Araleh Snape
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| Tema: La familia que siempre quise. Capítulo 23. Sáb Jun 29, 2013 1:40 pm | |
| CAPÍTULO 23
LA CONFESIÓN DE ADAM
Esa noche ninguno de los dos quiso despedirse, así que pasaron muchas horas en el mismo lugar, abrazados, entrelazando juguetonamente sus dedos, besándose ocasionalmente. Perdido el miedo, a Severus se le hacía tarde para saborear más de aquella boca, era tan suave, tan exquisita y trasmitía un hechizante amor que lo deslumbraba, no quería pensar en ello, pero nunca antes se había sentido amado de ese manera.
Eran las cinco de la mañana cuando luego de una gran renuencia por parte de ambos, ya se encontraban frente al retrato de la Dama Gorda, pero continuaban besándose larga y suavemente.
— Potter… ya déjeme ir. —pidió Severus sin dejar de besarlo—. Alguien puede salir.
— Es demasiado temprano para que alguien salga. —respondió sin soltarlo, colgado de su cuello para poder alcanzarlo con más facilidad, el profesor era lo suficientemente alto para tener que ponerse de puntillas a pesar de que él había crecido bastante en los últimos meses—. Y usted besa tan rico que no quiero dejar de hacerlo.
— Mañana podemos continuar. —propuso ahogando una sonrisa—. No hemos dormido nada y se nos dificultará mantenernos despiertos durante las clases.
— Después de toda la adrenalina que me ha hecho secretar, dudo mucho que pueda dormir por lo menos en una semana.
— Ya, Potter, no sea necio. —dijo con más firmeza para conseguir separarse del chico—. Vaya a la cama y descanse por lo menos unos minutos.
Harry sonrió, y aunque le costaba dejarlo ir tuvo que hacerlo. No le desanimaba que el profesor hubiera dejado de tutearle como lo hizo cuando le confesó lo que sentía, comprendió que el hombre era así, quizás temía acostumbrarse demasiado y que un día le saliera en público… ¡pero como le gustaría que lo llamara por su nombre y que le permitiera hacer lo mismo a él!... aunque por el momento, ese juego también resultaba extremadamente excitante.
Harry no tuvo ningún problema para no dormirse durante las clases, se sentía tan feliz que incluso en historia de la magia quería brincar en su asiento, le era imposible borrar la sonrisa de sus labios, sintiendo todavía la alegría revoloteando por sus venas. Ron y Hermione le miraban de reojo con preocupación, temiendo que su amigo estuviera sufriendo de algún ataque de ansiedad, sólo los tranquilizaba el hecho de sus ojos verdes relucían como nunca, además de que Ron sabía que Harry no había llegado a dormir sino hasta que estuvo a punto de amanecer, no tenía que pensar mucho para imaginarse con quien estuvo. Lo que no le cuadraba era verlo tan excitado por todo, recordó que luego de pasar la noche con Adam llegó rendido a su cuarto y ni bien tocó su cabeza la almohada él ya no tenía noción de tiempo, espacio y lugar.
A mediodía, mientras estaban en el comedor, la sonrisa de Harry se borró. Vio como Adam entraba por una puerta lateral y luego de decirle algo a su padre, salió sin siquiera mirar hacia su mesa, ni siquiera buscando a Ron, y eso ya era decir demasiado.
— ¿Qué hace aquí?... ¿No fue a su colegio? —preguntó a Ron, alarmado.
— No, parece que no.
— ¿Estará enfermo?... ¡Ron, ve a preguntarle, por favor!
— Deja de angustiarte por él. No está enfermo. —dijo Ron al notar el cambio en su amigo.
— Me rehuye, ni siquiera me mira. —respondió con tristeza, dejando a un lado su preocupación, confiando en que su amigo no le mentía—. No me va a perdonar nunca.
— Estás haciendo un drama, bueno, en realidad los dos lo hacen, pero se supone que tú eres más fuerte, Harry. ¿Porqué no lo buscas tú?
— ¿Crees que deba?
— ¿No quieres reconciliarte con él? Anda, ve a buscarlo, que también a mí me haces la vida imposible, Adam luego se pone triste y no tiene ganas de nada.
— ¡¿Qué diablos estás tratando de decir con eso, Ronald Weasley?! —exclamó mirando a su amigo con indignación—. ¡Más te vale que te portes bien con él y no andes de…
— Hey, deja ese comportamiento paternal, Harry, que Adam no es un niño y no es tu niño, además. —afirmó Ron divertido de la preocupación excesiva de su amigo—. Además, el único que podría decir algo ni se entromete… —dijo refiriéndose al profesor de pociones—… creo que está aprendiendo a respetarme.
Harry volteó hacia la mesa de los profesores, Snape le miraba y con un disimulado movimiento de cabeza le hizo ver que debía ir tras Adam. Ya no lo dudó más, fue hacia el lobby con toda la intención de llegar a las mazmorras antes de que Adam se encerrara y ya no quisiera abrirle. Harry salió tan apresurado que no se dio cuenta que el comedor entero reía, extrañamente a Ron le habían salido un precioso par de cuernos rojos que combinaban con su cabello… Snape disimulaba una sonrisa mientras disfrutaba complacido de la imagen que tenía ante él. Dumbledore le miró brevemente con reproche, pero finalmente se unió al coro de risas del alumnado y profesores y se olvidó de reprender al pocionista.
Al llegar al lobby, Harry se sorprendió de encontrar al chico de cabello negro recargado en el quicio de un arco que conducía a las escaleras. Adam se irguió al verlo y luego de un par de segundos, le sonrió con nerviosismo. Eso fue todo lo que Harry necesitó, corrió hacia él abrazándolo feliz de tenerlo de regreso.
— ¡Adam, bebé, perdóname, por favor perdóname! —le pidió emocionado de sentir que el chico le correspondía al abrazo—. No era mi intención lastimarte, Adam, pero lo que siento por tu padre es sincero y no pude evitarlo, cuando me enamoré de él no sabía que no era libre.
— Harry… lo sé. —dijo con timidez—. Siento mucho no haberte buscado en cuanto lo comprendí, pero tenía miedo de que estuvieras enojado conmigo.
— Yo no tengo ningún motivo para molestarme, Adam.
— Te pegué. —dijo separándose un poco para acariciarle la mejilla—. No debí hacerlo, no tenía derecho, Harry.
— Tal vez sí lo tuvieras, de cualquier modo eso ya quedó en el pasado.
— ¿Podemos hablar? Mi padre me dio permiso de no ir al colegio hoy.
— ¿Qué?... ¿El profesor Snape hizo eso? —preguntó sonriendo sorprendido.
— Sabe que no podría concentrarme hasta aclarar todo contigo.
— Pero todo está aclarado, Adam.
— No, siento que debo decirte todo lo que pasa por aquí. —dijo señalando su corazón—. Vamos a mi habitación, ahí podemos hablar, mi padre justificará tu ausencia en las siguientes clases, no te preocupes.
Harry asintió y aceptó la mano que Adam le ofrecía. A pesar de sentirse feliz de que el chico le hubiese perdonado, presentía que lo que estaba por escuchar no sería muy bueno. Llegaron a la habitación que había sido asignada al hijo de Snape, Harry se disponía a sentarse en una silla cercana, pero Adam lo condujo a la cama, ahí podían sentarse juntos, aunque justo en ese momento Adam le soltó de la mano y bajó la mirada fijándola en la alfombra.
— Yo adoro a mi padre, Harry. —empezó hablando con una sombra de tristeza en su voz, Harry decidió que no lo interrumpiría porque parecía estarle costando mucho confesarle lo que estaba a punto de decir—. Lo adoro con toda mi alma, lo admiro entrañablemente y siempre he querido ser como él, lo cual sé que es imposible pero me gusta soñarlo. Creo que tienes una idea de lo que mi padre significa para mí. —dijo, y Harry asintió aunque sabía que su amigo no le estaba viendo—. Y todo ese amor, Harry, provino de mi madre, ella me enseñó a amarlo porque yo ni siquiera conocí a mi padre hasta que tuve cinco años.
Harry sintió un gran nudo en la garganta, eso era algo que no se esperaba. Surgieron muchas preguntas en su mente que no podía formular, había un gran desorden dentro de su cerebro que lo aturdía.
— Durante mi primer año de vida, no lo tuve a mi lado. Mamá cuidó de mí, ella sola, escondida siempre, temerosa de que alguien la descubriera y nos matara solamente por no tener magia en las venas. Aún así, ella permaneció en casa, esperanzada en que mi padre volvería algún día para quedarse. Ese año fue el peor de todos, y cuando un niño hizo que la amenaza desapareciera, mi mamá pensó que al fin papá podía venir a casa. Pero siguieron los juicios, las amenazas por parte de los mortífagos al haber renegado de su líder, y la sospecha continua del Ministerio de que mi padre era realmente un traidor. Así que finalmente no regresó.
… Mi padre enviaba mensajes con frecuencia, fue entonces que el profesor Dumbledore colocó la chimenea, para entonces yo ya tenía dos años, no lo recuerdo pero mi madre me contaba todo. Luego vino un periodo de calma, pero él no volvía, para mis cuatro años recuerdo siempre triste a mi mamá, esperando ansiosa que la chimenea se encendiera con esas llamas verdes que anunciaban una esperanza… pero sólo eran escuetos saludos, instrucciones precisas de supervivencia, informaciones sobre accidentes sospechosos que podían deberse a venganzas de mortífagos. De eso ya tengo más memoria. Recuerdo a mamá arrodillada frente a la chimenea, extendiendo su mano con ganas de poder tocarlo. Yo nunca me acerqué… la pregunta que mi padre hacía de mí siempre era la misma “¿Has notado algo raro en Adam, Darina, no ha mostrado su magia todavía?”…. Mamá decía que no, y mi padre respondía “Tal vez no te has fijado bien, Adam seguramente tendrá mucha magia, ya lo verás… quizá mañana”. Pero ese día nunca llegó. Cuando cumplí cinco años se apareció por primera vez, me impuso con su presencia, era demasiado alto para mí, su mirada era dura e inescrutable y no me dio ni un beso, ni un abrazo… se llevó a mamá a su recámara y fui tras ellos para escucharlos. Recuerdo sus palabras a la perfección “Albus ya investigó, no aparece en los anales de Hogwarts, pero yo me resisto a creerlo, un hijo mío no puede ser un squib… antes de que cumpla los once se lo demostraré a Albus, y le restregaré esos estúpidos registros en la cara”… lo recuerdo tan bien.
Para ese momento, Harry ya no sabía que pasaría entre ellos, le dolía enterarse de la vida tan difícil que habían tenido, pero no entendía el motivo por el cual Adam le confesaba todo eso, y tenía miedo, no podía evitarlo. Sin embargo debía escucharlo, debía saber lo que Adam buscaba y apretó los labios para no preguntar nada todavía.
— Mamá se preocupó, tal vez ella ansiaba que fuera un mago como mi padre, así podría defenderme y defenderla a ella también, pero al ver que no fue así, no dejó de amarme. Mi padre regresó con más frecuencia, repitiendo la misma pregunta “¿Aún no?” y ante también la misma respuesta, no podía evitar su desilusión. Mi instinto fue alejarme de él, le tenía miedo, pero al darse cuenta de eso, mamá intervino, cada tarde me sentaba en sus piernas y me contaba cosas de mi padre, de todo lo que tenía que hacer en la guerra, de todas las vidas que salvaba arriesgando la suya y luchando para que nadie nos encontrara porque si salíamos lastimados él sufriría mucho. Me hizo entender cuanto nos amaba, a su manera, pero lo hacía. No dejé de tenerle miedo, pero mi amor por él fue mucho más grande. Fueron diez años, Harry, diez largos años en los que mi madre fue mi apoyo, mi guía, mi luz, todo sólo para mí, era a la única que tenía siempre a mi lado, y si logró que amara a mi padre como lo amo, debes imaginarte cuanto la amo a ella.
Harry asintió, no sabía cuando había empezado a llorar y tampoco vio cuando Adam lo hizo tampoco, se limpió las lágrimas para no interrumpir. Adam continuaba con la mirada en la alfombra, y por un segundo sonrió con nostalgia, como si estuviera viendo a su madre otra vez.
— Fue cuando tenía diez años que mi vida dio un nuevo giro. Nació Sally y tuve que compartir el amor de mi madre, pero no me importó, ella ya me había dedicado mucho tiempo solo a mí. Además, la presencia de Sally fue trascendental para mi padre, estaba nuevamente ilusionado, ya no tenía esperanzas en que la magia llegara a mí, así que ahora era Sally la destinada a la misma pregunta. “¿Aún no? ¿Todavía no ha hecho nada extraño?”… tal vez dejó de confiar en la capacidad de mi madre para captar magia porque empezó a visitarnos con más frecuencia. Todos éramos felices, incluso mi padre, a veces se olvidaba de la magia y se ponía a jugar con Sally. Conmigo empezó a demostrar su amor de otra manera, confiándome la seguridad de la familia, enseñándome lo que debía hacer en caso de ataque. A veces pasábamos las tardes en silencio, y cuando nuestras miradas se cruzaban, podía sentir lo que no se atrevía a decir con palabras. Siempre fue tan hosco, totalmente diferente a mamá, en eso me gustaba más ser como ella, reír y bromear por cualquier tontería.
Harry sonrió con tristeza, sabía que de Severus no provenía ese derroche de dulzura de Adam. Aunque su profesor le había demostrado que podía tener hermosos detalles y ser verdaderamente tierno, jamás sería tan sentimental y sensible como Adam, nunca tendría de él el tipo de arrumacos que daba Adam, pero no importaba, porque era inmensamente feliz de sentir de vez en cuando una caricia que por sincera valía más que todo el oro del mundo.
— Mamá lo amaba infinitamente, Harry… —continuó Adam regresando a Harry a la tierra—… pero tenía miedo, no lo decía pero lo tenía, por eso nos cuidaba tanto… su única recompensa era la esperanza y ver a mi padre de vez en cuando. Mi padre también la amaba, de eso no me cabe duda, pero nunca, Harry, jamás le regaló ni una flor.
Harry sintió que todo giraba a su alrededor, de repente se sintió tan mal como nunca en su vida, fue entendiendo la indignación de Adam. Se sostuvo fuertemente del borde de la cama para no sentir que se caía.
— Cuando vi que te regaló ese gran ramo de rosas, recordé cada cumpleaños de mamá. Las pocas veces que él acudió, sus regalos eran o una nueva barrera de protección para la casa, o una gran dotación de polvos flu, o alguna reparación mágica casera… en una ocasión le regaló un anillo. —dijo sonriendo con ironía—. Mamá se veía emocionada, pensó que debía tener un importante significado, sé que pensó en una boda formal, pero no era así… el anillo tenía un medio de comunicación en caso de peligro. Cuando mi padre se marchó aquel día, mamá lo tiró por el excusado, nunca lloró tanto como en aquella ocasión… ella sólo quería una flor, Harry.
Adam volteó a mirar a Harry por primera vez, y le abrazó cariñoso, pero en esta ocasión el ojiverde no tuvo fuerza para corresponderle.
— No te estoy culpando de nada, amigo. —dijo con sinceridad—. Aquella era la forma de amar de mi padre, era la manera en que tenía de proteger su vida… nuestras vidas. Para él no existía nada más importante que eso. Su angustia era lo que le evitaba pensar que mi madre seguía siendo una mujer enamorada, no que lo olvidara, pero sé que pensaba que sus regalos eran lo mejor que podría ofrecerle. Tú no necesitas algo así, Harry, la guerra se ha acabado gracias a ti. Creo que su regalo fue el apropiado dependiendo del momento y de la persona… creo que mi padre se está enamorando perdidamente de ti, y me alegro por él, porque no me gustaría que pasara triste el resto de su vida, porque no he esperado ni por un segundo que llore cada día por algo que no tiene remedio, y porque sé que no encontrará a nadie mejor en el mundo que a ti. Pero quería decirte todo lo que sentía, quería que supieras porqué reaccioné de ese modo.
— Adam…
— Hay muchas cosas más que quiero decirte, Harry, pero son todavía más dolorosas.
— Ya no… por favor.
— Tengo que hacerlo porque es importante que lo sepas. Harry, yo a veces… a veces me daba la impresión de conocer tus reales sentimientos por mi padre.
— ¿De qué hablas?
— ¿Recuerdas cuando papá nos sorprendió jugando en mi habitación?... tu reacción fue demasiado evidente, Harry, no sé como mi padre no se dio cuenta. Por eso hice lo que hice, por eso te coqueteé frente a él, porque temía que él comprendiera tu actitud y terminara abandonando a mi madre por ti.
— Adam… yo, no creo que eso hubiera sucedido nunca.
— No podemos saberlo… pero yo pienso que sí. —dijo con tristeza—. Mi padre siempre ha puesto demasiada atención en ti, para bien o para mal, siempre estuvo al pendiente de lo que ocurría contigo.
— Tú sabes lo que yo era en esta guerra, Adam… para él era imprescindible que yo estuviera preparado, por ustedes, no por mí.
— No sé… quizá ni mi propio padre lo sabe. Pero su vida siempre ha girado en torno a Harry Potter… algún día tendría que suceder lo que está pasando, pero desde el momento en que yo creí sospecharlo, lo deseché de mi cabeza, no quería pensar en que pudiera estar en lo cierto y que mi madre sufriría.
— Adam…
— No importa, Harry, eso ya pasó y realmente lo que yo haya pensado no es lo primordial. Hay algo que sí lo es, y que necesitas saber cuando antes… es un mensaje que te dejó mi madre antes de morir.
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