La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 El amor que salvó un reino. Capítulo 5. De regreso al hogar

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alisevv

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MensajeTema: El amor que salvó un reino. Capítulo 5. De regreso al hogar   El amor que salvó un reino. Capítulo 5. De regreso al hogar I_icon_minitimeLun Jul 07, 2014 5:32 pm

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Una vez aceptado el compromiso por parte de los padres de un joven fértil, las reglas de la Corte exigían su aceptación por parte de la Reina Victoria. Estas viejas reglas habían sido obviadas durante los últimos años, pues luego de la muerte de su esposo, cuatro años antes, la Reina había desaparecido prácticamente de la vida pública, encerrándose a cal y canto, así que la autorización de los matrimonios la realizaba su hijo, Alberto Eduardo, Príncipe de Gales.

Sin embargo, dado que Severus era un Príncipe heredero, el protocolo imponía que la aceptación procediera de la mismísima Reina.

Así, lo primero que habían hecho Severus y Harry, al día siguiente de la petición, había sido viajar, en compañía del resto de la familia Potter, a la Isla de Wight. Allí, en Osborne House, se habían entrevistado con la Reina Victoria, quien había apoyado encantada la unión, y dado que el hijo de un importante miembro de la Corte se iba a convertir en Príncipe Consorte de Moribia, había ofrecido el incondicional apoyo político y económico de Inglaterra al pequeño reino. Severus había abandonado Osborne House mucho más tranquilo de lo que había estado en años, al fin podría garantizar la paz y seguridad de su pueblo.

Una vez se supo la noticia de que el Príncipe invitado había elegido como Consorte al hijo recién presentado en sociedad del Marqués de Potter, empezaron a correr comentarios de todo tipo, desde los que pensaban que formaban una pareja hermosa, hasta los que decían que el Marqués de Potter había aprovechado su influencia para casar a su hijo y convertirlo en Consorte de un Rey, y en medio de estos extremos, habían surgido una miriada de opiniones de toda índole.

Ajenos a todos esos chismes, y ya libres de compromisos de protocolo, los enamorados pudieron dedicarse a ellos mismos y a su amor. Así, Harry y Severus disfrutaron su relación hasta el último minuto, logrando atesorar una serie de bellos recuerdos que los ayudarían a resistir el tiempo de soledad, una vez que el Príncipe tuviera que regresar a su hogar.

La noche antes de su partida, la pareja estaba conversando calidamente, en su pequeño escondite del jardín.

—Te voy a extrañar tanto, Severus— decía Harry, acurrucándose en los brazos del mayor—. Estos meses se me van a hacer eternos.

—A mí también, amor— musitó el hombre, besando el rebelde cabello negro de su prometido—. Pero tienes un montón de cosas que preparar, verás que el tiempo se pasará volando.

—Mi madre está como loca— se quejó el chico, frunciendo la nariz—. Me dijo que en cuanto te fueras, teníamos que ir al sastre a confeccionarme no sé cuantos trajes. Dice que el Consorte de un Príncipe debe vestirse apropiadamente— bufó, molesto—. Cualquiera diría que me visto como mendigo.

Severus se echó a reír.

—O como jardinero— se burló, besándole la punta de la nariz—. Aunque incluso como jardinero te veías hermoso, amor— Harry frunció la nariz, molesto, y Severus rió más alto—. No te enfades, mi pequeño jardinero— musitó con ternura—. Además, tu madre tiene razón. Quiero que te veas deslumbrante en la Corte de Moribia. Y también debes recordar comprar ropa de abrigo apropiada, el invierno en Anktar es realmente inclemente.

—Pues si mi madre cree que me voy a pasar tantos meses comprando está demente— replicó Harry—. Ni hablar.

—¿Y entonces qué piensas hacer para no extrañarme?— Severus apartó con dedos suaves un mechón de la frente de Harry.

—Ante todo, quiero aprender más cosas sobre Moribia— replicó Harry, con semblante serio—. Padre estuvo averiguando y hay un viejo profesor, creo que se llama Flitwick o algo así, que estuvo algunos años viviendo allí, estudiando las costumbres, la cultura y el idioma, incluso pasó un tiempo entre las gentes que viven en la montaña.

—¿En serio?— Severus lo miró, genuinamente asombrado—. Que raro, nadie me habló de él. Me hubiera gustado conocerlo.

—Padre lo supo apenas esta mañana. Parece que el hombre vive en Escocia, creo que le gustan las montañas— Harry le hizo un guiño y Severus rió, divertido—. Pero vamos a comunicarnos con él. Quiero que me enseñe todo lo que sepa del país.

Severus se le quedó mirando largamente y al final, acariciando su mejilla, musitó:

—Gracias.

—¿Por qué?— Harry lo miró, intrigado.

—Por preocuparte por aprender cosas de mi hogar y de mi gente.

—A partir de ahora van a ser también mi hogar y mi gente— replicó, decidido—. Severus, no quiero ser sólo un objeto de adorno en tu palacio o la garantía de que tu trono está seguro. Quiero que tu pueblo me quiera y confíen en mí. Quiero ser tu apoyo y tu sostén tanto como tú serás el mío.

Severus lo abrazó fuertemente y le dio un tierno beso.

>>Ah, y por cierto— dijo Harry con una sonrisa—, Hermione también va a estudiar conmigo.

—Pues va a ser gracioso— comentó Severus, sonriendo.

—¿Por qué?

—Porque mi amigo Sirius sabe mucho de tropas y todo eso, pero de la cultura de Moribia, nada que ver… Y por supuesto, ni peregrina idea del idioma que hablan los montañeses. Su mujer va a saber más que él.

—No te preocupes, verás lo pronto que Hermi lo pone en cintura.

Ambos se echaron a reír de imaginar al pobre Sirius bajo la batuta de la estricta Hermione. Cuando las risas cesaron, Severus metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cajita alargada que entregó a Harry, indicándole que la abriera.

Encantado, el joven la abrió, encontrando dos cadenas de plata de las que pendía una luna, también plateada, y en cuyos extremos se podían ver dos piedras pequeñas, una esmeralda y un ópalo.

Con mucho cuidado, como si se fuera a quebrar, Harry tomó las cadenas y sacó el colgante, admirándolo contra la luz del atardecer.

—Severus, es precioso— comentó—. ¿Pero por qué tiene dos cadenas?

—Déjame mostrarte.

Severus tomó el colgante entre los dedos e hizo presión. Como consecuencia, la joya se abrió, dejando dos mitades separadas, cada una con una de las piedras preciosas en el extremo. Luego colocó una cadena en cada mitad.

>>Ésta es tu mitad— dijo, mostrándole la media luna que llevaba el ópalo—. ¿Me permites ponértela?— sonriendo feliz, Harry giró y dejó que Severus colocara la joya alrededor de su cuello. Luego, levantó la cadena con la medialuna de la piedra verde—. Y ésta es la mía— sonriendo aún, Harry fue quien esta vez cerró la cadena alrededor del cuello de Severus. Entonces, el hombre tomó las manos de su prometido y las estrechó con cuidado—. Voy a llevar mi dije contra mi pecho, junto al corazón, y deseo que tú hagas lo mismo. El día que nos encontremos de nuevo, uniremos las dos medialunas y tú lo guardarás para nuestro primer hijo. Hasta ese día, te ruego que no lo alejes de ti.

—Te juro que siempre lo llevaré junto a mí— dijo Harry, con los ojos húmedos de emoción, mientras acariciaba el dije en su pecho. Entonces, su expresión cambió y su bello rostro mostró una repentina preocupación.

—¿Qué pasa, Harry?— preguntó el hombre, inquieto ante la expresión de su prometido.

—No sé, es que tengo un presentimiento—musitó en voz suave, como si incluso temiera expresar lo que sentía en voz alta—. Siento que una vez que estés lejos, cualquier cosa podría pasar. ¿Y si no podemos reunirnos nuevamente?

—Nada va a pasar, amor- Severus acarició su mejilla en un gesto tranquilizador—. En cuanto pasen estos meses, nos reuniremos en Moribia para casarnos, y jamás volveremos a separarnos.

—Lo prometes.

—Te lo juro, y voy a contar los días hasta que el dije esté entero de nuevo— murmuró, casi sobre sus labios.

—Yo también, amor, yo también.

Y entonces, sellaron su promesa en un apasionado beso, rogando porque el destino muy pronto volviera a reunir sus caminos para convertirlos en uno solo para siempre



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Castillo de Piedra
Anktar—Moribia


La sala de armas del Castillo de Piedra era una espaciosa habitación rectangular, cuyas ventanas estaban cubiertas por hermosos vitrales que, por efecto de los rayos de sol que llegaban de los jardines exteriores, inundaban al recinto de una luz de tonalidad sonrosada. Los pisos, de mármol, refulgían con esplendor, y de las paredes de piedra pendían multitud de escudos y una gran variedad de armas blancas, espadas, sables, dagas, hachas, ballestas, algunas con muchos siglos de antigüedad. Desperdigados por los rincones del salón, también se encontraban múltiples armaduras, cotas de malla, cascos, incluso un uniforme completo, original, de un centurión romano.

En medio del impresionante salón, dos figuras masculinas, una rubia y otra pelirroja, se enfrentaban, espada en mano, cada uno de ellos midiendo la fuerza del contrario.

El más joven se deslizaba con elegancia, como si estuviera practicando una danza ritual, movimientos que había aprendido luego de innumerables horas de práctica en esa misma sala. Sus estocadas eran rápidas y firmes, y las prodigaba de manera certera mientras giraba y se defendía del ataque del contrario.

Los movimientos del otro hombre eran bastante más toscos pero igual de efectivos. A diferencia de su contrincante, había aprendido a pelear afuera, en los campos llenos de sangre, defendiendo las fronteras del reino ante el enemigo.

El metal de las espadas relucía, echando chispas en cada encuentro, mientras gotas de sudor corrían por debajo de los petos protectores, producto del esfuerzo y la tensión a los que estaban sometidos los espadachines.

De pronto, el hombre rubio dio un giro rapidísimo, sorprendiendo a su oponente, y de un golpe certero hizo volar la espada de sus manos. Luego, se quitó la careta y, sin mucha ceremonia, se sentó en el suelo, apoyando la cabeza contra la fría pared de piedra. Momentos después, el otro se sentó a su lado, resoplando agotado.

—Bill, te estás volviendo viejo— se burló el rubio afectuosamente—. Tienes menos resistencia que antes y pierdes la concentración más fácilmente.

—Viejos los caminos, que sólo tengo ocho años más que tú— replicó el hombre, resoplando—. Es la falta de acción. La vida en la ciudad me está oxidando.

—Pues si la situación sigue como va, pronto verás acción— se lamentó Draco Malfoy, antes de mirar al otro con el ceño fruncido—. ¿Has averiguado algo más sobre las andanzas de mi padre?

—Nada en concreto, pero corren fuertes rumores de que sigue reclutando adeptos, e incluso se dice que ha estado hablando con gente de fuera.

—¡Demonios!— masculló Draco, rechinando los dientes.

—¿Se ha sabido algo de Su Alteza? ¿Pudo lograr su objetivo?

Draco se le quedó mirando detenidamente.

—¿Te importaría si lo hubiera logrado?

El hombre pelirrojo enrojeció, ligeramente turbado. Luego de un momento, contestó:

—Por supuesto que no— negó con vehemencia—. Sé cuan importante es que el Príncipe consiga un Consorte inglés lo antes posible.

—¿Y tus sentimientos? ¿Ya no sientes nada por mi tío?

Bill frunció el ceño, molesto.

—¿A qué viene todo este interrogatorio justo ahora?— preguntó de mal talante.

Draco lo observó fijamente antes de contestar.

—No me lo tomes a mal, has sido mi amigo desde que recuerdo y realmente me preocupo por ti— musitó suavemente—. Disculpa por haberte presionado, no fue mi intención.

Se produjo un largo silencio hasta que Bill se decidió a hablar nuevamente.

—Lo nuestro pasó hace mucho— murmuró como si reflexionara consigo mismo—. Éramos más jóvenes y siempre supimos que nuestra relación no tenía futuro, dado que yo no soy fértil y la Corona necesita un heredero— respiró hondo antes de continuar, como si en verdad resintiera lo que iba a decir—. Además, aunque hubiera sido fértil la situación tampoco hubiera cambiado ya que Su Alteza nunca me amó realmente.

—Él te quiere mucho, Bill.

—Sí, pero querer no es lo mismo que amar— el joven pelirrojo fijó la vista al frente, en un punto inexistente, y finalmente confesó la pequeña esperanza que guardaba en su corazón—. Sabes, de verdad espero que Severus encuentre una persona a quien amar, quiero que sea feliz. Pero si eso no sucediera, yo haría el intento nuevamente.

—¿Qué quieres decir?— inquirió Draco, extrañado por las desconcertantes palabras.

—Como tú has dicho, él me quiere. Si no es feliz en su matrimonio, voy a tratar de que vuelva a estar conmigo.

—Pero él seguiría casado y ustedes…

—No me importa. Dado el caso, me conformaría con ser su amante.

—¿Tanto así lo quieres?— Bill se limitó a mirar a su amigo pero no contestó—. ¿Y si mi tío regresa enamorado de su pareja?

—Entonces me alejaré definitivamente— replicó el otro, tajante—. Ya lo dije, sólo deseo su felicidad— de pronto, relajó el semblante, y deseando dejar ese tema, retomó su pregunta inicial—. Entonces, ¿ya logró su objetivo?

—Todavía no sabemos nada— el rubio movió la cabeza con desaliento—. Pero con lo complicadas que son las comunicaciones no me extraña que no nos haya llegado información. Los ingleses llevaron el telégrafo a la India y otros países; incluso los turcos lo tienen. Pero nosotros, no. Espero que ahora que la Princesa o el Príncipe Consorte va a ser inglés, nos ayuden con muchas cosas que necesitamos con urgencia— se levantó de un salto y fue a una mesita cercana, sirviendo dos copas de una bebida refrescante, una de las cuales entregó a Bill—. Pero sobre tu pregunta, espero que ya lo haya conseguido. De hecho, estoy pensando enviarle una carta pidiéndole venga lo antes posible.

—¿Por qué la prisa?— Bill dio un sorbo a su bebida mientras miraba a su interlocutor, intrigado.

—El Rey está mal— musitó Draco, los ojos grises impregnados de tristeza—. Cada día desmejora más. Y si muere mientras el legítimo heredero esté fuera, cualquier cosa podría ocurrir en Moribia— el joven agitó la cabeza para alejar esos pensamientos, antes de mirar al pelirrojo con aire retador—. En fin, dejemos eso, igual no podemos resolver nada por el momento. ¿Te animas a que te de otra paliza?

—Eso crees tú; ésta va a ser mi revancha, que este ‘viejo’ todavía puede enseñarle unas cuantas cosas a un mocoso como tú— se plantó firme frente a Draco—. En guardia.

—En guardia.

Y nuevamente el salón se llenó del sonido de las espadas chocando y la vitalidad de los jóvenes espadachines.



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Vapor Josser
Mar Negro



Severus levantó la vista para fijarla en su mejor amigo, quien acababa de derrumbarse en una silla frente a él.

—Que madrugador— comentó, alzando una ceja con extrañeza.

—No podía dormir, más de un mes navegando en esta balsa me tiene a punto del desespero— replicó Sirius, con el ceño fruncido.

—Al Capitán no le haría mucha gracia oírte hablar así de lo que él considera su pequeña joya. El Josser es uno de los barcos de vapor más modernos. De hecho, tampoco creo que a mi padre le haría gracia, le costó un buen pellizco a las arcas del reino.

Sirius se encogió de hombros, para él cualquier barco era una balsa y no veía la hora de tener sus pies sobre tierra firme.

—Pues yo bendigo que falten pocas horas para llegar— comentó, para luego fijar la vista en la hoja posada sobre la pequeña mesita que servía a Severus de escritorio—. Y al parecer tú tampoco puedes dormir, ¿qué haces?

Severus tomó la hoja que estaba escribiendo y la guardó, como protegiéndola de ojos indeseados. Sirius observó el detalle y sonrió

>>Así que escribiendo otra vez a Harry— comentó, burlón—. ¿Cuántas hojas llevas ya? En lugar de una carta le vas a enviar un libro.

—Al menos he estado haciendo algo productivo en el viaje y no durmiendo cual marmota— contraatacó el Príncipe—. A Harry le gustan las aventuras y sé que va a disfrutar con mis descripciones. Así el tiempo de separación le resultará más corto— miró al otro con una ceja alzada—. ¿Y tú le has escrito a Hermione?— Sirius sonrió más ampliamente—. Lo imaginé. Te aconsejaría que aprovecharas el tiempo que falta hasta que lleguemos y escribieras unas líneas a tu prometida. Así dejamos todo en la oficina de correos antes de seguir hacia Anktar.

—¿Y quemarme los ojos como tú a la luz de un quinqué?— comentó, señalando la pequeña luz en una esquina de la mesita—. Ni hablar.

—Pues va a llevarse un disgusto cuando Harry reciba todas esas hojas y ella no reciba nada— lo miró con intención—. ¿No crees?

Sirius bufó, levantándose.

—No sé quien me mandó a comprometerme con la hermana del novio de un escritor frustrado— renegó en voz baja, antes de salir rumbo a su camarote, a escribir la dichosa carta.

Severus soltó una carcajada y se dispuso a seguir con su tarea. Aún tenía mucho que escribir antes de llegar a puerto.



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Mansión Potter
Londres



—¿Y cómo van las clases con el Profesor Flitwick, Harry?— preguntó James Potter, mientras toda la familia disfrutaba del delicioso flan que era el postre de ese día.

—Estupendas— contestó el joven, con entusiasmo—. El profesor sabe un montón de cosas sobre Moribia. Vivió allí cinco años, y uno de ellos estuvo habitando entre los Moribs. Las costumbres del país en general son muy similares a las de Inglaterra, aunque al parecer son algo más permisivos con la gente joven— dijo con intención y sus padres sólo sonrieron—. Lo que me está costando más es el idioma antiguo, es muy complicado. No sé cómo hace Hermione para entenderlo tan rápido— se quejó, bastante frustrado.

—Tú problema es la conjugación de los verbos— le recordó su hermana—. Tenías la misma dificultad cuando estudiábamos francés.

—Ni lo menciones— replicó el Potter menor, frunciendo el ceño.

—Mamá, lo que si queríamos pedirte, es que nos dejes acompañarte en tu próxima visita al hospital- pidió Hermione.

Lady Lily se quedó mirando a sus hijos, realmente intrigada. Jamás habían manifestado inclinación alguna a acompañarla cuando iba a realizar su labor social.

—¿Y a qué se debe el repentino interés?— preguntó, extrañada.

—Quisiéramos ver si nos pueden enseñar los conocimientos básicos sobre primeros auxilios— explicó la chica—. Ya sabes, lo que hay que hacer ante heridas, picaduras de serpientes, ese tipo de cosas.

—¿Y para qué quieren ustedes saber eso?

—Vamos a viajar lejos y no sabemos qué podremos encontrar— quien habló esta vez fue Harry—. Severus me contó que su país es muy montañoso y agreste, tal vez haya zonas peligrosas, y pienso que un mínimo de conocimientos sobre lo que hacer en caso de accidente no nos mataría.

—Pero tú vas a ser el Príncipe, tendrás gente que hará eso por ti— argumentó su madre—. No veo la necesidad.

—Pues yo sí la veo— intervino su esposo—. Recuerda que estuve sirviendo en las colonias y sé cuan inhóspitas y peligrosas pueden ser esas tierras. A mí me parece una excelente idea— felicitó, sonriendo a sus hijos.

—No sé, no creo que las monjitas permitan que los chicos hagan algo en el hospital— la Marquesa seguía dudosa.

—Estoy seguro que las convencerás— declaró el Marqués, dando por concluido el asunto—. Y ahora, qué les parece si vamos al estudio a tomarnos un digestivo y me siguen contando todo lo que han adelantado para la boda.



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Castillo de Piedra
Anktar—Moribia


Estaba casi anocheciendo, cuando las cabalgaduras de Severus y Sirius entraron en la ciudad de Anktar. Esa mañana, en cuanto desembarcaron, se habían dirigido a la oficina de correos a dejar las cartas para Londres, con la orden expresa de que salieran en el primer barco que zarpara. Luego habían ido a las cuadras del puerto a buscar sus cabalgaduras, que habían sido perfectamente cuidadas en su ausencia, y dejando instrucciones para que enviaran sus equipajes más tarde, habían partido a toda velocidad.

Apenas se habían detenido en una posada del camino, para descansar y comer algo, y de inmediato habían seguido camino. Severus tenía un extraño presentimiento, ansiaba ver a su padre lo antes posible.

Cruzaron la ciudad a toda prisa, esquivando carruajes de caballos y algunos parroquianos, que los miraron asombrados; poco después, entraban por las amplias puertas del palacio.

—Su Alteza, bienvenido— lo saludó el primer mayordomo real, que salió a recibirlo—. ¿Cómo estuvo el viaje?

—Normal— replicó el Príncipe, mientras le entregaba su capa de viaje y su sombrero—. ¿El Rey está en el estudio?— indago, a sabiendas que ése era el lugar preferido de su padre, especialmente durante las horas del atardecer.

—No, Su Alteza— contestó el hombre, solícito—. Su Majestad está en sus aposentos.

—¿A esta hora?— el Príncipe frunció el ceño, no era normal que su padre se acostara tan temprano—. Ni siquiera es la hora de la cena.

—Su Majestad no se ha sentido bien últimamente.

—¿Cómo así, qué le….?

—Tío Severus, Sirius— la voz de Draco interrumpió lo que iba a decir Severus—. Al fin llegan.

—Draco— Severus se acercó al más joven y le dio un abrazo—. ¿Qué le pasa a mi padre?

—Empeoró— el hombre rubio sacudión la cabeza con desconsuelo.

—Pero no entiendo. El médico dijo que si se cuidaba y tomaba sus medicinas estaría bien por varios años aún. Él estaba bastante bien, por eso me fui tranquilo.

—A los pocos días de tu partida empezó a desmejorar aceleradamente y nadie puede dar una explicación clara del por qué, ya que según los exámenes que le han hecho, su enfermedad no ha avanzado. Debe ser otra cosa pero nadie sabe qué. Su médico incluso llamó a otros especialistas para pedir sus opiniones pero todos están igual de desconcertados.

Severus frunció el ceño y dio media vuelta.

—Estaré en las habitaciones del Rey— fue todo lo que dijo, antes de desaparecer por un pasillo lateral.

Caminó presuroso y pronto se encontró frente al guardia que custodiaba la recámara real.

—Su Alteza— el guardia se inclinó, respetuoso.

—Buenas noches— saludó Severus, brevemente—. Quisiera ver al Rey, ¿estará despierto?

—No sabría decirle, Alteza —contestó el guardia—. Pero si lo desea, puedo llamar a su valet.

—No, no será necesario. Verificaré yo mismo.

Severus agradeció con un sencillo movimiento de cabeza y abrió con cuidado la puerta de madera. Si su padre estaba dormido no quería despertarlo.

Camino silencioso hasta el majestuoso lecho donde, apenas iluminada por la tenue luz de una vela, la figura del Rey se veía muy pequeña en la enorme cama. Cuando llegó al lado de la cama, se inclinó y observó ansioso al hombre dormido.

Albus Dumbledore estaba extremadamente pálido, y mucho más delgado que la última vez que lo había visto. Sus hermosas hebras plateadas ahora se veían de un tono gris deslucido, y bajo los ojos cerrados se mostraban unas marcadas ojeras.

—Padre— musitó el hombre, agobiado—, ¿qué te pasó?

Ante la suave y angustiada voz, el enfermo se removió en la cama y abrió los ojos.

—Severus— murmuró, alzando con esfuerzo la delgada mano—. Regresaste.

—Si padre, aquí estoy— el Príncipe tomó su mano y la sostuvo, mientras se sentaba en la cama, a su lado—. ¿Cómo te sientes?

—Ahora bien— el anciano esbozó una débil sonrisa—. ¿Conseguiste Consorte?— Severus asintió en silencio—. ¿Cuéntame quién es?

—Es un joven, el hijo menor del Marqués Potter.

—¿De James? No sabía que tenía un hijo fértil— murmuró, encantado con la idea de que fuera hijo de su viejo amigo—. ¿Cómo es?

—Tiene dieciocho años y es muy guapo— contó Severus, con un tono de añoranza—. Tiene mucho temperamento y es muy inteligente, te aseguró que será un gran Príncipe Consorte.

—¿Son ideas de viejo o noto un tono entusiasta en tu voz?— Severus sonrió y los ojos azules del anciano brillaron de alegría—. ¿Te gusta el chico?— el más joven asintió—. ¿Será posible que tal vez lo ames?— un nuevo asentimiento y el Rey suspiró con alivio.

>>Cuando partiste a cumplir mi petición, quedé con el corazón acongojado— la voz del anciano era tan débil que apenas se oía—. No sabes cuanto oré para que encontraras una persona que también llenara tu corazón, y veo que mis súplicas fueron oídas. Ya puedo morir en paz.

—Tú no vas a morir, viejo tonto— le dijo Severus, y antes que pudiera protestar, continuó—: Mañana a primera hora voy a hablar con el doctor y verás que pronto descubriremos qué tienes— se inclinó y depositó un tierno beso en la cabeza blanca—. Y ahora, a dormir, que ya fueron suficientes emociones por un día.

Y como si el anciano estuviera esperando esa orden, cerró los ojos y cayó en un sueño tranquilo y reparador.

>>Voy a averiguar qué te está pasando, padre. Te lo prometo.



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Mansión Malfoy
Anktar-Moribia



—¿Cómo que ya regresó? Se suponía que iba a estar ausente mucho más tiempo.

—Yo mismo lo vi entrando al palacio, Milord— quien hablaba era un hombre bajito y encorvado, a quien le faltaba una mano que suplía con un guante plateado—. Iba acompañado por el Capitán de su guardia.

—Demonios— gritó Lucius Malfoy, dando un manotazo al hombrecillo.

—No ganas nada con agredir a Peter, él sólo te trajo el mensaje— habló Argus Malfoy con voz pausada, mientras el denominado Peter trataba de alejarse, tembloroso—. Te advertí que esto podría ocurrir. Supongo que ahora reconsiderarás los planes.

Antes de contestar, Lucius miró a Peter.

—Largo— el otro se apresuró a cumplir la orden. Cuando ya alcanzaba la salida, escuchó la voz aristocrática—. Mantén los oídos atentos. Supongo que de algo servirá que seas sirviente del palacio.

—Sí, Milord. Estaré atento, Milord.

—¿Entonces?— insistió Argus, una vez que el otro hubo partido.

—Los planes seguirán como hasta ahora. Continuaremos envenenando al Rey. McGonagall dice que está muy mal, no creo que dure mucho tiempo.

—¿Cómo se te ocurre?— la voz del hombre se escuchaba aguda por la inquietud—. Si tu hermanastro nos descubre iremos directo a las manos del verdugo.

—Ese pusilánime no va a descubrir nada. Y si lo hace, la culpable será McGonagall, a ella será a quien corten el cuello— replicó Lucius, sin un átomo de compasión—. La abrupta llegada de Severus me hace pensar que no logró su objetivo y por tanto no cuenta con el apoyo de los ingleses, y aunque lo haya logrado, aún faltan varios meses para que llegue la supuesta novia.

>>Ya finiquité una jugosa alianza con uno de nuestros vecinos, que nos proporcionará hombres y armamentos, sólo necesitamos tiempo para introducirlos al país sin que lo noten. Cuando los tengamos, tomaremos el poder. Con el vejestorio del Rey muerto, estoy seguro que el principito no tendrá ni siquiera el apoyo de los que considera su pueblo.

—¿Con quién negociaste al final?

—Con el Sultán de Mejkín.

—¿Qué? ¿Te volviste loco acaso? ¿Olvidaste las múltiples batallas que se dieron en las montañas de la frontera para evitar que esa gente se apoderara del territorio? Estoy seguro que van a querer las minas a cambio.

—De hecho, ya las pidieron.

—¿Y accediste?— el rubio asintió en silencio—. ¡Por Dios, Lucius! Esas minas son la principal fuente de ingresos de Moribia.

—Se las prometí, pero eso no quiere decir que se las vaya a dar.

—Claro, y al negarte a cumplir el trato, en lugar de una guerra civil vas a tener una guerra con Mejkin, ¿te parece sensato?

—Ya nos preocuparemos de eso cuando sea el momento— desestimó el rubio, sin darle más importancia al asunto—. Por lo pronto, mi única preocupación es apoderarme del trono de Moribia… y deshacerme de la familia real.



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Gotitas de música


Hoy les quiero traer unos pedacitos de Las Bodas de Fígaro y La Danza del Sable

De Wolfgang Amadeus Mozart, Las Bodas de Fígaro (Le Nozze de Fígaro), de 1786.
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De Aram Khachaturiam, La Danza del Sable (del ballet Gayaneh), de 1942
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De Bethoven, sonata para piano Nº 14, Claro de luna, op. 27, nº 2, de 1801
El amor que salvó un reino. Capítulo 5. De regreso al hogar Zaqui_zpso1riue2f



Gotitas históricas

Antes de las gotitas, quería aclarar que, como supondrán, Moribia no existe, ni existía en 1865, es producto de mi muso, el loquito. Sin embargo, por cuestiones de la trama, voy a pedirles imaginen que queda en Asia, en la zona del Cáucaso Menor, en lo que hoy vendría a ser un pedacito de la actual República de Georgia, colindante con Turquía y que formó parte del antiguo imperio soviético. Por supuesto, los países vecinos, como Mejkin, también son de ficción.

Inicialmente, pensaba ubicarla más cerca de la India, pero para 1865 aún no funcionaba el canal de Suez, y colocarla en ese lado del mundo hubiera implicado muchos días más de viaje por barco, lo cual no era práctico a los fines de la historia.

En cuanto al tiempo de viaje en vapor, poco más de un mes, es también una estimación, no conseguí averiguar cuantos días tardaría exactamente un viaje en esas condiciones, pero no creo que me haya alejado demasiado; dado el caso, espero sepan disculparme.

Ahora las gotitas.

Ubicación de Georgia Por si a alguien interesa, en estos mapas pueden encontrar la ubicación de la actual Georgia y la distancia que la separa de Inglaterra. Que Sev y Sirius tuvieron que navegar y navegar ^^.

http://go.hrw.com/atlas/span_htm/asia.htm


Isla de Wight : La Isla de Wight es un condado insular situado en la costa sur de Inglaterra, enfrente de la ciudad de Southampton. Coloquialmente es conocida como "La isla" (The island) por sus habitantes. Su población en el año 2003 era de 136.252 habitantes. La reina Victoria hizo de Osborne House su residencia veraniega. Eso convirtió la isla en el principal lugar de vacaciones para la realeza europea.
Luego de la muerte de su esposo, Victoria evitó las apariciones públicas y rara vez visitaba Londres. Aunque ella realizó sus deberes oficiales, no participó activamente en el gobierno, permaneciendo confinada en sus residencias reales, Balmoral en Escocia o en Osborne House en la isla de Wight. (N/A: Elegí la Isla de Wight para el fic por su cercanía a Londres)

Quinqué: Lámpara de petróleo con un tubo de cristal y un sistema de corriente de aire, inventada por el físico suizo Aimé Argand a finales del siglo XVIII, y mejorada y comercializada por su contemporáneo Antoine Quinquet, farmaceuta francés a quien debe su




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El amor que salvó un reino. Capítulo 5. De regreso al hogar
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