La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Ritual de Samhain - Capítulo III

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MensajeTema: Ritual de Samhain - Capítulo III   Ritual de Samhain - Capítulo III I_icon_minitimeJue Nov 17, 2011 12:08 pm

Resumen: La guerra terminó hace tres años. Ahora, un inquietante rumor empieza a circular por el mundo mágico cuando se acerca la festividad de Samhain. A pesar de no creer en él, Harry, como auror, recibe la orden de investigarlo junto al resto de sus compañeros del Cuartel General de Aurores.

Personajes: Severus Snape, Harry Potter

Género: Romance, suspense

Advertencia: Ninguna

Clasificación: NC-17

Escrito para El Día Internacional del Snarry (23 de octubre) - Convocatria 2011




CAPÍTULO III



Octubre alcanzaba su última semana y con ella el último día del mes. Los aurores del Ministerio habían investigado en cada librería, en cada biblioteca —incluida la de Hogwarts—, pública o privada, y en cada tienda sospechosa de albergar objetos al margen de la legalidad. Habían interrogado a decenas de personas que por su pasado habían estado en contacto con magia oscura o magos oscuros, en ocasiones, poniendo incluso en peligro la frágil concordia que se había establecido después de la guerra con familias como, por ejemplo, los Malfoy, a las que no les había hecho ninguna gracia los registros en sus mansiones.

—Ese libro no existe, Kings —le había dicho Harry al Ministro de Magia en una reunión privada, al margen de cualquier oficialidad—. Se lo he dicho a Robards hasta la saciedad. Y aunque existiera: VOLDEMORT ESTÁ MUERTO. PUNTO.

—Pero la gente tiene miedo, Harry. Lo sabes tan bien como yo.

Al joven auror no le quedó más remedio que estar de acuerdo con aquella afirmación. Era cierto. Cuanto más se acercaban al treinta y uno de octubre, la histeria colectiva parecía ir en aumento. Poco lograban las voces que desde el Ministerio llamaban a la calma, o los reflexivos artículos que Kingsley había hecho publicar en El Profeta.

—Y también sabes que no te pediría lo que voy a pedirte a continuación, si no lo considerara absolutamente necesario para que la comunidad mágica recupere la cordura.

El Ministro tomó aire, dándose valor para pronunciar las palabras que sabía iban a hacerle muy poca gracia al joven que estaba sentado frente a él.

—Necesito que hagas una declaración pública. No como auror, sino como Harry Potter, el hombre que nos liberó de Voldemort.

Harry no podía decir que la petición le pillara por sorpresa. Ante la falta de resultados de su departamento y el nerviosismo que se vivía en la calle, ya había previsto que en algún momento intentarían echar mano de su condición de héroe. Pero no por ello se sintió menos molesto.

—¿Y qué se supone que voy a decir, Kings? —preguntó sin poder ocultar su malestar—. ¿Que como no hemos encontrado el libro, no existe? ¿Dónde nos deja eso a mis compañeros y a mí? Además, ¿de verdad piensas que porque lo diga yo, van a creérselo?

El Ministro suspiró. Ya sabía desde el principio que convencer a Harry no iba a ser cosa fácil.

—“Voldemort está muerto. Punto.”, con la misma convicción que me lo has dicho a mí, sería una buena manera de empezar —aseguró Kingsley—. La gente confiará en ti, Harry. Puede que incluso Ron y Hermione se avengan a acompañarte, para hacerlo todavía más convincente…

El joven auror se levantó de la silla, intentando sujetar su enfado.

—Tú también eres un héroe de guerra. Y además, el Ministro de Magia. ¿Por qué sencillamente no convocas una rueda de prensa y se lo dices tú mismo?

Kingsley le sonrió con cierto paternalismo.

—Porque yo no soy Harry Potter.


o.o.o.O.o.o.o


Severus dejó sobre la mesa El Profeta y acabó su taza de té, ya un poco frío. Habían pasado tres semanas desde aquella comida con Potter. No le había vuelto a ver hasta esa mañana en el periódico, flanqueado por sus dos inseparables amigos. Shacklebolt debía estar muy desesperado. Y Potter no parecía muy feliz de hallarse en el atrio del Ministerio, delante de un montón de periodistas, declarando con más convicción que entusiasmo que Voldemort había muerto, seguía muerto y así continuaría por los siglos de los siglos, con libro o sin él. Según su opinión, Potter no debería haberse prestado a aquel teatro.
Tal vez un poco inocentemente, alentado por la agradable tarde que habían pasado aquel sábado después de comer, Severus había esperado que el auror no tardara mucho en dejarse caer por la tienda de nuevo. Que podría volver a invitarle a comer, esta vez sin la presencia de Megan, y pasar juntos otra agradable tarde de charla y whisky. Se había sentido decepcionado, y también un poco herido, de que ello no hubiera sucedido. Pero siendo razonables, ¿por qué iba a buscar un chico de veintiún años la compañía de un cuarentón como él? Volvió a mirar la fotografía del periódico, que todavía permanecía sobre la mesa de la cocina, y se preguntó qué habría pasado si su relación con Potter hubiera sido distinta desde el principio, desde que ese niño de once años puso un pie en Hogwarts. ¿Sería ahora más fácil o más difícil, incluso más complicado, aceptar que empezaba a interesarle obtener de él algo más que una simple amistad? Era un poco vergonzoso reconocer que durante el día se encontraba pensando en el auror más veces de las convenientes. Y que muchas noches, sentado en el salón de su casa de Spinner’s End, con una copa de brandy en la mano y un libro que no leía en su regazo, se complacía en imaginar qué clase de hombre sería Potter en la intimidad.

Casi deseaba que ese libro existiera y que él fuera la única persona que pudiera proporcionar a cierto auror su paradero…



o.o.o.O.o.o.o


Harry había estado de malhumor desde el día de la conferencia de prensa en el Ministerio. La había hecho a contrapecho, a pesar de contar con el incondicional apoyo de Ron y Hermione. No se había dejado utilizar por el Ministerio antes y le disgustaba haber tenido que ceder ahora, ante la insistencia de quien consideraba un amigo, aparte de su Ministro. Como le había dicho a Hermione, sólo esperaba que aquello no le explotara en la cara.

Sin embargo, tras la rueda de prensa el ambiente en el Cuartel General de los Aurores no había podido estar más calmado. Después del frenético ajetreo de las últimas semanas, los aurores de cada turno volvían de sus respectivas rondas diciendo que todo estaba tan tranquilo como una balsa de aceite. ¡Y que durara! Ya no había locos quemando libros por doquier porque una adivina del tres al cuarto había tenido una visión, o gente manifestándose delante de las mansiones de antiguos mortífagos e increpándolos. Y medio en broma, medio en serio, los compañeros de Harry le recriminaban no haberse puesto delante de los periodistas mucho antes. A pesar de todo, habría pocos aurores que disfrutarían de la fiesta de Halloween con sus familias. Robards no estaba dispuesto a bajar la guardia precisamente el día en que la línea que separaba el mundo de los vivos y el de los muertos era tan delgada; el día que esos dos mundos se tocaban.

Aburrido, Harry se encontraba junto a la cafetera charlando con un compañero cuando el mensaje llegó. Le tocaba guardia en el Cuartel aquella noche y sólo hacía una hora que había empezado su turno. Se dirigió hacia su mesa cuando otro de sus compañeros le avisó. No era una hora muy convencional para recibir mensajes. Se preguntó con inquietud si le habría pasado algo a alguno de sus amigos. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que el remitente de la nota era Snape, no obstante, ejecutó los hechizos de rigor antes de abrirlo. El texto era muy breve.


Potter:

Debo hablar con usted con urgencia. Reúnase conmigo en la tienda tan pronto le sea posible.

Severus Snape



Intrigado, Harry se preguntó qué clase de urgencia tendría Snape. Que le hubiera enviado una nota a la una de la madrugada ya le daba una pequeña pista sobre la posible gravedad del asunto. Pero tampoco le hacía saber si era algo que podía tratar oficialmente, así que el auror se preguntó si se sería una cuestión exclusivamente privada la que su ex profesor necesitaba resolver con tanta urgencia.

—Oye, Miles, tengo que atender un asunto en el Callejón Diagon, no creo que me lleve mucho tiempo.

—¿Vas a ir solo? —se extrañó su compañero. Ni era prudente, ni reglamentario que un auror acudiera a un aviso sin el apoyo de otro.

—No te preocupes, se trata de un amigo que tiene un pequeño problema en su tienda.

—¿Weasley?

Harry sonrió, dejando que Miles asumiera lo que quisiera. Un minuto más tarde se aparecía en el Callejón Diagon, delante de la tienda de Snape. Soplaba un viento frío y húmedo que le hizo arrebujarse en la gruesa túnica de invierno que el mal tiempo le había obligado a desempolvar antes de lo previsto. Empujó la puerta de la tienda, a pesar del cartel de Cerrado, y entró. Todo estaba a oscuras. Sacó su varita por precaución, y caminó sigilosamente hacia la trastienda. Después de atravesar el almacén, vio que había luz al final del corredor. Esperó fervientemente que Snape no hubiera sido atacado por algún loco de última hora que hubiera recordado su pasado junto al Señor Oscuro. Con el mismo sigilo recorrió el breve pasillo que desembocaba en la última estancia del inmueble. Snape estaba sentado en el sillón frente a la chimenea, en actitud pensativa; parecía estar bien. El dueño de la tienda dirigió la mirada hacia él en cuanto percibió su presencia en el hueco de la puerta.

—Gracias por venir tan pronto —dijo levantándose y dirigiéndose al encuentro del auror, quien todavía sostenía la varita en la mano—. No es necesaria —añadió señalándola.

Harry no la guardó inmediatamente, sino que dio un cuidadoso vistazo a su alrededor, para asegurarse de que Snape no estuviera siendo coaccionado de alguna forma. Cuando estuvo seguro de que estaban solos, la hizo desaparecer en su bolsillo.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Antes que nada, debo pedirle su palabra de mago de que no revelará nada de lo que voy a enseñarle y contarle.

Extrañado y también un poco inquieto por el tono serio y la expresión circunspecta de Snape, el auror se vio en la obligación de objetar:

—Si es algo que está fuera de la legalidad, me temo que no puedo dársela.

Snape guardó un apretado silencio durante lo que a Harry le parecieron unos interminables segundos y casi sintió el suelo temblar bajo sus pies ante la perspectiva de lo que pudiera estar callando ese hombre. De ninguna manera quería ver de vuelta al Snape oscuro y conspirador; le gustaba demasiado el hombre que había descubierto recientemente en esa maravillosa tienda.

—Me temo que debo insistir —habló por fin Severus—. No por mí, sino por la persona que me ha confiado el objeto que ahora tengo en mi poder.

El suelo bajo los pies de Harry se movió un poco más.

—¿Qué clase de objeto? —preguntó con cautela.

Esta vez Snape no tardó tanto en hablar, aunque a Harry le hubiera gustado oír otra respuesta. Cualquier otra.

—Uno que ha sido muy buscado últimamente.

Harry dejó escapar el aire de forma tan brusca que sonó como un ahogo.

—¿De verdad lo tiene?

Severus asintió, apenas moviendo la cabeza. Y Harry explotó.

—¡Por el amor de Merlín, Snape! ¿Cómo se le ocurre aceptar algo así? ¿Sabe en el lío que está metido ahora mismo?

Mientras Severus permanecía impávido y frío, a Harry parecía que iba a darle un ataque de un momento a otro.

—Debo pedirle que me lo entregue —dijo con voz tensa.

—Me temo que no es tan fácil —se negó el dueño de la tienda tranquilamente.

Harry apretó los dientes, preguntándose si tendría que sacar la varita y obligarle. No quería hacerlo, pero lo haría si no le quedaba más remedio.

—Snape, como auror del Ministerio, se lo ordeno. Por favor, no me obligue a sacar la varita.

Los labios de Severus se movieron imperceptiblemente en lo que habría sido una amplia sonrisa irónica, si las circunstancias hubieran sido otras. Así que se conformó con soltar:

—No sea estúpido y siéntese —delante de la chimenea estaba también el sillón orejero de la tienda—. Debemos hablar. ¿Whisky de fuego? —preguntó.

Harry permaneció de pie, con una molesta sensación de incredulidad. ¡Condenado hombre!

—Estoy de servicio —dijo secamente, sentándose por fin frente a Snape.

—¿Va a darme su palabra de mago? —preguntó Severus, sirviéndose una copa de brandy.

—¡Por supuesto que no!

Snape suspiró.

—Va a ser una noche muy larga…

Harry soltó una risita corta y seca.

—Para usted, si decido detenerlo por ocultar información de vital importancia y encerrarlo en una celda del Ministerio hasta que hable.

—¿De verdad lo haría? —preguntó Severus en un tonillo que dejaba entrever que no creía que el auror fuera a cumplir su amenaza.

—Tiénteme… —masculló Harry, empezando a cabrearse de verdad.

Algo en la mirada del auror le dijo a Severus que estaba empezando a jugar con fuego; al fin y al cabo Potter jamás había sido una persona paciente. Pero ya había calculado el riesgo de aquella maniobra y estaba dispuesto a aceptarlo.

—Mañana es treinta y uno de octubre y el tiempo se acaba —dijo—. Ese libro tiene que ser destruido y contaba con usted para hacerlo.

—Por fin estamos de acuerdo en algo —exclamó Harry, aliviado de que Snape empezara a dar muestras de cordura—. Entréguemelo y ya nos encargaremos de eso en el Ministerio.

—Me temo que no es tan fácil —se negó Severus de nuevo.

—No, es usted quien me está poniendo las cosas difíciles —gruñó Harry, a punto de perder la paciencia.

—Se equivoca —refutó Severus—. Usted se obceca y no permite que le explique la situación con la suficiente claridad como para que pueda verla en toda su dimensión.

—¡Oh, pues ilumíneme, por favor! —exclamó Harry gesticulando exageradamente con las manos.

Interiormente, Severus se recriminó no haber pensado en quemar unas varillas de madera de cedro[1] antes de que el auror llegara; así que no le quedaba más remedio que convencer a un Potter nervioso y cabreado.

—¿Conoce los orígenes de la festividad de Samhain? —preguntó—. Me refiero a antes de que los muggles lo convirtieran en un espectáculo de disfraces consumista.

—Es una fiesta de origen celta —respondió Harry con desgana.

Lo que él quería era saber dónde tenía escondido Snape el maldito libro. ¡Había dado su palabra públicamente de que no existía! ¡Había dicho al mundo mágico entero que no había nada de qué preocuparse! El estómago de Harry empezaba a llenarse de piedras.

—Exacto —dijo Severus—. Para los celtas, que sólo distinguían entre dos estaciones, significaba el final del verano y el principio del invierno. El fin del tiempo de las cosechas y la llegada de días más cortos y noches más largas. Samhain significa “fin del verano”, cuando empezaba el Año Nuevo celta, y también la estación oscura.

Harry bufó desde su sillón.

—¿Va a darme una clase de cultura celta?

—Cállese, Potter. Y escuche.

Severus se arrellanó mejor en su asiento y continuó.

—Se la consideraba tanto una fiesta de transición, el paso de un año a otro, como de apertura al otro mundo. La noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, los espíritus de los difuntos tenían autorización para caminar entre los vivos; las barreras que separan los dos mundos desaparecían, dándosele a la gente la oportunidad de reunirse con sus antepasados muertos. Lo malo, era que también se convocaban a los espíritus maléficos y esa era la razón de que los druidas ordenaran encender hogueras para ahuyentarlos. También, para mantener a los espíritus contentos y alejar a los malos de sus hogares, la gente dejaba comida fuera y encendían velas para ayudar a las almas a encontrar el camino hacia la luz y el descanso junto al dios Sol en las Tierras de Verano.

—¿Algo más? —preguntó Harry con impaciencia. Empezaba a considerar muy seriamente arrestar a Snape y llevárselo al Ministerio.

—Tal vez debería centrarse en la parte sobre que “también se convocaban espíritus maléficos”.

—¡Pues encendamos una hoguera! —el auror se levantó de su asiento e introdujo la mano en el bolsillo, poco dispuesto a que Snape siguiera burlándose de él— Entrégueme el libro, Snape. Le prometo que vendré otro día para aprender más sobre costumbres celtas…

Lejos de amedrentarse, Severus permaneció impasiblemente sentado en su sillón.

—Gracias a su magnífico discurso, la gente ha acabado por creer que el libro no existe y los ánimos se han apaciguado —habló sosegadamente—. ¿Por qué vamos a ponerlos nerviosos de nuevo? —Potter no había sacado todavía la mano del bolsillo, lo cual era una buena señal—. Entre los dos podemos deshacernos de él; nadie tiene por qué enterarse. El libro jamás habrá existido y, en el futuro, la gente se sentirá menos inclinada a hacer caso de los rumores, lo cual, dicho sea de paso, facilitará bastante su trabajo. Con el plus que la credibilidad de Harry Potter permanecerá intacta.

El auror abrió mucho los ojos, sin poder dar crédito a sus oídos.

—¿Me está chantajeando?

—¡Por supuesto que no! —Severus se permitió una pequeña sonrisa—. Solamente trato de proteger su reputación; como está haciendo usted con la mía.

Harry soltó un “¡ja!”, tanto producto de la incredulidad como de la burla. Severus sonrió de nuevo.

—Vamos, Potter. Si usted hubiera querido, yo ya estaría en el Ministerio, en una sala de interrogatorios con el veritaserum saliéndoseme por las orejas.

—No esté tan seguro de que eso no vaya a suceder —masculló Harry levantándose, cerrando el puño alrededor de la varita, todavía dentro de su bolsillo.

—Creía que durante estos días pasados habíamos forjado una especie de amistad —había decepción en la voz de Severus—. Un slytherin es leal a sus amigos. Esperaba lo mismo de usted.

Hijo de puta. A contrapecho, Harry volvió a sentarse.

—Espero que ese amigo que está protegiendo, valga realmente la pena como amigo —dijo con ferocidad—. Si es que el tal amigo existe.

El otro mago le dirigió una mirada herida.

—¡Vamos, Snape! ¿Qué quiere que piense? De buen principio usted no quería que registrara la tienda.

Sintiéndose insultado, la voz de Severus se convirtió en un témpano de hielo cuando preguntó:

—¿Insinúa que el libro ha estado en mi poder todo este tiempo?
Esta vez fue Harry quien se repantingó en su asiento, dirigiéndole una mirada llena de desconfianza.

—¿Lo ha estado? —contraatacó en un tono incisivo.

Pero el estómago del auror se apretó un poco cuando los ojos de su ex profesor volvieron a ser tan fríos y vacíos como los recordaba de antaño.

—No —respondió Severus. Y vació lo que quedaba de brandy en su copa de un solo trago.

Harry suspiró pesadamente, enojado consigo mismo por no poder seguir manteniendo su pose de auror agresivo e inconmovible. Por sentirse tan dispuesto a creerle.

—Creo que ahora aceptaré ese whisky.


o.o.o.O.o.o.o


Harry había regresado al Cuartel General de Aurores a las dos de la mañana, nervioso y descompuesto. Miles le había preguntado si se había solucionado su asunto y él había respondido que sí, sintiendo un gran sentimiento de culpa por estar mintiéndole a su compañero. A continuación se había bebido dos cafés en un intento de disimular su aliento a whisky de fuego. Después había aguantado como había podido hasta las ocho de la mañana, cuando había llegado su remplazo, y se había aparecido en su apartamento sólo para darse una ducha y cambiarse de ropa. Aunque hubiera querido, hubiera sido incapaz de dormir. Poco antes de las nueve se aparecía en el Callejón Diagon de nuevo, frente a Eibhlín’s Corner. Esta vez la tienda sí estaba cerrada y no pudo entrar. Así que decidió visitar el establecimiento de Megan y desayunar. A las nueve y media volvía a la tienda, que ya estaba abierta, dispuesto a empezar cuanto antes con los preparativos del ritual que, tal como habían acordado con Snape, realizarían esa noche.

Severus no tenía mejor aspecto que el auror. Su rostro se veía más pálido de lo normal y las oscuras sombras bajo sus ojos hablaban también de una noche en vela. Se había pasado la madrugada consultando libros, buscando el ritual adecuado para la noche de Samhain. Y finalmente lo había encontrado. Haciendo las modificaciones necesarias a sus fines, era sencillamente perfecto.

—Quiero ver el libro —fueron las primeras palabras de Harry.

—Primero, necesito que me ayude haciendo algunas compras —Severus le entregó una lista—. Hoy no puedo dejar la tienda.

El auror cogió el pergamino que le tendía el otro mago y lo leyó. Encontraría todo lo que necesitaba en el Callejón.

—¿Es para el ritual? —preguntó. Severus asintió—. ¿Qué tipo de ritual?

Severus prefirió no darle detalles. No todavía.

—Hablaremos cuando regrese con todo lo que hay ahí —dijo, señalando el pergamino.

Harry le dirigió una mirada reacia a Snape. No le gustaba que le dejaran sin respuesta cuando hacía una pregunta. Manías de auror. Sin embargo, en ese precioso momento un cliente entró en la tienda y el dueño se dispuso a atenderlo. Harry comprendió que insistir sería inútil.

—Está bien —aceptó finalmente—. No tardaré.

Sin embargo, Harry se entretuvo con esas compras en un intento de calmar sus nervios. No ayudó mucho que en cada tienda que entrara, o incluso en su camino por el Callejón, la gente le sonriera y le dedicara unas palabras de agradecimiento como si hubiera salvado el mundo por segunda vez. Como si el solo hecho de verle haciendo cosas tan cotidianas como comprar unas cuantas granadas y manzanas en el puesto de fruta no hiciera más que confirmarles lo tranquilo que se sentía Harry Potter con respecto a que esa noche de Samhain no podía pasar nada malo. Con cada confiada sonrisa que le dedicaban, el desasosiego de Harry aumentaba a la par que su convencimiento de que Snape tenía razón. Tratar el asunto del libro de manera confidencial entre ellos dos era la mejor decisión. Antes de regresar a la tienda, se detuvo en la heladería y se tomó otro té bien cargado.

Severus había estado muy ocupado toda la mañana. Sus reservas de obsidiana y azabache prácticamente se habían agotado. Había vendido sus existencias de incienso de menta y estaba prácticamente a punto de quedarse sin el preparado especial de esencias que había elaborado especialmente para el Samhain. Se hubiera sentido totalmente satisfecho de todo ello si su cabeza no hubiera esta ocupada en otras cosas. En Potter, por ejemplo. En cómo explicarle la parte final del ritual sin encontrarse con la varita del auror incrustada en su gaznate. Confiaba en que siguiera tan ignorante en todo lo concerniente a costumbres mágicas como había demostrado que lo era en el colegio, por culpa de haber sido criado por muggles en lugar de magos. Debía pensar con mucho cuidado qué tipo de aroma esparciría en la sala esa noche… Se las había arreglado para mantener ocupado a Potter toda la mañana, primero con las compras y después ayudándole en la tienda, llevando y trayendo cosas del almacén; después le había mandado a casa para que recogiera alguna objeto personal de sus seres queridos para el altar, y ahora había ido buscar algo para comer. Quería evitar a toda costa más preguntas de las necesarias hasta que fuera inevitable tener que responderlas. Severus esperaba que la mayor afluencia de clientes hubiera sido por la mañana y que por la tarde pudiera cerrar temprano. Tenía un montón de cosas de las que ocuparse.

Cuando Harry llegó con la comida, Severus estaba en la cocina preparando el incienso especial para el ritual: dos partes de incienso, una parte de mirra, una parte de benjuí, dos partes de agujas de pino, una parte de madera de cedro, una parte de bayas de enebro y una pizca de canela.

—¡Puaf! Esto huele muy fuerte—exclamó Harry al entrar en la sala.

—Termino enseguida… —dijo Severus, ajustando un poco la puerta de la cocina.

—Sándwiches de pollo y cerveza de mantequilla —siguió hablando Harry, esta vez alzando un poco la voz—. ¿Le parece bien?

—Lo que haya elegido está bien para mí —respondió Severus desde el otro lado de la puerta.

—También he traído un termo de café… —en realidad no sabía si a Snape le gustaba el café.

El auror invocó la mesa plegable que Severus guardaba en el almacén y la montó en el centro de la sala. Después hizo lo mismo con un par de sillas. Dejó la bolsa con la comida sobre la mesa y extrajo las cervezas y los sándwiches. En ese momento tenía más sueño que hambre, pero sabía que debía comer si quería aguantar hasta la noche. Empezó a mordisquear su sándwich sin muchas ganas. Snape todavía no le había enseñado el libro, y ese hecho le tenía un poco mosqueado. Necesitaba verlo y valorar lo que tenían entre manos. ¿Y si no era tan peligroso como creían? ¿Y si lo era mucho más? Sabía de la experiencia de Snape con objetos y magia oscura. Pero él también tenía la suya, desgraciadamente, y no quería ser el único en ir a ciegas en aquel asunto. Y porque, en el fondo, muy en el fondo de su cerebro, un vocecita susurraba que tal vez había algo que no encajaba en su lugar.

Así que las primeras palabras que recibieron a Severus en cuanto dejó la cocina fueron:

—Necesito ver el libro, Snape.

Severus se detuvo frente a la mesa con ganas de sentarse, pero no lo hizo. Era la tercera vez que Potter le pedía el libro. La noche anterior había tenido que conformarse con marcharse sin verlo, porque Severus le había dicho que lo tenía en su casa y el auror no podía demorar más en regresar al Cuartel sin arriesgarse a que Miles se apareciera en el Callejón con un ejército de aurores. Ahora, había llegado el momento de enseñárselo. Deshizo el camino hacia la cocina y buscó en uno de los armarios, detrás de unos tarros con ingredientes. Estaba cuidadosamente envuelto en una tela de color verde oscuro. Lo levitó hasta la sala y lo dejó suavemente sobre la mesa. Un preciso movimiento de varita y la tela se desenvolvió por sí sola, dejando al descubierto un libro no demasiado grande, de tapas lisas y negras ajadas por el uso. No había ningún título en la portada. A Harry le recordó el diario de Tom Riddle. Y no era un buen recuerdo.

—¿Por qué los objetos más peligrosos suelen parecer tan insignificantes? —se preguntó en voz alta.

El diario de Riddle tampoco se lo había parecido la primera vez que lo vio. Se levanto y sacó su propia varita para murmurar a continuación uno de los hechizos que había utilizado días atrás en su periplo por el Callejón Diagon. Un potente destello violeta iluminó unos segundos la habitación, confirmando la oscuridad de la magia que envolvía aquel tratado de nigromancia. Todos los hechizos que recitó a continuación dieron como resultado el mismo destello, emitido con mayor o menor intensidad. Con otro movimiento de varita lo abrió y empezó a pasar las páginas.

—¿En qué idioma está? —preguntó, incapaz de reconocer los símbolos escritos en ellas.

—Arameo —respondió Severus.

El auror asintió, pensativo.

—¿Está seguro de que el ritual que ha encontrado servirá? —el ceño fruncido y una pequeña mueca apretando sus labios expresaban sus dudas mejor que las palabras—. Todavía estoy a tiempo de llevarlo al Ministerio…

—Servirá —aseguró Severus. Después señaló el libro—. Deberíamos guardarlo hasta que llegue el momento.

Envolvió el libro en la tela de nuevo y lo levitó de vuelta al armario de la cocina. Cuando por fin se sentó a la mesa, observó que Potter había dejado su sándwich a medias sobre el envoltorio de papel y que parecía tener poco ánimo para terminárselo. Él ni siquiera tocó el suyo.

—Sin embargo, hay algunos aspectos del ritual que llevaremos a cabo esta noche, que todavía no le he comentado… —empezó a decir el dueño de la tienda.

El ceño del auror, que todavía permanecía fruncido, se frunció mucho más. Sus ojos se clavaron en Severus como dos pequeñas dagas de jade.

—¿Qué aspectos?

El mago respondió con otra pregunta:

—¿Qué sabe de nigromancia?

—Que juega con la muerte —dijo Harry sin dudar—. Magia muy oscura; de la que a Voldemort le gustaba.

Severus asintió con expresión grave.

—La nigromancia no es maligna en sí misma —explicó—. Tan válido es el uso de la energía vital de la naturaleza como de la energía oscura de una necrópolis.

—¿Está usted seguro? —preguntó Harry, escéptico.

Indudablemente, a Potter se le iban a quedar permanentemente las arrugas del ceño de tanto fruncirlo, pensó Severus.

—Es el uso que se le dé a esa energía lo que implica que la magia sea oscura o no —rebatió, sin embargo—. Canalizar el mal, el dolor y esa clase de energía y no llenarse de ellas sólo está al alcance de magos muy poderosos. Y aún así, es muy difícil que no les lleve a la locura o a la maldad en su más estricto sentido. La magia oscura es antinatural y nos desquicia y llena de sombras nuestra magia.

Y Voldemort era un claro ejemplo de ello, se dijo Harry. Y como si Snape le hubiera leído la mente, añadió:

—En algunos casos, un mago ha logrado triunfar con ese tipo de magia, alterar las fronteras entre la vida y la muerte; pero el precio ha sido su propia existencia.

Harry estuvo completamente de acuerdo con aquella afirmación.

—No obstante, la dificultad de acabar con un nigromante estriba en la dificultad de arrancarle del plano mortal; no importa a que forma de muerte sea sometido, un nigromante siempre reaparece. Su alma no encuentra reposo ni en un plano ni en otro. Se les puede vencer, pero su venganza azotará a toda la estirpe de sus asesinos.

Harry tragó saliva.

—Si lo que quiere es acojonarme, le aseguro que lo está consiguiendo.

Severus esbozó una sonrisa tibia.

—De hecho, la dificultad para el regreso del Señor Oscuro estriba en que sólo le quedaba un trozo de alma cuando usted le mató. Insuficiente para volver como espectro y amargarnos la existencia.

—Pues con uno sólo ya dio lo suficientemente por el… —Harry decidió moderar la expresión—… por el saco como para que eso me tranquilice —terminó con un sarcasmo no exento de inquietud.

—Sólo debería preocuparnos si el libro cayera en manos de un nigromante muy poderoso, capaz de alojar ese trozo de alma en un nuevo cuerpo —la voz de Severus era segura y precisa—. Y aún así, sería al nigromante que manejara esa parte del espíritu del Señor Oscuro a quien deberíamos temer, no al Señor Oscuro en sí mismo. Y eso no sucederá porque está noche vamos a destruir el libro con mucha más ayuda que cualquier otra noche del año.

—¿Ayuda?

—De parientes y amigos difuntos —aclaró Severus.

—Tenía entendido que esta noche no se debe molestar a los difuntos, sólo honrarlos…

—Es cierto —afirmó Severus—. Pero también es el momento adecuado para solicitar su consejo y ayuda. No pueden negárnosla. Estoy seguro de que velarán por nosotros esta noche.

Ambos se quedaron en silencio. Harry le dio un trago a su cerveza de mantequilla sin muchas ganas. Sólo por hacer algo. Después dirigió una mirada inquisitiva a su ex profesor.

—¿En qué consistirá exactamente el ritual?

Severus tomó aire y se dispuso a explicárselo.


Continuará...

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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo III   Ritual de Samhain - Capítulo III I_icon_minitimeJue Nov 17, 2011 2:46 pm

Bueno, tengo mis dudas respecto a si el libro es real o un señuelo para atraer a Harry don de él quiere, sí es mentira, desde luego que Snape se lo está montando de cine, y si es verdad... Realmente acojona bastante todo el tema. En fin sea como sea, tienes toda mi atención y espero que mañana o pasado me encuentre con otro capi tuyo y me saque de dudas. Muy buena la historia guapa. Besos.
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MensajeTema: Respuesta comentario Samhain   Ritual de Samhain - Capítulo III I_icon_minitimeDom Nov 20, 2011 3:01 pm

Hola gabrielle,

No voy a desvelar si el libro es real o no. Pero sea como sea, Severus se lo montará de cine...

Gracias por comentar. Nos leemos en el próximo capítulo.

¡Besos!
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo III   Ritual de Samhain - Capítulo III I_icon_minitimeMiér Nov 23, 2011 2:03 pm

Me había saltado el tres ^^ Cómo me gusta tu Snape, es tan ambiguo... podría estar diciendo la verdad, o no, o manipulando a Harry, o no... ^^
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo III   Ritual de Samhain - Capítulo III I_icon_minitime

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Ritual de Samhain - Capítulo III
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