La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Ritual de Samhain - Capítulo I

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Lívia
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MensajeTema: Ritual de Samhain - Capítulo I   Ritual de Samhain - Capítulo I I_icon_minitimeLun Nov 14, 2011 11:23 am

Resumen: La guerra terminó hace tres años. Ahora, un inquietante rumor empieza a circular por el mundo mágico cuando se acerca la festividad de Samhain. A pesar de no creer en él, Harry, como auror, recibe la orden de investigarlo junto al resto de sus compañeros del Cuartel General de Aurores.

Personajes: Severus Snape, Harry Potter

Género: Romance, suspense

Advertencia: Ninguna

Clasificación: NC-17

Escrito para El Día Internacional del Snarry (23 de octubre) - Convocatria 2011


CAPÍTULO I



Había nacido como un rumor, débil y vago, en alguna parte. Después se había extendido, de manera lenta pero eficaz, vulnerando la incredulidad de cuantos oídos alcanzaba. A continuación, había calado como una lluvia fina que al principio ni moja ni se siente, pero que acaba empapando a quien permanece demasiado tiempo bajo ella. Ese fue el momento en que se había convertido en una verdad incuestionable. El punto en que el mundo mágico había sucumbido al pánico y el Ministerio se había visto obligado a tomar cartas en el asunto.

En el Cuartel General de los Aurores se lo habían tomado con un moderado escepticismo. Voldemort estaba muerto y esta vez nadie iba a resucitarlo. Tenían la prueba fehaciente de ello entre sus filas: Harry Potter, el auror más joven que jamás hubiera ingresado en la élite del mundo mágico. Gawain Robards, nombrado Jefe de Aurores durante el mandato del fallecido Rufus Scrimgeour, cuyo cargo andaba en la cuerda floja desde que el nuevo Ministro de Magia, Kingsley Shacklebolt, había emprendido la remodelación del departamento, no estaba dispuesto a arriesgarse. Había dado ordenes terminantes y precisas a sus aurores: tenían que impedir que se llevara a cabo el ritual —real o ficticio— para la resurrección del Señor Oscuro al precio que fuera, utilizando todos los medios a su alcance —legales y subrepticios—, antes de que llegara la medianoche del 31 de octubre. Y tenían un mes escaso para hacerlo.

Los primeros días de octubre había empezado a hacer sentir verdaderamente el otoño a los londinenses. Las hojas de los árboles amarilleaban con rapidez y las que ya se habían secado, extendían un manto crujiente y marrón por calles y avenidas. El aire soplaba frío y destemplado y los paraguas se habían convertido en elementos habituales e imprescindibles del paisaje. El Callejón Diagon no era una excepción, a pesar de la escasa presencia de árboles. La larga calle llena de tiendas y establecimientos donde magos y brujas podían hacer sus compras en Londres empezaba a vestirse también de otoño. En los escaparates de la mayoría de los comercios podían verse ya los adornos típicos de la época, como calabazas y arreglos florales que incluían granadas, manzanas y otros frutos otoñales. La población de gatos negros que merodeaban habitualmente por el Callejón parecía haber aumentado aquellos días, así como los vendedores callejeros, que ofrecían incienso de menta, hierbas típicas del Samahín como la artemisa, la mandrágora o la salvia, y todo tipo de piedras negras, con preferencia de la obsidiana y el azabache, entre otras bagatelas.

Sortilegios Weasley no necesitaba de ninguna decoración especial para atraer la atención de sus clientes. La tienda ya era especial en sí misma, con un surtido de mercancías que giraban, estallaban, destellaban y chillaban. Cada vez que Harry entraba en ella, se sentía felizmente transportado a su adolescencia, de hecho, no tan lejana. Se dijo a sí mismo que sería una visita rápida, ya que se encontraba en el Callejón Diagon por trabajo, no por placer. No podía pasar simplemente por delante del establecimiento de sus amigos sin saludarles. Además, como su compañero no se uniría a él hasta más tarde, no tendría que darle explicaciones a nadie. Al ser tan temprano por la mañana, apenas las nueve, y entre semana, la tienda estaba todavía vacía de clientes. La primera en darse cuenta de su presencia fue Verity, una bruja joven de corto cabello rubio, que según Ron estaba enamoriscada de Harry. El rostro de la chica se iluminó con una gran sonrisa antes de pronunciar su nombre, o más bien chillarlo a todo pulmón.

—¡Harry!

Inmediatamente una cabeza pelirroja asomó desde detrás de un montón de cajas. Ron dejó lo que fuera que estuviera haciendo para salir al encuentro de su amigo.

—¿A qué debemos el placer de tu visita? —preguntó, tan sorprendido como feliz de verle—. Espero que no sea nada oficial —Arrugó la nariz de forma que las mil y una pecas que la poblaban parecieron cobrar vida—. Nos deshicimos de la partida defectuosa de varitas aulladoras, tal como prometimos…

Harry le dio un puñetazo amistoso en el hombro.

—No seas idiota.

Ron le devolvió el puñetazo con una sonrisa risueña.

—George está en la trastienda. ¿Te apetece un poco de té?

—No te diré que no —agradeció Harry, frotándose las frías manos—. Me espera una larga mañana pateando el Callejón.

Cinco minutos después se encontraba sentado saboreando una taza de té caliente, charlando animadamente con sus dos amigos.

—Y, ¿qué se te ha perdido hoy por aquí? —preguntó George después de unos minutos de charla intrascendente.

Harry puso cara de fastidio antes de responder:

—Imagínatelo. El tema estrella de este otoño.

—No me puedo creer que la genta pueda ser tan estúpida —gruñó Ron.

George soltó una risita burlona.

—Cuando Harry dijo que había vuelto, nadie le creyó. Y ahora que no puede volver, están dispuestos a tragarse el primer rumor que corre sobre su regreso.

Harry asintió, pero dijo:

—Hay una parte de esas habladurías que la mayoría de la gente no sabe. Pero me imagino que cuando empecemos con los registros, será más que obvio lo que estamos buscando.

Los dos hermanos le miraron con curiosidad.

—Suéltalo —exigió George—. No creas que te vayas a ir de aquí sin vaciar el buche, amigo.

Harry sonrió. En otras circunstancias, jamás hubiera soltado prenda ante un civil. Pero, además de ser sus amigos, eran antiguos miembros de la Orden del Fénix, como él mismo. Si Voldemort estaba muerto era en gran parte gracias a ellos.

—Se dice que, quien sea, está buscando un libro —explicó, bajando la voz por si Verity estaba escuchando—. Uno muy especial que contiene hechizos oscuros de los que poca gente ha oído hablar.

—¿Nigromancia? —preguntó George.

—Puede ser —respondió el auror—. Nadie lo sabe con certeza. La cosa es que una vez consigan atraer al espíritu de Voldemort, con algún ritual que especifique ese libro, necesitarán un cuerpo para que lo habite. Mi departamento teme que el loco, o locos, que pretendan llevar a cabo ese ritual, puedan secuestrar o incluso matar gente inocente con tal de proporcionarle un cuerpo al supuesto espíritu de Voldemort.

—Pero tú no crees eso, ¿verdad? —inquirió Ron con aprensión.

—¡Por supuesto que no! —Harry se rió—. Le maté y punto. No volverá. Me niego a aceptar que pasé lo que pasé durante dieciséis años de mi vida para nada.

—Es verdad —admitió Ron, recuperando el aplomo momentáneamente perdido—. Sólo son cuentos de viejas, como dice Hermione.

—Exacto —Harry dejó su taza de té ya vacía sobre la mesa—. Bien, tengo que irme a buscar el puñetero libro. Si es que ha existido alguna vez… —añadió con expresión resignada.

—¿Vas a ir a Flourish & Blott’s? —preguntó George.

Harry asintió.

—Y a Obscurus Books y Whizz Hard Books. También tengo a El Profeta en mi lista.

—¿A Whizz Hard Books? —se sorprendió Ron—. ¡Pero si es una editorial dedicada a libros sobre quidditch!

El auror se encogió de hombros.

—Partimos de la base que es bastante probable que el que tenga el libro, no lo sepa. Puede estar camuflado como otra cosa. Podría tener un título ficticio como Doce Maneras Infalibles de Encantar a las Brujas —respondió irónicamente a su amigo.

Ron enrojeció un poco al recordar que había sido él quien le había regalado ese libro a Harry, y que siempre era motivo de bromas entre sus amigos ahora que todos sabían que al auror le iban más las varitas que los calderos.

—Idiota —masculló mientras Harry y George se reían a mandíbula batiente.

Ambos hermanos acompañaron al auror hasta la puerta, mientras seguían bromeando sobre el libro, y Verity les dirigía una mirada resentida porque no la habían invitado a participar en la charla.

—Por cierto —detuvo George a Harry cuando éste ya tenía la mano en la puerta—, no sé si sabes que hay un nuevo negocio en el Callejón.

—¿Un nuevo negocio?

Ambos hermanos se miraron con una sonrisa resabida.

—Si te dejaras caer por casa más seguido, podría contarte las novedades —le recriminó Ron en un ligero tono vengativo—. Pero como el señor prefiere perderse por ese barrio muggle para admirar culos ajenos…

—Si sólo los admirara… —se rió George.

Harry dejó escapar un suspiro dramático y aceptó la pulla. Era bien cierto que Ron y Hermione le habían invitado a comer o a cenar un montón de veces en las últimas semanas y él siempre había estado demasiado ocupado en otras “cosas” como para poder aceptar.

—Prometo visitaros pronto —aseguró y volvió a preguntar, dirigiéndose a George—: ¿Qué negocio?

—Supongo que te interesará, porque también es una especie de librería, por lo visto, especializada en tratados sobre pociones, hierbas curativas y ese tipo de cosas.

—Pues si hay libros, supongo que tendré que pasarme —razonó Harry.

—Aún no has preguntado quién es el dueño…

Pociones, hierbas curativas… Harry sólo tuvo que observar la sonrisa maniática de Ron durante unos instantes para hacerse una idea bastante aproximada de quien podía ser.

—¡Oh, por favor! —gimió—. Dime que no es Snape.

—¿Te lo puedes creer? —confirmó George, dándole unos confortadores golpecitos en la espalda a Harry—. Tres años sin saber de él y de pronto aparece en esa tienda, sospechosamente junto a la entrada del Callejón Knocturn…

Tras unos instantes de silencio, Harry se encogió de hombros con aire rendido.

—Si hay que ir, se irá —sentenció—. Hasta puede que la suerte me sonría y Snape haya oído hablar del maldito libro.

—O que lo guarde debajo de su colchón —sugirió Ron en tono malicioso.

—O que te eche a patadas en cuanto te vea —añadió George.

—Iros a la mierda los dos —masculló el auror y esta vez empujó la puerta para salir de la tienda.

—Te queremos, Harry, ya lo sabes —dijo George haciendo una perfecta imitación de su madre—. Sé bueno y no te metas en líos.

Ya desde fuera, el auror les hizo un gesto muy gráfico alzando el dedo corazón.



La mañana transcurrió lenta y aburrida. Harry y su compañero, Norvel Frisby, un auror veterano, acabaron con las muñecas rotas después de ejecutar toda clase de hechizos de rastreo de magia oscura sobre todas y cada una de las estanterías de Flourish & Blott’s. Cuando llegaron al almacén, lleno de cajas amontonadas y polvo por todas partes, se sintieron desfallecer. Pasaron en él toda la tarde y parte de la mañana del día siguiente. Obscurus Books fue su siguiente destino y para finales de semana habían acabado con Whizz Hard Books y El Profeta. No habían encontrado nada. Los compañeros que se ocupaban de registrar el Callejón Knockturn, Hogsmeade o mansiones de antiguos mortífagos como los Malfoy, no estaban teniendo mejor suerte. Harry, quien estaba convencido de que el libro no existía ni había existido nunca, sólo esperaba tener la oportunidad de ponerle la mano encima al gracioso o graciosos que había iniciado el maldito rumor.

—Nos queda esa tienda nueva, Eibhlín’s Corner —había dicho Frisby el viernes a última hora de la tarde, revisando su lista—. ¿La dejamos para el lunes?

Con las pocas ganas que tenía Harry de reencontrarse con su antiguo Profesor de Pociones y las muchas que sí tenía de volver a casa, darse una buena ducha, arreglarse y aparecerse en el Soho, estuvo completamente de acuerdo con la sugerencia de su compañero. En aquel momento no podía imaginarse que Frisby tendría un incidente familiar que le impediría acudir al trabajo el lunes, y que debido a que el resto de efectivos ya tenían sus propios destinos asignados, tendría que cumplir solo con su propia asignación.


o.o.o.O.o.o.o


Aquella mañana de lunes Harry pensó que verdaderamente tenía que haberse levantado con el pie izquierdo. Con tanto trabajo la semana anterior y tanta prisa por vivir un fin de semana a tope, había olvidado que tenía la despensa vacía. Apenas quedaban unas migajas de cereales en el fondo de la caja y tuvo que reutilizar un par de bolsitas abandonadas en sendas tazas usadas para conseguir hacerse un poco de té. El agua de la ducha no salió fría, pero tampoco lo suficientemente caliente —tendría que hacer revisar la maldito caldera otra vez— como para compensar el ambiente gélido del cuarto de baño, lo cual indicaba que la calefacción tampoco funcionaba como debía. La gota que rebosó el vaso fue la aparición de un nervioso Frisby en su chimenea anunciándole que no le esperara porque su hija pequeña se había tragado algún objeto, que no lograban sacar ni con magia, y que tenía síntomas de asfixia, por lo que él y su mujer iban a aparecerse con ella en San Mungo sin perder más tiempo. Harry comprendió perfectamente la angustia de su compañero, pero ¿esa niña tenía que tragarse lo que fuera precisamente esa mañana? Malhumorado, cogió un puñado de polvos flu y lo arrojó en la chimenea como si ésta tuviera la culpa de todos sus males.

Para que su desdicha fuera completa, llovía. Harry se arrebujó en su guardapolvo y murmuró un hechizo de impermeabilidad antes de dejar atrás el cálido ambiente del Caldero Chorreante y la promesa de Hannah Abbot de hacerle un buen desayuno cuando regresara, y poner un pie en el Callejón Diagon. Quería acabar con lo que tenía que hacer cuanto antes y volver por ese desayuno. Después regresaría al Cuartel General de Aurores y empezaría con la tediosa tarea de hacer informes, a la espera de que Frisby apareciera en algún momento y le echara una mano.

Caminó, de hecho sin mucha prisa a pesar de la lluvia, atravesando la larga calle hasta donde esta se bifurcaba hacia el Callejón Knockturn. La tienda de Snape estaba en una esquina, de manera que la fachada principal daba al Callejón Diagon, colindaba a la izquierda con la Heladería del fallecido Florean Fortescue y la parte derecha del edificio daba a la entrada al Callejón Knockturn. Harry no pudo evitar pensar que ese hombre siempre se las arreglaba para tener un pie en los dos lados. ¿Por qué habría vuelto? Había desaparecido poco después de la guerra y de sobrevivir contra todo pronóstico a la mordida de Nagini, la terrible mascota de Voldemort. Evidentemente, no habría sido bien recibido de regreso a Hogwarts como profesor, a pesar de haber quedado claro dónde residía su verdadera lealtad y que el Ministerio le concediera una Orden de Merlín de primera clase, que nadie había celebrado, como al resto de héroes de guerra. Harry, como muchos otros, había supuesto que Snape había preferido empezar de nuevo en alguna otra parte, antes que seguir arrastrando su tortuoso y complicado pasado frente a una sociedad mágica que, a pesar de todo, seguía sin saber muy bien cómo encajarle en ella.

En el escaparate de la tienda, que era muy pequeño, se exhibía un libro sobre pociones con apariencia de ser muy antiguo, colocado sobre un trabajado atril. En semicírculo frente a él había dispuestas varias cajitas de madera, cuyo interior estaba forrado con lo que parecía terciopelo de un color verde oscuro, dentro de cada una de las cuales había un mineral. Entre ellos Harry reconoció la obsidiana y el azabache, piedras típicas de la época en que se encontraban. En la esquina derecha, muy cerca del cristal, había una calabaza abierta, de cuyo interior salían artísticamente varios tipos de hierbas y una tela de seda negra que bajaba por el lado izquierdo de la calabaza y extendía sus pliegues alrededor de ella. Sobre la tela se habían depositado tres hermosos frascos de cristal en forma de lágrima, que contenían un líquido brillante de color verde, rojo y dorado respectivamente. A Harry le pareció que el escaparate había sido hecho por alguien que tenía muy buen gusto y se preguntó a quién habría recurrido Snape.

Cuando por fin entró en Eibhlín’s Corner tuvo que reconocer que no era en absoluto lo que esperaba. Aunque el atrayente escaparate ya debería haberle dado una pista de que el interior no podía ser ni oscuro ni tenebroso, tal como había imaginado que tenía que ser un negocio regentando por alguien como su antiguo Profesor de Pociones. Lo primero que notó fue que el aire olía suavemente a una mezcla de hierbas dulces, que en realidad le recordaron al sabor de la miel[1], haciéndole sentir extrañamente relajado. Pero no lo suficiente como para que su instinto de auror no le hiciera preguntarse qué tipo de hierbas estaría utilizando Snape para conseguir esa sensación. Lo segundo, que la estancia donde se encontraba era lo menos parecido a una tienda que Harry hubiera visto jamás. Más bien era como si alguien hubiera trasladado allí la biblioteca de su propia casa. El suelo era de madera oscura y brillante. Daba pena pisarla con las suelas de las botas mojadas por la lluvia. A derecha e izquierda se alzaban unas elegantes estanterías, también de madera, que llegaban hasta el techo y estaban repletas de libros, cuyos bajos eran una combinación de armarios y cajones. En el centro, de espaldas a la puerta, había un sofá de cuero estilo Chester de dos plazas, flanqueado por dos mesitas, ambas ovaladas. Sobre la de la derecha había un hermoso candelabro de tres brazos con velas de color verde musgo, que estaban encendidas. En la de la izquierda descansaba un pequeño cofre abierto, lleno de distintos minerales sin tallar. Detrás del sofá, de cara a la puerta, había una vitrina de cristal del mismo largo y altura que éste, repleta de frascos llenos de hierbas, raíces y tubérculos. Al fondo, había una mesa bastante grande, que por lo que pudo apreciar Harry cuando se acercó, tenía la superficie de cristal. Bajo ésta podían verse un montón de compartimentos de madera en el interior de cada uno de los cuales habían sido colocados en riguroso orden la más extensa variedad de minerales que Harry hubiera visto nunca. Delante de la mesa había dos butacas tapizadas de terciopelo verde con un marco en madera lustrado de un tono oscuro, pero no tanto como el del suelo, y detrás un sillón orejero del mismo cuero marrón que el sofá. A espaldas de este sillón se alzaba otra estantería de madera hasta el techo, esta vez ocupada por un sinfín de frascos de diferentes tamaños y colores. Justo al lado había una puerta abierta, que Harry imaginó llevaba a la trastienda. La mayor parte de la iluminación del local venía dada por una gran araña de bronce de ocho brazos, cada uno de los cuales acababa en una gruesa vela. Aunque sobre la mesa de cristal también había un quinqué de porcelana.

—¿En qué puedo ayudarle, señor Potter?

Había estado tan ensimismado admirando el lugar, que el auror ni cuenta se había dado del momento en que Snape había salido de la trastienda. Su figura, alta y delgada, se había detenido en el hueco de la puerta, como si esperara que la presencia de Harry fuera a ser tan breve que no mereciera considerar avanzar unos pasos hacia la mesa de cristal que servía también de mostrador. Iba vestido con el mismo tipo de túnica que utilizaba en Hogwarts, negra y abotonada hasta el cuello. Pero su pelo, oscuro y lacio, caía bastante más abajo de sus hombros, más largo de lo que acostumbraba a llevarlo en la escuela. Tampoco su tez se veía tan cetrina, y las arrugas que surcaban su frente y el contorno de sus ojos durante la guerra, se habían suavizado. Como si hubiera experimentado un ligero rejuvenecimiento. Tal vez se debiera a la simple tranquilidad de seguir viviendo. La nariz larga y ganchuda seguía allí, pero a Harry sus ojos no le parecieron tan fríos y vacíos como los recordaba. Fuera donde fuera que hubiera estado Snape aquellos últimos tres años, le había sentado bien.

Cuando la oscura mirada del antiguo profesor recorrió con desagrado las húmedas pisadas que decoraban el pulido suelo de madera, Harry pensó que seguramente su carácter no había cambiado tanto.

—Snape —saludó el auror con un ligero movimiento de cabeza, incómodo por ser el causante de esa mirada. Aunque, ¿cuándo no lo había sido? De todas formas, dijo a modo de disculpa—: Está lloviendo.

—Obvio —dijo secamente Snape.

Harry apretó los dientes y necesitó recordarse que tenía veintiún años, era auror y Snape ya no era su profesor. Así que tomó aire y habló:

—Como seguramente sabrá, estos días los aurores estamos efectuando un registro en varios de los comercios del Callejón. Buscamos un libro de artes oscuras.

Snape alzó burlonamente una ceja mientras caminaba los pocos pasos que le separaban de la mesa y se detenía junto a ella.

—Así que el Ministerio lanza a la supuesta élite del mundo mágico en pos de un rumor. Uno bastante absurdo, si me permite el comentario.

—No hacer caso a rumores supuestamente absurdos nos trajo algunos disgustos en el pasado, si no recuerdo mal —Harry esbozó una sonrisa condescendiente y añadió—: Si me permite el comentario.

Snape miró al auror de arriba abajo, como si le estuviera evaluando.

—Muy bien —dijo—, enséñeme la orden firmada por el Ministro en la que dice que mi tienda tiene que ser registrada y se compromete a no dañar mi mercancía durante lo que dure ese registro y podrá empezar con su trabajo.

Harry miró al hombre atónito, como si acabara de decirle que tenía que bailar desnudo encima del sofá.

—Sólo voy a ejecutar unos simples hechizos de rastreo de magia oscura —aseguró—. No a estropear su mercancía. Nadie hasta ahora había puesto problemas para que cumpliéramos con nuestro trabajo.

—Esa clase de hechizos nunca son simples —rebatió firmemente Snape—. Si se supone que sabe ejecutarlos, debería saberlo. Y le recuerdo que esto es una propiedad privada y usted la está invadiendo.

¿Invadiendo? Harry empezó a desabrochar su guardapolvo con bruscos ademanes. Aquellas hierbas podían oler muy bien, pero cualquier tipo de relajación se había ido a la mierda.

—Puestas así las cosas —dijo, tratando de mantener su tono de voz más calmado de lo que él se sentía—, le agradeceré que tenga la bondad de mostrarme la escritura de propiedad de la tienda, el permiso de apertura y los consiguientes permisos de venta de las diferentes mercancías que aquí se exhiben —apartó una de las butacas tapizadas de terciopelo verde y se sentó—. Y no tengo todo el día.

Snape, que en ese momento estaba haciendo un gran esfuerzo para contenerse, se contentó con asesinar al auror con la mirada. Después, sin decir palabra, se volvió con un gesto hosco y desapareció por la puerta de la trastienda. Harry dejó escapar el aire con un sonoro bufido. ¿Qué diablos se había creído ese hombre? Evidentemente los cambios que había detectado en su antiguo profesor eran sólo físicos. Porque su carácter seguía siendo tan agrio y desagradable como siempre. Snape no tardó ni dos minutos en volver a aparecer, llevando en la mano una carpeta, que dejó caer con un sonoro “plof” sobre la mesa, delante de Harry. Antes de que éste pudiera echarle mano, se abrió la puerta de entrada, provocando que Snape levantara la mirada hacia allí y Harry se volviera ligeramente en su butaca para ver quién era. Con sorpresa, comprobó que se trataba de Megan Jones, una simpática Hufflepuff del curso de Harry, que era la actual dueña de la heladería.

—¡Buenos días, Severus! —saludo risueñamente. Entonces se dio cuenta de la presencia del auror— ¡Harry, qué sorpresa! Creí que ya habíais terminado en el Callejón…

La joven llevaba una bandeja, cubierta con una tapa de cristal, bajo la cual se apreciaba una humeante taza de té y un plato con una generosa ración de pastel de arándanos. La depositó sobre la mesa, delante de Severus, sin apreciar que ese gesto había hecho tensar un poco al dueño de la tienda. Harry miró la bandeja y luego a Snape con una sonrisita. A pesar de todo, no pudo evitar que su estómago rugiera ante la visión del apetecible pastel.

—Hoy te he traído pastel de arándanos —explicó la chica con una gran sonrisa—. Lo hice ayer por la noche porque sé que es tu preferido.

—Gracias —masculló Snape.

Harry se dio cuenta de que estaba haciendo un gran esfuerzo para no sonar tan seco como realmente había acabado sonando. Parecía avergonzado por el hecho de que Harry hubiera descubierto que Megan le llvaba el desayuno cada mañana. La sonrisita del auror se hizo más amplia y la mandíbula de Snape se tensó un poco más. Sin embargo, Megan no pareció darse cuenta de ninguna de las dos cosas.

—¡Estoy tan preocupada! —dijo dirigiéndose esta vez a Harry—. ¿Crees que vais a encontrar pronto ese libro? ¡No quiero ni pensar que ese ritual llegara a realizarse!

Miró las altas estanterías de la tienda con cierta aprensión. Lo del supuesto libro no había tardado demasiado en ser vox populi. Especialmente cuando los aurores se estaban dedicando a registrar librerías y bibliotecas.

—Sinceramente, Megan, no creo que ese rumor sobre el ritual tenga ninguna base —la tranquilizó Harry—. Pero siempre es mejor asegurarse. Así que estamos haciendo todo lo posible para demostrar que no hay de qué preocuparse.

Ella asintió, bebiéndose cada palabra del auror como si fueran verdades incuestionables. Harry se levantó, se quitó el guardapolvo, que dejó descuidadamente sobre la butaca, y sacó su varita.

—Ahora mismo iba a empezar con estos libros —dijo señalando la primera estantería a su derecha, con un gesto que a Snape le pareció descaradamente chulesco—. Aunque estoy seguro de que no encontraré nada.

Ella volvió a asentir, esperando ansiosa que el auror ejecutara el primer movimiento. Harry ni siquiera le dirigió una mirada a Snape, para comprobar si el hombre se habría envenenado ya al tener que morderse la lengua. Acertadamente, el auror había intuido que el dueño de la tienda no iba a ponerle ninguna traba delante de la chica. Así que empezó a revisar la primera estantería bajo la hipnotizada mirada de Megan.

—¿Quieres que traiga un poco de pastel de arándanos también para ti, Harry?

El estómago del auror rugió de nuevo ante el amable ofrecimiento.

—¿Sería abusar mucho si añadieras una taza de Darjeeling? —preguntó.

—Te gusta negro y fuerte, ¿eh? —sonrió la chica—. ¡Claro que no me importa! En seguida te lo traigo.

Snape esperó a que Megan hubiera desaparecido por la puerta para hablar.

—Supongo que se cree muy listo, auror Potter —la palabra auror fue pronunciada con retintín y Potter escupida con la misma vehemencia que en la escuela.

Harry ni siquiera le miró cuando dijo:

—Vuelva a guardar esa carpeta, Snape, y tengamos la fiesta en paz.

A media mañana Frisby todavía no había aparecido y Harry avanzaba con mayor lentitud que si hubiera contado con su compañero, más teniendo en cuenta que aquellos hechizos eran agotadores y debía descansar cada cierto tiempo para dejar que su magia se recuperara. Aquellas altísimas estanterías albergaban más libros de lo que uno pudiera imaginar. La taza de té y el pastel tuvieron que esperar a que terminara con la primera. Y eso no fue hasta casi una hora después de que Megan los hubiera dejado sobre la mesa de cristal. Harry engulló la porción de pastel y bebió el té, que tenía un encantamiento para mantenerlo caliente, casi sin saborearlos.

Durante las siguientes horas entraron varios clientes en la tienda. A Harry le hubiera gustado ver si Snape era tan huraño con ellos como lo había sido con sus alumnos. Y se preguntó si daría un trato especial a los que acreditaran haber pertenecido a la Casa de Slytherin. Sin embargo, lo que estaba haciendo requería de toda su concentración, así que la gente entraba y salía sin que pudiera fijarse en ellos o en cómo los trataba Snape. A la hora de comer había terminado con todas las estanterías de la derecha, pero todavía le faltaban todas las de la izquierda. Y el material que Snape guardara en la trastienda.

—Volveré mañana —le dijo al huraño ex profesor—. Espero que mi compañero haya resuelto el problema familiar que le ha impedido venir hoy. Entre los dos acabaremos antes. ¿Tiene mucho material en la trastienda?

Snape, que se había sentado en el sillón orejero y ahora escribía cuidadosamente en un pergamino, mientras consultaba un libro que tenía abierto justo a su lado, levantó la cabeza para mirarle. Harry se sorprendió de ver que llevaba unas pequeñas gafas, de esas que sólo se utilizan para ver de cerca, que parecían todavía mucho más pequeñas sobre su fenomenal apéndice nasal.

—¿Libros? —pregunto. Harry asintió— No demasiados, la mayoría están aquí.

El tono había sido muy tranquilo, lejos de la crispación con la que se había dirigido al auror a primera hora de la mañana. Harry pensó que tal vez fuera debido a que había considerado lo ridículo de su postura y aceptado que él sólo estaba cumpliendo con su trabajo. O puede que lo que hubiera considerado era que si le buscaba demasiado las cosquillas, Harry podía acabar encontrando alguna tontería legal con la que cerrarle temporalmente el negocio. Para eso no necesitaba ninguna orden firmada por el Ministro de Magia. Satisfecho de sí mismo, el auror se puso el guardapolvo, que todavía estaba sobre la butaca donde lo había dejado, y se dispuso a marcharse.

—Hasta mañana entonces…

Snape emitió una especie de gruñido, sin levantar la cabeza de la tarea a la que parecía totalmente entregado, y tras unos segundos de vacilación, Harry se dio media vuelta y se marchó.

Continuará...
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo I   Ritual de Samhain - Capítulo I I_icon_minitimeLun Nov 14, 2011 12:43 pm

Nota para todos los lectores: Livia éstá publicando esta historia también en su journal personal. Si alguien quiere pasarse por allí, lo pueden encontrar AQUÍ
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo I   Ritual de Samhain - Capítulo I I_icon_minitimeLun Nov 14, 2011 1:59 pm

Hola Livia, me alegra mucho que te hayas animado a participar en el dia internacional del Snarry. Tu historia es muy interesante y el primer encuentro entre Harry y Severus es tal como lo esperaba, nada parece haber cambiado demasiado entre estos dos, pero como te conozco sé que pronto nos sorprenderás. Espero que actualices pronto, porque tengo muchísimo interés en ver como sigue. Un besote.
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo I   Ritual de Samhain - Capítulo I I_icon_minitimeLun Nov 14, 2011 6:49 pm

wiiiii muy guay livia!!!! yeah yeah yeah siguelo siguelo!!! jejeje
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo I   Ritual de Samhain - Capítulo I I_icon_minitimeLun Nov 14, 2011 8:22 pm

Hola Livia

Sensacional, me encantan tus Severus aunque conservan mucho del cannon siempre encuentras una manera de unirlo irremediablemente a Harry. Disfrute de este Harry rebelde que no se deja amedrentar por Severus. Ambos son dos personas de espíritu inquebrantable.

Espero que ese ritual sea sólo un rumor...

Un gran comienzo, espero ansiosa la continuación.
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Lívia
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MensajeTema: Respuesta a comentarios de Samhain   Ritual de Samhain - Capítulo I I_icon_minitimeMiér Nov 16, 2011 10:16 am

Hola!

Muchas gracias por vuestros comentarios. Espero que la historia os guste de principio a fin.

Un beso a todas!
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Danvers
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo I   Ritual de Samhain - Capítulo I I_icon_minitimeMiér Nov 23, 2011 1:59 pm

Llego yo leyendo por aquí el último día ^^ No tengo remedio...
Ains, me encantan esos dos cuando se encuentran de adultos, cada uno con su profesión y su vida montada. Solo les falta... el uno al otro *__*

Gracias por participar, cielo!!!
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo I   Ritual de Samhain - Capítulo I I_icon_minitime

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Ritual de Samhain - Capítulo I
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