieron sus últimos momentos en la Conciergerie: muchos desconocidos, algunos aristócratas, científicos, gente de letras... Entre los cuales los más célebres fueron la Reina María Antonieta, el poeta André Chenier, los 21 diputados girondinos declarados culpables de conspiración contra la República y Robespierre, el hombre del período revolucionario de la "Terreur"...
El siglo XIX verá también como se van sucediendo numerosos prisioneros, y entre ellos al general Chuán Cadoudal, el mariscal Ney, el príncipe Napoleón y los anarquistas Orsini y Ravachol...
En 1914, la Conciergerie, monumento declarado de interés artístico, deja de ser una prisión. Desde entonces puede ser visitado por el público.



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Última edición por alisevv el Sáb Feb 20, 2016 7:52 pm, editado 6 veces
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas   Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas I_icon_minitimeSáb Abr 25, 2009 12:38 pm

me encanto el fic...
ademas de la forma en que escribis la idea esta muy buena
y la ambientación que le diste es perfecta!!

gracias por el trabajo que te tomaste poniendo los links de la musica...

y las ezplicaciones y todo...
en fin es perfecto y se nota mucho el esfuerzo y tiempo que te debe haber llevado escribir todos estos capitulos tan largos que me llegaron al corazón!!

besitos voladores!! reverencia
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas   Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas I_icon_minitimeJue Mayo 14, 2009 6:46 pm

Infinitas gracias por tus bellas palabras. Tanto en este fic como en Èl amor que salvó un reino, traté de ser lo más fiel posible a la Inglaterra de la época.

Y cuando buscaba información pensé que también le resultaría interesante a quien me leyera, y por eso se me ocurrió lo de las gotitas históricas. Lo de las gotitas musicales fue algo que quise hacer para dar a conocer un poquillo de la música que me gusta; me alegra que a ti también te agradara

Besitos mil, linda
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas   Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas I_icon_minitimeJue Jun 11, 2009 9:55 am

Es precioso!!! Laughing vale, he intentado no Crying or Very sad pero no me sale, que se le va a hacer...

Bueno, me alegro que hayas escrito semejante historia que me ha encantado.

Espero leer más historias tuyas.

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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas   Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas I_icon_minitimeJue Jun 11, 2009 4:28 pm

Amo esta historia, ya la había leído pero no había tenido la oportunidad de felicitarte por este bello trabajo. En verdad es precioso!!

La trama, la personalidad de los personajes, la interacción que hay entre ellos y la historia sm1

Muy bueno en verdad, además de reconocer el trabajo que te haz tomado en entregarnos información anexa!!!!!! Te lo agradezco mucho bravo

Besitos y espero seguir leyendote
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas   Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas I_icon_minitimeVie Jun 12, 2009 8:59 pm

Hola, chicas
Luxe-Lube: Me alegra que te haya gustado, e incluso que lloraras un poquito, quiere decir que te llego angel Tengo más historias en la biblioteca y, de a poquito, pienso ir subiendo todo lo que hecho


Eternite: Me alegra que te gustara la historia. En estos días mi muso está de fuga y no se me ocurren tramas, pero estoy actualizando unas historias muy buenas, pásate por mi carpeta y seguro que te gustan

Besitos mil a ambas y gracias por el apoyo
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas   Una promesa trajo el amor. Capítulo 14. Epílogo en gotitas I_icon_minitimeJue Ene 22, 2015 12:23 pm

si que piedra llego mas lejos...yo me quede con la duda de castigo otro cap..XD hahah ok nop..XD hahah ese harry es todo un loquillo...bueno pasando a otros temas...realmente no pense que narcissa fuera a cambiar... pense que terminaria asi como termino vernon
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