La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Ritual de Samhain - Capítulo II

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Ritual de Samhain - Capítulo II Empty
MensajeTema: Ritual de Samhain - Capítulo II   Ritual de Samhain - Capítulo II I_icon_minitimeMar Nov 15, 2011 6:53 am

Resumen: La guerra terminó hace tres años. Ahora, un inquietante rumor empieza a circular por el mundo mágico cuando se acerca la festividad de Samhain. A pesar de no creer en él, Harry, como auror, recibe la orden de investigarlo junto al resto de sus compañeros del Cuartel General de Aurores.

Personajes: Severus Snape, Harry Potter

Género: Romance, suspense

Advertencia: Ninguna

Clasificación: NC-17
Escrito para El Día Internacional del Snarry (23 de octubre) - Convocatria 2011



CAPÍTULO II


El martes la hija de Frisby seguía ingresada en San Mungo. Por lo visto, su problema tenía más que ver con varios episodios de magia accidental que la pequeña estaba sufriendo, que con la canica que se había tragado como consecuencia de ésta. No era muy frecuente, pero los sanadores habían dicho a los preocupados padres que a veces ocurrían casos de esta índole. Seguramente la tendrían en observación toda la semana. Frisby había pedido un par de días más de baja y Robards se los había concedido. Así que hasta el jueves Harry no podría contar con su compañero.

El auror llegó a Eibhlín’s Corner temprano, dispuesto a dejarse el menor trabajo posible para el día siguiente. A Snape no le gustaba verle en su tienda y a él tampoco le gustaba tener que estar en ella. Cuando entró, notó inmediatamente que el aroma que impregnaba el ambiente era diferente al del día anterior. Olía a una mezcla de maderas[1], aunque Harry no supo identificar cuáles. Snape no estaba a la vista, así que se preguntó si sería bien recibido si asomaba la cabeza a la trastienda y le hacía notar su presencia. Después se dijo que el hombre seguramente ya sabía que estaba allí, pero no tenía intención de molestarse en saludarlo. Antes de quitarse el guardapolvo, Harry sacó la varita y ejecutó un fregotego para eliminar las húmedas pisadas sobre la limpísima superficie de madera. Llovía otra vez.

—¿Viene solo?

¡Joder! ¡La manía de ese hombre de aparecer sin avisar! Nuevamente desde el hueco de la puerta de la trastienda, Snape esbozaba una sonrisita satisfecha, consciente del sobresalto que le había provocado.

—Sí —respondió Harry—. La hija de mi compañero sigue en San Mungo.

—Espero que no sea nada grave.

—Magia accidental un poco rebelde.

—Bien.

Por lo visto sin nada más que decir, Snape volvió a la trastienda. Harry suspiró y se enfrentó a su primera estantería de la mañana. Sin embargo, apenas media hora después, Megan irrumpía en la tienda completamente conturbada.

—¡Un loco ha entrado en Flourish & Blott’s y ha empezado a quemar libros!

Snape asomó la cabeza justo a tiempo para ver a Harry saliendo precipitadamente por la puerta.


Poco amigo del gentío, Severus permaneció en la tienda mientras el resto del Callejón Diagon parecía haberse echado a la calle para seguir los acontecimientos. Sentado en su sillón orejero, tratando de clasificar una partida de minerales que le había llegado el día anterior por la tarde desde Amsterdam, podía oír el rumor de la agitación que se vivía fuera. Pero Severus no era una persona curiosa y tampoco le gustaba meterse en los asuntos de los demás. A las diez, la hora habitual en la que Megan solía llevarle su desayuno de media mañana, no había ni rastro de la chica. Ni a las diez y cuarto, ni a las diez y media. Fastidiado, se levantó de su cómodo asiento y se acercó a la puerta de la tienda para fisgonear a través del cristal. Desde allí no pudo ver mucho, ya que había una nutrida muchedumbre de magos y brujas que le impedían vislumbrar lo que estaba pasando, a pesar de que la librería, que estaba al otro lado de la calle, quedaba a dos tiendas de la suya. Sin embargo, sí se divisaba claramente una oscura columna de humo que se elevaba hacia el cielo encapotado. Por un momento, se preguntó si Potter estaría bien. A continuación, se recordó que ese maldito mocoso —por llamarlo de alguna forma— caía siempre sobre blando, así que no se merecía ni un segundo de preocupación. También supuso que con lo melodramática que era Megan estaría entremedio de toda esa gente, viviendo con el alma en vilo la última hazaña de Potter. Ya podía ir olvidándose de su desayuno…

Megan apareció a las once de la mañana, encandilada y emocionada como buena Hufflepuff.

—Lo siento mucho, Severus —se disculpó depositando el tardío desayuno sobre la mesa—. ¡Pero es que todo ha sido tan perturbador!

Por más que quiso, Severus fue incapaz de componer una cara de ogro ofendido lo suficientemente creíble. Le tenía un especial aprecio a la chica. Y viniendo de él era decir mucho. Los Hufflepuff tenían fama de justos, leales y pacientes. Y realmente Megan lo había sido con él. Cuando había empezado con las obras de la tienda y rápidamente se había extendido el rumor de que era suya, había habido comentarios para todos los gustos entre los comerciantes del Callejón Diagon. La mayoría prejuiciosos y hasta maliciosos. Megan no le había juzgado, le había dado la bienvenida con un trozo de tarta de arándanos y le había ofrecido su ayuda de buena vecina, en caso de necesitarla. Desde luego había sido paciente, porque Severus no era una persona fácil de tratar y le había endilgado más de un desplante antes de darse cuenta de que la chica actuaba de buena fe y no trataba de tomarle el pelo. A partir de ese momento habían fraguado una especie de amistad, a la que Megan correspondía con la lealtad de quien no habla ni hace confidencias sobre un amigo, por mucho que otros intenten sonsacarle y cotillear a su costa.

—No me libraré de que me lo cuentes, ¿verdad?

Megan esbozó una dulce sonrisa y se sentó en una de las butacas que había frente a la mesa.

—Todo el Callejón estaba en la calle, menos tú —le recriminó a pesar de todo—. ¿Por qué tienes que ser tan insociable?

—La versión corta, por favor —rogó él sin hacer caso, saboreando su trozo de tarta con absoluto deleite.

Megan puso los ojos en blanco y se arrellanó en la butaca.

—La versión corta —aceptó—. Un tipo ha entrado en la librería y ha empezado a quemar libros diciendo que eran malignos. He venido a buscar a Harry, porque sabía que era el auror que nos pillaba más cerca. Él ha entrado y al cabo de dos minutos han llegado cuatro aurores más. Creo que venían del Callejón Knockturn… Han reducido al tipo…

—Entre cinco ya podían —se burló Severus. Megan le echó una mala mirada.

—… han apagado el fuego y después se lo han llevado detenido al Ministerio.

—¿Y para eso han tardado una hora?

Megan hizo un melodramático gesto de paciencia.

—Es que, cuando ha visto que no tenía escapatoria, ha cogido al señor Blott de rehén.

Severus negó con la cabeza, como si pensara que todo aquel jaleo había estado sobreactuado.

—Bien, yo me voy —anunció Megan, levantándose—. Seguro que Gabrielle está dándole a la lengua en lugar de atender las mesas.

—Le dijo la sartén al cazo… —se burló Severus.

Ella sonrió de nuevo, incapaz de enfadarse con él.

—Por cierto —recordó—, no creo que Harry vuelva esta mañana. Se ha quemado una mano y ha tenido que ir a San Mungo.


o.o.o.O.o.o.o


El miércoles Potter apareció con una mano aparatosamente vendada, que Severus contempló con cierto escepticismo.

—Me temo que no podré trabajar hoy —le dijo, como si realmente le supiera mal no poder hacerlo—. Soy diestro —aclaró, mostrándole la mano vendada.

—¿Y qué piensa hacer? ¿Vaguear todo el día?

Severus tuvo que retener una sonrisa de satisfacción cuando a Potter le subieron los colores a la cara y apretó los labios con decisión para no permitirse responder a la provocación. En lugar de mandarle a la mierda, el auror contestó que intentaría ponerse al día con los informes que tenía atrasados.

—¿No acaba de decirme que es diestro? —Harry asintió—. ¿Y cómo piensa escribir? ¿O es que usted goza del privilegio de tener secretaria? —se burló Severus.

Harry estaba a punto de darse la vuelta y marcharse para no tener que acabar insultándole, cuando Snape le detuvo.

—Ya que últimamente nos llevamos tan bien —dijo con indudable ironía—, le propongo un trato. Usted me ayuda a encajar unos minerales que me llegaron ayer, y yo le echo un vistazo a esa mano. Estoy seguro que la pomada que yo mismo fabrico es mucho mejor que lo que le hayan puesto en San Mungo.

Potter puso cara de horror.

—¡Como si fuera a dejarle! —exclamó, protegiendo la mano herida con la otra contra su pecho.

Severus se encogió de hombros.

—Usted se lo pierde. Si quiere tener la mano en esas condiciones una semana en lugar de un par de días, es su problema —Se dio media vuelta de forma bastante teatral y se sentó de nuevo en su sillón para seguir clasificando minerales.

Harry se quedó de pie frente a la mesa, con cara de no saber qué hacer. Ofendido y enfadado por una parte, pero dispuesto a considerar la tentadora posibilidad de sanar su mano en tan sólo un par de días, por la otra. Snape había pasado a ignorarle completamente.

—Y… ¿qué clase de pomada es? —preguntó, un poco para ganar tiempo mientras decidía si aceptaba o no el ofrecimiento del ex profesor de pociones.

—¿Pretende que explique una formula magistral a alguien que no era capaz de conseguir más que un Aceptable en mis clases?

—Conseguí un Supera las Expectativas en mis TIMOS.

—Seguramente el examinador estaba encandilado con su fama.

—Y seguramente usted puede irse a la mismísima mierda —soltó exasperado, antes de pensar que ese insulto podía traerle consecuencias si Snape decidía presentar una queja a Robards.

Severus no había levantado ni una sola vez la cabeza de lo que estaba haciendo durante toda la conversación. Pero en ese momento miró a Harry y con voz áspera y autoritaria ordenó:

—Potter, siéntese.

Por un momento, Harry le miró sorprendido. Después apartó una de las butacas y se sentó. Snape retiró con cuidado los minerales con los que estaba trabajando y después agitó su varita e hizo aparecer varias cosas sobre la mesa: una toalla, que desplegó sobre ella, un tarro de color marrón, vendas limpias y un botellín que Harry no supo identificar. El pocionista abrió éste último y regó sus manos con una generosa cantidad. Olía a desinfectante. Después señaló la toalla y Harry, depositó la mano herida sobre ella, y permitió que Snape la desvendara y la examinara. Por su expresión, el auror comprendió que Snape había esperado que la quemadura fuera una nimiedad. Y no lo era.

—Tal vez sean tres días —fuel lo único que dijo antes de destapar el tarro y empezar a extender la crema con sumo cuidado—. También lleva láudano, así que no le dolerá.

Cuando terminó, volvió a vendarle la mano e hizo desaparecer todo el material que había utilizado.

—Y ahora, su parte.

Desde la trastienda, hizo aparecer al lado de Harry una caja de cartón duro llena de esas pequeñas cajitas de madera que el auror había visto en el escaparate.

—Vaya metiendo cada uno de estos minerales en una cajita, y dejándolas por grupos en este lado de la mesa —dijo señalando la parte derecha, izquierda desde la posición de Harry.

Sin mediar palabra, Harry cogió como pudo unas cuantas cajitas y las dejó con cuidado sobre la mesa de cristal. Después alcanzó una carneola y la depositó dentro de una de ellas. Y cuando terminó con las carneolas, empezó con los ojos de tigre. Ese día la tienda olía a benjuí y ámbar[2].


o.o.o.O.o.o.o


Aquella mañana de jueves, Severus extendió fragancia de coco[3] por toda la tienda. Sabía que se estaba comportando como un verdadero descerebrado al hacerlo, pero una pequeña vocecita dentro de él clamaba que aquel gesto no era tan tonto como a su parte racional le parecía. En algún momento del día anterior por la mañana, se había sentido muy cómodo compartiendo un silencio agradable y extrañamente armonioso con Potter. Hacer cosas cuidadosas y delicadas con las manos estaba tan lejos del talante del auror como para él imaginarse siendo el alma de cualquier fiesta. Seguramente esa era una de las razones por las que su ex alumno nunca había sido especialmente hábil en el arte de las pociones. Estaba repleto de energía y de una brusquedad insólitamente equilibrada entre sus gestos y el ímpetu que utilizaba en cada uno de ellos. Observarle colocar cada pequeña piedra de mineral dentro de su caja con aquel torpe esmero había sido gratificante. Y, mientras le observaba, se había encontrado pensando que si había sido capaz de congeniar y alcanzar un buen nivel de amistad con una hufflepuff como Megan, ¿por qué no podía conseguir llevarse bien con un griffindor como Potter? Había sido un poco desagradable con él, el primer día. La fuerza de la costumbre… Pero el auror tampoco se había quedado atrás. ¡Le había amenazado! Porque pedirle la documentación de la tienda era una amenaza en toda regla. Megan siempre le decía que, si se dejara conocer, la gente descubriría a la persona que realmente era y se olvidaría de la que siempre había aparentado ser. Severus no era tan optimista a ese respecto. Pero si conseguía entablar una verdadera amistad con Potter —sí, él también soñaba despierto de vez en cuando— serían amigos para siempre. Los slytherin tenían un alto concepto de la amistad, así que la mantenían y cuidaban como un bien muy preciado. Y Severus se había dado cuenta de que le convenía volver a tener amigos; verdaderos amigos.

Cuando media hora después Harry Potter entraba en su tienda, Severus no pudo evitar sentirse decepcionado al descubrir que iba acompañado. El auror le presentó a su compañero, Norvel Frisby, al que Severus preguntó educadamente por su hija, y le dijo que éste se iba a encargar de continuar con el trabajo que él había tenido que dejar a medias por culpa de aquel incidente en Flourish & Blott’s.

—¿Sigue en pie su ofrecimiento? —preguntó Harry un poco inseguro, levantando la mano herida—. Esta mañana no he ido a San Mungo para hacer la cura…

Severus sonrió con suficiencia.

—Entonces, ¿ya se fía de mí, auror Potter?

—Digamos que me inspira un razonable nivel de confianza —Harry sonrió con un poco de malicia antes de decir—: Creo que todavía no se me ha podrido la mano…

—Entonces consideremos que eso es una buena señal —respondió Severus irónicamente. Después le invitó a pasar a la trastienda, lugar en el que el auror todavía no había estado.

Primer atravesaron un almacén llena de estanterías con productos de la tienda y varias cajas apiladas contra un pequeño hueco de pared libre. A continuación entraron en una habitación, del mismo tamaño que el almacén, caldeada por una chimenea en la que chisporroteaba un buen fuego. Delante de ésta, sobre una alfombra verde oscuro, se había colocado un sillón orejero similar al de la tienda y un reposapiés. Junto al sillón había una mesita sobre la que descansaban un candelabro, una copa y una botella de brandy. En la pared opuesta a la chimenea, una estantería llena de libros y un armario, flanqueaban un atestado escritorio sobre el cual se esparcían un juego de tintero y plumas, pergaminos, carpetas y libros de contabilidad. Las dos puertas que se abrían a la estancia eran un baño y una pequeña cocina convertida en laboratorio de pociones. Los armarios estaban llenos de ingredientes y sobre los fogones reposaban dos calderos de diferente tamaño, aunque ninguno de los dos era demasiado grande. Del techo de la sala colgaba otra araña de bronce, de menores dimensiones que la de la tienda.

—Siéntese, por favor —le indicó Severus a Harry, señalando el sillón.

El mago se dirigió al armario y sacó de él el material que necesitaba para la cura. Después se sentó sobre el reposapiés, puso una toalla sobre su regazo y le indicó a Harry que extendiera la mano.

—Esto es… muy agradable —elogió el auror, mirando a su alrededor.

—Parece sorprendido —se mofó Severus, sin levantar la cabeza de su tarea—. ¿Esperaba aposentos oscuros y siniestros?

—¡No, claro que no! —Harry sintió una ola de calor subiendo a su cara—. Es que… me gusta, eso es todo. La tienda también —confesó.

Una pequeña sonrisa se esbozó en los labios de Severus, sin ser advertida por el auror.

—Espero que mis futuros clientes piensen lo mismo.

—Bueno, Megan parece completamente entusiasmada con usted…

Esta vez Severus sí levantó la cabeza.

—Megan no es un cliente. Es una amiga —especificó muy serio.

Harry apretó los labios, determinado a no volver a abrir la boca. Parecía que cada vez que lo hacía, metía la pata. Ante el repentino silencio, Severus se vio en la obligación de decir:

—Fabrico para ella esencia de jazmín y ámbar, para atraer a los clientes y una tisana especial para sus días del mes.

Harry hizo una pequeña mueca.

—Podía haberme evitado la última parte —reprochó.

—¿Por qué? —se burló Severus—¿Acaso un joven de su edad no tiene novia o amigas con las que goza de cierta intimidad, y en alguna ocasión no le han dicho que no era el mejor momento?

Harry se apartó el flequillo de los ojos con su mano sana y declaró con total desparpajo:

—Yo sólo tengo intimidad con tíos —sonrió ampliamente—. Y para ellos siempre es el momento.

En la mirada de Potter había un punto de desafío, como si le retara a hacer algún comentario fuera de tono sobre sus preferencias sexuales. Y Severus no podía negar que estaba sorprendido; gratamente sorprendido. Pero optó por la callada por respuesta, causándole una evidente decepción al joven sentado en su sillón, quien parecía ansioso por rebatir cualquier opinión sarcástica al respecto.

—Esto está muy bien —dijo Severus, refiriéndose a la mano, mientras empezaba a vendarla de nuevo—. Mañana haremos la última cura y el lunes el Ministerio podrá volver a contar con sus servicios.

Harry asintió en silencio, sintiéndose un poco incómodo. Y también ridículo. Cuando Snape terminó, se levantó inmediatamente del sofá.

—Voy a ver si puedo echarle una mano a Norvel —dijo.

Y desapareció a toda prisa por la puerta en dirección a la tienda.


o.o.o.O.o.o.o


En el conteo particular de Severus iban tres a uno a su favor. Potter se las había arreglado para registrar Eibhlín’s Corner en contra de su voluntad, pero Severus había sido tan buena persona como para curar la mano del auror, éste había admitido que su tienda y su estancia privada le parecían agradables y, por último, había confesado su condición sexual sin lograr que Severus hiciera ningún comentario al respecto. Se sentía más orgulloso de sí mismo de lo que le gustaría admitir. Así que ese viernes estaba dispuesto a hacer otra tontería aún mayor que la de extender esencia de coco por la tienda para armonizar su relación con Potter y remover los obstáculos que les separaban. Sin saberlo, el auror había añadido un aliciente a esa amistad que Severus pretendía establecer entre ellos.

Como el día anterior, Harry llegó acompañado de Frisby a la tienda. Sólo le quedaba revisar el almacén y los libros que Snape tenía en su estancia privada. Mientras su compañero empezaba a trabajar, él siguió a Snape hasta esa estancia y fue invitado a sentarse en el mismo sillón que el día anterior para proceder a la cura. Inconscientemente, aspiró con fruición el aire, que olía a canela[4] y a clavo[5], y se arrellanó confortablemente en el sillón.

—Póngase cómodo —ironizó Severus, a pesar de su secreta satisfacción.

Y, realmente, Harry lo estaba demasiado como para darse por aludido. Dejó que el pocionista realizara la cura sin decir esta boca es mía. Y cuando Snape terminó, tenía tal flojera que no se hubiera levantado del sillón ni a punta de varita. Pero ya que no podía hacer mucho —el vendaje era tan grueso que apenas podía sujetar la varita con la punta de dos dedos— al menos le daría apoyo moral a Norvel con su presencia.


o.o.o.O.o.o.o


El sábado la tienda olía a sándalo y a rosa[6]. Harry se preguntó si le habría cogido tanta afición a la tienda de Snape a causa de aquella increíble variedad de fragancias que cada día encontraba en ella. Nunca se hubiera imaginado ser tan sensible a los olores. Snape estaba atendiendo un cliente y otro esperaba sentado en el sofá, leyendo uno de los folletos informativos que había a disposición del público sobre una mesita, junto a la entrada. El auror decidió sentarse también, y tras saludar al mago que esperaba, se dedicó a observar a su ex profesor.

Snape no debería vestir de negro, fue el primer pensamiento que le sobrevino. ¿Por qué se empeñaba en usar ropas tan oscuras y tristes? Y aunque su piel ahora no fuera tan cetrina, el negro le hacía ver más pálido de lo que en realidad era. Le quedaba bien el cabello largo, más ahora que no lo llevaba tan metido en la cara como antes. Se veía mejor su rostro, especialmente los ojos, tan negros… Había una chispa de algo en ellos que los hacía más bonitos, más atrayentes; un algo que antes no había estado ahí y que a Harry le gustaba. Después estaba su manera de moverse, tan segura, tan calmada. No había ni rastro de la crispación de antaño. De hecho, Snape no solía perder los nervios o las palabras y no se intimidaba con facilidad. Sin embargo, Harry recordó que cuando se trataba de Sirius o de él mismo, se volvía irritable y era común verle a punto de perder su imperturbable temperamento. Harry estuvo a punto de soltar una risita al rememorar la cantidad de veces que Snape había perdido los nervios por su culpa. Claro que ésta había sido una calle de doble sentido.

El mago que acompañaba a Harry en el sofá se levantó, ya que Snape había terminado con su anterior cliente. El auror escuchó cómo le pedía al ex profesor un remedio para combatir el insomnio. Después de las largas y precisas explicaciones que le dio el dueño de la tienda, el mago se llevó una poción para ayudarle a dormir, esencia de violeta para el dormitorio, fragancia que inducía a una relajación profunda y un azabache tallado en dos puntas para poner debajo de la almohada, ya que estaba indicado tanto para el insomnio, como para personas con inquietudes y también contra el mal de ojo.

—Es usted muy hábil —reconoció Harry una vez el cliente hubo abandonado la tienda—. Tal vez yo también necesite alguna poción. Algunas noches cuando llego a casa, estoy tan cansado que me cuesta dormir.

—Pues antes de acostarse, dese un baño caliente —aconsejó Severus—. Añada cinco gotas de aceite de naranja, tres gotas de aceite esencial de jazmín y una gota de aceite esencial de manzanilla. Dormirá como un bebé.

—Y, ¿usted tiene de eso aquí en la tienda? —preguntó mientras seguía a Snape hacia la trastienda.

Sin dejar de andar, Severus volvió ligeramente la cabeza y frunció el ceño.

—¿De “eso”?

Harry notó un extraño e inesperado escalofrío. ¿La voz de Snape había sido siempre tan grave y profunda, o sólo le salía de esa forma cuando se cabreaba?

—Aceites —rectificó.

—De acuerdo. Se lo prepararé si tanta falta le hace —ofreció Severus en tono resignado.

—Se lo pagaré —se apresuró a decir Harry—. No le estoy pidiendo ningún favor.

Habían llegado a la estancia de la chimenea y Harry se sentó en el sillón sin tan siquiera plantearse que lo único que iba a hacer Snape era desvendarle la mano. No entendía por qué el hombre había insistido tanto. Al fin y al cabo, se suponía que la quemadura ya estaba curada y habría podido quietarse la venda él mismo perfectamente. De todas formas, a Snape no pareció molestarle. Quitó la venda y examinó la mano, satisfecho. En la zona donde había estado la quemadura la piel se veía todavía un poco reblandecida, pero estaba bien.

—En San Mungo matarían por su pomada —el auror sonrió, también satisfecho de poder volver a utilizar la mano.

—No la he registrado ni ha pasado los controles sanitarios —reconoció tranquilamente Snape—. En realidad, usted ha sido mi conejillo de indias…

Harry abrió y cerró la boca varias veces antes de decir:

—¿Se da cuenta de que “su conejillo de indias” ha sido un auror del Ministerio? ¿Y si llega a salir mal?

Snape le echó una mirada recalcitrante —nada de lo que él hiciera, podía salir mal— y después aspiró con fuerza. Serenidad y tolerancia, se recordó.

—No sea melodramático. Su mano está perfectamente.

Harry también llenó sus pulmones de aire.

—Lo sé —admitió.

Severus hizo desaparecer la venda usada y después clavó sus ojos negros en el auror.

—Los sábados cierro la tienda a la una —dijo—. Y algunos de ellos Megan me acompaña a comer. Si no ha hecho planes, a lo mejor le gustaría unirse a nosotros.

Harry se rascó la cabeza, sorprendido.

—Bueno, yo…

—No se sienta obligado.

—No, quiero decir, sí, o sea, ¿por qué no? —después de todo, no tenía planes para comer. Y era bastante aburrido hacerlo solo.

—Bien, entonces le espero aquí a la una y media.

—Aquí estaré.

Cuando Potter se hubo marchado, Severus respiró de nuevo, a pesar de todo, sorprendido de que hubiera sido tan fácil.


Aquella mañana la tienda se llenó de clientes, así que Severus estuvo lo suficientemente entretenido como para no darse cuenta del paso del tiempo. No hasta que Megan apareció cargada con una gran fuente de estofado.

—Así que has invitado a Harry… —dejó caer ella mientras preparaban una mesa plegable que Severus guardaba en el almacén. El mago asintió—. ¿Y te ha dicho que sí a la primera, sin poner peros…? —Severus volvió a asentir—. ¿Lo ves, mago descreído y testarudo? —se rió por fin Megan.

Severus bufó y rebufó, poco dispuesto a admitir que Megan había tenido razón desde el principio. “Harry y tú no tuvisteis un buen principio; y seguramente tampoco una buena continuación. Pero Harry es un gran chico, créeme, y si te dieras el trabajo de conocerle y él hiciera lo mismo contigo, seríais grandes amigos. Tenéis más cosas en común que os unen, de las que os han mantenido siempre separados.”

—Así que el lunes pretendes echarlo de la tienda y el sábado lo sientas a tu mesa —siguió hablando ella en tono burlón—. Esto debe tener un nombre…

—Sí —gruñó Severus—, el de la maldición que voy a inventar exclusivamente para ti, entrometida metomentodo.

—Palabras, palabras… —se rió Megan, agitando teatralmente las manos.

Ambos se quedaron callados cuando el sonido de la campanilla de la puerta de la tienda reverberó en la estancia gracias al hechizo avisador de Severus. De hecho, la tienda estaba cerrada, pero Severus había hecho un encantamiento para que sólo Harry pudiera entrar. El fuerte taconeo de las botas del auror resonó por el pasillo hasta detenerse en el hueco de la puerta de la última habitación.

—¡Guau, que bien huele! —exclamó.

—Gracias —sonrió Megan.

Harry llevaba el pelo más alborotado que de costumbre por culpa del viento que estaba soplando en la calle, las mejillas sonrosadas por el frío y una sonrisa de oreja a oreja. En la mano sostenía una botella.

—He traído vino —dijo, tendiéndole la botella a Severus, quien la tomó con un ligero movimiento de cabeza a modo de agradecimiento—. De hecho, George y Ron se empeñaron en regalarme una botella cuando les dije que me había invitado a comer…

Los ojos de Severus se abrieron con horror, para después mirar con aprensión la botella que tenía en la mano.

—… pero la tiré en la primera papelera que encontré —sonrió el auror—. Ésta se la he comprado a Hannah, en el Caldero Chorreante.

—Sabia decisión —aprobó Severus con alivio. Y se dispuso a descorcharla.


La comida fue muy agradable, sobre todo por la entretenida conversación de Megan, además de su delicioso estofado. Severus alabó el vino, que era poco más que pasable, y en algún momento sintió el irrefrenable deseo de pellizcarse para comprobar si estaba dormido o realmente tenía a una hufflepuff y a un gryffindor sentados a su mesa, la compañía de los cuales estaba disfrutando enormemente. Harry comió con su voraz apetito de siempre y se sorprendió una vez más de sentirse tan cómodo en aquel lugar. No por la presencia de Megan, evidentemente, sino por la de Snape. Cuando después de comer Megan se disculpó porque tenía que volver a la heladería, la cual no cerraba los sábados por la tarde, Severus y Harry se quedaron solos.

—¿Le apetece un brandy, un whisky de fuego…? —tentó Severus al auror.

Harry había previsto marcharse inmediatamente después de Megan. Sólo se había entretenido un poco más por educación. No obstante, la perspectiva de pasar un rato a solas con Snape no le desagradaba. Tenía la sensación de que su antiguo profesor de pociones y el dueño de Eibhlín’s Corner ya no eran el mismo hombre.

—Whisky, por favor —aceptó.

Severus preparó las bebidas y después hizo aparecer el sillón orejero de la tienda delante de la chimenea, junto al que ya había. Se sentaron y bebieron en silencio durante unos minutos. Fue Harry quien inició la conversación.

—¿Puedo hacerle una pregunta? Es que siento curiosidad…

—Harry Potter sintiendo curiosidad por algo… —ironizó Severus— Adelante, no se corte —aceptó, sin embargo.

Harry le dio unas cuantas vueltas a su vaso antes de, finalmente, formular su pregunta.

—¿Dónde ha estado estos tres años?

La mirada de Severus se concentró en su copa durante unos segundos antes de fijarla en el auror.

—Viajando —respondió.

—¿A algún lugar interesante?

—Varios, de hecho —Severus dio un sorbo a su brandy y se arrellanó mejor en su asiento—. Al principio, viajé sin rumbo —reconoció—. Después de que, por fin, la guerra hubiera terminado, me encontré sin saber qué hacer exactamente con mi vida. Volver a Hogwarts no era una opción…

—Me imagino…

—Mis servicios como Director no fueron demasiado apreciados —admitió.

—Puedo dar fe de ello…

—Potter… —masculló Severus.

Harry esbozó una sonrisa de disculpa.

—Continúe, por favor —le invitó.

Severus paladeó un largo trago de brandy antes de reanudar su explicación.

—Después de unos meses, uno de los lugares donde recabé fue París y más tarde Grasse. ¿Ha oído hablar de Grasse? —Harry negó con la cabeza—. Aparte de ser la capital de la Provenza Oriental, se la conoce por su industria de elaboración de perfumes y fragancias. Fue allí donde conocí a Eugéne Rimmel, descendiente de un conocido perfumista francés del siglo XIX. Pero el Rimmel al que yo me refiero, no es muggle como su antepasado sino mestizo, la rama mágica de su familia proviene del lado materno.

Severus hizo una pequeña pausa y Harry esperó con creciente curiosidad a que continuara.

—Como ocurre con la mayoría de artes antiguas, el origen de la perfumería es oscuro —siguió explicando Severus—. Probablemente estuviera ligado a ritos religiosos y también a usos domésticos, como en el caso de los egipcios. Sin embargo, las dificultades para conseguir determinados productos y la complejidad de las fórmulas para obtenerlos, dejaron la perfumería en manos de gente que conocía las propiedades y efectos de las plantas, que no eran otros que los boticarios. Oficio que tiene que ver en parte con el de pocionista.

—Pero usted no elabora perfumes… —intervino Harry.

—Tampoco el Eugéne Rimmel al que me refiero —afirmó Severus—. Partiendo de mis conocimientos previos, me enseñó a destilar esencias y a mezclarlas, así como sus propiedades para el bienestar físico y psíquico de las personas.

—¿Y los minerales? —se interesó a continuación Harry.

Severus saboreó de nuevo su brandy antes de responder:

—Ámsterdam. Allí conocí a Anita Van Der Veen, una mineróloga a la que llegué a través de un conocido vienés. Ella me proporciona la mayoría de minerales que vendo aquí.

—Ha estado usted muy ocupado… —se admiró Harry.

—Parece que usted también.

Harry se encogió de hombros.

—No me diga que le sorprende. Siempre quise ser auror.

—Lo sé.

Por unos momentos, ambos hombres se perdieron en sus propios recuerdos, compartiendo un cómodo silencio. Harry le daba vueltas a su vaso de whisky, contemplando las llamas de la chimenea con aire ausente. Severus le contemplaba a él. Al contrario que cuando terminó la guerra, la última vez que le había visto, ahora llevaba el pelo muy corto, con el flequillo justo para ocultar su cicatriz. Quedaban al descubierto las espesas cejas, que hacían resaltar todavía más el verdor de sus ojos, tan brillantes y llenos de determinación tras sus eternas gafas. La sombra oscura en sus mejillas indicaba que se no se había rasurado al menos en un par de días, dándole un aspecto rebelde —¿en qué momento Potter no había sido rebelde?— e interesante. El joven se llevó el vaso a los labios y fue entonces cuando Severus posó su mirada en ellos. Pero tuvo que apartarla bruscamente cuando, de pronto, el auror volvió el rostro hacia él e inesperadamente preguntó:

—¿Por qué decidió regresar?

Severus lo meditó brevemente antes de decidirse a responder.

—Por una promesa —reconoció—. Una que había olvidado, pero mucho más antigua que cualquier otra que, acertada o desacertadamente, hice después.

Harry asintió, mirando a su alrededor como si de pronto comprendiera el espíritu de cuanto le rodeaba.

—A su madre —y no era una pregunta, sino una afirmación.

Severus abrió mucho los ojos, sorprendido.

—¿Cómo lo sabe?

El auror sonrió.

—Porque si yo estuviera en su lugar y la tienda fuera mía, se llamaría Lily’s Corner, aunque confieso que desconozco la forma irlandesa del nombre de mi madre…


Continuará...

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[1] Maderas de Oriente: relajan y propician la concentración.
[2] Benjuí y ámbar: Salud y curación.
[3] Armonizador, remueve obstáculos.
[4] Canela: proporciona calidez al ambiente
[5] Clavo de olor: energía, bienestar y calidez.
[6] Serenidad y tolerancia.






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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo II   Ritual de Samhain - Capítulo II I_icon_minitimeMar Nov 15, 2011 5:42 pm

Hola Livia

Pensaba que Megan iba ser un factor de discordia pero me encuentro con que es una chica muy agradable que parece conocer lo suficiente a Severus para no hacerse ilusiones románticas, espero no estar equivocada.

Severus esta logrando su cometido tal vez mejor de lo que espera...


Disfrute mucho el capitulo.
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Livia
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MensajeTema: Respuesta a comentario de Samhain   Ritual de Samhain - Capítulo II I_icon_minitimeMiér Nov 16, 2011 10:23 am

Hola Valeth,

Megan se ha convertido en una buena amiga de Severus, pero no tiene ningún interés amoroso en él.

Severus le está poniendo empeño, mareando a olores a Harry...

Nos leemos en el próximo capítulo.

Un beso!
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Danvers
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo II   Ritual de Samhain - Capítulo II I_icon_minitimeMiér Nov 23, 2011 2:01 pm

Me encanta que se pongan al día, sobre todo que Harry le sonsaque y que Snape gruña, como siempre ^^
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MensajeTema: Re: Ritual de Samhain - Capítulo II   Ritual de Samhain - Capítulo II I_icon_minitime

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Ritual de Samhain - Capítulo II
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