Título: En las sombras
Autor: YukimuraSayu
Beta:
Géneros: Romance.
Advertencias:
Disclaimer: Los personajes le pertenecen a J.K. Rowling
Resumen: Demostrar tu amor no siempre es fácil, muchas veces los prejuicios son los que impiden el demostrar esos sentimientos. Pero las sombras siempre ocultan todo…
FanArt en el que está inspirado.
http://www.thebejeweledgreenbottle.com/2008%20Summer%20Games/Dragon/DGN%20Saridout%205.jpgEN LAS SOMBRAS
CAPÍTULO ÚNICO
–Nos verán…– susurra el ojinegro antes de ser besado de nuevo.
–No lo harán, estamos ocultos y la oscuridad nos ayuda – dijo el más joven, abrazado a él.
Siempre era así, oculto y en las sombras. Su relación estaba fichada como anormal y en contra de las leyes. Dos hombres no podían estar juntos.
Se besaban apasionadamente. Muy pocas veces podían hacerlo. Eran tan contados los momentos en que podían verse a solas. Ese era su rincón oscuro, dónde nadie podía verlos, ya que nadie pasaba por allí. Dónde comenzó todo.
Severus levantó a Harry, sosteniendo sus piernas con sus brazos. Pegó la espalda del joven a la pared, mientras intentaba bajar los pantalones que estorbaban. Gimiendo, Harry le ayudó, a bajarse los suyos propios y los del contrario. Se miraron, aún en la oscuridad, podían ver el destello de sus ojos, anhelantes, llenos de sentimientos que tenían que reprimir diariamente. Solo allí, en aquel rincón podían ser ellos mismos.
El joven ayudó a bajar también la ropa interior, y rio suavemente al ver los interiores negros. Todo en Severus era negro. Aunque podía admitir que su alma eran tan blanca como la nieve. Que Severus no le oyera diciendo eso, que si no, mínimo lo dejeba un mes sin verlo.
–Estás muy distraído, Harry…– le besó el cuello, haciendo que el joven gimiera su nombre. – Voy a entrar – susurró en su oído, y fue cuando el de ojos verdes se dio cuenta de que ya no tenía ropa interior. Asintiendo, sintió como el pelinegro le penetraba suavemente, haciendo que su espalda se pegara más a la pared. Gimió.
–Severus, más rápido, casi no tenemos tiempo– apresuró Harry, mirándole con apuro.
El ojinegro no se hizo de rogar y empezó a embestirle con fuerza y rapidez. Harry se tapó la boca para que no se escucharan tan alto los gemidos que soltaban.
Muy pronto, el sonido del choque entra las pieles, la respiración agitada de Severus y los leves gemidos de Harry inundaron el lugar, haciendo un bajo eco.
–Te amo… Te amo…– susurraban ambos, a veces, dándose pequeños besos.
No fue mucho el tiempo cuando ambos culminaron, siendo las sombras el único testigo.
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Despertó jadeando. Estaba todo empapado de sudor, haciendo que el pijama se le pegara al cuerpo. Con un gruñido, se quitó las cobijas de encima y se sentó en la cama, apoyando sus pies en la alfombra del piso. Pasó su mano por sus cabellos, echándolos para atrás y miró su habitación en penumbras, solo iluminado por la tenue llama que todavía persistía en la chimenea. Parándose, sintiendo pesadez en todo el cuerpo, se dirigió a la puerta que comunicaba al baño.
Una vez dentro, se desvitió, dejando todas las prendas en un rincón junto a la bañera. Abrió los grifos de la bañera, dejando que el agua fría corriera y después abrir la de agua caliente para que entibiara. Cuando el agua estuvo a su gusto, cerró los grifos y se metió en ella. Un suspiro salió de sus labios, sintiendo como sus músculos se relajaban aún más. Para Severus, los baños eran algo sagrado.
Pasados unos minutos, se dio a la tarea de lavarse el cabello, para eso tomó un pequeño frasco de champo, vertió un poco en una de sus manos para luego proceder a restregarse el cabello. Luego, se encargó de enjabonar su cuerpo. Cuando estuvo listo, abrió la pequeña regadera que estaba encima de la bañera para quitarse los restos de jabón del cuerpo y del cabello.
Salió de la bañera entre vapores, tomando una toalla se secó todos los excesos de agua que había en su cuerpo para luego salir a la habitación.
Se dirigió al ropero que se encontraba al lado de su cama para sacar sus prendas de vestir. Ropa interior, un pantalón negro, camisa blanca, su túnica negra y su capa, también negra. Rápidamente se visitó con las prendas y se dirigió a un pequeño espejo que tenía en el cuarto, tomando el peine que se encontraba en una repisa al lado del espejo, se peinó dejando dos cascadas de cabello, una a cada lado de su rostro.
Dándose por satisfecho, salió de la habitación rumbo al gran comedor. Lamentablemente a esa hora eran muy pocos los alumnos que recorrían los pasillos del castillo, así que no podía castigar a ningún infractor, dado que casi todos eran los buena conducta del colegio.
Entró al gran comedor, pasando entre las mesas de los alumnos, para llegar así a la mesa de profesores.
En ella, solo se encontraba Dumbledore, cosa que no le extrañaba, McGonagall, Sprout y Hagrid. Se sentó al lado del director, del lado izquierdo, ya que el derecho era ocupado por al profesora de Transformaciones.
–Buenos días– dijo cortésmente, mirando brevemente a todos.ç
–Buenos días, Severus – le saludó animadamente el director. Mientras sorbía un poco de su té.
Durante 20 minutos se dedicó a comer, leer El Profeta y a mirar de vez en cuando a los alumnos que ya iban llegando. Eran ya las 7:30 de la mañana y las clases comenzaban a las 8. Así que el gran comedor estaba lleno de muchos más alumnos que hacía unos minutos.
Entre esos alumnos se encontraba el trío de oro, que, sentados cerca de la mesa de profesores, degustaban su desayuno.
Ron era el que más comía, tomando un poco de cada cosa para llevárselo inmediatamente a la boca. Hermione le regañaba de vez en cuando, criticándole lo grotesco que se veía. Y Harry solo reía mientras seguía comiendo.
Muchas veces, las miradas de Snape y Harry se encontraron, más nadie se dio cuenta, salvo ellos mismos. Era muy difícil para ambos tener que ocultarse de esa manera, pero tenían que hacerlo por el bien de ambos.
Cuando solo faltaban diez minutos para el comienzo de clases, muchos alumnos empezaron a abandonar el gran comedor, entre ellos, Harry, quien tenía pociones con los Slytherin a primera hora. Se dirigieron a paso lento hacia las mazmorras, hablando de temas triviales. En el transcurso del camino se les unió Neville, el cual ya no era tan introvertido como antes.
Después de la guerra, en donde Voldemort había sido vencido por Harry, muchas cosas habían cambiado. Neville ya no era aquel chico tímido del cual todos se burlaban. Snape, después de ser salvado por Hermione, quien tenía lágrimas de fénix en su bolso, no era tan injusto a la hora de quitar puntos y era “amable” al responder dudas de los alumnos. La rivalidad entre Gryffindor y Slytherin ya no existía, pero de vez en cuando se les podía ver peleando por cosas como el Quidditch. En fin, la guerra había hecho cambiar a muchos.
Entre esos, era el nuevo sentimiento que se profesaban Severus y Harry.
Harry no se arrepentía de nada de lo que hacía a escondidas de todos, ya que disfrutaba mucho de ello. Le hacía realmente feliz estar con Severus. Aunque los encuentros eran contados y muy discretos. Incluso en el aula de pociones tenía que disimular.
Y hablando de eso, la puerta hacia el aula de pociones apareció ante sus ojos. Vio a muchos gryffindor y slytherin esperando a que el profesor abriera la puerta, lo que ocurrió poco después, la figura imponente de Severus Snape les dio paso al salón. Uno a uno se fueron sentando en sus mesas de trabajo, Harry con Ron, Hermione y Neville.
Snape dio las indicaciones de la poción a realizar y solo el sonido de cuchillos cortando y calderos chocando contra la mesa fue lo que se escuchó. El ojinegro, viendo que todos estaban trabajando, se fue a sentar en su escritorio y empezó a revisar los ensayos de los de sexto, a los cual, estaba dando clase.
Pasaron veinte minutos y Harry si acaso había picado los ingredientes y encendido el caldero. No tenía mucha concentración, ya que se había fijado en las pequeñas marcas que habían en la mesa. Unas marcas que habían sido provocadas por él mismo la última vez que había visto pociones.
Ya todos los alumnos se habían ido, era la última clase de pociones de la semana y del día, por lo tanto, nadie entraría al aula en mucho tiempo.
–mmm… ¡ah!– gimió Harry cuando Snape lamió uno de sus pezones. La mesa del aula de pociones era ahora su improvisada cama. Odiaba a Severus en estos momentos, el sabía lo mucho qu ele gustaba que le lamiera sus botoncitos y por eso lo hacía despacio y de vez en cuando. Siempre era así, siempre terminaba suplicándole que siguiera.
–Estás más sensible que de costumbre, Haaaaarrryyyy – siseó su nombre, volviendo a atacar el botón rosado, logrando que Harry gimiera de nuevo. Si, lo odiaba.
–Por favor… ya hazlo…– susurró el joven, pegando sus caderas al cuerpo de Snape. Este último sonrió.
–No. Tienes que ser paciente– dijo mientras besaba su cuello, detrás de la oreja. Harry clavó sus uñas en la mesa cuando Snape bajó peligrosamente hacia su entrepierna.“¡No!” gritó Harry en su mente, no debía de pensar en esas cosas, menos allí, con todos sus compañeros al frente. Pero es que no podía evitarlo, ya la imagen se había instalado en su mente y no podía sacarla.
Miraba nerviosamente a todos, esperando que no se notara su rubor, pero Severus si se había dado cuenta, y sonreía muy disimuladamente. Sabía en lo que el joven pensaba, ya que en ese momento, Harry era como un libro abierto. Sus clases de Oclumancia no servían si seguía distrayendo por “tonterías”. Pero ahora aprovechaba. Y se divirtió aún más cuando Harry se resistió a que entrara en su mente.
Su “divertida” experiencia acabó cuando un caldero explotó.
–¡LOMGBOTTOM! – gritó Severus, mirando de mala manera a la persona culpable de tal accidente. Pero su enfado pasó a segundo lugar, cuando vio a Harry mirándose aterrado las manos y sus brazos.
Al explotar el caldero, Harry no tuvo tiempo de cubrirse, por lo que parte de la poción cayó en todo su cuerpo, incluso en su boca, ya que la tenía abierta y sin querer ingirió un poco.
Harry abrió desmesuradamente los ojos cuando el aire le empezó a faltar. Se llevó las manos al cuello, como si con eso le permitiera respirar mejor. Severus se acercó rápidamente a comprobar e inquieto le gritó a un alumno.
–¡Digale a Madame Pomfrey que esté preparada para una alergia grave!– se lo gritó a alguien, Hermione fue la que salió del salón de clases. Corrió a su escritorio y revisó nervioso todas las gavetas, hasta encontrar en una la poción que buscaba, no sería efectiva, ya que era para las alergias en general, pero le calmaría un poco y no correría peligro. Regresó al grupo que se había formado alrededor de Harry, y miró como Lomgbotton lo sostenía. Se arrodilló y le dio a ingerir la poción al gryffindor. Luego, sin importar las caras de asombro de todos, tomó en brazos a Harry y salió corriendo hacia la enfermería.
Cuando hubo llegado, Madame Pomfrey ya le esperaba advertida por Granger. Le indicó que lo acostara en la cama más cercana y apenas lo hizo, la enfermera le dio a beber varias pociones a Harry. Muy pronto, vieron como este se calmaba y empezaba a respirar mejor, hasta quedarse dormido por el agotamiento.
–Eso estuvo cerca– susurró la enfermera, limpiándose el sudor que tenía en la frente. Severus no dijo nada, solamente se dedicó a ver a Harry. Por poco lo perdía. Unos segundos más y podría haber muerto por asfixia. Eran muy raros los casos de ser alérgico a algún ingrediente. Pero si los había, Harry era prueba de ello.
Con molestia tuvo que regresar a la clase, limpió el desastre del gryffindor, descontó puntos y ordenó que se retiraran, no contaría esta poción en la calificación de los alumnos, o por lo menos, no a este grupo.
Se deshizo de todas las pociones inservibles y guardó todas las que estaban elaboradas correctamente. No podía desperdiciar esas pociones. Con cuidado se acercó al mesón de Harry y notó que su mochila se había quedado debajo de la mesa. Cogió la mochila y la llevó a su escritorio. Empezó a sentir ganas en revisar lo que contenía adentro, pero su sentido de ética no se lo permitió. Eran las cosas de Harry. Aunque fuera su pareja estaba mal el revisarlas.
Dejando de lado la tentación, dejó la mochila al lado de su escritorio y se puso a corregir ensayos hasta la próxima clase, la cual era Ravenclaw y Slytherin de quinto año. Por lo menos tenía asegurado de que todos trabajarían y no habría desastres de parte de ello.
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Era de madrugada cuando Severus entró a la enfermería. Sigilosamente caminó entra las camillas, sin llamar la atención de Madame Pomfrey, aunque conociéndola, estaría dormida en el sillón de su despacho. La labor de aquella mujer agotaba bastante.
Con cuidado, corrió las cortinas y se adentró a la cama dónde Harry se encontraba.
Se sentó en un pequeño taburete que estaba al lado de esta y le tomó la mano a Harry, apretándola. No supo cuando tiempo pasó, solo sabía que no podía dejar de mirar a Harry. Era tan hermoso, aunque nunca lo admitiría. Se dedicó a observarlo, a acariciar su cabello de vez en cuando. Y cuando estaba más atrevido, lo besaba suavemente en los labios.
Nadie reconocería al estricto profesor de pociones. Pero en estos momentos, no le importaba su reputación, solo aquel joven que yacía dormido en esa cama.
–Buenas noches, Severus– susurró una voz, sobresaltando al ojinegro. Con temor, se volteó y miró la azulina mirada del Director.
–Buenas noches…
–¿Puedes venir a mi despacho un momento?– Y Severus supo que era su fin.
Asintiendo, siguió a Dumbledore hasta su despacho. El director recitó la contraseña a la Gárgola y esta empezó a moverse. Subieron lentamente las escaleras, hasta llegar a la gran puerta de roble que daba al despacho de Albus.
Este le dio paso a Severus, mientras se sentaba en su silla y buscaba algo en los cajones del escritorio.
–¿Un caramelo de Limón?– le preguntó cuando hubo hallado lo que buscaba. Sus preciados caramelos de limón.
–No, Gracias Albus – Severus estaba bastante incomodo.
Pasó un buen rato en silencio, solo roto por el papel al ser retirado de los caramelos. El ojinegro no sabía dónde meterse. Sabía a que venía, más la espera lo estaba volviendo loco.
–Albus, yo…–pero se vio interrumpido por Albus.
–Los vi Severus. Vi todo– Severus se quedó callado.
–Albus, lo amo– Dijo sin avergonzarse. Si iba a pagar las consecuencias, lo haría con honor y no negaría nada.
–Severus, sabes que está prohibido, no solo el hecho de ser homosexual, si no el hecho de que son maestro y alumno. – le dijo Dumbledore, mirándole apenado. – No los expulso porque son como mis hijos, y esto quedará entre nosotros, pero hasta que Harry no se gradúe, no quiero verlos juntos.
Sabía que Albus tenía razón, y que ellos tenían suerte de estar allí todavía, aunque Harry fuera mayor de edad, todavía existía el problema de que él era su maestro.
Suspiró, saliendo del despacho de Albus. Este no lo detuvo, sabiendo que haría lo correcto.
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Deambulaba por los oscuros pasillos del castillo, sin ningún testigo. Ni siquiera los fantasmas se encontraban paseando por allí.
Sus manos se encontraban guardabas en los bolsillos de su pantalón.
Tenía que pensar demasiado en lo que haría. Dumbledore ya lo sabía, y muy pronto no sería el único. Los secretos tarde o temprano se sabrían, era algo que siempre ocurría.
El ya tenía una decisión, dejar a Harry hasta que este se graduara. No quería perjudicarlo, era lo que menos quería que pasara y si era expulsado justo antes de graduarse, le arruinaría la vida. Él ya tenía una vida hecha, podía trabajar en cualquier otro sitio después, pero Harry no, los estudios eran una llave muy importante cuando de trabajo se refería.
Estaba decidido, dejaría de ver a Harry, era lo mejor. Solo hasta que se graduara, ni un minuto más permanecería separado de él.
Regresó a su solitaria habitación, observando la pequeña llama en la chimenea frente a su cama. Con su varita, invocó más fuego. Fue a su armario, se colocó su pijama y luego se recostó en la cama.
“Solo hasta la graduación” pensó antes de caer dormido.
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Harry se decepcionó bastante al despertar y no encontrar a Severus. Se angustió cuando al pasar de las horas él seguía sin aparecer. No supo que pensar cuando pasó un día y Severus no iba. Después pasó el segundo, el tercero y el ojinegro siguió sin ir. Harry le preguntaba a Madame Pomfrey, disimuladamente, como estaban todos, y con todos incluía a Severus.
Ella le contestaba con una sonrisa que estaban bien, y que si quería reunirse con ellos tenía que seguir las instrucciones para que se recuperara más rápido.
Y Harry así lo hacía, solo para poder hablar con el ojinegro cuanto antes.
Para Severus no ver a Harry había sido un suplicio, ya que se había malacostumbrado a verlo por lo menos en clases. Siempre se repetía que era lo mejor, que todo era por el bien de Harry y se calmaba un poco. Pero luego seguía con la misma ansiedad en verlo.
En una de las noches en la cual no podía dormir y deambulaba por los pasillos del castillo, decidió hacer una visita fugaz a Harry. La enfermería estaba solitaria, incluso la enfermera no se veía a la vista.
Severus caminó sigilosamente hasta llegar a donde Harry se encontraba, quien para su sorpresa, estaba despierto.
Harry, quien había visto entrar a Severus, le indicó que se acercara y este no se negó a la petición.
– Me has estado evitando– le dijo Harry a Severus cuando este llegó a su cama en la enfermería. El ojinegro no contestó, simplemente se sentó y se mantuvo callado. – ¿Severus?
–Esto tiene que terminar, Harry– susurró el ojinegro, todavía sin mirarle.
–¿Cómo?–decir que Harry estaba asombrado era poco.
–Eso. Dumbledore lo sabe. Tiene que terminar, por lo menos, hasta que te gradúes– le dijo y esta vez sí le miró a los ojos.
–Entiendo…– fue lo único que dijo Harry.
Durante un buen rato, el silencio fue lo único que habitaba en aquella zona. Severus volvió su vista hacia la ventana y Harry miraba las sabanas. Todo eso sin decir nada, pues no sabía que podían decir en esa situación tan tensa.
Severus no se iba porque necesitaba una respuesta de Harry.
Pero Harry seguía sin decir nada. El ojinegro pensó que lo mejor era dejarlo solo y que pensara. Era una decisión difícil, pero él aceptaría cualquier cosa que Harry decidiera. Justo cuando iba a salir del lugar...
–Escapemos– dijo Harry, mirando al ojinegro, después de mucho tiempo de estar en silencio. Este se sorprendió mucho por lo dicho.
–¿Sabes lo que estás diciendo, Harry?– preguntó un poco dudoso de la cordura de su pareja.
–Sí, lo sé, no me importa abandonar todo por estar contigo. Si aquí no lo aceptan, nos iremos a otro sitio. Dónde no tengamos que escondernos– susurró Harry, tomando de las manos a Severus.
El ojinegro sonrió. Y Harry supo la respuesta.
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El escándalo que se formó en el mundo mágico tras la desaparición de su Heroe y el Maestro de Pociones duró meses para que se olvidara. Muchos Aurores por orden del Ministro Cornelius Fugde buscaron desesperadamente a los dos, pero ningún rastro fue encontrado y tiempo después dejaron de buscarlos.
Los amigos de Harry junto con la familia Weasley estuvieron preocupados durante varios meses, hasta que Harry se comunicó con ellos y les avisó que estaba bien, que no regresaría hasta que las cosas se calmaran. Eso mantuvo un rato tranquilo a sus allegados.
En cambio, Severus y Harry se habían ido a vivir a un pequeño pueblo al límite de Escocia en el cual tenían una casa campestre. Severus se dedicaba a hacer tónicos medicinales y muy pronto tendría su propia tienda. Harry le ayudaba en él cultivo de sus plantas y trabajaba en la panadería que había cerca de su casa.
Hace unos años, ninguno se veía trabajando y viviendo como un muggle. Un mago aspiraría a trabajar siempre con la magia. Pero ahora que lo estaban haciendo, no se arrepentían. La vida era amena en aquel pueblo y nadie preguntaba nada. Ahora, parados en medio de su sala, mirándose con ojos enamorados, sabían que habían tomado la decisión correcta
Harry se acercó lentamente a Severus, dejando que la pequeña llama de la chimenea les iluminará suavemente. Apoyó sus brazos y el resto de su cuerpo en el pecho de Severus, y este le rodeó con sus brazos. Harry le miró, como aquella primera vez que se vieron con otros ojos. Cuando el odio dio paso al amor.
–Te amo. Ahora y siempre– dijo Severus mientras besaba levemente los labios de Harry
No dijeron nada más, no era necesario.
Las sombras, como siempre fueron su único testigo…