Disclairmer: Todo escenario, nombre y el mundo de Harry Potter, pertenece al intelecto de nuestra amada reina, J.K. Rowling.
Advertencias: Slash/Yaoi (Relación Hombre/Hombre).
Resumen: La leyenda cuenta de un reino al otro lado del mundo, en el que vive un príncipe congelado, sumido en el invierno eterno... ¿Será el amor la única forma de derretir hasta el corazón más helado?
Notas de autora: Hacer un resumen se me hace difícil últimamente xD cosas que pasan... Esta historia la comencé hace casi dos años y es un regalo de cumpleaños (demasiado atrasado diría yo) para mi gran amiga Lizie CoBlack. Honey, esto estaría para ti en Febrero de hace dos años, perdóname por ser tan lenta. Pero me costó lo suyo terminar esto, porque quería hacer un cuento de hadas como los de antes, inspirado en Frozen porque te gustaba (recuerdo), aunque me salió algo completamente distinto jaja. Espero te guste de todo corazón <3.
Corazón Helado
***
»“Nacido de aire frío, el invierno y la lluvia de la montaña.
Huelga para el amor y huelga por temor,
has de tener cuidado con el corazón helado.«
~1~
La noche en la que Harry nació, nevaba. Los ancianos del pueblo habían predicho que aquel era el peor invierno que había azotado al reino. En el castillo al borde del gran risco la reina era víctima de un dolor agónico entre las sábanas. Las comadronas corrían por toda la habitación desesperadas, había un frío tal que ni la chimenea representaba algún consuelo. La mujer que paría temblaba y sus labios comenzaban a tornarse violáceos, no sabían cómo hacerla entrar en calor.
Una mujer bonachona se asomó a la ventana, esculcando entre la blanca ventisca su salvación. A lo lejos, de las colinas se veían bajar caballos al galope que se acercaban al pueblo con paso presuroso. El rey Potter, un hombre de cabello azabache con mucha gomina para mantenerlo en su lugar, pero que el viento se empeñaba en alborotar, ceñía los ojos tras sus gafas de montura redonda, la tormenta era poderosa. Dirigía la marcha que se lanzara a por el hechicero del risco, un anciano que, según se rumoraba, había vivido con los elfos antaño obteniendo sus dotes de magia de ellos. Y en ese momento su esposa lo necesitaba.
Sin mayor contratiempo irrumpieron en la tranquilidad pueblerina, directo al castillo imponente que se alzaba frente a ellos, surcando el camino serpenteante hasta las rejas que le protegían, los adoquines emitían un sonido constante al chocar contra los cascos de sus monturas. Corrieron hasta la habitación y al entrar, el jadeante pecho del rey se paralizó. Su esposa daba las últimas pujadas para dar a luz.
Pero ningún llanto sonó, ningún gimoteo siquiera. Todos temieron lo peor.
La madre, pelirroja cual centella, cayó inconsciente al poco tiempo vencida por el cansancio. Enseguida se apresuraron a cubrirla para mantenerla caliente. La comadrona más vieja se acercó con el bebé en brazos, su expresión rota y cansada lo decía todo.
No estaba vivo.
James sintió las lágrimas arremolinarse en sus ojos castaños y lo sostuvo cerca de su pecho de forma protectora y agónica. Su pequeño, de pelusita negra, tenía la piel fría y casi transparente. Parecía un muñequito de juguete precioso y dormido. Intentando ser fuerte, se volvió hacia el hechicero.
—¿Hay algo que pueda hacer? —Su voz sonó ronca y dolorosa.
El anciano, que sentía una gran pena por él, miró al pequeño con los ojos brillantes y misteriosos. Eran azules, casi tanto como el océano más allá del risco. Pasó una mano por el diminuto cuerpecillo, como acariciándolo sin llegar siquiera a rozarlo. Su palma brilló tenuemente con una luz azulada.
—Está congelado —Concluyó con gravedad.
El rey miró a su vástago y luego a él.
—¿Puede…?
—¿Descongelarlo? —Completó—. Por supuesto.
La esperanza brilló en los ojos de todos los presentes como una llama, desde las comadronas hasta la marcha que había acompañado al rey. Todos le eran sumamente fieles, sus reyes eran los más grandes, generosos y benevolentes. En su reino no había pobreza ni carencia, y el nacimiento del príncipe había sido tan esperado.
—Sin embargo —Agregó el anciano—. Debe usted saber que solo podré descongelar su cuerpo, la mente es fácil de dominar pero… el corazón, es mucho más delicado. Tendrá que asumir las consecuencias que el frío que ha atacado a su hijo conlleva. No será quien debe ser, será diferente. Su capacidad de expresarse será casi nula.
James se vio dudoso por un segundo, el peso de las palabras resonando en su cabeza. Miró a Lily en la cama, su amada, su razón de ser y vivir, su reina… ella se destrozaría al enterarse que había elegido dejarlo morir.
—Sálvelo —Rogó—. Sálvelo, por favor.
El anciano asintió solemne y posó las manos sobre él, moviendo los dedos largos y arrugados. El resplandor que siguió a las palabras extrañas que salieron de su boca, se expandió desde sus palmas hasta el niño. El halo luminoso le rodeó, formando sobre su pecho –a la altura de su corazón– la silueta de un cristal de hielo. Su cabello se tornó blanco y su piel marmolea. Un suspiró bastó para darle la vida, sus gimoteos inundaron la habitación y el alivio a los espectadores de tal acto de magia.
El hechicero bajó sus manos y miró a James con seriedad, este oscilaba entre la felicidad y el nerviosismo.
—Sigue frío —Logró musitar al arrullarlo—. ¿Por qué su cabello se ha vuelto blanco?
—Es el frío de su corazón, se ha exteriorizado.
James acarició la pelusita, incluso sus casi inexistentes cejas eran del mismo color. Su hijo estaba vivo, su respiración se lo indicaba. Pero ¿por qué sentía que no estaba del todo completo?
—Su Majestad —Llamó el anciano—. Debo advertirle…
El rey temió lo peor al ver la vacilación en sus ojos.
—Mi hechizo tiene fecha de vencimiento.
—Pero, Dumbledore, ha dicho que…
—Mi magia no es tan fuerte, su alteza. Me temo que el príncipe no podrá estar así para siempre. El hielo, aquel que le apresa, es suyo.
—¿Suyo? —Inquirió confundido.
—Magia… —A James se le erizaron los vellos del cuerpo. ¿Magia? ¿Su hijo? —. Su magia ha sido congelada por el invierno, pero esta lucha y se expande. Mi poder solo lo contendrá, mientras el suyo crecerá con el tiempo. A su plenitud, no podré hacer nada más. Su cuerpo volverá a congelarse…
—Entonces —El azabache bajó los hombros, mirando a ese bultito adormilado en sus brazos—. ¿Morirá…? No, no puedo hacerle eso a Lily, dárselo, ¿solo para perderlo de nuevo…? —Levantó la mirada dolida—. ¿Cuándo? ¿Cuándo sucederá?
El anciano miró hacia arriba, como inspeccionando el techo. Su mirada se entornaba a intervalos y movía los labios.
—Las estrellas predicen que al llegar su diecisieteavo año, cuando el invierno esté en su apogeo y su poder en la cúspide. A su mayoría de edad.
—¿Habrá alguna forma de evitarlo? —Preguntó, sentía que debía hacerlo. Una corazonada.
El anciano se vio indeciso al mirar al cielo y en su mirada se encendió una luz que antes no había visto.
—Sí… sí —Murmuró, parecía hablar con alguien. O tal vez con él mismo—. Quizá…
—¿Quizá?
—Hay una magia mucho más poderosa que cualquier otra, aquella de la que cuentan las leyendas —Dijo, mirando aún el techo. Cualquiera pensaría que se había vuelto loco pero James comprendió que sus ojos podían ver cosas que los suyos no, su padre le había contado de aquellas maravillas que personas especiales poseían. Y su hijo, su hijo poseía magia dentro de sí—. Puede derretir el hielo más sólido y traer esperanza.
—¿Cuál? —Le apresuró el rey—. ¿Cuál es esa magia?
—Amor.
—¿Amor? —Repitió confuso—. Pero… él ya es amado.
—Me refiero a aquel amor que solo puede ofrecer el alma gemela —Aclaró Dumbledore—. No cualquiera podrá ver en sus ojos el reflejo de su corazón, Majestad. Incluso usted se verá limitado.
—Entiendo —Asintió James. Sintió al bebé moverse y esbozó una pequeña sonrisa. Sabía que su hijo viviría, que encontraría a la mujer que le amaría a pesar de todo—. Muchas gracias por su ayuda. Estamos en deuda con usted.
Pero el anciano sonrió tristemente al mirar al bebé, quizá hubiera visto algo de lo que jamás se enteraría. Se retiró con una reverencia y prometió pasarse de vez en cuando para saludar. El rey se giró a su esposa, que dormía ya más tranquila, como si supiera que todo estaba mejor, y depositó al pequeño a su lado. Besó la roja cabellera y juró a ambos que los protegería con su vida.
Y aunque a partir de aquel día su reino se vio cubierto por la nieve, jamás rompió su promesa. Su hijo creció lejos de todo lo que pudiera herirle, aunque con el corazón congelado, pensaba él, nada podría hacerlo del todo.
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