alisevv
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| Tema: Y algún día, la felicidad. Capítulo 10. El Rescate Miér Mar 30, 2016 7:02 pm | |
| —James, dónde estás— llamó Harry, escudriñando entre el desorden de la habitación tratando de localizar a su hijo sin éxito.—James, James— volvió a llamar, realmente preocupado. Sus gritos resonaron entre los gemidos y las toses de las personas que estaban en Honeydukes. Algunas personas gritaban y se lamentaban, otros calmaban a los niños que lloraban desconsoladamente, y los más, miraban alrededor desconcertados, sin comprender lo que acababa de pasar.
Severus y Harry se precipitaron hacia los anaqueles donde, entre otras cosas, se leía en grandes letras el anuncio de ‘Galletas de Canario’, último lugar hacia el que habían visto correr a James, y empezaron a registrar la zona con desesperación. Remus, Tonks, Ron y los demás escudriñaron el resto del local a conciencia pero sin ningún éxito, James no se encontraba por ninguna parte. En vista de esto, la mayoría de los miembros de la Orden del Fénix presentes salieron a la calle, varita en mano, dispuestos a registrar hasta debajo de las piedras. En la tienda sólo quedaron Harry, Severus, Remus, Draco, y una aturdida Hermione, que arrodillada en el piso abrazaba a los gemelos como si de ello dependiera su vida.
—¡Merlín, Sev, nuestro niño!— gimió Harry, derrumbándose en brazos de su esposo con los ojos anegados. Severus lo abrazó tratando de ofrecerle apoyo y consuelo, pero su negra mirada reflejaba un terror nunca conocido, el miedo de que a su pequeño pudiera ocurrirle algo. Sacando fuerzas de flaqueza, logró hablar con voz entrecortada.
—Tranquilo, amor— abrazó aún más fuerte a Harry—. Va a estar bien, lo vamos a encontrar.
—Él lo tiene, Severus, estoy seguro— la voz del joven de ojos verdes temblaba en agonía—. Lucius se lo llevó.
Severus apretó los dientes y endureció la mirada. Si Lucius Malfoy le hacía daño a su hijo, lo pagaría. Él se encargaría de que lo hiciera.
—¿Qué ocurrió?— preguntó Albus Dumbledore, llegando en ese momento—. Me entretuve y cuando venía para acá vi las luces y el humo.
—Parece que fue mi padre— explicó Draco, con la mirada tormentosa y la mandíbula encajada—. Se llevó a James.
—¿A James?— repitió el Director de Hogwarts—. ¿Pero cómo pu...?
—Señor Snape— le interrumpió la voz de un zagaletón que hablaba desde la puerta de entrada—. Señor Severus Snape.
—Soy yo— dijo el aludido, precipitándose hacia el muchacho—. ¿Por qué me llamas?
—Esto es para usted— explicó el muchacho, entregándole un sobre blanco con el sello de la familia Malfoy y un broche en forma de serpiente, antes de dar media vuelta con la intención de salir.
—Un momento— tronó Severus tomándolo por el brazo, al tiempo que lo zarandeaba—. ¿Quién demonios te entregó esto?— sus ojos eran dos lagunas de furia y el chico no pudo evitar echarse a temblar ,aterrado—. ¡Vamos, habla!
—Calma, Severus— musitó Dumbledore posando una mano sobre el brazo del hombre—. Lo asustas, así no vas a conseguir respuestas— luego se giró hacia el chico que miraba a Severus con ojos desorbitados—. Tranquilo, muchacho— dijo suavemente—. No tengas miedo, no te vamos a hacer daño, sólo queremos hacerte unas preguntas— tomó al tembloroso joven por el codo—. ¿Cómo te llamas?
—Peter, señor— contestó, mirando a Dumbledore, aunque sin dejar de vigilar a Severus por el rabillo del ojo.
—Bien, Peter— la voz del anciano era tranquilizadora—. Nos puedes decir quién te dio eso
—Un señor allá afuera— empezó a explicar atropelladamente— me dio dos galeones y me dijo que entregara este sobre a quien respondiera al nombre de Severus Snape— miró a Severus con aprehensión.
—¿Cómo era ese hombre?— preguntó Albus, captando nuevamente su atención.
—De pelo oscuro, alto— el muchacho quedó pensativo—, con una cicatriz que le cruzaba la mejilla derecha.
—¿Recuerdas algo más de ese hombre?
—No, señor— de repente su rostro se iluminó—. Espere, sí, recuerdo que cojeaba ligeramente.
—Ya escuchaste, Ojo Loco— habló, mirando al hombre que había entrado un momento antes, acompañado de Ron—. Da las características a los demás, probablemente sea alguien contratado por Lucius. No creo que se encuentren ya en Hogsmeade, seguro aprovecharon la confusión para desaparecer. Vayan al Callejón Knocturn, si ese hombre sigue en Londres, lo más probable es que se esconda en ese hueco— luego se giró hacia el niño una vez más—. Ya te puedes ir, muchacho. Y no te preocupes, no tienes nada que temer
Cuando el Auror y el muchacho desaparecieron tras la puerta de entrada, se giró hacia Severus, impaciente.
>>Abre la carta.
Severus miró el sobre que continuaba en su mano momentáneamente olvidado y con brusquedad rompió el lacre y leyó en voz alta.
Mi querido Severus
Un día juré que tú y ese bastardo que tienes por esposo me la pagarían y llegó mi hora. Como supondrás, tengo a tu maldito mocoso conmigo. Si quieren verlo nuevamente con vida, los espero esta noche a las doce.
Supongo que reconocerás el broche que acompaña esta carta, es el que me regalaste en Hogwarts nuestra primera vez. Lo convertí en un traslador que los traerá hasta mí.
Dile al maldito de ‘tu esposo’ que no traiga su varita, y tampoco se les ocurra traer refuerzos. Si observo cualquier movimiento extraño, tu pequeña sabandija morirá.
Si piensas que esto es inútil y de cualquier forma mataré a tu hijo, tienes razón, mi intención es matarlos a los tres. Pero dicen que los padres luchan hasta el final, aún a costa de su propia vida. ¿Será verdad?
Si no acuden a la cita, despídanse de su hijo
Lucius Malfoy
Severus arrugó con fuerza el pedazo de pergamino mientras Harry emitía un nuevo gemido de angustia.
—¡Merlín, mi bebé!
—Debemos salir de aquí— dijo Remus, notando como cada vez los rodeaba más gente curiosa—. Éste no es un buen sitio para hablar.
—Sí, regresemos a Hogwarts.
—No— negó Remus abruptamente—. A Hogwarts no.
—¿Por qué?— preguntó Severus, que una vez más estaba aferrando a Harry, tratando infructuosamente de calmar su angustia.
—Hay un espía.
Mientras todos los demás le miraron, interrogantes, Dumbledore clavó en Remus sus inteligentes ojos azules.
—¿Cómo te diste cuenta?— interrogó.
—¿Entonces lo del espía es cierto?— la voz de Harry sonaba cada vez más exaltada—. ¿Y ustedes lo sabían y no nos dijeron nada?— sus ojos iban de Dumbledore a Remus, taladrándolos.
—Cálmate, Harry— le pidió el anciano con voz suave—. Creo que Remus, al igual que yo, sacó esa conclusión a raíz de los actuales acontecimientos— el aludido asintió en silencio.
—Explícate— más que una petición, lo dicho por Severus parecía una orden.
—.Lo haré, pero antes vayamos a otro lugar. Éste está muy concurrido.
—¿Adónde?— preguntó Ron, quien había permanecido callado, observando.
—A Grimauld Place— contestó Dumbledore—. Es el lugar más apropiado.
—Vamos entonces— ladró Severus, tomando a Harry de la mano y lanzándose a la salida, con toda intención de desaparecer rumbo a la vieja mansión Black. Su hijo estaba en peligro, no tenían tiempo que perder.
—¡Suélteme, estúpido!— gritaba el pequeño de pelo negro mientras se retorcía entre los brazos de su captor, lanzando patadas a diestra y siniestra—. ¡Suélteme!
—¡Quédate quieto, maldito mocoso!— gruñó Lucius.
Se habían aparecido frente al amplio sendero que conducía a Strong Place, y desde ese momento, James había estado retorciéndose y pataleando, en su afán por desprenderse del fiero agarre de Lucius. El mago rubio había convocado unas cuerdas y había atado las muñecas y los tobillos al pequeño, antes de echárselo sobre el hombro y encaminarse hacia la casa.
Esto, sin embargo, no detuvo a James, quien seguía vociferando y tratando de golpear la espalda del hombre con sus puñitos unidos. Jadeando por el esfuerzo de caminar con el furioso niño a cuestas, entró en la casa, cerró la puerta y lanzó al pequeño sobre la alfombra, poniéndole un pie encima para contenerlo.
—Vaya, al fin llegas— exclamó Gustav, saliendo del despacho en ese momento. Se acercó a Lucius y observó atentamente el bulto que se retorcía bajo su pie—. Así que éste es el hijo de Sev.
—No llames así a mi papá— gritó James desde el piso—. Así sólo lo llama mi papá Harry.
—Vaya, tiene coraje el pequeño— se burló el vampiro.
—Y un carácter de mil demonios— agregó Lucius, quitando el pie y levantando al niño—. Atado y todo me ha costado traerlo hasta aquí.
—Cuando mis padres los agarren se van a enterar— siguió vociferando James—. Van a venir a rescatarme y ustedes se van a arrepentir.
—Con eso cuento, enano— se rió Lucius, burlonamente—. Con que tus padres vengan a rescatarte.
James enmudeció de repente, ahora lo comprendía todo. Esos hombres habían tendido una trampa a sus padres y él era el cebo. No podía permitirlo, tenía que escapar enseguida, a como diera lugar.
¿Pero cómo hacerlo? Estaba atado de pies y manos, sin poderse mover. Además, era un niño, y esos hombres lucían bastante amenazadores; él no conocía toda la historia, pero sabía que ese hombre había hecho mucho daño a su padre. Entonces recordó el consejo que una vez le había dado Severus luego de una pelea con su papá Harry ‘Cuando las cosas se pongan difíciles, calla y observa. Gritar y desesperarse sólo empeora todo’ Por supuesto, ésta no era, ni mucho menos, una situación como aquella, pero reflexionó que seguir ese consejo era lo mejor que podía hacer por el momento. Debía observar y esperar una oportunidad para poder escapar.
—Vaya, parece que asustaste al jovencito, Lucius— rió Gustav—. Del tiro hasta la lengua se tragó.
Los negros ojos del niño relampaguearon de furia pero no dijo nada.
—Parece que sí— convino Lucius—. Enciérralo en el sótano, yo tengo muchas cosas que preparar antes de medianoche.
—Ya estamos aquí— tronó la voz de Severus sobresaltando a los que se encontraban reunidos en el amplio despacho de Grimauld Place; aunque trataba de disimular, en su tono se evidenciaba la angustia y la urgencia—. Ahora, explíquense. ¿Cómo es eso de que en Hogwarts hay un espía? ¿Quién es?
—Sobre quién es— Albus habló en un tono suave, buscando tranquilizar a los presentes, especialmente a Severus—, no te puedo decir, no estoy seguro. Y sobre por qué lo sabemos— continuó el anciano, mirando fijamente a Severus y a Harry, que estaban sentados muy juntos en un sofá de pana marrón—, porque es la única manera de que Lucius supiera que estábamos hoy en Hogsmeade.
—Tienes razón— intervino Draco, comprendiendo—. Todo estaba preparado con anticipación. Los hechizos de humo, la nota que le dieron al chico, el hombre de la cicatriz. Nos estaban esperando.
—Exacto— convino el Director—. Y si pensamos que es la primera vez en mucho tiempo en que salimos del castillo, y que nadie externo a nosotros sabía del asunto, la única posibilidad que nos queda es que alguien de Hogwarts entregara la información a Lucius.
—¡Merlín!— exclamó Harry, aturdido—. Hay un traidor en Hogwarts. ¿Pero quién? ¿Quién puede odiarnos tanto para haber hecho esto? ¿Y cómo descubrirlo en un castillo atestado de gente?
—Tengo mis sospechas— dijo Dumbledore, mesándose la barba—, pero no quiero adelantar nada hasta tener la certeza.
—¿Y cómo lo comprobaremos?— preguntó Ron, frunciendo el ceño.
—Tendremos que ponerle una trampa— sugirió Remus.
—Exacto— concedió Albus—. Habrá que lanzarle una carnada tan atractiva que le sea imposible resistirse y se vea obligado a comunicarse con Lucius. Escuchen, esto es lo que haremos...
—Merlín Sev, ese loco tiene a James— se lamentó Harry mientras entraban en la sala de profesores de Hogwarts y se dirigían hacia un sofá frente a la chimenea—. Tenemos que rescatarlo.
Ya había anochecido. La sombra, que llevaba horas esperando pacientemente tras el panel de madera preguntándose dónde demonios se habrían metido, se puso en tensión y abrió el pequeño orificio disimulado, recibiendo una vista limitada del salón. Pudo observar a ambos magos sentados y a Albus Dumbledore, que se acercaba en ese momento y se sentaba frente a ellos con semblante preocupado.
—Lo haremos, amor— le tranquilizó su esposo, abrazándole.
—Es una trampa— la voz de Remus Lupin le llegó de algún lugar en la habitación fuera de su campo visual.
—Lo sabemos— aceptó Severus—. Pero debemos seguir sus instrucciones, es nuestra única posibilidad.
—Deben llevar refuerzos— intervino Draco con acento duro.
—Imposible— Harry se negó categóricamente—. La nota es muy clara, si va alguien más matará a James.
La sombra sonrió satisfecha. Al parecer los planes de su jefe estaban saliendo perfectamente, seguro que luego que esto acabara, le recompensaría espléndidamente por todos esos años de fiel servicio.
—Harry tiene razón— declaró Dumbledore con voz triste—. Deberán acudir solos.
—Pero es una trampa— insistió Remus—. Ya lo oyeron, quiere matarlos a los tres. ¿Cómo se van a defender? No tendrán oportunidad.
—Contamos con el factor sorpresa— el espía dio un respingo al escuchar a Severus—. Lucius no sabe que yo recuperé toda mi magia, ni que Harry puede hacer magia sin varita. La magia de Harry es fuerte, podríamos hacer un hechizo para que convocara nuestras varitas una vez allí.
La sombra frunció el ceño, alarmado. ¿Severus había recuperado su magia? ¿Harry podía hacer magia sin varita? Tenía que advertir al señor Malfoy de inmediato, todo su plan podía venirse abajo.
—Sí, en eso tienes razón, tendremos que hacerlo así — aceptó el Director—. Por protección, mandé a Minerva a cerrar la red flu en todas las chimeneas, pero la de mi oficina sigue abierta, deberán intentar comunicarse por allí y darnos la ubicación del escondite para enviarles refuerzos.
Harry y Severus asintieron.
—Bueno, vamos a pedir a Dobby que nos traiga algo de comer.
—Albus, no creo que pueda pasar bocado— adujo Harry.
—Debemos alimentarnos— insistió Dumbledore—. Las próximas horas serán muy difíciles y debemos reponer fuerzas. Dobby— llamo en voz alta.
Mientras el elfo doméstico aparecía y Dumbledore le daba instrucciones, la mente de la sombra maquinaba rápidamente. Si iban a comer tardaría unos minutos, pero no creía que fueran muchos, así que para asegurarse, tendría que hablar con Lucius de inmediato. Dumbledore había dicho que la única chimenea que permanecía abierta era la de su oficina; era peligroso pero tendría que arriesgarse, no le quedaba otra alternativa.
Y con estas reflexiones, dejó de observar a los ocupantes de la sala de profesores y corrió rumbo a la oficina de Albus Dumbledore.
La sombra se deslizó sigilosamente dentro de la oficina iluminada por la brillante luz que desprendía el fuego de la chimenea, felicitándose mentalmente de que el viejo estúpido le tuviera tanta confianza como para darle la contraseña de su oficina. Claro, nunca pensó que él pudiera traicionarlo, de hecho, nunca pensaba en él como persona. Bien, ahora le demostraría que existía, vaya si lo demostraría.
Siguió caminando hasta colocarse frente al hogar. Tomó un puñado de polvos flu del saquito que siempre estaba sobre la repisa y se arrodilló, dispuesto a lanzarlo a las llamas.
—¡Lumus!— el potente grito retumbó en el silencio; la figura se paró precipitadamente, sobresaltado, y se giró en dirección de la voz. Un furioso pelirrojo, que había estado agazapado en las sombras, esperando, le apuntaba con su varita mientras sus ojos lanzaban llamaradas de fuego.
—¡Maldito bastardo!— siseó Severus, quien acababa de irrumpir en la habitación seguido de los demás. Su tono de voz era tan bajo, que nadie previó su siguiente movimiento. Se abalanzó hacia el hombre, y tomándolo del cuello, lo empujó con violencia contra la pared—. ¿Cómo te atreviste? Si algo le pasa a mi hijo— la fría amenaza cortó el silencio como un cuchillo—, puedes darte por muerto.
—Calma, Severus— dijo Draco, llegando hasta él y poniendo una mano sobre su hombro e instándole a que lo soltara—. Recuerda que en estos momentos debemos conservar la sangre fría.
Severus soltó lentamente al hombre, que se escurrió hasta el suelo y miró a todos con ojos extraviados. Luego regresó junto a Harry, que miraba a la figura desmadejada en el suelo con una mezcla de asombro y desprecio.
—Así que eras tú, Argus— musitó Dumbledore, observando con despreció no exento de cierta compasión al guardián de Hogwarts—. Siempre fuiste tú. ¿Pero por qué?— los azules ojos del Director lo miraban, desconcertados—. ¿Por qué lo hiciste?
—¿Por qué?— Argus Filch lanzó una risa repulsiva—. Por dinero, claro está— levantó la vista y la fijó en Harry y Severus—. Y por venganza.
—¿Por venganza?— preguntó nuevamente Dumbledore—. ¿Por qué? ¿Contra quién?
—Contra todos ustedes— paseó la vista por el salón—. Todos me despreciaban, para ustedes era basura, el estúpido conserje squib que estaba allí para limpiar la mierda de los grandiosos y maravillosos magos. Que tenía que soportar que, día tras día, un montón de chiquillos apestosos y de magos miserables le trataran con desprecio sólo porque no podía manejar una maldita varita y...
—La verdad no me importa las miserables razones que tuvieras para convertirte en una rata— lo interrumpió Severus, a quién Harry y Draco sujetaban para evitar que volviera a golpear a Filch—. Lo que quiero son respuestas. ¿Dónde está mi hijo?
—Eso es algo que no les pienso decir— el hombre en el piso lanzó una risa malvada—. Y no se molesten en darme veritaserum, mi amo me dio una poción que contrarresta los efectos de cualquier suero de la verdad— un brillo triunfal ilumino sus malvados ojos.
—Ya veo— Dumbledore se acercó hacia él y le miró duramente. El otro se asustó pero no cambió de actitud, de cualquier forma estaba perdido, pero antes de caer haría tanto daño como pudiera—. Muy inteligente por parte de Lucius, planear todo para que no pudiéramos sacarte información sin tu consentimiento. En ese caso— su voz sonó aún más amenazante— necesitaremos que nos lo digas por tu propia voluntad.
—Jamás— fue la simple respuesta.
—Jamás— siguió Dumbledore, regresando a su anterior tono de voz—. Esa es una posición muy terminante. Jamás— hizo una breve pausa donde quedó quieto, como recordando, antes de continuar—: Sabes, por lo que se contaba en tiempos de la guerra, a los Mortífagos les encantaba que la gente se negara como tú, les permitía practicar sus muy refinadas técnicas de tortura para hacerlos hablar, y según cuentan los pocos prisioneros que rescatamos con vida, tarde o temprano lo hacían. Claro, no sé si era verdad o sólo murmuraciones.
>>También decían que, a los que confesaban rápido, se les permitía el beneficio de una muerte rápida e indolora, pero a los que no...— dejó que las palabras murieran en su boca.
—Pero ustedes no son Mortífagos— aunque las palabras de Dumbledore le habían asustado, seguía manteniendo su tono desafiante—. Sólo me juzgaran y me enviarán a Azkaban, y eso lo van a hacer hable o no.
—Tienes razón, no somos Mortífagos...— Filch sonrió de nuevo y un estremecimiento de asco recorrió la espina dorsal de Harry—... no todos, al menos— el celador se envaró, ¿qué significaba eso?—. Verás— continuó explicando Dumbledore—, resulta que Severus sí lo fue, pasó unos cuantos años al servició de Voldemort, era nuestro espía— esta vez sí que se reflejó el terror en los ojos del hombre caído—. De hecho, estaba muy cerca del Señor Oscuro y conocía todos y cada uno de sus métodos de tortura— el hombre parecía a punto de desmayarse—. Yo no quisiera llegar a ciertos ‘extremos’, pero si insistes en no hablar, tendré que dejar a Severus a solas contigo por un rato.
El hombre miró a Severus, quien en ese momento lucía una sonrisa tan malvada que le produjo escalofríos. Sentía que sudaba copiosamente, sus palmas estaban frías y una opresión en el estómago le sugería que era más que prudente que contara todo. Giró una vez más hacia Dumbledore y claudicó.
—Está bien, diré lo que sé.
El pequeño grupo caminaba silencioso hacia los linderos en que se encontraban las barreras protectoras de Hogwarts. Faltaban diez minutos para la media noche, hora en que se activaría el traslador que los conduciría a la guarida de Lucius.
Con los datos suministrados por Filch y unas cuantas averiguaciones acertadas de Dumbledore, habían logrado confirmar la posición del sitio con mucha exactitud. Con esta información a su favor, habían decidido que Severus y Harry utilizarían el traslador, fingiendo estar indefensos y desarmados cuando llegaran al lugar a donde se dirigían.
Por su parte, Draco y Remus, cubiertos con la capa invisible y llevando consigo las varitas de los otros dos, se aparecerían en el lugar con la intención de servir de apoyo a sus amigos. Se abstuvieron de incluir más gente en el plan por miedo a que Lucius lo descubriera e hiciera daño a James.
Se había presentado un ligero impasse cuando Draco insistió en acompañarlos. Los demás no estaban muy de acuerdo con la idea, después de todo Lucius era su padre y las cosas se podían poner en verdad complicadas y su amigo verse seriamente afectado. Sin embargo, el rubio había insistido en acompañarlos, aduciendo que James era su ahijado, que le amaba como al hijo que probablemente jamás tendría y que tenía todo el derecho de estar allí. Además, había razonado, él conocía a fondo a su padre, sus reacciones y su forma de actuar, su presencia podía ser de vital importancia.
Convencidos por la verdad en tales planteamientos, los demás al fin habían cedido. Así que los cuatro, vestidos completamente de negro y con ropa muggle, lo que les permitiría una mayor libertad de movimientos a la hora de luchar, caminaban apresuradamente hacia su destino.
—Llegamos— musitó Severus parándose abruptamente y mirando a los demás—. Faltan diez minutos. Ya todos saben lo que tienen que hacer— los demás asintieron pero no dijeron nada—. No sabemos con qué nos vamos a encontrar, así que ustedes dos tendrán que improvisar sobre la marcha— miró fijamente a Remus y Draco—. No creo que aparezcamos dentro de la casa o donde sea que esté escondido, lo más probable es que sea en los terrenos que la rodeen, así que adelántense y revisen el sitio, si hay una casa, traten de acercarse lo más que puedan, lo dejo a su discreción. Y— miró a sus amigos con fijeza—, recuerden ser lo más silenciosos posibles. Del buen resultado de este plan dependen las vidas de todos nosotros, especialmente la de James— un nuevo asentimiento y una mirada de comprensión del resto—. ¿Están listos?
—Sí.
—Sí.
—Listo.
—Bien— musitó Severus una vez más—. Allá vamos, y que Merlín nos ayude.
Remus y Draco, escondidos bajo la capa invisible, aparecieron en lo que parecía ser el jardín de una mansión. Aunque era noche cerrada, la luz que emergía de las ventanas del pequeño palacete que se erguía frente a ellos les permitía inspeccionar el lugar con bastante comodidad.
La mansión era una cuadrada estructura de piedra de dos pisos y sus líneas sencillas y estilizadas le daban un aire señorial. En cada una de las esquinas de la residencia, se alzaban unos torreones, que probablemente en tiempos antiguos habían cobijado centinelas que previnieran a los dueños del lugar sobre posibles ataques.
Estaba rodeada por un tupido jardín, en una de cuyas orillas Draco y Remus permanecían de pie, completamente en silencio. Remus presionó levemente el codo de su esposo y éste, comprendiendo al instante, empezó a caminar muy, muy lentamente, abrazándose a su compañero para facilitar el avance, mientras sujetaban con firmeza sus varitas, listas para usarse en cualquier momento.
Bordearon el límite del jardín con pasos pausados, procurando no hacer ni el más mínimo ruido, hasta que llegaron al sendero que conducía a la casa. Pese a saber que la capa invisible impedía que fueran detectados, traspiraban fuertemente y tenían todos sus músculos en tensión. Sabían que cualquier movimiento en falso y estarían perdidos.
Cuando casi alcanzaban la puerta de la mansión, ésta se abrió bruscamente y la figura de Lucius Malfoy se recortó en el umbral. Escucharon un ruido que en el silencio de la noche pareció retumbar, y las figuras de Severus y Harry aparecieron en el terreno. Mientras Lucius, con una sonrisa cruel y varita en mano, se dirigía hacia los recién llegados, Draco y Remus se apresuraron hacia la puerta de entrada. En el momento que la traspasaban, escucharon la voz de Lucius gritar:
—¡CRUCIO!
Se giraron abruptamente, sólo para ver la figura de Harry retorciéndose de dolor en el suelo. Remus ya estaba dispuesto a lanzarse en su ayuda, pero una mano férrea sujetó su brazo y unos labios musitaron en su oído.
—No te precipites, aún no es el momento.
—¡BASTA!— escucharon la voz de Severus, pero el castigo no se detenía.
Comprendiendo que su novio tenía razón, entró en la casa cuidadosamente, tratando de ignorar los gritos de Harry, que taladraban su corazón sin piedad. Temblando de furia e impotencia, se agazapó junto a su novio tras la puerta de la entrada.
—¡BASTA!— se escuchó repetir de nuevo a Severus—. Por favor.
—Vaya, Severus Snape suplicando— se burló Lucius, pero detuvo la maldición—. Sí, me detendré por el momento, no quiero que todo pase tan rápido— los apuntó con su varita y ordenó—: Caminen hacia la casa— Severus ayudó a Harry a levantarse y lentamente siguieron el camino indicado, esperando dar a Remus y Draco tiempo para posicionarse—. Más rápido, ¿es que acaso no quieren ver a su mocoso antes de morir? ¿O sería mejor decir antes de que lo mate?— al ver la cara de sus enemigos, rio con una risa demente—. Me lo suponía.
Subieron los escalones de la mansión, seguidos de Lucius que cerró la puerta a sus espaldas, ignorante de la presencia de Draco y Remus.
—Por allí— indico, señalando un pasillo. Pasaron unas estrechas escaleras de caracol y siguieron por el corredor, hasta quedar parados frente a unas puertas dobles de madera, con un picaporte dorado que simulaba dos cabezas de vampiro mostrando los colmillos.
—James— gritó Harry en cuanto entró en el estudio y vio a su pequeño sostenido fuertemente por Gustav.
—Papás, corran, es una trampa— gritó el niño, asustado.
—¿Acaso crees que ellos no lo saben?— se burló la voz del vampiro.
—Miserable sabandija— gruñó Severus, furioso—. Así que tú también estás en esto.
—Por supuesto, mi querido Sev— continuó Gustav con igual burla—. ¿Acaso crees que me perdería la función?
—No le digas Sev, imbécil— gritó James.
Harry y Severus miraron a su hijo con asombro y admiración. Era increíble que, siendo tan pequeño y luego de todo por lo que había pasado, todavía tuviera coraje para enfrentar al vampiro.
—Debo reconocer que su mocoso es valiente— admitió Lucius con desdén—. Lástima que tenga que morir tan joven, ¿verdad?
—Déjalo en paz, Lucius— Severus disimulaba su angustia con una furia sorda—. Ya nos tienes a nosotros, no lo necesitas para nada. Déjalo ir.
—En eso te equivocas— la voz del mago rubio sonaba tan tranquila que helaba la sangre—. De hecho, es un punto crucial en mi venganza— empezó a dar vueltas alrededor de los dos magos—. Antes de matarlos quiero verlos sufrir, retorcerse de dolor— puso la varita en el cuello de Harry y lo miro con ojos llenos de locura—. Que supliquen porque los mate. Quiero torturarlos, y que mayor tortura que presenciar la muerte de su hijo— apuntó al pequeño con su varita—. Despídanse de su mocoso.
En ese momento se desató un pandemonio. Draco, saliendo de la capa invisible, lanzó un hechizo de distracción, irónicamente algo muy similar a lo que había utilizado Lucius para secuestrar a James. Luces y humo cundieron por doquier, y Harry y Severus convocaron sus varitas.
De inmediato, Lucius, parapetado tras una armadura, comenzó a lanzar maleficios a diestra y siniestra mientras los otros se protegían y respondían con cuidado, evitando en lo posible mandar algún hechizo que pudiera herir a James.
Suponiendo acertadamente que la situación no iba a ser tan sencilla como habían pensado en un principio y pensando que un simple vampiro estaba en una gran desventaja ante esto, Gustav aprovechó la confusión, aferró a James y escapó por la puerta del estudio hacia el pasillo.
—Severus, se lleva a James— gritó Harry, mirando como el vampiro escapaba—. Alcánzalo tú, Draco y yo detendremos a Lucius.
—¿Así que ustedes me detendrán?— rio Lucius con burla, deteniendo el ataque momentáneamente—. Un pobre fantoche con complejo de héroe y un hijo traidor a su nombre y su familia no son contendientes para mí. ¿De veras crees que porque derrotaste al Señor Oscuro eres un héroe? No Potter, Voldemort resultó ser un globo de gas. Yo en cambio soy un sobreviviente, un sobreviviente que va a acabar contigo y tu maldita familia.
—¿Por qué, padre?— preguntó Draco, haciendo un intento final para que entrara en razón. Podía ser un criminal, pero seguía siendo su padre—. ¿Por qué tanto odio? Podías haber escapado, irte a otro país y esconderte, ser libre. ¿Por qué arriesgar todo por matar a Harry y a Severus?
—Por odio— confesó Lucius—. Por odio. Potter me quitó todo y sólo me dejó mi odio. Destruyó al Señor Oscuro y con él se fueron mi prestigio y mi dinero, el poder que tanto disfrutaba— la voz sonaba cada vez más desquiciada—. Me robó a mi hijo, haciendo que tú te cambiaras de lado y lucharas contra mí, contra tu sangre. Y no conforme con eso, también me robó a Severus, al hombre que siempre he amado— de su boca escapo un sonido horrible, mezcla de gemido y risa amarga—. Así que ahora yo destruiré todo lo que tiene. A su hijo, a Severus, hasta a ti. Y lo dejaré vivo, para que enloquezca de remordimiento pensando que todo fue culpa suya. ¡INCENDIO!
Las cajas detrás de las que se ocultaba Harry empezaron a llamear, mientras el joven rodaba a un lado y gritaba:
—Está loco, Malfoy.
—No, no estoy loco. Simplemente cobro mis cuentas. ¡MOBILIARBUS!
Una enorme estatua se lanzó contra Harry y casi lo sepulta
—¡Padre, detente!— pidió Draco—. Por favor, si sigues con esto, cuando te atrapen te van a matar.
—Primero tienen que atraparme— apuntó a Draco y gritó: ¡STUPEFY!
Al ver que su hijo se desmayaba, se giró hacia Harry
— ¡PETRIFICUS TOTALUS!
—¡PROTEGO!— contestó Harry a tiempo.
—¡SERPENSORIA!— una enorme cobra se dirigió a Harry.
—¡INCENDIO!— la serpiente cayó fulminada.
Las maldiciones se sucedían sin parar de uno y otro lado. Lucius, cegado de furia, se enfrentaba a Harry. La lucha iba pareja, hasta que un ruido que surgió de los pisos superiores distrajo momentáneamente al más joven, lo cual aprovechó Lucius para desarmarlo.
—¡EXPELLIARMUS!
>>Vaya Potter, debo reconocer que te defendiste bien— se burló, apuntando con la varita al joven—. Pensaba dejarte vivir sufriendo, pero voy a ser compasivo. Despídete del mundo. ¡AVAD...!
—¡EXPELLIARMUS!
Está vez, el encantamiento, dicho con furia, golpeó a Lucius haciéndolo volar por los aires y chocar contra una pared, deslizándose al suelo, inconsciente. Harry se volteó y vio a Draco, que con la varita en la mano, observaba la figura de Lucius con mirada perdida. Gateando, el moreno se acercó hacia el cuerpo del Mortífago, quién yacía en el piso con el cuello roto.
—Está muerto— jadeó, mirando a Draco con compasión y afecto—. Se rompió el cuello al caer.
Draco se inclinó sobre su padre y mirándolo con compasión, cerró sus ojos, mientras la angustia cerraba su pecho ante la magnitud de lo ocurrido.
—No fue tu culpa, fue un accidente.
—Lo sé— el joven rubio miro a su amigo con sus límpidos ojos grises perlados de lágrimas y suspiró—. Lamentablemente, el odio con que vivió le destruyó al final— miró a su padre y apartó el rubio cabello de su rostro—. Es mejor así. De haber vivido, su destino hubiera sido el Beso del Dementor y todo se hubiera perdido. De esta manera, quizás su alma aprenda y pueda crecer. Quién sabe.
—Draco, yo...
—Ve con ellos, Harry— habló, sabiendo lo que angustiaba a su amigo—. Ahora te alcanzo.
Sin otra palabra, el chico de ojos verdes se precipitó fuera de la habitación, dejando a Draco despidiéndose de quien a partir de ahora no sería más que un triste recuerdo en su vida.
Cuando Remus iba a entrar en el despacho para ayudar, se vio sorprendido por Gustav, que se precipitaba hacia él llevando a cuestas a un James que no dejaba de forcejear, golpeándolo con fuerza y arrojándolo contra una pared, dejándolo aturdido. Gustav miró a su alrededor aterrado, sin poder entender contra qué había chocado. Pensando que era un hechizo lanzado por alguien del interior, aferró al niño con más fuerza y corrió por el pasillo, agradeciendo internamente la fuerza extraordinaria que le brindaba su sangre de vampiro.
Severus se precipitó fuera de la habitación y se lanzó tras él. Remus reaccionó, y evaluando rápidamente le situación, corrió en pos de Severus, cubierto todavía por la capa invisible, tenía el presentimiento que podía ser de utilidad.
Gustav llegó al pie de las escaleras de caracol y sin pensarlo un segundo, empezó a subir apresuradamente. Sabía que le perseguían, podía oír los pasos resonando tras él, pero si podía alcanzar la torre con el tiempo suficiente para transformarse, podría escapar.
Jadeando por el esfuerzo que implicó la fuerte subida llevando a cuestas un diablillo que se retorcía y lo golpeaba, llegó a la cima de la torre y salió al mirador redondo. Perfecto. Dejo caer su carga al suelo y se dispuso a transformarse, pero James se lanzó a sus piernas y le mordió. Cegado por el dolor y la prisa, Gustav dio un golpe tan fuerte al pequeño, que éste cayó al piso desmayado.
—¿Qué hiciste a mi hijo, maldito?— bramó una voz por encima del rugido del viento, que esa noche azotaba con especial intensidad.
Gustav, por instinto, levantó el cuerpecito de James y se cubrió con él, antes de girarse para enfrentar a Severus. Mientras tanto, Remus también había alcanzado la terraza, pero prefirió quedarse quieto, observando, sin evidenciar su presencia.
—No te muevas, Severus— advirtió Gustav retrocediendo de espaldas, llevando consigo a James. Llego al borde del mirador, y en un movimiento rápido, sacó a James hacia fuera, dejándolo suspendido en el abismo, sostenido sólo por su fuerte brazo—. Me voy a ir de aquí por las buenas o por las malas, pero piénsalo porque tu hijo pagará las consecuencias. No sé cómo recuperaste tu magia— dijo, recordando que pese a lo que Lucius le había contado, había visto a Sevrtus lanzando maleficios en el despacho—, pero si arrojas la varita y me dejas ir, él se salvará.
—¿Cómo sé que me dices la verdad?— mientras hablaban, Remus se había acercado hasta ponerse al lado de Severus.
—No lo sabes— se burló el vampiro, sintiéndose dueño de la situación—. Pero es tu única alternativa. Mi libertad a cambio de la vida de tu hijo.
—¿Y si después de que arroje la varita igual lo dejas caer?
—Severus— escuchó la voz de Remus en su oído como un zumbido—. Cuando yo te diga, cuenta hasta diez y lánzale un Desmaius.
Severus se tensó pero no lo demostró. ¿Mandarle un Desmaius? ¿Acaso Lupin había enloquecido? En cuanto el vampiro se desmayara dejaría caer a su hijo.
—Tendrás que arriesgarte— se escuchó la voz del vampiro nuevamente—. Es mi libertad o tu hijo, tú decides.
—Confía en mí, Severus— siguió Remus, entendiendo perfectamente la vacilación de su amigo—. No lo dejaré caer.
Un asentimiento apenas perceptible indico a Remus que Severus confiaba en él.
—Entonces— insistió Gustav, con una sonrisa diabólica—. ¿Qué decides?
—Cuenta— susurró Remus.
—Está bien— dijo Severus, fingiendo que aceptaba, mientras contaba mentalmente—. Acepto, pero no dañes a mi hijo.
Uno, dos, tres, cuatro
—Agáchate y deja la varita en el piso— siguió Gustav.
cinco, seis, siete
>>Suéltala y levántate muy lentamente.
Severus se había agachado y simulaba soltar la varita.
ocho, nueve, diez
Levantándose como una flecha, apuntó al vampiro y grito ‘DESMAIUS’
Todo ocurrió muy rápidamente, aunque parecía ir en cámara lenta. El vampiro soltó a James y el niño empezó a caer. El grito de angustia pura que escapó de labios de Severus se vio opacado por una voz más fuerte que pronunciaba un hechizo.
—NOOOOOO!!!!
—¡¡WINGARDIUM LEVIOSA!!
Remus Lupin se concentraba con todas sus fuerzas en el hechizo, sosteniendo a James a flote. Reaccionando, Severus se dio cuenta de lo que se trataba, así que tomó su varita y lanzó un wingardium tan fuerte como el de Remus. Segundos después, James llegaba al nivel del mirador y era asido por los fuertes brazos de su padre
Severus abrazó a su hijo contra si, antes de depositarlo con cuidado en el piso.
—James, hijito— musitaba Severus mientras acariciaba la suave mejilla donde se evidenciaba claramente la fuerza del golpe recibido—. Amor, despierta, soy yo, papá.
—James— gritó Harry precipitándose hacia su familia y agachándose al lado del niño—. Merlín, Sev, ¿qué pasó?
—Gustav le golpeó— explicó el otro retirando el alborotado cabello del rostro de su hijo—. Pero está bien, sólo está desmayado— en ese momento el pequeño empezó a despertar.
—James, cariño— musitó Harry con voz quebrada—. Ya todo pasó, ven con papá. Despierta.
En ese momento, Draco irrumpió en la terraza y corrió hacia Remus, que estaba apoyado sobre una pared de la muralla, agotado.
—Rem, ¿estás bien?— la preocupación era patente en su voz.
—Sí, estoy bien— contestó Remus reclinándose sobre el pecho de su esposo—. Sólo estoy cansado.
—¿Qué pasó? ¿Y James?
Remus señaló hacia el otro extremo, donde se encontraba el resto de su familia.
—Gustav golpeo a James y le desmayó, pero creo que ya está despertando— explicó con voz pausada, aún no se recuperaba completamente del esfuerzo realizado—. Vamos allá. Ayúdame a levantarme, por favor.
Mientras Draco ayudaba a su pareja a ponerse de pie, James finalmente abría los ojos, enfocándolos en los rostros preocupado de sus padres.
—¡Papá Severus, papá Harry!— gritó, pasando un bracito por el cuello de cada adulto y apretándose contra ellos. Pronto los tres estaban fundidos en un estrecho abrazo. Después de un rato, se separaron y miraron al niño con preocupación.
—¿Te sientes bien?— preguntó Harry, preocupado, mientras tanteaba su cuerpo en busca de algún posible hueso fracturado—. Te duele algo.
—Sólo la cara— contestó, tocando el lugar que a esas alturas se encontraba bastante hinchado.
—¡Bastardo infeliz!— gruñó Severus, mirando al vampiro tirado en una esquina.
—Tenía miedo pero no lo demostré— dijo James mirando a Severus—. Traté de ser valiente, como tú siempre me dices.
—Fuiste muy valiente, hijito. Mucho.
—¿Y Lucius?
Harry negó con la cabeza indicando que ya no había nada que hacer sobre él. Severus levantó la vista hacia Draco, los ojos inundados de cariño.
>>Lo siento— musitó.
—No lo hagas— contestó Draco, a quien Remus tenía firmemente asido contra él—. Lamentablemente, mi padre decidió su destino hace muchos años, el día que se unió al Señor Oscuro.
—Papá— musitó James desde los brazos de Harry—. Quiero ir a casa, por favor.
—Mi niño— dijo Severus, acariciándole la mejilla—, ve con papá y tus padrinos— miró a Gustav con una fría determinación—. A mi aún me queda una última cosa por hacer.
—Me quedo contigo— de alguna manera sabía lo que quería hacer su esposo y él pensaba acompañarlo, por Merlín que sí—. Draco, Remus, podrían llevar a James a Hogwarts. Nosotros les alcanzaremos pronto.
—Papá...
—Tranquilo, hijito— Harry le abrazó una vez más—. Será sólo un ratito, pronto estaremos contigo.
Sin decir más, Draco cargó a James y, acompañado de Remus, dejó a sus dos amigos en la torre, mirando a Gustav con una decisión en sus rostros.
El viento soplaba con fuerza sobre la enorme explanada que se extendía por detrás del palacete de Gustav Marsden. Severus miró el cielo donde ni una estrella iluminada la profunda oscuridad. Respiró profundamente, con libertad, por primera vez en quien sabe cuántos años. Aferró la cintura de Harry y lo apretó contra si, ya faltaba poco para que todo terminara. Pronto todo su horrible pasado estaría cerrado para siempre.
Volteó la mirada hacia el hombre que yacía sobre el terreno, con los brazos y piernas estirados como las aspas de un molino. Se giró de nuevo a Harry y preguntó:
—¿Estás listo?
Harry respiró también con el ánimo de serenarse y asintió con la cabeza.
>>Enervate— recitó el antiguo profesor de Pociones.
El hombre en el piso se despertó bruscamente. Desconcertado, trató de moverse, primero las manos y luego las piernas, pero le fue imposible, estaba atado con ligaduras mágicas. Aterrado, se dio cuenta que estaba fuera de la casa, atado al suelo.
Giró la cabeza desesperado y encontró las quietas miradas de Harry y Severus fijas en él.
—Bienvenido, Gustav— le saludó Severus suavemente.
—Severus— musitó el vampiro en tono de súplica, temiendo lo peor pero esperando estar equivocado—. ¿Qué significa esto? ¿Por qué estoy atado aquí? Pronto va a amanecer.
—Me alegra que te des cuenta.
—Si es una broma para vengarte de mí, vale, lo has conseguido. Ahora suéltame.
—Me temo que va a ser imposible— aseveró Severus sin inmutarse.
—No me puedes matar, lo más que puedes hacer es enviarme a esa prisión de ustedes, a Azkaban. La venganza no te va a ayudar a sentirte mejor.
—De hecho, no te voy a matar, no sería capaz de matarte a sangre fría, pero debes desaparecer— replicó el mago—. Y no es venganza. Eres un vampiro, te puedes transformar en murciélago y escapar fácilmente de Azkaban. Y los Dementores no pueden absorber tu alma porque no la tienes. Debo hacer esto por mi familia; si siguieras con vida, ni ellos ni yo podríamos vivir en paz. Lo lamento.
—Harry— miró suplicante al más joven—. Tú eres bueno. Por favor, ayúdame. Convéncelo de que me deje vivir.
—Por tu egoísmo malsano condenaste a Severus a seis años de agonía. Fue torturado, le quitaron su magia y sus recuerdos. Casi muere. Por tu odio y avaricia ayudaste a secuestrar a mi hijo, apenas un pequeño de ocho años que nada te hizo, lo golpeaste y estuviste a punto de matarlo— Harry hablaba lentamente, pronunciando cada palabra con un tono frío y calculado—. En mi caso sí es venganza. ¿Y sabes? Sí me hace sentir mejor — sin otra palabra se giró a Severus, le tendió la mano y musitó—: ¿Vienes?
Severus dio una última mirada a Gustav y se volteó, tomando la mano que le ofrecían. Ignorando los gritos agónicos del vampiro caminaron sin detenerse, dejando a ese ser en espera de su ineludible destino.
Los dos magos se perdieron en la noche, esperando que al fin hubiera llegado a sus vidas la paz y tranquilidad que tanto merecían y necesitaban. Que al fin hubiera llegado la felicidad. | |
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