alisevv
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| Tema: Y algún día, la felicidad. Capítulo 2. ¿Por qué tardaste tanto, Severus? Mar Mar 15, 2016 9:29 pm | |
| Después de besarse y acariciarse durante mucho rato, ansiando recuperar la calidez y la seguridad perdida durante todo el tiempo que estuvieron alejados, Harry se separó de Severus y se quedó observando detenidamente al hombre parado ante él.
Su rostro demacrado estaba surcado por múltiples arrugas que no estaban allí la última vez que se vieron, líneas de dolor y sufrimiento que habían dejado su huella indeleble en las amadas facciones. Su pelo antes negro cual ala de cuervo, ahora estaba veteado por algunas canas incipientes; sus ojos negros como la noche delataban tormentosos recuerdos, que no podían ocultar completamente el brillo de alegría que ahora los inundaba; su boca, roja e hinchada por los besos recién compartidos, tenía una sonrisa de genuina alegría e infinita ternura, pero un dejo lejano de tristeza.
Tanto la capa como la túnica negra de viaje que vestía estaban empapadas y se adherían pesadamente al delgado cuerpo. En ese momento, Harry cayó en cuenta y fijó sus preocupados ojos verdes en los negros de su amor.
—Dios, Severus, estás empapado —exclamó, quitándole la capa y tirándola sobre el piso, antes de empezar a desabotonar ansiosamente la túnica.
Las manos de Severus sujetaron fuertemente las de Harry, impidiéndole continuar con su labor.
—Tenemos que hablar —musitó, con una repentina angustia y un claro temor oscureciendo su mirada.
—Sí, tenemos que hacerlo —aceptó el más joven—, pero primero tienes que tomar un baño caliente y ponerte ropa seca —apartando las manos del hombre, continuó desabotonando su túnica—. Además, necesitas comer algo, te ves famélico.
—¡Vaya, muchas gracias! —replicó Severus con un atisbo de sonrisa—. Pero la verdad es que no pruebo bocado desde ayer.
Harry se le quedó viendo interrogante pero no preguntó nada. Ya habría tiempo para averiguar todo lo que quería saber, pero ahora tenía otras prioridades. Terminó de quitarle la húmeda túnica y desabotonó rápidamente la camisa blanca. Cuando quitó esta última prenda, una exclamación ahogada salió de sus labios, al ver el cuerpo amado surcado de múltiples cicatrices.
¡Merlín, bajo cuántos sufrimientos se había visto sujeto su hombre! Era evidente que había sido torturado, pero, ¿por quién y durante cuánto tiempo? Se repitió nuevamente que sus dudas podían esperar, y al ver el rostro triste y avergonzado de Severus, se dedicó a acariciar el fuerte pecho, depositando pequeños besos en las cicatrices, demostrando que amaba cada una de ellas en la misma medida que amaba al hombre que las portaba.
—Harry, yo... —comenzó Severus.
—Shhh —le interrumpió el otro quedamente—. Después... Ahora ve a bañarte; hay agua caliente, yo te llevaré ropa limpia.
Severus le lanzó una mirada agradecida y, dando media vuelta, encaminó sus pasos hacia el baño. Harry se quedó mirándole con angustia, notando que cojeaba ligeramente al caminar y que su espalda estaba surcada por cicatrices parecidas a las de su pecho. Sintió una congoja inmensa que le oprimía el pecho y sus ojos se anegaron de lágrimas. ¿Por qué calvario había tenido que pasar ese hombre que amaba tanto? Arrastrando los pies sin notarlo, fue hacia el armario y empezó a buscar entre la ropa de Severus algo cómodo y cálido.
Antes de dirigirse al baño con la ropa limpia, fue hacia la chimenea; tomando un puñado de polvos flu, lo echó a las llamas y gritó:
—Oficina de Dumbledore en Hogwarts.
Casi al instante, vio la canosa cabeza y el preocupado rostro del director de Hogwarts.
—Hola, Harry. ¿Tampoco llegó hoy? —preguntó sombrío, al ver el rostro todavía triste del muchacho.
Por más que había intentado que dejara de lado sus esperanzas, le dolía ver como el joven que consideraba casi como un nieto se decepcionaba una y otra vez. Él había querido mucho a Severus, había visto todo el esfuerzo que su antiguo maestro de Pociones había tenido que hacer para salir de la oscuridad y regresar a la luz, pero ya era hora de que, por mucho que doliera, Harry aceptara que nunca iba a regresar; aceptarlo tal como lo había aceptado él. El joven tenía que dejar el pasado atrás y continuar, sobre todo por el bien de...
—Sí, Albus, Severus está aquí.
El rostro del anciano no pudo esconder el asombro y la confusión.
—¿Entonces —balbuceó, mirando fijamente a Harry— por qué tienes esa cara tan triste? ¿Pasó algo malo?
—Sí, Albus, pero todavía no sé exactamente qué, necesito tiempo para averiguarlo —se quedo pensativo unos segundos y preguntó sin transición—: ¿Cómo está...?
—Está bien, no te preocupes. Quería esperarte, pero como tardabas tanto no aguantó y se quedó dormido.
—No sé cuándo podré regresar. Por favor, explícale...
—No te preocupes —le interrumpió el Director—. Sabes que él entiende todo.
—Sí —una dulce sonrisa curvó los labios de Harry ante un repentino recuerdo—. Dile que lo amo.
—Lo haré. Avísame en cuanto sepas algo en concreto —su voz denotaba la ansiedad por saber algo más sobre su viejo amigo, pero entendía que debía esperar—. Cuídate —y sin otra palabra, la canosa cabeza desapareció de la chimenea.
Harry dio la vuelta sobre sí mismo al tiempo que llamaba en voz alta.
—¡Dobby, puedes venir un momento?
Al momento, el pequeño elfo doméstico se apareció con un ligero chasquido.
—¿Me llamaba, señor, Harry Potter, señor?
El elfo llevaba algunos años trabajando para Harry, casi desde el mismo momento en que éste se había mudado a la casa nueva, y había sido un gran apoyo durante todos esos años, tanto que siempre le acompañaba en sus viajes.
—Sí, Dobby. ¿Quieres traernos algo de comer? Sopa y unos bocadillos estará bien —le pidió al asombrado elfo, que se preguntaba que habría querido decir su amo con ‘traernos’, él no veía a nadie más—. Ah, y una botella de brandy y dos copas.
Una vez partiera el elfo, miró el pijama de seda azul noche y la bata a juego que llevaba en las manos y se encaminó lentamente al baño. Al entrar, le recibió una visión, una imagen que en sus peores momentos de angustia creyó que no volvería a contemplar.
El baño era un cuarto enorme, en cuyo centro se podía ver una bañera circular, con espacio suficiente para albergar cómodamente a cuatro o cinco personas. Y en esa bañera, sumergido en el agua cálida y relajante, los ojos cerrados y la cabeza apoyada contra el frío borde de mármol, se encontraba Severus, mostrando la imagen viva de la tranquilidad y la confianza. Sus manos giraban en el aire al compás de la música que surgía de las paredes, mientras escuchaba extasiado una Mazurca de Chopin, su compositor favorito.
Esa imagen era tan familiar que Harry sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas una vez más, y tal como había hecho en infinidad de oportunidades antes de su separación, se sentó silenciosamente sobre el frío piso y, sencillamente, observó
Después de un buen rato donde los únicos sonidos que se percibían eran los acordes de la melodía que parecía inundar todos los rincones, Severus abrió lentamente los párpados y se quedó mirando fijamente al muchacho sentado en el piso.
—Vaya, Potter —se burló con un leve dejo de ironía—, veo que algunas cosas jamás cambian.
—Me gusta verte relajado —murmuró por toda replica, una leve sonrisa bailando en sus labios—. ¿Está bien caliente? —preguntó, señalando el agua de la bañera.
El hombre apartó la vista y se quedó pensativo un instante, como dudando, antes de regresar sus ojos hasta el sonriente rostro frente a él.
—Tiene la temperatura perfecta, ¿por qué no vienes y lo compruebas? —murmuró vacilante, mientras extendía su delgada mano hacia Harry.
El joven mago, al ver los ojos sinceros y la mano extendida, no lo dudó ni un segundo. Había muchas cosas que aclarar, pero podían esperar.
Se levantó lentamente, con gestos sinuosos, y empezó a abrir uno a uno los botones de su camisa, sin dejar de mirar al hombre en la bañera, cuya excitación ya comenzaba a ser evidente. Terminó con la camisa, tirándola a un lado, y con una sonrisa traviesa giró en redondo y se inclinó a desatarse los zapatos, consciente de los efectos que la vista de su espalda desnuda y la forma de su trasero bajo el pantalón tendrían sobre su antiguo profesor.
Severus tragó con fuerza, la vista fija en los movimientos de Harry y sintiendo que su deseo alcanzaba niveles insostenibles. El joven escuchó el ronco gemido que escapaba de la garganta de su amado y decidió que ya le había hecho sufrir demasiado... aunque un poquito más... tal vez... Así que siguió desnudándose muy lentamente y, aún sin girarse, se quitó los pantalones y por último el boxer.
—Harry, por favor...
La sentida súplica conmovió al joven y dando la vuelta, mostró al mago su excitación en todo su esplendor. Un nuevo gemido de Severus hizo que empezara a caminar lentamente, hasta alcanzar la mano que continuaba extendida, y cuando la tocó, unos dedos ágiles aferraron su muñeca y un súbito jalón le hizo perder el equilibrio y caer en la bañera, chocando contra el duro cuerpo que le esperaba anhelante.
Sin darle tiempo, Severus atrapó la deseada boca, en un beso violento y apasionado. Harry, apenas sin poder reaccionar de la impresión, abrió la boca y al instante fue invadida por una tibia lengua que le acariciaba con insistencia, exigiendo la rendición total.
Se rindió completamente al beso y a las sensaciones que le transmitía mientras sentía como la mano de Severus se deslizaba por su cintura, y cerraba un abrazo acercándolo a él. Rodeó el fuerte cuello con sus brazos y se aplastó contra el pecho de Severus. Las manos del hombre mayor seguían en sus caderas atrayéndole cada vez mas y friccionando sus erecciones una y otra vez, generando infinidad de gemidos ahogados que morían en sus bocas unidas.
Alejándose de los labios rojos, Severus siguió la línea del cuello, besando y mordiendo, mientras seguían los roces y las caricias. Por su parte, Harry llegó hasta la oreja del hombre y luego de mordisquearla y chuparla insistentemente, sopló levemente y murmuró tan suave que más que escuchado fue sentido.
—Te deseo, Severus.
Más que una declaración era una súplica, así que Severus, sin dejar de besar y frotar, se enjabonó abundantemente la mano y se dirigió a la redondeada zona que clamaba por su atención. Un dedo tras otro hicieron su amoroso trabajo mientras los gemidos de Harry aumentaban y aumentaban. Severus estuvo a punto de reír, siempre había sido tan ruidoso.
Cuando fue evidente que Harry estaba preparado, enjabonó abundantemente su miembro erecto, se colocó en una posición más cómoda y con mucho cuidado empujó al joven sobre su excitación, mientras su boca jugueteaba con un rosado pezón y sus manos trazaban círculos relajantes sobre su espalda.
Esperó un momento para permitir que su compañero se acostumbrara a su presencia y empezó a embestir, primero con estocadas largas y lentas, que fueron aumentando gradualmente a medida que la excitación llegaba al límite. Una de las manos que acariciaban la cintura de Harry se deslizó hacia su firme erección y, rodeándola por completo, comenzó a acariciarla, hacia arriba y hacia abajo, mientras embestía una y otra vez: adentro y afuera, arriba y abajo, adentro y afuera, hasta que todo explotó dejando a ambos hombres saciados y exhaustos.
Después de recuperar la respiración, se bañaron uno a otro y siguieron besándose y acariciándose por un buen rato, hasta que el gruñido de un estómago hambriento llamó su atención.
—Bueno, Severus —bromeó el hombre más joven con una mirada traviesa—. Me parece que cierta parte de tu anatomía ya está satisfecha, pero otra parte se está quejando —y ante el ligero rubor que cubrió el rostro de su pareja, no pudo aguantar y se echó a reír.
Mucho rato después, un Severus Snape casi completamente renovado, se reclinó plácidamente sobre el mullido sillón frente a la chimenea encendida, jugueteando de manera inconsciente con la copa de brandy que sostenía.
—Es increíble, estamos iniciando agosto y parece que estuviéramos lo menos en octubre —murmuró, mirando la lluvia que seguía repiqueteando contra las ventanas.
—Es por la altura —replicó Harry, quien estaba sentado a su lado, mientras su vista se dirigía hacia el mismo lugar—. Sabes que en ‘verano’ aquí llueve un día sí y otro también, y jamás hace calor. Pero aún así es un lugar hermoso.
—Para mí, el más hermoso del mundo —los ojos negros recorrieron lentamente toda la habitación, para terminar mirando las esferas verdes, en un gesto interrogante—. ¿Cómo es posible que esta habitación esté igual que el día que partí? —preguntó sumamente intrigado, ya que al llegar había notado que el resto de la residencia había sufrido notorios cambios—. Y este pijama —prosiguió, tocando el sedoso tejido— es mío. ¿Cómo es que está aquí?
Harry pareció algo avergonzado ante la pregunta, tal vez Severus pensaría que lo que había hecho era una niñería, pero aún así contestó con la verdad
—Hice los arreglos para que todo permaneciera tal cual —contestó. Al ver que el otro no entendía, explicó—: Alquile la habitación por tiempo indefinido, con la condición de que todo siguiera como el día que te fuiste.
—¿Que hiciste qué? —el hombre estaba atónito—. Pero debió costarte una fortuna.
—No importa —desestimó.
—¿Cómo que no importa, señor Potter? —Severus se veía repentinamente serio—. Eso fue una absoluta tontería.
—Tal vez —Harry se levantó, exasperado. Lo último que esperaba era que Severus fuera a reclamarle por eso—. ¡Pero lo hice por ti, para que cuando regresaras encontraras todo igual!
Los ojos del hombre se enternecieron repentinamente.
—¿Lo hiciste por eso? —al ver que el joven sólo asentía sin emitir palabra, murmuró casi para sí—. Por eso pude traspasar las barreras sin problema. Pensaba que con la caída de Voldemort y el arresto de los Mortífagos las habían retirado.
—Siguen allí, sólo que tú eres considerado residente permanente del hotel.
—¿Aún después de seis años? Merlín, Harry, todavía me pregunto por qué seguiste viniendo a pesar de esos seis años de estar sin noticias mías.
—Por la misma razón que tú viniste hoy —le contestó, mirándole con total sinceridad. Vaciló unos segundos y continuó—: Severus, ¿por qué tardaste tanto? Hace años que ya no queda ningún Mortífago libre, que el mundo mágico está en completa calma. ¿Por qué no regresaste antes? ¿Y qué te hicieron? —soltó un suspiro de tristeza—. Puedo ver que sufriste mucho.
Severus vio esos hermosos ojos anegados por las lágrimas y suspiró a su vez; había llegado el momento de hablar.
—Es una historia muy larga —murmuró, con voz tan suave que Harry tuvo que acercarse para poder entender, cosa que aprovechó el hombre para estrecharlo contra él—. Muy larga y muy triste.
—Cuéntamela —le animó, tomando su mano y apretándola con fuerza.
—No sé por dónde empezar.
—¿Qué te parece por el principio?
—El principio...
Severus se quedó mirando fijamente el ambarino licor que apenas había tocado, mientras seguía aferrando con fuerza a Harry, como buscando fuerzas para empezar. Recostó la cabeza contra el respaldo del sillón y con voz pausada y ronco acento, empezó a contar todo lo que había vivido hasta entonces. Una historia definitivamente larga y triste. | |
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