»Estando solo en el mundo, extiende sus brazos contra la noche.
Pierde la fe en su corazón y en su mente. Llora fuerte contra la tormenta,
los destellos se desvían a su cielo… Él es tan frágil como una flor en el viento.»
~5~
El viento azotaba y la nieve se hacía más densa de lo que jamás había sido, en el pueblo las chimeneas crepitaban apenas y las casas crujían por el rugir de la tormenta. Sobre las montañas había una pequeña casa, parecía tan frágil que el solo hecho de que se mantuviera aún allí se pensaba era cosa de magia.
Dumbledore calentaba sopa, mientras el ave que descansaba sobre un perchero viejo emanaba pequeñas ondas de calor que se fundían con las del fuego, adentro estaba perfecto, lo justo para sus débiles huesos. La larga barba blanca se movió cuando una pequeña e insignificante ráfaga de aire frío se coló por debajo de la puerta y un copo de nieve minúsculo se atoró en las hebras platinas.
El anciano tomó el copo entre sus dedos y lo examinó de cerca, al instante, sus ojos se iluminaron con la luz de alguien que sabe leer las señales del universo. Miró hacia el techo desvencijado de su hogar y se levantó, con más energía de la que una persona de su edad podría.
—¡Es tiempo, Fawkes! —Anunció al ave que apenas y se mosqueó, parpadeando perezosamente se acomodó en su lugar, no pensaba abandonar su nido para adentrarse en la tormenta.
En cambio el viejo tomó su túnica y su bastón, al salir, el viento trajo a su barba un nuevo blanco que parecía fundirse con ella y se subió la capucha para alcanzar a los reyes que subían la montaña. El día por fin había llegado.
*
Cuando el viajero había pronunciado aquellas palabras, toda ilusión de que no le reconociera se había hecho trizas en el suelo de cristal. Desvió la mirada y caminó por el salón vacío y carente de muebles.
—No hay historia que contar —Le dijo y una nota de tristeza salió de su voz, asustándole de nuevo.
—Eres más de lo que aparentas, Harry.
—Solo soy yo —Murmuró en respuesta y sabía que esa era la verdad, su única verdad—. Soy lo que ves, no hay más.
—¿Y por qué estás aquí? ¿Por qué no estás en tu hogar? —La mirada de Harry se clavó en él una vez más y entonces volvía a ser un témpano de hielo, brumosa como la tormenta que azotaba fuera de la mansión.
—Este es mi hogar ahora.
Lo vio marcharse a la planta alta, subiendo la escalera y escuchó el murmullo del viento contra las paredes. Lo siguió al instante, Harry se detuvo a mitad del pasillo.
—¿Podrías…? Quisiera estar solo…
Pero Severus, después de tanto tiempo solo y anhelante por él, se negó a abandonarle. Podía sentir la desolación de Harry, tal como podía sentir el frío en aquella gran casa de hielo. Deseaba entender, él más que nadie sabía lo que era estar solo.
—¿Es por la maldición?
Lívido, el príncipe bajó los hombros y se giró lentamente a él.
—¿Maldición? ¿De qué hablas?
—No estoy… muy seguro de todo esto. En la taberna hablaban de una maldición, decían que estabas congelado y por ello necesitabas desposar a una doncella antes de tu mayoría de edad, que ocurriría algo malo en el reino si no era así…
—Yo no… —Inoportunamente se llevó una mano al pecho y se sintió débil, como si el calor que aquel viajero le había dado se esfumara de él y antes de que pudiera moverse, Severus le sujetó de los hombros. Le miró con los ojos asustados ¿Qué era lo que le sucedía? ¿Era realmente una maldición? Un nudo se atoró, apretado y asfixiante en su garganta.
—¿Qué sucede? —Pero la pregunta no tenía respuesta, Harry no sabía que sucedía a su alrededor, ni con él.
—Siempre supe que algo estaba mal conmigo —Le dijo, mientras se recargaba en él, ambos quedaron sentados en el suelo—. Fue el primer pensamiento consiente que tuve, de hecho... La primera vez que me vi al espejo no me reconocí, solo vi a un extraño y mi padre me explicó que era mi reflejo, que no era otra persona sino yo… pero jamás se lo he podido decir a nadie, nadie lo entendería. No podrían saber lo que es… sentirte atrapado dentro de ti, sin poder reír, llorar, gritar… Severus —Alzó la mirada y se encontró con la pena más pura, con el entendimiento de que él sufría, la preocupación. La mirada de Severus era muy parecida a la de su padre, entonces entendió lo que no había visto antes en aquellos ojos marrones que le habían acompañado toda su vida. Y el conocimiento se dispersó en su mente, tan claro y afilado como los cantos helados que brotaban del suelo con su magia—. Tengo que irme… tengo que alejarme de aquí, de todos.
Severus, que se encontraba abrumado por la grandiosa sensación de tenerlo entre sus brazos por primera vez, le miró preocupado.
—Pero, hay una fuerte nevada afuera —Fue lo único que pudo decir.
—Y yo soy un príncipe de hielo —Le recordó con amargura.
Harry se puso en pie de nuevo, impulsado por la decisión de marcharse. El viajero no tuvo más opción que seguirle, entendiendo con claridad la razón por la que estaba allí… había pasado una vida buscándole, soñándole. Seguiría al príncipe a donde fuera.
—Si me marcho ahora, quizá pueda cruzar las montañas en unos días —Le dijo mientras bajaba las escaleras y tomaba la levita que había desechado, poniéndosela alrededor—. Quizá pueda estar lejos a tiempo.
—¿A tiempo para qué? ¿A dónde piensas ir?
Harry se volvió, con el ceño fruncido en confusión y preocupación.
—Para que lo que tenga que pasar, pase —Severus iba a objetar algo más y enseguida agregó: —Estoy por cumplir la mayoría de edad, debo avanzar pronto.
—Está bien —Aceptó el mayor, desairado por no entender lo que el príncipe parecía tener muy claro, podía indagar en el viaje. Hizo ademán de tomar sus cosas y la voz inmutable de Harry se escuchó como un eco por toda la mansión.
—Tú no puedes venir.
**
Después de acampar al resguardo de una cueva húmeda, lo reyes estaban listos para reanudar su viaje, y sin embargo la tormenta no amainaba ni un poco. La nieve caía espesa y daba la apariencia de densa neblina que limitaba la vista, el rey James conocía perfectamente las montañas, recorridas en sus andares de antaño y aventuras juveniles junto a sus fieles caballeros que ahora mismo le acompañaban. Sirius y Remus apagaban la fogata depositando cúmulos de nieve sobre ella, cuando lo hicieron, las llamas trémulas se esfumaron y la cueva quedó solo iluminada por la escasa y pálida luz que entraba del día.
Estaban por subir a los caballos cuando Remus, que tenía la mejor vista que James había conocido jamás, advirtió que alguien se acercaba. Ciñeron los ojos hasta poder distinguirla, una sola silueta que se enfrentaba al flagelador viento, era delgaducha y algo desgarbada, como una ramita en la tempestad amenazada con romperse.
—¿Quién va? —Preguntó Sirius en voz alta, que resonó en la cueva pero se fue con el viento en el exterior y llevó la mano a su espada fiel, que colgaba de su cintura. En cambio, Remus no hizo ningún movimiento y eso le hizo sentir más confiado.
—Un viejo amigo de sus Majestades —Dijo el hombre, con voz cascada mientras se adentraba en el refugio. Se quitó la capucha y la nieve calló a sus pies.
—¡Dumbledore! —Exclamó James al verlo—. ¿Cómo ha sabido que estamos aquí?
Y la pregunta le sonó tonta hasta él, era obvio, un mago que ve las estrellas sabía todo. Los ojos azules le miraron con hilaridad.
—¿Por qué ha venido?
—A guiarles —Respondió con simpleza—. El príncipe Harry estaba en las cascadas —Lily miró a James con esperanza, no estaban tan lejos, podían llegar en una hora a lo mucho si apretaban el paso—. Sin embargo, de eso hace unas horas. Ahora camina la cima, está alejándose cada vez más.
—¡James! —Exclamó la reina con los ojos cubiertos por un manto de preocupación. Más allá de las montañas no había nada más que despeñaderos de muerte.
—Debemos darnos prisa —Acató el rey, como si su sola voz fuera una orden. Dumbledore asintió y subieron a las monturas, el caballo de Lily fue cedido al anciano para su comodidad.
Justo en ese instante, Harry escuchaba las pisadas de Severus a sus espaldas, un chom chom chom entre la nieve y el silbar del viento. Convencer al hombre de quedarse atrás había sido en vano, no podía dejar de ver su rostro incrédulo y el ceño fruncido. El viajero no había dicho nada desde la última vez que mediaran palabra… y eso había sido un escueto «Ni hablar». Harry se preguntó por qué querría ir con él, no se conocían en lo absoluto. Pero el solo hecho de tener a alguien con él, alguien que podía verlo, hizo que su corazón se sintiera en llamas.
Pero el gusto de caminar a prisa en la tormenta duró poco, puesto que el cansancio le venció pronto, no recordaba la última vez que había probado bocado. Y no es que le importara, pues su cuerpo había empezado a dejar de sentir, como si no hubiera más que frío en él. Se tambaleó un par de veces y entonces tropezó, no sentía los pies, como si la circulación ya fuera nula.
Sintió los brazos del viajero a su alrededor, fuertes y confiables, cálidos.
—Estás demente —Le dijo con la voz gruesa—. Te estás congelando, no trajiste abrigo alguno. Morirás de hipotermia.
—No tengo frío, Severus —Murmuró, mientras el mayor le subía a su espalda, cubriéndolos a ambos con su gruesa capa—. Algo no está bien…
—Claro que no, idiota. Estás helado, necesitamos resguardarnos de la tormenta, te dije que esperaras a que pasase.
—No lo entiendes —Dijo en un último intento.
—Explícamelo cuando encontremos una endemoniada cueva —Respondió el hombre arisco, mirando a todos lados. Los salientes de piedra se veían helados y nada prometedores.
Siguió avanzando por varias horas, o al menos eso pareció, hasta que halló una abertura en la roca de la montaña, no muy profunda pero les protegería un poco, le permitiría hacer alguna fogata. Dejó a Harry acurrucado con la capa y salió por algunas ramas, había sobrevivido a climas como ese antes.
Cuando volvió, Harry estaba sentado al borde de la cueva, se había quitado la capa y la levita, sus pies descalzos tocaban con la nieve y él mismo parecía fundirse con ella, la piel casi transparente y el cabello blanco revoloteando con el viento. Había levantado una pared de hielo que lo bloqueaba parcialmente y movía los dedos embelesado en las volutas verdes que después se tornaban azules. Parecía menos vivo, menos corpóreo, que la primera que lo viera hace tan solo un día.
—¿Qué estás haciendo? —Le dijo con cierto tono de reproche. Al mirarlo, sentía que se escurría de su lado, como si Harry se estuviera alejando con la tormenta.
El príncipe tardó un momento en notar su presencia y luego simplemente le miró, dejando que su magia se evaporara.
—Te dije que no tenía frío.
Severus suspiró y se sentó a su lado, la mano de Harry descansaba cerca de él y, sin dudarlo, posó la suya sobre ella. Pudo sentir el frío atravesar el guante. El joven miró el gesto y luego a él.
—¿Por qué estás aquí, Severus? —Volvió a preguntarle, deseando saber qué le daba el poder de ser tan aguerrido en la vida. Él mismo se sentía vacío, como si hubiera vivido miles de años que pesaran sobre él sin hallar nada, ni una razón para seguir. Harry miró al frente y supuso que él era como aquel paisaje tormentoso, helado, incoloro. Siempre desearías que se acabara pronto… no entendía porque alguien le seguiría.
—Aquí es donde debo estar.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que no morirás aquí? — «¿Cómo sabes que yo no te mataré?» Agregó en su cabeza, si pasaba lo que creía que pasaba, él le haría mucho daño.
—Porque cuando te miro —Y le miró, con sus ojos negros brillantes. La sola sensación evocó en Harry algo que siempre había estado allí pero no estaba seguro de haber visto o sentido—. Veo magia. Y no sólo por la que emana de tus manos —Levantó la mano del príncipe, que era casi del tamaño de la suya—. Está en todo tu ser… y es como dijiste, como si esta apariencia no te perteneciera… Eres más de lo que aparentas, Harry, ya te lo había dicho.
—No conoces nada de mí, sin embargo. Crees que soy a quien has visto en tus sueños, soy un ideal que has seguido la mitad de tu vida… ¿Y si no es así, Severus? ¿Si solo soy un copo de nieve que se derretirá pronto, quedando como una insulsa gota de agua? Has sentido el sol, has visto mil maravillas… ¿Y te conformarás con seguirme en este frío? —Dio un largo suspiro y miró a la pared de hielo que él mismo había creado—. No creo que sea tan sencillo, te cansarás de este reino helado, como todos.
—Deja que yo decida eso, príncipe —Respondió el viajero, apretando su mano entre las suyas. Harry sintió un revoloteo en el pecho.
—Mis padres han mantenido el reino lo mejor que pueden, en el frío no sobrevive nada y mucha gente ha abandonado el pueblo en busca de lugares más cálidos. Muchos temen salir porque no tienen nada más. Nuestra riqueza es grande, solo por ello hemos sobrevivido. El invierno solo trae desgracias y es toda mi culpa.
—¿Cómo puede eso ser tu culpa? —La compasión se abrió paso en la voz sedosa y Harry se sintió peor, no quería la lástima de aquel hombre. Se mantuvo callado—. Descansemos un poco.
Prendió la fogata y ambos se colocaron al final de la cueva, acurrucados uno contra el otro. Harry no durmió, dejó que el mayor se apoyara en él e intentó que su calidez le absorbiera. Pero no funcionó, su corazón latía desbocado cuando lo rozaba y se volvía pesado instantes después.
Y cuando Severus se apoyó en la roca entre sueños, que suponía estaba menos fría que él, se levantó y lo miró.
«Gracias por la breve compañía, viajero» pensó para luego dar media vuelta y salir a la tormentosa noche. Miró una vez más al hombre y deseó que las cosas fueran distintas, haberlo conocido en otra situación… quizá habría sido algo hermoso.
Y con esa dulce fantasía lanzó un suspiro, desvaneciéndose entre la espesa nieve, como si siempre hubiera sido parte de ella.
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