La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Y algún día, la felicidad. Capítulo 9. Sonrisas y lágrimas

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alisevv

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MensajeTema: Y algún día, la felicidad. Capítulo 9. Sonrisas y lágrimas   Y algún día, la felicidad. Capítulo 9. Sonrisas y lágrimas I_icon_minitimeDom Mar 27, 2016 7:16 pm

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—Al fin nos libramos de esa multitud— suspiró Draco, mientras él y Remus entraban en sus aposentos—. Los gemelos están cada vez más terribles, y cuando se juntan con James sálvese quien pueda. Creo que para cuando les toque el turno de entrar a Hogwarts pediré 7 años sabáticos continuos.

—No seas exagerado— se rio Remus, quien luego de cerrar la puerta, se acercó al sofá donde se había desplomado Draco y se sentó a su lado. Al instante, el rubio se arrebujo contra su pareja con satisfacción—. Los chicos son algo traviesos pero nada más— alzó a Draco y lo sentó sobre su regazo antes de hundir su cabeza en el recodo del blanco cuello y besarlo con ardor.

Draco hundió sus dedos en el cabello castaño y echó la cabeza hacia atrás, dando a su pareja un mayor acceso a su cuello.

—Vaya que todos tuvimos un día movido— musitó con un dejo de tristeza, cuando Remus se separó.

Remus, sabiendo que Draco estaba pensando en su padre y sus deseos de venganza contra Harry y Severus y deseoso de distraerlo de pensamientos negativos, buscó su boca y lo besó con pasión. El joven rubio abrió los labios cediendo paso a la lengua ardiente y amorosa que de inmediato se entrelazó con la suya en una batalla sin fin, mientras una mano se dirigía hacia su pecho y comenzaba a desabotonar la camisa.

—Especialmente el tuyo— musitó Remus con un tono claramente apasionado que envió escalofríos por la columna del rubio, que de inmediato notó como su excitación comenzaba a despertarse—. Y creo— Remus ronroneó junto a su oído mientras levantaba el joven sin mucho esfuerzo y se encaminaba a su habitación, colocándolo suavemente sobre la mullida cama. Se acostó a su lado, mientras mordisqueaba el lóbulo de su oreja y su mano, ya abierta la camisa, acariciaba sensualmente el blanco pecho— que deberías dejarme revisar esa herida— una vez más besó la roja boca que respondió con pasión; su mano, ya sobre la pretina del pantalón, abría el botón y deslizaba suavemente la cremallera—, tengo una pomada que obraría milagros en la zona dañada.

—Eso sí que no— ahora las manos de Draco se deslizaban por debajo del jersey que vestía su pareja, acariciando y adorando, hasta que lo despojó de la prenda—, ni sueñes que tú vas a entrar— ahora daba pequeños mordiscos en el cuello de Remus—, estoy demasiado irritado— una mano blanca se deslizó por la cinturilla del pantalón de Remus, y luego por debajo de los boxers, para terminar cerrándose cálidamente sobre la masculinidad totalmente despierta de su pareja—. Hoy me toca arriba.

—Vale— aceptó Remus, riendo sobre su boca—. Por esta vez pasa, pero recuerda que luego me van a tocar dos veces seguidas.

Los ojos de Draco brillaron con una mezcla de amor y deseo. Desde el comienzo de su relación habían tenido una lucha ‘amistosa’ por quien penetraba a quien. Lucha que siempre contribuía a acrecentar la excitación y la sensación de ansiosa anticipación que los embargaba cada vez que hacían el amor.

El rubio, quien a decir verdad no estaba tan irritado como proclamaba, sonrió internamente al pensar que al menos por esta vez había ganado. Sin embargo, pronto el amor y el deseo desplazó a cualquier otra sensación, así que se dedicó a venerar el cuerpo que se abandonaba confiado a sus manos y boca.

Con un ágil movimiento, se deshizo de su pantalón y su boxer y se sentó a horcajadas sobre las caderas de Remus. Con besos ávidos describió un sinuoso camino a través del fuerte pecho de su pareja, teniendo especial cuidado de frotar su palpitante dureza contra el deseoso cuerpo que se retorcía bajo sus sabías caricias, mientras hundía sus dedos en el cabello casi plata de tan rubio. Draco, con una lentitud casi mortal, besó y mordisqueó el fuerte cuello, los endurecidos pezones, y el plano estómago. Su lengua jugueteó avariciosa con el ombligo, antes de seguir delineando un húmedo camino hasta llegar al límite de rubio vello que protegía el tesoro más preciado.

Entonces se vio interrumpido por un gran obstáculo, pues su pareja aún llevaba puestos los pantalones, Impaciente, susurró un accio varita y con un ligero hechizo desnudó a Remus, quien rió quedamente al verlo.

Una vez libre de los molestos pantalones, y sin mucho preámbulo, devoró la masculinidad de Remus, que a ese punto se erguía en todo su esplendor, y empezó a acariciarla con labios y lengua, arriba y abajo, en un movimiento desesperantemente sensual.

Los gemidos de Remus pasaron de ansiosos a ardientes, de ardientes a apasionados y de apasionados a desesperados. Justo en ese momento, cuando ya el mago mayor pensaba que no aguantaría más y explotaría, Draco se apartó precipitadamente.

El nuevo gemido fue tan lastimero que envió una oleada de excitación a través de Draco. Pero no se podía dejar convencer por la agónica súplica o la diversión terminaría demasiado pronto. Con un tenue susurro convocó un pequeño bote de lubricante y se dedicó a la deliciosa tarea de preparar a su pareja.

Un dedo impregnado entró en la cálida cavidad empezando a distenderlo con cuidado, mientras Remus comenzaba una nueva sinfonía de jadeos y gemidos. Cuando el segundo dedo entró y ambos llegaron a la próstata, los jadeos casi eran aullidos y el hombre de cabellos castaños se movía desesperadamente intentando lograr un mayor contacto. Cuando iba a agregar un tercero, la súplica agónica emergió de los labios de Remus.

—Por favor, Dragón. Ya estoy listo.

Draco, cuya desesperación a ese punto igualaba la de Remus, no esperó más y colocando las piernas de su pareja sobre sus hombros, se deslizó en su interior limpiamente. Dos gritos similares inundaron el ambiente, cuando las emociones y el placer bañaron a los dos hombres, descontrolando completamente sus emociones.

Cuando Draco se empezó a mover, los gemidos y jadeos fueron tan altos que, de no haber sido por los hechizos contra el ruido, de seguro habrían despertado a todo el castillo. Las embestidas, lentas al principio, fueron adquiriendo más y más rapidez hasta que todo se desbordó, ambos hombres explotaron con un grito y Draco colapsó desmadejado en brazos de Remus.

Mucho rato después, ya recuperados, se escuchó la voz firme del rubio.

—Desembucha— dijo sin preámbulos.

—¿Qué?— preguntó Remus, desconcertado.

—Amor, nos conocemos— musitó, poniendo un amoroso beso en el pecho de su pareja—. Tienes esa cara.

—¿Esa cara?

—Sí, esa cara— rió Draco mirando los límpidos ojos color miel—. La cara de que me quieres decir algo pero no sabes cómo.

Remus hizo un mohín de contrariedad, a veces resultaba exasperante que le conociera a tal punto. Siempre pasaba igual. Lo mismo si se trataba de algo tan simple y grato como una fiesta sorpresa de cumpleaños o algo grave o importante, algo que le hubiera frustrado o enojado, su pareja lo intuía al instante con sólo ver sus ojos.

Y por supuesto, en esta oportunidad su intuición tampoco había fallado. Remus quería decirle algo muy, muy importante.

>>¿Entonces?— le apremió Draco al ver que no se decidía a hablar.

—No sé cómo decírtelo— confesó—. O mejor dicho, pedírtelo.

Notando la angustia e inseguridad en el tono de su pareja, el joven rubio se levantó y quedó sentado frente a él. Éste se incorporó a medias y se reclinó contra los almohadones de la cabecera.

—Remus, me estás empezando a preocupar— advirtió Draco—. No des más vueltas, sólo dilo y ya.

—Bueno, ahí va— el hombre tragó con fuerza y tomó las manos de su pareja—. Había pensado que— respiró profundo—, aprovechando que Harry y Severus se van a casar y todo eso— los ojos miel miraron a los grises en muda súplica—, pues que podríamoscasarnosnosotrostambién— termino de un tirón.

—¿Cómo?— preguntó Draco, quien no se había enterado de nada.

Remus lanzó un nuevo suspiro, antes de repetir con más lentitud.

—He pensado que podríamos casarnos nosotros también— miró a Draco casi con angustia—. ¿Quieres?

—¿Nosotros? ¿Casarnos?

A Remus se le vino el mundo encima. ¿Cómo había sido tan tonto para creer que alguien joven y guapo como Draco iba a querer unirse a él de por vida?

—Lo siento— comenzó a disculparse, angustiado—, me precipité. Sé que tú no...

El resto de la frase quedó interrumpida cuando unos fuertes brazos se lanzaron hacia su cuello y una boca ardiente y amorosa se aferró a la suya.

—Sí— musitó Draco sobre su boca, una vez roto el ardiente beso—. Sí, claro que quiero casarme contigo. Te amo.

Remus no fue capaz de decir nada, sólo volvió a atrapar la boca amada con sus labios y se sumergió en la ola de amor y felicidad que amenazaba con ahogarle.



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Los días que siguieron a la llegada de los nuevos huéspedes del castillo se vieron plenos de una febril agitación. Las mujeres, comandadas por una muy entusiasta Molly Weasley, se dieron a la tarea de preparar el ambiente para la ceremonia y la fiesta posterior.

Después de algunas conversaciones, ambas parejas habían decidido casarse bajo un rito celta muy antiguo, que oficiaría Albus Dumbledore, quien era descendiente de un antiguo mago Druida muy poderoso.

Según el rito, se unían a las parejas como amantes y guerreros por esta vida y las vidas posteriores. En la antigüedad era un ritual de boda y muerte, los guerreros que se unían bajo este rito, además de obligaciones como pareja, adquirían obligaciones como guerreros. Así, si uno de ellos era muerto en batalla, el otro se veía obligado a vengar la muerte de su pareja y luego suicidarse ritualmente.

Aunque evidentemente las cosas habían cambiado un poco desde entonces, todos pensaron que esa era la boda ideal para ellos. Habían sido y seguían siendo guerreros, habían peleado muchas batallas y, de ser necesario, pelearían muchas más. Darían la vida por su pareja sin siquiera pensarlo, y, definitivamente, si alguien dañaba a uno el otro se vengaría fieramente, sin lugar a dudas.

Eligieron un área protegida del Bosque Prohibido, un pequeño claro rodeado de árboles centenarios. Horas antes de la ceremonia, Albus, vestido completamente de plateado, había procedido a la consagración del terreno, esparciendo primero la sal, luego el agua, y por último encendiendo inciensos de cedro y sándalo.

Luego, sobre ese terreno se había levantado un altar de piedra, sin magia, para lo cual ayudaron todos los invitados a la boda, en una especie de camaradería fraternal.

Sobre el altar distribuyeron estratégicamente cuatro velas blancas, un difusor, un plato con sal y otro con tierra del bosque, una campana de cobre, una vara, una espada ceremonial, un cáliz con agua, una taza con agua de rosas, un cristal de cuarzo, los anillos de ambas parejas y cuatro cuerdas blancas.

Luego, Albus se dirigió al altar y tomando la espada ceremonial, en el terreno frente al mismo trazó un círculo siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Una vez listo el lugar de la ceremonia, todos se dirigieron al castillo a esperar la hora acordada.

Mientras todos estos preparativos tenían lugar, los cuatro novios paseaban por sus cuartos muriéndose de los nervios. Habían acordado vestirse por separado, de forma que en una habitación se encontraban Severus y Draco y en la otra Remus y Harry, en tanto el pequeño James y los gemelos correteaban de una habitación a otra, alterando a todo el mundo aún más, si es que ello era posible.

—¿Papá, ya estás listo?— preguntó el pequeño irrumpiendo en la habitación por centésima vez. Severus se giró hacia su hijo y lo observó fijamente con los ojos inundados de amor.

—Listo, hijo mío. ¿Qué tal me veo?

Severus vestía una túnica de seda color negro intenso, casi azuloso, que se amoldaba a la perfección a su delgada y firme figura y caía en suaves pliegues hasta sus pies. Sobre ella una capa del mismo material se cerraba al cuello con un broche en plata con la forma de un león, cuyos ojos eran unas diminutas esmeraldas, único adorno de su atavío. El negro cabello atado en una prolija coleta y la sonrisa feliz era complemento más que suficiente, Severus Snape lucía espectacular.

—Luces guapísimo— declaró James alegremente, corriendo a abrazar a su padre.

—¿Y para el tío Draco no hay piropos?— preguntó el joven rubio apareciendo por la puerta que daba al baño. Vestía una túnica muy similar a la de Severus pero en seda blanca. Aparte del color, la única diferencia entre los atuendos era que el broche de Draco era de ónice y tenía la forma de un lobo y los ojos eran dos piedras de ámbar. El rubio cabello caía sobre los hombros dándole una apariencia verdaderamente sensual.

—Estás espectacular, tío— dijo, separándose de Severus y abrazándolo—. Esa idea de vestirse iguales fue genial.

Dado el tipo de ceremonia que iban a realizar, habían decidido vestirse de modo similar. Así, en la otra habitación, Harry lucía una túnica blanca idéntica a la de Draco, pero su broche era una serpiente de plata cuyos ojos eran dos ópalos, mientras Remus vestía túnica y capa negra y su broche era un dragón de plata con los ojos de diamantes.

—¿Y dónde dejaste a los otros mosqueteros?— preguntó su padre con burlona ternura.

—Se quedaron con papá Harry y tío Remus.

—¿Y ellos están listos?— preguntó Draco, mirando impaciente el reloj.

James miró a Draco y a su padre y no pudo evitar echarse a reír al verlos tan nerviosos. Su tío estaba a punto de reclamarle enfadado cuando Hermione asomó la cabeza por la puerta.

—¿Están listos? Los están esperando, la ceremonia va a comenzar.



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Ya los invitados, vestidos con sus mejores galas, se encontraban nuevamente en el terreno consagrado. A una indicación de Albus, todos se distribuyeron formando un círculo de amor y amistad alrededor del espacio donde se iba a oficiar el ritual.

Albus, todavía vistiendo la túnica plateada, se dirigió hacia el altar de piedra, tomó la campana de cobre y girándose hacia el círculo trazado en el suelo, la hizo sonar tres veces, anunciando la entrada de los contrayentes.

Ya que habían decidido que los primeros en casarse serían Harry y Severus, Harry salió de entre los árboles ubicados a la derecha del altar y avanzó pausadamente, al tiempo que Severus lo hacía desde la izquierda. Se encontraron dentro del círculo central, la sonrisa sincera y los ojos brillantes de felicidad. Se dieron un breve beso en la mejilla y, tomados de la mano, se giraron hacia el oficiante.

Los amigos a su alrededor cerraron el círculo humano, tomándose unos a otros de las manos y sonriendo. Albus, también sonriendo, elevó las manos al cielo y comenzó el rito.

—En este círculo sagrado de luz, estamos en perfecto amor y perfecta confianza. Pido que la tierra y las fuerzas del universo bendigan a esta pareja, su amor y su hogar por el tiempo que ellos lo elijan. Que puedan gozar de una vida sana, llena de alegría, de estabilidad y de fertilidad.

Luego se giró hacia el altar, tomó el plato con sal y sosteniéndolo frente a Severus y Harry, permitió que ambos pusieran su mano derecha sobre él.

>>Bendecidos sean por el antiguo y místico elemento de la tierra— continuó Albus, al tiempo que Harry y Severus giraban para mirar con dirección al Este.

Albus se dirigió al altar, depositó el plato con la sal y tomó la campana, haciéndola sonar tres veces. Luego tomó el difusor con incienso y regresó junto a los novios, rodeándolos lentamente mientras les rociaba con incienso.

>>Bendecidos sean por el antiguo y místico elemento del aire.

Mientras los contrayentes giraban hasta quedar cara al sur, Albus fue una vez más hacia el altar, dejó el difusor y tomó dos de las velas blancas y la vara, entregándole una a cada uno, quienes las sostuvieron con su mano derecha. Con un gesto de la mano, el anciano encendió las velas y colocó la vara sobre ellas.

>>Bendecidos sean por el antiguo y místico elemento del fuego.

Los novios se giraron esta vez hacia el oeste. Albus hizo un nuevo viaje al altar, y trayendo consigo el cáliz de plata lleno de agua, roció un poco sobre ellos.

>>Bendecidos sean por el antiguo y místico elemento del agua.

Harry y Severus se giraron una última vez hasta quedar nuevamente mirando al norte. Albus se les acercó con la taza con aceite de rosa y el cristal. Untó sus frentes con el aceite y sostuvo el cristal sobre ellas.

>>Que Morrigan, la Gran Diosa Madre, bendiga vuestra unión con larga vida, dicha, prosperidad y abundancia. Estén unidos en la paz, y en época de guerra estén unidos en el campo de batalla empuñando la misma espada contra el enemigo.

Luego, tomando los anillos, les salpicó un poquito de agua mezclada con sal.

>>Que todas las vibraciones negativas, las impurezas y los obstáculos sean de aquí en adelante rechazados, y que todo lo positivo, cariñoso y bueno entre siempre. Bendecidos sean estos anillos en el nombre de la tierra. Así lo ordeno.

Luego les entregó los anillos.

Severus se giró hacia Harry y tomando sus manos le miró con intensidad a los ojos.

—Te he amado por tanto tiempo que ya no recuerdo cómo se sentía no amarte. Te amé cuando eras apenas un adolescente que me volvía loco— Harry sonrió con ternura—. Y cuando tuve que dejarte en aquel hotel con el corazón destrozado te amé aún más. Durante el tiempo que estuvimos lejos mi alma siguió amándote aunque mi mente no recordara. Recordé y te amé con más fuerza y no tengo palabras para expresar lo que sentí cuando me dijiste que teníamos a James. Gracias, infinitas gracias por existir. Te amaré en esta vida y en las próximas mientras mi alma exista. Hasta el infinito.

Luego deslizó la alianza de oro en la temblorosa mano del emocionado joven moreno.

—Te amé desde que era un adolescente que te volvía loco— musitó Harry repitiendo las palabras de su pareja—, y el día que nos separamos prometí amarte y esperarte mientras quedara algo de vida en mi ser. Los seis años que vivimos alejados fueron los peores de toda mi vida, ver tus ojos negros en la carita de nuestro James fue lo único que me permitió resistir y sobrevivir. Ahora que te tengo de nuevo, que con nuestro hijo volvemos a ser una familia, prometo amarte y respetarte mientras subsista mi alma inmortal. Hasta el infinito.

Deslizó la alianza de oro en la cálida mano de su compañero de vida.

Albus tomó dos de las cuerdas blancas y las consagró con agua salada

—Bendecidas sean estas cuerdas en el nombre de la tierra. Así lo ordeno.

Sostuvo las cuerdas estiradas y Severus y Harry procedieron a anudarlas.

>>Como los nudos en esta cuerda, su amor uno.

Tomó las cuerdas anudadas y juntando las muñecas de Harry y Severus, las ató. Después, hizo un nuevo movimiento de la mano, y todos los presentes pudieron observar como luces blancas emergían de cada uno de los contrayentes y se mezclaban, terminando por rodear a la pareja unida.

>>En nombre de la Diosa os declaro unidos, como amantes y como guerreros.

Harry y Severus se miraron a los ojos y recitaron las palabras rituales, como hicieron sus ancestros miles de años atrás.

—Si para defender a mi clan he de partir a la guerra te llevare conmigo— comenzó Severus.

—Y en la batalla seré tu apoyo y tu escudo— contestó Harry.

—Si Morrigan me llama a su lado, vendrás conmigo.

—Y yo te seguiré después de haber vengado tu muerte.

—Si Morrigan te lleva consigo, iré a reunirme contigo después de derrotar al enemigo.

—Y yo te esperaré y te protegeré desde el otro mundo.

Luego de eso, y bajo la sonrisa conmovida de todos los presentes, James se lanzó contra ellos y los abrazó con fuerza. Luego se acercaron todos los demás a dar sus parabienes, hasta que la clara voz del Director de Hogwarts se alzó en medio del cuchicheo.

—Señores, mejor dejemos las felicitaciones para después, tenemos otra unión que celebrar y creo que esos dos ya deben estar muy impacientes allá atrás— les recordó—. Harry, Severus, por favor, únanse al círculo de amor.

Muy pronto el círculo de amigos estaba nuevamente formado y una campana dio tres tañidos: la ceremonia de Draco y Remus acababa de comenzar.



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—La ceremonia estuvo preciosa— decía Harry, quien en ese momento besaba apasionadamente a Severus, que trataba inútilmente de abrir la puerta de su habitación en su refugio de Escocia.

—Hermosa— musito a su vez Severus, devorando la ardiente boca de su pareja, mientras sus lenguas su unían en una batalla apasionada.

—Lo dije en serio, Severus— Harry abrió el broche de la capa y la quito de los hombros de Severus. Éste, quien ya había logrado abrir la puerta, empujó suavemente a su pareja hacia el interior de la habitación y cerró antes de comenzar a desnudarle.

—¿El qué?— las manos de Severus se movían con agilidad febril desechando una prenda tras otra, mientras los besos continuaban indetenibles.

—Las palabras del rito— las manos de Harry tampoco estaban ociosas y actuaban con una celeridad muy similar a la de Severus.

—¿Las palabras del rito?— repitió el mago de ojos oscuros—. ¿Cuáles?

—Siempre seré tu apoyo y tu escudo— replico Harry jadeando, pues a esas alturas, Severus lo había empujado sobre la cama y restregaba su cuerpo desnudo contra él—. ¡Merlín, Sev!— el roce de sus erecciones le provocaba un nivel imposible de excitación—. Sí, por favor, continúa.

—¿Que continúe? ¿Haciendo qué?— Severus frotaba todo su cuerpo contra el del joven, logrando que ambos jadearan con dificultad— Yo también seré tu escudo... y el de James, lo juro.

—Ahhh— el sonido, mezcla de gemido y grito, salió incontenible de los labios de Harry, al sentir el miembro de su pareja jugueteando en su entrada. La ansiedad le desbordo—. Sí, Sev, por favor, entra ya.

La risa cálida de Severus resonó por todo el recinto.

—Hoy estás muy impaciente, mi amor. Pero no, vamos a ir muy, muy lento. Quiero acariciarte hasta que gimas de dolor, que disfrutes esta noche como ninguna otra. Voy a hacer que esta sea una noche inolvidable— prometió.

Y Severus Snape nunca rompía sus promesas.



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Gustav entró en el despacho de su mansión y encontró a Lucius mirando fijamente la chimenea, su rostro absolutamente inexpresivo y completamente inmóvil, al punto que parecía una de esas hermosas y frías estatuas de mármol muggles. Sólo la furia que relampagueaba en los ojos plateados traicionaba el hecho de que se trataba de un ser humano.

—Así que ya se casaron— comentó el vampiro guardando las distancias pues sabía que cuando el rubio estaba tan furioso podía ser muy peligroso.

Lucius no contestó. De hecho, no modificó su posición ni un milímetro.

>>Bueno— dijo Gustav esperando que, ya con los hechos consumados, Lucius desistiera de ese estúpido deseo de venganza que los iba a hundir—. Al fin terminó.

Ahora sí que la estatua reaccionó. Giró la cabeza lentamente hasta clavar sus ojos gélidos en el rostro del vampiro. Gustav se estremeció. Esa fiera tranquilidad era mucho más aterradora que sus gritos e improperios.

—Te equivocas— las palabras eran casi un ronco siseo—. Esto apenas empieza. Lo juro como que me llamo Lucius Malfoy. Seguiremos esperando hasta que sea el momento oportuno y entonces atacaremos. Y atacaremos donde más les duela. Te juro que Harry Potter y Severus Snape se van a arrepentir hasta de haber nacido.



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Los meses, o mejor dicho, casi dos años que siguieron a su boda, fueron una mezcla extraña de alegría y dolor. La convivencia era hermosa y en el aspecto sentimental y familiar marchaba sobre ruedas, pero la rehabilitación de Severus era realmente penosa. El antiguo maestro de Pociones se veía obligado, día tras día, a realizar tal cantidad de esfuerzo, que le dejaba minado tanto física como emocionalmente.

El tratamiento era efectivo y, de hecho, iba recuperando su magia de manera evidente. Pero era un proceso muy, muy lento y Severus a veces no podía evitar caer en fuertes periodos de depresión, de los que sólo el profundo amor de Harry y su hijo era capaz de sacarle.

Sólo los más allegados conocían su problema y ellos preferían que siguiera así, por lo que Alan y él trabajaban el Grimauld Place, a donde viajaban desde la chimenea de la Dirección en Hogwarts. Muchas veces incluso se les unía Albus, a quien Alan estaba entrenando y había demostrado ser, cómo no, un alumno bastante aventajado.

Harry se había adaptado muy pronto a las clases en Hogwarts, y se sentía muy cómodo trabajando con los jóvenes. Dado que Lucius aún no aparecía, las restricciones para salir seguían vigentes de modo que, luego de conversarlo con Ron y Hermione, se había decidido poner un maestro particular a James y los gemelos, que les instruiría en los temas elementales mientras llegaba el momento de que entraran en Hogwarts.

Los fines de semana, como no había clases e incluso Severus se tomaba un merecido descanso, los adultos se dedicaban a los muchachos. Les habían comprado tres pequeñas escobas por lo que Harry, Draco y Ron jugaban con ellos al Quidditch con mucha frecuencia. También hacían picnics familiares cerca del lago y en verano se bañaban allí, luego de espantar ‘sutilmente’ al calamar gigante, y en invierno construían muñecos y entablaban batallas campales de bolas de nieve, que, nadie sabía cómo, generalmente ganaban Severus y Draco.

Pese a eso, y cada vez con más frecuencia, los niños se quejaban de que estaban siempre encerrados en el castillo y querían salir, aunque fuera de vez en cuando, a Hogsmeade. Harry estaba en su oficina corrigiendo algunos trabajos y pensando que pronto tendrían que hacer algo al respecto, no podían tenerlos encerrados eternamente.

Tan ensimismado estaba en sus reflexiones que no notó la puerta que se abría ni los pasos suaves que se dirigían hacia él, hasta que sintió los labios conocidos besar su cuello descubierto.

—Hola, amor— saludó, alzando la cabeza con una gran sonrisa, para encontrar otra idéntica en labios de su esposo—. Llegas temprano, y por lo visto te fue bien el día. ¿Qué paso?

—Estoy definitiva y totalmente curado— informó Severus con una sonrisa satisfecha—. Alan me hizo una prueba de nivel. He recuperado el noventa y cinco por ciento de mi magia. Soy un mago de nuevo.

Harry no podía hablar de la emoción que le embargaba, sabía cuánto significaba eso para su pareja. Sin mediar palabra, se echó en sus brazos y le beso apasionadamente.

—Sabía que lo ibas a conseguir— declaró, mientras acariciaba suavemente el amado rostro—. Siempre estuve seguro.

—De no ser por James y por ti no lo habría logrado— levantó una mano para impedir la protesta de Harry—. Es así y lo sabes. Ustedes son los que me dieron las fuerzas para continuar una y otra vez.

—Lo importante es que ya estás bien— dijo Harry sin dejar de sonreír.

—Sí, y ya puedo dejar de ser una carga— al ver el disgusto de Harry, agregó—. Y no pongas esa cara que es verdad. Necesito saber que soy capaz de cuidar a mi familia y proveerla de lo que necesita.

—Vale— aceptó el más joven a regañadientes—. Pero no pienses que vas a poder salir a buscar trabajo así como así, todavía estamos bajo protección.

—De hecho, ya conseguí trabajo— al notar la confusión en el rostro de su pareja, explicó—: Minerva se va a retirar este año y Albus me ofreció el puesto de Subdirector. Habló sobre necesitar alguien que le sustituya más adelante o algo así.

—Felicitaciones, amor— murmuró—. No hay nadie que merezca ese puesto más que tú.

—Gracias— fue todo lo que dijo antes de atrapar los labios de su esposo en un beso ardiente, y todo quedó olvidado al instante, todo lo que no fuera ellos dos y su amor.



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—Menos mal que ya es viernes— suspiró Draco, un mes después, hundiéndose satisfecho en un cómodo sillón de la sala de profesores, un vaso de firewhiskey con hielo tintineando en su mano.

—Y que lo digas— suspiró Harry—. Conforme se acerca el fin de año, pareciera que a esos chiquillos les pusieran baterías nuevas extra velocidad.

—Y recargadas— agregó el profesor Fiwick con rostro compungido, ante lo cual todos rieron.

Una sombra, que escuchaba agazapada, bostezó aburrida. La misma conversación insulsa de todas las noches,

—¿Y dónde está James?— preguntó Remus, observando a los gemelos y Ron que jugaban snack explosivo sobre la alfombra, un tanto alejados del grupo de adultos.

—Encerrado en su habitación— contestó Harry, con el ceño fruncido.

—¿Qué nueva travesura hizo esta vez mi ahijado?— preguntó Draco, risueño—. Y lo que es más importante, ¿por qué los gemelos no están castigados? Cuando hacen una gorda siempre están los tres juntos.

—En realidad, no hizo nada malo— dijo Severus—. Se trata de una auto reclusión.

—¿Y eso por qué?— preguntó Albus, curioso, interviniendo por primera vez en la conversación.

—Está enojado porque los gemelos van a Hogsmeade el domingo y él no puede ir— explicó Harry.

—Lo siento tanto— se disculpó Hermione apenada—. Es el cumpleaños de los gemelos e insistieron tanto en que ese era el único regalo que deseaban, que no tuvimos corazón para...

—No es tu culpa, Hermione— dijo Severus, sonriéndole cálidamente—. James tiene que comprender que hay cosas que no pueden ser.

—El pobre tiene ocho años y lleva demasiado tiempo encerrado— argumentó Remus.

—Ya se le pasará— declaró Severus.

—Por favor, Severus, James es idéntico a ti— ironizó Draco—. Lo más probable es que no salga de su habitación hasta que cumpla dieciocho años y pueda independizarse.

Todos los presentes rieron con la broma, aligerando la tensión del ambiente.

—¿Y por qué no lo llevan al pueblo?— preguntó Albus.

La sombra que escuchaba se puso en tensión, tal vez la noche no iba a ser tan inútil como había pensado en un principio.

—¿De qué hablas?— preguntó Severus—. Tú mismo insististe en lo de la protección y precaución mientras Lucius no fuera atrapado.

—Lo sé— admitió con el rostro serio—. Pero ya pasaron dos años y nadie ha sabido absolutamente nada de él, y no pueden tener al niño encerrado eternamente. Tiene un carácter muy fuerte— miró con intención a Severus—, y me temo que esta “auto reclusión” no es más que el principio.

—Tienes razón— aceptó Harry con un suspiro—. ¿Saben lo que nos dijo cuándo le hablamos de Lucius y las razones por las que no podía salir con libertad?— todos le miraron, intrigados—. Que él ya no era un bebé y estaba dispuesto a enfrentarse a los problemas, pero que no quería seguir encerrado.

—Y tiene razón— habló Ron, que se acababa de incorporar a la conversación—. Los gemelos dicen que James está muy disgustado, que se siente como prisionero en su propia casa.

—¿Y qué podemos hacer?— preguntó Harry, poniendo en palabras los mismos temores que tenía Severus—. Si Lucius le hace daño yo...

—Lucius no tiene por qué enterarse— dijo Albus con una sonrisa tranquilizadora—. Serán solamente unas horas, llevamos a los niños a la tienda de dulces, les compramos unos helados y regresamos al castillo a celebrar el cumpleaños.

—¿Llevamos?— interrogó Severus, alzando una ceja.

—Por supuesto— declaró Albus, sonriendo—. No pensarías que iba a perderme toda la diversión. Además, necesito reponer mis provisiones de caramelos de limón.

—Además— agregó Ron—, podemos avisar a Ojo Loco, Tonks, Kingsley y van a estar mis padres y mis hermanos, James va a estar extremadamente protegido.

Severus miró a Harry a los ojos y ante el imperceptible asentimiento de su pareja, se rindió.

—Está bien, vamos a prepararlo todo— aceptó—. El domingo iremos de paseo a Hogsmeade.

La sombra oculta sonrió ampliamente, al fin una buena noticia. Con seguridad su jefe le iba a recompensar muy bien por esta información.



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—Ya tienen sus instrucciones— dijo Lucius a los dos matones mal encarados que le miraban con expresión atenta—. Los quiero en Hogsmeade a primera hora de la mañana, vigilando el lugar que les dije.

—¿A qué hora llegarán?— preguntó uno de los sujetos.

—No tengo idea, pero no entren en la tienda hasta que me vean entrar a mí— ordenó fríamente—. Y no hagan ningún movimiento, NINGUNO, hasta que no reciban mi señal.

—Entendido, jefe.

—Esto debe salir perfecto, si hay un error es más que probable que no podamos tener otra oportunidad— dijo arrastrando las palabras—. Con esto quiero decir que, si me fallan, van a tener que enfrentarse a las consecuencias, y les juro que lo van a lamentar de por vida.

—No fallaremos.



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La mañana del domingo había amanecido espléndida. Después de desayunar, el numeroso y alegre grupo se dispuso a partir hacia Hogsmeade.

Aunque al principio de la marcha se había percibido una atmósfera de inquietud y tensión, poco a poco el ambiente se había ido relajando y, para el momento que llegaron a la entrada del pueblo, las bromas y las risas eran la tónica general. Tonks hablaba de su último romance y Ojo Loco de las nuevas y paranoicas misiones a las que había asistido, y los tres chiquillos jugueteaban frente a los adultos, riendo a mandíbula batiente.

En cuanto entraron en las callejuelas de Hogsmeade los chiquillos corrieron entusiasmados hacia los iluminados escaparates, llenos de los más diversos y maravillosos objetos que se pudiera imaginar. Luego de una hora recorriendo las tiendas, y ante la presión de los pequeños, decidieron encaminarse hacia el paraíso infantil, la tienda de dulces y chucherías Honeydukes.

Nada más entrar, los niños empezaron a correr de un extremo a otro de la tienda.

—Mira— gritó James alborozado—. Grageas de todos los sabores.

—Y ranas de chocolate— exclamó uno de los gemelos.

—Y dulces de calabaza— gritó el otro.

—Niños, compórtense— los regañó Severus—. Y tú, James, recuerda que prometiste obedecernos y no alejarte mucho de nosotros.

—Claro, papá— dijo el niño con una sonrisa.

Mientras los adultos estaban vigilantes, los niños seguían gritando entusiasmados. Ninguno se preocupó por una ancianita que estaba parada en una esquina con un chal sobre su cabeza, ni por dos hombres jóvenes que, tomados de la mano, observaban extasiados como sus pequeños hijos jugaban en el suelo snack explosivo. Ese fue su gran error.

Lucius no perdía de vista a su objetivo, esperando el momento oportuno para atacar. De repente, James, gritando ‘galletas de canario’, corrió directamente en su dirección, de forma tan repentina que ninguno de sus padres pudo detenerlo. Cuando ya casi llegaba a la altura de la ‘anciana’, Lucius levantó la cabeza e hizo una seña. Entonces se desató el infierno.

La pareja de patanes que había contratado empezaron a lanzar hechizos a diestra y siniestra, reventando los recipientes con dulces cuyos vidrios brincaron por doquier, y lanzando un encantamiento que llenó la habitación de un humo oscuro y denso. En medio de la confusión, Lucius atrapó a James por la cintura y aferró su bastón.

Cuando el humo fue dispersado ya todo estaba hecho. Tanto Lucius como James se encontraban a muchas millas del lugar.

Nota autora:

Quiero agradecer muy especialmente a Lili Celeste, quien me dio toda la información referente al rito Celta y que me explicó con mucha, mucha paciencia.
Al describir este rito de boda, espero no haber ofendido a nadie. Si alguien lo conoce y observa algún error, les pido de corazón me disculpen. Les aseguro que quise tratarlo con el mayor respeto posible.




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Yuki Fer
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MensajeTema: Re: Y algún día, la felicidad. Capítulo 9. Sonrisas y lágrimas   Y algún día, la felicidad. Capítulo 9. Sonrisas y lágrimas I_icon_minitimeSáb Ago 13, 2016 10:02 pm

Nononononoooo esto no puede estar pensando.... Ahhhh no debieron ir..esperó que lucius le haga algo malo XS
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