Araleh Snape
Cantidad de envíos : 4358 Galeones Snarry : 221064 Fecha de inscripción : 16/01/2009
| Tema: La familia que siempre quise. Capítulo 3. Sáb Jun 29, 2013 12:24 pm | |
| CAPÍTULO 3
REVELACIONES
Durante la cena, Harry consiguió comportarse con la mayor normalidad posible, ocultando sus sentimientos ante los ojos de los demás presentes. En realidad, Darina era una mujer agradable, sumamente maternal con sus dos hijos, y fiel dedicada a Severus. No podía disimular lo feliz que estaba por la presencia de su esposo y parecía relacionar a Harry con ese milagro pues se desbordaba en atenciones para con él.
Harry pudo darse cuenta que Sally era sumamente posesiva con su padre, no lo soltaba en ningún momento y no dejaba de besarlo, algo que no parecía desagradarle al profesor, pues su sonrisa no se borraba de sus labios. Por otro lado, comprendió que la relación de Severus con su hijo mayor no era muy cómoda, apenas sí se hablaban, pero no porque estuvieran disgustados el uno con el otro, al contrario, Adam parecía aflorar un respeto tan grande como su cariño por su padre, pero daba la impresión de que le tenía tanto miedo como Neville, y Severus no ayudaba mucho, lo reprendía con frecuencia… “No debes atravesarte así en la mesa… Deja de reír tanto… Ayuda a tu madre a traer los cubiertos… No molestes a tu hermana… No te sientes tan desgarbado… no, no, no”
Las prohibiciones eran a la orden del día, pero el chico jamás se quejaba, simplemente obedecía al instante y cambiaba su actitud, a veces con la obvia idea de imitar a su padre en cada uno de sus movimientos.
Al final de la cena, Harry se acercó a Darina ofreciéndose ayudarla a lavar los platos, pero de inmediato Severus reprendió a Adam por no haberlo hecho antes, enseguida el chico corrió a ocupar el lugar de Harry.
— ¿Qué te parece si yo los lavo y tú los secas? —le propuso Harry conciliadoramente.
— No, mi padre tiene razón, eres nuestro invitado y no está bien.
— Pero a mí me gusta ayudar.
— Acepto la ayuda de ambos. —intervino Darina antes de que su esposo dijera algo—. Así me darán tiempo para ir a bañar a Sally.
Ambos jóvenes asintieron en respuesta y vieron como la mujer llevaba a su hija menor hacia otra de las habitaciones, y pocos segundos después, Severus iba tras de ella. El corazón de Harry se contrajo, esa debía ser la recámara matrimonial… una punzada en el alma le hizo sentir unos enormes deseos de llorar, sin embargo no lo hizo, se obligó a continuar su labor sin apenas escuchar la charla de Adam.
Harry ya no volvió a ver a Severus ni a Darina esa noche, Adam lo condujo de nuevo a su recámara cuando terminaron las labores. Sólo había una cama, pero era grande y podían compartirla sin incomodarse el uno al otro, sin embargo, en ese momento Harry echaba de menos a su cama con doseles, tenía un nudo apretado en su garganta de tanta lágrima contenida en tan pocas horas… ya no sabía si había hecho bien en pedir quedarse, aquello iba a resultar muy doloroso.
“¿Porqué justo cuando prometí que nada ni nadie me impediría estar con él?” Pensó lastimosamente. “Sé que no podía imaginarme que tenía una familia, y una familia tan agradable, y sé que no tengo derecho de intervenir, además… no serviría de nada… se ven tan enamorados”. Aquel pensamiento fue la gota que derramó el vaso no podía seguir llorando por dentro, y sin poder remediarlo, amargas lágrimas rodaron por sus mejillas. Quiso ahogar los sollozos, que Adam no se diera cuenta, que no lo despertara su inminente dolor, pero era demasiado tarde, un cálido brazo lo rodeó con suavidad haciéndolo girarse sobre sí mismo y entonces Harry hundió su rostro en el pecho del muchacho y lloró desesperado. Adam no dijo nada, solamente le dejó desahogarse todo el tiempo que pudo, acariciándole lentamente su cabello oscuro. Harry encontró muy reconfortante aquella situación, aquel calor tan parecido al de Severus, y al cabo de unos minutos pudo relajarse, era inútil pasarse llorando toda la noche, aunque ganas no le faltaban.
— ¿Te sientes mejor? —preguntó Adam con cariño.
— Sí… gracias. —dijo secándose las lágrimas.
— Supongo que debe haber sido terrible ¿verdad?... estar capturado por ese ser tan diabólico, no puedo ni imaginármelo. Eres muy valiente, Harry… yo no hubiera podido sobrevivir ni un minuto
Harry permaneció unos segundos sin decir nada, se sorprendía de las palabras de Adam, pero al mismo tiempo se alegraba de ellas y que estuviera tan alejado de la verdadera razón de su llanto.
— He escuchado que tú lucharás con él y lo vencerás. —continuó Adam—. Te admiro, Harry, por esperar algo así, pero sinceramente creo que rezaré para que nunca suceda, para que alguien lo venza antes… sé que es muy peligroso, por eso mi padre nos sobreprotege tanto, por eso nos mantiene en esta casa, así nadie sabrá nunca cual es su punto débil… sería desastroso para un espía como él ¿no te parece?
— Sí… supongo que sí. —respondió Harry saliendo al fin del abrazo de su nuevo amigo para mirarlo a los ojos—. ¿Cómo se están preparando ustedes?
— Pues quedándonos en casa, ya viste como se puso mi padre porque me retrasé hoy… tengo que recordar no volver a hacerlo.
— Pero… supongo que te prepararán en la escuela… ¿vas a Durmstrang, verdad?
— ¿Qué?... ¡Oh no, claro que no, Harry! —exclamó conteniendo una risotada—. Durmstrang es una escuela para magos, como lo es Hogwarts.
— No te entiendo. —dijo confundido.
— ¿En serio no te has dado cuenta? —preguntó sorprendido—. Sólo tú y mi padre son magos en esta casa.
Harry tuvo que ahogar un gemido de asombro, se incorporó como impulsado por un resorte y miró a su alrededor, era cierto, a pesar de que la entrada a la casa era mágica, nada dentro de ella lo era, con excepción de la chimenea, todo lo demás era completamente muggle.
— ¿Eres… muggle? —preguntó impactado.
— Sí… ¿decepcionado? —cuestionó con temor.
— No, no es eso, pero… es que no me lo imaginé.
— Mi madre es muggle. —aclaró con más alivio al ver la sinceridad de Harry—. Por lo que técnicamente yo sería algo así como un squib. En cuanto a mi hermanita, eso no podría asegurártelo, pero ya tiene siete años y no ha dado muestra de magia alguna. Ni papá ni mamá hablan mucho de eso, creo que ya se resignaron, aunque supongo que mamá debe de estar feliz en el fondo, temía que su hija fuera a Hogwarts y se separara de ella por siete años. Mi padre sí lució un poco desilusionado, sobre todo porque jamás se repuso de la decepción de saber que su primogénito jamás sería tan poderoso como él, pero creo que ya lo asimiló, y su amor por ella no menguó en lo absoluto, de lo cual me alegro.
— No tienen una relación precisamente amistosa ¿verdad?... tú y el profesor Snape.
— No sé… No tengo ninguna duda de que me quiere, pero… bueno, supongo que tú lo conoces más que yo, pasas mucho más tiempo con él en clases, yo apenas lo había visto un par de veces este año, así que sabrás que no es muy adepto a demostrar sus sentimientos.
— Sí, supongo que es así. —respondió cada vez más sorprendido—. ¿Entonces, él casi no viene por acá?
— No, no quiere arriesgarnos a que nos descubran y nos usen en su contra.
— Pero… eres demasiado parecido a él, y además, por su apellido deben relacionarlos.
— No llevamos su apellido. —aclaró con seriedad—. Me llamo Adam Edison, mi hermanita y yo llevamos el apellido de mamá como otra forma más de protegernos, de esa forma nadie ha sospechado hasta ahora que tenemos alguna relación con Severus Snape.
— Entonces, tus padres…
— No están casados realmente. —reveló suponiendo lo que Harry no se atrevió a preguntar—. Si lo estuvieran ya se habría creado un contrato mágico en el Ministerio y esa sería una forma de conocer nuestra existencia, así que prefirieron no arriesgarse. De cualquier modo a ellos no parece importarles, se aman y pueden conformarse con lo poco que tienen. Yo no pienso como ellos, a mí me gustaría que cuando me enamore poder vivir con esa persona todo el tiempo y no tener que esconder mi amor… ¿tú qué opinas, Harry?
— Debe ser muy difícil para ellos esta situación. —dijo con profunda tristeza.
— Sí, pero ya los has visto, se adoran y han podido sobrevivir así por más de diecisiete años, así que no creo que ese amor muera nunca, bajo ninguna circunstancia.
Harry asintió apretando los labios, sabía que era egoísta al dolerle las palabras de Adam, pero debía reconocer que tenía toda la razón, aquel amor debía ser muy grande para soportar permanecer alejados tanto tiempo. Quiso girarse nuevamente para que Adam no lo viera llorar otra vez, pero el chico volvió a abrazarlo y no pudo más que quedarse ahí, derramando lágrimas en silencio hasta que el sueño lo venció. A la mañana siguiente, en cuanto despertó, el rostro de Adam estaba muy cerca del suyo, le miraba con cariño mientras le peinaba dulcemente sus rebeldes cabellos negros. Por un momento quiso cerrar los ojos y soñar con tener a Severus en lugar del hijo, pero no se lo permitió, debía recordarse que su ilusión se había tornado prohibida y no era correcto desear tanto a un hombre que estaba unido a otra persona.
— ¿Descansaste? —preguntó Adam en voz baja.
— Sí… gracias por lo que hiciste anoche.
— Me gustas, Harry.
Harry se vio sorprendido cuando los labios de Adam acortaron la distancia y se unieron a los de él en un cálido beso. No pudo resistirse, sus labios delgados eran tan parecidos a los de su profesor que por un segundo cerró los ojos saboreando aquella caricia tan inocente como sincera, pero casi enseguida se repuso separándose suavemente del chico.
— Adam… no vuelvas a hacerlo.
— Entiendo… yo no te gusto. —dijo el muchacho con desanimo.
— No es eso, en realidad me pareces muy atractivo, pero lo mejor será que no pienses en mí de esa manera… no quiero lastimarte.
— De acuerdo. —acepto con tanta facilidad que sorprendió al mismo Harry—. No hay problema, seguiremos siendo sólo amigos ¿de acuerdo?
— Sí, claro. —respondió un poco herido en su amor propio ante la inmediata resignación.
— Me gustas mucho, Harry, pero lo que te dije es en serio, cuando yo me enamore quiero que sea de alguien sin complicaciones, alguien que pueda estar siempre para mí… tal vez un muggle común, no creo conocer jamás a un mago además de ti o de papá.
— Bueno, quizá podría presentarte a mis amigos del colegio.
— ¿En serio? —preguntó visiblemente emocionado.
— Sería cuestión de ponernos de acuerdo.
— ¡Maravilloso, Harry, ojalá y pronto pueda ser!... pero por lo menos ahora puedo presumir que mi primer beso se lo di al gran Harry Potter. —concluyó bromeando.
Harry sonrió afectuosamente, satisfecho de que su amigo pudiera continuar siendo sólo eso, no le gustaría verse enredado en más complicaciones. Adam se incorporó rápidamente y se dirigió al baño para darse una ducha, no sin antes ofrecerle a Harry buscara entre su ropa lo que fuera de su agrado para que se cambiara luego de un baño. Al quedarse solo, Harry abrió el ropero y sacó unos jeans azules y una sudadera del mismo color pero con un tono mucho más oscuro. Cuando Adam salió de bañarse, ya iba completamente cambiado con un pantalón beige y camisa negra, así que dejó solo a su amigo para que hiciera uso del baño y del resto de cuarto a su antojo mientras iba a ayudar a su madre en la cocina.
Cuando Harry salió al comedor, sentía el corazón palpitándole con fuerza, no podía evitar desear ver a Severus, era algo superior a sus fuerzas. Sin embargo, la escena con la que se topó fue un recordatorio más de que él era un completo extraño en ese lugar. Adam no estaba, Sally jugaba distraídamente con una muñeca en un rincón, y Severus… él estaba aprovechando la soledad con su esposa y le besaba dulcemente en el cuello mientras ella intentaba continuar sirviendo los alimentos, fingía protestar, pero era obvio que estaba fascinada con los jugueteos de su esposo, él la rodeaba por la cintura murmurándole algo al oído que hizo que las blancas mejillas de Darina se tiñeran de un tenue color rosado.
Harry sintió que las rodillas le temblaban, pensó que se desmayaría otra vez y al querer sostenerse derribó un jarrón con rosas frescas. El ruido hizo que despertara de su letargo y que la pareja de esposos se separara rápidamente. Darina continuó con su tarea en la cocina mientras que Severus reparaba mágicamente el desastre cometido por su alumno mientras rodaba los ojos. No dijo nada, y por un segundo Harry quería escucharlo reprenderlo, lo que sea pero que significara un poco de su atención, nada sucedió, Severus simplemente fue a sentarse a su lugar en la mesa luego de darle un escueto “Buenos días”.
En ese momento Adam entró a la casa, llevaba con él un pequeño saco de papas por lo que Harry comprendió que había estado en el huerto. Ambos se sonrieron y Harry ayudó a su amigo a llevar el saco hasta un sitio seguro junto a la estufa. Harry se sentía mucho más cómodo teniendo a Adam cerca, así que no protestó ni un poco cuando el chico lo sujetó de la mano para llevarlo a sentarse a su lado en la mesa. Severus miró aquella acción con el ceño fruncido, pero se abstuvo de hacer ningún comentario. Harry percibió aquel gesto, y comprendió que no le agradaba mucho aquella amistad que empezaba y crecía a pasos agigantados, no supo qué sentir al respecto, pero se olvidó de todo cuando Adam empezó a contarle sobre su vida en la escuela.
— Por la chimenea me voy hacia casa de la señora Figg, y de ahí puedo tomar el camión muggle que me lleva al barrio donde está mi colegio.
— ¿Figg… has dicho Figg? —preguntó mirando a Severus confundido—. Ella es mi vecina.
— Es la forma más segura de no relacionarlos con el mundo mágico. —respondió Severus mirando a su hijo con disgusto—. Veo que no has perdido el tiempo para contarle toda tu vida a Potter… espero que tu lengua no sea tan larga en tu colegio, Adam.
— No, padre, no he dicho nada, te lo aseguro. —se apresuró a aclarar.
— Así que puede ser que alguna vez nos hayamos estado a punto de encontrar. —comentó Harry con toda intención de liberar a su amigo del regaño paterno.
— Potter… —respondió Severus interrumpiendo—… en las escuelas muggle tampoco van a clases en verano, así que no hay manera de que eso suceda.
Harry comprendió lo absurdo de su comentario pero no se amilanó, y regresó a su conversación con Adam sobre las actividades que él hacía en su colegio, y a su vez, él le habló sobre Hogwarts, algo que a Severus volvió a disgustarle, sólo que en esta ocasión no tuvo ocasión de protestar, Darina le acarició suavemente el dorso de la mano reclamando cariñosamente su atención, a lo que el profesor respondió de inmediato. Unos celos enormes invadieron el corazón de Harry, era inevitable sentirlos, no podía conseguir que sus sentimientos le obedecieran, pero intentó concentrarse más que nunca en la conversación de Adam y no ver de reojo las miradas de corderito recién nacido de la pareja de esposos.
Por la tarde, Darina había terminado de preparar el pastel para el cumpleaños de Adam, y luego de dejarlo en el horno, disimuladamente se dirigió a su habitación. Su hija hacía un buen rato se encontraba en su propia recámara durmiendo la siesta, y su hijo mayor estaba sumamente entretenido jugando en su play station con Harry, ambos reían de sus logros, concentrándose en disfrutar de su adolescencia. Harry había alcanzado a mirar la huida de Darina, se resistía a pensar en lo que sucedía tras aquella puerta, de cualquier modo ya habían pasado una noche juntos, seguramente no habrían estado leyendo algún libro.
Por una parte se arrepentía de haberle propuesto a Dumbledore quedarse, así hubiera podido evitar aquello, pero por otro, teniendo a Adam a su lado, sabía que había tomado la mejor decisión. Su amigo estaba feliz, no podía disimularlo, ahora Harry sabía que Adam no tenía amigos en la escuela, era difícil conseguirlos si no podía invitar a nadie a su casa, ni tampoco irse a tomar un helado o ver una película al cine con ellos, su deber era regresar a casa en cuanto saliera del colegio, y ante el temor de cometer una indiscreción que le costara la vida a su madre o hermana, Adam prefería hablar lo menos posible con sus compañeros. Esa perspectiva hizo que Harry lograra imaginarse a Adam con una actitud muy a lo Severus durante su etapa en Hogwarts, y no quería que su amigo creciera tan solo como su profesor, por lo menos ahora lo tenía a él y no pensaba alejarse nunca.
— ¡Te gané! —exclamó Adam levantando triunfante su control remoto.
— Bueno, es que tú tienes más práctica que yo. —se defendió Harry sonriéndole.
— Cuando quieras puedes venir a jugar conmigo. —le propuso esperanzador.
— Me encantaría, en cuanto llegue a Hogwarts averiguaré si alguna chimenea está conectada a la tuya, pero entonces no te quejes de no sacarme de aquí.
— No lo haré. —aseguró feliz—. A propósito… ¿cuándo podrías presentarme a tus amigos?
— No lo sé, tal vez en la próxima visita a Hogsmeade, o quizá puedas ir tú a Hogwarts.
— Eso sería fantástico, pero no creo que mi padre lo permita.
— Ya veremos.
— Cuéntame cómo son tus amigos… ¿son guapos?
Harry se desconcertó momentáneamente cuando Adam se recostó sobre sus piernas para ponerse cómodo mientras charlaban, pero enseguida se acostumbró. Pensó en sus amigos del colegio y le fue hablando de cada uno de ellos mientras hundía sus dedos en la sedosa melena negra de Adam quien lo escuchaba fascinado.
— Así que hay chicos muy atractivos en Hogwarts. —concluyó Adam sobre entusiasmado.
— Me parece que sí. La verdad es que fue hasta hace muy poco que reconocí que me gustaban los chicos más que las chicas, pero te aseguro que muchos son muy agradables.
— ¿Estás saliendo con alguien?
— En realidad no. Cuando me di cuenta que un chico de Ravenclaw me gustaba, le pedí una cita, pero no resultó muy bien, supongo que no era para mí. Desde entonces procuro pensarlo demasiado y no salgo a menos que haya algo interesante en la otra persona además de un rostro bonito.
— ¿Y no te gusta nadie actualmente?
Harry se puso rojo, no podía decirle que estaba enamorado de su padre. Afortunadamente lo salvó el hecho de que justo en ese momento Severus y Darina regresaban a la estancia principal. Severus no pudo reprimir una expresión de disgusto al ver a su hijo recostado en las piernas de Potter, y con una sola mirada se lo hizo ver, por lo que Adam se apresuró a incorporarse para sentarse elegantemente en el otro extremo del sofá.
Cuando el pastel estuvo listo, todos se reunieron alrededor de la mesa para cantarle un “Feliz cumpleaños” a Adam, quien apenas podía disimular su alegría. Al pedir un deseo, cerró los ojos, y disimuladamente sujetó a Harry de la mano antes de inclinarse a apagar sus velitas. Harry no supo cómo tomar aquella acción, pero aplaudió fuerte cuando su nuevo amigo logró extinguir las llamitas con un solo soplido por lo que, aparentemente, el deseo se vería realizado.
Un poco después, Adam abría un pequeño estuche envuelto en papel celofán verde oscuro y de él sacó un juego de libros sobre algo que Harry no alcanzó a leer, pero que iluminó intensamente el rostro del muchacho, quien de inmediato dejó su obsequio a un lado y corrió a abrazar a su padre, hundiendo su rostro en su pecho. Harry notó como Severus había abandonado momentáneamente su actitud de padre estricto y correspondía al abrazo besando a su hijo en lo alto de su cabeza.
— ¡Gracias, Padre, es el mejor regalo de mi vida!
— No los pongas en práctica sin mi supervisión. —respondió Severus un poco torpe.
— No lo haré, Padre, pero te prometo memorizarlos hasta tu próxima visita.
Severus asintió y quiso deshacer el abrazo, Adam lo consintió pero antes de regresar a su asiento, dio un marcado beso a su Padre en la mejilla. Era obvio que a Severus le agradó el gesto pese a que refunfuñó un poco. Enseguida, Adam se aproximó a su nuevo amigo mostrándole sus libros. Harry no pudo evitar sonreír al ver de lo que se trataba, era una especie de enciclopedia con los principios básicos de pociones.
Esa noche, después de la cena, Harry volvió a intentar ser fuerte y no sucumbir ante los celos que le provocaban ver a Snape yendo a su recámara matrimonial con su esposa. Entró a la habitación que compartía con Adam y lo encontró leyendo el primer tomo de su regalo.
— Te gusta pociones, ¿verdad?... supongo que la influencia de tu padre tuvo que ver.
— No. —negó Adam apartando cordialmente la vista de su fascinante lectura—. En realidad él no quería que me relacionara con este tema, o por lo menos eso decía. Aseguraba que no me serviría de nada destinado a vivir en un mundo muggle, pero una vez encontré uno de sus libros en la mesa del comedor, lo había dejado ahí mientras iba a servirse un café, y me puse a leerlo, enseguida me fascinó y deseé saber todo lo que mi padre sabe. Se supone que no se necesita mucha magia para hacer pociones, por lo menos no necesito la varita, sólo mucha dedicación, esfuerzo y amor por lo que hago… y eso lo tengo de sobra.
— Pero, si te regaló esos libros, quiere decir que ya te apoya.
— Sí, y por eso son tan importantes para mí. —dijo respirando hondo—. Quiero ser tan bueno como mi padre, o por lo menos lo mejor que se pueda, sin dotes mágicas algunas cosas se me dificultarán pero tengo decidido que nada me detendrá.
— Me enorgullece escucharte hablar así, el profesor Snape debe sentirse igual.
— No sé, nunca lo dice, pero no importa, yo soy feliz teniendo aunque sea un poco en común con él. Harry, tú podrías ayudarme. —agregó entusiasmado—. Mi padre te da clases, entonces debes saber mucho de pociones.
— Pues, en realidad… no mucho, no se me da esa materia.
— ¿No?... ¿Acaso mi padre no es un buen profesor?
— No es eso, al contrario, creo que es el mejor de Hogwarts… ¡pero negaré haberlo dicho si se te ocurre comentarlo con alguien!
— No lo haré, descuida. —dijo sonriendo divertido—. Pero ojalá que un día logre que él esté orgulloso de mí.
— A mí también me gustaría.
Harry pronunció esas palabras pensando en sí mismo y en lo que daría por obtener un poco del respeto del hombre que amaba. Adam miró inquisitivamente a Harry por unos segundos, pero enseguida sonrió y regresó a sus libros sin decir nada más.
IndiceCapítulo 2Capítulo 4 | |
|