alisevv
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| Tema: El amor que salvó un reino. Capítulo 20. La caballería va en camino Mar Mar 08, 2016 5:30 pm | |
| Costas de Moribia Mar Negro
La nave de guerra HMS Achilles, navegaba suavemente en la quietud de la noche. Desde el puente de mando, el capitán Rufus Scrimgeour revisaba la línea de la costa, iluminada por unas tenues y dispersas luces. Luego de otear con cuidado, bajó el catalejo y habló a su primer oficial, quien se encontraba parado a su lado, en silencio.
—No se observa movimiento, aunque con tan poca luz no hay mucho que se pueda ver— comentó con el ceño fruncido—. Vamos a acercarnos al puerto en silencio, quizás tengamos suerte.
Pero sus deseos no se vieron realizados y un cuarto de hora después, eran recibidos con el estruendoso ruido de cañones.
—¡A los cañones!— el Capitán casi ladró la orden, antes de otear la costa; luego se giró a mirar a Cedric, que seguía junto a él en el puente—. El señor Finnigan tenía razón acerca del fortín, es ridículamente pequeño— dijo, antes de gritar una nueva orden—. Apunten noventa y cinco grados a estribor y eleven cuarenta y ocho grados.
Los marineros se apresuraron a obedecer al tiempo que sonaba otro cañonazo desde tierra.
>>¿Preparados?— ante la respuesta afirmativa de todos sus cañoneros, ordenó—: ¡Fuego!
A partir de ahí empezó una pelea encarnizada, y a pesar de la ventaja de los defensores al estar atacando desde lo alto del fortín, nada pudieron hacer ante el poder de fuego desplegado por el acorazado inglés, y una hora después la bandera blanca de rendición aparecía entre las maltratadas murallas de la fortificación.
>>No se mueva nadie— ordenó Scrimgeour desde su puesto de mando—. Esperemos a ver qué hacen.
Minutos más tarde, un soldado portando la bandera blanca salía de la edificación, seguido de varios soldados más, algunos de ellos heridos y apoyándose en sus compañeros.
>>Timonel, acérquese al puerto.
Mientras el aludido hacía las maniobras pertinentes para atracar el barco, los hombres con la bandera blanca se detuvieron a unos trescientos o cuatrocientos metros del atracadero. Al mismo tiempo, varios hombres y algunas mujeres, vestidos con ropas sencillas, se acercaron con cautela desde el lado del pueblo, deteniéndose a una distancia prudencial.
>>Vamos a bajar— ordenó el capitán, dirigiéndose a la escalerilla—. Con precaución. Cañoneros, atentos a cualquier movimiento desde el fortín.
Mientras los hombres que manejaban los cañones enfocaban su atención en el fortín, un grupo de soldados se colocaron a lo largo de la línea de estribor, apuntando hacia tierra, y varios más subieron al palo mayor y al de mesana, apuntando sus armas no hacia los hombres de la playa, sino mucho más lejos, pendientes de cualquier movimiento extraño.
Una vez que todos sus hombres estuvieron en posición, el capitán Scrimgeour bajó a tierra, seguido de cerca por Cedric y varios oficiales también armados.
Cuando los vencidos habían sido arrestados y llevados a las bodegas del barco, y los heridos habían sido puestos en manos de uno de los médicos de la nave inglesa, Scrimgeour se giró hacia el grupo de pescadores y les hizo una seña para que se acercaran. Uno de los ancianos se acercó lentamente, acompañado por un hombre de unos treinta años.
>>No deben temer— aseguró el capitán inglés—. Hemos venido a ayudar.
—No tenemos miedo, señor, sólo estamos intrigados— contestó el anciano—. ¿A quién vienen a ayudar y por qué?
—Venimos a apoyar al príncipe Severus Dumbledore.
—¿Y cómo sabemos que eso es cierto?— preguntó el más joven, de mal talante.
—Eso es algo que no le pienso contestar a usted— replicó Scrimgeour, mirando de arriba abajo al pescador insolente, antes de girarse nuevamente al anciano—. ¿Conoce a Susan Bones? Necesito hablar con ella.
—¿Y para qué quiere a Susan?
El Capitán fulminó al impertinente pescador con la mirada
—Disculpe a Justin, señor, es algo impulsivo a veces— dijo el anciano, mientras miraba al mencionado ordenándole que cerrara la boca—. Yo soy el padre de Susan, ¿por qué la está buscando?
—Seamus Finnegan me dijo que ella podría ayudarme.
—¿Seamus?— se escuchó una voz femenina y los hombres desviaron su atención para fijarla en una bonita joven delgada y de cabello castaño, cuyo rostro reflejaba una gran ansiedad—. ¿Ha visto a Seamus? ¿Está bien?
—Sí, está bien— confirmó el Capitán—. Al menos hasta esta mañana lo estaba.
—¿Dónde está?
—¿Es usted la señorita Bones?— la joven afirmó con la cabeza—. ¿Me podría decir que parentesco la une con el señor Finnigan?
La joven lo miró, extrañada, pero aun así contestó:
—Seamus y yo no somos parientes, nos vamos a casar, pero no entiendo su pregunta.
—Perdone mi descortesía, pero aunque usted es físicamente como la describió su prometido, debía confirmarlo.
—¿Confirmarlo? No entiendo— la joven lo miró suplicante e insistió en su pregunta anterior—. Por favor, ¿dónde está Seamus?
Scrimgeour miró alrededor, donde ya se había reunido una buena cantidad de pescadores curiosos
—¿Podríamos hablar en un sitio más privado?
Asintiendo, la joven guió a Scrimgeour y a Cedric a una cabaña, humilde pero muy limpia y prolija. Detrás de ellos entraron el anciano señor Bones y Justin. Los ingleses observaron a éste último con clara desconfianza. Notándolo, el hombre mayor hizo una seña invitándolos a sentarse en las rústicas sillas del sencillo comedor de la vivienda.
—No se preocupen, Justin es un poco borde a veces pero de absoluta confianza, es incondicional del príncipe Severus— explicó el hombre, mientras sacaba una botella de ‘chacha’ y varios recipientes—. Creo que todos necesitamos beber algo fuerte— comentó, al tiempo que llenaba los vasos, antes de continuar con su explicación anterior—. Además, si van a pedir lo que imagino, Justin es la persona indicada.
—¿Y qué se supone que vamos a pedirle?— preguntó Scrimgeour, tomando un sorbo de la bebida y carraspeando—. Vaya, esto es realmente fuerte.
—Es evidente lo que desea— replicó el anciano, mirando divertido la expresión del Capitán que aún luchaba contra la carraspera—. Van rumbo a Anktar y necesitan un buen guía, ¿no?
—Y algún medio de transporte, de ser posible— agregó Cedric, sonriendo levemente, mientras su superior recuperaba el aliento.
—No se preocupen, les conseguiremos cabalgaduras suficientes y Justin los puede guiar.
—De hecho, por el camino podemos conseguir unos cuantos hombres dispuestos a acompañarnos en la lucha— comentó el aludido, quien había depuesto un tanto su actitud defensiva.
Tanto Scrimgeour como Cedric asentían cuando se escuchó de nuevo la voz de Susan.
—Por favor, ¿ahora me podrían decir dónde está Seamus?
—Está guiando a otro grupo de soldados ingleses que van a ingresar por la frontera con Zoriam— le explicó Cedric—. No se preocupe, señorita, él está bien.
—Eso espero— la joven lanzó un suspiro, mitad esperanza, mitad desaliento—. Ojala ustedes logren derrotar al tirano.
El Capitán Scrimgeour se levantó y, colocándose frente a la preocupada joven, le hizo un saludo marcial en señal de respeto.
—Si de nosotros depende, Moribia volverá a ser un país de paz y prosperidad. Se lo prometo.
Montañas Nubladas
El comedor general era un hervidero de gente. La noticia del raptó de Harry y Draco y la traición de Peter había corrido como reguero de pólvora, y en ese momento en el recinto se encontraban prácticamente todos los residentes adultos del campamento.
Las mesas se habían corrido hacia las paredes de la cueva, dejando solamente una silla en la cual se sentaba Severus Dumbledore, ejerciendo su cargo de máximo jefe del campamento y Rey de Moribia, aunque por el momento no hubiera podido ratificar su cargo.
El parloteo de los presentes cesó cuando sonó un pequeño cuerno, anunciando la entrada del acusado. En cuanto Peter, atado y escoltado por dos guardias, entró en el salón, el momentáneo silencio cesó y las muestras de furia y dolor no se hicieron esperar. El hombrecillo, la cabeza gacha y los hombros hundidos, avanzó en medio de gritos e insultos, hasta detenerse frente a la silla ocupada por Severus.
El Príncipe lo miró con fiereza unos momentos, antes de apartar su vista de él y mirar a todos los presentes.
—Pueblo de Moribia— habló en tono solemne y todos los cuchicheos se calmaron, al tiempo que todos fijaban su atención en su líder—. Ante nosotros tenemos a Peter Pettigrew, acusado del delito de traición a la Patria. Este hombre lanzó una afrenta personal contra mí, creando las condiciones para que fueran secuestrados mi esposo embarazado y mi sobrino. Pero a pesar que la idea de tomar venganza por mi propia mano me resultaba extremadamente atractiva, antes que hombre soy Príncipe, y Harry Dumbledore, antes que mi esposo es el Príncipe de todos ustedes, y siendo que esto es una afrenta contra Moribia, considero que es justo que sea Moribia quien lo juzgue y decida su destino— se giró hacia Sirius—. Capitán Black, exponga el caso.
Sirius Black habló durante mucho rato, exponiendo como Peter Pettigrew había planeado y ejecutado todo lo concerniente a la trampa, y como había confirmado su participación, al creerse apoyado por el usurpador del trono, Lucius Malfoy.
>>Silencio, por favor— pidió Severus, ante las imprecaciones que siguieron tras las palabras de Sirius. Cuando se calmó el bullicio, habló de nuevo—. El Capitán Black ha presentado los hechos. Se que es inusual, pero nuestras circunstancias actuales son inusuales, así que les pregunto: ¿el acusado es culpable o inocente?
Los gritos de culpable resonando en la inmensa cueva impactaron a Peter, quien levantó la vista y miró alrededor, aterrado.
>>El pueblo que traicionaste ha hablado, Peter Pettigrew— declaró Severus una vez se hubo controlado nuevamente el escándalo—. Ahora sólo queda dictar sentencia— la voz del Príncipe sonó solemne y todos los presentes sostuvieron la respiración, expectantes—. ¿Hay algo que puedas alegar en tu defensa?
El pequeño hombrecillo se tiró al suelo, llorando y gritando, suplicante.
—Perdón, Su Alteza— clamó, desesperado—. El usurpador me obligó, me amenazó de muerte.
—No fue eso lo que dijiste cuando trajiste la carta— retrucó Severus, impasible—. Dijiste que Lucius Malfoy te protegía, ¿recuerdas?
—Estaba confundido, piedad, mi señor.
—Lo siento, tú no tuviste piedad con tus víctimas— continuó Severus, antes de agregar—. Este tribunal te ha hallado culpable, y en mi calidad de Presidente del mismo, te sentencio a que seas colgado hasta morir.
—No, Su Alteza, por favor— suplicó nuevamente el reo, en medio de un silencio sepulcral. De pronto, una idea se abrió paso en su desesperada mente—. Pido clemencia bajo la vieja Ley de la Piedad.
El Príncipe recordó que la Ley de la Piedad databa de la Edad Media, y hacía más de un siglo que no se mencionaba en ningún juicio en Moribia, pues aplicaba exclusivamente en los casos de sentencia a pena de muerte, y no se había dado ningún caso en el reino durante ese tiempo. Según dicha Ley, si al menos una persona era capaz de pedir clemencia por un reo condenado, su sentencia debía ser cambiada por cadena perpetua. Los presentes que se negaban a pedir clemencia, lo expresaban volviéndose de espaldas al condenado.
Frunciendo el ceño, Severus miró a Pettigrew y luego a la concurrencia.
—El condenado acaba de invocar la Ley de la Piedad y es mi deber aceptar su requerimiento— declaró en tono solemne—. Por eso, pregunto: ¿Hay alguien en este recinto que considere a bien pedir clemencia por la vida de este condenado?
Aterrado, Peter vio como, poco a poco, todos le miraban con desprecio y le daban la espalda, ratificando en silencio la terrible condena. Al fin, sólo quedaron frente al reo los guardias que le vigilaban y Víktor Krum, quien se adelantó, pidiendo permiso a Severus para hablar.
—Viktor— musitó Pettigrew, aliviado—. Gracias, amigo.
El aludido se giró hacia el hombrecillo, observándolo con profundo rencor.
—Yo no soy amigo de traidores inmundos— espetó, antes de volver su atención a Severus—. Su Alteza, esta sabandija me engañó para bajar a Anktar y hablar con el usurpador para urdir esta trampa. Soy culpable por confiado y aceptaré el castigo que Su Alteza disponga, sólo le suplico que me permita estar en el grupo que efectuará la ejecución.
Severus lo miró largo rato y al final sólo dijo:
—Concedido— aceptó, antes que Krum volviera a mirar al reo con desprecio y le diera la espalda.
—Noooooo— gritó Peter, lanzándose suplicante a los pies de Severus—. Piedad, Su Alteza, por favor.
—La sentencia se ratifica— el semblante de Severus se mostró pétreo mientras hablaba—. El acusado será colgado hasta morir. La sentencia será cumplida al amanecer. Llévenselo.
Castillo de Piedra Anktar
—Draco, tengo mucho frío— musitó Harry, quien abrazado a si mismo, tiritaba incontrolablemente. De inmediato, el joven rubio se sentó a su lado y tocó su frente.
—Tienes fiebre— musitó, mientras lo abrazaba, intentando darle calor.
—Toma esta cobija— dijo Blaise, acercándose con una delgada manta—. No es gran cosa pero puede ayudar— al ver que el joven de ojos verdes seguía tiritando, a pesar de la manta y que Draco le abrazaba, preguntó, extrañado—. ¿Por qué tiembla así? Aquí hace frío pero no es para tanto.
—Está débil, no ha comido nada, ni siquiera ha tomado agua en todo el día, y el frío no ayuda.
—Pero tú estás en el mismo caso y lo soportas bien.
—Pero yo no estoy embarazado.
—¿Harry está embarazado?— ante el asentimiento de Draco, el joven de piel oscura frunció el ceño—. Los embarazos masculinos son muy delicados, esta situación puede ser muy peligrosa para él y para el bebé.
—Sí, lo sé, ¿por qué crees que estoy tan preocupado?
La respuesta de Blaise fue interrumpida por un chirrido en la puerta, indicando que estaba siendo abierta.
—Debe ser la vieja loca que trae la comida y el agua. Es una bazofia pero tal vez lo ayude un poco.
Expectantes, observaron como la puerta se abría lentamente, y una delgada y envejecida figura aparecía en el dintel, con un gran bulto entre sus brazos.
—Lord Draco— musitó el recién llegado, que se había acercado rápidamente a los tres presos—. ¿Cómo está?
—Godric— exclamó el joven rubio, asombrado—. ¿Qué haces aquí?
—Por favor, joven lord, hable despacito, si me descubren estaré perdido, y lo que es peor, ya no podré ayudarlos— pidió el hombre en voz baja—. Sobre su pregunta, cuando huyeron a las montañas yo estaba en cama, enfermo. Cuando me recuperé, pensamos que era mejor que me quedara aquí para averiguar lo que pudiera.
—¿Pensaron? ¿Quiénes?
—Pues al principio estuve en contacto con el señor Bill Weasley, pero hace un buen tiempo que eso ha resultado imposible. En todo caso, hasta ahora mi ayuda no había sido de mucha utilidad y lamentaba haberme quedado. Pero si puedo ayudarlos ahora, habrá valido la pena— se quedó mirando fijamente al tembloroso Harry, casi con adoración—. La voz de su secuestro se ha corrido por palacio. ¿Es cierto que es el Príncipe Consorte?
—Sí, lo es.
—Por Dios, el príncipe Severus debe estar desesperado.
—¿Eso son mantas?— preguntó Draco, obviando la exclamación del hombre.
—Oh, sí, que tonto soy— dejó el bulto en el suelo y sacó unas gruesas mantas de lana. De inmediato, Draco extendió una y abrigó a Harry.
—También les traje agua fresca y algo de comida. Hay una sopa caliente que seguramente le sentará muy bien, Alteza— dijo el hombre, inclinándose respetuosamente ante Harry.
—Gracias— el joven esbozó una débil sonrisa y aceptó el cuenco de sopa que le daba el anciano, sujetándolo con mano temblorosa. Al ver que era imposible que la mantuviera firme, Draco se la quitó y empezó a dársela como si de un niño pequeño se tratara.
—Espero que también haya traído comida para los demás— musitó Blaise, quien estaba parado a un lado.
—Sí, señor, perdone no haber venido antes, pero el riesgo era muy alto. Ahora lo hice porque Su Alteza y lord Draco…
—No se preocupe, buen hombre, comprendo perfectamente— Blaise tomó agradecido el cuenco con sopa que le era entregado.
—También traje varias mantas, pero si escuchan que alguien viene escóndanlas bajo el catre— advirtió, al tiempo que se alejaba unos pasos—. Mañana intentaré traerles de desayunar, un poco de leche caliente para Su Alteza— indicó.
—Gracias— musitó Harry de nuevo, los ojos algo húmedos al pensar que ese buen hombre estaba arriesgando su vida y libertad por ayudarlos.
—Una última cosa, lord Draco— agregó el hombre, antes de salir—. Minerva McGonagall está tramando algo, la gente de la cocina dice que estuvo buscando algunas hierbas raras, pero nadie se explica para qué, y desde entonces nadie la ha visto. Por si acaso, no tomen nada que ella les traiga. Yo regresaré en cuanto pueda con comida fresca.
—Godric— Draco se levantó y se acercó a él—. Ya que tienes la llave de la celda, ¿qué probabilidad crees que tendríamos si escapáramos?
—No sabría decirle— contestó el otro con franqueza—. El castillo está muy custodiado, por dentro y por fuera. Sería una acción muy riesgosa, especialmente con Su Alteza enfermo.
—Sí, supongo que tienes razón— razonó Draco, dándole unas leves palmaditas en la espalda—. Estás haciendo un servicio inapreciable a la Corona, y al príncipe Severus a nivel personal.
—No se angustien, estoy seguro que el Príncipe vendrá a rescatarlos en cualquier momento. Mientras tanto, yo los protegeré, se lo aseguro— contestó Godric, y después de inclinarse profundamente, salió rápidamente de la celda y cerró nuevamente con llave.
Montañas Nubladas
Sirius Black caminó lentamente, el sonido de sus pasos, amortiguado por la nieve que cubría el camino por donde andaba; sus ojos escrutando en la oscuridad de la noche, rastreando, seguro de que allí encontraría lo que estaba buscando.
Al fin lo vio, una figura solitaria sentada en una roca, mirando sin ver el espacio ante él, mientras el viento aprovechaba para jugar con los negros cabellos sin que su dueño hiciera nada por evitarlo.
Sirius apresuró el paso para alcanzar el lugar y se sentó en silencio. Y Severus agradeció ese silencio, en ese momento no necesitaba palabras huecas de consuelo, era mucho más importante la presencia amistosa, el apoyo incondicional.
El Capitán sacó dos pitillos de tabaco, de confección casera; encendió ambos y le pasó uno a su amigo. De manera automática, Severus dio una profunda calada y, mientras expulsaba el humo lentamente, fijó su negra mirada en la punta encendida del pitillo.
—Pensaba que ya no te quedaba tabaco— comentó de manera distraída.
—Lo tenía escondido para una circunstancia especial— replicó Sirius—. Aún me quedan otros dos, los fumaremos cuando rescatemos a los chicos.
Severus continuó mirando su cigarro sin contestar, para luego seguir fumando sin hablar. Pasó un buen rato, y cuando ya los pitillos estaban a punto de consumirse, miró de nuevo la punta encendida, como si fuera el objeto más interesante del mundo.
—¿Y si no podemos rescatarlos?— al fin podía expresar con palabras la angustia que lo atenazaba, impidiéndole casi respirar—. Harry, Draco y mi bebé son mi única familia. Ya perdí a mi padre por culpa de ese desgraciado, si también los pierdo a ellos no podría resistirlo.
—Eso no pasará— le aseguró su amigo, quien tiró su colilla al piso y observó como la nieve la apagaba, dejando en su lugar un charquito de agua—. Lucius Malfoy no es tonto, Severus. Sabe que ellos son su garantía, no cometería la estupidez de hacerles daño.
—Pero quizás durante el rescate…
—No pienses eso— exigió el otro con decisión—. Y vamos, necesitas descansar, mañana va a ser un día duro.
—No quiero ir a mi cueva— Severus sabía que en ese lugar tan íntimo, la ausencia de Harry lo aplastaría sin piedad.
—Entonces vayamos a las barracas— Sirius se levantó y jaló a su Príncipe para instarlo a imitarlo—. Quien sabe, quizás hasta encontremos un par de incautos a los que desplumar esta noche— propuso. Severus recordó cuando ambos eran más jóvenes y jugaban con los soldados bajo su mando cada vez que iban a pelear. Extrañamente, eso tranquilizaba a todos, además de fortalecer el lazo de confianza que los unía a sus subordinados—. No se me ocurre mejor forma de relajarnos.
—¿Has seguido haciéndolo?
—Siempre— Sirius confesó, satisfecho—. ¿Por qué crees que aún conservo tabaco?
Severus sonrió sin poderlo evitar.
—Vamos entonces.
—Ojala encontremos algún morib dispuesto, también se está acabando mi provisión de aguardiente.
—Con tal que no apuestes esos dos tabacos que te quedan, todo está bien.
—Eso jamás. Amigo, ya te lo dije, esos nos los vamos a fumar cuando los chicos vuelvan con nosotros. Y va a ser muy pronto, te lo juro.
Montañas del Oeste Moribia
Cuando Neville y su grupo llegaron a las costas de Zoriam, se encontraron con varios problemas, la mayoría de ellos girando alrededor de la misma pregunta: ¿De cuánto disponen?
El primer escollo fue el concerniente a la obtención del salvoconducto para transitar libremente por el país, desde la costa hasta la frontera con Moribia. En este punto los Ziriamnos fueron intransigentes, y Neville agradeció internamente haber tomado la precaución de llevar consigo un buen puñado de liras turcas, las cuales fueron directo a las manos de las autoridades de Zoriam.
“Demonios, se llevaron hasta mi último kuru” , había comentado el futuro Marques de Potter, con una expresión tan cómica que sus compañeros no pudieron evitar echarse a reír.
El segundo problema implicó la obtención de caballos y ropa de abrigo apropiada para las bajas temperaturas reinantes, especialmente en la cordillera que debían atravesar. A este punto ya no contaban con efectivo, así que Seamus empezó una laboriosa negociación, que a Neville le recordaba vívidamente los regateos en el Gran Bazar de Estambul. Luego de muchos dimes y diretes, lograron que les alquilaran los caballos y la ropa, a precios exorbitantes, para ser pagados posteriormente con piedras preciosas del subsuelo de Moribia. Aunque los muy desconfiados, se habían quedado con el barco en que habían llegado como garantía.
—Demonios, estos son más vivos que los turcos—, fue lo último que dijo Neville, antes de emprender el galope rumbo a la frontera con Moribia.
Galoparon sin descanso por varias horas, a través de caminos estrechos y resbalosos, algunos de ellos construidos a orillas de profundos precipicios. Al fin, casi al amanecer, Seamus le hizo una seña a Neville, indicándole que se detuvieran un momento.
—Hemos llegado— dijo el joven guía en cuanto su caballo se emparejó con el del mayor de los Potter—. El campamento está a unos diez minutos en esa dirección. Si acepta una sugerencia, usted y yo deberíamos acercarnos primero a hablar con Charlie Weasley, el jefe de la resistencia en la zona. Si ven acercarse a todo su destacamento, alguien podría ponerse nervioso y empezar a disparar.
—Me parece una buena idea— aceptó Neville—. ¿Cuánto tiempo cree que necesitemos para hablar con el señor Weasley?
—Creo que media hora será suficiente.
Asintiendo, Neville dio media vuelta y se acercó al resto de sus hombres.
—Me voy a adelantar con el señor Finnegan— explicó—. El campamento queda a unos diez minutos de aquí. Denme media hora de margen y marchen hacia el lugar. Los esperaré allí.
—¿Está seguro que es buena idea que vaya solo, mi Teniente?— preguntó uno de sus hombres, frunciendo el ceño, preocupado.
—No se preocupen, el señor Finnegan dice que la zona es segura y confío en él— contestó, antes de hacer un saludo militar y unirse a Seamus, para partir a toda velocidad.
Cuando llegaron a la entrada del campamento, varios hombres salieron al camino, apuntándoles, pero uno de ellos reconoció a Seamus.
—Bajen las armas, es Finnigan— el hombre, un viejo amigo de Seamus, se acercó a los recién llegados—. ¿Qué haces aquí y quién es éste hombre?— preguntó con curiosidad.
—Te enterarás a su debido tiempo— replicó el aludido con una sonrisa divertida—. ¿Está el teniente Weasley?
—Sí, está preparándose.
—¿Preparándose para qué?
—Te enterarás a su debido tiempo— replicó el otro, sonriendo con malicia. Seamus soltó una carcajada.
—Te extrañé, mi buen amigo, ¿sabías?
—Yo también. Y vamos, los guiaré donde el jefe.
—A mí no me engañas, Ernie. Lo que quieres es enterarte de las nuevas noticias.
—¿Qué comes que adivinas?
Minutos más tarde, los caballos se detenían en un claro, donde un hombre pelirrojo daba órdenes, mientras una multitud de hombres revisaba sus cabalgaduras y organizaba agua y comida para el viaje.
—Jefe, mire a quien nos trajo el viento— gritó Ernie McMillan. El hombre pelirrojo se giró hacia ellos, y al identificar a Seamus, caminó presuroso hacia él.
—Seamus, muchacho, que gusto verte— lo saludó, entusiasmado. Su hermano Bill había conversado con él y sabía la importancia de la misión a la que había partido el joven—. Por favor, dime que tuviste éxito.
Por respuesta, el aludido señaló a su acompañante
—Jefe, le presento a Neville Potter, el hermano mayor de Su Alteza, el Príncipe Consorte.
—Oh, demonios, señor Potter, bienvenido— el hombre pelirrojo tendió su mano y el otro la estrechó con fuerza—. Pero no entiendo, ¿vienen solos?
—No, mis hombres se quedaron un tanto rezagados— explico Neville—. Llegarán muy pronto.
—Preferí hacerlo así, no quería que los vigilantes se fueran a poner nerviosos al ver llegar tantos hombres armados.
—Sí, hiciste bien— convino Charlie, y luego miró a Ernie—. Ve con los vigilantes y ponlos sobre aviso. Que reciban a nuestros amigos como merecen.
—Bien, yo también debo partir— dijo Seamus, viendo como su amigo partía con la curiosidad saciada.
—¿Cómo que partir?— preguntó el hombre pelirrojo.
—Debo llevar un mensaje urgente para el Príncipe. Tiene que reunir la gente. Lord Neville te explicará.
—Pero Su Alteza ya está reuniendo la gente para atacar— argumentó Charlie—. Hace un par de horas llegó un mensajero, estamos preparando todo para partir.
—¿Cómo que reuniendo la gente? Pensé que iba a esperar el resultado de mi gestión.
—Sí, pero se presentó un imprevisto.
—¿Imprevisto? ¿De qué clase?
Charlie Weasley se vio repentinamente incómodo. Antes de contestar, fijó su mirada azul en Neville, quien lo miraba con interés.
—La verdad es que su llegada es providencial. El problema es que el Príncipe Consorte y lord Draco, el sobrino del Príncipe, fueron secuestrados. Su Alteza va a atacar el Castillo de Piedra.
—¿El Príncipe Consorte?— la expresión de Neville se vio repentinamente alarmada—. ¿Harry?
—Sí, Milord. Lo lamento.
La mirada del futuro Marques se oscureció, mezcla de furia y preocupación.
—¿Cuándo sucedió?— preguntó con voz ronca.
—Ayer en la mañana— replicó el pelirrojo, apenado.
—¿Qué instrucciones dejó Su Alteza?— preguntó Seamus, frunciendo el ceño.
—Está congregando a todos los rebeldes en el Bosque Perenne, desde allí se organizará el ataque.
—Es el bosque que queda cerca de Anktar, ¿no?- preguntó Neville y Seamus asintió—. La Providencia sigue de nuestra parte— el mayor de los Potter dejó que su instinto militar tomara nuevamente el control—. Otro grupo de mis compañeros va a subir desde el puerto, quedamos en reunirnos en ese bosque. Debemos de salir de inmediato.
—Mis hombres están casi listos, Milord. En cuanto lleguen los suyos podremos partir.
Neville asintió y se alejó de los otros dos, oteando a lo lejos, donde ya el sol empezaba a salir por el horizonte. Y por infinita vez en esos días, rogó al cielo para que protegiera a su familia, especialmente a su hermano menor.
Castillo de Piedra Anktar
La habitación en que se encontraba era oscura, sucia y fría, pero era el lugar más apropiado para evitar que alguien indeseado interrumpiera su trabajo. Estaba en lo alto de una de las torres del castillo, un lugar al que ni siquiera el personal se atrevía subir a limpiar, pues decían que en esa zona se escuchaban los gritos y lamentos de una antigua Princesa, a quien habían encerrado de por vida, luego de matar al hombre que amaba ante sus ojos. Incluso, algunos decían que, durante las noches de luna, su alma en pena rondaba los pasillos en busca de su amado.
Minerva se reía de tales creencias, y en su locura incluso pensaba que esa Princesa merecía ese castigo, pues seguramente había sido una traidora como el rey Albus y su maldito bastardo, y si hubiera dependido de ella, la hubiera dejado morir en medio de atroces torturas.
En ese momento, se encontraba en uno de los lados de la habitación, donde había instalado un fogón en la chimenea. Sobre éste, un caldero se calentaba, su contenido hirviendo y humeando, provocándole cierta irritación en la vista. Pero las lágrimas que brotaban de sus ojos no eran producto de dicha irritación, sino de la demente risa que lanzaba de tanto en tanto.
Terminó de agregar unas hierbas y empezó a agitar el contenido del caldero con cuidado. Unas horas más, menos de un día, y se desharía de ese pequeño engendro que no tenía derecho a vivir. Y si tenía suerte, también se desharía del inglés, y con ello a Severus Dumbledore no le quedaría nada y su venganza estaría cumplida… y Albus Dumbledore se retorcería en su tumba.
Sólo unas pocas horas más.
Gotitas históricas
La lira turca: La antigua lira (“Türk Lirası") era la moneda de Turquía. Para evitar confusiones con la desaparecida lira italiana, más conocida, se le suele llamar lira turca. En un principio se dividía en 100 kuruş, que a su vez se dividían en 40 paras.
Al principio del siglo XIX, la lira aún no existía, ya que el valor del kuruş (o piastra) le permitía ser la unidad monetaria principal, y el para era una subunidad. Entonces, el kuruş era una moneda de plata de gran tamaño, pero para finales del siglo XIX, ya era una pequeña moneda de plata que equivalía a 1/100 de la lira de oro.
Con la primera guerra mundial, Turquía abandonó el patrón oro, y la lira de oro pasó a valer unas 9 liras en papel moneda al principio de los años 1920.
Gotitas musicales
Hoy les traigo música de películas, espero las disfruten
De Malcolm Arnold, El Punte sobre el río Kwai, 1957
Burt Bacharat, Dos hombres y un destino, 1969
Zbigniew Preisner, Cuando un hombre ama a una mujer, 1994
Maurice Jarre, Doctor Zhivago, 1965
Severus D. Snape….. Príncipe Heredero de Moribia Harry Potter……….. Lord inglés, prometido del príncipe Lucius Malfoy…….. Hermanastro de Severus, usurpador del trono Sirius Black…….. …Capitán de la Guardia de Palacio Remus Lupin……… Tío de Harry y Hermione, heredero del Conde de Lupin Draco Malfoy……… Noble fértil, hijo de Lucius y sobrino/pupilo de Severus. Hermione Potter…….Hermana de Harry y prometida de Sirius Black Lily Potter…………… Madre de Harry, Marquesa de Potter James Potter………. Padre de Harry, Marqués de Potter Neville Potter…….. Hermano mayor de Harry, capitán del ejército de Su Majestad Peter Pettigrew….. ¿Quién va a ser? La rata. Rufus Scrimgeour… Capitán de un acorazado de la Armada Real del Reino Unido. Cedric Diggory…….. Teniente de la Armada inglesa y amigo de infancia de los Potter Seamus Finnigan….Mensajero perteneciente a la guardia moribiana. Minerva McGonagall… La bruja de la historia Blaise Zabini………. Heredero legítimo del Sultanato de Mejkin Charlie Weasley…. Hermano de Bill, jefe de los rebeldes en la zona Oeste Justin F. Fletchey… pescador perteneciente a las fuerzas rebeldes. Susan Bones……… Chica del pueblo, novia de Seamus. Godric Gryffindor… Empleado del palacio real y espía a favor de Severus Ernie McMillan…….. Rebelde ubicado en las montañas del Oeste
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