alisevv
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| Tema: Y algún día, la felicidad. Capítulo 3. Descubriendo sueños y enfrentándose a lo inevitable. Miér Mar 16, 2016 9:36 pm | |
| —Cuando salí de aquí aquella madrugada —la voz ronca era apenas un susurro, como si le costara un esfuerzo sobrehumano revivir los tristes momentos— no tenía certeza de adónde ir. Sabía que tanto Gran Bretaña como una gran parte de los países de Europa ya estaban repletos de partidarios de Voldemort —no pudo evitar el estremecimiento al murmurar el nombre maldito, pero si algo había aprendido de Harry era que un nombre sólo tenía el poder que se le confería, ni más ni menos—. Así que me decidí por la opción que me parecía más segura.
Harry no dijo nada y se limitó a verle con una muda pregunta en sus ojos verdes, así que el hombre dio un trago a su brandy, apretó con más fuerza la mano del joven, y con una mirada en la que se mezclaba el remordimiento y la certeza de haber hecho lo único posible, confesó:
>>Me dirigí a Los Cárpatos.
Ante la repentina declaración, Harry se paró, incrédulo. Todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión, mientras sentía como un enorme peso se alojaba en su corazón.
—¿Te fuiste con Gustav? —el tono acusador era patente en la temblorosa voz del joven.
—No me ‘fui con Gustav’ —replicó Severus a la defensiva—. Fui a pedirle refugio a su hermano, eso es todo.
—¿Y no pudiste haber elegido otro lugar? —sabía que estaba haciendo una escena, pero no podía evitarlo. ¡Merlín! ¡Era Gustav!
—Ya te dije que Voldemort tenía partidarios por todas partes. Los vampiros eran de los pocos grupos que aún no se habían unido a su bando.
—Tampoco los Gigantes.
—¿Estás diciendo que debería haberme ido con los Gigantes?
Severus, que también se había levantado, miraba a su pareja completamente atónito. Harry, dándose cuenta de lo ilógico de lo que acababa de decir —era legendaria la agresividad de los Gigantes y lo más probable era que hubieran matado a Severus— respiró profundamente, intentando calmarse, y contestó:
—No —su voz era como un graznido ronco—. Por supuesto que no quise decir eso. Sólo señalé que tenías otras posibilidades. ¡Merlín, Severus! ¿Gustav? ¡Ese imbécil siempre estuvo enamorado de ti! ¡Te sedujo y casi caíste en sus malditas redes! ¡Estuvo a punto de separarnos! ¿Acaso no lo recuerdas?
—Perfectamente —replicó el profesor de Pociones con el ceño fruncido—. Y también puedo recordar que no lo logró —suavizó la expresión, se acercó al joven, y a pesar de la reticencia de éste le envolvió en un estrecho abrazo—. Te amo, Harry. Desde hace mucho tiempo y para siempre. ¿Acaso no entiendes que eso nunca va a cambiar? —preguntó con los labios contra la sien del joven.
Ante las palabras, Harry se relajo visiblemente dentro de su abrazo y, enterrando el rostro en su cálido pecho, murmuró:
—Lo sé, Severus —admitió, recordando el estado en que había llegado su amado. No era el momento de hacer recriminaciones infantiles, sino el de confiar—. Perdóname por ser tan egoísta —miró al hombre que en ese momento estaba denegando con una dulce sonrisa—. Ven, sígueme contando —le animó, jalándole de regreso al mullido sofá—. Fuiste con... los vampiros, ¿y qué pasó?
—Me aparecí en las tierras de los Masden y entonces...
Era noche de luna llena y el solitario hombre ascendía con paso cansado la encrespada pendiente que conducía a la única ‘vivienda’ habitada en kilómetros a la redonda: el Castillo de Piedra, propiedad del Conde Vasile de Masden
El camino era una pendiente sinuosa y resbaladiza, muy difícil de atravesar, y el hombre hacía esfuerzos inauditos por conservar su dignidad y mantenerse en pie.
“Malditos vampiros”, refunfuñaba para sí, tratando de asirse a uno de los salientes rocosos para no caer. “Entiendo que tengan barreras protectoras en el castillo, pero ¿no podían haber mandado a construir un camino un poco más civilizado para llegar hasta su puerta?”
Con ese último pensamiento alcanzó la cima del risco que estaba subiendo y gracias a la brillante claridad proporcionada por los rayos de luna, ante él se presentó una vista borrosa de su meta: el señorial y majestuoso Castillo de Piedra. Era una edificación cuadrada, austera y oscura, pero elegante, construida con grandes bloques de piedra sólida y desde cuyo punto más alto se podía divisar toda la propiedad de la familia Masden, que se extendía kilómetros y kilómetros hasta perderse de vista.
Caminaba con esfuerzo por la extensa explanada rocosa que le separaba del castillo cuando vio como las enormes puertas de madera se abrían de par en par dejando salir el resplandor de las antorchas y una figura alta y delgada se perfilaba en el dintel y bajaba de dos en dos los escalones de piedra, acudiendo apresurado a su encuentro.
—¿Severus Snape? —saludó el hombre de cabello oscuro y ojos azules, cuyo rostro serio y taciturno no mostró ninguna señal de emoción visible, pero cuyos ojos refulgieron por un instante con emoción contenida—. ¿Qué te trae por mis dominios? Si mal no recuerdo, la última vez que nos vimos dijiste que no querías volver a verme en la vida.
—Y tienes que reconocer que tenía mis razones —replicó el Slytherin sin inmutarse, el recibimiento del vampiro le tenía sin cuidado—. ¿Acaso olvidas que utilizaste todo tu magnetismo para seducirme y atraparme? Con tus mentiras estuviste a punto de destruir mi relación con Harry.
—Claro, me metí con tu intocable niñito consentido —se burló el vampiro—. Y dime, Severus, ¿ya le abandonaste? ¿Al fin te diste cuenta que es un muchachito tonto y aburrido?
Severus apretó los dientes con fuerza y una mirada fiera inundó sus negros ojos.
—Te agradezco que te abstengas de emitir comentarios desagradables sobre Harry porque no lo pienso tolerar —el tono de voz denotaba una clara advertencia—. Y por supuesto que continúo mi relación con él ¿Qué te hizo pensar otra cosa?
El rostro de Gustav ahora evidenciaba una clara confusión.
—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó, evaluándole con la mirada.
—Vine a hablar con tu hermano —replicó con voz tensa.
—¿Con Vasile? ¿Para qué? —el vampiro estaba realmente intrigado. No se fiaba de las intenciones del mago.
—Eso es algo que a ti no te importa —contestó en tono ácido—. ¿Puedes hacer el favor de llamarle?
—Pues no creo que...
—¿Gustav, qué está pasando aquí? —una voz ronca y diáfana interrumpió lo que el otro estaba a punto de decir—. ¿Severus? ¡Por Odin, amigo! ¡Cuánto tiempo! ¿Pero qué haces en la puerta? ¿Gustav, dónde están tus modales? ¿Por qué no hiciste pasar a Severus?
Al tiempo que recriminaba a su hermano, Vasile se precipitó hacia el recién llegado con la mano extendida. El mago lanzó una genuina sonrisa y se la estrechó con fuerza. Vasile Masden era uno de los pocos amigos verdaderos que tenía.
Vasile, Conde de Masden, tenía un gran parecido con su hermano menor. Alto y delgado, en su negro pelo asomaban unas cuantas canas, y a diferencia de Gustav, sus ojos intensamente azules eran honestos y francos, y mostraban su profunda sabiduría y conocimiento de la naturaleza humana. A simple vista se le podía calcular unos cincuenta y tantos años, justo los que tenía cuando había sido transformado, porque lo cierto era que Vasile tenía más de cuatrocientos años de edad y también era un vampiro
—Pasa, hombre, pasa —invitó el Conde de Masden—. ¿Hace cuánto que no nos veíamos? ¿Diez años?— al tiempo que hablaba, empujaba a Severus para que atravesara las amplias puertas, entrando en un amplio vestíbulo decorado con un gusto exquisito.
Severus paseó la vista en derredor, observando los imponentes retratos de los antepasados Masden, las paredes decoradas con trofeos y armas de guerra, y las antiguas armaduras que brillaban bajo la luz mortecina de las antorchas. Se sintió repentinamente cómodo, con la sensación de que había regresado a Hogwarts.
Sin detenerse, Vasile le guió hacia una puerta entornada y le invitó a pasar. La habitación en la que entraron era mucho más sencilla y acogedora que el vestíbulo de entrada. Dos de sus paredes estaban ocupadas de arriba abajo por una extensa biblioteca, entre cuyos libros podían verse algunos ejemplares que serían la envidia de cualquier buen coleccionista. En la tercera pared se podía ver un amplio ventanal que en ese momento daba paso a la luz de la luna, y a cuyos extremos se plegaban unas pesadas y oscuras cortinas que durante el día se corrían para impedir la entrada del más mínimo rayo de sol. La cuarta pared, además de la puerta por la que acababan de entrar, tenía una amplia chimenea frente a la cual se podía ver unos hermosos sillones de cuero repujado en un maravilloso tono entre caoba y borgoña, y una mesita de centro. Un amplio escritorio, varias sillas y un pequeño bar portátil completaban el mobiliario de la habitación. Éste era el refugio personal de Vasile, un pequeño paraíso al que pocos tenían acceso.
Mientras Severus respiraba permitiendo que le inundara la paz que destilaba el recinto, el vampiro le empujo hasta hacerle sentar en uno de los sillones frente al fuego. Luego fue hacia el mini bar y sacando una copa, sirvió una generosa ración de un líquido ambarino y se dirigió hacia su invitado.
—Creo recordar que el brandy es tu bebida preferida —comentó, entregándole la copa—. Supongo que no tendrás nada que objetar a esta cosecha, fue un gran año para el brandy; la guardo para invitados muy especiales —al ver que el mago giraba la copa entre sus manos sin decir nada, con tono suave y tranquilizador le animó a hablar—. Entonces, amigo, ¿a qué se debe la alegría de tenerte en mi hogar?
Severus alzó la vista hacia la puerta, donde Gustav estaba apoyado con el ceño fruncido. El dueño de casa entendió de inmediato.
>>Hermano, ¿podrías dejarnos solos? Me gustaría hablar con nuestro invitado en privado.
El tono suave y cortés en la voz de Vasili no engañó al menor de los Masden; no era una petición sino una orden, así que frunciendo aún más el ceño, dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él.
Sin preámbulo, el vampiro centró una vez más su atención en Severus.
>>Bueno, amigo, ya estamos solos. Soy todo oídos.
—Vine hasta aquí —comenzó Severus, posando su copa en la mesita y mirando fijamente al hombre—, porque necesito tu ayuda. Voldemort y sus aliados me están buscando por todo el mundo mágico; de hecho, supe de buena fuente que pusieron un enorme precio por mi cabeza.
—Por supuesto, tú todo lo haces a lo grande —se burló el otro, aunque no pudo evitar sentir un estremecimiento al escuchar el nombre. Ni siquiera los vampiros eran inmunes a ello.
Desestimando el amistosamente irónico comentario, el mago prosiguió:
—Los aliados del Señor Oscuro han crecido en proporciones gigantescas. Están desperdigados por una buena cantidad de países, al punto que en estos tiempos resulta definitivamente muy inseguro viajar por Europa —asió nuevamente su copa y la llevó a los labios, agradeciendo la calidez que la bebida le proporcionaba—. Pensé perderlos escondiéndome dentro del mundo muggle, pero me conozco, allí no sobreviviría ni unas pocas horas. Así que pensé y pensé, y quedaste como mi última alternativa. Lo siento.
—¿Pero qué dices? —exclamó Vasili con sinceridad—. Sabes que ésta es tu casa por todo el tiempo que necesites.
Severus se limitó a asentir en agradecimiento.
—¿Y cuál es la posición de tu comunidad en relación con Voldemort? —preguntó el antiguo profesor con una repentina idea; si tenía que quedarse en ese lugar, tal vez podría lograr hacer algo a favor de la causa. Al menos debía intentarlo—. ¿Crees que su unirán a la lucha?
—Lo dudo —replicó Vasili moviendo la cabeza como enfatizando sus palabras—. Los vampiros no están dispuestos a abandonar sus cómodos refugios para apoyar a ninguno de los bandos. Durante la última guerra sufrimos demasiadas pérdidas.
—Pero es necesario derrotar a Voldemort. ¿Es que acaso no lo entienden?
—Somos una comunidad muy pequeña y la mayoría piensa que no es problema nuestro. Que si no nos metemos con él, dejara que sigamos en paz con nuestro sistema de vida. En resumen, que somos muy poca cosa para que nos moleste.
—¿En serio creen eso? ¿Tú te crees eso? —enfatizó Severus, furioso al pensar en lo inconsciente que podía ser alguna gente—. En cuando el Señor Oscuro tome el poder absoluto, no habrá una sola comunidad que pueda vivir libre y tranquila: muggles, magos, vampiros o quienes sean. ¿Acaso prefieren vivir como esclavos que luchar?
—Comparto completamente lo que dices, pero no formo parte de la mayoría —replicó Vasili casi como disculpándose—. Ellos deciden.
—Lo sé, amigo —el mago se calmó de pronto, estaba siendo muy descortés con su anfitrión.— ¿Y no crees que pudiera haber forma de convencerles? —ante la mirada de duda del vampiro, agregó—: ¿Quizás yo podría hablar con ellos, explicarles?
—No sé... — musitó su interlocutor con duda.
Severus se aferró a esa duda e insistió:
—Déjame hablar con ellos. Yo he vivido de cerca todo lo que está pasando, quizás pueda convencerles.
La duda aumentó en los ojos de Vasili, pero pensó que tal vez valía la pena intentarlo: al fin y al cabo, Severus había estado muy cerca de todo eso, podría contarles mejor todo lo que estaba pasando.
—Está bien —cedió al fin—. Trataré de concertar una entrevista con el Gran Consejo, aunque va a demorar unos cuantos días. Por lo pronto, considérate en tu casa —levantándose, hizo un gesto a Severus para que le imitara—. Ahora, te mostraré tus habitaciones —le condujo a través de escaleras y pasillos hasta detenerse frente a una puerta de nogal—. Ya llegamos, espero que estés a gusto. Tenemos sirvientes muggles, como ustedes les llaman; enseguida les informaré de tu presencia, así que siéntete en libertad de pedirles lo que quieras. Si quieres, puedes cabalgar —le ofreció, recordando cuanto le gustaba a su amigo volar a lomos de un caballo—. Las protecciones son excelentes y abarcan toda la propiedad, así que no correrás ningún peligro. Te veré mañana en la noche —y sin más, dio media vuelta y dejó a Severus solo con sus pensamientos.
—¿Y lograste hablar con el Gran Consejo? —preguntó Harry, verdaderamente intrigado por lo que estaba contando Severus.
—Sí —el mago se recostó en el sillón, dejando reposar su cabeza en el regazo del joven en un gesto de cansancio y cerró los ojos. Al instante, la mano de Harry se elevó hasta el amado rostro, retirando los cabellos y delineando sus rasgos. Acarició el pliegue de la frente hasta que se relajó; luego bajó por la nariz y pasó las puntas de los dedos por los párpados caídos y las largas pestañas, los pómulos pronunciados y la curva del mentón, para terminar en los labios rojos y provocadores. Retirando la mano, bajo la cabeza y con besos húmedos delineó los mismos lugares que su mano había acariciado, la frente, la nariz, los ojos, los pómulos, el mentón, y terminó en la deliciosa boca, que se abrió para recibirle.
Las lenguas se enfrascaron en una lucha sin límites, probándose, sintiéndose, saboreándose, hasta que se vieron obligados a separarse para rescatar algo de oxigeno.
—Te extrañé tanto —musitó Severus como para sí mismo.
—También yo —besó nuevamente esa boca carnosa antes de preguntar—. ¿Quieres continuar con la historia? ¿O prefieres dormir un poco? —se moría por saber, pero el hombre se veía agotado.
—No, así está bien —musitó, acomodándose un poco mejor pero sin abrir los ojos—. Tu regazo es todo lo que necesito para continuar.
—Me estabas contando sobre el Consejo —le animó Harry.
—Sí.....el Consejo. Había transcurrido casi un mes desde mi conversación con Vasili y ya había perdido las esperanzas de poder hablar con ellos, cuando mi amigo llegó con la noticia. Habían decidido reunirse y escucharme. No tenía demasiadas esperanzas de éxito, pero al menos debía intentarlo. Tres noches más tarde, Vasili me acompañó al lugar de reunión. Hablé y hablé, pero me fui de allí sin saber si había logrado algún cambio. En los meses que siguieron seguí intentándolo pero a otro nivel. Conversaba con todos los amigos de Vasili tratando de convencerles, ganarles para la causa. No sé si sirvió de algo.
—¿Qué no sabes si sirvió de algo? —repitió el muchacho—. Por supuesto que sí. Los vampiros lucharon a favor del lado de la Luz en la batalla final, y estoy seguro que fue gracias a ti. Pero no entiendo, estabas con ellos, tú deberías saberlo.
—Es que pasaron cosas —el rictus en la boca y un nuevo ceño fruncido mostraron a Harry que no habían sido cosas buenas precisamente, pero Severus siguió con los ojos cerrados.
—¿Qué cosas? —preguntó, conteniendo el aliento. Tal vez ahora podría saber el porqué de las cicatrices.
El hombre abrió los ojos, extendió la mano y acarició el rostro de Harry, depositando un dulce beso en sus labios antes de retomar su historia.
—A medida que pasaban los meses, me iba sintiendo más acongojado y preocupado. Las noticias de los desmanes de Voldemort que me llegaban a través de Vasili eran terribles; los horrores que relataba, espantosos. Mi temor por lo que pudiera pasarte crecía a pasos agigantados. Sentía que me necesitabas, que había algo que desconocía y debía saber —al ver el rostro asombrado y desencajado de Harry se enderezó bruscamente y continuó—. ¿Ocurrió algo, verdad? ¿Estuviste en problemas y no estuve ahí para protegerte? Por favor —la súplica estaba en sus ojos y en su voz—. Por favor, dime qué pasó.
Harry se levantó del asiento y caminó hasta la ventana frotándose las manos. Tenía que contarle a Severus, pero no sabía cómo. Además, tampoco sabía cómo lo tomaría. Las pocas veces que habían hablado de la posibilidad de que aquello ocurriera, Severus le había dicho que no era el momento, que estaban en guerra, que más adelante, pero, ¿y si la verdad era que no lo deseaba? ¿Si rechazaba a su hijo?
>>Harry —la voz ronca interrumpió el hilo de sus pensamientos. El muchacho se giró hacia el hombre, clavando su vista en sus preocupadas facciones—. Me estás preocupando en serio. Por favor, dime de qué se trata.
Tomando una decisión, el joven regresó al sillón, miró profundamente los ojos oscuros y asió su mano con firmeza.
—No sé por dónde empezar —repitió las palabras que había dicho Severus unas horas antes.
—¿Qué te parece por el principio? —llegó la misma respuesta.
Una mirada de añoranza se reflejó en los verdes ojos, pensando en el principio, pero en el verdadero principio de todo.
El bien llamado Trío de Oro caminaban por los pasillos de Hogwarts discutiendo contrariados. Estaban a punto de dejar la escuela para sus últimas vacaciones navideñas como alumnos de la institución. Unos meses más y serían magos adultos y graduados.
Pero en ese momento, esa feliz perspectiva estaba muy lejos de sus mentes, pues estaban ocupadas en asuntos más desagradables.
—No entiendo como a Dumbledore se le pudo ocurrir la peregrina idea de mandarte con Snape a pasar tus vacaciones —decía Ron acalorado, molesto por la mala suerte que parecía perseguir a su mejor amigo.
—Harry tiene que practicar Oclumancia y Legilimancia —trataba de razonar una siempre sensata Hermione—. Saben que es muy importante en estos momentos. Estamos en medio de una guerra, ¿acaso se les olvidó? Harry debe proteger su mente de las invasiones de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado.
—Sí, pero —Harry empezó a quejarse abiertamente— ¿por qué tiene que ser con Snape? —el desprecio era notorio en su voz—. ¿Y por qué tenemos que irnos a un oscuro rincón perdido en el fin del mundo?.
—Sabes que Snape es el mejor en la materia —Hermione se revistió de paciencia, iba a ser difícil que Harry aceptara de buena gana la situación—. Además, no es el fin del mundo. Van a ir a las Tierras Altas de Escocia, y según me han dicho es un lugar bellísimo.
—No voy de paseo, Hermione. Por lo que a mí respecta, voy a estar encerrado durante tres malditas semanas con la peor compañía del mundo —al ver que acababan de llegar a la entrada de la oficina de Dumbledore, dejó en el piso su baúl y con un movimiento de varita encogió su equipaje. Luego se giró hacia sus amigos, mirándoles con desconsuelo.
—Lo siento, compañero —dijo Ron, palmeándole el hombro—. Pero anímate, son sólo tres semanas y por lo menos no son los Dursley.
—Pues la verdad, no sé qué es peor —se quejó el moreno, ceñudo.
—Basta, Harry —Hermione se veía un tanto molesta por la actitud de esos dos—. Ya no eres un niño, ninguno lo somos. Has enfrentado muchísimas cosas y has podido superarlas, y todavía vas a tener que superar muchas otras. Te aseguro que esto no va a ser lo peor que te espera.
—Vaya, Hermione —intervino Ron—. La próxima vez que necesite que me levanten el ánimo, seguro te llamo.
Harry no dijo nada. Sólo se quedó ahí parado pensativo, evaluando las palabras de Hermione.
—Tienes razón —concedió al fin, mirando el rostro de su amiga—. Tengo que hacer esto, y lo haré... Y quien sabe —su mirada se iluminó con una nueva idea—, quizás también me divierta.
Hermione miró a su amigo con sospecha. Le conocía tanto como a sí misma; algo estaba tramando.
—¿Qué piensas hacer?
—¿Yo? Nada. Estudiar mucho y, tal vez, cobrarme siete años de soportar a cierto molesto Slytherin.
Y sin más se giró, murmuró la contraseña de la entrada y traspasó el umbral sin otra mirada atrás.
Llevaban más de una semana encerrados en ese maldito castillo y Harry había cumplido su palabra: se había dedicado a hacer de la vida de Snape un infierno. Claro que el asunto había sido mutuo, y habían pasado los últimos diez días agrediéndose verbalmente, lanzando una ironía y un insulto tras otro, y a estas alturas, tenía que reconocer que esto no le estaba haciendo para nada feliz.
De hecho, los dos últimos días había intentado ignorar al hombre y dejar las cosas por la paz, pero Snape era tan absolutamente irritante que le había sido imposible. Y para colmo de males, luego de esos días de intimidad en compañía de su odiado profesor, había descubierto que el sentimiento que albergaba hacia él no era precisamente de odio.
A comienzos de su sexto año en Hogwarts, Harry había empezado a notar que no sólo le gustaban las muchachas, sino que también se sentía sumamente atraído por los chicos. Para finales de año, y luego de un par de romances frustrados, tuvo que admitir que era definitivamente homosexual. Le costó un tiempo aceptarlo, pero ahora estaba muy contento de sus inclinaciones y había tenido un par de relaciones muy satisfactorias.
Sin embargo, tenía que reconocer que nunca se había enamorado de verdad, y ansiaba hacerlo. Quería encontrar una pareja, alguien que le apoyara y le amara, que compartiera sus tristezas y alegrías; nada del otro mundo, sólo alguien a quien amar.
Y como si el destino se ensañara una vez más con su persona, había terminado enamorándose de su profesor de Pociones. ¿Es que podía llegar a haber algo más patético que eso? ¿Acaso tenía naturaleza masoquista? Ese hombre le había odiado desde que tenía once años, entonces, ¿cómo demonios podía haberse enamorado de él? Sí, definitivamente patético.
Y ahí estaba, sentado frente a la ventana viendo el desolado paisaje nevado, sintiéndose más solo y miserable que nunca en su vida. Una lágrima se deslizó solitaria por su tersa mejilla, pero ni se molestó en limpiarla. Entonces lo sintió; un dedo cálido que se posaba sobre su mejilla interrumpiendo el camino de la salada gota y un cálido aliento sobre su oreja, que preguntaba con infinita dulzura:
—¿Por qué tan triste, Potter?
¿Acaso estaba soñando? ¿Era la voz de Severus Snape la que hablaba con tanta dulzura?
>>Potter —escuchó una vez más esa voz—. Harry, voltéate por favor.
El chico negó con la cabeza. No quería voltearse y descubrir la mirada de burla y desprecio en los ojos de su maestro. En ese momento no lo resistiría.
>>Por favor.
El tono suplicante quebró todas sus defensas y giró la cabeza, posando sus anegados y temerosos ojos verdes en las profundas orbes negras. Pero un relámpago de sorpresa le sacudió. En el adusto rostro de su profesor no había el despreció que esperaba, solo una profunda dulzura y una infinita tristeza.
Sin entender a ciencia cierta a qué se debía el cambio operado en el hombre frente a él, se vio repentinamente envuelto en un par de poderosos brazos, mientras una boca ávida descendía hasta la suya, clamando y suplicando ser correspondida.
Y Harry no pudo negarse. Aunque aquello fuera una burla cruel y luego llorara lágrimas de sangre no podía negarse, así que abrió la boca y permitió que la insistente lengua inspeccionaba sus profundidades, mientras se plegaba al pecho duro y cruzaba sus brazos por el fuerte cuello.
El beso duró lo que pareció una eternidad. Cuando al fin se separaron, jadeando, en los ojos del más joven se podía ver claramente reflejada una pregunta: ¿Por qué?
—Ya no resistía —susurró Severus a modo de explicación—. Estos días a tu lado han sido un infierno, deseándote y sin poder tenerte —los ojos del chico se abrieron con asombro.
—¿Deseándome? —repitió, todavía incrédulo—. Pero... pero si usted me odia.
—¿Quieres que te demuestre cuánto te odio? —preguntó, y volvió a aferrar al joven y a hundirse en la cálida boca. Al separarse de sus labios, siguió besando y mordisqueando la línea de la mandíbula hasta llegar al oído y susurrar insinuante—. Si quieres, puedo darte mayores muestras de cuanto te odio.
Por toda respuesta, Harry se plegó nuevamente contra el ardiente cuerpo y atrapó la deseada boca. Mañana no importaba, sólo contaba el aquí y el ahora. Deseaba a Severus, le amaba y deseaba con toda su alma, y por Merlín que lo iba a tener. Así que cuando el hombre le alzó en brazos y le llevó al dormitorio, simplemente se abrazó a su cuello y le besó, y no dejó de besarle y amarle el resto de la noche y el resto de la vida.
—Harry, Harry... señor Potter.
—¿Qué... qué… ?— Harry se sobresaltó y miró confundido al rostro ante él— ¿Qué ocurre?
—Estábamos hablando y te desconectaste —explicó Severus, riendo—. ¿En dónde estabas?
—Aquí —replicó el joven mago con una dulce sonrisa.
—Eso lo sé —habló Severus un tanto impaciente—. Quiero decir dónde estaba tu mente.
—Aquí —repitió sin borrar la sonrisa—. El sitio era el mismo, sólo cambié de tiempo —se acercó al hombre y le dio un breve beso—. Recordaba nuestra primera vez.
El rostro del mago se dulcificó ante la respuesta, pero no pudo evitar lanzar un comentario mordaz.
—Vaya, señor Potter, sigue igual que cuando tenía doce años. Le estoy hablando de cosas importantes y usted se va a acompañar a las musarañas.
—¿Y acaso no te parece importante el tema de nuestra primera vez? —preguntó con tono burlón.
—Fue el día más importante de mi vida —musitó, estrechándole contra su pecho. Luego de un rato, se separó—. Y si mal no recuerdo, te portaste con demasiado descaro.
—¿Qué yo fui descarado? —preguntó con guasa—. ¿Entonces qué queda para ti? Estuviste insultándome durante siete años, y de la noche a la mañana vas, me besas y me haces el amor como si nada.
—No escuche que te quejaras —la sonrisa del mago mayor se ensanchó y el abrazo se estrecho, mientras sus labios bajaban hasta atrapar los otros que respondieron gustosos, uniéndose en un beso febril.
—Bueno —musitó Harry riendo, cuando al fin se separaron para tomar aire—. Tendremos que aceptar que somos un par de descarados, que se le va a hacer.
—Concedido, pero estabas a punto de decirme algo importante —recordó Severus cambiando abruptamente de tema y mirándole directamente a los ojos.
—Sí, tienes razón —su rostro se puso nuevamente serio—. Y espero que lo que te voy a contar te haga tan feliz como a mí.
—Harry —clamaba Remus Lupin, intentando convencer al joven que veía casi como un hijo—. Tienes que reconsiderarlo. Tal como está la situación, ir a Escocia en este momento es una temeridad, te lo hemos dicho mil veces.
—Y mil veces les he contestado lo mismo —replicó el joven que es ese momento se colocaba la capa de viaje—. TENGO que ir.
—Pero tienes cuatro meses de embarazo —insistió el licántropo. A pesar de saber que era una causa perdida, no podía dejar que el chico se pusiera en riesgo sin intentar impedirlo—. En tu estado no puedes aparecerte ni viajar en polvos flu, ¿cómo piensas ir?
—Draco me preparó un portal hasta allí. Ya está todo arreglado.
Remus lanzó al mencionado una mirada furiosa.
—A mi no me reclames —se defendió el rubio, mirando a su novio—. Él se empecinó; me aseguró que si no le ayudaba iría al Callejón Knockturn y conseguiría quien lo hiciera. No me quedó de otra
Harry caminó hasta Remus y le miró fijamente, con el alma en los ojos.
—Entiende que debo hacerlo —musitó, implorando que le comprendiera—. Severus no sabe del bebé. Estoy seguro que la certeza de que va a ser padre le ayudará a soportar el alejamiento.
—Todo está muy complicado, probablemente ni siquiera pueda acudir a la cita.
—Me prometió que lo intentaría, y sé que si es humanamente posible, lo hará —besó la mejilla de Remus y se giró hacia Draco—. Estoy listo.
—Recuerda que el portal se volverá a abrir a la medianoche. Si se te olvida, tendrás que regresar por medios muggles, este es un hechizo muy delicado —le advirtió el rubio, antes de comenzar a recitar un complicado encantamiento. Segundos después, el portal se abría y Harry desaparecía tras él.
Harry había relatado todo de un tirón, sin atreverse a levantar la vista. Cuando terminó, sintió unos tibios dedos que sujetaban su barbilla y le obligaban a alzar el rostro. Se encontró con el aturdido rostro de Severus que le observaba aterrado, como si Harry acabara de decir que Voldemort había resucitado y se encaminaba hacia allí.
—¿Tenemos un hijo? —logró preguntar cuando al fin recuperó la voz—. ¿Un niño...tuyo y mío?
Harry no pudo encontrar su voz, así que se limitó a asentir con la cabeza.
>>¡Por Merlín, Harry! —el hombre le abrazó con los ojos anegados; le estrechó con tal fuerza que el joven pensó que se iba a partir, pero no le importó—. ¿Cómo es? ¿Se parece a ti? ¿Cómo se llama? ¿Cuándo nació? —las preguntas se sucedían de manera continua, mientras le inundaban los deseos de saber más sobre su hijo. Miró a Harry y le preguntó con algo de temor—. ¿Le has hablado de mí? ¿Sabe que soy su papá?
—Calma, amor, calma —le tranquilizó dulcemente, apartándose ligeramente; se sentía feliz por la reacción de Severus, había estado tan preocupado—. Ante todo, por supuesto que sabe que eres su papá, y no sólo eso, te ama profundamente. Ni te cuento como insistió para acompañarme en este viaje; sólo se tranquilizó cuando le aseguré que si este año no llegabas, el próximo podría venir conmigo. Sobre cómo es... —se levanto, deslumbrado ante la mirada soñadora de Severus, se dirigió corriendo hacia el lugar donde estaba su túnica, y revisando un bolsillo interior sacó dos fotografías mágicas.
Una de las fotos era de Severus y él, donde las figuras se besaban apasionadamente y luego miraban sonrientes a la cámara. Se la habían sacado pocos días antes de la partida de Severus y había sido su fiel compañera todos esos años.
En la otra foto se veía un niño alto y delgado, de cabello alborotado y ojos negros, que sonreía a la cámara y luego hacía un gesto burlón, antes que una mano le atrapara y le sacara de objetivo, para segundos después regresar, con la misma sonrisa e igual gesto burlón repitiéndose indefinidamente.
Se apresuró de regresó a donde se encontraba Severus y le entregó el retrato de su hijo, con los ojos anegados por la emoción. El hombre lo tomó con mano temblorosa, casi con un miedo reverente, y se lo quedó mirando fijamente mientras las lágrimas desatadas empezaban a desbordarse. Con la punta de los dedos tocó la carita reflejada en la foto y luego se giró hacia Harry, enterrando el rostro en su hombro y llorando sin control, liberando todo el dolor y la desesperación que encerraba en su alma.
Harry se limitó a abrazarle y acariciarle el cabello, siseándole para tranquilizarle. Cuando al fin pudo calmarse, Severus levantó el rostro, y mirando la instantánea una vez más, musitó:
—¡Merlín, Harry! ¡Tenemos un hijo!
—Así es —en ese momento la sonrisa del joven resplandecía. Luego, esa sonrisa se volvió más pícara, como disfrutando de antemano un futura travesura; sabía que lo que iba a decir no le iba a hacer mucha gracia a su antiguo maestro—. Severus —comenzó, señalando la foto—, te presento a tu hijo, James.
—¿¿¿Qué??? —la exclamación esperada no tardó en llegar—. ¿Bromeas, verdad? —le miró, incrédulo; tenía que ser una broma, una pésima broma—. No te atreviste a llamar a mi hijo James, ¿verdad? Por favor, dime que estás bromeando.
—No es broma —aseguró Harry con una dulce sonrisa—. En realidad, se llama James Severus.
—¿Pero por qué? —el hombre no podía entenderlo—. ¿Por qué llamaste James a mi hijo?
El rostro del chico se oscureció de repente, pensando en cómo hacerle entender lo importante que era esto para él.
—Porque esperé que así tú podrías amar a un James Potter —hizo una pausa tratando de encontrar las palabras adecuadas—, y al fin podrías perdonar y olvidar.
Severus observó la expresión de su pareja, el anhelo que se escondía detrás de sus palabras, la súplica infinita... y entendió. Habían pasado por muchos sufrimientos para estar juntos, y al fin había llegado el momento de perdonar y olvidar, de empezar una nueva vida representada en la hermosa figura de ese pequeño de ojos negros y cabello alborotado. Y después de mucho tiempo, pudo ver su pasado y sonreír.
—Heredó tu cabello —musitó, los ojos fijos una vez más en la pequeña foto.
—Y tus ojos —replicó Harry—. Y tu encantador carácter —agregó, irónico.
—Que tratas de insinuar —gruñó el hombre mirando a Harry una vez más, con un enfado fingido.
—¿Yo?... Nada... — se echó a reír y entre risas, agregó—: Lo único que te diré es ‘bienvenido al infierno, papá’
Severus se unió a su hilaridad.
—No puede ser tan terrible.
—Espera que le conozcas y verás —al ver el ansioso rostro frente a él, adivinó su anhelo—. Sólo unas horas de paciencia, mi amor. Mañana mismo le conocerás —se acercó a él, le abrazó, le dio un breve beso y le instó a proseguir con la historia que había quedado en suspenso—: ¿Quieres seguir contándome qué pasó?.
Severus regresó del paraíso en el que había estado inmerso por unos grandiosos momentos y fijó su mirada en el hombre junto a él. Vio la angustia reflejada una vez más en los amados ojos, el ansia de comprender lo que había ocurrido, así que dando un nuevo sorbo a su bebida, asintió
>>Me decías que en los meses previos a mi cumpleaños estabas cada vez más preocupado— recordó Harry, con la intención de que retomara el hilo del relato—. Entonces, ¿qué hiciste?
—Decidí ir a tu encuentro como habíamos pactado, así que dos días antes de la fecha, hablé con Vasili y le conté lo que planeaba hacer. Él me dio su apoyo, aunque me advirtió que la situación estaba verdaderamente grave y no era muy prudente salir de la propiedad. Pero yo estaba decidido, necesitaba verte.
>>Luego de hablar con Vasili me interceptó Gustav y me hizo una escena. Había estado acosándome desde hacía meses, pero yo le ignoraba olímpicamente. Esa noche me suplicó que no fuera a verte, pidió, rogó, ordenó, y al ver que todo era inútil, me amenazó. Me dijo que si trataba de irme lo lamentaría. Yo le ignoré y ese fue mi peor error —musitó el mago con el rostro transfigurado por la angustia ante el horrible recuerdo.
Severus Snape, enfundado en una capa negra de viaje, caminaba sigilosamente por el escarpado terreno. Esa noche el camino estaba resultando muy difícil, ya que había luna nueva y la oscuridad era total.
Con esfuerzo llegó al límite de las barreras que protegían la propiedad, unos metros más y podría aparecerse. Tenía tantos deseos de volver a ver a su Harry.
Traspasó las barreras, feliz, y cuando estaba a punto de desaparecer, una voz ronca grito lumus y una luz fuerte se estrelló contra él, la luz proveniente de una varita que sostenía nada menos que quien era la mano derecha de Lord Voldemor, el mismísimo Lucius Malfoy, quien estaba rodeado de una docena de mortífagos encapuchados.
—Vaya, vaya, miren lo que tenemos aquí —se escuchó la burlona voz que arrastraba las palabras—. Severus Snape, el espía más buscado por mi Señor. ¿Sabes que hay un precio sobre tu cabeza, Severus?
—La categoría se impone —contestó el aludido, intentando controlar el temblor de su voz, aunque sabía que estaba perdido. Y en su mente se arraigó un único pensamiento: nunca más podría ver los amados ojos verdes, no podría despedirse de Harry antes de morir.
—Así que aún tienes ánimo de bromear. Veremos cuánto te dura cuando estés frente a tu Señor, TRAIDOR —el desprecio en su voz era patente, y sin esperar más, exclamó: ‘Petrificus Totalus’, y el cuerpo rígido del maestro de Pociones cayó al suelo como una losa de plomo—. Levántenlo —fue la siguiente orden, y segundos después, todos habían desaparecido y las sombras volvían a reinar en el lugar.
Una figura vestida de negro salió de detrás de un árbol y un rostro inhumano esbozo una terrorífica sonrisa. Gustav Masden acababa de cumplir su venganza.
NOTA: Bueno, quería hacer unas aclaraciones. Resulta que se me ocurrió meter unos vampiritos en este capítulo, y debo confesar que yo de vampiros se lo mismo que de Astrofísica Nuclear, absolutamente nada. Por tanto, ruego ignoren cualquier burrada que haya dicho sobre ellos, en todo caso tómenlo como un UA ¿vale?
Asimismo, incluí mpreg en la historia y no explico cómo pasó. Sorry, no hallé ninguna explicación suficientemente lógica, así que digamos que sólo pasó y ya. Fue mi primer fanfic, así que perdonen por esto. | |
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