alisevv
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| Tema: El amor que salvó un reino. Capítulo 10. Y ahora estás arrepentido, ¿no Sev? Mar Jul 08, 2014 7:02 pm | |
| Severus salió de la cueva, tan furioso y dolido que no miró y casi chocó contra Bill, quien le estaba esperando justo afuera. Cuando se enfrentó con los ojos azules, apenas pudo sostenerle la mirada.
—¿Por qué lo hiciste, Severus?— el hombre no contestó—. ¿Tan furioso estás, que no te importó dañarme al utilizarme como objeto de tu venganza?
El hombre de ojos negros apartó la mirada, avergonzado. Después de un largo rato, musitó con voz ronca un tenue ‘lo siento’
Bill se acercó y puso una mano en su hombro.
—Sí, sé que lo sientes. Pero estás descontrolado. La rabia y los celos no te están dejando pensar.
Severus se revolvió, nuevamente furioso, apartando la mano posada en su hombro, y encaró a Bill, los ojos humedecidos del llanto contenido.
—¿Qué debo pensar?
—Severus, escucha— el tono del joven era pausado—. Cuando supe lo de la boda, pensé muchas cosas de ese muchacho, y ninguna fue buena, te lo aseguro. Pero lo he estado observando desde que llegó, al fin y al cabo es mi rival— rió amargamente—. La alegría que había en su rostro cuando te vio no puede ser fingida, Severus. Como tampoco es posible fingir el profundo dolor que acabo de ver allá adentro.
—Es muy buen actor, ¿cierto?— la hermosa voz sonó amarga por el sarcasmo—. ¿Y por qué me estás diciendo todo esto? Deberías estar feliz.
—Yo te amo, tu tristeza de ninguna forma puede hacerme feliz— razonó el hombre pelirrojo—. No te dejes guiar por los celos, son malos consejeros. Entra y permítele que te explique.
Severus lo miró un momento y luego miró la entrada de la cueva, enfrentando una terrible lucha interna. Pero tantos días de tristeza y furia pagaron su precio y los celos volvieron a ganar. Segundos después, el Príncipe daba media vuelta y se perdía en la oscuridad de la noche.
Para Hermione y Remus, el camino hasta las montañas nubladas había sido realmente penoso. Luego de una revisión minuciosa, Draco había encontrado que, además del golpe en la cabeza, Remus presentaba tres costillas fracturadas y varios hematomas. Para evitar agudizar el dolor y la incomodidad del herido al transitar por caminos complicados y pedregosos, el carruaje había tenido que avanzar muy lentamente, por lo que no llegaron a las cuevas hasta casi el amanecer.
Para el momento de su llegada a la zona de grutas que usaban como viviendas, su tío había logrado quedarse dormido a consecuencia de los calmantes, por lo que Hermione lo dejó en las sabias manos de Draco, quien lo llevaría a la cueva que usaban como hospital para que lo revisara el doctor, y aceptó agradecida la mano de su prometido para bajar a tierra.
—Sirius, por favor, necesito ir con Harry— suplicó la joven, apremiante.
El capitán asintió y se acercó hasta uno de los hombres de guardia.
—Buenas, Colin, ¿cómo estuvo la noche?
—Todo tranquilo, mi Capitán— contestó el joven soldado, cuadrándose ante su superior.
—¿Me puedes decir dónde está el joven visitante que llegó con Su Alteza?
—En la cueva del fondo, mi Capitán.
Sirius maldijo en arameo, esa era la cueva más húmeda y fría de toda la zona.
—Gracias, Colin— se acercó de nuevo a Hermione—. Ven, amor, acompáñame.
Caminaron con cuidado, alumbrados por los tenues rayos de sol que empezaban a despuntar por el horizonte. Cuando entraron en la gruta, la oscuridad era casi total, pues la llama del único quinqué existente estaba a punto de apagarse. En un rincón, observaron la figura de Harry, acostado en posición fetal y abrazado a si mismo en un intento por darse calor.
—¡Harry, por Dios!— exclamó Hermione y corrió hacia él. Sirius, viendo la situación, salió del recinto y llamó de nuevo al guardia.
—Colin, por favor, consígueme varias mantas, unos quinqués, y una jarra de té caliente y varias tazas. Enseguida.
Volvió a entrar para encontrarse con una escena desoladora: Harry temblaba y lloraba desconsolado, abrazado a su hermana, quien lo acunaba con amor, llorando también. Se acercó presuroso y, quitándose su cálido abrigo de piel, se agachó y lo puso sobre los hombros del chico.
—No me quiere, Hermi— gemía, desconsolado—. Todo fue mentira, lo hizo por la maldita corona.
—Shhh, mi niño, shhhh.
—¿Por qué lo hizo? ¿Qué hice yo para que fuera tan cruel?
Pasó un buen rato así, mientras Harry descargaba su congoja en esos brazos amorosos. Para el momento en que llegaron las mantas, ya el joven estaba más calmado. Sirius colgó un par de lámparas de unos salientes de roca y extendió las mantas de piel en el piso. Después sirvió una taza de té caliente y la tendió hacia Harry, quien la rechazó con un gesto de la mano. Ante eso, Hermione tomó la taza y habló con tono suave.
—Vamos, pequeño, bebe un poquito, te calentará. Anda.
Como si de un niño se tratara, el joven tomó el recipiente y comenzó a dar pequeños sorbos. Sirius tomó otra taza y la entregó a Hermione.
—Voy a salir un momento— lanzó a la chica una mirada significativa y ella entendió a quien iba a buscar—. Afuera va a quedar Colin de guardia, cualquier cosa que necesiten, no duden en pedírsela.
Tomó la mano de Hermione y la besó suavemente y luego sonrió a Harry, antes de abandonar la cueva a grandes zancadas.
Mientras el carruaje continuaba su breve camino hacia el hospital, Draco se dedico a admirar las facciones de un Remus que, aún en sueños, tenían una mueca de dolor.
—Eres hermoso— musitó en voz baja, pasando la punta de su dedo por sus largas pestañas—, y pareces simpático, aunque a veces seas un tanto gruñón— sonrió levemente—. Sabes, espero que te quedes un buen tiempo por aquí— al notar que el carruaje se detenía, Draco zarandeó suavemente al herido para despertarlo y musitó, subiendo un tanto el tono de voz—. Despierta, Remus, hemos llegado.
El hombre abrió los ojos con lentitud, parpadeando para tratar de espantar el sueño.
—¿Qué…?— musitó después de un rato—. ¿Draco? ¿Dónde estamos?
—Bienvenido a las Montañas Nubladas— replicó el rubio en tono alegre—. Estamos en nuestro hospital de campaña. ¿Crees que puedas levantarte y entrar apoyado en mí o prefieres que mande buscar una camilla?
—Caminaré— replicó el otro, mientras Draco lo ayudaba a incorporarse lentamente—. Pero no al hospital, tengo que ver a Harry.
—No te preocupes, tu sobrina y Sirius fueron con él.
Draco abrió la puerta del carruaje y lo ayudo a descender. Al ver que un hombre hacía ademán de ayudarlos, Remus decidió que no iba a perder la poca dignidad que le quedaba intacta permitiendo que lo llevaran a rastras como un inútil, así que inclinándose ligeramente sobre su acompañante, musitó:
—Sólo tú, por favor.
Entendiendo, Draco hizo un ademán al enfermero, indicándole que no precisaban su ayuda.
—¿El Doctor Karkaroff está despierto?— preguntó al ayudante.
—Fue a dormir, pero dejó dicho que le avisáramos en cuanto ustedes llegaran— explicó el hombre—. Con su permiso, voy a llamarlo.
Asintiendo, Draco hizo que Remus recargara su peso sobre él y lo condujo poco a poco al interior de la gruta.
Mientras caminaban, de alguna manera ambos hombres se sentían seguros y reconfortados. Draco disfrutaba la calidez que emanaba el recién llegado, y Remus, la extraña sensación de dejar a alguien más al mando de su vida, aunque sólo fuera por un momento.
Al entrar, el hombre de cabello castaño miro el lugar, sorprendido. Era de estructura rectangular, alto techo, y realmente inmenso. Además, tenía unas salidas naturales, probablemente horadadas gracias a la lluvia y el tiempo, que ofrecían una buena provisión de luz y ventilación, y Remus supuso, acertadamente, que por eso había sido elegida para instalar el hospital de campaña.
Adosadas a lo largo de las paredes de la enorme gruta, se encontraban varios jergones hechos de paja, todos ellos provistos de buenas mantas, y algunos de estos ocupados por personas heridas o enfermas. Y a un lado de cada jergón ocupado, un pequeño quinqué para alumbrar en la noche.
Draco guió al herido hacia una de las camas vacías y lo ayudó a acostarse. Pese al cuidado con que lo hizo, Remus no pudo evitar emitir un leve quejido.
—¿Duele mucho?— preguntó el joven rubio.
—Un poco— gimió el otro, mientras se acomodaba sobre la paja, que cubierta con un pulcro lienzo blanco, se sentía suave y cómoda.
—Han pasado varias horas desde que te administré el calmante. Creo que ya puedes tomar otra dosis pero prefiero esperar al doctor.
En ese momento, un hombre alto y flaco, con una barba un tanto descuidada, entró presuroso en el recinto y se acercó a la cama.
—Lord Draco, disculpe que me fuera a dormir, pero ayer fue un día ajetreado y como no llegaban…
—No se disculpe, doctor, entendemos perfectamente— lo interrumpió Draco—. Le presento a Lord Remus Lupin. Remus, el Doctor Igor Karkaroff.
—Encantado, Milord— el hombre hizo una pequeña inclinación a modo de saludo—. Si me permite revisarlo.
A medida que lo hacía, Draco iba comentándole lo que había hecho para curar cada una de las heridas. Al final, el médico revisó la herida de la cabeza y sonrió, satisfecho.
>>Excelente trabajo, Lord Draco— comentó, mirando al joven—. Yo no lo hubiera podido hacer mejor. Es una verdadera pena que no se le permita estudiar medicina, usted hubiera podido llegar a ser un gran cirujano— Remus miró al muchacho con extrañeza pero no dijo nada—. ¿Cómo está el dolor?— escuchó que preguntaba el médico y giró su atención hacia él, sonriendo débilmente.
—Me duele un poco— contestó.
—Un mucho, diría yo— terció Draco.
—¿Qué le diste contra el dolor?
—Una porción de morfina, pero ya pasaron varias horas, lo más probable es que el efecto haya pasado.
—Bien, mandaré que le preparen un calmante. Morfina no, es demasiado fuerte y puede crear adicción. Pero como va a estar quieto por unos días, una droga más suave bastara. Además, necesita tomar antibióticos— informó el galeno con una sonrisa—. Ahora, si me disculpan, voy a retirarme. Mandaré una persona con las medicinas y para que le vende nuevamente— terminó, señalando la cabeza de Remus.
—No será necesario, doctor— replicó Draco, esbozando una sonrisa cansada—. Yo me ocuparé de Lord Lupin.
—Pero usted también se ve cansado, Lord Draco— argumentó Karkaroff—. Si se enferma, Su Alteza se va a molestar, con usted y conmigo.
—Le prometo que en cuanto termine yo también me iré a dormir un rato.
—Como desee— aceptó el hombre—. Si me acompaña, le indicaré las medicinas apropiadas— se giró hacia Remus—. Que descanse, Milord.
—Muchas gracias por todo, doctor.
Minutos después, Draco regresó con una bandeja con vendas y material médico y, en silencio, empezó a curar a Remus. Luego de un rato, el inglés habló suavemente.
—¿Por qué no se te permite estudiar medicina?— indagó, curioso.
—Soy fértil— admitió ante la sorpresa del herido—. Al igual que las mujeres, no me permiten opción para estudiar medicina.
Saliendo de su asombro, Remus miró al joven con comprensión, y por qué no decirlo, inconscientemente agradecido ante la idea de que fuera fértil.
—Sí, las cosas en Inglaterra tampoco son fáciles para las damas y los varones fértiles. Hace apenas seis años que aceptaron la primera mujer como doctora en medicina— comentó, antes de fruncir el ceño—. Pero no entiendo algo, ¿tú dijiste que eras hijo de Lucius Malfoy, no?— ante el breve asentimiento de su interlocutor, continuó—: Si las cosas son como en Inglaterra, él debe tener tu tutoría hasta que te cases— un nuevo asentimiento—. Entonces, ¿cómo es que estás aquí y no con tu padre?
—Es una larga historia— contestó el joven, sin apartar la vista de su trabajo de curación—. Viví en el castillo desde que nací. Mi madre murió siendo yo muy pequeño, y mi padre… bien, digamos que él nunca fue muy paternal que se diga, por lo que quienes se preocupaban por mi eran mi abuelo y mi tío Severus.
El inglés bufó al oír el nombre del Príncipe y Draco lo miró a los ojos.
—Mi tío es un buen hombre, Remus— defendió con voz dolida—. Ha pasado por muchas tristezas últimamente y está muy confundido, pero ama a tu sobrino.
—Bien, mejor sigue con tu historia— le animó el hombre, pues no deseaba hablar sobre el Príncipe por el momento.
—Cuando cumplí once años, mi padre decidió abandonar el palacio y mudarse a la mansión que había heredado a la muerte de su abuelo materno, junto con el resto del patrimonio Malfoy. Mi abuelo y mi tío sabían que si me llevaba con él sería mi perdición y que me remataría al mejor postor en cuanto tuviera edad para casarme— Remus se sobresaltó ligeramente pero no lo interrumpió—. Hablaron con Lucius y lo convencieron de cederle mi custodia a mi tío Severus; nunca supe cómo lo convencieron porque no me quisieron contar, pero puedo adivinar que le ofrecieron una fuerte suma de dinero— a pesar del tiempo transcurrido, su voz aún reflejaba un tinte de tristeza ante el recuerdo—. Supongo que la idea de tener dinero en mano y no tener que esperar hasta poder casarme le resultó muy atractiva.
—Lo siento— musitó Remus, apoyando su cálida mano en el hombro de su ‘enfermero’
—No lo sientas— Draco sonrió débilmente—. Fui un niño y un joven muy feliz. Mi abuelo y mi tío me dieron todo el amor que me negó mi padre. Para mí, Severus es mi padre— se apartó ligeramente del herido—. Bien, esto ya está. Ahora te vas a tomar el calmante y el antibiótico y vas a dormir un buen rato— le pasó las medicinas y el otro las tomó, obediente—. Hay un par de enfermeras de guardia en la sala, si te despiertas y necesitas algo, sólo tienes que pedirlo. En cuanto me levante vendré a verte— lo arropó con cuidado y sonrió—. Que descanses, Remus.
El inglés se arrebujo en la manta y también sonrió.
—Tu también, Draco.
Cuando Sirius salió, dejando a Harry al cuidado de los amorosos brazos de su hermana, se encaminó presuroso hacia la cueva que había sido habilitada como el dormitorio del Príncipe; al llegar, observó que no había guardia en la entrada, por lo que tomó un camino lateral y se dirigió al sitio que utilizaban como cuartel general.
Efectivamente, en la entrada del cuartel, uno de los soldados de la guardia del Príncipe custodiaba atentamente.
—Buenos días— saludó Sirius con cansancio. En ese momento necesitaba unas cuantas horas de sueño y la idea de enfrentarse con Severus no le agradaba ni un poquito.
—Buenos días, mi Capitán— contestó el soldado, cuadrándose con actitud marcial.
—¿Se encuentra el Príncipe?
—Sí, mi Capitán.
Asintiendo, fue a entrar en la cueva, pero se dio media vuelta, mirando a su subordinado.
—¿No tendrás un poco de café por ahí?— le preguntó, sabiendo que los soldados siempre hacían café para calentarse y mantenerse despiertos durante las guardias nocturnas. El otro se alejó hacia un pequeño fogón, con la idea de poner a calentar un recipiente de metal que había a un lado, pero Sirius lo detuvo—. Dámelo así como está.
—Pero está frío, mi Capitán— objeto el soldado.
—Que se aguante— gruñó en voz baja, para después alzar la voz—. No te preocupes, así está bien.
Armado con el recipiente con café, entró en el cuartel y lo primero que notó fue el fuerte olor a alcohol que reinaba en el recinto.
>>Me lo suponía— masculló para si, mientras su vista iba a recalar en la figura de Severus, sentado ante la mesa, en cuya superficie se encontraba una botella medio vacía de chacha, el aguardiente típico de la zona.
—No quiero hablar con nadie— la voz de Severus sonaba ronca, en parte por la bebida y en parte por el dolor.
—No, supongo que no— Sirius se acercó y la tendió el vaso con café—. Tómate eso— al ver que el hombre iba a protestar, alzó lo voz en una orden perentoria—. ¡Tómalo, maldición! Quiero hablar contigo y para eso necesito que estés lúcido— como el hombre seguía sin obedecer, el capitán siseó, amenazante—. O te la tomas o juro que te la hago tragar.
A regañadientes, Severus llevó el recipiente a sus labios y dio un trago.
—¡Rayos, esto está helado!
—Mejor, así te espabilaras antes. Tómalo todo— el otro iba a protestar, pero ante la cara de pocos amigos de su compañero, decidió que eso sería poco saludable, así que tomó el resto del dichoso mejunje—. ¿Ya estás más lúcido?
—¿Para qué demonios quieres que esté más lúcido?— preguntó, lanzando con furia el recipiente—. ¿Acaso mi maldito hermano está atacando el campamento?
Sirius se sentó frente a él y contestó con otra pregunta.
—¿Qué locura te poseyó para tratar a Harry cómo lo hiciste?— le reclamó en tono brusco.
—Claro, tenía que haber supuesto que todo tu drama estaba relacionado con el lorcito— rió con amargura y trató de tomar de nuevo la botella de chacha, pero Sirius se la arrebató segundos antes.
—Ya es suficiente. Ahora te vas a calmar y me vas a oír serenamente— gritó Sirius, sin importarle que pudiera escucharlo el guardia de la entrada.
—No quiero— gritó el otro igual de alto—. No me da la gana escucharte.
El capitán respiró profundamente, buscando serenarse.
—Severus, escucha— dijo en un tono mucho más bajo—. Harry cayó en una trampa, él creía que venía a Moribia a reunirse contigo.
—Sí, claro, y se supone que yo debo creer eso, ¿no?
—Deja la ironía que esto es serio. Escucha.
A medida que Sirius hablaba, el horror del Príncipe aumentaba. No, aquello tenía que ser una mentira inventada por Harry y su familia. Mientras negaba con la cabeza, Sirius terminó de hablar, extrajo la carta enviada por Lucius y se la entregó en silencio. Dominando a duras penas el temblor de sus manos y las náuseas repentinas, abrió la carta y empezó a leer.
—Esto no puede ser— levantó sus anegados ojos negros y los clavó en su amigo—. Yo nunca escribí esto.
—Pero la letra es casi igual a la tuya. Supongo que Lucius consiguió un buen falsificador.
—¡Dios, qué hice!— el hombre arrugó la carta y escondió el rostro entre sus manos, y esta vez lloró sin contención ante el horror de sus propias acciones.
Castillo de Piedra Anktar
Lejos de las Montañas Nubladas, en la capital del reino, Lucius no se encontraba mucho más tranquilo que su hermanastro. El día anterior, en vista que avanzaba la noche y la comitiva procedente de Inglaterra no llegaba, había mandado un grupo de soldados para averiguar qué había sucedido. Después de una noche sin dormir, esperando noticias, se mostraba ojeroso y desaliñado, muy diferente del habitualmente elegante Lucius Malfoy.
Un ruido en la puerta del despacho le hizo girarse rápidamente hacia la entrada.
—¡Al fin!— casi gritó, al ver a su enviado en el umbral—. Demonios, Crabbe, ¿dónde te habías metido? ¿Y por qué tienes esas fachas?— se movió hacia el recién llegado y aferrándolo por los hombros, lo zarandeó—. ¿Dónde está Lord Potter?
—Milord, este… yo…—
—¿Tú qué?— lo zarandeó más fuerte—. ¿Dónde dejaste al muchachito? ¡Vamos, responde!
—Se lo llevaron, Milord— replicó el hombre, aterrado.
—¿Cómo que se lo llevaron? ¿Quién? ¿A dónde?
Crabbe empezó a retroceder ante la furia que destilaban los ojos de su jefe y justo en ese momento entró Argus al despacho.
—Lucius, ¿qué pasa? ¿Por qué tanto grito?
—Pasa que estos imbéciles perdieron a Potter— nuevamente se acercó a Crabbe, amenazante—. Cuéntame qué pasó.
El hombre contó rápidamente todo lo relacionado con el asalto mientras Lucius maldecía en voz baja.
—Maldición, maldición, maldición— recitó como un karma, mientras se sentaba en la silla de su escritorio, el ceño fruncido y el rostro congestionado de furia—. ¡Maldición!
—Crabbe, déjenos solos— ordenó Argus, y el otro, aliviado, se apresuró a obedecer—. Pero no se aleje mucho, más tarde quiero que nos cuente exactamente todo lo que pasó.
Una vez solos, se dirigió al barcito en la esquina y sirvió dos generosas raciones de whisky, puro. Se acercó al escritorio y entregó una a su sobrino, sentándose frente a él.
>>Tómalo, sé que es muy temprano pero en este momento lo necesitamos— observó mientras el otro fruncía el ceño—. ¿Qué piensas hacer?
El hombre rubio meditó largo rato, la vista clavada en el vaso en su mano, antes de darle un largo trago y contestar.
—Aún no lo sé. Lo único que tengo claro es que debemos apoderarnos nuevamente de ese muchacho inglés, es nuestro único seguro en estos momentos.
—Si lo llevaron a las montañas va a ser imposible, el único camino viable para llegar allí está custodiado por gente armada hasta los dientes, y encima cuentan con la ventaja de que pueden esconderse entre las rocas al punto de ser indetectables. Atacarlos allí es imposible.
—No sé, aún tenemos entre ellos a Peter, tal vez podamos utilizarlo— musitó el hombre rubio.
—¿Tienes forma de contactarlo?
—Imposible, sólo viene cuando puede escaparse sin que su ausencia resulte extraña. Habrá que esperar a que aparezca, y mientras tanto, iremos pensando en un buen plan e intentando que el Sultán nos dé algo más de tiempo— tomó una campanilla que había sobre su escritorio y la hizo sonar un par de veces. Al instante, un lacayo entró, solícito.
—¿Llamó, Su Majestad?— preguntó, haciendo una torpe reverencia, poco acostumbrado a servir bajo las órdenes de la nobleza. Lucius bufó, molesto, los del servicio doméstico seguía siendo una sarta de incompetentes. En cuanto se deshiciera de los rebeldes y del condenado Sultán de Mejkin, conseguiría una servidumbre que estuviera a su altura, aunque tuviera que elegirlos y entrenarlos en persona.
—Que venga el Capitán de la Guardia, enseguida— cuando el hombre dio media vuelta para salir, Lucius lanzó un resoplido, molesto—. ¿No cree que olvida algo?
El otro se giró nuevamente, blanco como la cera y temblando de miedo, demasiada gente había muerto últimamente como para no temer.
—Perdone, Su Majestad— se inclinó nuevamente, esta vez con más acierto—. ¿Necesita algo más?
—Es todo, márchate de una vez.
—¿Para qué necesitas a tu capitán?— preguntó su tío, cuando la puerta se cerró nuevamente.
—Con toda seguridad, Severus intentará comunicarse nuevamente con los padres de Potter, no puedo permitir que eso llegue a ocurrir. Voy a hacer que refuercen las fronteras, especialmente los límites con Turquía, quiero darle instrucciones al respecto. Y también quiero que interrogue a Crabbe y le de un castigo ejemplar a la patrulla que fue a proteger a Potter. Si esto sigue así no me va a derrocar mi hermanastro, sino la sarta de incompetentes que me rodean.
Montañas Nubladas
Acurrucado bajo una gruesa cobija para protegerse del frío, un Harry mucho más tranquilo escuchaba atentamente todo lo que Hermione le contaba acerca de lo acontecido todos esos meses en Moribia.
—Lamento muchísimo que muriera el Rey— dijo el joven con sinceridad cuando su hermana terminó el relato—. Parece que el tal Lucius es muy cruel y despiadado.
—Según Sirius, es un criminal sin escrúpulos. Ni siquiera Draco lo quiere.
—¿Draco?
—Es el joven que curó a tío Remus y lo atendió todo el camino hasta aquí. Es muy agradable, y ni veas cómo trató a nuestro tío cuando empezó a gruñir, fue muy divertido.
—Me imagino— a pesar del comentario, Harry fue incapaz de sonreír—. ¿Y qué tiene que ver con el tal Lucius?
—Es su hijo, pero está completamente distanciado de él.
—Con un padre así también yo lo estaría, ¿cómo pudo inventar algo tan siniestro para hacerme venir? ¿Qué pretendería con eso?
—Según Sirius, casarse contigo.
—¡¿Qué?! ¡¿Ese hombre está loco o qué?!— exclamó Harry, espantado. Luego, miró a Hermione con los ojos inundados de tristeza—. ¿Y Severus se lo creyó?— el silencio de la chica fue una respuesta mas que elocuente—. ¿Cómo es posible que pensara esa barbaridad de mí?
—Lo lamento.
Ante el ronco susurro, ambos jóvenes levantaron la vista sobresaltados, para encontrarse con Severus y Sirius parados a corta distancia; ensimismados en su conversación, no los habían escuchado entrar. Harry se levantó con presteza, envarándose de inmediato en actitud defensiva, mientras Sirius tendía la mano a Hermione para ayudarla a levantarse.
—Vamos, te guiaré hasta tu cueva— musitó suavemente el capitán. Al ver que su prometida se resistía a abandonar a su hermano, la tranquilizó—. Severus ya sabe todo, Harry va a estar bien. Ellos deben hablar.
Después de lanzar una furiosa mirada a Severus, que el hombre ni siquiera notó pues sus ojos seguían clavados en Harry, la chica acepto a regañadientes que Sirius la guiara hacia el exterior. Mientras tanto, el joven Lord Potter cruzó la cobija alrededor de su cuerpo, intentando paliar el fuerte escalofrío que lo estaba atenazando. Pese a eso, apelando a toda su dignidad, hizo una perfecta inclinación y musitó:
—¿Su Alteza deseaba algo más?
Severus se adelantó un paso, pero al ver que el joven retrocedía, se detuvo.
—Por favor, Harry, necesito que me perdones— la voz del hombre se oía ronca y quebrada por el dolor y el arrepentimiento—. Lo siento tanto— al ver que el joven lo miraba sin reaccionar, continuó—. Yo estaba tan celoso y tan equivocado, creí que…
—Sé lo que creyó Su Alteza— lo interrumpió el otro en tono cortante.
—Harry, por favor— la voz del Príncipe jamás había sonado tan suplicante antes—. Yo estaba agobiado. Mi padre muerto y mi reino perdido, el pensar en tu amor fue lo único que me sostuvo todos estos meses, y de repente, ese maldito telegrama decía que venías a casarte con quien me estaba arrebatando todo. Yo había resistido todo, todo, pero era incapaz de resistir tu pérdida.
—¿Y por eso atacaste antes de preguntar?— el hombre bajó la cabeza, avergonzado, no pudiendo resistir los verdes ojos que, anegados de lágrimas contenidas, lo miraban con reproche.
Mientras observaba al hombre que pese a todo aún amaba, una miriada de emociones azotó el corazón de Harry. Recordaba la voz dulce de Hermione, contándole todas las cosas por las que había pasado Severus, recordó que pese a todos sus errores era un hombre bueno, recordó que Severus sólo era humano y por ello falible, y principalmente recordó lo que su madre le había inculcado desde niño: el poder del perdón. Un poder que no sólo sanaba a aquel a quien era concedido el perdón sino a la persona que lo concedía. Y él no deseaba odiar a Severus, porque ese odio destruiría todo lo bueno que alguna vez había sentido. Mirando todavía la cabeza inclinada del hombre, decidió que para poder seguir su vida y evitar que quedara atada a un sentimiento oscuro y destructivo, producto de las terribles palabras que habían minado su corazón y hecho trizas sus esperanzas, debía perdonar.
—Está bien, Severus, te perdono.
El hombre alzó su sorprendida mirada negra y la fijó con amor en el rostro del más joven.
—Gracias, mi amor— musitó, avanzando un paso—, no sabes cuanto…
Harry también retrocedió un paso y alzó la mano, interrumpiendo al Príncipe.
—No te acerques, por favor.
—Pero no entiendo— ahora estaba desconcertado—. Dijiste que me perdonabas.
—Y te perdono. Perdono tu agresión, tus palabras hirientes, perdono todo el dolor que me causaste— habló con voz cálida, desprovista de su sequedad inicial.
—¿Entonces?
—Te perdono como ser humano, Severus, pero tú y yo ya no podemos ser ni siquiera amigos— los ojos oscuros se nublaron por el dolor, porque de algún modo sabía que Harry no estaba hablando por hablar, que estaba sintiendo todo lo que decía—. Ya no puedo confiar en ti ni en tu amor, aún tengo clavadas en el corazón todas las cosas que me dijiste.
—Pero eran mentiras, las dije guiado por el dolor— argumentó el otro en un desesperado intento.
—¿Y cómo puedo saber que ahora dices la verdad si antes mentiste? ¿Cómo puedo olvidar? Aunque yo quisiera mi corazón no podría.
—Harry, por favor…— el resto de la súplica murió en los labios del Príncipe, al ver la determinación en los ojos del hombre que amaba.
—Voy a seguir aquí porque entiendo que no puedo marcharme todavía, pero hasta que eso suceda, le agradecería enormemente que se mantuviera lejos de mi, Alteza.
Severus sintió que su corazón caía en pedazos ante las duras palabras, pero entendía que él mismo se las había buscado.
—¿Ya no me amas?— la pregunta apenas fue escuchada por Harry.
—No se puede dejar de amar de la noche a la mañana— contestó el joven.
—Entonces no voy a dejar de luchar por ti— declaró Severus con determinación—. Te voy a dejar el espacio que me pides, debo respetar tus deseos, pero voy a demostrarte que te amo sinceramente y que puedo hacerte olvidar todo esto.
Apretando los dientes en un intento por mitigar su dolor, daba media vuelta, dispuesto a salir, cuando escuchó la voz de Harry, llamándolo. Al girarse nuevamente a mirarlo, vio que el joven estiraba un brazo, en su mano el medio colgante con la piedra de ópalo.
—Esto ya no me pertenece.
El hombre lo tomó y lo colocó alrededor de su propio cuello, donde ya estaba el colgante con la esmeralda.
—Este dije es tuyo y siempre lo será— mientras hablaba, Severus ya no pudo contener la tristeza y unas pequeñas lágrimas resbalaron por sus mejillas—. Te lo entregué junto con mi corazón. No sé cómo, no sé cuándo, pero voy a lograr que vuelvas a confiar en mí, y ese día te lo voy a entregar completo, tal como te lo prometí.
Y sin otra palabra, el Príncipe de Moribia abandonó la cueva definitivamente.
Gotitas Històricas
Chacha: Aguardiente típica de Georgia y las regiones del Cáucaso. También se acostumbra a beber kvas, una cerveza dulce hecha de malta de cebada, centeno y mucha azúcar y el vodka. | |
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