Capítulo 16.Esta seguro de que lo ha destruido.
Ha visto las mariposas, concentradas como si fueran un enorme rayo multicolor, pasar sobre él contra lo que fuera que lo estaba atacando. Y, casi al momento, sus heridas han desaparecido como si jamás hubieran existido.
La prueba irrefutable de que algo grave ha sucedido es Potter desmayado en sus brazos, tras lo que debe haber sido un esfuerzo mental excesivo.
Y es demasiado. Porque sabe que está en un punto sin retorno y no puede dejarlo ahí.
Así que toma una decisión y se levanta, con el cuerpo del chico entre los brazos.
Lupin y Black lo están esperando fuera. Uno, confuso. El otro, furioso.
—¿Que te crees que estás haciendo? —escupe Black, cabreado—. ¡No puede salir de la jaula!
—Tranquilízate, Sirius —pide Lupin, cogiéndole del brazo para impedir que se abalance sobre él—. Severus, ¿por qué lo has sacado? Sabes muy bien lo peligroso que es...
—No me importa —dice, mirándolos fijamente, con una expresión que está seguro demuestra que no piensa cambiar de opinión y que toda discusión es inútil—. Voy a llevármelo conmigo —sentencia.
—¿Estás loco? —pregunta Black—. ¿Donde vas a llevarlo?
—A Hogwarts.
—¿Hogwarts? —Lupin lo mira fijamente, como si tratase de adivinar sus pensamientos—. La última vez...
—Me da igual. Me lo voy a llevar de todas formas —da un paso adelante, luego se detiene y los mira, porque han sido dos años muy largos y sabe bien lo mucho que les importa Potter—. ¿Venís?
Lupin asiente, Black se acerca a él, resuelto.
—Yo lo llevaré.
Aunque todo su ser le grita que no lo haga, Severus le pasa al joven y el animago lo sostiene con fuerza.
Sabe que Black no lleva varita (jamás cuando hace esas visitas, quizás para no verse tentado a cumplir su promesa dado el caso) y que van a necesitar de su habilidad y de la de Lupin para sacar al chico de San Mungo. Sabe que el Ministerio mandará un escuadrón de aurores al castillo en cuanto se entere de lo sucedido y que la prensa pondrá el grito en el cielo. Tendrán muchos problemas.
Pero también es consciente de que McGonagall, ahora directora, no dejará que se acerquen a sus estancias. Y de que Kingsley, jefe de aurores, presionara al ministro para que retire el destacamento enseguida y se personará en el colegio para asegurarse de que ni un solo auror los molesta.
Y se tiene que arriesgar. Porque si esto no funciona, si se ha equivocado, entonces no hay salvación para Harry Potter.