Capítulo 17.Sin miramientos, le lanza el segundo desmaius del día al guardia que los ha localizado en el pasillo, haciendo que caiga al suelo inconsciente.
Las alarmas están sonado por todo San Mungo y, por alguna extraña razón, Black está sonriendo tras él, con Lupin cubriéndole las espaldas. No se va a molestar en preguntarle, mucho menos cuando lanza el tercer desmaius, está vez a un sanador cuyo rostro se ha desencajado al verlos irrumpir en su despacho.
El licántropo está en la puerta, repartiendo hechizos contra los guardias que tratan de alcanzarlos.
Black coge un puñado de polvos flú, aprieta firmemente el cuerpo de Potter y se mete en la chimenea.
—¡Despacho de la directora McGonagall, colegio Hogwarts de Magia y Hechicería! —grita, despareciendo en un estallido de llamas verdes, mientras le dedica a él una sonrisa retorcida.
—¿Por qué demonios parece tan feliz? —pregunta al aire, sin poder evitarlo, mientras coge otro puñado de polvos flú.
—Le gustan las fugas —dice Lupin, alcanzándolo. Severus clava en él sus negros ojos. Tiene un corte en la mano y no necesita mirar hacia la puerta para saber que la ha sellado con runas de sangre, los gritos de los guardias (y quizás ya incluso aurores) y los hechizos estrellándose contra ella son suficiente señal.
Murmura “estúpido chucho” y agarra a Lupin bruscamente del brazo, al mismo tiempo que la puerta estalla en pedazos.
—¡Despacho de la directora, colegio Hogwarts de Magia y Hechicería! —grita, con un Lupin atónito pegado a él. Alcanza a notar como el castaño le rodea el cuello con los brazos rápidamente y él hace lo mismo con su cintura, antes de que las llamas se los traguen. Es un viaje muy movido y, si Lupin se separa, acabara saliendo por quién sabe que chimenea.
Aterrizan de mala manera en el suelo del despacho. Casi al momento McGonagall ejecuta un hechizo de bloqueo y las llamas de la chimenea se apagan, mientras esta es sellada con gruesas barras de metal.
—¡Suelta a Remus, Snape! —ladra Black al instante y el pocionista se percata de que su agarre se ha convertido en un muy íntimo abrazo y se aparta, incomodo.
—Sirius, compórtate —ordena Lupin, levantándose un poco mareado y cerrando el corte de su mano con la varita. Tendrá que curarlo de todas formas, pero al menos así ha dejado de sangrar.
Black gruñe, pero se calla.
—¿Qué está pasando? —pregunta McGonagall, mirándolos muy seria.
—Hemos sacado a Potter de San Mungo —informa Severus, manteniendole la mirada.
—Y no vamos a devolverlo —agrega Black.
McGonagall los mira a ambos. Luego a Lupin, que se mantiene impasible y resuelto.
Están jugando con ventaja, porque la directora jamás estuvo de acuerdo con la decisión del Ministerio de Magia de encerrar a Potter en el hospital. Severus ha tenido las suficientes conversaciones con ella como para saberlo. Minerva sabe perfectamente lo que significa que Potter este allí y lo que ocurrirá.
—Marcharos —dice, finalmente—. Yo me ocuparé de los aurores.